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𝐈𝐈. Mother, Mother


NOVATURIENT / II: MOTHER, MOTHER.


🔮


Dejemos una cosa clara: si me arruinas esto de alguna manera, te enviaré al Tártaro yo misma.

Kana Maeda no se encuentra de buen humor. Raramente lo está, pero esta vez su paciencia está llegando a su límite. Había llegado un cuarto de hora antes a la dirección que su madre le había dado, para encontrarse frente a un edificio enorme de piedra rojiza. En los aparcamientos había montones de BMW, Lincoln Town Car y varios otros automóviles de lujo. Observando cómo una multitud de adolescentes se adentraba al interior entre risitas, Kana ya había podido sentir como el control de su temperamento se le escapaba de las manos. Si hay algo que odie más que a los mortales, es a los mortales ricachones. Y por lo que podía ver, su madre la había enviado a un colegio repleto de sus críos. No obstante, tenía una misión, y no dejaría que ningún pringado mortal adinerado le parara los pies. Así que había dejado la niebla fluir por sus venas y entrado a la escuela sin problema alguno.

Kana no podía lucir menos como una niña rica si lo intentara. Caminaba por los pasillos con sus jeans raídos y sus zapatillas desgastadas sin atraer mirada alguna, sin que nadie la parara para preguntarle "¿qué hace una chica como tú en un lugar como este?". No había duda en su mente de que estaba rodeada de pequeñas mierdas criticonas e insignificantes que crecerían para convertirse en grandes mierdas criticonas e insignificantes con una fortuna a sus pies sin esfuerzo alguno. Por eso mismo manipular sus mentes le había sido tan fácil. Para ellos, la joven acercándose al gimnasio no era más que una compañera volviendo otro año a clase. No podía ser mentira, su cerebro no podía estar engañándolos, porque la recordaban. Habían compartido gomas, lápices y correctores con ella. Habían pasado recreos juntos. Habían reído en sus reuniones y danzado torpemente en sus bailes escolares. Kana Maeda era alguien en quien confiar ━ al menos, en su disfraz.

Pero el problema es el siguiente: Kana odia las escuelas. Lo ha hecho desde que abandonó su último colegio con el corazón latiendo tan fuerte que apenas podía escuchar las sirenas de policía a su alrededor, manos ensangrentadas metiéndose en el interior de los bolsillos de su falda, corriendo salvajemente hacia el tráfico, de alguna manera consiguiendo llegar viva a casa. Así que podías saber con seguridad que con su ánimo ya por bajos niveles, encontrarse cara a cara con las servidoras de su madre en ridículos uniformes de animadoras terminó por cabrearla. Por lo que ahí estaba, una navaja en su mano mientras la presionaba contra el engañosamente frágil cuello de Tammi, reteniendo a Kelli con un perezoso movimiento de muñeca que la envió de espaldas contra la pared del otro lado del aula con un siseo.

Kelli se levantó, gruñendo.

—Tienes suerte de que sirvo a tu madre.

Kana sonrió pérfidamente, su navaja apretándose más contra la piel de Tammi, mientras la empusa se revolvía en su agarre.

tienes suerte de servir a mi madre. Si no lo hicieras, te hubiera matado cinco minutos antes —dijo, soltando a Tammi con un chasquido de su lengua. La empusa cayó con brusquedad, su pierna hecha de bronce haciendo un fuerte ruido metálico contra el suelo. Miró hacia ella con un silbido amenazador, su cabello en llamas un marcado contraste contra la pared a su espalda, pero a Kana no le importaba en lo más mínimo. Era como mucho una aprendiz, y como mínimo barro bajo sus pies, y así sería tratada. La semidiosa se giró hacia Kelli, arqueando una ceja—. Confío en haber sido lo suficientemente clara.

—Sí —masculló—. ¿Qué misión tienes?

—Sobre eso —dijo, agachándose para recoger su mochila del suelo—, no te equivoques. Lo que quiero es que os mantengáis alejadas de cualquier mestizo que entre en esta escuela, no hacer que os unáis a mi misión. Si intentas meterte en mis asuntos otra vez o simplemente pensar que eres capaz de oponer resistencia, te abriré en canal.

Con una última mirada, se puso la mochila a la espalda y dejó atrás a las servidoras de su madre.


