15: En la boca del lobo.
VÍKTOR.
El transcurso del camino al psiquiátrico fue en completo silencio, las líneas que marcaban los bordes de las calles pasaban una detrás de la otra casi mareándome. El sol comenzó a brillar y su luz entraba a raudales por el parabrisas interfiriendo en mi visión, mis manos se mantenían sobre el volante tan fuertemente que mis nudillos estaban blancos. La brisa soplaba constantemente fuera de mi automóvil pero, dentro se él, solo único que reinaba era el silencio... no tenía con quién hablar, iba solo en mi carro y, en cierta forma, agredía ese hecho.
Era lo mejor, no quería abrir mi boca ni por nada en el mundo. Sentía una opresión en el pecho que no me dejaría ni siquiera omitir palabra alguna y supuse que, al volver a usar mi voz, el tono sería ronco y casi inaudible.
Miré por el espejo retrovisor y pude divisar el coche de Ed que iba a dos lugares detrás de mí.
Luego de haberlo decidido, él llamó a la ambulancia que trasladaría a Alejandra. Habían tardado aproximadamente media hora en llegar al parque, tiempo que aprovechamos para tranquilizarnos y tratar de ponernos de acuerdo en cómo serían las cosas y cómo las contaríamos. Principalmente, diríamos que Ed había recibido un correo contando la situación sobre la supuesta paciente Cabrera, que ya no podían seguir tratándola y que necesitaban ayuda del personal del mejor psiquiátrico de Londres. Por supuesto que con solo alagar un poco al edificio, Léonard aceptaría gustoso. El bastardo solo quería reputación, entre mejor hablaran de él y su lugar de trabajo más popularidad tendría.
En la vida, el más reconocido era quien parecía ganar lo mejor... pero muchas veces, el ser conocido era su peor tortura.
Porque sí, debía ser muy bonito estar en la boca de todos, en la cima del mundo, pero no cuando había personas que no aceptaban tu triunfo. No cuando eran envidiosas y detestaban que los demás se superasen. Pero sobre todo, no debería ser bonito tener enemigos, ya fuera porque te los buscaras o simplemente aparecieran de la nada.
Y allí estaba Léonard, a punto de conocer a mi esposa... a punto de meterse con la persona equivocada.
Ya sabían la historia, no sería necesario repetirla, ¿Verdad? También conocían los rumores sobre el poderosísimo señor Ferrer y su manera poco ética de tratar a sus inquilinas.
En fin, a medida que nos acercábamos al psiquiátrico, más nervioso me ponía. Mis manos sudaban, causando que las pase constantemente sobre la tela de mis vaqueros. Mis respiración comenzaba a acelerarse, al igual que el latido de mi corazón. Mi mente pensaba demasiado y la interrogante de si estaba haciendo lo correcto aparecía a cada medio segundo, aumentando mi ansiedad.
Miraba hacia atrás de vez en cuando tratando de centrarme en que Ed estaba a pocos metros de distancia. Él estaba cuidándome la espalda y no tenía de qué preocuparme. Pero, aunque no quisiera, era inevitable no presentir que algo malo sucedería. Porque sí, se podía sentir en el aire que parecía más denso e imposible de respirar, tuve que abrir una de las ventanillas para que la brisa fría de fuera entrara y cubriera todo lo negativo que me rodeaba.
Mis ojos se clavaron en el vehículo de adelante... la ambulancia iba frente a mí y en ella estaba mi todo.
Maldición.
Había sido tan difícil haber sacado a Alejandra de mi coche y volverla a dejar en la banca del parque, para que los cuatro enfermeros no sospecharan nada. Cuando llegaron les habíamos dicho que los responsables del cuidado de ella habían tenido problemas y tuvieron que irse de inmediato, dejándola allí sin nadie más que nosotros. Mentira tras mentira fue lo que salió de nuestras bocas, pero ellos se las tragaron sin dudar ni preguntar.
Ver como despertó asustada y confundida me deprimió, sus ojos estaban perdidos y brillosos. Observó cada lugar y a cada uno de nosotros tratando de encontrar respuestas a las interrogantes que seguramente tenía en su cabeza. Pero no dijo nada, simplemente se dejó llevar hasta la parte trasera y se recortó sobre la canilla antes de que uno de esos hombres cerrada la puerta para emprender el viaje.
