12: Lágrimas y finales entre llamas.
NARRADOR OMNISCIENTE.
Y si Andrew Waller hubiera sido más precavido, si tan solo hubiese tenido el poder de ver su futuro, las cosas serían muy diferentes a como eran contadas y el final de su existencia no se hubiese adelantando de forma abismal como había ocurrido. Pero sabíamos que el hubiera no existía, conocíamos aquello que decía que de los errores se aprendía y también sobre que habían personas que no sabían perdonar y, si ellos habían perdido, los demás deberían de hacerlo de igual manera.
Sonaba injusto que todos tuvieran que lamentarse únicamente por un grupo de personas que pasaron por una mala racha. Y sí, quizá no era razonable pero se debía de tener presente que, si el señor Waller estaba a punto de firmar su sentencia de muerte, era porque tenía algo que ver y no era solo alguien más del montón que tendría que pagar los platos rotos de otro.
Y tal vez, solo tal vez, lo acertado para él hubiese sido voltear el rostro y hacer como si nada hubiera sucedido. A lo mejor la decisión correcta para su situación hubiese sido ir a su casa, armar las valijas y largarse de allí lo más rápido posible antes de que las equivocaciones aparecieran frente suyo buscando venganza.
En un universo paralelo, quizá lo hizo pero en éste no. En otra dimensión, quizá tomó en cuenta los presentimientos, en éste ni siquiera pensó adecuadamente en ellos.
Porque ese día, el último de su vida, había sido extraño para él, todo su entorno se lo pareció. Desde esa mañana sentía algo diferente y no sabía por qué ni qué era. No quiso darle importancia, realmente deseó seguir actuando como si nada, pero le fue inevitable no pensar en ello.
Su propio cuerpo se había mantenido rígido, sus manos temblaban de anticipación a algo que, tal vez, no estaba presente. Su corazón aceleraba su ritmo sin explicación dejándole sentir su palpitar hasta en la garganta, sin mencionar que muchas veces ésta se encontraba seca pidiendo un poco de líquido aún cuando no pasaban ni cinco minutos desde la última vez que había ingerido un vaso lleno de agua. Sus oscuros ojos se movían de un lado a otro queriendo hallar algo inusual... algún movimiento que le indicara que estaba en peligro.
Pero nada había allí, no lo estaban acechando ni mucho menos vigilando o una cosa parecida. Las personas caminaban a su lado sin darle siquiera una mirada, los niños le sonreían antes de dirigirse a sus padres... su coche se mantuvo en movimiento con más precaución desde días atrás, más precisamente desde el accidente.
Si tan solo hubiese sido más consciente, ese momento trágico no hubiera sucedido. Había arruinado una familia, le quitó la vida a una pobre inocente que solo cruzaba la calle.
A lo mejor nadie lo creería pero ese hombre había pedido justicia, realmente lo hizo pero no la obtuvo. Sinceramente, él mismo se hubiese encerrado en una maldita prisión por su propia cuenta, las esposas que tuvo que usar por pocas horas se las hubiera dejado por años si eso les traía paz a esos dos padres sin su hija... si eso le traía paz a él también.
Porque los oficiales de policía dijeron que solo fue un accidente y que no pudo evitarse, pero estaban equivocados. Ellos mintieron. Andrew iba detrás del volante, ese señor era la única persona que sabía absolutamente toda la verdad y qué cosa había sucedido. Pero ya se le había hecho tarde para hablar y, aunque quisiera, no lo escucharían. Nadie podía asegurar que sus palabras fueran reales, pero tampoco tenían la seguridad de que solo era para no sentir tanta culpabilidad. Él pudo haber dicho millones de cosas y aún así todo seguiría igual.
Pudo haber confesado que, el día en que atropelló a Amara Heber, no le estaba prestando la suficiente atención a lo que pasaba fuera y frente a su carro. Pudo haber evitado que la justicia hiciera lo que hizo, que lo llevaban frente a un juez y que él le diera la condena que merecía.
Era culpable. Aunque no lo quisiera, era un asesino.
Porque ese día le estaba prestando más atención a su celular que a la calle.
