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08: Nuevas etapas.

VÍKTOR.

Los preparativos para la boda me consumieron por completo, a pesar de solo responder sí a cada cosa que Alejandra y la organizada decían y de no haber ayudado en nada, sentí mi cabeza explotar en todo momento por no decir que cada tela y decoración que me mostraban me parecían exactamente iguales a las otras y que no me interesaba cómo estaría colocada cada cosa porque ese no era mi tema. No tenía conocimiento de absolutamente nada sobre todos los detalles esenciales que se requerían para que dos personas que estaban enamoradas hasta los huesos pudieran unir sus vidas eternamente.

¿No se necesitaba, básicamente, de dos testigos y un juez que se encargara de que fue legal? ¿Un hombre de túnica que dijera algunas palabras comunes para hacer que la ceremonia fuera más especial? ¿Un invitado que quisiera toda la atención y que comenzara a contar chistes sin gracia para que nadie se cayera dormido por el aburrimiento? ¿No era suficiente solo mi futura esposa y yo con los anillos en nuestras dedos y llamarnos esposos?

¿Por qué tendría que ser tan caótico todo si solo queríamos ser felices y compartir nuestra alegría con otros?

¿Por qué nada bastaba únicamente con amor?

Tenía la esperanza de que las mujeres sabrían más sobre flores, adornos, salones y demás artículos que se utilizarían para el gran casorio pero, siendo hombre, esperaba que la situación fuera más sencilla. No podía explicar con exactitud qué era lo que verdaderamente esperaba para aquel maravilloso y único acontecimiento solo pedía que nada se nos saliera de las manos y no tener que visitar el lugar donde todo ocurría cada dos días porque las indecisiones estaban más activas que cualquier otra cosa. Pero, hablando seriamente y contando la realidad, a mis tiempos libres los tuve que pasar detrás del volante conduciendo de un lado a otro y, a su vez, escuchando como Alejandra charlaba con la organizadora hasta de los mínimos detalles y luego me los consultaba a mí ¿Mi respuesta? Siempre fue un «» o «como tú quieras, cariño». Si era sincero, habían momentos en los que ni siquiera sabía de qué diablos estábamos platicando, mi contestaciones salían de manera automática. Así que podía darle todo el crédito a mi novia y a su emoción por convertirse en la señora Heber.

Y mejor ni mencionar la actitud de Ed, quien se encontraba peor que yo y más nervioso. A diferencia de mí, él si se preocupaba por aportar algo a las conversaciones, lo malo era cuando Paula lo hacía callar diciendo que, lo que decía, no tenía sentido y que si no era algo bueno que mejor se mantuviera en silencio. Y, tomando sus palabras como órdenes, muchas veces solo nos quedamos viendo como ellas hablaban con diversas personas y les señalaban dónde debían de poner cada cosas y si se necesitaba arreglar algo. Habíamos hecho bien, tenían mejores gustos que mi hermano y yo juntos, por lo tanto dejamos que ellas lo eligieran todo.

No nos sorprendimos cuando, el día de nuestra boda, lo vimos todo perfectamente en su lugar y de manera grandiosa. En la Iglesia; las bancas estaban adornadas con moños blancos brillantes y un tulipán rojo junto a una rosa del mismo color en el medio, el suelo estaba cubierto por una larga alfombra clara y pétalos de rosas esparcidos sobre ella. El salón, donde se haría la fiesta, era enorme y elegante; sus paredes color salmón estaban acompañadas por globos y serpentinas de todos colores. El DJ dejaba que la música clásica sonara por todo el lugar gracias a sus altavoces; los meseros compartían comida y bebidas servidas formalmente sobre charolas plateadas. Cada silla tenía su moño, cada mesa tenía un florero con su respectiva docena de rosas para los invitados.

Sí, las rosas eran las favoritas de Alejandra y Paula.

Y así de hermosa, como eran esas flores, se veía mi esposa al vestir un vestido blanco con escote de corazón y pedrería, su largo velo recorrió la alfombra lentamente mientras que ella no podía dejar de sonreír al estar acercándose a mí. Una vez que ambas estuvieron a nuestros lados, pudimos tomar sus manos y dejar un corto beso en ellas antes de quedar frente al hombre que uniría nuestras vidas para siempre.

