13: Olvido.
VÍKTOR.
Supuse que ya sabían toda la historia, supuse que me despreciarían por ser un mal esposo. Supuse tantas cosas y las aceptaba porque yo también me cuestionaba y me juzgaba por haber sido un idiota ignorante de pies a cabeza. Si tan solo lo hubiera visto venir, sin tan solo hubiese sido más responsable la situación sería completamente diferente. Pero, siendo realista, ya era tarde para pensar en alternativas, no había tiempo para imaginar los otros caminos que hubiese tomado la línea de nuestro relato.
Lo cierto era que debía de comprender que, a pesar de no quererlo, tenía que afrontar mis errores aunque estos fueran demasiado pesados para cargar sobre mis hombros.
Me encontraba abrazándola con demasiada fuerza, no quería hacerla a un lado y despegarme de su calor. Deseaba poder ocultarla de todo mal, guiarla a un lugar seguro y que permaneciera allí hasta que el mundo se volviera lo suficientemente pacifico como para que ella pudiera vivir a salvo y tranquilamente.
Si hubiera podido, créanme, que la hubiese ocultado dentro de mi ser, en mi propio cuerpo para evitarle tanto sufrimiento. Es que, ella era la mujer más frágil e ingenua que había conocido, para ella el mundo era mágico. No había mal, solo paz. No había personas malas, solo gente sin suerte. O por lo menos eso pensaba hasta ese entonces.
Por años, y a pesar de la poca oportunidad que tuvo para poder desempeñarse, se había metido tanto en su carrera de actuación, que creía que así era la vida. Que cuando los telones ocultaban a los actores, ellos ya no tenían que fingir ser quienes no eran. Que cuando el público ya no podía verlos, los villanos volvían a ser las personas más amables del lugar.
Sin siquiera preverlo, se había creado una alucinación donde nadie era cruel. Todos eran felices con sus vidas monótonas, tenían amigos y un trabajo el cual les gustaba. No había maldad, no había oscuridad.
Y quien hubiese pensado que esa no sería la única alucinación que crearía.
Pero, por un momento, quise entenderla. Ella era tan inocente que no comprendía que la vida, a veces, podía ser demasiado cruda y brusca. Mi esposa era alguien tan dulce en un lugar tan amargo. Alguien pura, que tuvo que pasar por una pesadilla para abrir los ojos y darse cuenta que no todo era bonito.
Y odié eso, odié que la vida le hubiese tenido que dar una lección de la peor manera. Detesté con toda mi alma que ella tuviera que pasar por esa situación solo para ver que estaba equivocada.
¿Por qué la vida se empeñaba en darnos batallas a los que ya estábamos esperando el final de todo?
¿Por qué no simplemente nos dejaba tranquilos, disfrutando de lo que aún nos quedaba?
Y es que, yo no podía creer lo que pasaba a mi alrededor, quería hacer vista gorda a todo lo que el mundo me mostraba y fingir que continuaba tan tranquilamente como semanas atrás. Pero, aunque tratara de esquivar la realidad, no podía evitar sentirme solo, confundido y desesperado… solo me bastaba pensar en que la perdería a ella.
Mi mujer. Mi fuerza y, a la vez, mi debilidad.
Porque, por ella, yo era capaz de hacer lo que fuera, solo quería su felicidad y sabia que ese sentimiento estaba muy lejos de su ser. Alejandra, estaba lo suficiente centrada en su dolor como para no creer que podría encontrar salida de allí.
Por un segundo me puse en su lugar aunque fuera imposible no poder sentir lo mismo porque ambos estábamos pasando y sintiendo lo mismo; la tristeza, el desespero, el odio, la angustia y el vacío era lo que más estaba presente en esos días. Era una constante manera de decirnos que no todo terminaba bien y que habíamos perdido algo irrecuperable. Pero aún así, sintiendo cada una de esas emociones, y otras más, nunca me di cuenta que, por mi profesión, yo podía resistir mientras que ella solo se hundía más y más en la demencia. Yo podía salir a flote, era fuerte y no dejaba que me afectara, aunque admitía que ese dolor era demasiado incluso para mí. Fui un completo idiota, si yo me sentía así, ¿Por qué nunca pude notar que ella estaba peor? Joder, simplemente no lo vi venir.
Fue tan repentino pero, a la vez, tan esperado.
