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16: Mi amigo de ojos rojos.

«Tanto en la soledad como en la oscuridad, puedes encontrar a un amigo leal...»


ALEJANDRA.

No sabía cuánto tiempo había pasado, no entendía por qué estaba allí, ni mucho menos cómo me habían llevado. Los días pasaban de manera igualitaria, las manecillas de reloj se movían terminando cada hora pero mi mundo se mantenía quieto y sin avance. La oscuridad permanecía a mi alrededor diciéndome que ella era mi única compañía.

Si tuviera algo con que marcar las paredes éstas tendrían infinitas franjas verticales, tal cual como en las películas donde los prisioneros dejaban por escrito la cantidad de días que llevaban sin ver la luz de sol y sentir el aire fresco golpeando su rostro.

El no tener noción del tiempo, el observar siempre lo mismo y no poder hablar con alguien a quien conociera realmente, me estaba agotando. Por no decir que pedir información sobre mí era algo imposible, como si se tratase de algo privado e inaccesible.

Y eso era lo que me preocupaba últimamente.

Nadie me decía nada, ni una palabra de cómo era mi vida antes de llegar. Tampoco si tenía a alguien que se preocupara por mí, o si había una persona esperando por mi llegada. Las visitas no eran recibidas o, tal vez, no tenía a nadie a quien acudir fuera de ese psiquiátrico.

La desilusión más gran fue descubrir que llevaba semanas allí metida y ni siquiera el sol parecía preguntar por mí. Todos continuaron con su vida como si nada, todos pasaban sus mañanas y atardeceres con su alguien especial, entretanto yo me cuestionaba quién era.

Me sentía pequeña en un mundo grande, como un lobo solitario, sin manada... sin familia. Desolada aullándole a la luna detrás del cristal y sin recibir respuesta alguna, el silencio ensordecedor que era cortado únicamente por mis sollozos nocturnos.

Además de eso, sentía que algo no estaba bien conmigo, me sentía diferente. Como si fuera otra persona, como si no estuviera lúcida. Un diminutivo fragmento que no sabía de qué se trataba ni de dónde provenía, se había incrustado en mi ser tan adentro que se me era imposible de quitar. Tan escondido que, a pesar de saber que no era bienvenido, se quedó y se hizo parte de mí. Y, después de algunos amaneceres, me acostumbré.

Porque, vamos, realmente era yo. Estaba de maravilla, sin mencionar el lugar en donde estaba, todo lo demás estaba en perfecto estado. No había nada malo, todo estaba normal y correcto.

Mi cuerpo y mente estaban bien, ¿Verdad?

Sí, claro que sí. Lo de antes fue un pensar erróneo, yo... yo estaba perfectamente.

Quizá el pasar tiempo sin otras personas me estaba afectando un poco, pero no era tan grave. Solo necesitaría charlar con alguien para no sentirme así, sabía que con compañía todo mejoraría. Solo necesitaba encontrarla. Pero sería difícil estando en un sitio como ese, más cuando no podía salir sin que alguien me cuidara. A donde fuera siempre iba un guardia conmigo, vigilando cada paso que daba y mostrándose demasiado rudo y poderoso. No me quitaba el ojo de encima por más que le dijera que no haría nada extraño.

¿Acaso había hecho algo malo antes? ¿Por qué algunos me miraban con enojo y otros con miedo? Juro no recordar haber hecho algo malo para que actuaran de esa forma.

Desconfiaban de mí y no sabía por qué. El hecho de ser una paciente no significaba que fuera una salvaje que les haría daño, no lastimaría a personas que eran buenas conmigo. Porque, a pesar de que no me dejaran salir del edificio, nunca se habían propasando o insinuando alguna cosa rara y eso era algo que agradecía. Porque si eran amables conmigo, entonces yo también lo sería con ellos. Pero si no era así, entonces lo lamentaba porque estaba segura de que era capaz de hacer cualquier cosa con tal de que no se metieran conmigo.