Todos mis nervios desaparecieron cuando sentí el leve pero reconfortante apretón en mi mano. Esa era la magia de Alejandra, solo bastaba una caricia suya para que todo mi ser se tranquilizara.

— Estamos aquí el día de hoy para celebrar la unión de dos parejas que se aman incondicionalmente, cuatro personas que se convertirán en dos; amantes que se fundirán para ser solo uno.— comenzó a decir el sacerdote, mirándonos respectivamente— Ellos...— nos señaló, con una sonrisa— Se recibirán en sagrado matrimonio para vivir juntos hasta la eternidad.

Sus labios siguieron hablando pero yo no recibía ningún sonido, toda mi atención, mi mente y vista estaban centradas en Alejandra, por lo tanto mis oídos parecieron perder su básico sentido.

Todavía no caía en cuenta de lo que estaba pasando; mi primer amor, la chica que me cautivó desde el momento en que choqué con ella estaba de pie junto a mí, a punto de aceptarme como esposo. Podía recordar como nos habíamos conocido; nuestra primera interacción, los meses que habíamos pasado juntos antes de que me confesara. Todo había sucedido por alguna razón y ese día se estaba culminando.

La vida nos tenía diversas sorpresas a lo largo de ella y, si sus sorpresas serían tan extraordinaria como esa, entonces las recibiría gustoso.

Porque aquella chica que un día fue mi novia, en ese mismo instante se estaba por convertir en mi mujer, mi esposa.

Joder.

Eso sonaba tan bien, esas palabras me reconfortaron y llegaron a mis oídos como si fuese la música más maravillosa del planeta. Me estaba casando, y no podía más con la felicidad.

— Alejandra Cabrera ¿Acepta a Víktor Heber como su legítimo esposo; para amarlo, cuidarlo y respetarlo, en la salud y en la enfermedad, guardándole fidelidad durante el tiempo que duren sus vidas?— esa larga pero esperada pregunta me hizo salir de mis pensamientos y volver a lo que importaba.

La oscuridad de sus ojos brilló cuando su vista cayó sobre mí, y con una gran sonrisa dijo:

— Sí, acepto.

En ese preciso segundo sentí como mi corazón se detenía levemente, al igual que todo a mi alrededor. Mis manos estaban sudorosas siendo apretadas detrás de mi espalda, mis piernas parecían gelatina queriendo ya no retener el peso de mi cuerpo. Mi garganta estaba seca y...

— Señor Heber.— me llamó el hombre, ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Un segundo?— Es su turno...

Alcé una ceja perdido entre tantas sensaciones.

— ¿Qué decía?— indagué.

Escuché la risa burlona de Ed, y lo observé. Lo fulminé con la mirada y él sonrió más socarronamente antes de sacarme la lengua.

— Y usted, Víktor Heber, ¿Acepta a Alejandra Cabrera como su legítima esposa; para amarla, cuidarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, guardándole fidelidad durante el tiempo que duren sus vidas?— preguntó, algo que por supuesto no tenía dudas en responder.

— Sí, acepto.— contesté, sintiendo mariposas en mi estómago.

Con un suspiro, —y comprendiendo lo que acaba de suceder— solté todo el nerviosismo.

Ya había pasado, el momento que más me preocupaba acabó. Ella había aceptado, no me había dejado plantado en el altar, mucho menos había salido corriendo diciendo que no podía hacerlo.

Alejandra ya era mi esposa.

Pude sentir como lentamente el retumbar de mis latidos volvían a ser intensos como antes cuando comprendí que ya no era yo solo, sino que tenía a alguien más a mi lado. Seríamos dos personas unidas, amándose incondicionalmente por años. Viviendo felices mientras que disfrutábamos de lo que nos reparaba el destino... creando una familia por siempre.

Una familia.

Por primera vez esa palabra no dolía.

