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05: Choque y encuentro.

Meses después.


ALEJANDRA.

— ¡Vamos otra vez!— había gritado la señora Allen, nuestra profesora, frente al escenario.

Porque sí, ese espacio era mi lugar favorito, allí era donde pasaba la mayor parte de mis días desde que llegué a la universidad. La actuación había sido algo tan grandioso que cuando, tiempo atrás, me sentaba a pensar en qué carrera tomar no dudaba ni un segundo en tener una idea clara en mi mente.

No hubieron titubeos ni miedos. Me había lanzado sin paracaídas y agradecía no haber obtenido una dolosa caía por tal descontrol de no cuestionarme sobre las posibles fallas.

La verdad era que, desde el momento en que puse un pie en ese edificio, el mismo alrededor me aseguró que había tomado la decisión correcta. No respondería la razón o por qué terminé sintiendo algo así, supuse que esa clase de cosas extrañas eran comunes, algo así como el mismo destino hablando por sí solo. El universo mostrando el camino sin equivocaciones, diciendo que no habrían errores si aceptábamos su opción.

Y quizá en ese instante de acceder y creer que mi ruta para progresar era esa, la tomé con confianza y sin indagar en si en algún futuro ese trayecto no estaría repleto de obstáculos. Y no estaba hablando sobre la universidad o la carrera en si, mas bien de las personas que terminaría conociendo a lo largo de los meses.

Pero bueno, eso era algo que se vería más adelante.

Volviendo al tema inicial. Era la primera obra en la que actuaría y estaba muy nerviosa. Hacia apenas tres meses que había comenzado a transitar por aquel sendero que, desde que tenía memoria, me llamaba la atención. Aunque debía de admitir que era algo agotador tener que pasar por el mismo párrafo de diálogo tres veces seguidas en una semana, ¡Y apenas era miércoles! No quería imaginar en tener que volver al día siguiente y soportar nuevamente estar frente a mi profesora y demás compañeros esperando —y cruzando los dedos— a que mi acompañante no se equivocara en alguna ocasión o incluso que nuestra instructora pidiera la misma parte del drama que queríamos presentar, ya fuera porque le había parecido muy bonito o porque quisiera corregir algo en particular.

Lo cierto era que llevábamos casi dos horas con la misma escena; aquella donde el actor principal confesaba sus sentimientos y era un amor correspondido, se besaban e imaginaban su vida a partir de ese día.

Lo sabía, era lo más cursi y cliché de la historia, algo demasiado irreal para ser verdad.

La realidad era algo diferente, dolorosa y dura; un mundo negro que se exponía tal cual era sin tener la necesidad de ocultar su lado más negativo para darle lo mejor a todos. La vida misma se manifestaba como ciertamente era, aún cuando habían personas a las cuales no les gustaba pasar por tantos disgustos y conflictos. Y aquellos, los miedosos que preferían escapar que su verdad y vivir en una paralela donde todo era perfecto, eran nuestros espectadores porque claro estaba que, cuando se sentaban en aquellas butacas acolchonadas de color rojo, querían olvidar todo lo malo y hacer de cuenta que su existencia era muy diferente a la que estaban viviendo. Querían, por unas pocas horas, centrarse en la obra; ser otras personas, estar en la situación de alguien más y así olvidar sus problemas. Porque de eso se trataba: recrear historias, ya fueran reales o ficticias, quitarle algunos de las dificultades que habían en ellas y mejorarla para que cuando los demás la vieran sonrieran y pensaran que todas, o por lo menos la mayoría, de sus complicaciones podían resolverse en un abrir y cerrar de ojos.

Éramos como grandes esponjas que absorbían lo que los otros no deseaban pero que, cuando todo finalizaba, se devolvía cada fragmento que su ser había consumido. No éramos magos pero teníamos poderes para ser catalogados como tales.

Así era la actuación; te transmitía emociones que te dejaban la piel de gallina, te llevaba a sitios inimaginables donde todo era posible y eras feliz... mostraba algo que no siempre sucedía.

Me gustaba creer que gracias a ella podía tener aquella alegría que hacía tiempo dejé de sentir. Aquel cosquilleo que se sentía cada vez que veías a alguien especial, esos nervios a la hora de hablar con quien te enloquecía sentimentalmente. Lo bonito que era salir a pasear, ver lugares en los cuales tener recuerdos que fueran inolvidables. La calidez de tocar otra mano, la sensación abrigadora que tenías cuando te abrazaban, demostrando su cariño hacia ti.

Todo parecía hermoso, lo malo era cuando tenías que bajar del escenario y aceptar que nada de eso era real... que estabas sola y que no tenías a nadie con quien compartir momentos especiales.