🔮


Kana iba a masticar vivo a Perseus Jackson y escupirlo si no aparecía pronto. Había un límite de tiempo en el que podía esperar hasta que su paciencia se agotase y terminase volando la escuela por los aires. Su magia estaba funcionando sin problemas, pero estaba hartándose de los mortales uniéndose a ella y actuando como sus mejores amigos. Si tenía que aguantar a otro chico pasando su brazo sobre sus hombros su mano terminaría en el conducto de basura. Limpiándose su chaqueta de cuero de polvo inexistente, se enderezó inmediatamente al ver justo a quien había estado buscando.

Se estaba colando a hurtadillas en la escuela por alguna razón. Ella se apartó de la pared en la que se había estado apoyando, metiendo sus manos en los bolsillos de su chaqueta mientras volvía a entrar para dirigirse a la entrada lateral. Llegó poco después que él, justo para verlo ser acorralado por dos animadoras. Kana empujó su lengua contra el interior de su mejilla. ¿A qué estaban jugando ahora?

—¡Hola! —saludaron con una sonrisa. Kana todavía podía ver el camino que su navaja había recorrido por el cuello de Tammi, y deseo haber apretado más, haber calado más hondo, hasta que todo lo que es fuera nada más que tripas y su cabeza como trofeo de guerra. Pensó en plantarla justo delante de su madre, mirándola a los ojos como diciendo "mírame, mira de lo que soy capaz. Observa cuanto me subestimaste al enviarlas".

—Bienvenido a Goode —dijo la aprendiz—. Te va a encantar.

Mientras Tammi observaba al mestizo con una mezcla de asco y hambre (¿quién desperdiciaría una comida en una aprendiz inútil?), su mayor se acercó hacia él. Perseus no se movió ni un ápice, no dio un paso atrás, pero la incomodidad en su rostro era casi palpable. Kana intervino mientras Kelli abría la boca, ¿para tomar un bocado o para hablar? A Kana no le importaba, la empusa pagará sin importar la respuesta. Ambas giraron sus cabezas hacia ella de manera innatural, mirándola como si sus pisadas fueran un grito de guerra. Bien, dijo con su mirada, deberíais estar asustadas. Raras veces acepto un fallo. La primera vez que me falles, será culpa tuya. La segunda vez, no habrá tiempo para asumir culpas.

—¿Os estáis divirtiendo?

—No —respondió Tammi, una mano acercándose a su cuello instintivamente, como una especie de mal presentimiento. Kana ladeó la cabeza, sus ojos brillando de manera extraña, te está bien empleado—. Solo estábamos... —Lanzó una mirada hacia el semidiós, quien estaba ahí plantado sin decir nada. Kana alzó una ceja, aún mirando directamente a la empusa—. Uh... Dando la bienvenida a los pazguatos.

—Los pazguatos —repitió, inexpresiva.

—Los novatos —Saltó a corregir Kelli, quien no dejaba ver su nerviosismo de la manera obvia que su aprendiz no era capaz de controlar—. Es nuestro deber como estudiantes mayores.

—Por supuesto —sonrió Tammi, brillante.

Sus ojos azules no podían engañarla, a Kana no le importaban las falsas caras bonitas. Ella era la niebla, nacida y hecha de ella, no se dejaría engañar por lo que era parte de su dominio. Y mucho menos por una simple aprendiz. Sin importar lo fuerte que Kelli sea en comparación con Tammi, no alberga más poder que Kana. No es una posibilidad. Por lo que jóvenes caras y dulces expresiones no podían hacerla cambiar de opinión, cuando todo lo que ve de las servidoras de su madre son sus verdaderos aspectos.

—Bienvenido, novato —dijo Kelli, girándose hacia el semidiós cuando el silencio se alargó tanto que Tammi comenzó a inquietarse bajo el acero de la mirada de Kana.

Perseus ni siquiera le dirigió una mirada, demasiado ocupado observando a Kana como si fuera un perrito perdido. Ella alzó una ceja.

—Te conozco —dijo.

—Bueno, me preocuparía si no lo hicieras —contestó—. Somos compis de campamento, ¿recuerdas?

—Pero entonces te fuiste, eso escuché de los de Hermes —murmuró, confuso. Sus ojos se volvieron hacia ella, repentinamente intensos. Podía ver su mano acercándose casi imperceptiblemente a donde suponía que llevaba su espada—. ¿Te uniste al bando de Cronos?

—¿Tú lo hiciste?