Por primera vez los recuerdos de mi infancia no tenían el mismo peso que años atrás.

Por primera vez estuve agradecido con mis padres por la vida que me había tocado gracias a ellos.

— Bien, es momento de los anillos.— comunicó el sacerdote.

Esperé y escuché atentamente las palabras que Ed le dedicaba a Paula. Sonreí cuando los sollozos de ella se hicieron presentes. Sentí mi corazón oprimirse sin razón cuando vi como Alejandra limpiaba sus lágrimas en silencio.

Parecía feliz, estaba tan emocionada que podía ver como su ramo temblaba al igual que su cuerpo. Entretanto mi temblor era uno muy diferente; era de nerviosismo, estaba ansioso por mi momento, quería decir tantas cosas y solo esperaba no olvidarme de nada. Ni siquiera lo había escrito en una hoja como normalmente se hacía en las películas, estuve en la ducha repitiendo lo que se me venía en la cabeza hasta dejarlo grabado. Cada cosa cursi que sabía que le gustaría escuchar la estuve practicando hasta la última oportunidad.

— Señora Cabrera, sus votos, por favor.

Ella suspiró pesadamente antes de tomar la argolla que correspondía.

— Realmente no me esperaba nada de eso, dios, ¿Por qué decidimos casarnos los cuatro a la vez? Ni siquiera puedo contener las lágrimas por culpa de Ed. Tampoco puedo hacer maravillas como él o Paula hicieron porque no llegué a preparar algo así de bonito— su comentario, o más bien confesión, nos hizo reír— No se burlen, creí que no era necesario. Pero improvisaré, lo haré rápido y no lloraré, o al menos lo intentaré.— esbozó una sonrisa— Jamás pensé que estaría en un lugar como éste, mucho menos que pudiera ser tan feliz como lo soy desde que te conocí. ¿Recuerdas aquel día? Para mí había sido uno como cualquier otro hasta que chocamos y hablamos, esos meses que amistad fueron tan extraños. Y tal vez en ese momento no lo noté pero estoy segura que desde esa ocasión me enamoré de ti, desde que sentí tu calor rodeándome supe que eras para mí. Desde que vi tu rostro quedé completamente hechizada, no sé que me has hecho, mi vida, pero te quise desde que supe de tu existencia. Estoy agradecida con el mundo entero por haberte encontrado y también te agradezco a ti por no darte por vencido y luchar por mí y por nuestro amor. Si tuviera que expresar todo lo que siento por ti no me alcanzarían las palabras ni el tiempo...— sus iris oscuros se cruzaron con los míos— Eres mi todo; eres mi salvación, mi escudo protector y mi gran amor. Es por el gran cariño que te tengo, que este día yo, Alejandra, te recibo a ti, Víktor, para ser mi esposo hoy y siempre. Prometo serte fiel, en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Juro amarte y respetarte todos los días de mi vida.— finalizó, colocando el anillo en mi dedo anular.

Si mis emociones no hubieran estado dentro de un frasco, hubiese llorado desde que ella comenzó a hablar. Y quizá no lo demostraba, pero sus palabras quedaron incrustadas en mi pecho de una forma especial y hermosa. Ella era mi adoración y lamentaba mucho no poder hacérselo saber con lágrimas, pasé tanto tiempo ocultando mis sentimientos y todo lo demás que me era imposible liberarlos de un día para otro. Esperaba que en el futuro pudiera llorar como un niño sin sentirme débil y fracasado.

Esperaba poder mostrarme tal cual era sin el pensamiento de vulnerabilidad, como el pequeño Víktor que se lamentaba en la cama de un orfanato, aquel a quien golpeaban y sacaba su dolor en forma de gotas saladas que cubrían todo su rostro.

Quería volver a ser alguien sentimental pero sin la necesidad de pasar por algo malo que me llevara a la tristeza.

— Señor Heber, es su turno...— el hombre me permitió la palabra. Segundos después, toda atención recayó sobre mí.

Aclaré mi garganta y tomé la alianza antes de dar media vuelta y quedar frente a Alejandra.