El caso de que hubiera olvidado mi vida, no quería decir que no pudiera defenderme... había algo dentro de mí que me decía que lo mejor para los demás era no enfrentarse a una persona como yo.

Algo malicioso advertía que sus malos actos traerían consecuencias, y que éstas vendrían de mi propia mano.

Para ese momento, me encontraba acostada en una angosta cama rodeada por cuatro paredes oscuras y frías, y un muro de un metro la alto donde se escondía el retrete, aquella habitación era solitaria y sin color. No me gustaba eso, era como si me asfixiara. Era como si mi alrededor se me viniera encima y quisiera destruirme por completo, aplastándome de tal forma que pudiera seguir respirando pero sin darme lugar para escapar de los escombros que me mantenían prisionera.

Parecía como una pequeña caja cerrada, con poco espacio para caminar, sin claridad y sobre todo, sin salida. Sin mencionar que no tenía acompañamiento, me dejaron abandonada en un edificio desconocido para mí.

Eso me dolió.

Porque, pese a no recordar nada, tenía la esperanza de no estar sola. Quería creer que no era una persona desamparada... quería imaginar que era alguien importante, con amigos que me cuidaban. Pero nada era así, y eso me devastó un poco más. No quería estar desolada en un lugar tan sombrío.

Por más que me habían tratado de explicar que era por mi bien, yo sentía que esa construcción sería mi perdición. Me sentía prisionera, y sabía que el encierro solo traía cosas malas.

Porque si juntabas la prohibición de tu libertad con la soledad, eso solo terminaba en problemas.

Los humanos necesitábamos distracción y contacto con otros, pero allí yo; no tenía tal privilegio. ¿Qué hacer cuando no tenías nada que hacer? ¿Dormir todo el día? ¿Jugar con tus manos?

¿Hablarle a las paredes?

Quizá eso último sonara gracioso, pero no en un momento así. No cuando tu mente se ponía en tu contra... no cuando sentías que te observaban. Porque ellas, las paredes, tenían vida propia.

En muchas ocasiones pude ver sombras a mi alrededor, pero sabía que no había nada. Solo era la oscuridad tratando de asustarme. Incluso recordaba que estando en las sesiones podía verlas, como deambulaban detrás del doctor Ed. Muchas veces, estando ya en mi habitación, les grité obligándolas a irse, otras veces les hablé preguntándoles quiénes eran y qué hacían allí, pero terminaba riendo cuando solo recibía silencio. Lo malo de todo eso era cuando un sonido se hacía presente y terminaba notando como la rendija de la puerta de era cerrada.

Sabía que me tratarían de loca si eso volvía a suceder, pero era inevitable no intentar espantarlas antes de que ellas lo hicieran conmigo.

Y, mierda, días después lo lograron. Porque ya no eran solo sombras, sino también risas.

Y una voz ronca...

Alejandra...— me llamaron. Me puse de pie y miré hacia todos lados, pero no encontré nada, estaba sola en ese cuarto diminuto.

Y juro que sentí que mi cuerpo temblaba, le tenía miedo a lo desconocido. Además estaba como un ave atrapada y pedir ayuda a esas personas no era opción. Sabía que me tacharían de alguien demente y supuse que, al estar en un sitio como ese, eso era pero no quise creerlo.

Así como ellos tampoco me crearían si les dijera que alguien o algo me estaba hablando entre las penumbras.

Alejandra.— volvió a hablar.

— ¿H-hola?— mi corazón latía rápidamente y mi voz falló— ¿Dónde estás?

Qué irónico, ¿No?

Hablaba con una sombra pero no era capaz de pronunciar alguna palabra con los demás, a aquellas personas que vestían con una bata blanca y limpia ni siquiera los miraba, y si lo hacía solo uno podía tener tal oportunidad: el doctor Ed Lockwell. Él era como si tutor allí dentro —por así decirlo—, me platicaba, preguntaba cosas que rara vez contestaba y, por sobre todo, me daba mi espacio y tiempo cuando no quería hablar y solo me quedaba mirando hacia un punto en alguna de las paredes.