Parecía tan sumisa... tan vulnerable.
Las grandes luces traseras de la ambulancia dejaron ver un intenso color rojo, indicándome que debía de bajar la velocidad. Habíamos llegado, el principio de todo estaba a punto de comenzar. Estaba a minutos de dejar a mi esposa encerrada en un maldito lugar carente de color y libertad. Me sentía tan deplorable que por un instante quise retractarme y dejar esa estúpida idea a un lado. Quise salir rápidamente de mi coche, abrir la puerta trasera de aquella camioneta y sacar lo más pronto posible a mi esposa e irnos lejos.
Desaparecer nunca me pareció tan razonable, no hasta ese momento al menos.
Pero ya no había vuelta atrás, ya habíamos iniciado todo. Lo echaría a perder si me negaba, perdería más de lo que ya me habían quitado. Sin mencionar que metería en líos a Ed, sabía que si desaparecía con su nueva «paciente» él estaría presionado por Léonard hasta que dijera todo. Aunque en nuestro trabajo hiciéramos como si fuésemos desconocidos, comprendía que nuestro jefe buscaría respuesta hasta debajo de las piedras.
Debíamos de recordar que, para los demás, nosotros solo éramos compañeros de trabajo. No teníamos una amistad fuera de allí, y solo hablábamos cuando era necesario. Simples mentiras que todo el mundo se creyó.
Unos golpes en mi ventanilla hicieron que saliera de mi ensimismamiento, elevé mi vista y pude ver a mi hermano sonriendo. Sabía que su papel de compañero molesto e irritante con una alegría que mostrar había comenzado.
Bien, hora del show.
Bajé de mi coche sin ganas de nada. Me crucé de brazos y lo miré con las cejas arqueadas.
— Relájate, ¿De acuerdo? Ya estamos aquí y todo saldrá bien.— trató de tranquilizarme.
Quise contestarle, y también quise creerle, pero no pude.
Y no sabía si era por todo lo que había pasado o por lo que pronto sucedería. Quizá la situación de la noche anterior aún me tenía shockeado, quizá había sido tanto que no podía evitar presentir que lo malo recién comenzaba. Porque, por más que la internáramos en un psiquiátrico, eso no nos aseguraba que su mente volvería a la normalidad. Muchas veces, la demencia era tan fuerte que no te quería soltar.
En ocasiones, el remedio no era suficiente... no ayudaba en algunos casos.
Estaba tan dentro de la desesperación que no fui capaz de ver la realidad. Si de alguna manera me hubieran advertido que el encierro no arreglaría las cosas, jamás lo hubiese hecho.
— ¿Qué pasará cuando recuerde que tuvo una hija?— le pregunté algo que me veía carcomiendo la cabeza durante todo el trayecto.
— No pensé en eso...— confesó, haciendo una mueca nerviosa— Pero no te preocupes, seré su psicólogo de cabecera. En cuanto lo recuerde y me lo diga, hablaré con Léonard.
— Y eso ¿Qué solucionaría?
— Le diré que me comuniqué con los que la trataron antes y que ellos no lo sabían. Sería como decir que Alejandra se está recuperando poco a poco, aseguraría que su estadía en el psiquiátrico se alargara un tiempo más.
Sabía de lo que hablaba.
Para Léonard, los pacientes que no mostraban mejoras ocupaban espacio valioso dentro del edificio. Por lo tanto y sin más, los transfería a otros lugares para que otras personas se encargaran de hallar esas mejorías que con nosotros no tenían. Así como supuestamente habían hecho los que antes cuidaban de mi mujer, él también lo haría pero esa vez sería en serio y no habría manera de poder evitarlo con otra falsificación o mentiras dichas al azar.
La paciente Cabrera tendría que manifestar alguna clase de progreso si no quería meternos en problemas a todos.
— Ya llegó Léonard...— comunicó, viendo como el coche de nuestro jefe era estacionado— Déjame hablar primero.
— Es tu paciente no la mía, compañero.— dije, alejándome un poco de él.
Actuación de desconocidos: activada.
Y aunque me molestara, tenía que hacerlo. Habíamos pasado tantos años con esa mentira, que tratar de cambiarla se nos sería imposible. Éramos como unas máquinas con un botón rojo que decía: «oprimir en caso de querer olvidar», y cuando llegábamos a estar frente al edificio, momentáneamente ése botón era apretado. Pero no nos olvidábamos de nada, simplemente hacíamos como si eso sucedía.