A lo mejor había pasado todo muy rápido, quizá el diminuto cuerpo de la niña había sido difícil de ver, pero pudo haberlo esquivarlo si se centraba en conducir. Pudo hacer tantas cosas, pero solo hizo la peor de todas. Sabía que el estar detrás de un volante llevaba mucha concentración, sabía que solo debía de tener su mente y ojos sobre eso. Pero se equivocó, y se maldecía por eso. Esos estúpidos mensajes pudieron esperar y ser contestados en otro momento, esa sonrisa triunfal al saber que tendría una cita pudo haberse mostrado más tarde... podría haber dejado a la niña seguir con su vida.
Había hecho todo incorrectamente y eso destrozó a muchas personas.
Aún podía ver a la señora aferrada al cuerpo ya frío de su hija, oía sus gritos de auxilio y, segundos después, sollozos cuando notó que no se podía hacer nada... que la pequeña Amara ya no respiraba. Él observó como ella se quedó en esa posición incluso después de que la ambulancia llegara, ni siquiera les permitió que la alejaran de la niña. La meció de atrás hacia adelante mientras la arropaba, diciendo que esperaría hasta que su esposo llegara y que así los tres juntos tomados de las manos volverían a casa.
Eso dolió.
Por la culpa de un inepto, se estaba engañando a sí misma.
Mientras que ella se hundía en el pozo del sufrimiento, el hombre estuvo cerca de su coche, inmóvil. Quería poder disculparse pero su cuerpo parecía una piedra incrustada sobre el asfalto, casi imposible de liberar. Su boca estaba seca, y su garganta se mantenía cerrada debido a los mudos que en allí había, solo aceptaba el aire que los pulmones necesitaban que cruzara para no asfixiarse.
No podía hablar, solo observar como una madre era destruida.
Cuando la hora de enfrentar a la justicia llegó estuvo dispuesto a decir toda la verdad y echarse la culpa porque se lo merecía. Pero ellos no lo escucharon, se dejaron guiar por su profesionalismo y decidieron hacerlo todo como querían y no como debían.
En ese momento los odió.
¿Escuchar cómo fueron los actos? Al parecer, eso solo pasaba en las películas porque cuando Waller habló, nadie le prestó atención. Escribieron su declaración pero no la tomaron en cuenta. ¿Una niña pasaba la calle sin la compañía de un adulto? Eso les pareció coherente para dejarlo de lado y fingir que ella tuvo la culpa y no él.
¿A quién querían engañar? En cada consecuencia siempre había dos lados, el malo y el bueno. Como en una ecuación. El lado bueno no podía explicar ni recordar cómo se habían dado las cosas porque ya no existía, no respiraba. El lado malo, o sea el conductor, sí podía y lo intentó, pero fue en vano.
Era como hablarle a una pared... inútil.
Se frustró porque, al igual que todo el mundo que pasaba por algo parecido, él también pedía justicia. No le importaba lo que le sucediera, si lo golpeaban en las celdas o le robaban su comida, su persona era lo de menos. Lo principal era que Amara pudiera descansar en paz sabiendo que el culpable estaba cumpliendo con lo que se merecía por haberle arrebatado su vida.
No era mucho pedir, ¿Verdad?
Pero quizá sí lo era ya que, para ese entonces, habían pasado tres días, él continuaba con su rutina y, honestamente, aún no podía olvidar la expresión de odio en el rostro de ella, Alejandra.
Cuando se cruzaron, o más bien por el hecho de que el hombre había pedido que lo llevaran con ellos en la comisaría, no creyó que percibir tanta rabia en una sola persona fuera posible. Pero allí estaba, frente a una mujer con los ojos rojos y mejillas húmedas por las lágrimas mirándolo de una forma que nunca imaginó.
La tristeza había pasado a un segundo término, dándole espacio y lugar al desprecio.
Nadie tendría el valor de mentir al decir que no se asustó cuando casi se lanzaba sobre él, si no hubiera sido por su esposo que la sujetó en el momento correcto, hubiese recibido un gran golpe de su parte. Pero tampoco diría que le sorprendió o molestó, era entendible; estaba dolida y quería que Andrew sintiera lo mismo que ella, pero claro que en proporciones leves.
