10: Estaremos bien.
VÍKTOR.
Después de cinco años de felicidad conociendo a un ser extraordinario todo se desmoronó en pocos segundos. Las paredes del castillo construido de alegría se vinieron a bajo dejando solo los escombros que lloraban al verse sobre el suelo siendo la mismísima nada, pidiendo regresar a lo que antes era. Rogando volver a transformarse en aquella estructura glamorosa llena de sonrisas.
El corazón repleto de amor se rompió permitiendo que la tristeza ingresara por la grieta, dándole lugar para que lo pintara con su color. Ese negro intenso tan frío, hiriente e infinito como un precipicio de rocas puntiagudas y afiladas capaces de hacer tanto daño que ni siquiera el propio vacío podía evitar tal dolor. Ese tinte lúgubre había comenzado a transitar por mi mundo oprimiendo cada nervio de mi ser, convirtiéndome en un loco deprimente y lastimero.
¿Cómo olvidar los momentos vividos? Sus sonrisas, abrazos, besos y risas. Su alegría al despertar, al vernos o cuando salíamos a pasear. Su bello rostro mirando sus caricaturas favoritas, mientras que señalaba un personaje y decía que era ella. Su fascinación por los superhéroes y su amor incondicional por Iron Man. Su fantasía de ser una princesa y encontrar a su príncipe azul, sin saber que ya lo era y solo sería cuestión de tiempo para hallarlo... tiempo que, irónicamente, no se le dio.
¿Cómo decirle adiós a algo tan especial en tu vida? Despedirte de su aroma, su calidez y presencia. No volver a escuchar un «te quiero, papá» ni oír sus pasos cuando se ocultaba al estar jugando a las escondidas. Como cuando llegaba a casa y un exquisito olor a comida inundaba mis fosas nasales y, segundos después, ella aparecía corriendo para aferrarse a mí y decir que la cena ya estaba lista; que la había preparado con sus propias manos aún sabiendo que eso no era posible porque todavía era una pequeña niña.
¿Cómo dejar ir a una parte de tu corazón?
Eso era algo que nunca me había cuestionado, pero que ese día me tocaría hacerlo sin siquiera poder negarme. Había llegado la hora de enfrentar mis miedos y que ellos me carcomieran tanto que tuviera que pedir a gritos piedad. Había llegado el momento que todo ser humano odiaría y que nunca en su existencia desearía vivir.
Era tiempo de decir adiós de una manera desgarradora...
La tragedia me sentaría en una silla fría y dura, me miraría a los ojos y con toda la alegría del mundo me diría que perdí a mi inocente hija.
Amara...
¿Cuántas veces soñé con un futuro mejor para ella? Constantemente pedía que no tuviera que pasar por lo mismo que yo pasé cuando era niño; nada de golpes, inseguridad o soledad. Quería que solo conociera la felicidad, y que jamás se sintiera inferior a los demás. Tampoco quería que se sintiera como Alejandra; alejada e ignorada por sus padres. Por ello fue que siempre traté de darle lo mejor, amor y atención principalmente. Pasé horas a su lado jugando y platicando con ella, aunque no fuera una conversación completamente entendible. Con mi esposa le enseñamos a ser respetuosa y querer a todos por igual, que no importaba su vestimenta, eran humanos así como nosotros. Y al parecer habíamos hecho bien, esas palabras fueron comprendidas rápidamente ya que grande fue nuestra sorpresa cuando un día la vimos jugar con un niño de bajos recursos. Sabíamos que habíamos hecho lo correcto y que nuestra hija sería una gran persona.
Pero lamentablemente no le dieron la oportunidad de demostrarlo, no la dejaron vivir todo lo que se merecía. No pudo crecer, hacer muchos amigos e ir a estudiar correctamente. No pude terminar de sentirme un padre orgulloso porque me la arrebataron.
A mi pequeño ángel no pude decirle cuánto la amaba y lo importante que era para mí.
La vida era injusta en muchas ocasiones, pero creía que mi dolor había sido suficiente. Que cuando era niño ya había pasado por mucho y que luego llegaría lo mejor de mi vida. Sí, llegó, pero no me dejaron disfrutarlo. Solo me permitieron cinco años que no me alcanzaron para estar satisfecho.
¿Por qué tenían que quitarte algo tan valioso como era un hijo?
