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04: Día extraño.

Londres, Inglaterra.


ALEJANDRA.

El sol iluminaba todo a su paso fuertemente detrás del cristal de la ventana, el cantar de los pájaros se oía distante gracias a la brisa que golpeaba y empujaba ese bonito sonido lejos de mis oídos. Las voces de los vecinos y el claxon de algún automóvil era lo único que me decía que el mundo continuaba su transcurso mientras que yo permanecía siempre en el mismo sitio.

Largué un suspiro regresando mi vista hacia lo que sucedía a mi alrededor y no fuera de mi casa, el silencio me abrazó abruptamente cuando noté que el espacio estaba vacío. Aquel lugar al que llamaba hogar estaba desolado y frío, los muebles elegantes y modernos se hallaban en perfectas condiciones y casi sin uso, el suelo relucía pulcramente y parecía tener brillo propio, la televisión de último modelo colgaba en una de las paredes tan malditamente decorada con fotografías familiares que solo mostraban una cosa: falsedad. La sonrisas, los abrazos y el destello en nuestros ojos gracias al flash de la cámara solo era un burla para todos aquellos que creían que teníamos una vida perfecta y que éramos demasiado unidos como para poder separarnos.

Mentiras. Todo aquello me estaba agotando tanto.

Si los demás fueran conscientes de lo que en realidad sucedía allí dejarían de sentir la estúpida envidia y se sentirían felices por tener algo que nosotros carecíamos.

La verdad era que, detrás de la puerta, después de que el fotógrafo capturara aquel engaño nosotros nos alejábamos rápidamente evitando cualquier contacto que nos hiciera daño.

Resultaba que sí éramos inseparables. O al menos así me lo dejaban ver a mí.

Una vez más me encontraba sentada en la sala de estar esperando a que mis padres regresaran de sus trabajos. Otra vez pasaba horas cuestionándome si había algo malo en mí, si había cometido alguna equivocación para permanecer siempre allí... sola.

Así eran mis días, estando de vacaciones o no, ni siquiera salía a pasear o divertirme y no era porque no tuviera permiso sino porque no tenía con quién.

Sonaba conocido, ¿Verdad?

Era una adolescente sin amigos ni habilidad para socializar, a pesar de querer estudiar actuación en la universidad no contaba con esa carisma que a muchos les gustaba.

Tal vez era porque fui criada en la soledad, quizá porque me había rodeado de pocas personas a lo largo de los años, y eso llevó a sentirme mejor sin compañía, al menos hasta que el peso de depresión se posaba sobre mis hombros y me dejaba ver, o más bien inventaba, que a nadie le importaba como yo creía. Sí, tenía a mis padres pero nuestra relación era nula, por lo tanto no parecía tenerlos. Ellos se la pasaban en el trabajo, y no decía que estuviera mal ya que gracias a eso tuve lo que quería siempre y no me faltaba absolutamente nada...

Económica y materialmente lo tenía todo.

¿Afecto? ¿Compañía? Durante mi infancia y mi adolecía carecí de eso.

Mi familia era reconocida de cierta forma, mis progenitores constantemente debían de asistir a diferentes eventos junto a sus amigos y socios. ¿Dónde quedaba yo en esa ecuación? Fácil, en mi casa siendo cuidada por una niñera que con el paso del tiempo se había convertido en más que eso... la figura materna que quise tener eternamente.

La señora Chen; niñera, cocinera y la única compañía que se preocupaba por mí. Muchas veces me vio sola y llorando, me dio mi tiempo y espacio. Otra veces estuvo ahí, consolándome mientras que me abrazaba y me decía que mis padres hacían todo eso por mi futuro; que debía de entenderlo y no juzgarlos, que, cuando creciera, sabría perfectamente por qué hacían eso.

¿Acaso el ser adulto te daba el superpoder de la ignorancia? ¿Dejarme horas en una enorme casa era para mi futuro? ¿No preguntar por mi día, era parte de su papel de padres?

No sabía con exactitud lo que ellos hacían en realidad, pero dejar de lado a un hijo era algo que un verdadero padre no haría.