Y por más que se disculpó, su mirada no cambió, solo empeoró. Pudo sentir su angustia cuando le pidió que le regresara a su hija.
«”Si fuera posible, créeme que lo haría.”» pensó él ante aquella circunstancia.
Pero no era Jesús para hacer esos milagros, no había fuerza divina que hiciera volver a la vida a una persona que había dejado de respirar horas antes. Era imposible. Realmente lamentó no haber podido hacer algo al respeto, quería ser útil pero para lo único que servía era para dañar y terminar con una bonita familia.
Después de unas palabras en otro idioma —las cuales no entendió— por parte de Alejandra, dejó saber que quería asistir al funeral de Amara o simplemente ir a visitar su tumba. ¿Obtuvo una respuesta positiva? No, y no los culpaba. Que el causante de tu dolor estuviera presente en una situación como esa no era lo mejor, y lo entendió tarde. Pero aún así, no pudo evitar estar allí.
A escondidas y sin querer ser visto por ellos, al día siguiente se había presentado frente al cementerio de Londres. Vestía completamente de negro y llevaba una gafas del mismo color para ser más cuidadoso, aunque tampoco era la gran cosa. Los observó por horas desde lejos, vio a Víktor consolar a su esposa sin siquiera despegarse de ella, su mirada no dejaba de admirar el nombre de su hija en la lápida. Alejandra se mantenía aferrada al cuerpo de él llorando desgarradoramente, mientras que las nubes grises se iban creando sobre todos ellos.
Hasta el cielo quería llorar por la pérdida.
Estuvo en ese lugar esperando poder acercarse más y tener un tiempo privado con, lo que sería desde entonces, el hogar de Amara. Pero, como era de esperarse, dos padres dolidos no se irían a los minutos de llegar, no. Ellos seguirían de pie, recibiendo palabras de aliento por parte de los demás durante horas. Y Waller, como causante de su tristeza, también estaría allí.
Las interrogantes de quiénes eran las personas que se quedaron a su lado le hicieron fruncir el ceño; un hombre rubio junto a una mujer y una niña llegaron, tomando lugar como alguien especial. ¿Algún familiar? Tal vez era algún hermano o hermana de alguno de ellos dos ¿Por qué le importaba? Estaban en un cementerio diciéndole un último adiós a una infante que murió por su causa, ¿Por qué debía de saber quién era cada persona que los rodeaba? Era estúpido y se maldijo por ello. Él no era nadie importante allí, ni siquiera debía de estar en ese sitio, ¿Por qué esperar que sus dudas se resolvieran cuando no tenía permiso ni de acercarse? ¿Por qué ver a la hija del hombre rubio le hizo sentir nostalgia? ¿Por qué parecía tener la misma edad que Amara?
Movió la cabeza de un lado a otro. Esos no eran asuntos suyos.
Tenía que tomar aire fresco, por más que estuvieran al aire libre, necesitaba respirar lejos de todas esas personas porque parecía que se asfixiaba. Tenía que caminar e irse a casa. Era hora de despedirse aún cuando no pudo hacerlo correctamente.
«”Tal vez un “lo siento” no sea suficiente y no lo arregle nada, pero realmente lamento mucho haber pasado por esa calle ese día. Lo siento tanto, Amara, perdóname.”» se disculpó en silencio.
Suspirando, el hombre mentalmente dijo adiós antes de tomar su camino de regreso a su hogar.
La trayectoria le pareció demasiado corta o quizá fue porque su cabeza estaba en otro lugar. Cuando llegó, el pequeño portón de la entrada le dio la bienvenida y, detrás de él, la hermosa casa blanca de dos niveles. Sus labios formaron una sonrisa de boca cerrada al saber que tenía todo lo material que quería pero nada sentimental.
Se preguntaba cómo era la vida de esa niña, ¿Su vivienda sería grande? ¿Sus padres la cuidaban mucho o dejaban que hiciera lo que quería? ¿Ya había comenzado jardín de infantes? ¿Tenía amigos? ¿Mascota? ¿Cuál era su color favorito? ¿Se vestía como una princesa? Quería creer que se veía muy bonita con un lindo vestido, así como el blanco que usó aquél día... aquel que quedó con manchas carmesí debido a su sangre.