Si después de tanto sufrimiento todo mejoraba, entonces ¿Por qué tenías que despedirte de quien te daba estabilidad y felicidad? Si nuestra querida Amara no había hecho nada malo, ¿Por qué tuvo que morir de una forma tan desagradable?
¿Por qué alejaron a una madre de su hija tan repentinamente? ¿Por qué no dejaron vacíos y en un pozo sin salida?
El ver a Alejandra temblando aferrándose al cuerpo inerte y ya frío de ella fue desgarrador. El oírla llorar y pedir que todo fuera un sueño me estaba matando. Escuchar como le susurraba en su oído diciéndole que todo iba a estar bien y que pronto iríamos a casa, me rompió el corazón. Porque eso no pasaría, y solo éramos dos los que íbamos a volver. Porque horas después debíamos de despedirnos de nuestra niña para siempre, y tratar de vivir sin ella. Sería difícil, sobre todo para mi mujer quien tuvo que ver el accidente en primera persona. Fue ella quien estuvo allí; sentada en el asfalto con el cuerpo ensangrentado de Amara sobre su regazo esperando por mí y la ambulancia.
Fue ella quien con la voz cansada, el rostro húmedo por las lágrimas y ojos rojos e irritados, tuvo que decirme que nuestra hija ya no respiraba. Fue tan valiente en ese momento, mientras que yo era destruido por dentro y en silencio. Se mostró tan fuerte y vulnerable a la vez, que solo quería que todo el dolor y tristeza fuera transferido a mí y no a ella, porque sabía que no podría soportarlo.
Tantas emociones en tan pocas horas solo trajo problemas.
Decían que después de la tormenta siempre había un arcoíris. Lo malo era que, en esa ocasión, todo ocurría al revés... la tormenta ni siquiera había comenzado cuando el arcoíris desapareció.
De los gritos de desesperación y agonía habíamos pasado a un silencio rotundo e incómodo. Alejandra se mantenía con la mirada al frente y aunque le hablara nunca contestaba, parecía perdida. Solo se limitaba a limpiar cada lágrima rebelde que de vez en cuando caía por sus mejillas.
— Buenas noches, soy el oficial Carter.— se presentó un hombre vestido con un traje completamente azul— Siento mucho lo sucedido...— su mirada fue de lastima y odié eso.
Apenas hacían tres horas desde la noticia y ya estaba asqueado de ver rostros de lamento tan hipócritas. Ya fuera en la calle, hospital y en ese entonces en la comisaría, todos nos miraban de la misma forma. ¿Nunca pensaron que eso no cambiaba las cosas? ¿Qué sus estúpidas palabras no iban a revertir lo sucedido? Había perdido a mi hija, y ver como trataban que la situación fuera más llevadera me estaba agobiando y también doliendo.
Solo quería acabar todo ya... necesitaba descansar y despertar de esa pesadilla lo antes posible. Abrir mis ojos y encontrarme con el bonito rostro de mi hija que me observaba con una sonrisa antes de pedirme el desayuno y salir corriendo de mi habitación entre risas.
— ¿Harán algo con el responsable?— fue lo primero que pregunté, era lo único que me importaba. El policía me miró y con eso la respuesta llegó.
La justicia era tan mierda que dejaba a los culpables libres, mientras que las familias de las víctimas se hundían en su desgracia.
Apreté mis manos con fuerza por el enojo.
— El responsable es Andrew Waller y lamento decirle que solo pasará un par de horas bajo arresto y luego será liberado...
Mi hija había tenido una maldita contusión cerebral y el responsable no sentiría ni el mínimo dolor por ello. No quedaría tirado en un lugar frío, así como Amara había quedado en esa calle. Él no estaría encerrado en un ataúd, él no estaría bajo tierra. Él viviría su vida con normalidad, no sufriría así como lo haríamos nosotros sin ella.
El maldito bastardo continuaría con su mugrosa existencia como si nada.
— ¡Eso no es justo!— grité, golpeando la mesa y poniéndome de pie.
— Señor, le pido que se calme, por favor.— su voz tan serena me estaba enfureciendo más de lo normal.
— ¿Cómo puede pedirme que me calme cuando mi hija acaba de morir y el culpable no tendrá represalias por ello?
