
JUNTOS
[Veintiocho]
Mi mente en ese entonces parecía estar turbulenta de muchas pulsaciones en la cabeza. Quizás porque no estaba acostumbrada a recibir ese tipo de trato. Ser retenida a la fuerza y desmayada del mismo modo.
Cuando sentí que podía despegar los párpados porque la pesadez se desvanecía, deseé volver a cerrarlos y pensar que era una pesadilla.
La oscuridad llenó cada punto de mi visión y un silencio que podría ser casi atronador resaltó en todo ese lugar en el que me encontraba. Sentí unas incómodas capitas alrededor del rostro que me incitaban a pasar la mano y quitármelo por la molesta sensación. Cómo también una comezón en la nariz hormigueó por el desagradable olor que me envolvía.
No me molesté siquiera pensar en la pregunta que cualquiera se haría por esa situación, «¿dónde estoy?». Sabía desde el mismo segundo en que pude ver dónde me hallaba, que no auguraba nada bueno.
¿Qué de bueno habría cuando se es secuestrada?
Lo único que pude intuir era que estaba predispuesta en un colchón ennegrecido que poco pudo conocer sobre el lavado. Y las paredes quebradas en el tapiz, sucias y con una apariencia que te encontrarías en las malas calles, te indicaba que un edificio viejo se trataba.
Viejo y abandonado.
No había nada en esa habitación, exceptuando yo, el colchón y...
Intenté enderezarme en cuánto fui consciente de la presencia silenciosa que por su contextura señalaba ser un hombre, sentado en la esquina de la pared, con las piernas alzadas y los brazos descansados en sus rodillas, no podía ver su rostro, ni sus ojos. La razón no se debía porque hubiera la tenue iluminación del foco que no alumbraba correctamente y alcanzaba llegar hasta los pies de su cuerpo, no. Era porque un pasamontañas cubría la totalidad de su cara.
Me dificultó la tarea de levantarme dos factores; unas ataduras en las muñecas y tobillos que me inmovilizaban completamente porque sentía la presión con las que fueron hechas. Lo segundo en relación por eso, fue por mi cuerpo entumecido y frío por esa zona que provocaba pinchazos de leve dolor. La simple acción de separar mi espalda con la endurecida superficie que había adquirido el colchón por los años, me costó. Lo único concebible para mí y lo que pude lograr fue apoyar con dificultad el codo y alzarme un poco.
No sabía si en todo momento el hombre enmascarado vigilaba mis movimientos, pero seguido de incorporarme, el hombre se levantó de esa penumbrosa esquina.
¿Si estaba asustada? Hasta los huesos. El que no lo haya mencionado antes fue por sentido de narración en contextualizar la situación, pero el insano repiqueteo de mi corazón que palpitaba sin parar y el sudor de mis manos, como la humedad trazada en la espina dorsal hasta el lumbar de mi espalda evidenciaban que tenía miedo.
El hombre todavía sin mediar palabra, se acercó con una dolorosa lentitud, como si supiera que haciendo eso, acrecentaba el temor en los ojos de su víctima.
Lo lograba.
Cada paso que daba hacía que los poros de mi piel se alertaran y pusieran en piel de gallina (buscar término médico). Mi respiración se aceleró volviéndose superficial, rozando el punto de querer hiperventilar acompañado de un cuerpo tembloroso como un perro en fin de año o cualquier festividad por los fuegos artificiales.
Como si hubiera presionado un interruptor, mi cuerpo entró en tensión cuando la figura que procuraba ser intimidante, se agachó a mi altura en la esquina del colchón. Ahora que lo tenía en cercanía, tragué el nudo que me obstruía en la garganta por el miedo y lo escaneé.
Pero no importó cuanto lo hiciera, cuanto buscara cada centímetro de su cuerpo por guardarme un distintivo que me ayudara a identificarlo si lograba salir de esa. No había nada.
—Despertaste pequeña —enunció con una voz rasposa, distorsionada y baja. Erizó por completo mi cuero cabelludo.