— Bueno, esto es difícil para mí y lo sabes.— comencé, sonriendo— Soy muy feliz contigo y estoy muy agradecido de que me hayas permitido estar a tu lado, por dejarme amarte y cuidarte. A pesar de todo no te diste por vencida, no te importó de dónde venía o si tenía algo de valor. Eres increíble, tan extraordinaria que todavía me sorprende que sigas conmigo y que me quieras tanto como para aceptarme como tu esposo... esposo. Me fascina como se oye eso.— Alejandra asintió dándome la razón— Sé que nuestro amor tuvo problemas desde el inicio, que me tardé un poco mucho en confesarme, pero me conoces y entiendes que soy muy complicado para algunas cosas. También sé que tuviste la oportunidad de tirarlo todo y no lo hiciste.— ella negó, conteniendo sus lágrimas— Agradezco también eso, porque si te hubieses ido, si me hubieras dejado, no sabría qué sería de mí. Eres mi todo, amor; eres por quien me levanto con una sonrisa en las mañanas, y por las noches al verte dormir a mi lado. Eres la persona que me hace reír y estallar de felicidad cada vez que llego a casa y te siento, o cuando haces algo divertido o pasas tiempo conmigo. Con solo un beso me haces olvidar de todo lo malo, con solo una caricia me haces volar, cariño.— lentamente fui colocando el anillo— Eres mi gran amor, mi fortaleza y mi debilidad... eres meine verrücktheit.— ella sonrió, limpiando sus mejillas — Por todo eso y más, en este día tan especial yo, Víktor, te recibo a ti, Alejandra, para ser mi esposa hoy y siempre. Prometo serte fiel, en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Juro amarte y respetarte todos los días de mi vida.— finalicé, viendo como la argolla quedaba prefecta en su lugar.

Lo habitual era llegar a la frase «hasta que la muerte nos separe» pero, maldición, ni siquiera quería pensar en esa palabra. Aún nos quedan muchos años por delante, muchas emociones positivas por las cuales pasar, mucho amor que dar y recibir. Todavía nos faltaban vivir tantas cosas que no quería pensar en el final.

— Dices que estás agradecido por tenerme a tu lado sin saber que la que da gracias todas las noches soy yo.— admitió Alejandra un minuto después— Amor, tú me salvaste con solo aparecer frente a mí. Aquél día, cuando nos conocimos, mi mundo se detuvo al mirar el azul de tus ojos, no puedo explicar lo que sentí al verte.

— Te amo.— fue lo único que pude decirle.

— Y yo a ti.

Ambos sonreímos antes de que todo el mundo desapareciera para nosotros. Nos vi solos en esa iglesia; ella con su hermoso vestido blanco y yo con mi traje negro, siendo los únicos beneficiados de vivir un momento así. Solo nosotros, sintiendo los latidos unidos de dos corazones enamorados.

Nuestras respiraciones se complementaron cuando entrelazamos los dedos y sentimos la calidez del otro.

Solo dos personas recibiendo agradecidos la nueva etapa.

— Por el poder que se me ha sido otorgado, los declaro marido y mujer...— el sacerdote desvió su mirada hacia Paula y Ed— Marido y Mujer.— repitió con una sonrisa— Pueden besar a las novias.

Dicho eso, y la velocidad de la luz, tomé a Alejandra de la cintura, antes de posar mis labios sobre los suyos.

Nuestro primer beso de esposos.

No importaba si nuestras bocas ya se conocían, ese rose romántico fue como el primero que nos dimos antes de que le pidiera ser novios. Su sabor dulce seguía afectándome de la misma manera que ese día lo hizo, su textura y calor me enloqueció como la primera noche que pasamos juntos. Nuestra historia había comenzado en la universidad, y a pesar de los años, el amor que tenía en ese tiempo permanecía en mi corazón y tenía claro que seguiría allí por el resto de mi existencia.

Volví a sonreír cuando imaginé una vida junto a ella.