—¿Qué?

Kana se acercó hacia él, caminando pausadamente como si no tuviera una preocupación en el mundo.

—Tú también te fuiste, ¿es porque te uniste al señor come piedras?

—No —masculló, como si la simple pregunta le ofendiera—. No me fui por eso.

Kana se detuvo a poca distancia del semidiós, una sonrisa falsa creciendo en su rostro.

—¿Entonces tú puedes irte por otra razón, pero si yo lo hago es porque me fui con Cronos y su banda de inadaptados? Ah, hijos de los Tres Grandes —dijo, chasqueando la lengua mientras sacudía la cabeza—. No, Perseus Jackson. Llevo aquí desde que dejé el campamento.

—¿Y por qué no dijiste nada? —inquirió, aunque su mano se había alejado de su espada y parecía más relajado.

Kana rodó los ojos.

—¿A quién? ¿Al señor D? ¿A Quirón? ¿O al consejero de mi cabaña que intentó matarte? No me sentía segura ahí después de todo lo que pasó, y decidí buscarme la vida por mi cuenta. ¿Acaso puedes juzgarme por eso?

Él se rascó la nuca, frunciendo los labios.

—Bueno... ¿no?

—¿Eso es una pregunta o una respuesta?

—Respuesta —contestó automáticamente, entonces lanzándole una mirada irritada—. Tengo la sensación de que a Annabeth le caerías bien.

Kana se encogió de hombros.

—No sé yo, a los de Atenea no les agradó mucho. Prendes fuego a su porche sin querer una vez y te lo recuerdan toda la vida.

—¿Qué? —repitió.

Este chico es cortito, se dijo, justo cuando alguien habló desde el vestíbulo.

—¿Percy? —Un hombre se acercó hacia ellos, luciendo sorprendido al ver al extraño grupo allí reunido—. Oh, hola. Kana, no esperaba verte aquí. Tus amigos te están buscando.

Perseus se quedó mirando entre ellos, en silencio. Kana casi podía escuchar las tornas de su cerebro girando forzosamente, y ella lo disfrutó. Las mentes humanas son fáciles de doblegar, incluso las de mestizos. Kana estaba segura de su poder, más que nunca. Si el chico había tenido alguna duda sobre su motivo para dejar atrás el campamento, la confianza que parecía tener en ese hombre había acabado con ella.

—Buenas, señor Blofis —dijo, gentil—. Eché de menos sus lecciones.

El profesor se rio, su rostro enrojeciendo, pero se veía gratamente complacido.

—Ah, Kana. Sigues igual de amable que siempre, pero todavía recuerdo la vez que te dormiste en medio de la clase.

—Ya sabe, señor. Solo me pasa con los mejores profesores, pregúnteselo a la señorita Jones.

Perseus tosió.

—Pelota.

—Acabaré contigo, Perseus —contestó Kana, sonriendo con los dientes apretados.

El profesor parecía entretenido.

—Sigamos entonces, Percy —dijo él, dirigiendo entonces una mirada hacia ella y las empusas—. Acordaos de no llegar tarde a la sesión de orientación, chicas.

Kelli y Tammi asintieron, sonriendo mientras se apresuraban a escabullirse entre los pasillos. Kana siguió su camino con ojos entrecerrados, llegando a ver como la rubia lanzaba una única mirada hacia atrás antes de volverse nerviosamente al verla. Cuando las pillara, entendería finalmente lo que en realidad significa tener el poder de Hécate, no como simples servidoras que no parecían entender instrucciones cuando se les eran dadas. No le importaba si su madre  las había enviado a Goode personalmente, desobedecerla no había sido su orden, y pronto comprenderán lo que implica ir en contra de sus deseos.

—¿Dónde es la sesión de orientación? —preguntaba el chico.

—En el gimnasio. Aunque...

—Hasta luego —dijo—. Kana se viene conmigo.

Ella frunció el ceño.

—¿Lo hago?

—Lo haces —afirmó, agarrando la mochila que Kana llevaba a su espalda para hacer que lo siguiera cuando se echó a correr.

—¡Percy! ¡Kana! ¡Está prohibido correr por los pasillos! ¿Por qué siquiera lo intento?


🔮


Kana se zafó del agarre del chico lo más pronto que pudo, lanzándole miradas venenosas mientras limpiaba su mochila de suciedad inexistente.

