•04| Te soy indiferente•
Savannah Smith:
Lo peor no fue entrar por la verja negra que daba a la entrada del instituto, si no las miradas despectivas que me dirigían. Si las miradas mataran, yo ya estaría incinerada. Unas miraban con asombro, otras con incertidumbre y unas pocas con asco. Así que, ¿qué puedes hacer cuando una batalla campal está a punto de desatarse en tu interior? Exacto, tienes que actuar como si no ocurriera nada. Cuando te derrumbas ante miradas desconocidas que no saben la verdadera historia, les estás dejando ganar.
Lo cuchicheos podrán ser escuchadas por ti, pero bloquear el ruido exterior es una de las habilidades más reconfortantes que uno puede llegar a dominar.
— ¿Qué hace esta, aquí?—preguntaban algunas como si no tuviera el derecho de tener una educación educativa correspondiente. Me daba risa saber que las personas aún no conociéndote sean capaces de dar por hecho que vas a seguir un rumbo porque ellas inciten a ello.
—Seguro que intentará dar pena.
—Qué poca vergüenza, después de todo lo que su hermano ha hecho, viene aquí como si fuera de lo más normal. —esas palabras dieron un vuelco a mi corazón, no podía recordar o saber qué es lo que había ocurrido. La mente es tan inteligente, que bloquea lo que le conviene cuando le apetece.
—Es una pringada. Cuando Case la vea, seguro que le escupe en la cara.
—No tiene amigos, por eso nadie se le acerca.
—Debería avergonzarse, de lo que su hermano hizo.
Todas esas cosas y más dijeron. Hasta que respondí, ¿Por qué hay que dejar que otras personas te derrumben para su propia diversión?
—Qué graciosas son vuestras opiniones que nadie os ha preguntado por ellas. ¡¿Os gustaría que os hablen así después de sobrevivir a la muerte?! —pronuncié cada una de las palabras que decía con claridad, mientras miraba a cada uno de los engendros que se encontraban hablando a lo bajo, me alegró que muchas bajarán la vista con vergüenza—. Se os da bastante bien encargaros de hacerle sentir miserable a otras personas cuando ni siquiera tenéis vuestros problemas resueltos. ¡Meteros vuestra opinión por donde os quepa!
Con eso y dos cruasanes que me deberían haber dado por mis ovarios bien puestos, me fui caminando con orgullo hacía la entrada de la cárcel. Hasta que sentí un tirón en cada lado de mis hombros y adivinad quienes eran (claro que no lo adivináis), eran mis dos amigos: Byron y Afrodita.
Afrodita era una chica preciosa, risueña, con algo siempre que contar de famosos o curiosidades que aprendía de Youtube o de los libros que leía. Su cabello era largo, rizado y pelirrojo como si el sol acabara de salir de su cueva para vislumbrar al mundo con su belleza particular. Los ojos con abundantes pestañas que portaba eran de un marrón café con leche, las pecas que surcaban su tez negra eran hipnotizantes, sus labios rosados y carnosos era una de las cosas que hacían que te quedarás a mirar su cara con mayor atención. Toda ella era una obra de arte proveniente de Nigeria que cualquiera se pararía a mirar aunque fuera un segundo, aparte de que su estatura alta la hacía aun más destacable (sumando a su personalidad y su manía de ser la justiciera de las causas pérdidas, o eso era lo que le decían desde que era pequeña).
Byron en cambio era tímido, estudioso y por supuesto siempre tenía que rebatir cualquier cosa que dijera Afro. Él era alto, el cabello rizado que portaba le llegaba hasta los hombros, sus ojos rasgados provocaban que sus ojos oscuros se acentuaran más. Aparte era coreano, lo último muchas veces la gente no lo pillaba. Ya sabéis, lo de encasquetar a un grupo de personas en una bolsa a la gente se le da muy bien, por ejemplo hay personas que piensan que todos los asiáticos son chinos y ya (cuando eso solo demuestra que hay gente que geografía no ha estudiado) O lo típico de que África es un país, cuando es un continente constituido de 54 países y que alberga más de 1500 lenguas y dialectos.
Pero volviendo a la realidad, no sabía que estás dos personas que están tirando de lo que queda de mis hombros fueran a estar. Aunque es imposible saberlo sino tienes un móvil por el que comunicarte. Se despidieron de mi rápido y catastróficamente y se fueron dejándome los hombros magullados.
Suspiré, anduve hasta mi taquilla para abrirla. Pero alguien bloqueó mi camino.