— Entienda que Andrew iba a la velocidad permitida en ese lugar, es lamentable que la niña no lo haya visto antes de cruzar.
Cerré mis ojos cuando me imaginé ese momento.
Incluso pude oír el sonido del impacto, como el automóvil golpeaba su pequeño cuerpo y lo tiraba a pocos metros frente a él. La vi cerrando sus ojitos cuando la sangre comenzó a salir... podría decir que hasta pude sentir su último latido a pesar de no haber estado presente. Pude escuchar su voz llamándome, pidiendo auxilio.
Pero por más que lo recreara en mi mente, nada iba a cambiar el estar allí tratando de que la justicia hiciera su trabajo. Nada podía evitar que me estuviera aferrando a la idea de que alguien tenía que pagar por lo sucedido. Y tal parecía que mi esposa pensaba igual que yo.
— Y es lamentable que ustedes sean unos ineptos que no hacen su trabajo.— por primera vez, y con su voz ronca, Alejandra habló después de horas— Quieren que todos los admiren ¿Y para qué? Para que cuando los hijos de los demás mueran, ustedes se queden de brazos cruzados como los idiotas que son.
Ambos, tanto el policía como yo, nos quedamos asombrados por su comentario. La mirábamos como si tuviera un tercer ojo: con nuestros labios entreabiertos al igual que los párpados. Fue sorprendente como de la nada y en pleno silencio abrió su boca solo para decirle que no servían para su trabajo, claro que ella no lo dijo con las palabras correctas, cosa que parecía pinchar el ego del oficial.
El hombre se aclaró la garganta antes de pararse perfectamente en su lugar.
— Le pediré que, por favor, no nos falte el respeto. Sé que está pasando por un momento difícil, pero no podemos hacer nada en una situación como esta.
Mi mujer esbozó una sonrisa torcida.
— Me pregunto en qué situación sí pueden actuar.— atacó.
— ¡Señorita Cabrera!— alzó la voz.
— Señora Heber...— corregimos ambos en unísono.
¿Quién se creía para utilizar el apellido que ella tenía cuando estaba soltera? Maldito idiota inservible e ignorante. Me llevó tiempo en superar mi inseguridad y que Alejandra usara mi apellido para que, en ese momento, Carter no lo tuviera en cuenta. Pasé semanas pensando en cómo pedirle que se casara conmigo, pero nunca lo logré y fue ella quien lo hizo todo. Solo bastó colocarse el anillo y dejar que lo viera para que el sí fuera obvio. Pero, por supuesto, que el idiota que teníamos en frente no era capaz de entenderlo tan bien como ella y yo lo hacíamos.
Sabía que mi mujer era extraordinaria, y había hecho lo correcto en elegirla para pasar el resto de mi vida junto a ella. Y estaba seguro que, a pesar del dolor que estábamos sintiendo, estaríamos bien si nos manteníamos unidos. Teníamos que ser fuertes sin queríamos superar lo malo que estaba pasando, sin mencionar lo que pasaría más adelante.
— Bien, señora Heber,— volvió a hablar— Trate de calmarse porque esa actitud no la ayudará...
— Ustedes tampoco me ayudarán en nada.— lo interrumpió.
— Heber.— Carter me miró, me estaba pidiendo silenciosamente que intentara controlarla.
— Cariño, por favor.— le hablé, aunque todo lo que quería era que siguiera liberando la verdad oculta que se mantenía detrás de una jodida placa de policía.
Deseaba poder oír todo lo que Alejandra tenía para decir, pero sabía que eso no era correcto.
Debía de verme como un hombre decente que no insultaba a la justicia, a pesar de que por dentro fuera todo lo contrario.
Ella me observó por un instante, estudiándome con la mirada antes de volver su vista al frente y permanecer como en un principio; en silencio y pensando en quién sabría qué cosa.
El oficial suspiró y tomó una hoja que estaba sobre su escritorio.
— Víktor, ¿No es así?— cuestionó y solo asentí— Bien, tengo entendido que su mujer tiene un título universitario y es actoral, pero que nunca pudo trabajar de ello.
— Está en lo correcto. Alejandra hizo una que otra obra estando en la universidad, pero cuando finalizó no continuó en nada.
— ¿Puedo saber por qué?— preguntó, apoyándose en el mueble.