—No tengo pulgas.

Ella alzó la mirada, pero él no parecía molesto entretanto se apretujaban en las gradas con los otros trescientos alumnos que entraban al gimnasio en montones.

—Bueno, podrías haberme engañado —dijo, mirando directamente a su cabello despeinado y ropa desastrada.

—¿Ahora juzgas mi ropa barata? Ah, niñas ricas —contestó, chasqueando la lengua en un intento obvio de copiarla.

Kana contempló la posibilidad de matarlo ahí mismo en medio de cientos de adolescentes mortales, pero se recordó a sí misma que asesinarlo no es la parte central de su misión. Gánate su confianza. Y si algo sale mal, habló para sí misma mientras le miraba de mala manera, conviértelo en un plato de sashimi.

—Ah, niño pobre. Estar pelado no excusa tu mal gusto en la ropa.

Él miró a sus jeans y sus zapatos hechos un desastre, pero no dijo nada. Buena decisión.

—De todos modos, ¿por qué nos echamos a correr? ¿Tenías tantas ganas de ponerte al día conmigo? Muy bien, es una sorpresa. Nunca habíamos hablado antes, no sabía que me tenías tanto aprecio.

—No. Yo... Creí ver a alguien conocido.

—¿A quién?

En ese momento, un tipo con el traje a rayas más horroroso que había visto en su vida se acercó al micrófono y empezó a hablar. Había mucho eco en el gimnasio y Kana no lograba escuchar nada, aunque tampoco es que le interesase. Entonces, sintió la sensación familiar de un cosquilleo en su espalda, volviéndose justamente para atrapar una mano antes de que agarrara el hombro de Perseus. Él se giró.

—Rachel Elizabeth Dare.

"Rachel Elizabeth Dare" era una joven mortal alta y delgada, con su cabello rojo encrespado suelto y ojos verdes observando al semidiós fijamente. Entonces se tornó hacia ella. Por un momento, fue como si estuviera viendo a través de Kana, y ella ladeó la cabeza, entretenida. Así que es una de esas...

—¿Quién...? —dijo, parpadeando pesadamente. A Kana le gusta un buen desafío, pero no iba a dejar que una simplona mortal capaz de ver a través de la niebla frustrara sus esfuerzos. Ella apretó su agarre sobre su mente, el cordón de su control sobre la niebla se tensó y los ojos de la mortal se pusieron vidriosos. Una sonrisa se apoderó de sus rasgos—. Oh, Kana. Me alegro de volver a verte. ¿Has podido terminar ya la tarea? Yo ni siquiera sé qué estoy haciendo, me vendría bien una ayudita.

Kana dejó que el poder fluyera entre ellas, calmando la mente sobre energética de la mortal hasta que todo lo que podía recordar eran los buenos recuerdos que había compartido con su compañera de clases frente a ella, las tardes estudiando sobre escritorios repletos de libros y notas apresuradas.

—No he terminado aún, pero podemos quedar para estudiar cuando quieras —respondió Kana, soltando la mano que todavía estaba agarrando, y mirando de reojo al estupefacto rostro del semidiós—. No sabía que os conocierais.

La mortal parpadeó, necesitando unos segundos para poder volver a la realidad.

—Oh, sí. Es Percy no sé qué. No llegué a oír bien su nombre en diciembre, cuando estuvo a punto de matarme.

Diciembre, repitió Kana en su mente. Cuando estaban en esa misión para rescatar a Artemisa. Sí, podía recordar eso. Luke había estado insoportable. Que si Annabeth esto, que si Thalia lo otro. Que si el cielo pesa demasiado, que si no podía haberlo hecho otro, que si Alabaster deja de reírte o te corto la yugular. Había estado incluso peor tras volver, vivo de una caída que lo hubiera matado si el destino fuera más gentil con Kana. No lo era, y tuvo que aguantarse los discursos quejicosos del hijo de Hermes por semanas. Su madre ni siquiera dejó que lo encantara, murmurando que era más fácil dejar a los simios hablar que perder tiempo rebajándose a su nivel. Todavía no está segura de si se refería a Luke o a los humanos en general.

—Oye, yo no era... —intervino Perseus, quien al parecer había salido de su aturdimiento—. No fui... ¿Qué estás haciendo aquí?

—Lo mismo que tú, supongo. Asistir a la sesión de orientación.

—¿Vives en Nueva York?