Ed era muy comprensivo conmigo.

Esperé a que, quién fuera que me estuviera llamando, se apareciera frente a mí pero no lo hizo. No podía ver al dueño de aquella voz entre tanta negrura que reinaba en la habitación, pero sí podía sentir su presencia.

Honestamente, el estar rodeada por tantas sombras y vivir algo así, fue tormentoso.

Me sentía indefensa, podía jurar que mi cuerpo fue bajando en tamaño o quizá el cuarto se hizo más grande. Pero vi todo mi alrededor como si fuera una pequeña hormiga, algo tan fácil de lastimar... de destruir. Un ser indefenso que solo bastaba un pisotón para darle fin a su inútil vida.

Estoy en la oscuridad... soy parte de ella.— comunicó.

Sí, decía la verdad.

Pero él se diferenciaba de todo lo demás, su aura y su presencia podían ser visibles sin necesidad de encender alguna luz.

Porque ni siquiera la cosa más lúgubre podía con la tiniebla devastadora de su ser.

— ¿Quien eres?

Soy tu amigo.

Esperen... ¿Qué? ¿Lo decía en serio?

Después de creer que no tenía a nadie, él apareció. Cuando me vi sin familia, aquella silueta llegó para salvarme... para liberarme. Porque, cuando creí estar un pozo, él me tendió su mano para intentar sacarme y tener una vida mejor.

Él fue el apoyo que necesité desde que ingresé a esa construcción fría y lejana.

— ¿Eres amigo de Alejandra?— pregunté sorprendida. Una sonrisa se posó en mis labios.

No estás sola.

Tenía un nuevo amigo y eso me alegraba mucho. Vi una luz brillante iluminarme, o quizá fue mi imaginación, pero allí estaba. Fue como una tarde de verano, donde los rayos del sol se posaban en tu cuerpo, dándote el tan necesitado calor. Proyectando una sensación bonita, haciendo que mi alrededor se aclarara y que todo lo malo se fuera. El maravilloso cantar de los pájaros se escuchó, la música clásica relajadora llegó a mis oídos y me sentí libre.

Porque eso experimenté cuando él apareció.

Sí, lo soy.

— ¡Qué bien!— chillé de alegría— Sal de dónde estás, quiero verte.

No puedo.

—¿Por qué no?

Te asustaré.— aseguró y eso no me gustó— No soy bonito...

— No importa tu aspecto, quiero ver a mi amigo.

¿Estás segura?— asentí con la cabeza— Bien, pero antes dime tu color favorito.

— Rojo.

¿Cómo este?— preguntó y de la nada dos pequeñas bolas rojas rasgadas aparecieron entre la oscuridad.

Me sorprendí por un momento y abrí mi boca sin soltar palabra. Ver algo así fue mágico. Ese extraño color era demasiado llamativo y a la vez tan intimidante que causaba innumerables sensaciones dentro de mí. Un revoltijo de alegría y asombro se fue creando en mi pecho y tuve que tragar saliva para evitar gritar como una loca por lo ocurrido.

Volví a sonreír cuando pude salir de mi sorpresa. En ese entonces, todo me pareció muy normal. En el mundo, cada día se aprendía o aparecía algo nuevo. Quizá esos ojos solo eran un producto recién sacado de fábrica. A lo mejor era un sistema computarizado, o simplemente una mezcla de sustancias químicas. Algún componente, ya fuera creado o natural, debía de causar ese efecto.

Todo eso era posible, ¿No? Es que, la humanidad estaba tan avanzada que no dudaba de algo así. Teníamos tantas ideas que queríamos realizar, y a lo mejor esa fue una de ellas. Tal vez, en algún momento alguien pensó en algo así. Una persona cualquiera creando una silueta de ojos rojos, creyendo que sería algo positivo.

Podíamos tener millones de ideas, pero no todas eran buenas.

— ¡Sí! Es... es muy hermoso.— confesé, sin dejar de verlo.

¿De verdad? Eso me alegra mucho.