Porque no había mejor sueño para mí que no fuera tenerla conmigo para siempre; poder despertar con Alejandra y también acostarme y abrazarla hasta verla dormida. Celebrar nuestros aniversarios, y rememorar cada instante que habíamos pasado juntos. Poder besarla a toda hora y decirle todo lo que sentía por ella, poder seguir construyendo nuevas cosas y ver que nos tenía preparado el destino.

— Te amo.— le susurré lo mismo al finalizar el beso.

— Te amo.— contestó, antes de volver a unir nuestros labios.

Ese día había sido el comienzo de nuestro matrimonio.

Dos personas recibiéndose para convertirse en una... Dos personas que un año después crearían a una tercera.

Los meses después de aquel grandioso momento pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Y, después de haber pasado semanas casi sin poder dormir por los preparativos, supuse que había sido normal que me pareciera que el tiempo transcurría demasiado rápido. Al terminar lo ajetreado y que todo empezara su trayecto a una velocidad tranquila, —como era antes de nuestra boda— no me sorprendió estar organizándome para nuestro primer aniversario.

Pero, la noticia que mi esposa me tenía preparada, me cayó como balde de agua helada.

— Estoy embarazada.— me había confesado un día, con un test color blanco en su mano.

Confundido me acerqué y tomé el objeto, mirando atentamente aquellas dos pequeñas rayas que marcaban positivo.

Mi cabeza hizo cortocircuito cuando caí en cuenta lo que eso significaba. Estaba esperando un bebé...

Un diminuto feto estaba creciendo en su vientre. Nuestro hijo o hija. Íbamos a ser padres.

— ¿Víktor?— me llamó cuando, al pasar de los segundos, seguía sin moverme.

Un nuevo milagro había aparecido en mi vida; anteriormente había sido Alejandra, en esa ocasión se convertía en mi futura heredera. El mundo me quería mostrar que podía ser feliz sin preocuparme por mi pasado, que no debía de dar nada por sentado porque siempre había algo que me dejaría con la boca abierta. Que, a pesar que era un huérfano, me merecía conocer el amor y todas esas cosas cursi que veían con él.

En mi cuerpo no cabía más alegría pero, por supuesto, ésta estaba acompañada por la intriga. Sí, había deseado ser padre pero no creí que algo así pasaría tan rápido. No iba a mentir al decir que no tenía miedo por cómo sería lo que se avecinaba. No tuve una familia durante muchos años de mi vida, no fui criado por mis padres y la duda de cómo sería yo al no tener un ejemplo al cual seguir, me había asustado.

Sería una nueva etapa, un nuevo inicio y como en todo lo demás, solo era cuestión de tiempo para que pudiera comprender todo con claridad.

Siempre se necesitaba a alguien a quien acudir cuando no sabías tal cosa, pero al no tener a los dos pilares que técnicamente eran fundamentales en tu existencia, debías de buscar soluciones en otro lado. Y mi lugar seguro sería Alejandra... también Ed y Paula, aunque ninguno tuviera una experiencia sobre qué hacer y cómo criar a un bebé, tenía fe en que juntos lo resolveríamos.

La vida no venía con instrucciones de cómo vivirla, tener un hijo tampoco. Solo debía de confiar y dejar que la incertidumbre no me consumiera por completo.

Supuse que ya habría tiempo para investigar mediante un libro o internet sobre la paternidad, sería un problema al cual, unos meses después, tendría que enfrentarme. Lo importante en ese instante era cómo no seguir actuando como si fuera una roca frente a mi mujer.

No sabía cómo hablar, estaba mudo y no podía dejar de mirar las dos líneas que resaltaban sobre el test. Era un maldito imán que no me permitía hacer nada. Lo único notable, y que aseguraba que seguía vivo después de una noticia como esa, era mi respiración; una intensa y agitada respiración que movía mi pecho descontroladamente.

— ¿Cariño?— la voz de Alejandra sonó rasposa y fue lo que me incentivó a mirarla.

Algo no estaba bien.

La observé morderse las uñas.

No, otra vez no.

