03: Sorpresa.
10 años después.
VÍKTOR.
Estaba muy emocionado, no existía duda alguna en que había tomado la mejor decisión de mi corta vida, y que nunca me lamentaría de absolutamente nada.
Todo el esfuerzo durante mi niñez y parte de mi adolescencia estaba dando frutos; mis ideas, mis ilusiones, poco a poco se iban haciendo realidad, los proyectos que había idealizado para mi futuro, se estaban presentando ante mis ojos. Cada cosa estaba surgiendo efecto, y aunque aún no supiera con claridad lo que estaba a punto de suceder, presentía que sería a mi favor. Lo sentía en mi pecho, había algo que me decía que las cosas saldrían perfectamente, un cosquilleo se había instalando en lo más profundo de mi ser y supuse que se trataba de una clase de señal que el destino —o como quisieran llamarle— me estaba ofreciendo para que la interpretara como un regalo por mi arduo trabajo, por no bajar los brazos, y por no rendirme con tanta facilidad.
Durante años supe que, si lo hacía bien, todo estaría de maravilla. Había llegado el día de ver mis sacrificios hecho creaciones.
Los meses pasados dentro de la biblioteca del orfanato detrás de libros que pocos entendían y eran conscientes de su existencia; las noches enteras de desvelo recordando las palabras estudiadas para luego ver como se mostraban enormemente en mis sueños, las tarde dejando a un lado aquello que supuestamente era fundamental para que la infancia de cada uno de nosotros fuera recordada como algo bonito, abandonando todo ¿Y para qué? Simple, sólo para enfocarme de lleno en lo que en verdad me interesaba, todo realizado para que ese día por fin arribara con buenas noticias. Había valido la pena cada lamentación o tristeza que surgía cada vez que miraba por la ventana y observaba a los demás niños divertirse jugando. Al escuchar sus risas, al verlos correr uno detrás de otro, fue cuando comprendí lo diferentes que éramos en realidad; mientras que ellos hacían lo que era normal a su edad, yo me sentaba en una silla incómoda, tomaba un texto escolar hacía mis tareas, y luego me perdía durante horas dentro de un libro asociado a mis propósitos.
Se podría decir que no tuve una verdadera infancia, pero no me importó.
Mi día a día podía catalogarse como los de alguien que no tenía a nadie a su lado, que estaba solo en la vida, que no se divertía con nada o que simplemente trataba de ver más allá de esa época. Porque sí, lo demás podían entretenerse tanto como quisiesen pero en el futuro eso les afectaría. El no tener conocimiento de los temas escolares tarde o temprano los haría frustrarse hasta llegar al punto de querer alzar la bandera blanca. El mundo entero prefería dejar el tiempo transcurrir, sin preocuparse por lo que vendría en el futuro pero, años después, se lamentaba por sus malas decisiones. Presionando su cabeza contra sus manos se cuestionaban por qué las cosas eran tan duras y complicadas, sin pensar que todo había estaba a escasos centímetros de su alcance. No juzgaba su pérdida de tiempo con cosas insignificantes que en su vida solamente quedarían como recuerdos sin enseñanzas, pero desearía que entendieran que todo dependía de qué era lo que ellos preferían. Tampoco planeaba que todos los niños fueran como yo; que desearan y se plantearan una idea a largo plazo, y no que únicamente pensaran en qué juego se estarían enfrentando aquella tarde.
Los inquilinos del orfanato solo pensaban en el día a día sin tener consciencia de que, luego de cumplir la mayoría de edad, dejarían de estar bajo el cuidado y protección del Gobierno. Su mentalidad era apropiada para los años que tenían sus cuerpos, mientras que la mía iba mucho más allá, y parecía estar atrapada en un contenedor móvil de carne y huesos pequeño, sin tener acceso a la libertad.
Y quizá por esa razón era que me había adelantado un poco a los hechos, pero era mejor así. Ya estaría preparado para cuando llegara el momento de verle la cara a la etapa llamada «adulta» y enseñarle de lo que estaba hecho.
En fin, las cosas estaba de maravilla o, como a todos les gustaba decir, «todo iba viento en popa»
Sólo faltaba una pieza del tablero que parecía estar extraviada...
Y esa ficha era Ed. Tenía que encontrarlo.