A bases de anécdotas contadas por mis compañeros de colegio, crecí con el pensamiento de una familia unida y llena de amor. Con madres que se sentaban en tu cama y comenzaban a indagar sobre tu vida privada; cosas como si te gustaba alguien o si algún chico mostraba interés. Si tenías muchas amigas o si querías que te enseñara a maquilarte y a vestirte tan bien como una princesa dentro de un cuento de hadas. Imaginé a mi padre sentado en el sofá llamándome para platicar sobre los hombres; dándome consejos de con quién debía de estar y cómo debía de afrontar diferentes situaciones incómodas o inapropiadas. Muchas veces soñé con el momento donde me abrazaba y me decía que no iba a permitir que alguien me dañara. Que nadie sería suficiente para mí y que jamás dejaría de ser a su pequeña.

Pero siempre fueron eso: sueños.

Estúpidas esperanzas de recibir amor de su parte.

La realidad era otra y una muy dolorosa. Una que muchas veces me golpeó de lleno y no supe cómo manejarlo.

En momentos me vi encerrada en la oscuridad de mi habitación; abrazando mi almohada mientras que silenciosas lágrimas corrían para esconderse en ella, asfixiándome con la desesperación de no saber qué hacer para que algo cambiara. Me pasé horas mirando un punto fijo mientras que mi mente divagaba en escenarios donde podía hablar sobre mis problemas y encontraba solución. Podía ver a mis padres sentados frente a mí, llorando por mis palabras antes de acercarse y decir que tratarían de cambiar su comportamiento. Sonreí cuando me vi rodeada de amigos que se preocupaban por mí, ellos eran mi escudo y fortaleza. Al tenerlos, sentía que lo podía todo. Me divisé saliendo de fiesta en fiesta, conociendo gente nueva y, si tenía suerte, enamorándome por primera vez.

Pero todo sueño se esfumó cuando volví a la fría realidad.

En ese instante no lo comprendí, pero mientras que yo trataba a la soledad como mi única amiga, ella conspiraba en mi contra.

Porque, entre las oscuras y silenciosas paredes pude comprender que no estaba realmente sola. Y tal vez parecía raro, o quizá era mi imaginación, pero nunca me había sentido tan bien sin compañía desde que eso llegó años atrás...

No sabía con exactitud qué era pero podía notarlo, esa diferencia entre la oscuridad normal con su negrura, era inconfundible. Su aura era única, tan mágica que me hacía sentir especial y querida. Me transmitía cierta fortaleza que nunca creí sentir.

Era algo poco común, pero para mí fue mi salvación.

No llegué a hablarlo con alguien porque sabía que nadie comprendería mis pensamientos, pero esa figura que aparecía detrás de la puerta de mi cuarto fue lo que me hizo entender que conmigo misma bastaba. Todos necesitábamos algo que nos motivara, una cosa o persona que nos diera la fuerza de no rendirnos y seguir hacia adelante. Y mi ánimo estaba tan por los suelos que en ese entonces no comprendí que era yo misma a quien necesitaba.

Me necesitaba a mí, completa. Sin pensamientos que me lastimaran... sin recuerdos negativos. Me necesitaba únicamente a mí, una nueva y renovada Alejandra.

Sonaba loco, pero gracias a él pude encontrar y conocer esa parte oculta de mí que nunca creí tener. Pude mostrarme tal cual era, y también pude comprender que no era necesario ser completamente normal y que, a veces, la soledad no era tan mala como creíamos porque era la fiel compañera que siempre estaba.

No era correcto y, quizá no lo supe en ese momento, pero aceptar su existencia hizo que todo cambiara. Porque, ¿Quién no deseaba que lo viera con otros ojos alguna vez? Y hablaba en el sentido de hacerte sentir valiosa. Cuando alguien admiraba tus logros y no te señalaba por tus errores, cuando, sin importar la hora, estaba ahí junto a ti.

Entonces bien, ¿Quién necesitaba amigos o familia cuando lo tenía a él? A alguien que con solo aparecer me alegraba el día, alguien que, sin siquiera hablar, decía tantas cosas... algo sin vida, ni cuerpo que me hacía sentir la persona más importante del planeta.