Podía ver el nerviosismo e inseguridad que había en ella, recordándome aquella noche cuando nos comprometimos. Podía incluso jurar que su mente estaba lejos de allí y con pensamientos equivocados. Estaba sobrepensando las cosas y sabía que eso nos llevaría a nada.

Alejandra creía que el saber que tendríamos un bebé me molestaba.

— Te decepcioné, ¿No es así?— preguntó.

— ¿Qué dices?— tiré el test de embarazo hacia cualquier lado antes de acercarme más a ella y dejar mi manos sobre su cintura.— Me has dado la mejor noticia del mundo.— aseguré.

Sus ojos dejaron caer lágrimas cuando lo dije.

— ¿Lo dices en serio?— asentí, limpiando sus mejillas— Seremos padres, Víktor...

Esbocé una gran sonrisa.

Casi un año atrás añoraba la palabra «esposo» en ese momento había sido reemplazada por «padre»

— Sí, amor, tendremos un bebé.— la abracé tratando de no usar tanta fuerza.

Desde ese día debía de ser más cuidadoso, también tenía que vigilar que no hiciera nada que pusiera en riego su vida o la del feto. La insistencia de conocer más sobre un embarazo y cómo cuidar a un bebé aparecía otra vez. Sabía ciertas cosas, pero nunca era suficiente para una situación como esa. La alimentación sería fundamental; al igual que el descanso y el no levantar cosas pesadas. El estrés y malos ratos debían de quedar descartados desde ese día en adelante, y aunque no había mucho de eso en nuestra vida, trataría de evitar cualquier cosa que les causara daño.

Ellos eran mi responsabilidad, y yo, como un buen esposo y padre, haría lo que fuera para que estuvieran a salvo.

— Mañana mismo iremos a un hospital.— sentencié, dejando un beso en su sien— Gracias, cariño, me haces muy feliz.

— Y tú a mí, amor.— se separó de mí para besarme y yo aproveché la oportunidad para colocar mi mano sobre su vientre.

Importándome muy poco que aún no estuviera abultado o que faltaba meses para sentir sus movimientos y pataditas, disfruté de saber que mis manos podían ocultarla de todo mal. Me sentí poderoso al verme siendo su escudo y protección. Me emocioné al imaginar como el cuerpo de Alejandra iría cambiando y como el hogar de mi bebé iría creciendo. Sonreí cuando divisé su nacimiento y también su primer año. Me enorgullecí al verla crecer y lograr todos sus sueños.

Ni siquiera habían pasado cinco minutos desde que me enteré y ya estaba perdido pensando en el futuro.

— Hola, bebé, aquí está papá.— hablé con voz infantil.

Alejandra rió.

— Creo que aún no puede escucharte.— dijo, posando su mano sobre la mía.

— No importa, le hablaré todos los días para que se acostumbre.

— Papá será insoportable.— fue su turno de dirigirse al bebé.

— Oye, seré sobreprotector, amoroso y cuidadoso, pero no insoportable.— protesté, provocando que mi esposa volviera a reír.

— ¿Amoroso y cuidadoso?— inmediatamente asentí— Que yo recuerde tiraste la prueba de la existencia del bebé sin siquiera dudarlo.

— Es que estaba emocionado y sorprendido.— me defendí.

— Sí, claro.— murmuró.

Sin esperar su orden, me alejé y busqué la dichosa  prueba en cada rincón de la habitación.

No había caído muy lejos, ¿Cierto?

Con cada segundo que pasaba y no la encontraba, me cuestionaba si esa cosa no se movía por sí sola. No había usado la fuerza para tirarla por lo tanto no debió de volar a tanta distancia como para no hallarla. Nuestro cuarto no era tan grande y no habían tantas cosas que pudieran ocultar algo tan pequeño.

Mentalmente me prometí encuadrarla para no volverla a perder. Si era posible, claro.

Escuché una risita y supe que se estaba burlando de mí. Tiempo después quise reírme de mí mismo cuando la encontré sobre la cama.

Jodida mierda.

— Ya sabías dónde estaba, ¿Verdad?— inquirí sabiendo la respuesta.

— No sé de qué hablas.— se hizo la desentendida y yo negué divertido.