Jamás podría olvidar a mi compinche de aventuras... no olvidaría al escudo humano que me acompañaba en cada batalla.
Esperé hasta que Léonard quedó frente a mí, y lo saludé con un apretón de mano.
— Vaya, te ves fatal.— aseguró algo demasiado notable.
No había dormido en toda la noche, ¿Qué esperaba? ¿Que sonriera radiantemente como si mi vida fuera perfecta? ¿Que tuviera una cara bonita como los bebés?
Jodido idiota. Como si él tuviera el rostro más hermoso del planeta... si alguno de ellos fuera uno parecido a la defecación de un perro, entonces Léonard ganaría porque su cara demacrada por la edad y las diversas arrugas que la inundaban —por las tantas muecas que hacía— no dejaban mucho que desear.
— Tuve mala noche.— musité, sin querer darle explicaciones.
— Buenos días.— saludó Ed, aliviando el momento.
— Buenos dí... ¿También tuviste una mala noche?— le preguntó, al notar la pequeñas bolsas bajo sus ojos.
— Mmh, algo así. Estaba tan emocionado por un nuevo caso, que casi no pude dormir.— mintió mirándome de reojo.
— ¿Nuevo caso?— indagó, interesado— ¿A eso venía tu llamada?
— Sí, de hecho aquí tengo la información.— le dijo, entregándole el sobre que hacia unas horas me había mostrado— Su nombre es Alejandra Cabrera, sufre de trastorno delirante.
— ¿En qué cuadro de la enfermedad se encuentra?
— No es tan grave, por suerte. Además...
— Si no es tanto, entonces ¿Por qué no la derivaron a otro psiquiátrico?
Maldito. ¿Por qué tanto problema en tratar a mi esposa? Para eso le pagaban, idiota.
La sonrisa de Ed se ensanchó, era tiempo de endulzar el oído de nuestro jefe.
— Me enviaron un correo pidiendo ayuda y...
— Eso no me importa.— lo interrumpió con frustración.
— Dijeron que no había mejor lugar que no fuera su psiquiátrico.— concluyó, haciendo caer a Léonard en la mentira.— Conocen su buen trabajo y lo excelente que es usted y sus empleados.
Su rostro se iluminó de tal forma que, si no tuviera tantos años encima, estaba seguro que hubiese saltado de alegría.
— De acuerdo... pero serás tú quien se encargue de ella.— sentenció y Ed asintió contento cuando le volvió a entregar el sobre— Si eso era todo, será mejor que la lleves al primer piso de inmediato.
— Sí, sobre eso.— hizo tiempo y tomó una bocanada de aire— Alejandra irá al segundo nivel.
— Pero si dijiste que no es tan grave y...
— Sé lo que dije pero hay algo que aún no le comento.— le cortó.
— ¿Y eso es?— indagó con la ceja alzada.
— Como está descripto en los papeles, la paciente perdió a su hija recientemente e intentó hacer justicia por mano propia.
¿En serio le estaba por hablar sobre la muerte de Andrew? ¿Es que no sabía que si mencionaba que era una homicida la enviarían al nivel tres, lejos de nosotros?
— ¿Qué quieres decir con que lo intentó?
— Por suerte no logró su cometido pero sí hirió al culpable de la pérdida— medio mintió y le agradecí que no contara toda la verdad.
— Está bien, está bien.— Leonard llevó ambas de sus manos para peinar su cabello canoso— ¿Dónde está ella?
— En la ambulancia.— contestó Ed, acercándose al vehículo— ¡Chicos! ¡¿Podrían bajar con la paciente?!— gritó para que pudieran escucharlo. A los pocos segundos vimos como las puertas se abrían y mi esposa salía con ayuda de los enfermeros que tomaban ambos de sus brazos y le indicaban que había dos escalones antes de llegar a pisar el suelo rocoso.
Y, jodidamente, odié lo que vi a continuación.