Solo bastaba que lo más anhelabas se esfumara para que todo lo demás quedara en un segundo plano y que ya no tuviera valor. Solo hacía falta que lo más importante en tu vida ya no estuviese presente para que tu existencia se descarrilara y que dejara de interesarte qué ruta podría tomar.
Ambos habíamos perdido algo magnifico, a un pequeño ser que, por unos años, nos había demostrado que la vida era plenitud. Que podría haber problemas en todo el mundo, pero mientras que nosotros permaneciéramos juntos, nada malo nos pasaría. Y quizá, hacia a penas unos días atrás, yo podía decir que esas palabras eran verdaderas; que nada sucedería si tan solo estábamos el uno al lado del otro, pero eso ya no era posible.
Nuestra diminuta luz, aquella que era brillante y hermosa, ya no estaba con nosotros y eso nos hundió. Estábamos perdidos y desorientados, tratando de encontrar salida en un camino demasiado oscuro.
Cuando perdías una gran parte de ti, sentías el vacío que ella dejaba. Sabías que, por más que quisieras, no podías cambiar los hechos, no podías volver el tiempo atrás y hacer lo que fuera necesario para que esa estabilidad nunca se alejara de ti. Y cuando eso sucedía, cuando eras consciente de que nada volvería a ser como era antes, te desmoronabas. Dejabas que ya nada importara en tu vida… dejaba de importante incluso lo que sucediera contigo mismo.
Eso hizo ella, por un momento se dejó caer en el pozo de la depresión, dejó que la nostalgia la abrazara con tanta fuerza que se sintió en paz. Pero no se quedó mucho en ese lugar, y cuando resurgió lo hizo con todo. Cuando volvió ya no era la misma, algo dentro de su ser había cambiado… algo un poco macabro se había incrustado en el centro de su pecho. En su alma.
Y era comprensible que, cuando nadie hacía nada para que tú no sintieras el dolor de la pérdida, cuando notabas que no todos se sentían tan vacíos como lo estabas tú, era cuando ponías manos a la obra. No importaba si había límites, no importaba las reglas o la justicia. Cuando el mundo se quedaba de brazos cruzados, y solo vivías con melancolía, era cuando intentabas hacer algo para ya no sentir. Quizá para no pensar tanto en lo que faltaba, o simplemente porque estabas agotado de ver solo oscuridad. Querías ver colores vivos otra vez, y si eso no era posible, entonces cometías el error de desear que alguien más estuviese contigo o en tu lugar.
Alejandra creyó que quitándole la vida al causante de nuestra desgracia, cambiaría las cosas. Que al ya no tenerlo presente, eso quitaría el malestar en su pecho, a lo mejor creyó que si él ya no existía, entonces todo lo malo en su vida se desvanecería.
Era simple, si en la vida algo te causaba, ya fuera el más mínimo problema, lo quitabas del camino.
Pero estaba demasiado equivocada, el haberle marcado el final de la existencia de Andrew Waller no hizo ningún cambio, solo empeoró la situación. Ella se había convertido en una asesina, había matado sin siquiera ser consciente realmente de que nada evitaría que nuestra hija ya no estuviera con nosotros.
A veces, la venganza no era tan necesaria como creíamos.
Ahora, gracias a ese delito, estábamos en problemas. La podrían culpar por ese crimen porque, si éramos realistas, nadie más que ella o yo tendríamos intenciones de matar a aquel hombre. Él era culpable de la muerte de Amara y solo algunas personas no eran consientes de ese tema. Porque, con el solo hecho de ver su casa incendiarse, era evidencia de que nosotros habíamos estado en ese lugar. Quería creer que no tenía más enemigos, por así decirlo, que no fueran dos padres destrozados por la muerte de su única hija.
Después de todo, no era una persona que iba por el mundo atropellando niños ¿O sí?
El que mi hija hubiese tenido la mala suerte de estar cerca de aquella calle, donde él conducía descuidadamente, no significaba que fuera una mala persona. Solo había sido una muy mala coincidencia. No le tenía rencor por ello, al fin y al cabo, todos cometíamos errores a lo largo de nuestra vida… y cada uno tenía su consecuencia.
Todos cometíamos errores… incluyéndome a mí sobre cualquier otro.