Aguanté donde se suponía que tendría los ojos, aunque el temblor me hacía parecer débil, no bajaría la mirada.
Aquella cabeza enguantada, ladeó, curioso de que no haya dicho palabra.
—No te amordacé porque creí que gritarías. Eso fue aburrido y decepcionante. —El aliento de suspiro llegó a traspasar la tela, porque lo oí.
¿Quería que hablara? No le daría gusto.
—Esa mirada se ha convertido en una desafiante. ¿Acaso estás pensando en no hablar? —chasqueó con la lengua varias veces y negó con la cabeza al mismo tiempo—. No mi pequeña. Esa encantadora voz que tienes debe ser escuchada.
Se irguió, alejándose unos pasos hasta llegar a la puerta. La abrió con cuidado y logré oír desde mi posición lo que decía a la otra persona. —La niña despertó, espera afuera y sigue vigilando.
Los latidos de mi corazón tronaban hasta mis oídos. Comencé a tener muchos escenarios desagradables en mi cabeza e inevitablemente las lágrimas empezaron a acumularse en los lagrimales.
Sabía lo que le sucedía a las mujeres que estaban secuestradas. E incluso sin que lo estén, era lo que sucedía día tras día con informes plagados en los noticieros de casos de violación y muerte.
¿Sería parte de esos informes?
Mis labios temblaron al verlo acercarse otra vez. Yo no lo quería cerca, no quería respirar su mismo aire, no quería que me tocara como lo estaba haciendo en ese momento, tocándome con una delicadeza que repugnaba para colocarme sentada en el sucio colchón.
Mi primer instinto fue suplicarle, pero lo machaqué una vez llegó a la punta de mi lengua. ¿Por qué? ¿Por qué debería gastar palabras y energías en suplicarle cuando sería en vano?
Después de sentarme y hacer que me apoyara en la pared, retiró sus manos con una tortuosa y asquerosa acaricia que bajó y deslizó desde mis brazos, pasó por mis caderas y terminó hasta la porción de piel que exponía mi pantalón de pijama. Las dejó quietas cerca de mis tobillos, encima de la atadura que tenía.
—¿En serio no emitirás ningún sonido a pesar de que te esté tocando? —Su voz era indescifrable porque no parecía ni humana ni robótica, no podía distinguir lo que esa persona sentía. Pero me podía imaginar un rasgo de irritabilidad.
«¿Para que puedas sentir alguna satisfacción?». Pensé. Pero incluso con esa actitud, en el fondo razoné que debía hablar, no sabía hasta qué punto se podía enfurecer ese hombre y provocar que mi final sea peor del que ya tenía pensado.
—¿Quieres dinero? —escupí de forma áspera, obligándome a hablar.
Una escalofriante carcajada explotó en la habitación, y apretó donde me sostenía. Mordí mi lengua para no soltar el jadeo por el pinchazo de dolor. —No pequeña —respondió al calmarse—. Yo no deseo dinero, quiero dar una advertencia. —Podría jurar que aquello lo dijo con una sonrisa maliciosa. Sus manos que antes estaban quietas, comenzaron a ascender, tocando con premura y avidez la zona expuesta de mis piernas. Tocó el final de mi pantalón y sus dedos permanecieron jugueteando con el bordillo.
Tragué duramente. Asco. Sentía sumamente asco. Quería retorcerme y alejar sus manos, pero esa era la cuestión, quería, pero no podía.
—¿Sabes? —volvió a hablar, inclinando su cabeza para seguir los trazos que dejó su mano con su boca. A pesar de que el pasamontañas obstruía el contacto, no lo hacía menos peor—. He estado esperando a que despertaras para poder jugar contigo. No me gustan los cuerpos inmóviles cuando les brindo cariño. Pero has dormido más de lo que esperaba. No importa pequeña, ¿sabías que el sexo en realidad dura unos minutos? —el retintín de sorna lo percibí.