Los ojos de Léonard se abrieron por completo, y contemplaron la anatomía de ella sin contención alguna. Por supuesto, Alejandra tenía un cuerpo envidiable y único. Era hermosa por donde la vieras, su cutis blanco y perfecto hacía un contraste con su oscuro cabello, algo inevitable de apreciar; sus ojos negros acompañados por esas trabajadas y naturalmente delineadas cejas, sus pomposos labios que aumentaban en tamaño al formar pucheros, sus lindas mejillas sin ninguna imperfección. Y mejor ni hablaba de su figura que era magnífica, con esas curvas que me habían vuelto loco años atrás, y que, aunque pasara el tiempo, aún seguían teniendo el mismo efecto en mí.
Mi esposa era la mujer más bonita y maravillosa que había conocido en mi vida. Sin intenciones de ocultarlo, ella era Afrodita.
Pero, el ver como mi jefe la comía, literalmente, con la mirada era algo que no podría soportar. Observar como se relamía los labios mientras que la ojeaba de pie a cabeza una vez más me causaba repulsión y ganas de matarlo a golpes.
Sin querer aceptarlo realmente, la había dejado en la boca del lobo.
— Alejandra ¿Verdad?— le preguntó con una sonrisa morbosa.
— Sí... ¿Quién es usted?
— Mucho gusto, soy Léonard, el dueño del psiquiátrico.
La mirada de mi esposa recayó en el edificio que se encontraba en frente, la vista no fue de su agrado y eso lo mostró con un mohín de disgusto. Ese pequeño gesto, y a pesar de la situación en la que estábamos viviendo, causó que yo sonriera.
Dios, estaba poniendo al amor de mi vida en una maldita jaula.
— ¿Qué hago aquí?— indagó.
— Serás nuestra nueva inquilina.— dijo nuestro jefe, sonriendo— Trataremos tu trastorno... te ayudaremos a sanar.— aseguró, sin notar el cambio que ella tuvo.
Sus pupilas se dilataron, pude ver como su pecho comenzó a moverse más rápidamente. De inmediato negó con su cabeza sin cesar, sabía que no lo aceptaría tan fácilmente.
— No, no me pueden encerrar.— dijo, su voz mostraba lo asustada que estaba.
— Tranquila, es por tu bien.
— ¡No! ¡No permitiré que lo hagan!— vociferó, y trató de zafarse de los enfermeros. Solo pudo correr unos metros antes de ser atrapada por ellos.— ¡No! ¡Suéltenme!— volvió a gritar.
Me dolía tanto verla de esa forma, y no poder hacer nada con tal de evitarle tal momento desagradable. Mi pecho ardía al no poder acercarme, abrazarla y decirle que todo estaba bien. No poder tomar su manos y llevarla muy lejos de allí y prometerle que jamás la dejaría.
— ¡Se arrepentirán de lo que están haciendo!— advirtió segundos después, y juro que sentí miedo.
Quise moverme hasta donde ella se encontraba pero una mano en mi brazo me lo impidió.
— No hagas ninguna tontería.— aconsejó Ed en su susurro.
— Pero...
— Ya hablamos de esto.— me interrumpió.
— Hay que sedarla.— dijo Léonard llamando mi atención.
Uno de los enfermeros asintió con la cabeza, y volvió a subir a la parte trasera de la ambulancia. Cuando salió de allí, lo hizo con una jeringa en una mano y pequeño frasco con un líquido dentro en la otra. Colocó la medida justa dentro de ella, y se la entregó a mi jefe. Caminamos hasta donde se encontraban los otros hombres, reteniendo a mi esposa que trataba de huir por segunda vez.
Sus ojos se cruzaron con los míos, y pude jurar que vi suplica en ellos. Solo con su mirada me pedía a gritos que la salvara. Aunque ella seguía sin reconocerme, podía ver que aún seguía buscando ese resguardo que yo siempre le daba.
Porque, por más que nuestra mente olvide, nuestro corazón nunca lo hace.
— Verflucht...*— dijo en voz baja, causando que solo yo pudiera irla.
Odié con todo mi ser no poder protegerla en ese momento, no poder darle lo que su mirar me rogaba. No poder envolverla en mis brazos y darle el calor y cariño que su cuerpo necesitaba. Pero lo que más odié fue ver como con brusquedad le inyectaban el tranquilízate, su mueca de dolor se grabó en mi retina para siempre.
No podría olvidar lo doloroso que fue ver como cerraba sus bonitos ojos y poco a poco su cuerpo se relajaba... me hirió el comprender que mi esposa se alejaba más de mí.