Estaba a punto de cometer una falla, creyendo que seria una solución temporaria y que, con el paso de tiempo, podría cambiarla sin dificultades.
Dios, qué idiota fui. Pero lo cierto era que sabía que aún no estaba listo, no para aceptar la realidad.
No quería soltarla, pero sabía que debía de hacerlo. Sabía que lo más prudente era estar lejos del otro por un tiempo. Solo unas semanas hasta que todo se calmara, hasta que el asunto de la casa envuelta en llamas quedara en algún lugar recóndito muy dentro de la mente de la justicia. Mi idea era solo para protegerla, para evitar más problemas.
Nos encontrábamos en un pequeño parque, los dos solos. Nuestros cuerpos unidos por un afectuoso y cálido abrazo. Estamos en completo silencio, esperando…
Cuando la tuve a mi lado, lo primero que hice, luego de chequear que estuviera bien, fue sacarla de ese lugar. Llevarla un poco lejos para que se tranquilizara y poder hablarle de lo que tenía pensado hacer. Sabía que quizá no le gustaría, pero era lo correcto. Era eso o que fuera a prisión, y eso ultimo no dejaría que pasara ni por nada en el mundo.
Porque, a pesar de todo lo malo que había hecho esa noche, era mi esposa de quien estábamos hablando. Ella podría hacer cualquier cosa y eso no quitaría el hecho de que la amaba con todo mi ser y que haría todo lo estuviera en mi poder para que ella estuviera segura.
— Todo está bien, Víktor…— habló, pegada a mi pecho— Mis pulmones necesitan oxígeno, por favor, suéltame.— pidió, cortando nuestro abrazo.
Era lo que menos quería en ese momento, necesitaba su calor. Necesitaba sentir su aroma, que siguiera entre mis brazos hasta que toda esa mierda acabara.
Quería que estuviera bien… a mi lado.
— Nada lo está, esto nos traerá problemas.— razoné, sabiendo que si sospechaban de nosotros nos pondrían bajo la lupa.
— Deja de preocuparte, ¿Quieres? Hice lo que la justicia no hizo…
— Sabes que no debías hacerlo.
— Sí, pero era necesario, Víktor, y lo sabes.
Quizá tenía razón, pero ella no era la señorita justiciera como para estar dándoles lo que se merecían todas las personas que habían cometido algún error. Ella era mi mujer, la madre de mi hija, la única persona que tenía el poder de manejarme a su gusto, porque sí, haría todo lo que ella pidiera. Pero en ese instante, no creía conocerla, el brillo en sus ojos ya no estaba. Aquella hermosa sonrisa había desaparecido, era como si nada le importara, estaba perdida, solo era una persona que había pasado por algo horrendo y que por esa razón había cambiado.
Solo era un cuerpo sin alma… vagando en busca de paz.
Porque sí, después de ese día, ella dejó de ser la inocente que era. Dejó de ver los bellos colores para solo centrarse en el negro, tomó su mano y se dejó guiar por él hasta lo más profundo del rencor. Se volvió alguien que no conocía, alguien llena de rabia, que solo quería dejar de sentirse la persona más impotente del mundo.
Quiso dejar de ser débil, para ser una persona fuerte… dispuesta a lo que fuera con tal de vencer.
— De acuerdo, digamos que tienes razón.— no quería discutir con ella, no en ese momento— ¿Qué haremos ahora? Sabes perfectamente que seremos los primeros sospechosos.
— Por dios, Víktor. No somos los únicos que han perdido una hija, y dudo mucho que ese hombre haya sido alguien de bien.— se encogió de hombro, sin duda alguna, aquella no era mi mujer.
¿Otra vez con mi nombre? ¿Víktor? ¿Dónde habían quedado esos apodos románticos que tanto me gustaban? Esos que me dejaban completamente bobo y con ganas de más.
Joder.
Ya todo había acabado y yo no quería aceptarlo. Simplemente no podía. Todo lo que un día creí conocer, aquella noche se esfumó.
Pasé mis manos sobre mi rostro, eso no podía estar pasando. Alejandra hablaba de una forma demasiado extraña, ni siquiera parecía importarle el hecho de haber matado a alguien. Absolutamente nada le importaba, eso estaba claro.