O quizá eso sólo me pasaba a mí, ya que al parecer los demás eran muy felices con sus vidas. En cambio yo, simplemente sonreía por cortesía, mostraba una parte de mí que no era cierta. Solo era una adolescente tratando de adaptarse a su día a día, conseguir amigos y queriendo olvidar todo lo demás.

El estar sola y sin nadie que me conociera de verdad no era bueno, ni para mí ni para nadie. Me concentraba tanto en lo que sucedía arriba del escenario que olvidaba por completo que solo era un momento pasajero, que cuando bajaba todo cambiaba tan brutalmente que no me daba tiempo ni de respirar. Amaba recrear escenas con todo tipo de sucesos, tanto así era que quería vivir en ellas para siempre. Prefería dejar mi vida cotidiana y mejorar mi existencia al actuar, quería perderme allí sin miedo de no volver.

Y sí, lo sabía. Pensar en eso estaba mal, no podía seguir con esa idea pero a la vez no podía admitir ni aceptar lo equivocada que estaba mi mente.

Sabía que tarde o temprano eso sería una dificultad.

Y así, queriendo dejarme llevar por todos los sentimientos y sensaciones que había llevado dentro en esos lagos minutos, me centré en mi actuación, y me enfoqué en mi personaje... el principal.

Allí estaba yo, esperando el momento de escuchar esas palabras falsas que tenía que tomar como verdaderas y transmitir esa alegría que alguna persona en mi lugar sentiría. Ahí estaba, fingiendo una vez más y deseando que algo como eso me pasara en el transcurso de mi vida.

Un amor verdadero... una persona que lo hiciera todo por mí.

— Quiero que sepas lo que siento por ti...— comenzó mi compañero, mirándome fijamente— Anhelo que comprendas lo enamorado que estoy, el deseo que tengo de que lo aceptes y me permitas estar a tu lado toda nuestra vida, juntos.— se acercó un poco más y tomó mis manos entre las suyas— Quiero verte vestida de blanco a la hora de llegar al altar, quiero ver como tu vientre crecer cuando nuestro primer hijo llegue. Sueño con superar cada obstáculo que la vida nos ponga para poder ser felices sin importar con cuántas cosas tengamos que enfrentarnos... quiero hacerte ver lo agradecido que estoy porque estés conmigo y quiero demostrarte con acciones cuánto te amo y lo importante que eres para mí.— tomó una bocanada de aire y apretó levemente el agarre— Entonces, ¿Qué dices? ¿Te gustaría ser mi esposa?

Y como decía el guion, debía de sonreír y luego recordar algún suceso para tratar de llorar, ya fuera por felicidad o tristeza.

En mi caso, siempre fue la segunda opción.

Mi mente me llevó a mi vida antes de la universidad, donde me quedaba por horas sola en mi casa esperando a mis padres. Donde contaba cada minuto para la cena, para platicar y pasar tiempo con ellos, pero nada de eso ocurría. Como si yo fuera alguien invisible, como si no existiera para ellos, no me hablaban, no me miraban. Solo se quedaban allí, contando lo que hicieron en sus días y arreglando alguna cena con sus amigos.

¿Dónde quedaba en sus planes su única hija, la persona que para ellos debía de ser importante e irremplazable? En ningún lado, por supuesto.

Sin siquiera darse cuenta de lo que su indiferencia causaba en mí, hacían planes de viaje para compartir momentos con otras personas. Pasaban semanas en otro lugar mientras que yo permanecía en mi casa siendo cuidada por una señora que apenas y podía mantenerse de pie.

La soledad y silencio tarde o temprano se convertían en tu única compañía haciendo que, tiempo después, te acostumbrases a ellos y no quisieras soltarlos. Era por eso que luego meses dejó de importarme lo que mis padres hicieran o dejaran de hacer, le dije hasta la vista a sentir la falta de afecto, adiós a preocuparme por las horas que pasaba sola... me despedí del hecho de querer llamar la atención y me centré en mí y mi futuro. Olvidando lo importante en una familia: el cariño, comprensión y compañía.
Fue de ese modo en que todo acabó; con el pasar de los años, las cenas dejaron de ser ruidosas inclusive para ellos. Las charlas de trabajo e invitación a amigos se terminaron y, como yo antes sentía, solo permaneció el silencio e incomodidad en esos dichos momentos. Después de las cenas, cada uno hacía lo que quería alejado los unos de los otros... la familia había dicho adiós sin siquiera notarlo.

Por ello era que me enviaron a la mejor, y por supuesto, más costosa universidad de Londres para que estudiara lo que yo quisiera, ni siquiera ellos sabían qué me gustaba. Solo pagaron, dijeron que me divirtiera y ya. Meses después esperé por llamadas o mensajes de su parte, haciéndome a la idea de que quizá me echaban de menos. De que, por la distancia y tiempo en lo que no nos veíamos, deseaban saber de mí, pero una vez más, nada llegó, solo el cheque con más dinero de lo necesario y una pequeña nota diciendo: «Úsalo en lo que quieras».