Mierda.
Tenía demasiados pensamientos y también interrogantes sin respuestas, pero había una muy importante: ¿Se hubieran conocido en otro momento y situación?
Cerró sus ojos con fuerza al saber que Amara rondaría por su mente durante los próximos días.
Sus horas habían transcurrido de esa forma; pensar en la niña e intentar seguir su vida como lo había hecho antes del accidente. En su trabajo trataba de centrarse más en lo que debía hacer y así evitaba que su cerebro lo llevara a ella otra vez. Durante las últimas noches las pesadillas hicieron su aparición como nunca antes lo habían hecho; Amara estaba frente a él, repleta de sangre mientras que lloraba. A pesar de no haber oído el sonido de su voz, podía escuchar el suave tono pidiendo ayuda. No importaba si había vivido o no esos sucesos, su subconsciente los creaba para hacerlo sufrir. Y lo logró, de tal modo que hasta se había vuelto paranoico.
Culparía a la falta de sueño o al exceso de cafeína, pero después de tres días sintió miedo. Sentía un peligro que, a lo mejor, era inexistente. Las cosas habían pasado tan rápido y habían sido demasiado agotadoras que hasta llegó a preocuparle por si alguien iría por él.
Estúpido, ¿Verdad?
¿Quién podría hacerlo? No le debía nada a nadie y no tenía problemas con nadie. Mensualmente se hacían reuniones entre vecinos y Andrew podía asegurar que se llevaba bien con todos, así que no tenía nada de qué temer. Pero aún así, aquella noche, antes de ir a dormir, el miedo volvió como por arte de magia.
Observó la habitación por largos minutos, prendió y apagó la luz tantas veces que había perdido la cuenta. Incluso cuando la claridad de la casa de al lado entraba por la ventana, sentía que necesitaba huir de la poca oscuridad que todavía quedaba... era como si algo en ella le saltaría y lo atacaría. Gruñó al verse tan indefenso con algo tan natural. La oscuridad siempre estaba presente, y él comenzaba a temerle.
¿Por qué aterrarse con algo tan indefenso cuando era nuestra mente la que creaba monstruos dentro de ella?
Se rió de sí mismo al actuar como un niño pequeño queriendo llamar a su madre porque tenía miedo de que algo saliera de su ropero o debajo de su cama. Era absurdo, lo sabía. Él era un adulto, su etapa de pánico ya había acabado muchos años atrás.
Después de tratar de controlar sus estúpidos pensamientos, cerró los ojos y trató de descansar antes de que las pesadillas hicieran de las suyas. Le costó conciliar el sueño, y una vez que lo hizo no pudo detener la pesadez que el no haber dormido bien causaba.
Ni siquiera sabía la hora o qué lo había puesto en alerta. Tal vez tuvo que prestarle atención a esa sensación que sentía desde que se había despertado aquella mañana. Quizá tuvo que haberse ido a dormir a otra casa o visitar a un amigo, pero no lo hizo.
Una vez más, hacía lo incorrecto.
Waller era fiel creyente de que el destino estaba escrito y que, tomaras la decisión que tomaras, el final sería el mismo. Diferentes métodos, mismos resultados. Él había cometido un error y, por las buenas o por las malas, tenía que recibir su castigo. Y quizá aquella persona que se había escabullido por su habitación era consciente de ello, y sería ella el verdugo que decidiera el final del hombre.
La verdad era que el destino no siempre estaba escrito, muchas veces era alguien más quién tomaba el guion de nuestra vida y lo escribía a su gusto.
Fue entonces cuando sintió como algo puntiagudo le pinchó en el cuello y luego como un líquido comenzó a correr por sus venas. Trató de levantarse pero un peso sobre su cuerpo le impidió hacerlo, sin mencionar que aún seguía medio dormido, por lo tanto el trabajo se le hacía el doble de complicado. Sus manos se entumecieron a los segundos después, sus piernas ni siquiera perdieron la posición en la que se encontraban; fuertemente aprisionadas contra el colchón porque, quien fuera que estuviera sobre él, hacía presión para que permaneciera inmóvil.