Ella no era así, sabía que mi esposa a esas alturas estaría llorando, rogando por perdón. Pero sin embargo, allí estábamos, con pensamientos diferentes. Tratando de encontrar una solución juntos, aunque ya era notorio que la palabra «juntos» había desaparecido para ella.
Incluso, nuestra historia juntos había desaparecido de su mente.
Elevé mi mirada hacia el cielo, observando que la noche estaba hermosa con las estrellas que brillaban con tanta intensidad que era magnifico. Quería poder pedirle ayuda a esa vista, quería hablar con la luna y pedirle que, por favor, nos salvara de todo lo malo. Que nos hiciera invisibles ante de todos los demás, que el mundo nos dejara tranquilos. Que nos dejaran vivir felices… aun sabiendo que no podríamos alcanzar la felicidad absoluta.
No sabía por qué, pero en ese entonces quise llorar. Había pasado por tanto que ya no quería no demostrar lo que por dentro me sucedía, quería gritar que estaba roto. Que sentía como mi corazón pedía a los cuatro vientos que le quitaran el ardor y dolor que tenía. Pedía que alguien me cubriera con una venda para no ver todo lo que, poco a poco, nos estaba acabando.
Hubiese deseado que también me cubrieran los oídos, para no seguir escuchando esas palabras que tanto me lastimaron.
— ¿Víktor? ¿Qué haces aquí?— me preguntó. La miré a los ojos sin comprender a qué se refería.
Lo malo no había acabado en aquella casa, lo malo había comenzado allí.
— ¿De qué estás hablando?
—¿Dónde estamos?— su vista viajó hacia todos lados, parecía desorientada.
¿Qué estaba pasando?
Ella sabía con claridad dónde estábamos y todo lo que había hecho. Incluso cuando habíamos llegado a ese parque, sonrió, estaba feliz. Y en ese momento, parecía que simplemente lo olvidó todo. Su mente era como una pizarra escrita con todos sus recuerdos que, con un despreciable borrador, fue quitando y eliminando cada uno de ellos hasta que dejar nada. Hasta convertirla en un lienzo blanco que había que volver a manchar con colores... con nuevas cosas vividas.
— Estamos esperando a Ed.— comuniqué.
Antes de llegar lo había llamado, necesitábamos de su ayuda lo más pronto posible. La llamada había sido corta pero, los pocos segundos que duró, habían sido suficientes como para aclararle la situación. Su presencia era requerida con urgencia.
— ¿Ed? ¡Eddie!— exclamó, eufórica. ¿Desde cuándo le alegraba tanto que él nos viera? Sobre todo, ¿Desde cuándo usa ese diminutivo?— ¿Dónde está? ¿Por qué no está conmigo?
— Él llegara pronto.— aseguré, sin darle mucha importancia a sus palabras.
Aunque por dentro quería respuestas, todo estaba siendo demasiado raro. Primero su no reconocimiento del lugar, y después eso. ¿Qué vendría a continuación?
— ¿Por qué estás aquí?— volvió a indagar.
De acuerdo, esperen unos segundos.
¿Qué? ¿Acaso no lo recordaba?
No, eso no podía pasar.
Ella no podía olvidarme… no podía olvidarnos, ella tenía que entender que yo era su esposo. Con quien había sido feliz toda su vida, hasta unos pocos días atrás al menos. Era a mí a quien había elegido de compañero, era a mí a quien juró amar eternamente.
Yo era su todo, o al menos lo fui.
Sentí como mi corazón se volvió loco al pensar en eso, tenía que ser mentira. Alejandra me recordaba perfectamente, solo estaba jugando. Sí, eso era. Quise autoconvencerme a pesar de saber que eso me lastimaría el doble.
— Yo… ¿Sabes quién soy?— tenía mucho miedo de su respuesta.
Pero a la vez estaba seguro que mi mujer se estaba burlando de mí. Nada de lo que había dicho en los últimos minutos era verdad, solo quería que el momento dejara de ser tan hostil y se volviera cariñoso como lo era antes.
Quería creer que ella jamás podría hacerme una cosa así.
Por favor, no me dejes solo ahora… no me olvides.
Tenía la esperanza de que aquella noche solo había sido una maldita pesadilla, que próximamente algo me despertaría y que, al abrir los ojos, la encontraría dormida a mi lado. Que le acariciaría el rostro y le dejaría un beso en la mejilla de buenos días antes de ponerme de pie e ir a preparar el desayuno para los tres... los tres. Me mantenía con la idea de que seguimos siendo una familia y no solo dos aún cuando eso me dolería luego.