¿Así trataban todos los padres a sus hijos?

¿Simplemente le daban tanta libertad que luego no eran capaces ni de preguntar por sus vidas?

Tan simple como despedirse de alguien que no te importaba...

Tan fácil como soltar el cariño y dejar que el odio y desprecio tomaran el lugar de un sentimiento demasiado importante como ese.

Y así, con esos recuerdos, dejé que mis lágrimas hicieran lo suyo. Mis mejillas se mojaron y tratando de no dejarme llevar por mis propias emociones, suspiré y me enfoqué en lo que tenía que realizar.

Por un instante había olvidado en dónde estaba y qué estaba haciendo. Eran demasiado recuerdos que me llevaban lejos sin siquiera notarlo, era tanto lo que tenía guardado dentro que cuando quería liberarme solo un poco de ello, todo venía de golpe queriendo salir por completo... los sentimientos negativos que me gobernaban por dentro deseaban ser libres, y hacer de las suyas.

Pero no podía permitirlo, no en ese tiempo al menos.

Estaba comenzando mi nueva vida, estaba tratando de superar mi pasado aunque no fuera para tanto, porque sabía que había personas con más problemas que los míos. Entendía que mi infancia y parte de mi adolescencia no serían nada si lo comparaba con cosas vividas por otros.

Porque cada ser humano tenía su propio infierno aunque no lo mostrara... aunque no se notara.

Volví a suspirar, dejando mi mente en blanco.

Estando sobre el escenario, seguí con lo que aquél papel pedía:

— Sí, aceptó.— tan simple... tan falso.

Tantos sentimientos encontrados solo para decir una absurda frase.

Cerré mis ojos cuando recordé lo que venía después de esas palabras... el beso.

Unos labios resecos y finos chocaron contra los míos, un pequeño rose y ya, algo insignificante como eso. Algo que carecía de calor y cariño, algo no deseado ni siquiera soñado.

— ¡Excelente! Gran trabajo.— nos felicitó nuestra profesora y segundos después se escuchó una ola de aplausos.

Rápidamente nos sepamos y volteamos a ver a los demás haciendo una pequeña reverencia como agradecimiento.

— ¡Estuviste estupenda, Ale!— me gritaron.

Sonreí cuando me di cuenta de quién se trataba, la busqué entre la multitud y la vi.

Paula.

Mi única y mejor amiga.

Tal vez había dicho que no tenía a nadie, y a lo mejor se leyó muy mal sabiendo que no estaba sola. Pero la verdad era que no siempre la tenía a mi lado como si fuera mi sombra, por lo tanto los recuerdos y la depresión que creía tener se aprovechaban de la situación y hacían mi vida un jodido infierno haciéndome cuestionar en si verdaderamente merecía tener a alguien especial conmigo. Aunque todo desaparecía después de unas horas, eran constantes pero llevaderos bajones que me daban de vez en cuando. Nada que no se pudiera resolver.

— ¡Esa es mi amiga!— volvió a vociferar y solté una risita.

Agradecí cuando la conocí el día en que ingresé a la universidad, como en todo, siempre el comienzo era difícil y un tanto ajetreado. Recuerdo que ese día estaba nerviosa y abrumada ya que no encontraba el salón de mi primera clase, perdiéndome entre los pasillos del edificio la encontré. Choqué contra ella y mi cuerpo tembló, era nueva y haber tenido ese accidente con alguien que ya llevaba tiempo en ese lugar me hacía imaginar que tendría problemas. Pero todo pensamiento negativo se esfumó cuando me sonrió, y nos ayudamos a levantarnos del suelo. Me habló y me comentó que ella también era nueva y que sorprendentemente estábamos buscando el mismo salón, la diferencia estaba en que ella sí conocía el camino y yo no.

Desde ese día nos volvimos inseparables, nuestra amistad surgió desde el momento uno. Sentarnos juntas en cada una de nuestras clases se volvió rutinario pero no de forma molesta o aburrida, era todo lo contrario. En cada una de nuestras charlas siempre había algo nuevo para contar, ya fuera por algún chico nuevo y guapo que Paula conocía o por todo lo que nuestra carrera conllevaba.

Así habíamos pasado estos tres meses de amistad.

— Bien, ya pueden irse. No se olviden de volver mañana.— se despidió la señora Allen.

A paso apresurado caminé por detrás del escenario, pasé algunos camerinos hasta llegar a mi casillero donde guardaba mi mochila y chaqueta. Con todo en mi poder, salí por la puerta trasera sabiendo que mi amiga me esperaría allí.