Me gustaba pasar momentos así con ella, a pesar de que ya no éramos esos jóvenes risueños que fuimos cuando nos conocimos, sabíamos cómo pasarla bien juntos y eso me encantaba. No había manera de aburrirme de Alejandra, ni tampoco dejaba de ser feliz a su lado.

Con cada día junto a ella, yo me enamoraba aún más, si eso era posible.

— ¿Le has dicho a Paula?— pregunté, tomando el test.

— Aún no...— contestó, arrebatándomelo de las manos para mirarlo una vez más. Podía ver sus ojos brillantes por la alegría que, seguramente, burbujeaba en todo su ser.

— Déjame eso a mí.— dije, tomando mi celular y buscando el contacto.

Una vez que lo hallé, hice la llamada esperando a que contestara inmediatamente. Por la adrenalina que viajaba por mi cuerpo y que no me dejaba tranquilo, repiqueteé mis dedos contra la carcasa del móvil.

No tenía paciencia como para disimular que no estaba nervioso e inquieto, quería gritar a todo pulmón lo que estaba sucediendo. No podía con tanta emoción que sentía, podía incluso correr un maratón y no cansarme por la energía, o más bien por la euforia que tenía. El enterarme que sería padre fue una gran noticia y no podía contener absolutamente nada.

Y, como era costumbre, al tercer pitido descolgó.

Hola, hermanito, ¿Cómo estás?— habló Ed.

— ¡Tendré un bebé!— chillé, sin siquiera corresponder a su saludo. Estaba seguro que tuvo que separar el móvil de su oreja antes de quedarse sordo.

Sonreí al imaginarme la cara de fastidio que había puesto después de mi grito. Pero estábamos hablando de Ed, siempre tenía ese aspecto para todo... menos para Paula.

Joder, Víktor, pareces una colegiala enamorada.— se burló, haciendo una pausa antes de decir— Espera, ¿Qué? ¿Escuché bien? ¿Seré tío?

— Sí, Ed, serás tío.— sonreí.

¡Sí, maldita sea! Tendré un sobrino o una sobrina.— dijo alegremente— Felicidades, hermanito.

— Gracias.

El silencio se hizo presente después de eso, lo que me pareció extraño puesto a que él siempre tenía algo de qué hablar.

Bien, si eso es todo, debo colgar.— eso me confundió aún más.

— ¿Qué? Creí que celebrarías conmigo.

Y lo haré, pero no ahora. Tengo algo más importante que hacer.

— ¿Qué es más importante que celebrar que tendrás una sobrina?— ni siquiera dudaba, algo dentro de mí me decía que tendría una hija.

No sabía cómo explicarlo, pero creía que a todas las personas que habían pasado por eso les sucedía. Sin esperarlo o no, equivocándose o no, hasta el mismo aire te transmitía de qué género sería el bebé. O simplemente así lo veía yo.

Darte una sobrina a ti también.— aseguró, quitándome de mis raros pensamientos— Ya te había dicho la idea de ser padres al mismo tiempo. En esta ocasión me ganaste, por eso debo de mover mis fichas rápidamente e ir por Paula para...

— Mucha información.— lo interrumpí, lo que menos quería era escuchar su explicación de cómo haría a su heredero.

Si no quieres saber, entonces hablamos luego.

— No quiero saber porque yo ya sé cómo se hace— argumenté con orgullo.

Sí, sí, adiós.— dijo, antes de colgar.

Mostré una sonrisa.

Tendré un bebé. El ser más preciado y anhelado por todos, me convertiría en padre.

Nuestra pequeña hija llegaría para darnos más cariño, alegría y para demostrarnos que nunca era suficiente. Con ella aprenderíamos a ser padres y también a no cometer los errores que nuestros progenitores tuvieron con nosotros.

Amara estaría rodeada de amor y afecto, sería nuestro todo...

Ella sería nuestro farol brillante durante cinco años, antes de que alguien apagará por completo su luz.

Creía ser la persona que la protegería pero, cuando más me necesitó, no puede ayudarla... no pude salvarla.

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