Pero, si sus siguientes palabras no me despertaron y me regresaron a la realidad, entonces estábamos viviendo la cruda vida.
— Claro que sí…— sonrió, y por un momento la paz llegó a mí— Íbamos a la misma universidad, eras muy cercano a mi mejor amigo Eddie.
¿Mejor amigo? ¿De qué me había perdido?
Y, así como la tranquilidad había llegado, se fue a la mierda de tanto pánico que tenía… que yo tenía.
Esa respuesta me descolocó momentáneamente, no lo podía aceptar. Era imposible que solo se acordara de la universidad. Y los demás años ¿Qué? ¿Nuestra boda? ¿Nuestra relación? ¿Nuestra hija? ¿Nuestros aniversarios? ¿Todo se había ido de verdad?
Volví a sentir ese vacío en el pecho que hacía días atrás se había posicionado en ese lugar, pero esa vez fue más fuerte. La angustia se había apoderado de mí hasta el punto de no saber qué hacer o qué decir. Me sentía perdido en todos los sentidos, era como si te desconectaras de todo y vieras las cosas en otro lugar. Como si observabas fuera de tu cuerpo, como si tu visión estuviera en el aire, mostrándote lo patético que te veías.
Y mierda, qué mal me veía.
Era la persona más desesperada de todo el planeta, me negaba a lo que estaba pasando… me negaba a las palabras que habían salido de su boca. No podía evitar la impotencia de no poderle decir lo que teníamos juntos, quería volver a abrazarla y decirle lo mucho que la amaba. Contarle todos los planes que en algún momento habíamos decidido, expresarle de todas las maneras posibles lo feliz que era a su lado.
Pero si ya no me recordaba, ¿Quién me aseguraba que no me trataría de loco si le decía todo lo que tenia atascado en mi garganta?
Dolía demasiado no poder explicarle tantas cosas, sentir que la había perdido un poco más… no ver aquel brillo encantador que siempre tenía cuando estábamos juntos, me dejó devastado.
— ¿No recuerdas nada más?— pregunté con angustia.
— No…— negó con la cabeza, mientras que sonreía nerviosa— ¿Hay algo que debería recordar?
Claro que sí, a nosotros nos tenía que recordar. Aunque doliera demasiado, tenía que recordar a nuestra hija, y todo lo que venia con ello.
Si antes quería llorar, después de aquello, podría parecerme a un niño pequeño con lágrimas a punto de caer descontroladamente. Mi vista comenzó a nublarse y mi garganta se apretó con fuerza. Deseaba poder gritar y maldecir a la vida por la maldita situación que estaba ocurriendo.
¿Por qué el mundo se empeñaba en arruinar todo lo bonito que tenia? Ya estaba cansado, ya no quería más dolor… solo quería un tiempo para poder respirar con normalidad y decir que todo estaba bien.
Negué. Lo único que me quedaba en aquel entonces era negar toda la verdad que se repetía en mi mente cada segundo que pasaba.
Nuestra vida juntos…
— No, no hay nada.— dije con dificultad, tratando de controlarme.
Tenía que volver a ser fuerte. Si en toda mi vida tuve que serlo, esa noche no seria la excepción.
— De acuerdo, Víktor. Y dime, ¿Tienes esposa?
Boom. Otra bomba directo en el corazón.
Por dios, quería que me quitaran de esa batalla tan dolorosa. Mi cuerpo y mente no podían más, necesitaba algo positivo de todo eso. Mi historia de ensueño se derrumbó como si de un castillo de naipes se tratase, fue tan repentino, que no me dio tiempo ni para lamentarme. Y por más que tratara de buscar cada uno de ellos para volver a armarlos, no podía. Estaba tan lejos y dañados que sería imposible siquiera intentarlo.
Entonces, lo acepté…
Ella desconoció nuestra vida juntos, y aunque eso me doliera hasta el alma, tenía que hacerle frente. Tenía que luchar contra el dolor, aunque él me consumiera por completo.
— Sí, sí tengo…— me limité a contestar, sintiendo mis ojos arder.
— ¿Y dónde está?— indagó con entusiasmo.