— Decidimos casarnos unos meses después de ello, y vimos que no era necesario que los dos estuviéramos trabajando.
En cierta forma estaba mintiendo. La verdad era que ya no quería ver, ni imaginar cuando tuviera que besarse con otro que no fuera yo sobre el escenario. Los recuerdos de aquel día en la universidad estaban claros en mi memoria, cuando el imbécil se había propasado y aprovechado su absurdo personaje para comerle la boca a mi mujer.
— Entiendo... usted, ¿A qué se dedica?— quiso saber.
Sentí que sudé frío en ese momento.
Regresando en el tiempo un hora atrás, precisamente cuando nos pidieron nuestros datos, no llegué a completar toda mi información ya que no quería despegarme de mi esposa y tomar una hoja y escribir con una sola mano no era una tarea sencilla de realizar. Y, aunque me estuviera lamentando por ello, lo vi como una excusa para salir de apuros. Ni siquiera entendí por qué pero recordé que, cuando comencé a trabajar, Ed me pidió que mintiéramos respecto a si nos conocíamos o no. Ese día quise saber qué se traía entre manos como para decir algo así y él solo había respondido que era por seguridad.
Seguridad...
Se podía mentir una vez más, ¿Verdad?
No quería decirle a Carter a qué me dedicaba realmente pero sabía que si no decía la verdad tarde o temprano me descubrirían. Tal vez no hacían bien su trabajo, pero con el paso del tiempo sabrían sobre mi juego. Pero, pensándolo bien, al mirar a mi mujer un tanto perdida y distante decidí mentir solo un poco. Quería protegerla y cuidarla, y en ese entonces algo me dije que estaba haciendo lo correcto.
Decir una mentira nunca se había sentido tan bien.
— Soy...— tomé aire y valor, mirando los ojos oscuros del oficial— Soy mecánico, trabajo en un pequeño taller.
Ya estaba decidido.
Para la justicia sería un humilde mecánico. Y si se ponían a pensar, si realmente se sentaban a reflexionar sobre mi profesión, no era tan descabellado. Solo era cuestión de imaginarse que un coche era una persona, que su motor era su corazón y que su funcionamiento era su mente.
No estaba tan errado, yo era un mecánico de cabezas.
— De acuerdo, me gustaría tener información sobre su lugar de trabajo si no es molestia, por supuesto.
Genial, lo que me faltaba.
Si le mentía sobre una dirección, ¿Se daría cuenta? ¿Sabría todos los nombres de las calles? No quería averiguarlo, pero tampoco podía quedarme sin decirle aunque sea un número. Estaba entre la espada y la pared.
Pasé mi mano sobre mi muslo, tratando de quitar el poco sudor que había comenzado a aparecer en mi palma, y con eso también queriendo ganar tiempo para concentrarme en qué decir a continuación.
— ¿Y por qué lo necesita saber?— la voz de mi esposa fue mi campana de salvación.
— Para tener toda la información de ustedes ya que está incompleta.— dijo él, elevando un par de papeles que tenían mi caligrafía de doctor en ellas.
— ¿O sea que pierde su tiempo con nosotros y al culpable lo deja libre?— ella ironizó.
— Señora, por favor...
— No, ya me cansé ¿Quiere respeto? Entonces gáneselo.— y en un santiamén, ya estaba de pie— Acabamos de perder a nuestra hija y usted nos pide toda nuestra información como si fuéramos unos delincuentes.
Mientras que Alejandra lo señalaba, el oficial cerraba sus ojos y apretaba el puente de su nariz. Estaba molesto, todos lo estábamos. El aire parecía asfixiarnos en esa diminuta oficina, hacía calor y el estrés y enojo no ayudaban en esos momentos.
Carter suspiró rendido, sabía que ponerse en contra de mi mujer no era razonable, ni mucho menos inteligente.
— De acuerdo, sin información entonces.— cedió— Pero deberán de permanecer aquí, nada de viajes fuera del país.
— Otra vez tratándonos como delincuentes.— refunfuñó.
— Es protocolo, señora Heber.— explicó, cansado de la situación.
—Bien, pero...
— Lo entendimos, oficial, nada de viajes.— la interrumpí, deseando ya terminar por ese día— ¿Podemos irnos?
— Por supuesto.— accedió, señalando la puerta con su mano— Y una vez más... lamento su pérdida.