— A Alejandra le alegra tener un amigo.

Y lo decía de verdad.

Porque por fin había dejado de sentir como el peso de la soledad estaba sobre mí. Había visto la claridad y esa sensación de tranquilidad que me daba el sentirme acompañada era algo que perduraría para siempre. Ya no más lágrimas en las noches, ya no más abrazar solo a la almohada. Tal vez podía encontrar contención en él y en su dudosa anatomía.

Este amigo te ayudará a que la estadía en este feo lugar no sea tan pesada.

— No me gusta estar aquí...— dije cabizbaja, mirando las frías paredes— Es muy solitario.

Sentí una opresión en el pecho al decir eso último. Sabía que ya no estaba sola, que lo tenía a él, pero aún así ese pensamiento no se iba. Porque podía tener a quien fuera a mi lado, pero todavía seguía encerrada. No podía ver la luz del sol, sentir la cálida brisa golpear mi rostro. No podía ver el verde del césped, o sentir el olor a tierra húmeda cuando llovía. El canto de los pájaros no llegaba hasta ese lugar, o algún sonido externo que me dijera que aún había vida allí afuera.

Abandono. Soledad. Silencio. Oscuridad. Tristeza.

Eso, entre otras cosas, era lo que me diferenciaba de los demás. Ellos podían tener lo que quisieran, podían estar con otros y tener amigos, podían hacer todo lo que deseaban. En cambio, yo no. No tenía nada... no tenía a nadie.

Y por un instante dejé que todo me consumiera hasta el punto de huir de ello.

Tienes razón, es un feo lugar para alguien como tú.

— ¿Sabes por qué estoy aquí?— él asintió levemente— ¿Podrías contarme? Es que no lo recuerdo.

¿Estás segura que quieres recordar?

— Sí.— le aseguré.

Te arrebataron a alguien especial para ti... un pequeño ser tan adorable que no tenía la culpa de nada.— me informó con una pizca de lastima y pesar.

— ¿Qué? ¿De quién hablas?— sentí como mi corazón latió fuerte y mis ojos se cristalizaron sin razón aparente.

Es algo doloroso que te hará mucho daño, Alejandra. Mejor no hablemos de ello.— aconsejó.

¿Cómo no hablar de la razón por la cual estaba en ese lugar? ¿Cómo no esperar a que me terminara de contar quien era esa personita especial que perdí?

Necesitaba respuestas, no podía quedarme con la duda de cómo era mi vida antes de llegar. No podía obligar a que mis ojos no quisieran llorar, no podía omitir el hecho de sentí que todo lo bueno en mí ya no existía. No podía evitar sentir que pude haber hecho algo para que ese suceso no pasara. No lo recordaba, pero había algo en el aire que me decía que yo estuve presente ese momento y que pude salvar a esa persona sin tan solo no hubiese sido ignorante.

Respecto a este feo lugar, podemos cambiar eso.— aseguró, segundos después.

— ¿Cómo?— pregunté un poco emocionada, dejando a un lado el tema anterior.

Si él tenía la solución para que ese sitio dejara de entristecerme y asustarme, entonces yo aceptaría lo que dijera. No importaba que no lo conociera realmente, seguiría al pie de la letra sus instrucciones.

Estaba segura que él solo quería ayudarme con mi situación.

Imaginando.— su idea me pareció absurda— Crea una nueva vida para ti y verás que todo cambia.

¿Eso era posible? ¿El cerebro humano tenía tanto poder como para quitarte de un horrendo espacio y trasladarte a otro más bonito?

¿Seria como las tantas veces que nos imaginábamos en otro lado, con las personas que queríamos? Si era así, entonces sería como cumplir un sueño. Como cuando cerrábamos los ojos y pensábamos en alguien o algo inalcanzable; una ciudad, una persona famosa, una existencia agradable... una mejor calidad de vida. Pero esa vez, al abrir los ojos, todo sería real. No tendría límite de tiempo, tampoco debería seguir las órdenes de gente que no conocía.