Tres meses en donde siempre hacíamos lo mismo, Paula iba a verme y luego salía de edificio y me esperaba en esa puerta metálica ya que no podía seguirme hasta detrás de escenario porque a nuestra instructora no le gustaba que otros alumnos estuvieran por ahí dando vueltas y dañando algo que tanto trabajo le costaba.

Sí, era demasiado estricta en algunas cosas.

— He aquí la mejor actriz de Londres.— me alabó cuando salí.

— No exageres.— reí mientras que me envolvía en un abrazo.

— No lo hago, realmente me impresiona la capacidad que tienes para besar a ese chico.— hizo una mueca de asco, y yo la miré con el ceño fruncido— ¿Qué? No es mi tipo.

— ¿Y cuál sí lo es?— le pregunté, comenzando a caminar.

— Pues ya sabes; alto, con músculos, ojos y cabello claros. No uno que parece Frodo de “El señor de los anillos”.

— Frodo tiempo ojos claros.— le recordé.

— Sí, pero es un Hobbit. Imagínate casarte con una persona así; en vez que ingresar a tu nueva casa en sus brazos, serías tú quien tendría que cargarlo.

Nos miramos por unos segundos y luego comenzamos a reír a carcajadas.

Los comentarios de Paula eran en otro nivel, mientras que otras personas buscaban tranquilidad y silencio, yo buscaba todo lo contrario y lo tenía en ella.

Más de noventa días dentro de la universidad, días en donde no quise silencio y soledad. Ya había sido suficiente de eso es mi casa, era tiempo de cambiar y lo estaba haciendo.

Sabía que cuando eso volviera, sería mi perdición...

— Me han dicho que hay dos chicos de segundo año en psicología...— comunicó a mi lado— Dicen que son muy guapos y que son de Alemania.

Sin darle tanta importancia, seguí con mi camino. Era normal que hubiera chicos ingresando de otros lugares del mundo y también que fueran lindos, a mí no me importaba. Yo prefería concentrarme en mi carrera que estar pensando en chicos, después de todo ya tendría tiempo para eso en el futuro.

Si no me había interesado en más de dieciocho años ¿Por qué tendría que llamarme la atención precisamente en ese momento?

— ¿No vas a decir nada?— indagó Paula cuando no recibió palabra de mi parte.

— No sé qué esperas que diga.— me encogí de hombros— Solo son chicos.

— Guapos y de Alemania.— sonrió pícara.

— No importa de dónde sean, solo son...— mi olfato captó cierto aroma varonil nunca antes conocido, y mi rostro chocó contra una prenda cálida y suave.

Perfecto, lo que me faltaba. La segunda persona con quien colisionaba en mi estadía en ese lugar.

Estuve a punto de quitarme, mirar a quien había chocado y disculparme con ella —o con él, con quien fuera— pero cierta parte de mi cuerpo no reaccionó y tomó como buena idea quedar contra la dura anatomía. Cualquiera diría que mi ser se transformó en una nueva parte de la otra persona, o que estábamos en alguna estúpida pelea ridícula donde no sabíamos en qué lugar golpear o siquiera separarnos.

Todo era demasiado raro.

Cerré mis ojos y mordí mi labio inferior cuando unas manos grandes rodearon mi cintura, dejándome sentir el calor que estas desprendían.

¿Qué estaba pasando? Ni siquiera nos habíamos caído al suelo como para que hiciera tal cosa, ¡Estábamos caminando! No habíamos tomado una gran velocidad y el desconocido se aprovechaba de la situación haciéndome sentir su musculatura.

¿Por qué esa persona se tomaba tanta libertad como para abrazar mi cintura?

¿Por qué yo no decía nada? ¿Por qué me sentía tan bien y cómoda?

¿Por qué me gustaba estar de esa forma?

Mi corazón bombeó agradablemente dentro de mi caja torácica, las palmas de mis manos hormiguearon por tocar ese cálido ser y comprobar que tan ejercitado estaba ese cuerpo robusto que me mantenía cerca suyo.

Carajo.

— Ale, ¿Estás bien?— la voz de Paula me quitó de mi ensoñación.

Abrí mi ojos y elevé mi miraba para encontrarme con ese rostro que provocó un sonrojo en mí. Ojos azulados como el cielo en un día despejado de primavera, me observaron con un brillo especial que no supe explicar. Su cabello azabache caía con suavidad por su frente, su nariz recta te guiaba a la parte más bonita de su cara; sus labios finos estaban torcidos por una bonita sonrisa.

Toda una obra de arte estaba frente a mí.