Porque no me di cuenta que encerrarla en ese lugar provocaría que su trastorno empeorara y que una nueva enfermedad apareciera en su mente.
***
Una vez más me encontraba en la oficina de la estación de policía esperando a que los oficiales se tomaran la molestia de hablar conmigo... o mejor dicho que se dignaran a aparecer y dejar de hacerme perder tanto el tiempo que podría utilizarlo para saber cómo se había establecido Ale en el psiquiátrico y cuál había sido su actitud al despertar.
Las paredes azules me saludaban, como aquel día en el que estuve con mi esposa en ese mismo lugar cerrado y pequeño.
Había pasado una hora desde lo sucedido con ella, y aún podía oír sus gritos. Me sentía culpable por todo lo que le había sucedido, entendía que si yo hubiera puesto más atención en su comportamiento, quizá hubiese evitado toda esa situación. Pero fui tan imbécil que creí que todo estaba bien, que solo era una etapa por la muerte de nuestra hija. Pensé que solo era un tiempo de luto que ella se daba para soltar, para despedirse y volver a su vida normal.
Fue inevitable el hecho de que en vez de soltar, se aferró más. Y si soltó algo, sin duda alguna, eso era la cordura.
Pero aún así y hasta ese entonces, estaba firme a la idea de que había hecho bien llevándola a ese lugar. Estaría reguardada y protegida, con seguridad suficiente como para no cometer otro error como el que había cometido horas atrás en la casa de Andrew.
Y sí, me equivoqué.
Otra vez tenía los ojos vendados y no pude ver la realidad... tarde comprendí que la palabra «esposo» me quedaba demasiado grande y que traía mucha responsabilidad. Porque no pude cuidarla, no me compadecí de su dolor y la perdí. Y en ese momento, volví a fallar como marido. La había enviado a un lugar solitario donde nadie podría ayudarla realmente.
Sabía que el no tenerla a mi lado sería una complicación para mí, estaba tan acostumbrado a sus caricias que ya no tener nada de eso sería como un martirio, aunque ya me había dado una lección durante esos últimos cuatros días donde ni siquiera me había regalado ni una sola mirada, no se comparaba con pasar horas y horas sin saber nada de ella ni tenerla conmigo. Había sido una larga semana que todavía no terminaba.
Pero, así como había hecho antes —cuando no me di cuenta de su situación y preferí centrarme en mi profesión— también lo haría durante el período en que tardara en resolverse ese asunto. Me aferraría más a mi trabajo, tendría días agitados con la agenda llena de cosas para hacer. Mantendría mi mente ocupada para no pensarla y así no lamentarme constantemente.
Una mente ocupada, no echaba de menos a nada... o eso decían.
Pero, pese a que idealizara un ritmo para seguir, sabía que no podría olvidarla, por supuesto que no. Porque, por más que quisiera, ella iba a estar presente en cada segundo de mi día, ya fuera recordándola o viendo nuestras fotografías juntos en nuestra casa. Dios, que vacío y frío se volvería ese lugar sin ella, el nombre «hogar» dejaría de existir hasta que Alejandra regresara a mi lado.
— Señor Heber, que gusto volver a verlo.— dijeron, quitándome de mis pensamientos.
El hombre de días antes, el oficial Carter, vestido con el traje de policía apareció frente a mí con su mano extendida.
¿Hacia cuánto que estaba allí? No tenía ni idea, estaba tan dentro de mi mente que no me di cuenta del transcurso del tiempo. Y es que, ¿Cómo podría ser consciente de lo que sucedía a mi alrededor si acababa de mandar al matadero, por así decirlo, a mi mujer? No tenía cabeza para nada más que no fuera tratar de hallar una solución al problema lo más pronto posible.
— Lo mismo digo.— mentí, estrechando nuestras manos.
Para mí, jamás sería un gusto volver a ver a los malditos hijos de puta que no hicieron nada para evitar lo sucedido. Si ellos hubieran puesto de su parte, si tan solo la justicia fuera justa, yo no tendría que pasar por lo que estaba pasando. Si hubiesen hecho su trabajo, Alejandra no tendría que cargar con la muerte de una persona y continuaríamos siendo felices. O al menos intentándolo.
— Necesito hacerle algunas preguntas.— comunicó. Lo miré por un instante mientras que asentía con la cabeza, otra opción no tenía.