—¿Creías que vivía en la presa Hoover? —Rachel alzó una ceja, dirigiéndole una mirada furtiva a Kana como diciendo "¿puedes creer a este chico?".

A sus espaldas, un chico les susurró:

—Eh, cerrad el pico, que van a hablar las animadoras.

Kana se giró hacia él.

—Alimentaré a mi gato con tu primogénito, Matthews. No me cabrees.

Matthews se calló de golpe.

—¡Hola, chicos! —Se escuchó de pronto la voz de Tammi. Kana se apoyó contra las gradas con un suspiro. Empezaba a hartarse de todo eso—. Me llamo Tammi y mi compañera es Kelli.

Esa última hizo la rueda. Rachel soltó un gritito y varios chavales la observaron, riéndose con disimulo, pero ella se limitaba a mirar horrorizada a las animadoras. Kana la miró, frunciendo el ceño. Así que podía ver sus formas reales... Eso era interesante. Su visión parecía ser más poderosa de lo que creía. Tenía la impresión de que pronto se convertiría en una molestia.

—Corred —dijo Rachel—. Rápido.

—¿Por qué?

La mortal no respondió, abriéndose paso a empujones hasta el final de las gradas sin hacer caso de las miradas enfurruñadas de los profesores ni de los gruñidos de los alumnos a los que iba propinando pisotones. Kana miró su mata de cabello rojo hasta que desapareció, entonces girándose hacia Perseus. Él la miró de vuelta con expresión vacilante.

—¿Y bien?

Él titubeó.

—Podemos confiar en Rachel —contestó, tirando de su mano para que la siguiera por el camino que la mortal había tomado. Kana alzó una ceja ante su uso del plural, ignorando el gritito que soltó un alumno cuando le pisó el brazo al bajar las gradas—, me ayudó el invierno pasado. Es como si tuviera un superpoder.

—Un superpoder —repitió Kana. No es el término que ella usaría, sin embargo, le deja claro que la visión de Rachel no es como la de cualquier mortal. Curioso. Miró hacia las servidoras de su madre. Tammi seguía hablando, pero Kelli le devolvió la mirada, como si pudiera sentirla. Kana entrecerró los ojos—. Hazle caso a tu novia entonces. Yo me encargo de esto.

—¡Ella no es mi...!

Kana lo empujó fuera, su réplica cortándose bruscamente. Se giró hacia las gradas, una mano alzándose para asegurarse de cerrar bien la entrada con un encantamiento para que Perseus no pudiera volver a entrar. Lo menos que necesita ahora es que el objetivo de su misión se meta de por medio. A medida que se acercaba al escenario, más voces de profesores se alzaban para decirle que volviera a su asiento, un movimiento de su muñeca y fueron silenciados abruptamente. De hecho, como las miradas nerviosas que las empusas le estaban enviando había dejado claro, todo el gimnasio se había quedado callado. Todos estaban ahí, tanto alumnos como profesores, pero era como si sus rostros hubieran quedado pausados en el tiempo. Kana miró hacia Tammi.

—Así, aprendiz, es como se siente el verdadero poder.

Ambas gruñeron, abalanzándose hacia ella. Kana dio un paso hacia la izquierda y las envió volando por la puerta del gimnasio. Se escuchó un choque. Nadie reaccionó. A un profesor se le caía un refresco a cámara lenta.

—Al final el encantamiento no hacía falta —murmuró para sí misma antes de seguir la trayectoria de las servidoras de su madre.

Parecían haberse estrellado contra una pared, sus piernas de bronce dejando huecos como adorno. Cuando la vieron acercándose lentamente con las manos en los bolsillos, se apresuraron a levantarse. Kana las miró tropezar entre ellas con escepticismo.

—¿Mi madre os eligió personalmente? Lo dudo.

Kelli siseó.

—Mi señora me perdonará si no tengo más remedio que quitarte de en medio.

—Demasiados planes cuando ni siquiera tendrás la oportunidad de llevarlos a cabo, ¿no crees?