— ¿Qué tal estás, Savannah? — la mire, con cara de pocos amigos. La voz chillona, que se estaba dirigiendo a mí, era de la persona más insoportable que había conocido en mi vida. Courtney Kristen, era sinónimo de falsa. Era pelirroja teñida (hecho que no da por hecho que discrimine a las personas teñidas), alta, de ojos castaños y labios finos de arpía (que le caracterizaban por ser ella). Una de sus aficiones era pisotear a cada cola que viera que le estorbaba
Conclusión: es como la Barbie, parece perfecta e irrita que todo deba rondar en torno suyo.
No me puedo creer que mi hermano saliera con esta arpía. Algo bueno debía de tener antes.
—No creo que te importe. —le respondí seca.
—Claro que no me importa. ¿Te encuentras bien, después de saber que tú hermano es un cobarde? No me puedo creer que traicionará a Case de esa forma. —no entiendo nada de lo que dice—. Cariño, no sé cómo te pudo hacer eso. Te abandono, porque tiene miedo.
—Y tú no te callas porque nunca te han dicho lo mal que apesta tu aliento cuando dices sandeces, ¿verdad?
Me percate de la presencia de Case, el chico de ojos negros y cabello azabache atado en una coleta, me miraba con un media sonrisa, su mirada era demasiado penetrante. No comprendía que tenía que ver ese chico en todo esto. Algo pasó entre mi hermano y él porque la gente no dejaba de recordármelo a cada rato como si les pagarán por nombrar el nombre de uno detrás del otro.
—No le des mucha importancia, ahora está en un sitio mejor—. Me estaba desafiando con la mirada, ¿Pero, este que se creía?— ¿A qué sí, Savannah? Seguro que sabes dónde se esconde.
— No lo sé. Pero te advierto. —Me aproximo a él, frente a frente, bueno, me saca una cabeza, pero ya se me entiende—. Ni te atrevas a hablar mal de mí hermano. Todos vosotros—Apunto con mi dedo, al grupo que siempre va detrás de ellos. —, tenéis las agallas de hablar mal de él a sus espaldas, pero cuando él estaba le sonreíais como las personas falsas que sois. Ir a que os hagan un lavado de la personalidad que os falta.
Me he quedado satisfecha, no me gusta hablar demasiado, pero cuando me sacan de quicio, no hay quién me detenga.
Case, me agarra del codo con fuerza.
—Tu hermano, me hizo perder una apuesta muy importante. —Me acorrala contra una taquilla y el candado se me clava en la parte baja de la espalda—. Así que, yo puedo hablar de él como me venga en gana. —sonreí, se creía que yo era de las que se intimidaban. Pues va a ser, que no. Cara esparrago.
—Di lo que quieras, te soy indiferente. —Me intentaba zafar de su agarre, pero él me agarraba con más fuerza—. Suéltame, no tengo ganas de sentir tu parte viril. Aparte no estás respetando mi espacio personal. Encima que me encantaría denunciarte por restregarte como si te merecieras el título de chico malo, cuando solo eres un paquete que lo único que sabe hacer es arrastrar las palabras. Vaya imbécil, no te enseñaron a respetar el espacio ajeno—niego con la cabeza indignada.
—Quedas avisada, tú y yo nos veremos las caras—no entendía a que venía todo esto—. Y ten por seguro, que no te voy a dejar tranquila.
— ¿Qué pena, tanto te ha dolido que te diga las cosas tal y como deben ser? Si no me dejas tranquila créeme que te estarás buscando la cárcel con ganas—hablo burlante.
Me suelta y se va así sin más.
No me percaté del espectáculo que se había montado el desalmado ese. Ahora la gente estaba a mi alrededor mirando confundías/os. Si supieran que yo estaba igual, se reirían en mi cara.
La gente empezó a dispersarse cuando el timbre tocó.
Yo me apoye contra la taquilla mientras me dejaba resbalar hasta tocar el frío suelo.
— ¿Qué pasó? ¿Y qué tiene que ver una apuesta de dinero para que esté tan enfadado? ¿Qué tengo que ver yo con todo esto?—me limpio las lágrimas que resbalan de mi rostro. No dejaba de cuestionarme que había ocurrido.
Estoy por levantarme e irme, pero un cuerpo se colisiona contra él mío.
—Lo...lo siento, yo... Es que tenía prisa y pues...—se quedó callado, el chico que me había tirado no dejaba de tartamudear, en otros momentos me habría deleitado mirando su nerviosismo, pero hoy no tenía ganas.
No me paré a echarle un vistazo, me aparté el cabello de la cara y pude ver que respiraba con dificultad y su cabello era negro. Ah, y sus zapatillas marrones casi me dan un patatús.
—No pasa nada. —me tendió su mano, pero la rehúse y me levanté sola—. Para la próxima, ten cuidado.
—Claro—me mostró su sonrisa llena de hoyuelos y me fui de allí.
Pensé en irme a casa, pero era mejor que me enfrentará a lo que vendría. Retirarse no era una opción.
Una tiene que poder con lo que se le tire por encima.
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