— ¿Estás bien?— su tono era tan seductor y meloso como todo él mismo. Sus dedos seguían en contacto con la ligera tela sobre mi piel, haciendo pequeños círculos imaginarios sobre ella y causándome escalofríos.

— Eh, s-sí.— hablé entrecortadamente, tratando de separarme de él, aunque mi cuerpo quisiera todo lo contrario.

En mi loca cabeza de adolescente deseaba permanecer por más tiempo junto a él... quizá para toda la vida. Sentir su calor rodeándome por siempre, que las yemas de sus dedos fueran más lejos y que no solo tocaran mi vestimenta.

Hice una mueca al entrar en razón y comprender que eso sería como estar dentro de una de mis obras. Soñar despierta, así le llamaban. Él era perfecto, salido de los cuentos de halas ¡Un completo príncipe! Tan perfecto para mí que era un crimen que siquiera lo estuviese pensando.

No podía seguir con lo mismo y creer que con cada cruce que hiciera con tal persona ésta me pediría que fuese su amiga, o incluso ir más allá... que, por ser un chico, me pidiera tener una cita. La gran complicación de no tener a más personas a mi lado que no fueran Paula me estaba matando, no era popular —cosa que era prevista desde hacía mucho tiempo atrás— tampoco contaba con un grupo de amistad, ni siquiera con quienes compartía carrera, y ni se dijera de intentar salir a fiestas como nos lo hacían creer las películas estadounidenses.

Mi vida era aburrida y solitaria, y ese guapo chico no podía formar parte de ella.

Con ese pensamiento di un paso hacia atrás y, cuando pude poner distancia entre nosotros, su sonrisa se borró. Alzó una de sus cejas y me miró confundido más cuando Paula enredó su brazo con el mío y me pegó más a ella.

¿Qué esperaba? ¿Que estuviera a su lado toda la tarde?

— Lamento esto, Ale es un poco torpe.— se disculpó mi amiga.

— No hay problema.— dijo, sin dejar de mirarme.— Bueno, yo...

— ¡Víktor!— el grito de un chico lo interrumpió y segundos después apareció a su lado— Te estaba buscando, hermanito.

¿Hermanito? Ni que fueran tan parecidos.

Debía de admitir que el otro muchacho era igual de alto que él, misma postura y tamaño corporal, pero eso no le daba el aspecto de ser familiares. Por no nombrar la más grande diferencia entre ellos que eran su color de ojos y cabello; azulado y negro, contra verdosos y rubio. Aunque era normal que entre los hermanos no hubieran ciertas similitudes y que cada uno compartiera algunas características con uno de sus progenitores que el otro podría llegar a carecer.

— Lo siento, chicas, pero debo llevármelo.— nos dijo, sonriendo y empujándolo hacia otro lado.

A medida que se alejaban comencé a sentir frío, como si me quitaran todo lo que llevaba puesto y me dejaran rodeada de la nieve helada que caía en el día más frío de invierno. La tibieza que mantenía mi cuerpo se esfumó como humo junto a las caricias de ese chico. Quizá yo no era la única que se sentía despojada porque, a pesar de ser casi arrastrado que su supuesto hermano, la mirada del tal Víktor seguía sobre mi anatomía. El azul de sus iris no se despegaba de mi ser, y eso no me molestaba sino todo lo contrario.

Me gustaba tener sus ojos sobre mí, inclusivo podía decir que deseaba otra vez chocar contra él solo para sentir su calor un poco más.

— Adiós.— se despidió Paula sacudiendo su mano y con una gran sonrisa.— ¿Ya viste lo guapos que son? Sin duda son de quienes te hablé.

No dije nada, y con nerviosismo seguí caminando como si eso nunca hubiera pasado.

Debía de permanecer tranquila y reprimir las ganas de gritar de felicidad. Tenía que respirar con lentitud y obligar a mi corazón a que dejara de latir de forma acelerada, pero se me era demasiado difícil al revivir ese corto momento.

— No sé tú, pero yo quiero al rubio. Es muy guapo.— siguió diciendo Paula— Me voy a casar con él, ya lo verás.

Eso causó risa en mí, apenas y lo había visto y ya imaginaba una vida con él. No habían hablado o dirigido una mirada que insinuara algo más, sin mencionar que no sabía ni su nombre. Aunque, conociendo a mi amiga, estaba segura que tarde o temprano lo sabría todo de ese chico y se obsesionaría con él hasta más no poder.

¿Qué se le iba a hacer? Solo éramos una adolescentes que añoraban tener la oportunidad de ser felices junto a hombres hermosos y musculosos.

Pero debíamos de despertar y afrontar la realidad, o al menos yo. Sabía que Paula era capaz de conseguir lo que quisiera, tenía una excelente personalidad; tomaba cualquier cosa como punto de conversación, era agradable, risueña y además era muy bonita como para ser rechazada. Mi amiga tenía muy buenas virtudes, las cuales yo no poseía.