Sería libre y eso me gustó.

Sí, quizá mi nuevo amigo tenía razón y podría estar mejor si solo le daba permiso a la imaginación. Pero, ¿Y si después volvía a estar encerrada? ¿Y si solo duraba unos días? ¿Y si realmente no funcionaba como él decía?

No, la silueta no permitiría algo así. A pesar de que lo había visto hacia poco, confiaba en él y creía que solo quería mi bienestar. Y si eso no sucedía, si todo volvía a ser como antes, pensaría qué hacer en aquel momento, después de todo había tiempo. Pero de lo que sí estaba segura era que si esa vida deseada me gustaba, entonces buscaría la forma de regresar a ella.

Porque nadie me iba a prohibir de mi libertad, esa vez daría pelea para que no lo lograsen.

— ¿Se puede hacer algo así?— indagué, aún con dudas.

Claro que sí. Tu mente es brillante, sé que podrás pensar en un mundo mejor.

— Está bien, lo haré.

Descríbeme tu vida ideal.— pidió.

— Quiero tener una bonita casa de dos pisos, que sea de color blanco. Quiero ser feliz y tener otro amigo aparte de ti...— le sonreí. Me gustaba tener amigos.

La sensación de melancolía se iba si ellos estaban presentes. Me sentía querida cuando estaba con gente, sentía que lo malo ya no existía. Como cuando estabas con alguien que admirabas y apreciabas mucho, notabas como la alegría se apoderaba de ti. Como una tonta sonrisa se posaba en tus labios, como tu corazón bombeaba de felicidad. Te sentías vivo y que nada podría contigo, por el simple hecho de que no estabas solo.

¿Solo eso?— asentí con la cabeza— ¿Qué hay sobre tener un trabajo?

— Oh, sí. Lo olvidé...— tomé unos segundos para pensar— Quiero ser psicóloga y trabajar en un lugar como este.

A decir verdad, no había mucho que pensar. Si hubiera sabido que me gustaba todo lo relacionado a la psicología hubiese estudiado esa carrera en la universidad. Mantenía ese pensamiento aun cuando ni siquiera sabía si era alguien con un título bajo el brazo.

¿Estás segura? ¿Quieres ser como los que te prohíben de tu libertad?— preguntó confundido.

¿Realmente lo quería? Sí.

No sabía por qué, pero necesitaba entender su profesión. Quería conocer lo que ellos sentían cada vez que tenían un paciente nuevo... pedía ser la persona que los mantenía encerrados, no ser alguien que ni siquiera recordaba cómo había llegado a un psiquiátrico.

Porque sí, como ya era obvio, lo había olvidado.

Lo único que tenía en mi cabeza eran los rostros del doctor Ed y del dueño del edificio, Léonard. No era consciente de nada más, las caras y nombres de las demás personas no eran conocidos para mí. Esa fue otra razón por la cual quise huir de allí, quise borrar esa sensación de confusión. Quise escapar de mi anterior vida y tener una mejor sin dificultades.

— Sí, eso quiero.— le aseguré.— Me gusta mucho lo que el doctor Ed hace cuando es hora de las sesiones.

De acuerdo, ¿Estás lista?

— Alejandra está lista, pero ¿Qué hay de ti?

Yo no puedo ir.— eso me dolió en el alma, no quería abandonarlo— Pero te estaré esperando... y si no vuelves, entonces iré por ti.

Asentí con la cabeza, estando de acuerdo con él.

Eso, en ese momento, me pareció justo. Al fin y al cabo, aquella silueta había aparecido de la nada y sabía que no podía irse de ese lugar. Porque, si podía viajar a cualquier lado, entonces ¿Por qué eligió una habitación diminuta y helada? Sobre todo, ¿Por qué estar en un psiquiátrico cuando podía estar en un lugar mejor?

Pensé que su presencia a mi lado me ayudaría, creí que supo lo mal que estaba y que decidió estar allí conmigo para que yo no me derrumbara. Que sería mi apoyo en mis peores momentos.

