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𐙚 capítulo 11

advertencias: humor absurdo, chaelisa y otras parejas. capítulos cortos.

Lisa se había dado cuenta de que Roseanne Park le gustaba demasiado.

Y eso era un severo, grave problema que debía resolver si no quería salir herida.

Porque esa relación era falsa no iría a ningún lado, y si llegaba a querer a Rosé terminaría con el corazón roto y sin nadie que pudiera sostenerla.

Pero había momentos donde a Lisa no le importaba eso. Había momentos donde Lisa estaba dispuesta a terminar con el corazón roto si eso significaba aprovechar cada segundo que le quedaba con Rosé.

Como cuando Rosé le sonrió por primera vez, sus ojos desapareciendo mientras sus labios se estiraban en una amplia sonrisa, luego de que Lisa hubiera hecho un comentario estúpido que ya no recordaba bien, pues la sonrisa de Rosé era tan brillante que cualquiera se enamoraría al verla.

O también cuando estaban saliendo de la Facultad de Arquitectura, y alguien pasó a empujarla, entonces Rosé la tomó de la cintura y de la mano para impedir que cayera al suelo. La forma en la que la sostuvo, el hecho de que luego no soltara su mano y corroborara si estaba bien, hizo que algo se sintiera bien en su interior.

O cuando Rosé la besó por primera vez.

Los labios de Rosé eran suaves. Eran cálidos. Eran amables.

Rosé había obtenido su primer beso, y Lisa estaba feliz de que su primer beso fuera de Rosé, aunque toda esa situación hubiera sido una farsa. Lisa estaba dispuesta a darle todo a Rosé si se lo pedía, a pesar de que pareciera querer mantener las distancias.

Si Rosé quería darle más besos, Lisa le daría más besos.

Si Rosé quería un pastelito de Lisa, Lisa le cocinaría todos los pastelitos del mundo.

Si Rosé quería llevarla a la cama, Lisa iría bien dispuesta.

Bueno, quizás protestaría un poco. Sólo un poquito.

Estaba perdida, locamente enamorada de Rosé, y eso dolía. Dolía cuando Rosé la miraba a los ojos, cuando Rosé le murmuraba algo al oído, cuando Rosé le tomaba la mano, cuando Rosé la abrazaba por la cintura frente a todos.

A veces rezaba que todo eso no fuera una farsa.

—Lisa, ¿Cómo está tu hermano? —preguntó esa mañana la mamá de Rosé mientras su hija iba a buscar su mochila.

Sonrió de lado, jugueteando con la cajita donde llevaba sus pastelitos.

Iba a contestar cuando Rosé habló:

—¿Tienes un hermano?

Estaba de pie bajo el marco de la puerta con el ceño fruncido, su reciente cabello rosa cayendo sobre sus hombros.

A Lisa le encantaba su cabello rosa. Estaba segura de que si su cabello estaba teñido hasta de color verde moco se vería linda.

Tal vez no tanto, pero a Lisa le encantaría igual.

Se encogió de hombros, quitándole importancia.

—Vamos, ardillita. —extendió su mano, tomándosela, y se despidieron de la mamá de Rosé.

Pero Rosé seguía curiosa.

—Nunca me has hablado de él. —protestó infantilmente.

Y Lisa hizo lo necesario para herirla, para alejarla.

—No es necesario que lo hagas. No le voy a presentar a una novia falsa. —respondió como si nada.

Sin embargo, Lisa vio la rápida mirada herida de Rosé, y quiso tomarla en brazos, llenarle el rostro de besos, decirle que la quería, que quería estar a su lado para siempre.

Por supuesto que no lo hizo. Sólo siguió caminando mientras sentía que algo se rompía en su interior.

¡Gracias por leer!

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