Tenía que salir de aquel mundo deseado y comprender que lo ocurrido ese día solo era algo que se olvidaría en pocas horas, un encuentro casual y para nada significativo. Al menos para él, porque para mí era como un pequeño sueño hecho real... algo imaginario, algo imposible que se presentó ante mí con una sonrisa encantadora.

— No puedo crees que digas eso, ¿Cómo estás tan segura que será tu esposo si ni se presentó?— indagué, queriendo evadir mis pensamientos depresivos.

— Lo presiento.— dijo sin más— Seremos la pareja del año... al igual de tú y el otro chico.

Reí mientras negaba con la cabeza.

Mi amiga estaba loca, claro de sí.

Solo había sido un primer contacto, y tal vez sería el único.

***

Suspiré cuando salí del salón de clases, concluyendo otro día universitario como muchos que ya había superado casi sin diferencia notoria.

Los estudiantes pasaban por mi lado en grandes grupos platicando que lo tenían que hacer cuando llegaran a sus hogares, mientras que otros organizaban absolutamente todo para lo que se avecinaba el viernes por la noche y fin de semana: fiestas, alcohol y descontrol. Diría que me incluía en esos dichosos y para nada originales planes pero la verdad era que prefería quedarme en mi piso terminando algunos apuntes que no pude finalizar o simplemente no hacer nada más que mirar por una ventana entre la oscuridad como todo el mundo se divertida menos yo. Sí, aún mantenía la rutina de una persona asocial que había incrementado en mi vida desde... ¿Siempre?

Sinceramente no me quejaba, mientras que otros intentaban no quedarse solos para no confrontarse ellos mismos, yo prefería hacerlo cada maldita noche y tratar de conocerme a la perfección. La cuestión era que nunca terminaba de comprenderme porque había algo oculto que no se dejaba ver, ni mucho menos deseaba ser descubierto.

Una parte de mí retorcida que se presentaría en el momento que fuera necesario, cuando la necesitara... cuando todo estuviera en penumbras y quisiera hallar una salida por mi cuenta.

Pero para ese detalle y gran descubrimiento todavía faltaba, y tendría que esperar un poco más hasta que anocheciera para intentar destapar al menos la punta de ese enorme iceberg que parecía estar en mi interior.

Y aún debía de salir del terreno de la universidad y llegar a mi casa, cosa que parecía casi imposible gracias a las infinitas olas de alumnos que se acumulaban cerca de la puerta de entrada. Ni siquiera entendía por qué tanto alboroto si tarde o temprano podríamos irnos, ¿Acaso no podían ser más normales y hacer filas? ¿Tanto les contaba no comportarse con animales y querer huir en manadas?

Largué un suspiro y me detuve. Apreté con nerviosismo las correas de mi mochila y esperé hasta que la masa humana se dispersara. Honestamente la impaciencia había surgido mucho antes y ésta tenía nombre... no diría apellido porque verdaderamente no lo sabía aún.

Lo cierto era que en esas horas me había sentido ansiosa y no sabía por qué —o quizá no quería aceptarlo— pero la realidad era que desde que había chocado contra ese chico, Víktor, no había dejado de pensar en él y eso me tenía un poco inquieta. Tanto fue así que esperaba volver a verlo durante el trayecto del día pero para mi mala suerte no fue así, no había visto su rostro ni por casualidad.

Nuestro encuentro había sido mágico y, como la misma magia, solo pasaba una vez.

Quería tanto perderme en ese azul marino que me mataba su ausencia.

Retomé mi caminar al escuchar como algunos chicos detrás de enfadaban porque mi cuerpo se mantenía fijo en su lugar, incluso llegué a sentir empujones de quienes pasaban por mis costados con cara de pocos amigos y gruñendo.

Siempre haciendo el ridículo, Alejandra.

No era nada nuevo para mí y, de alguna manera, agradecía que mi mejor amiga no estuviera presente ya que le haría pasar vergüenza, cosa que no se merecía. También porque sabía que le terminaría gritando a cada uno que se atreviera a mirarme mal. Ella era como mi escudo personal, protección que tenía vida propia y que no siempre estaría para cuidarme.

El sol golpeó mi rostro cuando por fin puse un pie fuera de edificio, el clima era cálido ideal para disfrutar de los últimos rayos de sol. Quizá ella había aprovechado del agradable día y había salido a disfrutar de su libertad. ¿Dónde se había metido mi mejor amiga? ¿Ya me habría reemplazado por alguien más? ¿Al día siguiente me diría lo aburrida que era y me abandonaría?