— No… no lo sé.— dije, porque ni siquiera sabía si en algún futuro la recuperaría.
Quizá, ella estaba presente aún… muy dentro de su mente, quizá seguía siendo mi esposa. A lo mejor me estaría esperando, estaría gritando hasta quedar afónica pero yo no era capaz de escucharla. Tal vez estaba luchando por volver pero la batalla era demasiado para ella, quizá no encontraba recursos para regresar a ser lo que antes era.
O simplemente se rindió porque era mucho para enfrentar sola.
Y por primera vez en todos esos días, una lágrima quedó a la vista de ella.
Porque ni siquiera cuando me enteré que mi hija había muerto, dejé que me viera llorar. Era muy conservador, y por más que ella fuera mi esposa, no dejaba que supiera cuánto me podían afectar las cosas. Quería que me tuviera como un gladiador, alguien que no podía ser vencido por nada ni nadie. Pero muy en el fondo, estaba destrozado, rogando por alguien que notara aquella mascara y la quitara de mi rostro.
Después de todo, incluso los mejores luchadores tenían un punto vulnerable.
Muchas veces necesité ayuda, muchas veces quise que alguien viera lo mal que estaba pero nunca dije nada. Porque supuestamente era fuerte, y no quería que nadie me observara con lastima, ni siquiera mi mujer. Pero en ese momento fue diferente, sentí que todo me superaba y simplemente dejé que me inundara el cuerpo por completo. No era bueno expresándome con palabras, así que dejé que esa lágrima dijera todo lo que por dentro guardaba.
Lo liberé todo, aunque ella no entendiera realmente lo que sucedía.
— Oh, Víktor, tranquilo.— sentí sus brazos rodearme, y un pequeño sollozo seguido de más lágrimas, se escuchó en el lugar.
Mierda. Deseaba con todas mis fuerzas que ese gesto nunca acabase, quería que todo volviera a la normal.
Me aferré a su cuerpo lo más que pude, no podía soltarla. Quería tenerla cerca de mí todo el tiempo que fuera necesario para no sentirme tan miserable. Ya estaba perdido, pensar que todo se resolvería sería como mi pilar para no caer en la desesperanza… aunque supiera que me estaba engañando a mí mismo, dejé que esa loca idea permaneciera en mi cabeza en ese instante.
— Todo estará bien.— habló luego de unos segundos.
— No, claro que no.
— Ven… siéntate conmigo.— pidió, cortando el abrazo por segunda vez esa noche.
Me tomó de la mano y me guio hasta la banca de metal que había en aquel parque. Eso me llevó a dos pensamientos completamente la diferentes, el primero; me hacia recordar el día en que me confesé, ella había hecho exactamente lo mismo y me había llevado a un asiento en el campus de la universidad. El segundo; me sentí como un niño pequeño siendo guiado por su madre, pero quité ese último pensar de inmediato. Traer sucesos dolorosos no vívidos y solo imaginados no era necesario en aquella situación, ya tenía demasiado con lo que estaba pasando.
El silencio nos acompañó por unos minutos, no quería hablar y decir en voz alta la situación porque sabia que si lo hacía, entonces estaría aceptando la realidad.
Pero allí estaba su mirar, aquel que pedía respuestas y al cual yo nunca pude negarme. Todo ella era mi debilidad, y por más que no quisiera, sabia que debía de contarle… aunque fuera ocultando ciertas cosas.
— M-mi esposa no está bien…— susurré, queriéndole decir que se trataba de ella, pero sabía que no podría.— Me gustaría ayudarla, pero no sé cómo.
Vi lastima en sus ojos y lo odié.
En toda mi vida evité hablar de más para no sentirme un perdedor, pero fue en vano no sentirlo frente a Alejandra. No era demostrativo por esa maldita razón. La vida te obligaba a ponerte la mascara de «todo está bien», porque en la vida de un huérfano, ser vulnerable era un lujo que no podías darte. El día a día era un reto para todos nosotros, y no nos dábamos el tiempo para lamentarnos por lo que deseábamos tener y no pudimos.
«Solo sé fuerte y sigue adelante.» Esas palabras fueron la que me acompañaron siempre, se habían hecho constantes a medida que los problemas aumentaban.
— ¿Qué le sucede?— preguntó.
Suspiré sin poder responder.