«¡No! ¡No!». Y la retención de las lágrimas se desbordó. La garganta me quemó porque quería gritar, gritar de impotencia, por ayuda, por lo que sea. Pero aún así me callé, en mi propia lógica imaginé una oportunidad para escapar. Y aunque sentía seguridad con las ataduras de los tobillos ya que me cerraban las piernas, debía quitármelas.
No opuse resistencia y aguanté como pude. Mi única estrategia era la serenidad y hacerle creer que sería sumisa.
—¿No dirás nada aún así? ¿Aceptarás tu destino? —gruñó, sacó un afilado cuchillo del tamaño de una mano con un poco más de debajo del colchón y cortó las ataduras de mis tobillos y muñecas, hice una mueca porque en el proceso cortó parte de mi piel. —Entonces no me quedará de otra que ser rudo para que grites y supliques. —Tiró el cuchillo a cierta distancia y se levantó para bajar el cierre de su chaqueta negra, al quitársela permaneció en mangas. Y procedió a desabotonar el botón del pantalón y dejarlo así. Se volvió a inclinar, arrodillado en el colchón y gateó hasta a mí.
Rechazo. Repulsión. Y más lágrimas se deslizaron hasta acabar en la punta de mi barbilla.
Sentía un miedo atroz desde ese momento. Tenía miedo de lo que experimentaría si no hacía algo, tenía miedo de que ese podría ser el último recuerdo de mi vida. No, no quería eso.
Vivir. Esa palabra permanecía clavada en mi cabeza. ¿Pero como podía salir ilesa de esa situación con un hombre que era mil veces más fuerte que yo?
Mientras ese hombre se acercaba y continuaba deslizando aquellas repulsivas manos por mis piernas, eché un vistazo detrás de él. Si lograba una mísera oportunidad de alejarlo de mi y me acercaba a la puerta... ¿Tendría demasiada suerte si no tenía seguro?
Estaba tensa de pies a cabeza, mucho más cuando sus manos se presionaron con fuerza en mi cintura y terminó inclinándose más para mordisquear parte de mi cuello.
Intenté reprimir el sollozo y el grito de ahogo que ya tenía. No cerré los ojos porque buscaba aquella luz que me ayudara. Y como si me hubieran iluminado...
Un pensamiento se me cruzó en cuanto percibí la postura en la que él se posicionaba.
Pero al mismo tiempo sus labios que los sentí como cuchillas, se separaron de mi cuello, se alzó y me tomó de la cara con demasiada fuerza.
—Tu cara expresa dolor y esas lágrimas lo demuestran. ¡¿Por qué no gritas?! —Tironeó mi cabeza y alzó la mano dándome una moderada cachetada. El eco que produjo la habitación hizo que sonara peor el impacto de lo que realmente fue.
Aunque no fue extremadamente doloroso, había dolido. Clavé la mirada en esa tela que lo cubría completamente al regresar la cabeza después de la conmoción.
«Está distraído, es mi oportunidad. Por favor, que me dé segundos de ventajas».
Con eso dicho en mi mente, reuní toda la fuerza que pude en un punto, alcé fuertemente mi pierna que se encontraba en el medio de las suyas para que mi rodilla impactara con la entrepierna de ese hombre.
Alguien arriba se apiadó de mí, porque en cuanto percibí el leve jadeo y sus dedos soltarse de mis mejillas, lo empujé desde el pecho provocando que cayera hacia atrás y terminara rodando de lado para tocarse la zona baja que seguramente dolía.
Probablemente, como si me hubieran dado una inyección de adrenalina, pude levantarme del colchón ignorando las punzadas del entumecimiento en mi cuerpo.
Corrí sin ver atrás. Toqué la manija de la puerta y al girarla agradecí de que alguien estuviera de mi lado. Abrí la puerta y salí despavorida de esa habitación. Topándome de inmediato con un pasillo que en sus mejores tiempos debió ser elegante. Tuve unos microsegundos de pensamiento rápido y dirigí mis pasos a las escaleras que se podían vislumbrar al final.