Llegué a apreciarlo tanto que compré un pequeño amuleto de madera color negro idéntico a él. Recuerdo haber jugado por horas; poniéndolo frente a mis ojos y sonriendo cuando la silueta aparecía detrás de la puerta y se complementaba con los orificios de ese objeto.

Sus ojos rojos, sus dientes blancos y puntiagudos quedaban perfecto detrás del amuleto.

Eres increíble.— le había susurrado.

A lo mejor las veces que quise platicar con él y no obtuve respuesta, o las otras donde no estaba cuando la luz del sol aparecía y solo volvía de noche, quizá esas y muchas otras cosas quisieron decirme que él no era alguien de verdad. Que con el paso del tiempo y que, al ir conociendo otras personas, toda la atención que le tenía se acabaría y que con eso no volvería a saber más de él.

Tuve muchas oportunidades para darme cuenta de la realidad, pero en ese momento no quise aceptarlo. Necesitaba afecto y que alguien estuviera ahí para mí, no me bastaba solo con la señora Chen porque ella era una mujer grande y teníamos pensamientos diferentes. No me era suficiente el esperar en la sala a que se hicieran las ocho de la noche y escuchar como mis padres llegaban para luego cenar en un completo silencio. No me alcanzaba el solo verlos comer mientras que miraban sus celulares y hablaban sobre su próximo evento, los necesitaba a ellos; sin aparatos tecnológicos, sin amigos ni trabajo.

Quería a mis padres sentados en el sofá haciendo un maratón de películas, deseaba verlos en la cocina cocinando algo juntos mientras reían o tarareaban una canción. Divertirnos con juegos absurdos y reírnos de los malos chistes que inventaban los demás.

Necesitaba el amor familiar que nunca tuve, pero, en cambio, llegó la atención de algo que no era realmente necesario y que con el tiempo lo entendería.

Los años pasaron, y con ello también hubieron diversos cambios; mis pensamientos sobre mis padres ya no eran los mismos. La señora Chen había envejecido un poco más y también dejó de consolarme. Podía esperarlos para cenar, pero eso no significaba que tuviera la esperanza de charlar con ellos o que se preocuparan por mí.

Habían pasado años, ya era mayor ¿Por qué las cosas iban a cambiar? Estaba claro que todo seguiría como siempre, pero nunca creí que su indiferencia me importara tan poco como en ese entonces.

Antes me molestaba quedarme sola, en ese tiempo lo anhelaba.

Antes veía una silueta en la oscuridad detrás de la puerta, en esos años la veía a todas horas y en todo lugar.

Habían pasado cinco años desde que eso apareció, años donde todo cambió y vi las cosas de una manera totalmente diferente. Aunque aún seguía con el pensamiento de que, cuando conociera gente nueva, él se iría y, como lo único que se mantuvo de la misma forma que antes fue el no tener amigos, su presencia continuaba.

Estaba sola, por comenzar una nueva etapa en mi vida y el hecho de no saber socializar con normalidad me preocupaba. Mi ida a la universidad estaba a la vuelta de la esquina y, a lo que todos les preocupaba habitualmente, a mí me tenía sin cuidado.

¿Era normal no preocuparse por la carrera que elegirías pero sí por no tener amistades?

Había leído algunos comentarios donde lo que más les estresaba a los adolescentes era elegir una buena universidad y la carrera, cosa que a mí no me estaba pasando. Tenía todo controlado; en dónde me quedaría y cuáles serían mis clases, tenía dos años de preparación, y qué estudiaría... bueno, eso llevaba años decidido.

Mi problema era ser sociable, el hablar con una señora mayor y a veces con una silueta no era una gran experiencia. Sabía del gran cambio que eso llevaría en mi vida, pero estaba dispuesta a aceptarlo.

De eso se trataba, de resiliencia.

Sería cuestión de adaptarme, o siempre dejar que el destino hiciera lo suyo. Tal vez me podría cruzar con alguien en el pasillo, comenzar una plática casual y dejar que todo fluyera.