No quería aceptarlo aún, era tan idiota que no podía creer que no lo había notado antes.
¿Trastorno de personalidad? Eso era lo más lógico, ¿No?
Joder, era un maldito psicólogo y no sabía con claridad lo que tenía mi propia esposa. Realmente estaba perdido.
— Lo estoy averiguando.— dije, mirándola a los ojos, buscando algún indicio.
— De acuerdo, pero no te alteres si no encuentras solución. Ella estará bien.— me aseguró, con ese brillo en sus ojos que no veía desde aquel fatídico día.— Solo necesita tiempo y se recuperará.
— Supongo…
— Claro que sí, Víktor. Tú no preocupes, ella volverá a ser la que era antes y, cuando eso suceda, hará una gran acción en tu nombre.
¿Una gran acción? ¿Seria posible eso?
Yo solo pedía que ella volviera, que lo recordara todo aunque fuera doloroso. Prometía dejar a un lado mi trabajo para estar con ella, codo a codo, cuidándola y velando por su bienestar. La necesita por completo, solo eso. No era codicioso, solo pedía lo justo. No era mucho querer que la persona que amabas te reconociera, no era mucho soñar con poder sentir un poco de felicidad luego de tanto sufrimiento.
¿Cuántas veces tendría que sufrir en esta vida? Realmente me lo preguntaba. Porque, por más que tratara de encontrar alguna pista que me diera la verdadera razón de por qué era así, no podía hallarla.
¿Cuántas personas perdería sin poder hacer nada para evitarlo? No, no quería saber la respuesta.
Me negaba a perder a alguien más, ya estaba en el límite. Sabía que si algo así sucedía sería mi fin. No recordaba a mis padres. Mi única hija había muerto. Mi esposa no se acordaba que éramos pareja.
¿Podría soportar algo más? No, no podría.
Si algo malo pasaba otra vez estaba seguro que ese sería el último suceso en mi vida, ya estaba sin fuerzas y sin motivación. Pero también sabía que no me daría por vencido tan fácil, era un luchador de todas formas. Había estado casi toda mi vida peleando contra lo negativo, estuve haciéndole frente a cada puto obstáculo para tener un futuro mejor. Entendía que, después de tanto sacrificio, no huiría de mis problemas.
¿Contradictorio? Por supuesto que sí.
La vida te ponía frente a decisiones difíciles, eras tú quien debía de elegir entre huir de ellas o enfrentarlas, ser un cobarde o valiente… yo siempre opté por la segunda opción.
Si nacías peleando, morías de la misma manera.
Así que estaba decidido, por más que la vida me diera la espalda yo seguiría. Poniéndole la cara a cualquier cosa que se me cruzara por en frente. No importaba qué, yo daría batalla. Estaba dispuesto a todo con tal de recuperar lo perdido.
¿Mi mujer se había olvidado de nuestra historia? Bien, le daría su espacio hasta que lo recordara. Pero no me rendiría con ella, tampoco dejaría de ayudarla para que volviera a ser la misma.
La dejaría ir, la soltaría solo por un periodo de tiempo y luego la recuperaría. Al fin y al cabo, estábamos juntos, en las buenas y en las malas. En la salud y en la enfermedad, así como en nuestros votos nupciales. Tomaría cada una de esas palabras y las haría realidad.
Estaría con ella, costara lo que costara.
— Gracias.— susurré cuando sentí que se acercaba más a mí y dejaba caer su cabeza en mi hombro.
Su cara mostraba lo cansada que estaba, tanto física como emocionalmente.
Después de todo, había hecho muchas locuras en un solo día, y el transcurso de la madrugada sin haber dormido le estaba pasando factura. Sabía que necesitaba descansar y si lo hacia cerca de mi cuerpo seria lo mejor que me pasaría aquella noche. Y así pasó, envolvió uno de sus brazos con el mío, buscando el calor que siempre recibía al compartir cama conmigo.
Su mente pudo haberme olvidado, pero su cuerpo me reconoce perfectamente.
—Descansa, Meine Verrücktheit.— dije cabizbajo, dejando un escaso beso en su frente. Sonreí cuando pude oírla musitar un gruñido mientras que se pegaba más.
La noche por fin me estaba dando mi momento de esplendor, me daba la oportunidad de estar un poco más con ella… me estaba dejando despedirme.
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