¿Alejandra?— me llamó cuando no respondí.—¿Estás bien?

— Sí... ¿Qué tengo que hacer para ir a esa vida?

Solo recuéstate en la cama, y cierra los ojos.

Sin dudarlo, hice lo que me dijo. Volví a caminar hasta la cama, y me acosté en ella. Cerré los ojos y respiré lentamente.

Estaba ansiosa y nerviosa, quería ver que tan ciertas eran sus palabras. Dijo que mi mente era brillante, bien quería comprobar si decía la verdad y que tan real que podrían sentir todo lo imaginario.

Le daría a mi mente el poder de controlar mi vida.

— ¿Y ahora?

Imagina esa vida deseada y pronto estarás ahí.

Tomé sus palabras como si fueran unas escrituras sagradas. Me imaginé aquella casa, me imaginé al doctor Ed como mi mejor amigo y compañero de vivienda. Léonard seguía siendo el dueño de psiquiátrico, pero era bueno conmigo y me admiraba. Visualicé a personas que me trataban con respecto porque yo era su psicóloga, vi sonrisas y oí agradecimientos. Observé mi título en una pared y fotografías junto a mi nuevo amigo, pude manejar un automóvil y se sintió tan verdadero que pisé el acelerador solo para seguir permitiendo el aire golpeara mi rostro con fuerza. Grité, baile, lloré de emoción. Hice tantas cosas en tan poco tiempo que, al llegar la noche dentro de aquella vida, no tuve impedimento para poder descansar como hacia mucho que no lo hacía.

Incluso, al día siguiente, imaginé que un pequeño perrito iba a visitarnos y, aunque no me gustaran las mascotas, creí que sería bonito tener una bola de pelos cerca.

Y así fue como comenzó a suceder...

Cuando todo lo que pensé se hizo realidad, sonreí como si se tratase de una niña recibiendo un dulce.

Vi mi cuerpo caminando por los pasillos del psiquiátrico, Léonard venía conmigo contándome sobre los nuevos pacientes que habían ingresado. Su postura era alegre y confiada, hablaba con tanta admiración de su profesión que me sentí bien a su lado.

Uno de mis días se volvió negro cuando me vi atendiendo a una mujer que había perdido a su hija, tanto fue su dolor que llegó al punto de trastornarse y fue internada allí. Dolió oírla hablar de su historia. Pude sentir cuando una lágrima corrió por mi mejilla, pude sentir la opresión en el pecho cuando imagine su trágica situación. Incluso, pude ver a una pequeña niña riendo antes de que su vida fuera arrebatada.

Pero todo ese sufrimiento cambió cuando vi esa casa blanca, y observé como Eddie salía a mi encuentro para sonreírme y envolverme entre sus brazos. Sí, porque allí dentro, no era el doctor Ed.

Pude oír los ladridos de un cachorro y supuse que mi mente había creado todo lo que pensé. Y le agradecí a mi imaginación por el magnífico trabajo que había hecho, porque todo se había sentido tan real.

Era feliz estando allí. Pero aún así, no pude evitar hacerme una interrogante:

Me preguntaba si podría permanecer eternamente en esa nueva vida, era todo tan grandioso que no deseaba soltarlo jamás. Me importaba muy poco lo que sucedería conmigo fuera de esa alucinación, ya quería volver. Ni siquiera me sentía mal por dejar a la silueta de lado, no me acordaba de sus palabras, tampoco le di demasiado interés como para estar pensando en ello.

Pero tarde me di cuenta que esa oscura entidad y su loca idea no fue lo mejor para mí. Y, lo que creí salvación, se volvió perdición.


___________

Solo tengo tres cosas para decir:

1: A lo mejor los pensamientos de Alejandra sean un poco mucho contradictorios y lo hice así ya que imagino que así de enredada debe de tener la mente una persona que pasa por una situación como esa.

2: Con este capítulo sabemos que la silueta no siempre dijo la verdad...

3: Pido perdón por las posibles faltas de ortografía.


Nos vemos 💋

GAM.

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