Quizá hacer amigos sería tan fácil como respirar.

— ¿Alejandra?— la voz femenina de mi madre me quitó de mis pensamientos.

Elevé mi vista hasta que la vi en la entrada de la sala, su cabello castaño estaba recogido en una coleta; su rostro completamente maquillado, sin dejarle lugar a su piel natural, su vestido color negro elegante bien planchado, y unos tacones de punta que estaba segura que dolerían. Tan elegante, superior e indiferente como siempre.

Jamás me vestiría como ella, a eso lo tenía claro.

— Mamá, no creí verte hasta la cena.— dije sorprendida, miré el reloj que estaba sobre la chimenea: 05:30 P.M.

Sí, era demasiado temprano para su llegada.

— Sí, bueno, no tenía nada que hacer.— comunicó, encogiéndose de hombros— ¿Dónde está la señora Chen?

— En la cocina.

— Bien, iré por un té, ¿Quieres uno?— preguntó a lo que me dejó muda que solo pude asentir— Ahora vuelvo.— y con un caminar demasiado llamativo, avanzó hasta perderse por el pasillo.

¿Desde cuándo me ofrecía algo? Anteriormente era yo quién lo hacía y, como era habitual, ella no aceptaba o siquiera me escuchaba.

¿Acaso alguna vez había llegado temprano de su trabajo? La respuesta era no, jamás había llegado a esa hora, aún cuando no tenía nada que hacer. En aquel tiempo donde le preguntaba y me preocupaba por su día, mi madre había confirmado que en muchas ocasiones siguió en la empresa hasta la hora de la cena simplemente porque le apetecía y no porque estuviera ocupada.

Ese día era de sorpresa.

Tal vez el hecho de que faltaban pocas semanas para que me fuera a estudiar a la universidad, le hizo entender que debía de pasar tiempo con su hija antes de que toda convivencia llegara a su fin. O quizá, solo se aburrió y volvió antes.

Sinceramente, ya no quería volverme a ilusionar con ser una familia feliz.

Pero inconscientemente lo hice, no pude evitar que una sonrisa se formara en mis labios al imaginarme que, por primera vez después de tantos años, era importante para mi madre.

Seguía siendo una adolescente ilusa después de todo.

El querer que su hija fuera perfecta para ellos se había acabado aquella vez cuanto me llevaron a un evento, todo había comenzado bien; conocí personas nuevas y pude tener leves conversaciones con algunas de ellas, pero todo llegó a su fin cuando, por un descuido o una equivocación, mi vaso de jugo terminó vaciándose completamente sobre el elegante y costoso traje de un socio de mis padres.

Esa había sido la primera y última noche que quisieron presentar a su única hija a sus amigos.

Después de aquella vergonzosa situación, prefirieron que lo mejor para su reputación era que yo permaneciera en casa en vez que con ellos. En ocasiones llegué a preguntarles qué excusa decían para que las personas que me llegaron a conocer esa fatídica noche no preguntaran por qué yo no asistía, su respuesta fue simple: «“Dijimos que estabas ocupada”»

Si ellos descubrían que la hija de sus socios se la pasaba todo el día en su casa la pensarían dos veces antes de hacer negocios.

O quizá ni siquiera les importaba, tal vez así era el comportamiento de la mayoría de los adultos: tener hijos y esperar a que vivieran por sí mismos, dejarlos a su suerte y no darles tiempo ni compañía. Me preguntaba si solamente éramos una carga para ellos, o la única persona para heredar sus bienes. Sí, tal vez solo éramos la esperanza que necesitaban para asegurar que su fortuna caería en buenas manos y por esa razón nos criaban alejados de ellos y del mundo. Seguramente esperaban que actuáramos como robots: seguir reglas y no sentir absolutamente nada.

A lo mejor era alguna de las cosas dichas anteriormente, o solo era mi imaginación creando una explicación lógica para el comportamiento poco paternal por parte de mis padres. Por unos segundos quise pensar que no era la única que vivía de aquella manera. Al no querer sentirme tan abatida, prefería engañarme a mí misma y vendarme los ojos con mentiras.