Al parecer el contenido de la aguja era algo para hacerlo dormir, o relajarlo por completo. No sabía absolutamente nada sobre medicamentos, pero pudo predecirlo cuando su vista comenzó a nublarse y su poca, casi nada, fuerza se acababa.
Lo último que vio antes de desmayarse fue a una silueta dándole la espalda mientras que caminaba hasta la puerta y salía de la habitación.
Por segunda vez en la noche, volvió a quedar en los brazos de Morfeo y, en aquella ocasión, la terminación de ese sueño tampoco cambió y continuó con su desagradable desarrollo.
***
A ella la encontró descansando sobre el césped del lugar. Su cabello negro azabache hacía contraste con el verde brillante que la rodeaba, al igual que ese bonito vestido blanco de mangas cortas que llevaba puesto.
Andrew tenía frente a él a un lindo ángel.
— Hola.— lo saludó en un susurro.
Sus ojos oscuros chocaron con los suyos cuando los abrió.
— ¿Amara?— habló el hombre sin creerlo.
Era increíble que pudiera charlar con alguien que estaba muerto, sin mencionar que nunca había oído su voz. Todo era demasiado confuso como para entenderlo.
— Sí, soy yo, Andrew.— respondió, poniéndose de pie y mostrándole una sonrisa.
¿Qué? ¿Lo conocía? ¿Sabía cómo se llamaba?
Frotó sus ojos, tratando de hallar una explicación coherente pero no encontró ninguna. Ella seguía frente suyo, no era imaginaria.
— ¿C-cómo sabes mi nombre?— preguntó. En el mundo de los sueños, todo era posible.
Su sonrisa desapareció, y su mirada recorrió el entorno que los rodeaba.
— Es como preguntar si no conozco éste lugar.— dijo, elevando sus brazos a sus lados. Por primera vez los ojos de Waller dejaron su persona y observó todo lo demás; era el parque donde todo había comenzando, o más bien, terminado— Es obvio que sí, por lo tanto, también te conozco a ti.— su vista volvió a él— Dime una cosa, Andrew, ¿Tuviste la cita por la cual no le prestaste atención a la calle aquel día?
Movió la cabeza y dio un paso atrás. Ella no podía saberlo todo. O eso creía.
— Me estoy volviendo loco.— susurró con una risa sin gracia.
— Tal vez sí estés loco.— estuvo de acuerdo— ¿Puedes mirarme, por favor?— pidió, aún así él se negó— Bien, espero vernos pronto.
— Eso no será así.— aseguró, su vista cayó en ella y se arrepintió en ese mismo instante; su vestido blanco comenzó a romperse y a mancharse con su propia sangre. — ¿Amara?
— Yo no quería esto, Andrew, sé que tú tampoco lo querías,— por sus mejillas rodaron lágrimas— Pero ella no lo sabe, ella cree que no lo lamentas.
— ¿De quién hablas?
— De mamá.— dijo, antes de que su cuerpo y todo lo que los rodeaba comenzara a desvanecerse.
***
El conductor sintió sus mejillas arder, como si le hubieran golpeado mucho. Movió la cabeza de un lado a otro, tratando de reaccionar e intentó hablar pero solo balbuceos salieron de sus labios.
Trató de mover sus extremidades pero solo obtuvo más ardor, gruesas y ásperas sogas lo mantenían inmóvil. Y se preguntarán, ¿Cómo sabía que eran sogas? Fácil, como pudo comenzó a tantear hasta que las puntas de sus dedos dieron con una parte de alguna de ellas. A pesar de haber podido tocarla, no pude liberarse, estaba muy cansado y no tenía la fuerza suficiente como para soltarse. Parpadeó un parte de veces, cerrando sus ojos rápidamente. El cambio de luz no le ayudaba, había pasado de estar en completa oscuridad a estar rodeado por claridad.
Su vista estaba nublada cuando entró en razón y notó que estaba en su sala, sentado en el centro del lugar pero no estaba solo... había alguien frente a él.