— Gracias.— susurré, y abracé los hombros de Alejandra para guiarla hacia la salida.
Tomé la perilla de la puerta y, cuando estaba por abrirla, volteé para despedirme respetuosamente del policía y una vez más su rostro nostálgico me asqueó. El día en que ese hombre pasara por algo parecido, sería el momento en que aceptaría que me mirara de esa forma.
Nadie tendría conocimiento de nuestro sufrimiento hasta que le tocara pasar por él.
— Hora de volver a casa.— dije, aferrándome al cuerpo cálido que tenía a mi lado.
Al caminar por esos pasillos azules, los cuales no esperé conocer en una situación con esa, la gente a nuestro alrededor nos miraba diferente a como cuando se conocía a otra persona en la calle, o en cualquier otro lugar. Podía ver su lastima, incluso podía decir que no sabían sobre nuestra pérdida, pero que con solo detallar el rostro de mi mujer se notaba que estábamos pasando por un momento difícil.
Y como la humanidad era ignorante, creían que al mostrar fingida tristeza todo se solucionaba.
Pero estaban equivocados, ¿Cuántas veces habíamos preferido encerrarnos en vez de mostrar nuestra debilidad? ¿Cuántas veces habíamos lavado nuestro rostro antes de salir y mostrar una brillante sonrisa?
Si les era sincero, había perdido la cuenta de cuántas veces pasé por esa situación en mi niñez... y una vez más, tendría que volver a mostrarme fuerte para que no notaran lo mal que estaba por dentro. A diferencia de mi mujer, la cual parecía un enorme río de cataratas por sus lágrimas, yo parecía una roca; fría y dura. Pero si mirabas más allá, si inspeccionabas con determinación aquel ser sin vida, podías ver que su interior era todo lo contrario a su exterior. Mientras que éste se mostraba indestructible, el otro ya había sido destruido años atrás y que, gracias a esa tragedia, se hacía pedazos otra vez.
En ocasiones la vida era difícil, deseaba poder tirar la bandera blanca y decir un: «ya basta, hasta aquí llegué» pero al mirar a mi alrededor me di cuenta que si yo me rendía sería un cobarde, y a eso no me lo perdonaría jamás. Si Ed aún mantenía el recuerdo de su madre sin ningún rencor, ¿Por qué yo tendría que hacerlo?
Si no estaba solo, ¿Por qué quería rendirme y dejar a Alejandra a su suerte? Si había perdido a mi hija, ¿Por qué tenía que perder a mi mujer también?
La respuesta estaba clara, seguiría batallando por los que ya no estaban y por los que aún se mantenían de pie aunque les doliera. Decían que con el paso del tiempo todo dejaba de doler, pero estaban muy equivocados. El dolor siempre estaría con nosotros, nos acompañaría por el resto de nuestras vidas, la diferencia era que sabríamos cómo vivir con ello. Él no se iría, nosotros nos acostumbraríamos a su presencia. Solo bastaba con dejar correr las manecillas del reloj.
Y eso era lo que nos faltaba en ese momento, porque caminando por ese pasillo, pasando policía tras policía, nunca había deseado detener en el mundo como en ese instante.
— ¿Señores Heber?— nos llamó aquella voz que había escuchado horas antes pero a la distancia.
El cuerpo de mi esposa se estremeció cuando notó quién era, y yo sin más elevé mi vista para confirmar mis sospechas.
Y ahí estaba él. Con sus manos unidas al frente por unas esposas de metal, su boca formada en una delgada línea y sus ojos mostrando un brillo de impotencia.
Andrew, estaba de pie a pocos metros de nosotros. El causante del nuestro dolor se encontraba sin ataduras ni ningún impedimento ante su libertad. El metal que envolvía sus muñecas no significaba nada, mucho menos el oficial que estaba a su lado.
— ¡Maldito asesino!— gritó Alejandra y, si no la hubiese sujetado, estaba seguro que se hubiera lanzado a golpearlo sin problemas.
El conductor retrocedió temeroso ante la actitud de mi esposa, bajó su vista mientras que comenzaba a jugar con sus dedos. No sabía si era por miedo o nerviosismo pero de que ese hombre tenía un aura diferente a horas atrás, la tenía.