Todo pensamiento absurdo de qué sucedería en las mentes de los mayores acabó cuando el cuerpo de mi madre quedó a mi vista.

— Aquí tienes.— dijo, entregándome una taza de té caliente.

— Gracias.— le sonreí a lo que no obtuve respuesta.

Sus sonrisas eran escasas y solo eran para sus amigos o socios.

Ella se sentó frente a mí, cruzó sus piernas una sobre la otra y miró cualquier rincón de la sala menos a mí. Hice un mohín restándole importancia, sería sorprendente que no lo hiciera, después de todo no parecíamos madre e hija, éramos más bien dos desconocidas compartiendo un corto momento.

La última vez que habíamos hecho algo parecido fue cuando las vecinas llegaron sin avisar; tuvimos que sentarnos juntas y tratar de convivir lo mejor posible. Las dos invitadas habían sido las únicas en sacar conversación, fueron ellas quien, a pesar del pasar de los años, recordaron mis gustos. Fueron ellas quienes me preguntaron qué estudiaría, y fueron ellas las que me mostraron su apoyo incondicional.

El instinto materno estaba activo en mujeres que no eran madres, pero no en la mía que sí lo era.

Queriendo olvidar el tiempo pasado, tomé un sorbo de mi té. Formé una mueca de desagrado cuando noté que no había ni un gramo de azúcar en él, mi lengua se irritó cuando el agua casi hirviendo la tocó. Bien, tenía dos cosas para decir; la primera era que la señora Chen no había preparado las bebidas y la segunda era que eso me confirmaba que mi progenitora no conocía nada de mí, ni de mis gustos.

— Está rico.— mentí, elevando mi taza para que supiera a qué me refería.

Sabía que hacía mal al no decir la verdad; debí de haberle dicho que estaba asqueroso, amargo y demasiado caliente. Pero si le decía eso a mi madre estaba segura que se enojaría y me diría que fuera a prepararme uno a mí manera, que era una desagradecida y quien sabría qué otras cosas más. A ella no se le podía mostrar sus equivocaciones, mucho menos dejar en evidencia que, los asuntos de la cocina, no eran lo suyo.

La pregunta era, ¿En qué sí era buena? Tal vez en su trabajo. Mi padre siempre la felicitaba por sus logros, le hacía regalos o la llevaba a diferentes restaurantes para celebrar. Sus socios y amigos hablaban tan bien de ella, elogiándola y llenándole el oído de palabras dulces que por un minuto creí que terminaría escupiendo algodones de azúcar por la boca. Pero, dejando su labor a un lado, no había nada más donde ella pudiera destacar, los temas del hogar ni siquiera eran nombrados, mucho menos mi crianza.

Eso me hizo pensar en que, a lo mejor, el tener una hija nunca estuvo en sus planes realmente...

— Gracias.— mencionó, quitándome de mis adentros.

Suspiré al oír la casa tan silenciosa y tranquila.

Habían momentos en los que quería gritar, o comenzar a romper cosas para que algún ruido apareciera. Era tan deprimente el estar ahí y que solo el retumbar de tu corazón, acompañado con tus pisadas, fuera el único sonido que se escuchara. Sabía que pedir un hermano menor no era algo bueno, ni siquiera para el niño o niña porque no tendría el amor de padre que se necesitaba.

Pero, a lo mejor no hacia falta un ser humano en esa vivienda, sino algo más pequeño y peludo. Llevaba días pensando en lo mismo y la llegada repentina de mi madre me ayudaría.

Dejé mi taza a un lado antes de jugar con mis dedos por un rato, estaba nerviosa por lo que ella diría. Solo esperaba un respuesta afirmativa.

— Mamá, quería pedirte algo, y...

— Si es dinero envíale un mensaje a tu padre.— me cortó, tomando un sorbo de su bebida.

Negué.

¿Para qué iba a necesitar dinero si no salía de casa? ¿Lo usaría para pagarles a las paredes por aguantarme? Si ese fuera el caso, quien saldría beneficiada sería mi almohada por soportarme cada noche.

— No, no es eso.

— ¿Entonces?