Nos habíamos visto por última vez en la entrada de nuestro instituto, nos dijimos que nos encontraríamos en el patio trasero pero nunca llegó. Me pareció extraño puesto a que era él quien constantemente tenía que esperar por mí y siempre, para no recibir un regaño, terminaba regalándole un dulce por la tardanza. Porque, si nos poníamos a pensar, eso era lo que habíamos compartido el día en que nos conocimos mientras que charlábamos sobre nuestra vida. Nunca pensé que algo tan diminuto, pero exquisito, podría tener un significado tan grande para nosotros.
Seguramente en aquella oportunidad también tendría que comprarle algunas golosinas a mi hermano para que no se enfadara. Pero inicialmente debía de encontrarlo y así comprobar quién de los dos había llegado tarde.
Recuerdo que el primer lugar que imaginé que lo hallaría era en los baños, ya que en la noche anterior la cena le había caído mal y supuse que su estómago todavía continuaba de igual forma. Caminé riendo reviviendo como había salido corriendo de nuestra habitación, diciendo que maldecía a todos por lo que le estaba pasando. No era que la monjas cocinaran mal, su error fue pedir doble ración y luego tomar una vaso de leche tibia antes de dormir.
Pero, aunque eso hubiera pasado y mi mente y cuerpo se hubieran dirigido hasta ese sector, no me topé con él ni por casualidad. Seguí por mi camino tratando de imaginar qué otro lugar podría visitar antes de que alguien nos llamara. Mis manos estaban inquietas y no sabía si era por la sorpresa no tan sorpresa que nos estaba esperando en la dirección o por el hecho de no ver a Ed por ningún lado.
Había estado en casi todo el edificio y no había ni señal de él, incluso les había preguntado a todos los alumnos que se me cruzaban, pero nadie tenía la respuesta que quería. Quizá parecía loco pero comencé a preocuparme, no era normal su desaparición tan repentina. Era por eso que en ese mismo momento apresuré mi caminar para avanzar por los pasillos largos e interminables, tratando de hallarlo antes de que la preocupación me consumiera, a lo mejor el estar constantemente a su lado provocó que un instinto de protección creciera en mí. Y, aunque fuera él quien cuidaba más de ambos, el no tener rastro de su paradero me incomodaba.
No debía de preocuparme, él era fuerte y sabía que podía golpear a cualquiera. Pero ese día algo me decía que su fuerza no era suficiente, que el haber insultado al capitán del equipo de fútbol el día anterior había sido un error.
Aún podía visualizar el escándalo que se había armado en la cafetería...
«“— Vamos, Ed, no te molestes.— le había dicho el chico, apoyando un brazo sobre el hombro de él, tomando demasiada confianza.
Él quería que mi hermano entrara a su equipo ya que lo veía musculoso, estratega y sabía que jugaba muy bien. Por otro lado, a Ed no le gustaba que le estuvieran diciendo qué hacer, así que simplemente se negó.
Pero aún así, el capitán no se daba por vencido, eran constantes sus invitaciones y eso comenzaba a hartar al ojiverde.
— Déjame en paz, imbécil.— vociferó.
Todo el mundo dejó de hacer lo que estaba haciendo para prestar atención a la discusión que estaba iniciando.
— Oye, relájate, yo.
— ¡¿Tú qué, maldito estúpido?!— gritó Ed, dejando la comodidad de su silla para ponerse de pie— ¿Por qué no mejor te largas de aquí y me dejas en paz?
— Tranquilízate, solo...
— Eres una jodida mierda que no entiende cuando le dicen que no.— lo cortó de inmediato— Comprende que no quiero estar cerca de ti ni de tus putos amigos, usando un uniforme de porquería.— se colocó frente a él y sonrió— Entiende que yo no necesito eso para que las mujeres estén detrás de mí.
Un bullicio se escuchó después de aquellas palabras; los alumnos presentes estaban con los ojos bien abiertos, al igual que sus bocas que no paraban de murmurar cosas en un tono de asombro. El capitán del grupo se ruborizó de vergüenza y, empujando a quien se le cruzara por delante, salió de la sala escupiendo humo por sus orejas”»
Y así, con ese final, se había el conflicto había terminado, dejando sin habla a más de uno. Juro que no mentía cuando dijo lo último, la verdad era que Ed no le prestaba atención a ninguna chica que lo saludara, lo que menos quería era tener una aventura. Y vaya que sí que tuvo varias invitaciones a diferentes hogares.