— Lamento mucho su pérdida.— dijo en un hilo de voz.
Y por solo un segundo sentí lastima por él.
— Y-yo juro que no vi a su hija,— volvió a hablar— Todo pasó muy rápido y cuando quise frenar ya era demasiado tarde.— sus ojos encontraron los míos— Si hay algo que pueda hacer, por favor, díganme.
— ¿Quieres hacer algo?— preguntó mi mujer a lo que el hombre asintió— Regrésame a mi bebé, te lo suplico.
Apreté mi mandíbula con fuerza cuando escuché como su voz se desvanecía al final de su pedido.
Me dolía mucho el verla de esa forma, su estado no era favorable en lo absoluto. Su rostro estaba húmedo por las constantes lagrimas que bajaban hasta caer al suelo; su nariz y ojos estaban rojos, sus manos temblaban cada vez que intentaba limpiar un poco de secreción nasal. La vista que me mostraba era fatal, y pedía no volver a verla en ese estado.
Waller estiró una de sus manos hacia ella antes de decir:
— Perdón, pero no sé cómo devolverle a su hija.
Alejandra negó con la cabeza, entretanto se mordió el labio inferior tratando de evitar soltar un sollozo. Pero lo que soltó fue algo más intenso y, con eso, toda acción de consuelo por parte de él se detuvo por completo:
— Entonces hazme el favor de morirte.
Simples y concisas palabras.
Podía sentir el odio que ella emanaba por su cuerpo, la rabia revoloteaba en sus ojos a cada segundo que él permanecía frente a nosotros. Lo entendía, en otras circunstancias y tal vez en otro momento, yo me hubiese puesto de esa forma. A lo mejor si no nos encontrábamos en una comisaría, lo hubiera maldecido incluso golpeado. Pero debía de mantenerme al margen, mostrarme de una manera más humana aunque sabía que lo más humano en ese instante era hacerle entender a ese hombre el daño que nos hizo.
Pero si la justicia no había hecho nada, ¿Yo debía de manchar mis manos?
En mi niñez intenté muchas veces hacerlo, pero no me había funcionado y siempre terminaba peor de como comenzaba. Los golpes e insultos fueron parte de esos años donde me sentía cautivo y solo, hasta que alguien más los detuvo por su cuenta. Entonces, ¿Debía de esperar a que otra persona se encargara de todo?
¿Alguien le pondría fin a todo? ¿Quién sería capaz de hacer justicia por mano propia?
Ni siquiera deseaba la respuesta a esa última pregunta porque quizá en ese tiempo no lo noté pero esa persona estaba más cerca de lo que creía.
— Verdammter Mörder, ich schwöre, sie werden teuer bezahlen für das, was Sie getan.*— le dijo mi esposa al conductor, y con eso volví a la realidad.
Joder.
Lo acababa de amenazar.
Agradecía que él no supiera alemán y que nadie, ninguno de los oficiales presentes, hubiera escuchado. Aunque eran tan idiotas, como el que teníamos en frente, que no entenderían ninguna palabra.
En fin, de cierta forma el odio que Alejandra sentía por Andrew fue transferido a mí en milisegundos, la lastima por aquel hombre había desaparecido. No podía sentir emociones positivas hacia él teniendo conocimiento de lo ocurrido esa misma tarde. Él era quien atropelló a mi pequeña hija, y eso era algo que no se tomaba a la ligera... tampoco era algo que se perdonara fácilmente.
— ¿Q-qué dijo?— me preguntó, mostrándose asustado por el tono de voz que ella había utilizado.
Suspiré, gruñendo por lo bajo.
No podía traducirle con exactitud lo que había dicho, mucho menos explicarle que, por su bien, se mantuviera alejado de ella. Estábamos en una maldita comisaría y lo que quería evitar era, en cierto modo, levantar sospechas o que el hombre se dignara a decir que mi mujer lo había amenazado.
Mantener un perfil bajo, era lo mejor en esos momentos.
— No se preocupe.— murmuré, mostrando mi mejor sonrisa— Le agradecemos su intención, pero debemos irnos.
Atraje más a Alejandra a mi lado, y di un paso hacia al frente. Lo que menos quería era seguir ahí, de pie y escuchando su voz. Deseaba desaparecer y no volver a verlo jamás.