Bajar no era una opción, anteriormente había escuchado que aquel hombre no se encontraba solo, mi única opción era la azotea y por otro milagro, un transeúnte pasara por la calle y me viera al gritar.
Los latidos frenéticos que retumbaban en mis oídos fueron acompañados por las pisadas de mi perseguidor.
Subí de dos en dos cada escalón y aparté con brusquedad las lágrimas que distorsionaban mi visión. Solo un poco más. Necesitaba por lo menos gritar y tener la esperanza de que alguien, solo alguien agudizara el oído para escucharme.
Empujé la puerta y por la fuerza ejercida, al rebotar, el sonido del chirrido indicaba la oxidación por los años de no ser abierta desde hace mucho.
La luz natural que oscilaba en todo su esplendor en los cielos me escandiló. Haciendo que entornara los ojos en el acto, pero no me impidió continuar con los pasos apresurados hasta llegar al borde de la azotea.
«Un poco más y puedo gritar».
Pero desafortunadamente, cuando estaba dispuesta a gritar a todo pulmón, una mano me interceptó cubriendo mi boca y la otra haló de mi cabello empujándome hacia atrás.
Al caer en el piso y por los reflejos para sostenerme, sentí el ardor de las cortadas y la torcedura en mi muñeca izquierda por caer mal.
Ignoré el dolor porque había algo mucho más grande que requería toda mi atención. Con mis piernas y apoyando la mano que no estaba herida, me moví hacia atrás. Alejándome de la figura que destacaba a la luz del día por su vestimenta oscura. Exceptuando por la palidez que ahora se veía por sus brazos.
—Eres más escurridiza de lo que pensaba pequeña —su voz sonó agitada.
Mi espalda tocó una textura sólida y metálica, no giré la cabeza para ver lo que era, pero me apoyé de ello para levantarme.
—¿Por-por qué haces esto? —farfullé en un hilo de voz que lamenté. No quería demostrar que me sentía intimidada, pero resultaba imposible. No podía controlar mi cuerpo.
—¿No lo dije antes pequeña? Una advertencia adecuada para unos entrometidos. —Estaba alerta a cualquier movimiento que pudiera efectuar, pero reparé cuando bajé la vista a su mano izquierda, en el cuchillo que había apartado antes.
Tragué nuevamente saliva y mis piernas comenzaron levemente a temblar. —Pero parece que tendré que adelantar la advertencia y usarte a mí favor.
Allí supe, con esas palabras. Que ese podría ser mi último día con vida. Entonces no lo pensé, solo actué. Si así iba a hacer, por lo menos me iría con la sensación de que hice algo por mi vida antes de morir.
Grité.
—¡Ayuda! —vociferé lo más alto que pude. El eco de mi voz se escuchó a lo lejos, dándome una chispa de esperanza. Sin embargo, eso fue lo único que pude pronunciar porque rápidamente el hombre se acercó a mí y clavó la punta del cuchillo en el costado de mi abdomen.
Cerré la boca cuando percibí el hundimiento y presión que ejercía como si quisiera perforarlo.
—¿Ahora sí gritas? —ladeó la cabeza en un costado, murmurando con esa voz distorsionada cerca de mi oído.
Ceñí la frente y me mordí la lengua cuando supe en ese mismo instante sin necesidad de ver, que de una pequeña apertura brotaba un caliente hilillo de sangre que se deslizaba por mi piel. Había incrustado parte de la punta del filo en la carne.
Apreté la mandíbula y el sudor comenzó a recorrer por mis sienes. Estaba bien, aunque la magnitud del dolor era diferente, no me era desconocida la sensación de perforación en la piel. Sin embargo, no quería decir que estaba acostumbrada, la visión borrosa por las lágrimas lo demostraba.
Entre los parpadeos que daba, fijé la vista detrás de él y un punto en concreto logró que reuniera la fuerza para contestar.