Él aspiraba para más y lo sabía, jugar con una mujer no lo hacía más hombre. Solo sería una pérdida de tiempo, algo pasajero que, después del acto, continuaría con su trayecto sin siquiera querer regresar al mismo espacio. Un subidón de adrenalina y placer que, verdaderas, no te llevaba a nada.
En cambio, los del equipo de fútbol creían otra cosa, las fiestas y chicas era lo único que por sus mentes rondaba todos los días. Y el hecho de que alguien como Ed hubiera dicho eso, los hizo enfurecer, más al capitán.
Quizá ese idiota se lo merecía, después de todo fue él quien molestó a mi hermano con su intensidad. Sabía que Ed soportaba pocas cosas y, a un estúpido como lo era aquel chico, no lo aguantaría por mucho, eso ya estaba claro.
Con esos pensamientos, llegué a la parte más importante para algunos alumnos de la institución; los vestidores, donde las escenas repugnantes surgían y no estaba hablando de los jugadores duchándose, sino de las cantidades de veces que habíamos oído chismes sobre las chicas que entraban a ese sitio por un poco de diversión. Se suponía que los rumores eran solo eso... rumores, pero aquello iba más allá cuando se convertían en realidad.
Desde aquella primera vez en que oí los gemidos exagerados de alguien en ese lugar, me prometí nunca más ir hasta ese sector. Pero ese día era la excepción, aunque sabía que Ed tampoco estaría allí, al menos no por su propia voluntad. Aun así, decidí tomar el riesgo de escuchar o ver algo que no quería, todo por encontrarlo.
Tomé el suficiente valor para colocar mi mano sobre la perilla de la puerta.
Respiré hondo... una, dos, tres veces antes de entrar.
Lo primero que vi fueron las hileras de bancas de madera con unos pequeños bolsos negros sobre algunas de ellas y, a unos pocos centímetros de distancia, estaban los casilleros de color azul donde se suponía que debían de estar las toallas y ropa de los jugadores. En las dos esquinas que quedaban al frente de mí estaban las puertas, indicando que pasando por ellas dabas con las duchas individuales.
Ni siquiera pude dar un paso cuando la madera chilló, y un cuerpo masculino cubierto solo por una toalla blanca salió de allí. En su mano llevaba otra más pequeña con la que se estaba secando su rostro, por lo cual tuve que esperar hasta que terminara para saber quién era.
A pesar de vivir en un orfanato, tenía una amistad con la mayoría de los alumnos. Aunque claro estaba que los insultos y miradas de indignación no faltaban al contrario, cada vez aumentaban. Pero eso no era algo que llegara a molestarme o herirme. Habían pasado muchos años desde que ya no me afectaba lo que hablaran los demás, ya no era un niño a quien le dolía las palabras de desprecio.
Ya no lloraba por las noches cada vez que me recordaban de dónde venía, ni mucho menos cuando me trataban como estorbo. Porque siempre lo fui y mis padres me lo había dejado claro cuando me abandonaron sin mirar atrás, quizá les causaba mucho trabajo el cuidar de su único hijo, a lo mejor mi existencia no había sido planeaba. Tal vez fue un acto de irresponsabilidad que tomaron y, para no verse malas personas al intervenir el embarazo y forzar un aborto, decidieron continuar por ese camino para, años después, descubrir que habían elegido la opción equivocada. Que el tener un niño dando vueltas por su casa, no era lo que habían esperado ni querido.
El tiempo lo cambiaba todo y eso, para mí, era verdad.
Porque ya no sentía dolor al recordar a mis progenitores, no me importaba decir que no tenía dinero para algún viaje o que alguna de las monjas tuviera que pasar para buscar mi boleta de calificaciones y que me preguntaran si ella me había criado.
Había madurado y con ello también guardado todo tipo de emoción.
— ¿Qué haces aquí, Víktor?— dijo una voz.
Elevé mi vista y me encontré con el mejor amigo del capitán del equipo.
— Estoy buscando a Ed, ¿Lo has visto?— pregunté, notando como desviaba la mirada.