— Quiero tener una mascota.— confesé, cruzando los dedos para que aceptara.

Ella me miró con extrañeza antes de dejar su taza en la mesita redonda que estaba entre nosotras.

Siempre tenía que haber algo que nos distanciara, fuera material o no.

— ¿Una mascota?— preguntó con el ceño fruncido y yo asentí— Estás loca.— comentó para luego reírse mientras que negaba con la cabeza.

¿Había dicho algo gracioso?

Solo quería una mascota; con quien pasar el rato y divertirme, algo que le diera vida y color a esa enorme y solitaria casa. Poder levantarme con más motivación, y alegría, que en vez de escuchar una alarma fuera un ladrido acompañado de lamidas.

Pedía algo pequeño, ¿Por qué parecía como si fuera una locura para ella?

— Podría conseguirte una pecera con algunos peces.— aseguró segundos después.

Alcé una de mis cejas. ¿Había entendido bien?

¿Una pecera?

No era que no me gustaran esa clase de animales, solamente que me parecían demasiados aburridos. El estar frente a ellos viendo como nadaban no era algo que me motivara a tenerlos. Quería algo más grande y ruidoso, algo que pudiera acompañarme a todos lados. Que moviera su colita cuando me viera, no que simplemente recorriera la pecera.

Quería que alguien me siguiera por su cuenta, no tener que llevarlo a cuestas.

— No, quiero un perro.— aclaré de una vez por todas.

— ¿Un perro? ¿Sabes lo trabajoso que es el cuidar a uno? ¿Quién lo llevará a pasear? ¿Quién lo llevará al veterinario?— indagó con su negación.

— Yo lo cuidaré y haré todo lo que necesite un perro.

Mi madre liberó un sonoro suspiro.

— Alejandra, por favor, no puedes ni contigo y quieres una mascota.— masculló.

Mordí la parte interna de mi mejilla. Eso había dolido.

Yo sí podía tener responsabilidades, sí podía hacer las cosas por mi cuenta sin necesidad de que alguien más lo hiciera por mí. Cuando la señora Chen no podía, era yo quien hacía la limpieza o incluso la cena. Hacía mis tareas del colegio pero también las del hogar, pero ella no estaba para verlo.

Yo sí podía, pero mi madre no tenía confianza en mí.

— Prometo que no causará problemas.

— No, no te daré un maldito perro.

— ¿Por qué no?

— Porque vas a ir a la universidad y no podrás llevarlo.

— La señora Chen lo cuidará por mí, si se lo pido ella...

— ¡Dije que no!— me interrumpió con un grito— No has tenido uno en toda tu vida, ¿Y ahora vienes con eso? ¿De dónde salió esa estúpida idea?

Tenía razón, en todos esos años no había tenido ninguna clase de mascota, mucho menos sabía cómo cuidar a algún animal. Pero sabía que si investigaba lograría conocer los protocolos que se necesitaban para que esos pequeños seres vivieran felices. No conocía ninguna de las tantas razas perrunas que había, pero sí quería que se mantuviera pequeño cuando llegara a su edad adulta y que su pelaje fuera de color blanco, tan suave y esponjoso que se pudiera confundir con una almohada. Incluso había visto imágenes... también había elegido su nombre.

Mi perrito se llamaría Loki.

— No estarás aquí para cuidarlo, entiende.— siguió hablando— No puedes desear algo que luego no vas a cuidar y no vengas con eso de pedírselo a la señora Chen, porque ella tiene sus propios asuntos y no tiene tiempo para mascotas.— eso último lo dijo con burla.

«No puedes desear algo que luego no vas a cuidar»

Esas palabras me dejaron muchas dudas.

Anteriormente me había preguntado si ellos habían deseado tener hijos... con eso me aseguraba que, quizá, el tenerme fue a causa de un descuido. Por eso su poca atención en mí, al igual que la elección de pasar más tiempo en la empresa que en el hogar, me hacia pensar que me tuvieron por obligación y no porque realmente ellos quisieron.