Dejando atrás a su aprendiz que todavía trataba de ponerse en pie, Kelli corrió hacia ella. Era más rápida y experimentada que Tammi, así que Kana se limitó a esquivar mientras metía la mano en su bolsillo y veía como el botón en su mano se convertía en una lanza. Kelli se echó hacia atrás en el momento exacto para evitar que le rebanara el cuello, enviándole una sonrisa divertida que hizo que la sangre de Kana hirviera. Se había cansado de sus jueguecitos. Decidió avanzar a la ofensiva, blandiendo su lanza y acercándose hacia la empusa rápidamente. Entonces una mano la agarró del tobillo. Kana gruñó, echando su pierna hacia atrás con tal fuerza que escuchó un crack a la vez que el alarido de Tammi. Por otra parte, Kelli había aprovechado el momento de distracción y había huido hacia lo que parecía ser una sala de música. Sin mirar hacia la otra empusa, Kana echó a correr en su dirección. Si pensaba perderla de vista entre tambores, pronto escucharía una melodía diferente.

Cuando abrió la puerta que Kelli había bloqueado con una patada (¿por qué razón iba ella a desperdiciar otro encantamiento por algo tan insignificante?), se encontró con la mortal medio escondida detrás de un bombo en la sección de percusión, y la empusa acercándose al mestizo, quien permanecía quieto con rostro embobado. Tuvo que reprimir un suspiro. Chicos.

Casi se decidió por quedarse en una esquina y observar el espectáculo, pero entonces entró Tammi en la sala, las puertas cerrándose tras ella con gran estrépito. Sabía que debería haber aprovechado para acabar con ella con un golpe de gracia en el pasillo, pero un monstruo experimentado siempre es más importante que una aprendiz. Aun así, su continua existencia es un calvario. No puede esperar a verla morir.

—Aquí estás, Percy Jackson —dijo Tammi, alegremente ciega a la presencia de Kana—. Ya es hora de que nos ocupemos de tu orientación.

Rachel sofocó un grito al verla acercarse a Kelli, y eso pareció sacar un poco a Perseus de su ensoñación.

—¿Qué ocurre? ¿Qué ves?

Rachel no parecía capaz de pronunciar palabra.

—Bah, no te preocupes por ella —Tammi sonrió radiantemente y empezó a caminar hacia él. Kelli le dejó el camino libre a su aprendiz, alejándose para bloquear las puertas. La satisfacción en su rostro desapareció en un instante al verla apoyada en la pared. Kana la saludó burlonamente con la mano.

—Percy —advertía Rachel.

—¿Aaah? —contestó Perseus.

—¡Percy! ¡Espabila!

Su grito pareció ponerles a todos en marcha, y Kana aprovechó el momento para asestarle una patada a Kelli en el estómago. La empusa se dobló con un quejido, echándose hacia atrás para recomponerse.

—¡Percy, quiere morderte! —gritaba Rachel tras ellas—. ¡Cuidado!

—Está celosa —Tammi se volvió hacia Kelli—. ¿Puedo proceder, señora?

Su señora estaba demasiado ocupada evitando que la lanza de Kana le cortara el brazo. Kana la vio tropezar, y se abalanzó para el último movimiento, pero Tammi de pronto se puso en medio. No se molestó en parar en golpe: mientras alguien fuera atravesada por su lanza, ella estaría a gusto. Por supuesto, ese fue el momento en el que Perseus decidió intervenir.

Corrió hacia ellas blandiendo su espada, y Kana tuvo que detenerse en el último momento para no cumplir su deseo de convertirlo en sashimi, lo que le dejó a Tammi el suficiente para quitarse de su camino y ayudar a su maestra a levantarse. Kana se giró para enviarle al semidiós la mirada más mordaz posible. Él hizo una mueca.

—¿Ups?

Quizás debería haberlo ensartado como a un pez, seguramente le ahorraría muchos problemas en el futuro. Aparentemente decidiendo que luchar contra animadoras monstruosas era mejor que enfrentarse a una chica enojada capaz de convertirlo en un animal (mientras no sea otro conejillo de indias...), Perseus rápidamente se dio la vuelta.

Tammi gruñó.

—Mestiza —dijo con repugnancia, ignorando al semidiós para mandarle una mirada rabiosa a la hija de la diosa a la que sirve—. Esta escuela era nuestra antes de que tú te entrometieras, bruja. ¡Aquí nos alimentamos con quien nosotras queremos!

Kana blandió su lanza.

—Bon appétit.

Tammi empezó a transformarse. La vista para Kana no cambió demasiado, porque la niebla no es algo que permita que sea utilizado en su contra, pero sabía lo que estaría observando el semidiós.