— N-no, no lo he visto.— tartamudeó, terminando de secar su rostro.
Apreté mis manos formando puños.
Él estaba mintiendo, y eso me enfurecía. Sabía dónde se encontraba mi hermano, pero estaba seguro que no me lo diría para cubrirle la espalda a su amigo. Jodidos idiotas neandertales.
— De acuerdo, avísame si lo ves.— le pedí, dando media vuelta.
— Está bien, nos vemos.
Cerré la puerta suspirando.
Estaba frustrado.
Quizá ya era hora de desistir, había buscado en todos los lugares posibles pero no hallé nada. Ni siquiera algo o alguien que diera algún indicio de a qué otro sitio podría ir. Era como buscar una aguja en un pajar, y maldición se me estaban agotando las ideas.
Comencé a caminar sin rumbo aparente, aún con la imagen de aquel idiota que guardaba el paradero de Ed en mi cabeza. Me molestaba el hecho de que, a pesar de haber pasado el tiempo, siguieran existiendo personas como lo era él.
¿Y si le habían hecho algo? ¿Si se encontraba mal herido y lo dejaban solo?
Bueno... a lo mejor mi mente afectada estaba imaginando un poco mucho la situación.
Quería creer que estaba sano y salvo, que tal vez solo se le había hecho tarde. Quizá se distrajo charlando con alguien, o simplemente olvidó que día era y en dónde debíamos de vernos.
Entonces, ¿Ed podría estar buscándome? Pero claro, ¿Por qué no lo pensé antes? Era demasiado obvio, se retrasó solo un poco y cuando lo notó fue al lugar acordado; al no verme, se preocupó y seguro que en ese mismo instante estaba preocupado por no verme, tanto como yo lo estaba por él.
Sonreí.
Sí, mi hermano estaba bien y tratando de hallarme. Nada malo había pasado, nadie estaba herido o algo parecido.
Y lo creí...
Hasta que lo vi, saliendo de los baños con su rostro repleto de moretones.
Corrí hasta él y, cuando lo notó, desvió la mirada. Como si eso podría detenerme, me debía más de una explicación y si no me las daba él las iría a buscar a otro lugar. De allí no me iba sin respuestas.
— ¿Qué te sucedió?— pregunté, mirando cada fragmento de su rostro.
Pasó una de sus manos por la nuca y sonrió.
— ¿Me crearías si te dijera que me caí?— crucé mi brazos sobre mi pecho, fruncí el ceño y negué.
Sí, a lo mejor estaba actuando algo exagerado. Estaba seguro que si algunos veían esa escena se estarían creyendo cosas que no eran... como si fuéramos pareja que estaban discutiendo.
Pero, claro que no.
Eso quedaba corto con lo que estaba pasando, lo habían golpeado y eso no se quedaría así.
— ¿Quién lo hizo?
— Víktor...— intentó calmar la situación, pero lo interrumpí.
— No me hagas volver a preguntarte.— mis manos se hicieron puños.— ¿Quién fue?
— Nadie.— asentí, dando media vuelta— ¿A dónde vas?
No necesitaba que me dijera qué hijo de puta había sido, porque sabía muy bien quién era. Solo quería una confirmación pero, si no querían dármela, la obtendría por mi cuenta.
Ni siquiera respondí a su llamado.
Deshice el camino hecho casi trotando, mientras que escuchaba los gritos de Ed. No me detendría, había algo que me daba la fuerza suficiente como para no pensar en nada y tampoco actuar correctamente. Quizá era la adrenalina, a lo mejor tenían razón cuando decían que el enfado provocaba que creyeras que podías acabar con el mundo entero con solo un chasquido de dedos.
Sí, estaba loco pero aún así no me detuve.
Me adentré una vez más en los vestidores, si tenía suerte encontraría a su amigo y le preguntaría por él.
Pero fue algo mejor.
Estaba justo frente a mí, igual que el idiota anterior; con su pecho descubierto y una toalla enrollada en su cintura, buscando algo en una de las taquillas.
— Fuiste tú, ¿No es así?— no me molestaría en preguntar cómo estaba aquel día.
— ¿Eh?— miró sobre sus hombros y sonrió— Oh, hola, Vík, ¿Cómo estás?