¿Víktor ya se había ido también?

Meneé la cabeza de un lado a otro.

Lo que él hiciera no era de mi incumbencia, ni siquiera éramos cercanos como para estar preguntándome sobre su paradero. Y con respecto a Paula, ya conocía sus pasos porque anteriormente nos habíamos reunido y hablado sobre aquello. Sabía que se había ido antes y que tenía planes con no sabía quién —en realidad no lo recordaba porque no le había puesto atención a sus palabras— por lo tanto, no debía de preocuparme que no estuviera conmigo.

Con los pensamientos sobre las nubes y sola, comencé a caminar hacia la salida de la universidad.

No sabía qué haría cuando llegara a mi piso, tal vez mirar alguna serie o avanzar con las tareas que tenía para esa semana. Tampoco era como si tuviera muchas cosas que realizar, pero quería mantener mi mente ocupada en vez de que se fuera por las ramas y me llevara lejos... ya fuera al pasado o hacia él.

Ya basta. Era inexplicable el por qué tanto como su nombre y anatomía se paseaban por mi mente constantemente desde lo ocurrido horas atrás, no podía comprender como todo mi ser se había convertido en un imán que se mantenía pegado en sus recuerdos, en su tacto, en su voz, en su mirar, en su sonrisa encantadora que...

Viré los ojos y, con mi mirada sobre el suelo, seguí caminando.

Aprovechando a no había nadie por allí, o mejor dicho creyendo eso, comencé a contar las baldosas de color gris que pisaba para que el camino fuera más corto que de costumbre. Era eso o que mi cabeza repleta de datos insignificantes y para nada importantes sobre aquel chico siguiera recreando aquel corto instante que habíamos vivido.

1 baldosa.

El azul de sus ojos eran tan intenso que se podía describir como estar el fondo de un océano y ver el final de éste desde las profundidades.

2...

Su sonrisa diseñaba un bonito hoyuelo en su mejilla.

5...

Me perdí completamente en la poca información que había recaudado de él.

8...

Se suponía que tenía que dejar de pensarlo pero cada vez que mis piernas avanzaban el calor de su palma en mi cintura parecía cobrar vida.

Continuando con lo que estaba, pude avanzar unos cuantos pasos más hasta que unas zapatillas negras aparecieron en mi campo de visión, interrumpiendo el extraño trabajo que estaba haciendo. Ni siquiera caminar se podía ya porque siempre tenía que haber alguien dando fin a cada cosa que uno se empeñaba en realizar para despejar la cabeza y no pensar mucho.

Con el ceño fruncido, elevé mi mirada con la intención de pedirle que tomara otro camino y que me dejara seguir contando, pero toda acción fue borrada de mi mente cuando, una vez más, me encontré con sus bonitos ojos y su sonrisa torcida.

— ¿Qué haces?— me preguntó.

Abrí y cerré mi boca, queriendo contestar pero no pude.

¿Qué se supone de debería decirle? «“Oh, estaba contando las baldosas. Sí, así como los niños pequeños acostumbran a hacer”» No, claro que no le diría eso. Sería demasiado estúpido y vergonzoso para mí, por no decir que en realidad ellos no las contaban sino que las saltaban y trataban de no pisar las líneas para no perder. Si éramos sinceros todos habíamos hecho eso alguna vez y no todos eran infantes cuando lo hicieron.

Aún así, no podía permitir que él me viera de esa forma,— menos comentarle mis últimos pensamientos— pero tampoco sabía qué hacer o cómo reaccionar. Su aparición me había tomado de sorpresa y desprevenida, no lo había visto en casi todo el día y no esperé encontrármelo precisamente cuando eché a la basura mis esperanzas de verlo minutos antes.

Miré hacia otro lado, tratando de buscar alguna respuesta para darle, pero nada llegaba. Parecía que tenía la mente en blanco y ninguna buena idea estaba en ella, sin duda alguna era el peor momento en toda mi vida.

Ah, pero podía pasarme toda mi existencia pensándolo.

— Contando baldosas.— aseguró, lo observé con vergüenza creyendo que se burlaría de mí, pero no fue así— Yo también lo hago cuando estoy aburrido.— confesó, sonriendo una vez más.

Suspiré y asentí lentamente.

Llevé mis manos a las correas que pasaban sobre mis axilas y las apreté intranquila. Ya me había descubierto, no se rió ni dijo algún comentario estúpido como cualquier otro que hubiese tenido la oportunidad lo habría hecho, pero tampoco se movió o siguió hablando.

¿Y ahora qué?

Era él quien se había acercado a mí para platicar, fue él quien había obstruido mi sendero pacifico, así que él era quien tenía que estar nervioso e inventar alguna excusa para irse no yo. Pero ahí estábamos, Víktor mirándome con orgullo y yo ruborizándome sin siquiera decir una palabra.

