Noviembre trece.
Ella tiene frío y quiere ser noviembre,
y huir de él al quemarle la piel en cada desnudo
solitario de madrugada,
absorta en el blanco perfecto de los folios
de insomnio que atormentan el bolígrafo con el que juguetea
entre sus dedos.
Observa fijamente, sin apenas pestañear,
el marchito que corroe la rosa inmóvil en la repisa,
la que fue brillo cada día a finales
del último verano cálido en sus párpados.
Ella tiene frío y quiere ser el vaho que huye
raquítico del frío pasivo del noviembre
que le congela las lágrimas en cada brote de tristeza.
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