Pasé por su lado sin siquiera dirigirle una última palabra o mirada, hice como si no estuviera allí y no era por maleducado, sino era por el bien de nuestra seguridad.
— Prometo ir a visitar a su hija.— aseguró.
Me detuve en seco cuando lo dijo, cerré mis ojos antes de voltear mi rostro y observarlo sobre mi hombro.
— Preferimos que no, pero gracias.— lo vi hacer una mueca pero, al parecer, luego entendió que era lo correcto.
No nos hacía bien verlo, con solo imaginarlo presente en el funeral o ver flores que no eran llevadas por mi esposa o por mí en la tumba de nuestra pequeña, era algo que me disgustaba.
Caminé unos pasos con la incertidumbre de qué sucedería con nosotros desde ese momento.
¿Volveríamos a despertarnos sonriendo aún cuando no escucháramos a nuestra hija llamándonos? ¿Nuestras comidas serían ruidosas sin la risa de Amara? ¿Cómo volveríamos a ver a los niños ir o regresar del jardín sin sentir nuestro pecho vacío? ¿Qué pasaría con Alejandra cuando le tocase caminar por aquel parque donde todo había acabado? ¿Podríamos seguir sin una parte fundamental en nuestras vidas?
Pero sobre todo, ¿Sentiríamos amor y felicidad sin ella? La respuesta era no, todo brillo que había para nosotros desapareció, toda alegría terminó cuando su corazón dio su último latido. Sin nuestra hija nosotros no éramos nada.
Mi mente divagó tanto pensando y recordando que una lágrima salió disparada de mi ojo. Había perdido la cuenta de cuántos años llevaba sin llorar, me había acostumbrado tanto a eso que cuando sentí esa húmeda calidez correr por mi mejilla me sorprendió. Confundido, llevé mi mano hacia ella y delicadamente la limpié, la pequeña y frágil gota brilló bajo la luz del techo. Con mi dedo pulgar la acaricié, sintiendo su frialdad al estar tanto tiempo expuesta al aire. La observé con determinación, recordando mi comparación con una roca...
Y entonces en ese momento lo entendí, no importaba que tan fuertes nos creíamos, siempre había algo que nos debilitaba.
Aquella armadura sólida que teníamos con cada tristeza se hacía más delgada y más fácil de romper. El poder que sentíamos se iba más rápido de lo que imaginábamos, y volver a él requería de tiempo y valor. El miedo al no saber sobrellevar las cosas nos sucumbía, dejándonos más intranquilos de lo normal.
Porque hasta el material más rígido podía ser destruido por algo más, ya fuera grande o pequeño. Porque muchas veces no necesitábamos de una enfermedad para morir, solo era cuestión del destino.
Nosotros éramos peones en este juego llamado vida y dependía de ella si sufríamos o no, porque ni siquiera intentándolo íbamos a evitar derrumbarnos.
— Víktor.— me habló mi mujer.
La miré a los ojos y me perdí en ellos.
Una vez más admitía que no podía rendirme porque la tenía a ella. Alejandra era mi salvavidas, quien me mantenía a flote desde hacia años y que con su amor iluminaba mi existencia.
Y era mi momento, debía de ser yo el pilar que mantuviera en pie nuestro matrimonio.
— ¿Sí, cariño?— le sonreí.
— Mañana es el funeral, ¿Verdad?
— Así es, tal vez sea difícil pero...
Ella colocó su dedo sobre mis labios, interrumpiéndome.
— No tienes de qué preocuparte,— dijo con firmeza— Estaremos bien, todo se solucionará.
Sin entender con exactitud sus palabras, asentí. Creyendo que su «estaremos bien» era un tipo de apoyo, no pensé más a fondo sus verdaderas intenciones.
Fui un idiota.
Porque siempre estuvieron ahí; su forma de actuar, las palabras dichas hacia Andrew, eran una clara advertencia de que no todo estaba bien y no pude verlo con anticipación.
Porque lo peor que se podía hacer era quitarle una hija a una madre. Porque el ser humano buscaba justicia sin importar cómo venía.
Porque hasta la mente más fuerte se podía deteriorar con un suceso shockeante.
*Verdammter Mörder, ich schwöre, sie werden teuer bezahlen für das, was Sie getan.: Maldito asesino, te juro que pagarás caro lo que hiciste.
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