— Despierta, Bella Durmiente.—le dijo una voz.
¿Una voz femenina? ¿Quién diablos era y cómo había entrado?
Waller recordaba haber cerrado el portón de la entrada y también la puerta principal. Las ventanas permanecían diariamente trabadas y el ventanal de la cocina estaba igual de seguro, ¿Verdad? No podía decir que había comprobado meticulosamente que todo estuviera sellado, pero personalmente era muy cuidadoso con los temas de su hogar. En el vecindario nunca habían ocurrido robos y, aunque no supiera si eso todavía seguiría de la misma manera o si en algún momento un ladrón trataría de usurpar su casa y tomar cosas de valor, prefería estar prevenido por lo tanto siempre era constante al tener todo bajo llave. Lo malo fue que esa noche no tenía claro si todo el lugar había sido asegurado o por el agotamiento, tanto físico como mental, había olvidado por completo la rutina que mantenía. Entonces bien, o la puerta había quedado mal cerrada o alguien había entrado sin permiso.
Pero una vez más, ¿Quién podría ser? Como ya había dicho antes tenía buena relación con todos sus vecinos, los compañeros de trabajo eran amables y no tenía problemas con ninguno de ellos. En los últimos días se había comportado adecuadamente para evitar conflictos, por lo cual la duda seguía en él.
A no ser que...
Se tensó cuando recordó las palabras de Amara. Andrew. no quería esto.
«Ella cree que no lo lamentas.»
¿Desde cuándo los sueños se convertían en advertencias? ¿Era posible?
No, debía de estar loco. La paranoia lo estaba acabando poco a poco, y no sabía cómo detenerla. Era absurdo creer que alguien que estaba muerto pudiera, de cierta forma, tratar de persuadirte sobre lo que sucedería a continuación. No, no aceptaba que la niña tuviera razón. Ninguno de ellos tenía el valor de hacerlo, tampoco podían. La justicia haría algo al respecto. Sí, por supuesto.
«”Si después de atropellar a alguien sigues libre, ¿Quién te asegura que tomarán en serio lo que pase contigo?”» «”Malditos pensamientos maliciosos. Malditos sean ellos y mi conciencia por siempre recordarme a Amara.”» Se decía mentalmente mientras que intentaba hallar una solución.
Queriendo ignorarlo todo, enfocó su vista al frente hasta dar con el individuo que vestía de negro. La miró y negó. Eso no podía ser verdad. No podía estar sucediendo.
Alejandra no podía estar ahí, en la casa. Ella no pudo haberlo arrastrado desde el segundo piso hasta la sala, ella no pudo atarlo en una silla con tanta fuerza que no pudiera desatarse. Ella no sería tan malvada de hacer eso, a pesar de ser consciente de su odio hacia su persona aún confiaba en que no llegaría a tal extremo de invadir su casa. Eso tenía que ser una broma, era solo un juego para asustarlo.
Quizá luego de burlarse de él lo liberaría y diría que estaban a mano, que solo quiso divertirse un rato y ver su cara de espanto. A lo mejor después de pasar un momento agradable, únicamente para ella, todo volvería a la normalidad y ya no sentiría miedo.
Sí, solo jugaba. O tal vez no...
Abrió sus ojos en grande cuando vio el bidón destapado que cargaba en su mano, y en la otra un pequeño mechero plateado.
¿Qué estaba tramando? ¿Por qué tenía todo eso?
El hombre siguió negando al imaginar diversos escenarios donde ella utilizaba esos utensilios en su contra y, para aclarar, no eran nada bueno para él. Era de noche; ni siquiera sabía en qué hora de la madrugada estaban, se encontraban en su casa y Andrew estaba, por así decirlo, indefenso frente a una mujer dispuesta a todo. Nada acabaría bien.
Eso no era un maldita broma.
— Desáteme, por favor.—rogó.
— ¿Me recuerdas?— asintió— ¿Sabes por qué estoy aquí?
¿Cómo no recordarla?
Joder.