Cuando la ley llamaba había que atender, a que ella hiciera lo mismo cuando nosotros pedíamos su ayuda, era un caso muy diferente.
— ¿En qué lo puedo ayudar, oficial?
Ni siquiera debía de preguntar porque era algo obvio, pero quise entrar en papel de alguien ignorante que no sabía de absolutamente nada solo para quedar bien y que no siguiera viéndome como alguien sospechoso que ya tenía una idea exacta de a qué se debía su llamada.
— Hace unas pocas hora tuvimos una emergencia.— comenzó. Bien, estaba en problemas— La casa del causante de la muerte de su hija, Amara...
— ¿Qué hay con eso?
— Fue incendiada a las altas horas de la madrugada.— terminó, clavando sus ojos en mí y detallando a la perfección mi reacción.
— No puede ser.— me hice el sorprendido y tapé mi boca con mis manos. De acuerdo, estar casado con una actriz me estaba funcionado. Ya era un experto fingiendo.
— Y no solo eso, sino que el señor Andrew Waller estaba dentro cuando todo sucedió.— aclaró— A esta hora los restos del cuerpo se encuentran en la morgue.
— Esto es una locura...— murmuré, observándolo de reojo y viendo como asentía.
La verdad era que me asombraba la hipocresía que había en mí, tendría que estar pidiéndole perdón y rogándole al cielo para que no me enviarán al infierno, pero no. Allí estaba yo, sin una pisca de resentimiento por lo que había hecho mi mujer y mintiéndole en la cara a la propia justicia. Y sí, tal vez hubiera podido evitar todo eso pero no logré hacerlo, por lo tanto no era mi culpa que ese pobre hombre terminara calcinado en su casa.
Si me preguntan algo... yo no soy, es Alejandra.
— Es una tragedia.— susurró Carter.
— Sí, pero.— aclaré mi garganta— ¿Es por esto que me llamó? ¿Quería mantenerme al tanto sobre lo que le sucedía a Waller?
— Lo cierto es que no creí que lo volvería a ver,— se sinceró— Pero lo acontecido recientemente fue algo inesperado y, no lo sé, quizá...
— ¿Qué tiene que ver eso conmigo?— indagué, interrumpiéndolo.
— Bueno, pues... ya sabe lo sucedido con su hija.
— ¿Qué trata de decir?— fruncí el ceño— ¿Acaso me está culpando de algo?
— N-no, es solo que...— rascó su nuca con nerviosismo— El comportamiento de su esposa, Alejandra, aquel día no fue normal, parecía fuera de sí.
Sí, tenía razón. Aquel día mi mujer había perdido a su hija y a la vez perdió todo razonamiento en su cabeza. Gritaba, lloraba y a los pocos segundos estaba inmóvil, sin habla mirando un punto fijo en alguna de las paredes del departamento de policía. Parecía perdida, como si tratara de huir del dolor que el recuerdo le provocaba. Algo normal después de ver como tu hija moría frente a ti, y no podías hacer nada para evitarlo.
Yo también estaba destrozado, solo que no lo demostré. Quería golpear a todo el mundo, romper cada cosa que se me cruzara en frente, sin embargo, no hice nada de eso. Solo me limité a abrazar a mi esposa, tratando de contenerla, y escuchar las palabras que los oficiales decían. Asentía con la cabeza a cada una de ellas, aun cuando no entendía ni la mitad de lo que salía de sus bocas. Fue como si me estuviesen hablando en otro idioma y era imposible responder.
Estaba tan dolido y roto, que por un momento tuve que pedir permiso para ir al sanitario a mojarme el rostro. Cuando hice eso y pude verme al espejo, vi lo mal que estaba. Mis ojos picaron y no pude evitar llorar mientras que mi reflejo mostraba lo patético y vulnerable que era.
Me había afectado de tal modo que, en ese entonces, no pude reconocerme.
— ¿Señor Heber?— dijo Carter, quitándome de mi ensimismamiento.
Volví a ser yo cuando comprendí sus palabras. Estaba sospechando de Alejandra y eso era algo que no iba a permitir.
Sí, ella lo había hecho, pero nadie tenía por qué enterarse.
— ¿Ahora duda de mi esposa?— indagué con fastidio.
— Bueno, yo...