No entendía qué me pasaba, ¿Por qué no me movía? ¿Estaba estudiando actuación y me quedaba paralizada sin hablar? Patético, simplemente patético.

Sin saber qué más hacer, rodeé su cuerpo y seguí con mi camino. Demasiada vergüenza había pasado ya como para seguir allí y dejar que viera que toda la fortaleza y seguridad que mostraba sobre el escenario no existía en realidad y que solo era eso... una actuación. Porque una cosa era recrear algo ficticio, algo que se podía arreglar en un abrir y cerrar de ojos, otra cosa era hacer una estupidez en la vida real, donde todo quedaba escrito en un libro memorial que te recordaba lo vivido y no había forma de borrarlo.

— No eres de hablar mucho, ¿Verdad?— su voz sonó demasiado cerca, giré mi cabeza hacia un lado y él estaba ahí, caminando junto a mí.

— N-no es eso.— respondí, mordiéndome la parte interior de mi mejilla.

— ¿Entonces?

— No te lo tomes a mal, pero no hablo con personas que apenas y conozco.

Escuché como sus pasos se detuvieron y por inercia hice lo mismo. Me di media vuelta y lo miré, él también lo hacia, pero de manera seria.

¿Y si se había molestado? ¿Acaso acababa de decir alguna estupidez?

Bien, ya estaba preparada para verlo irse rápidamente y no volver a escuchar su voz en lo que me quedaba de carrera. Incluso ya podía escuchar los murmullos de los demás al día siguiente cuando él le contara a todos lo idiota e infantil que era.

Suspiré rendida, a punto de volver a mi posición inicial. Uno que otro chisme que me incluyera a mí no sería nada de otro mundo, así era ese ámbito. Todos se llenaban de puro bla, bla, bla.

— Tienes razón.— dijo sonriendo y quitándome de mis adentros— Lamento no haberme presentado, fui muy maleducado.— se acercó un paso y extendió su mano— Mucho gusto, soy Víktor Heber.

Ahora sí sabes su nombre completo.

Otra cosa para que mi loca cabeza se obsesionara.

Con nerviosismo tomé su mano y una vez más sentí su calor. Un delicioso escalofrío recorrió mi espina dorsal, mi corazón bombeó fuertemente en mi pecho y en mi estómago brotó una agradable sensación, ¿Era a causa de esos supuestos animalitos raros de los que todos hablaban? Creía que sí, de lo contrario tendría que visitar a un doctor con urgencia.

— Alejandra Cabrera.— susurré, con mis emociones a flor de piel.

— Bonito nombre, así como toda tú.— confesó, dejándome aún más aturdida.

Esa vez, una corriente eléctrica se apoderó de mi cuerpo por completo, sentí mis mejillas ardiendo debido al sonrojo extremo y como mis manos hormiguearon.

Las mariposas imaginarias comenzaron a andar de un lado a otro con más velocidad dentro de mi estómago, dejándome mareada. No le daría fe a aquello ya que era absurdo y un tanto ¿Escalofriante?. Pero si el planeta entero decía que eso era relativamente cierto —en algún punto— ¿Por qué yo tendría que desmentirlos?

En fin, volviendo a lo importante...

¿Qué era esa cantidad excesiva de sensaciones que sentía? ¿Realmente me estaba pasando eso que llevaba esperando y queriendo desde hacia años?

Aquel sentimiento del que tanto contaban y que yo no había podido vivir. Ese maravilloso sentir que, si era con la persona correcta, te hacía volar por los aires y te llevaba a los lugares más grandiosos, regalándote momento irremplazables y únicos. Algo que esperaba que sucediera... algo que tuviera el final feliz que tanto buscaba.

Pero, ¿Realmente hallaría ese algo con Víktor? ¿No me estaba apresurando demasiado en catalogar lo que sentía con algo tan intenso como lo esa eso? Ni siquiera quería darle nombre porque sabía que sería mi perdición. Apenas y lo había visto dos veces, el invocar ese tema era absurdo.

Con rapidez, solté su mano y di un paso hacia atrás. Apreté mis labios con fuerza formando una línea, necesitaba tranquilizarme y la mejor forma de  hacerlo era estar lejos suyo.

— Tengo cosas que hacer... adiós.— me despedí rápidamente.

— Nos vemos mañana.— fue lo último que escuché antes de comenzar a correr hasta la salida de la universidad, con mi corazón latiendo como loco.

Y todos los planes que tenía para cuando llegara a mi piso se esfumaron como por arte de magia, no podía concentrarme ni en la serie ni mucho menos en las tareas.

Todo pensamiento estaba en él... en Víktor Heber.

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