Todavía podía verla llorar sin descanso, podía escuchar voz suplicando que le devolviera a su hija Aún podía ver el enojo en sus ojos.
Si el propio señor podía ver sus emociones, ¿Por qué ella no podía ver las suyas? ¿Acaso su arrepentimiento no estaba escrito en sus pupilas?
Quería que ella entendiera que el accidente no fue algo que él quisiera, tampoco algo que esperó. Deseaba que ella notara lo mucho que lo lamentaba y que viera cuánto le dolía lo que le pasó a Amara. Sí, había sido su culpa, pero no fue intencional.
La vida estaba repleta, entre otras cosas, de errores, sacrificios y sufrimiento ¿Por qué no aceptar que eso era parte de ella? Y a lo mejor la justicia no había hecho nada, ni por ellos ni por Waller, pero eso no significaba que Alejandra llegara hasta ese nivel.
Aunque le doliera, debía de superarlo y tratar de continuar hacia delante.
— Por favor. Yo… yo lo siento tanto.
— ¿Lo sientes? No te veo tan dolido.
Lágrimas de suplicas y miedo comenzaron a caer sobre sus mejillas.
Temía por su vida porque sabía que estaba en riesgo. Podía ver la seguridad en los ojos contrarios y también en su cuerpo, el cual se mantenía tranquilo y relajado, todo lo contrario al del conductor. Podía ver la rabia que consumía su ser... ella estaba en esa casa para vengarse.
Ese sería el final.
Él no podía cerrar los párpados y actuar como si nada pasara, no podía negar el hecho de que había sido lo suficientemente idiota al no revisar cada maldita puerta o ventana. Estaba claro, si moría solo sería por su ignorancia.
Pero, sin importar que tuviera más cosas en contra que a favor, no se daría por vencido. Parecía que todo había acabado, pero no lo aceptaría. Jamás. No tenía escapatoria, sabía que de nada serviría tratar de dialogar, pero aún así lo intentaría.
Su último movimiento en este juego llamado vida.
— Haré lo que quiera, pero, por favor, no me haga daño.— aseguró, tratando de salvarse.
Estaba poniendo el todo por el todo y deseaba, de todo corazón, ganar aunque fuera un poco para permanecer por más tiempo en su hogar. El hombre tenía muchos planes por cumplir todavía, divertirse con sus amigos, salir a bares o a bailar a una discoteca. Conocer una chica y enamorarse hasta llegar al punto de casarse y formar una familia.
Aún tenía cosas por las cuales vivir. Solo quería seguir respirando por más minutos, y no cerrar los ojos para siempre.
— Ese es el punto.— la mujer chasqueó su lengua— Quiero hacerte mucho daño.
A una gran velocidad se acercó e inclinó el bidón. Él Trató de moverse hacia los lados cuando la frialdad de la gasolina cayó sobre su cuerpo y a su alrededor. Fue imposible salir de debajo de aquel líquido nauseabundo. Sus muñecas ardieron un poco más cuando forcejeó con las sogas para liberarme, pero aun así permanecí en el mismo lugar; la silla no se había movido ni siquiera una pulgada de donde estaba y eso le frustró.
El fuerte y repugnante olor le provocó arcadas. Era desagradable. No podía respirar con normalidad porque sentía que sus pulmones se incendiaban con cada inhalación; siempre odió el olor de cualquier combustible, y esa noche lo detestó todavía más.
Después de que el contenido fuera vaciado sobre el cuerpo robusto de Andrew, Alejandra tiró el bidón a un lado y encendió el mechero. Lo contempló de una manera serena, como cuando nos quedábamos viendo el atardecer en un bonito lugar. Cuando la lluvia llegaba y nos quedábamos por horas frente a una ventana, tan relajado y pacífico.
Lo observaba como la cosa más bonita e inofensiva del planeta.
— Es interesante, ¿No?... —habló, sin dejar de mirar el color anaranjado con pequeños toques amarillos de la pequeña llama— Que algo tan diminuto como lo es esto, pueda hacer tanto daño.
— Te lo suplico…
— ¿Qué se siente saber que morirás?
— Por favor, aún hay tiempo para que no cometa una locura.