—Aún... —Tragué saliva y procuré sonreír con sorna curvando una esquina de mi labio. —Aún si muero, te atraparán —dije con convicción.
Eso pareció caerle en gracia, porque comenzó a carcajear y seguido de eso hundió un poco más lo que presionaba en su mano, provocando que soltara un quejido ahogado.
En un instinto de supervivencia, detuve su mano con la mía donde sostenía el cuchillo. Y aunque el hombre tenía las intenciones de terminar con mi vida en ese momento, quedó petrificado como si alguien le hubiera hablado.
Le oí mascullar un «Mierda, ¿cuánto?». En su distracción, lo empujé con las pocas fuerzas que todavía contenía. Alejando a su vez el cuchillo que por poco no lo introducía del todo.
Exhalé al sentir que el objeto extraño fue removido y llevé mi mano a frenar la sangre que borbotaba. El hombre en cuestión giró la cabeza hacia el punto que había visto anteriormente y volvió a mascullar un improperio.
Cuando vi que su siguiente acción fue elevar la mano para tapar un lado del hombro casi desnudo al notar a la persona que estaba en el otro edificio con el teléfono en alto, bastó unos segundos para obtener pequeños fragmentos de un tatuaje, capté el final que me hizo recordar a un escudo.
El hombre no me dirigió un último vistazo antes de echar a correr a la puerta de la azotea. Inhalé y exhalé porque el dolor martillaba muchas partes de mi cuerpo. Me sentía mareada, pero me convencí de que debía aguantar. Pronto llegaría la policía y entonces podría descansar.
Di pasos vacilantes, con el cuerpo inclinado y la mano apretujando el costado que había sido levemente perforado. Sin embargo, el hecho de que la adrenalina dejó de correr por mis venas, de repente me sentí sin fuerzas. Me fui de lado con las piernas temblando y caí.
Los párpados querían cerrarse de inercia, pero no. Debía aguantar un poco más.
Me arrastré hacia la pared y me apoyé en ella. Tenía de frente la puerta de la azotea que permanecía abierta. Inhalé con profundidad, solo quedaba esperar.
No sabía cuánto tiempo pasó desde que aquel hombre se dio a la fuga. Entré en un trance doloroso en el que aguanté con un sentido de voluntad que hace mucho no veía para no perderme en la oscuridad.
Pero cuando oí la voz de mi querido Jungkook, pensé: «Ah, en verdad sobreviví».
Después de intercambiar palabras tanto con la policía y tranquilizar a Jungkook de que no me pasaría nada, por fin pude cerrar los párpados y descansar.
Tiempo después, murmullos a mi alrededor me sacaron de la inconsciencia.
—Entiendo que quieran su testificación, ¿Pero no pueden al menos esperar a que descanse por un día? —Identifiqué esa voz por la de Jungkook. Se escuchaba cansado.
—Jovencito, escuchó al doctor hace rato. Es posible que la paciente al despertar se encuentre bien y pueda dar los hechos que sucedieron. Si quiere que atrapemos al secuestrador, debemos escuchar hoy lo que tenga que decir —respondió con tranquilidad la otra persona.
—Pero... —Se interrumpió así mismo cuando escuchó los pequeños quejidos que solté. Al despertar, no solo mi conciencia fue despejada, también el dolor que no percibía tan intenso antes de descansar, resulgía y ardía como una comezón en los sitios de mi muñeca, tobillo y abdomen.
Rápidamente el velo de la cortina fue retirada, dejándome ver entre los parpadeos que daba para aclarar mi visión a Jungkook con una expresión de pura preocupación y alivio de esos ojos sumamente expresivos.
Se acercó hasta el borde de la camilla y posó con delicadeza su palma en mi mejilla. —Misuk, ¿te sientes bien? Llamaré al doctor. —Antes de que pudiera contraer la mano. Ya me encontraba sosteniendo la suya entre mis dedos, la calidez que desbordaba y la suavidad que sentía, no quería alejarla.
