Misterio: El cadáver.
El médico la observó unos minutos en silencio, analizando su perpetua expresión de sufrimiento. Tras años de oficio, era capaz distinguir los últimos vestigios de vida en los cuerpos, y esta joven había sido víctima de cosas inimaginables. Sus ojos vidriosos desmesuradamente abiertos, las comisuras hacia abajo, como si aún quisiera llorar, como si el grito jamás hubiera salido de su garganta, definitivamente estuvo lejos de recibir el beso de la parca.
Se puso los guantes con un suspiro, y procedió a analizar. No había signos de lucha, pero sus muñecas y tobillos presentaban laceraciones. Su piel estaba sucia, incluso luego de haberla limpiado, tenía ese tono grisáceo y áspero, el cabello enmarañado y débil. Al parecer no había visto el sol en muchísimo tiempo. Mostraba señales de desnutrición, el abdomen hundido, las costillas y la inserción del esternón. Los huesos se sentían con un leve toque. No traía topa consigo, sólo una manta rota y gastada. Podía estipular que la fémina rondaría por sobre los veinte, o quizás más; el deterioro hacía imposible dar exactitud. No obstante, según la temperatura del hígado, había muerto hacía sólo un par de horas.
La pared vaginal exhibía cicatrices de antiguos desgarros y heridas recientes, incluso post mortem. Eso evidenciaba múltiples violaciones de carácter salvaje.
El forense tomó un pequeño descanso para recobrar el aliento. ¿Quién podría cometer tal atrocidad con una muchacha? No la conocía, pero nadie tendría que pasar por semejante barbarie. Habían destrozado la existencia de esta persona hasta reducirla a carne y huesos.
Retomó la autopsia. Sus senos habían quedado deformados por quemaduras, en los brazos tenía moretones, cortes y marcas de cigarrillos, en el cuello se notaban signos de estrangulamiento, pero la causa del deceso habían sido los múltiples traumatismos con un objeto contundente en la cabeza. Supuso que un hombre tuvo que ser el autor de los hechos, por cómo tenía el cráneo de roto. Un varón de gran peso, y sumamente furioso.
Sacó sus huellas, extrajo muestras de ADN y la preparó para colocarla en el depósito. Sin embargo, cuando la iba cubriendo, notó un ínfimo destello al fondo de su boca. Ya bastante perturbado, tomó las pinzas, encendió la linterna, y desplegó sus agrietados labios con cuidado. Una fina cadena de lo que aventuraba, era oro, yacía casi en el esófago, apenas perceptible. Probablemente alguien la había obligado a tragársela, pero esta no llegó al estómago (ya había analizado su contenido, muy escaso). Al sacarlo, lo extendió sobre su mano: Un pequeño relicario en forma de corazón.
...
Los colegas trataban de detenerlo mientras llegaba emergencias, el hombre estaba golpeando y gritando fuera de sí, completamente loco.
Sobre la mesa, debajo de la lámpara, estaba el relicario abierto. De un lado, estaba la foto de una niña pequeña, muy sonriente, y del otro, un papel que decía "¿La recuerdas?".
Por supuesto que la recordaba, su hija había desaparecido hacía diez años...
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