— No vine a conversar, contesta.— no tenía tiempo para eso.
— No entiendo de qué hablas.— se hizo el desentendido.
— ¡No te hagas el imbécil!— gruñí, acercándome— Golpeaste a Ed ¿Sí o no?
— Vaya, ¿Tanto te preocupas por él?— rió y cerró la pequeña puerta del casillero— Hasta parecen noviecitos.
Jodido malnacido.
Si antes estaba enojado, luego de escuchar eso lo estaba el doble. Quería arrancarle la cabeza con mis propias manos, molerlo a golpe si era necesario para que entendiera que se había equivocado al meterse con uno de nosotros. Hacerle entender por las malas que, si quería hacerse el bravucón, debía de enfrentarnos a ambos.
— Mira, sé que viven juntos y toda la cosa...— continuó con su estupidez verbal— Pero esa forma de actuar de ustedes nos hace pensar muchas cosas.
— ¿Tú piensas? ¿En serio?— aquello se me escapó acompañado de una risita burlesca.
— No te conviene ir por ese camino, Heber.— me aconsejó y a su vez me advirtió.
Pero la verdad era que quien debía de hacer las amenazas era yo porque en ese momento no era el mismo de siempre, eso de solucionar las cosas hablando había quedado muy lejos de lo que realmente quería hacer. Quizá el buen Víktor se había ocultado por un par de minutos pero no fue suficiente, porque volvió haciéndome caer en cuenta que estaría haciendo mal si lo resolvía a los golpes.
Suspiré pesadamente, tenía que calmarme o algo malo pasaría y, en ese día en particular, nada podía fallar.
— Solo contesta.— pedí, apretando la mandíbula.
— Sí, yo lo golpeé, ¿Y qué?— de acuerdo, eso era lo que necesitaba saber— De todas formas...
Ni siquiera lo dejé terminar, un gran golpe resonó y su cuerpo cayó al suelo.
Juro no reconocerme, mi actitud malvada había tomado posesión de mi cuerpo y había brotado todo enfado y rabia con un solo movimiento.
— ¡¿Qué mierda te pasa, estúpido?!— gritó, cubriendo su nariz con una de sus manos, que prontamente se tiñó de un color carmesí.
Lo había golpeado.
Bueno... técnicamente fue el casillero quien lo hizo, yo solo había tomado su cabeza y la empujé hacia adelante con demasiada fuerza. Al parecer, su nariz fue lo que recibió la peor parte.
Pero aún así, me pareció muy poca cosa a comparación con el rostro herido de mi hermano.
Me incliné llegando a su altura, elevé mi brazo y mi puño chocó contra su feo y rojiza cara.
Una, dos... tres veces.
No medí mi potencia mucho menos el transcurso del tiempo. Agradecí que nadie apareciera por más que su grito hubiera sido fuerte. Tampoco era como su me importaba que me encontraran en ese lugar y posición, aunque si lo hacían estaría en problemas y mi futuro se iría a la basura por un maldito idiota.
— Te... alejarás... de... él.— ordené y, con cada palabra que salía de mi boca, su cuerpo recibía un puñetazo.
— ¡Víktor!— una tercera voz se hizo presente y sentí unos brazos rodearme, tratando de separarme. Unos segundos más tarde, salí del pequeño transe en el que me había metido, mi respiración era agitada y mi vista estaba un poco nublada.
Observé el cuerpo que se retorcía en el suelo y luego observé a Ed, quien parecía sorprendido. Su rostro era todo un poema; sus ojos bien abiertos y sus manos cubriendo su boca, mientras que negaba y su mirada pasada de mí al chico golpeado.
— Salgamos de aquí.— dijo, casi arrastrándome para huir de la escena sangrienta.
Sin contestar o siquiera pensar, lo seguí.
Me dejé guiar por él como si fuera una marioneta, aún no estaba en mis cinco sentidos por lo tanto el querer avanzar por mí mismo era una tarea complicada. En cierta forma me sentía volar, podía jurar que mis pies no estaban tocando tierra y que mis oídos estaban sordos porque no podía oí lo que mi hermano decía, solo podía ver como su boca se movía al igual que su brazo de un lado a otro. Parecía nervioso, y no entendía por qué.
Hasta que bajé mi mirada.