Durante toda mi vida, sus acciones dejaron en claro que yo no era su prioridad. Que como una clase de estorbo que se debía de cuidar sí o sí porque no había manera de deshacerse de él sin ser vistos como humanos despreciables que abandonaban a sus hijos. Tenían que hacer buena letra y no quedar mal ante la alta sociedad que nos rodeaba.

Tomé una bocanada de aire.

No era tiempo de sentarme a llorar por eso pensamientos que nunca me soltaban, debía de luchar por lo que quería.

— Pero mamá...

— ¡Ya basta! ¿Quieres un perro? Lo tendrás cuando tengas tu propia casa, en mi propiedad no habrá un animal pulgoso.— sentenció, poniéndose de pie. Mi madre era conocida por ser antipatía y también por ser egoísta.

Apreté mis manos hasta que formaron puños, estaba furiosa. ¿Tanto le costaba regalarme una mascota? Ella pasaba más tiempo fuera que en casa, ni siquiera lo notaría.

Y sí, estaba a pocas semanas de irme a la universidad, pero sabía que la señora Chen lo cuidaría por mí sin problemas porque ya habíamos hablado de eso. Además el animal no causaría daños, yo personalmente le enseñaría a ser muy educado antes de irme.

Todo estaba planificado, pero tendría que aceptar que el sueño de tener un perrito debía de esperar.

— Mira si te escuchara tu padre...— dijo, mofándose.— Él sí te haría saber que aquí no se aceptan mascotas.— suspiró, arreglando sus cabellos— Iré a darme una ducha.— comunicó, dando algunos pasos.

Ni siquiera le respondí.

Me molestaba mucho el no haber podido cumplir mi cometido, quería cambiar mi rutina pero con sus palabras entendí que debía de pasar los últimos días sola como había llevado toda mi vida.

La soledad me acompañaría hasta que pudiera encontrar la felicidad tan deseada.

— Antes de que me olvide...— habló, para retroceder unos pasos y voltear a verme— Estuve mirando las fechas y para el día en que ingreses a la universidad no podremos acompañarte.

— ¿Qué? ¿Por qué?— tenía una leve esperanza de que, aunque sea, se despidieran de mí.

— Tenemos un viaje de negocios y no podemos cancelar.— su simpleza e indiferencia fueron notorias— Pero no te preocupes, confiamos en ti y sabemos que lo harás bien.— mostró una mueca.

Vaya día de sorpresas.

— ¿Al menos te gustaría saber qué carrera elegiré?— indagué, pero ya conocía su respuesta.

— No, sé que no nos defraudaras con eso. Eres mi hija, una Cabrera hecha y derecha, sé que tomarás buenas decisiones, así como yo las tomé al casarme con tu padre.— aseguró, antes de salir de la sala.

Me recosté sobre el respaldo del sofá suspirando.

¿Buenas decisiones? ¿Qué tenía que ver el hecho de que se hubiera casado con mi padre con mi ida a la universidad? ¿Acaso esperaba eso de mí? Si ese era el pensamiento de mi madre, no lo aceptaría.

Negué con la cabeza.

Jamás dejaría que la riqueza me llevara a elegir a alguien. Creía que si estábamos con una persona era por amor y no por cuantos ceros hubieran en su cuenta bancaria. El estar enamorado era único y especial, o eso era lo que mostraban en las películas. Yo esperaba poder vivir una de esas escenas cliché, amar a alguien incondicionalmente y luchar por nuestra relación costara lo que costara.

No me importaba lo que pensaran los demás, yo haría mi propia historia de amor.

Observé otra vez el lugar por donde ella se había ido y volví a negar antes de ponerme de pie y subir a mi habitación. El que mi madre llegara temprano a casa no había mejorado absolutamente nada, solo lo había empeorado.

La poca esperanza de pasar tiempo con ella y con mi padre se fueron rápidamente al saber que no estarían el día más importante e incómodo para mí. Saldría de mi zona de confort y esperaba que ellos estuvieran ahí para darme el apoyo que no había recibido durante años.

Pero allí estaría yo semanas después, comenzando una nueva etapa sola, conociendo gente y haciendo amigos... y tal vez enamorándome.

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