—¡Un vampiro! —balbuceó. Entonces miró hacia abajo—. Aj, un vampiro con...

—¡Ni una palabra sobre mis piernas! —le espetó ella, finalmente prestándole atención mientras avanzaba—. ¡Es una grosería reírse!

—¿Un vampiro, dices? —Kelli se echó a reír, todavía usando la pared en la que su aprendiz la había dejado como soporte—. Esa estúpida leyenda se inspiró en nuestra apariencia, idiota. Nosotras somos empusas, servidoras de Hécate.

—Hummm... —murmuró Tammi, que estaba cada vez más cerca—. La magia negra nos creó como una mezcla de bronce, animal y fantasma. Nos alimentamos con la sangre de hombres jóvenes. Y ahora, ven, ¡y dame ese beso de una vez!

Perseus estaba paralizado. Antes siquiera de que Kana pudiera clavarle por fin su lanza a la empusa, Rachel le arrojó un tambor a la cabeza. Tammi soltó un silbido y apartó de un golpe el tambor, que rodó entre los atriles y fue resonando atropelladamente al chocar con las patas. Seguidamente le lanzó un xilofón, pero el monstruo lo desvió con otro golpe.

Kana no puede decir que la mortal no tenga valor.

—Normalmente no mato chicas —gruñó Tammi—. Pero contigo, mortal, voy a hacer una excepción. ¡Tienes una vista demasiado buena!

Y se lanzó sobre Rachel. Kana se movió tras ella, porque dudaba mucho de que su confianza recientemente conseguida perdurara si dejaba morir a la mortal, y hundió su lanza en su espalda hasta atravesarla. Tammi miró por un momento la punta sobresaliendo de su estomágo. Entonces, con un espantoso alarido, estalló formando una nube de polvo sobre Rachel. Esta empezó a toser y a pasarse las manos por la cara histéricamente.

—¡Qué asco!

—¿Alérgica a los ácaros?

La mortal la miró mal.

—Muy graciosa, Kana —refunfuñó con la confianza de una falsa camaradería de años—. Me parto contigo.

—¡Has matado a mi becaria! —chilló Kelli—. ¡Necesitas una buena lección del auténtico poder de las servidoras de Hécate, niña!

También ella empezó a transformarse. Su pelo áspero se convirtió en una temblorosa llamarada. Sus ojos adquirieron un fulgor rojizo y le crecieron unos tremendos colmillos. Caminó hacia ellos a grandes zancadas, aunque el pie de cobre y la pezuña de burro golpeaban el suelo con un ritmo irregular.

—Soy una empusa veterana —refunfuñó— y ningún héroe me ha vencido en mil años.

—¿Ah, sí? —respondió Perseus, porque como todo semidiós temerario tenía que meterse en cualquier pelea—. ¡Entonces ya va tocando!

Perseus se abalanzó, pero Kelli era más rápida que su aprendiz. Esquivó el primer tajo y rodó por la sección de los metales, derribando con estruendo toda una ristra de trombones. Kana apartó a Rachel de un empujón, probablemente más fuerte de lo que debería haber sido, y la mortal cayó al suelo con una mueca de dolor. Perseus se había puesto entre ellas y la empusa. Kana tuvo que reprimir el impulso de mandarlo a la mierda. Ella es perfectamente capaz de defenderse contra una de las ridículas servidoras de su madre, y él debería saberlo. ¿Había acabado ella con Tammi o no? Esa es exactamente la razón por la que no puede soportar a ningún otro semidiós que no sea uno de sus hermanos: los complejos de héroe son jodidamente molestos. Más le vale que esté actuando así por la mortal.

—Una hoja tan hermosa... —decía Kelly, observando la espada que la separaba del semidiós—. ¡Qué lástima que se interponga entre nosotros!

Kana agachó la mirada al sentir una mano tirando de la manga de su chaqueta. Rachel trataba de ponerse en pie de nuevo usándola como soporte, pero lo único que va a conseguir moviéndose así es acabar ensartada en su lanza. No hay otra opción, entonces: hizo que el arma se transformara de nuevo en el botón que su propia madre había encantado y ayudó a la chica a levantarse, apoyándose demasiado cerca de ella para su comodidad, pero se mordió la lengua. Si le cae algo de polvo de monstruo en su chaqueta, le pedirá a sus hermanos que se encarguen de hacer desaparecer el cargo de asesinato de su expediente. Adora esa chaqueta.