— Tic, tac, el tiempo se agota.
— ¡Déjame ir, maldita loca!—una sonrisa se posó en sus labios.
Estaba angustiado. No podía controlar lo que decía, y sabía que estaba mal el haberle gritado de esa forma. Pero, ¿Qué más podía hacer? ¿Hablarle bonito e invitarla a tomar el té? Sería estúpido tratar de conversar con ella.
La mujer lo había bañado en gasolina, literalmente. Lo había atado a una maldita silla, ¡Lo había drogado! ¿Cómo diablos no iba a decirle que estaba loca? Era obvio que no estaba mintiendo. Por su comportamiento podía asegurar que algo no estaba bien en su mente.
¿El despedirse de alguien importante ponía así a la gente? Él nunca estuvo presente, ni mucho menos conocía una historia donde alguien hubiera dejado todo razonamiento después de un accidente. No sabía qué había dentro de las mentes de las personas ni cómo era su pensar, pero si ella era capaz de hacer una cosa así entonces pedía, por el bien de todos, que ninguna otra madre tuviera la desgracia de perder a su hijo.
Alejandra lo veía como un rival, alguien que debía de ser exterminado antes de que volviera a dañar. El miedo, la ignorancia y la desesperación, entre otras cosas, nos hacían cometer errores, por eso él estaba donde se encontraba. Waller fue ignorante al conducir días antes y en ese momento tenía miedo y, gracias a la desesperación, había abierto la boca para decir algo que no debía.
Por su mirada supo que la palabra «loca» solo fue un incentivo más para ella.
— Sí, estoy loca.— le aseguró—Pero es por tu culpa, tú me quitaste lo que me mantenía cuerda.
— Todo pasó muy rápido, no pude verla.— se calló cuando sollozo salió de su boca.
Le dolía. Y, joder, a él también.
No era un desalmado que iba por las calles buscando a quién atropellar. El hombre amaba a los niños, pedía que todos los que vivían en el mundo tuvieran éxitos y fueran felices siempre. No quería que cerraran sus ojos... no quería que dejaran de respirar.
Un error lo comete cualquiera, decían. De los errores se aprende, decían.
En ningún momento dijeron que te irían a buscar para hacer justicia por mano propia, nunca dijeron que los errores se pagaban con tu propia vida. Nadie te preparaba para abandonar el mundo de una manera tan macabra como lo era esa, ninguna persona era capaz de pensar con claridad.
Nadie lo preparó, ni advirtió que estaría frente a una madre dolida... y que en sus manos tendría la oportunidad de acabar con su existencia.
— Era tan hermosa y muy especial. Era mi adoración, mi ángel, era mi todo.
— Ya te pedí perdón, ¡¿Qué más quieres?!—exclamó, agotado.
No quería comportarse de esa forma, pero la angustia que sentía lo hacía actuar de cualquier manera menos la correcta.
El olor de la gasolina lo estaba mareando y haciendo que su estómago se retorciera. Sus manos estaban hormigueando al igual que sus piernas; faltaba muy poco para que las dejara de sentir. Sus muñecas seguían liberando dolor, podía asegurar que marcas rojas, junto a sangre, estaban a su alrededor formando un círculo.
— Quiero tu muerte.— dijo Alejandra, antes de tirarle el mechero encendido.
— ¡No!— gritó cuando el fuego comenzó a quemar su piel.
El dolor fue indescriptible.
Su cuerpo ardió por completo en segundos convirtiéndose en una bola de llamas; su cabello y ropa fueron extinguiéndose al instante, dejando que un desagradable olor a quemado se esparciera por todo el lugar. La carne comenzó a asarse tan rápidamente que terminó en trozos margullados en tonos negros, y luego se desprendió hasta dejar ver la claridad de los huesos que se ocultaban debajo. Sus párpados permanecieron abiertos, dándole lugar al fuego para que quemara sus ojos con mayor rapidez. Y, minutos después, las sogas liberaron sus muñecas y piernas, pero ya era demasiado tarde.
Andrew Waller había muerto calcinado en su propia casa sin siquiera tener la oportunidad de despedirse o defenderse.
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