—Estoy remotamente bien —murmuré con la voz ronca. Él intercaló en nuestras pupilas y logré ver tantas emociones en sus ojos, que una punzada en el pecho me atacó levemente. Miró hacia atrás y al seguir su mirada, me di cuenta que seguramente pedía en silencio que fuera por el doctor, el policía que continuaba observando la escena con los brazos cruzados, obedeció sin opinar.
Al estar completamente solos, oí el suspiro largo exhalar de sus labios, regresó a mirarme con sus ojos brillosos y el rostro lamentable.
—¿No irás a llorar, verdad? —dedujé con un deje de humor y una pequeña sonrisa. Apreté su mano que todavía permanecía en mi mejilla.
Él sonrió y sus hombros se sacudieron conteniendo la risa. Su pulgar acarició mi pómulo y terminó inclinándose hasta apoyar su frente con la mía. Su toque se sintió caliente y reconfortante.
—Tengo muchas emociones mezcladas cariño, y llorar no es la principal —murmuró con una voz acompasada.
Nuestro momento fue cortado por el carraspeo de una voz detrás de él. Al separarse con lentitud, depósito un suave beso en mi frente y se irguió.
Ambos miramos al doctor que evitó la escena clavando su vista en la tablilla que sostenía en sus manos. Cuando percibió que Jungkook se había alejado, volvió a alzar la vista y nos miró con una amable sonrisa.
Al instante, mientras comenzaba a hacer los correspondientes chequeos, una inquietud me embargó, al ser sentada medianamente, dirigí la vista rápidamente a la muñeca derecha. Cerré los párpados cuando vi el vendaje que cubría esa zona.
«¿Quizás lo llegó a ver?».
Miré a Jungkook, que estaba atento a todo lo que decía y hacía el doctor. Con las manos en la cintura, el cabello recogido en un moño y una ceja arqueada le daba la imagen de alguien intimidante.
Sintió mi mirada y me la regresó, suavizando sus facciones y albergando una tenue sonrisa en sus bonitos labios.
—¿Es el hospital donde trabajan mis padres? —le pregunté una vez que el doctor desapareció tras la cortina.
Él se sentó en el banquillo que se encontraba a la par de la camilla. —No, te trajimos a la clínica más cercana. No es el hospital principal —respondió con suavidad y dulzura en su voz. Tomó mi mano que permanecía en mi vientre—. ¿No quieres que despache a los policías?
Despegué la vista de su mano cubriendo el dorso de la mía y alcé la mirada a la suya que se había vuelto mucho más cálida. Negué con la cabeza. —Está bien, lo único que siento es un dolor soportable, puedo testificar. —Noté que su mandíbula se endureció y sus ojos se tornaron mucho más oscuros. Él se levantó, dio unos pasos fuera de la cortina y al regresar lo hizo con dos oficiales.
Como pude, recapitulé todo lo que viví sin perder ni un detalle. En ningún momento aparté la mirada del rostro de esos oficiales, pero por la presión que a veces infrigía Jungkook en mi mano por ciertas partes, sabía que no la estaba pasando bien.
Me enterneció que sus emociones flutuaran y se desbordaran con facilidad, cuando normalmente una tranquilidad lo envolvía y caracterizaba.
Aquellos oficiales salieron luego de prometer que continuarían con la investigación.
—¿Mis padres ya saben de esto? —inquirí observando su rostro sereno.
Negó con la cabeza. —No lo saben. ¿Quieres que lo llames? —Fruncí el ceño porque estaba inusualmente corto de palabras. Limitándose a responder cuando era necesario.
—No. El doctor dijo que podía retirarme en cualquier momento, ¿verdad? No quiero ir a casa aún. —Lo miré directamente a los ojos. Intentando expresar entre líneas que me quería quedar un rato más a su lado.
Y como el experto que era en interpretar un silencio. Asintió levemente, me ayudó a sentarme en el borde de la camilla y luego me ofreció una ropa holgada y de algodón que no había visto colocado en una mesita. Me hizo saber que mandó a Taehyung a comprarla.