— Escúcheme bien, oficial.— lo corté, sin querer escuchar nada de lo que dijera— Tanto ella como yo hemos pasado por algo horrible que no se lo deseamos a nadie. Perdimos a nuestra única hija, fue devastador y aún tratamos de superarlo, aunque sé que es imposible.— confesé, tragando el nudo que comenzaba a armarse en mi garganta— El hecho de que usted venga a buscarme a mí y así poder culpar a mi esposa sin pruebas, es algo que no voy a permitir.
— No la estoy culpando, señor.— trató de contradecirme.
— ¿Ah, no? Decir que el comportamiento de Alejandra no fue normal luego de venir con la noticia de que, lamentablemente, el conductor falleció. Eso, ¿No significa que la esté culpando?
— Perdóneme, debí de decirlo en otras palabras.
— De todas formas sería lo mismo, la está culpando.— aseguré, rodando los ojos.
¿Así de ineptos eran en la policía? En vez de ir a cierto lugar sin una base, deberían de tomarse su maldito tiempo para pensar bien lo que tenían que decir. Tal vez escribirlo en una hoja les resultaría más fácil y práctico.
— Solo contésteme una pregunta.— habló, queriendo evitar el problema que causó— ¿Dónde se encuentra su esposa en estos momentos?
Diablos. ¿Qué tenía que contestar en una situación como esa?
No podía decirle que no lo sabía, tampoco podía decirle que se encontraba en casa porque sabía que él iría hasta allí para hablar con ella.
Piensa, Víktor, piensa.
Todo mi plan estaba hecho, pero en ningún instante me detuve a pensar en la policía y en el caso que había desde el fallecimiento de Amara. Tampoco creí que vendrían por nosotros tan rápidamente, pensé que tardarían una semana al menos.
Mierda, quizá si cometimos una equivocación al tratar de encubrir los pasos de Alejandra.
— Ella...— me tomé unos segundos antes de continuar— Está con su familia, fuera de la ciudad.— mentí, era un completo mentiroso— Le afectó tanto que necesitó contención familiar.
Y detesté meter a los padres de mi mujer en eso. Indirectamente me estaban ayudando, sin saberlo y sin quererlo. Y, después de ser repudiado por ellos desde se supieron de mi existencia y mi relación con su hija, lo que menos quería era tener que nombrarlos y dejarlos como unos buenos progenitores que se preocupaban por el bienestar de su hija cuando lo que menos hicieron durante tantos años fue eso.
— ¿Por qué no fue con ella?
— Si sabe lo que se necesita para vivir, ¿Verdad?— le pregunté, con frustración— No puedo irme, tengo cuentas que pagar.
Era otra mentira. Estaba al día con todo lo que tuviera que ver con el dinero. La casa era nuestra, y los servicios eran mensualmente pagados sin atrasos.
Y si eso no fuera así, si ese invento fuera verdad, tampoco podría irme. Tenía que atender y cuidar a las personas que estaban en el psiquiátrico. Y más en ese entonces que Alejandra acababa de ingresar en la lista de pacientes.
— De acuerdo.— asintió con su cabeza, dudando un poco— En cuanto su esposa regrese de su viaje, por favor, que se comunique con nosotros.
— Se lo diré, gracias por su tiempo.— sin perder el tiempo, me puse de pie dándole a entender que era una despedida.
— Hasta luego, señor Heber.— él copió mi acto rápidamente.
Volvimos a estrechar nuestras manos antes de que se fuera, y otra vez pude ver inconformidad en su mirar. Sabía que mi respuesta no era la mejor de todas, entendía que estábamos bajo de la lupa y más después de decir que Alejandra no estaba allí.
Tenía que buscar algún otro engaño para seguir enredando a la justicia.
Bueno, aunque lo que dije tenía media verdad. Ella se encontraba en un viaje, pero no en esos que tomabas una maleta, buscabas algún bonito lugar para visitar y encontrabas un hotel donde alojarte. El de mi esposa mas bien era uno donde no necesitaba nada de eso, solo adentrarse en su mente y perderse en ella.
Solo pedía que ese viaje mental en el que mi mujer estaba durara poco tiempo y que, cuando regresara, lo hiciera tal y como era antes. Quería que volviera con aquella personalidad que me enamoró.
Deseaba que fuera la misma Alejandra que había criado a mi hija, no quería tener que observar a la persona destruida y vacía que la pérdida había creado.
*Verflucht.: Maldito.
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