En mi mano derecha noté algo extraño, pequeñas manchas rojas adornaban mis nudillos y parte de mis dedos, eran espesas y demasiado brillantes bajo la escasa luz solar que dejaban entrar las ventanas de uno de los pasillos del instituto.
Fue en ese momento cuando regresé a la realidad. Sentí como volvía a mi cuerpo, y recordé lo que había hecho segundos atrás. Había golpeado sin piedad a quien se metió con Ed, ni siquiera le había dado tiempo u oportunidad de defenderse. Solo fui hasta allí como un animal salvaje y dejé que todo el enojo que tenía fluyera en forma de puñetazos.
Mi cuerpo se estremeció y comencé a sudar frío. Mi pecho se oprimió, quitándome el aire. Apoyé mi espalda en alguna de las paredes y dejé que la gravedad hiciera lo suyo, me deslicé hasta llegar al suelo. Mi mano pálida, aquella que mostraba el acto brusco que había cometido, cayó sobre mi rodilla. Miré mis nudillos ensangrentados y quise llorar.
Yo no era violento.
Miles de veces detesté a quien me destruyeron mi infancia con heridas y maltratos, prometí ayudar a las personas, dejar que las cicatrices sanaran pero que no me afectaran. Que fueran un recordatorio de lo fuerte que era por haber superado todo aquello, pero que jamás se convirtiera en un ejemplo que debía de seguir para solucionar los problemas. Y por años ese autoconsejo me funcionó, sin embargo, allí estaba yo; enfrentándome a la realidad, aceptando que no era tan diferente a los demás.
Con mi otra mano, la cual estaba temblando, traté de quitar todo aquello que me hiciera recordar lo mala persona que había sido. No quería ver ese color tan desagradable sobre mi piel, me negaba a aceptar que había perdido los estribos.
— Tranquilo, Víktor.— dijo Ed, colocándose en cuclillas frente a mí— Todo estará bien.
Volví a negar.
— No... n-no se quita.— tartamudeé, sin poder despegar mi vista de allí.
— Víktor, escúchame...— sentí un tacto en mi mentón— Mírame, hermano.— y sin saber cómo, hice lo que pidió— Relájate, ya pasó.
— Yo no quise hacerle daño.— mis ojos picaron— Te lo juro, no sé qué me pasó... no quise hacerlo.— y sin más, una lágrima cayó por mi mejilla.
— Te creo, no fue tu intención. Respira, solo respira.— aconsejó, abrazándome.
Y juro que lo intenté, pero nada evitaba que volviera a revivir lo sucedido en los vestuarios. Por más que la calidez de Ed siempre me hubiera relajado y tranquilizado, ese día no funcionó. Mi corazón continuó martillando fuertemente en mi pecho, la bola que se había construido en mi garganta poco a poco iba incrementando su tamaño hasta casi asfixiarme; mi cabeza me repetía una y otra vez el error cometido y que esa manera de comportarme me llevaría a mi perdición.
La sangre del capital permanecía manchando mi pie.
No sabía si habían pasado minutos o solo segundos, pero una aclaración de garganta nos hizo separarnos.
Limpié mi mejilla mientras me ponía de pie, y como pude cubrí mi mano para que nadie lo notara. Una vez listo, alcé la vista y tragué grueso. Frente a nosotros estaba la secretaria del director, quien nos miraba sorprendida y a la vez nerviosa por haber interrumpido.
— Lo siento, pero el director los está esperando en la dirección.— informó algo que ya era obvio.
¿Era por la sorpresa de aquel día?
O acaso...
¿Los chismes corrieron tan rápido que él ya sabía sobre lo que había pasado en las duchas?
— Gracias, enseguida vamos.— aseguró Ed, ya que mi voz parecía desaparecida.
La mujer asintió y siguió por su camino. Mi hermano se dio media vuelta y me sonrió en forma de consuelo.
— ¿Estás bien?— preguntó.
— ¿Crees que ya se enteró sobre...?— ni siquiera terminé, sentí un nudo en la garganta que no me dejó hablar.
— No lo creo, no te preocupes. Además, si ese idiota dice algo yo también lo haré. Es el capitán del equipo y estoy seguro que no querrá perder ese título.— apoyó su mano en mi hombro— Verás que no es nada malo, ¿Vamos?