Moverse bruscamente provocaba de vez en cuando dolorosos pinchazos en el abdomen, mientras que en las muñecas y tobillos sentía incomodidad. Excepto la muñeca izquierda que procuraba no moverla, a pesar de estar fuertemente vendada y sujeta para este tipo de torceduras.
Fui llevada con una silla de ruedas hasta el estacionamiento, y de camino a la casa de Jungkook, el tramo era silencioso por ambas partes. Quizás él estaba respetando mi espacio y vitalidad mental, como también se encontraba en su propia maraña de pensamientos.
Cuando llegamos, Jungkook me ayudó a caminar, sosteniendo mi cadera y con mi brazo sobre sus hombros.
Al ingresar, solté una pregunta curiosa. —¿Por qué es tan solitario? —Con semejante casa que poseían los Jeon, sería difícil mantenerla con dos personas.
—Los de limpieza vienen por la mañana nada más —contestó mi pregunta ambigua.
—¿Y tu madre?
—Curiosamente no está cuando vienes tú. —Vi su perfil y una pequeña sonrisa mostró, pero volvió a una línea seria.
Noté entonces que nos encaminabamos a las escaleras prohibidas.
—Oh, ¿estás permitiendo que suba porque estuve a punto de morir? Quizás pueda guardar el secreto hasta la tumba si vuelve a por mí —comenté en un humor negro y tenso, una vez comenzamos a subir los peldaños poco a poco.
—Eso no es gracioso Misuk —musitó con voz neutral.
—Ya lo sé. —Y continuamos subiendo el resto del camino en silencio.
El pequeño pasillo de arriba estaba sumamente pulcro y relucía con sus cerámicas de color acuarela. Pasamos dos habitaciones y nos dirigimos a la última. Supuse que era la suya.
Al entrar, de inmediato me llegó una fragancia con la que estaba familiarizada. Un olor a menta muy agradable y las vistas frías no se hicieron esperar. La tonalidad de la habitación era colores oscuros en azul, sin embargo, aunque esperarías un aire frío, en realidad era acogedor.
Todo se mantenía ordenado como me imaginaba de él. Y un gran mueble se hallaba en una esquina repleto de libros. El escritorio también era un punto resaltante por el desorden que tenía encima.
Me llevó con cuidado hasta la cama y me dejó sentada allí. Teniendo una visión completa de su habitación, empecé a sentirme sucia.
—Jungkook... —Pero la petición que quería hacerle se vio interrumpida por sus labios que atacaron de repente los míos. Cómo él seguía de pie y yo sentada, tuvo que inclinarse levemente y a mi echar la cabeza hacia atrás para recibir cómodamente sus labios.
Me besó con ímpetu y frenesí, transmitiendo la preocupación latente que tenía sobre mí. Era gratificante volver a sentir la suavidad de sus labios, pero fruncí el ceño por la incomodidad.
—Jungkook —murmuré entre el beso. Coloqué mis palmas en su pecho y fue suficiente para que abandonara mis labios y se separara.
Su cálido aliento golpeó mi boca y nariz. Sostuvo mi rostro con sus grandes manos e intercaló en nuestras pupilas.
—¿Qué sucede? —susurró.
—No es que no quiera besarte. Pero me gustaría por lo menos cepillarme ya que bañarme está fuera de cuestión.
Pegó su frente con la mía. —Bueno, no me importa realmente.
—Para ti querido, pero tengo una imagen que mantener —murmuré con diversión.
Suspiró y besó con cuidado mi frente antes de alejarse unos pasos y colocar sus manos bajo mis codos para levantarme.
—Te guiaré a el baño. Allí encontrarás empaques nuevo de cepillos, toallas limpias y todo lo que necesites. —Nuevamente sostuvo mi cadera y mi mano para guiarnos a una puerta que estaba en su misma habitación. Bueno, no era que de repente no podía hacer las cosas por mi cuenta, más bien dejé que él me mimara y ayudara hasta estar satisfecho y tranquilo consigo mismo.