— Sí.— susurré, comenzado a moverme.
El transcurso del camino fue en un completo silencio, solo el eco de nuestros pasos era lo que cruzaba por mis oídos y hacía estragos en mi cabeza. Millones de pensamientos llegaron y ninguno era bueno.
Había actuado mal y eso traería consecuencias. Estaba dispuesto a aceptar lo que me dijeran sin importar qué, solo pedía que a Ed no lo metieran en mi problema. Sabía que algo así solo terminaría en expulsión, y aunque me molestara perder algo por lo cual había luchado mucho, estaba decidido. Ni siquiera me defendería, pero no permitiría que mi hermano no pudiera cumplir sus sueños.
Él quería ser psicólogo y eso sería.
— Tomen asiento.— dijo el director apenas pisamos su oficina.— Diablos, joven Ed, ¿Qué pasó usted?
— Me caí.— mintió, sonriendo— Es infantil pero eso pasó, señor.
— Debes de tener más cuidado.— aconsejó el mayor y él asintió— Me alegra ver que a Víktor no le sucedió nada.
Tragué grueso.
Miedo era lo que corría por mis venas, ni siquiera podía levantar la mirada o decir alguna palabra. Todavía seguía la escena de los vestuarios en mi mente, reproduciéndose como si de una película se tratase, deteriorando mi fachada de chico bueno.
Y, sin siquiera verla o sentirla, podía jurar que, las manchas de sangre que tenía en mi mano escondida en el bolsillo de mi campera, traspasaban la tela para dejarse notar y empeorarlo todo aún más.
— Él es más inteligente que yo.— intervino Ed cuando no pude responder nada.
— Eso parece.— concordó el director— Bien, seré rápido, les tengo un notición. Como sabrán, en esta institución, cada año se hace un rejunte de sus calificaciones para ser enviadas a diversas universidades y así conseguir becas.— esa era la sorpresa de las que les hablaba; días antes habíamos escuchado a una de las profesoras mencionar sobre esa posibilidad y sabiendo lo bien que nos iba, las esperanzas surgieron en nosotros al milisegundo— Cabe aclarar, que solo tomamos las mejores y las que creemos que se merecen una oportunidad. Es por ello que los alumnos más brillantes; aquellos que se toman en serio los estudios, tienen la posibilidad de entrar a las universidades más destacadas del mundo.— informó, buscando algo en unos de los cajones de su escritorio— Sé que ustedes fueron criados en un orfanato, y que han hecho un gran esfuerzo por superarse día a día y ser los mejores en su cursado. Realmente estoy muy orgulloso por ustedes, y por esa razón, quería darles la noticia de que tienen dos lugares asegurados en Londres...— en ese momento, dos folletos fueron dejados frente a nosotros— Claro, si están dispuestos a viajar.
¿Londres?
Nunca imaginé salir de Alemania y allí, frente a mí, tenía una gran oportunidad para hacerlo. Sin duda alguna, no merecía algo tan grande después de lo ocurrido. Miré sorprendido a Ed, quien me devolvió la mirada sonriendo y aún sin caer en cuenta a lo que el director acababa de decir.
Joder.
Estábamos tan cerca de cumplir lo que tanto habíamos anhelado, que no había tiempo que perder.
— Entonces...— habló otra vez— ¿Qué deciden?
Ambos asentimos y miramos a la cara a aquel hombre que, sin darse cuenta, había hecho feliz a dos huérfanos adolescentes.
— Sí... viajaremos.— dijimos al unísono.
Nuestra niñez había sido dura, pero aprendimos a superarnos y a no dejarnos pisotear.
Escondimos nuestro lado blando, nuestra alegría para convertirnos en personas fría y planeadoras. Porque mientras los demás niños de nuestra edad pensaban en divertirse con juegos, nosotros decidimos tomar los pocos libros que teníamos y estudiar para tener un futuro.
¿Quien diría que dos huérfanos serían los becados en la mejor universidad de Londres? Apostaba a que nadie se lo esperaba, mucho menos aquellos que dudaban de nosotros.
Pero allí estábamos... cerrándole la boca a más de uno. Allí estaba, la claridad de un futuro mejor mostrándose frente a nosotros y dejando ver un bonito sendero.
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