Al estar sola en el cuarto de baño, me dispuse a asearme en lo que se me permitiera despojandome de cada prenda. Enjuagué mi boca, limpié mi cara, cuello y brazos, teniendo cuidado con las vendas, aunque imposible de que no le salpicara unas cuantas gotas. Continué con las piernas y con una toalla por mi pecho para no humedecer el vendaje de mi abdomen.
Luego de todo eso me pude sentir más fresca y limpia, excepto por dos cosas; mi cabello y volver a ponerme la ropa interior.
Cuando salí del baño, me encontré con la imagen de Jungkook acostado en la cama, unas ropas distintas y tenía el cabello notablemente húmedo. Se levantó nada más escucharme salir.
—Que envidia, te has lavado el cabello. —Dejé que me llevara hasta la cama.
—Podrías haberme llamado para lavarte el cabello —murmuró tranquilo, dejándome otra vez sentada.
Me quité las pantuflas y me acosté en la cama con cuidado. —No me siento cómoda con el cabello así, pero está bien. Lo lavaré mañana cuando llegue a casa.
Observé que me miró fijamente desde arriba. Y en silencio se regresó unos pasos hasta el escritorio. Ahí me di cuenta de la bandeja que no me percaté antes. Él la señaló. —No has comido nada desde ayer, hice unos sándwiches para que puedas comer algo ligero.
Arqueé una ceja. —Por ahora no comeré, pero ya es más del mediodía. ¿No almorzarás?
Él negó y frunció la nariz. —No tengo hambre.
—En ese caso... —Me hice a un lado y palmeé la cama. —Acuéstate conmigo.
Parpadeó varias veces y no lo pensó un segundo. Se dirigió hasta la cama y se acomodó a mi lado. De tal forma que quedamos con mi cabeza recostada en su pecho y con las piernas enredadas sobre las suyas. Descansé mi brazo por su abdomen en línea vertical y al tener la vista de mi muñeca derecha con los vendajes ya cambiados que encontré en el botiquín del baño. Hice una pregunta sin especificar.
—¿Lo viste? —farfullé sin ganas.
Cómo siempre, parecía entender a lo que me refería sin necesidad de añadir algo más. Con cuidado tomó mi mano y la elevó hasta arriba, seguí el recorrido para observar como llevaba sus labios en el centro de la muñeca. Dándome un pequeño beso.
—No fue mi intención verlo, sé que lo ocultas con empeño, así que está bien si no quieres decir nada al respecto, yo no lo haré. —Agarró mi mano y las dejó unidas en su pecho, dando caricias alrededor de mis dedos.
Cerré los párpados y suspiré. Agradecí tener una persona comprensiva a mi lado. E inadvertidamente fui consciente de las lágrimas que empezaban a caer silenciosamente.
Comenzó con lágrimas pequeñas, pero poco a poco fue evolucionando a lágrimas enormes que caían y mojaban la sudadera que él traía. Le siguió los sollozos y gemidos incontrolables, no tuve las fuerzas para acallarlos. Finalmente los temblores acompañaron las saladas lágrimas e hipos.
Todo se debía a que por fin mi cuerpo se había relajado y en un lugar seguro, lleno de calma. Pude soltar lo que retuve con esfuerzo desde el primer instante en que desperté en el lúgubre edificio.
Todas las emociones que me embargaron, la repulsión de haber sido tocada sin mi consentimiento, el temor y miedo de no saber si saldría viva de allí. Se mezcló y juntó en un mismo espacio. Provocando que me rompiera en compañía de Jungkook.
Él se limitó a abrazarme y consolarme en silencio. Murmurando de vez en cuando un «Está bien, llora, déjalo salir todo, yo estoy aquí».
Esa tarde dormí en sus brazos luego de desahogarme.
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La niña está bien por lo menos :D
Sigo sin Internet, pero aquí publicando con los datos jeje.
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