—Pobre muchacho —dijo Kelli con una risita—. Ni siquiera sabes lo que pasa, ¿verdad? Muy pronto tu pequeño y precioso campamento arderá en llamas y tus amigos se habrán convertido en esclavos del señor del Tiempo. Y tú no puedes hacer nada para impedirlo. Sería un acto de misericordia acabar con tu vida ahora, antes de que tengas que presenciarlo.

Se podían oír voces procedentes del pasillo. Al parecer, su hechizo había parado de hacer efecto, y la gente había vuelto a la normalidad, sin enterarse siquiera de lo que les había ocurrido. Se acercaba un grupo que estaba haciendo la visita a la escuela, un profesor hablaba de las taquillas y las combinaciones para cerrarlas. Los ojos de la servidora de su madre se iluminaron.

—¡Estupendo! Tenemos compañía.

Agarró una tuba y la lanzó con fuerza. Los tres se agacharon justo antes de que el instrumento pasara volando por encima de sus cabezas e hiciera trizas el cristal de la ventana. Las voces del pasillo enmudecieron en el acto.

—¡Percy! —gritó Kelli, fingiendo un tono asustado—. ¿Por qué has tirado eso?

Perseus parecía demasiado estupefacto para responder. La empusa tomó un atril, lo agitó en el aire y se llevó por delante una fila entera de flautas y clarinetes, que cayeron junto con las sillas y armaron un tremendo escándalo.

—¡Basta! —gritó él finalmente.

Los pasos se aproximaban por el pasillo. Oh, se dijo Kana en silencio, ya sé por dónde va esto. Decidió quedarse callada. No es ninguna vidente, pero incluso ella puede sentir que hoy no es el día en el que la servidora de su madre morirá. Pero el momento llegará, Kana se asegurará de ello. Nadie puede desobedecer sus órdenes y vivir ileso. Pronto tendrá un feliz reencuentro con su aprendiz en el Tártaro. No puede esperar para hacerla sangrar. Se pregunta cuándo comenzarán las súplicas. Espera que su madre haya sentido la muerte de Tammi, y sepa perfectamente quién fue la culpable.

—¡Ya es hora de que entren nuestros invitados! —Kelli mostró sus colmillos y corrió hacia las puertas. Perseus, estúpidamente, se lanzó tras ella blandiendo su espada.

—¡No, Percy! —chilló Rachel, que parecía ser significativamente más inteligente.

Kelli abrió las puertas, encontrándose cara a cara con el maestro que habían visto antes y un montón de alumnos de primero, quienes retrocedieron inmediatamente con miedo en sus rostros. En el momento en el que el semidiós alzó su espada, la empusa se volvió hacia él como si fuese una víctima aterrada.

—¡No, por favor! —gritó, pero Perseus no fue capaz de detenerse a tiempo. Justo antes de que el bronce celestial la tocara, la servidora de su madre explotó entre llamaradas y el fuego se esparció en rápidas oleadas por todas partes.

—¿Qué se supone que acaba de pasar? —masculló Rachel, como si esperara que Kana tuviera la respuesta. La tenía, pero ¿cuál sería la diversión en compartirla?

El fuego se había adueñado por completo de la entrada, y el maestro miraba hacia el interior, atónito.

—¡Percy! ¿Qué has hecho?

Todos los alumnos que lo acompañaban chillaban y huían corriendo por el pasillo, mientras la alarma de incendios aullaba enloquecida. Los rociadores del techo cobraron vida con un silbido. Antes de que se le ocurriera un encantamiento para mantenerse seca, Rachel volvió a agarrarla de la manga para tirar de ella y del semidiós, que se había quedado patidifuso.

—¡Debéis salir de aquí!

Kana casi se sintió ofendida. Kelli se había asegurado de que el hijo de Poseidón fuera la persona a culpar del incendio (y del ataque aleatorio a una animadora indefensa), pero tenía que admitir que también parecía sospechosa. Al menos ya no tiene su lanza a plena vista, aunque duda de que los mortales hubieran sido capaces de verla por lo que es realmente ━una vez, alguien se acercó a ella para echarle un vistazo a lo que él pensó que era un ukelele particularmente extraño. Estuvo tentada a golpearse la cabeza contra la superficie más cercana (o golpearle a él), porque había sido una de las cosas más estúpidas que había escuchado respecto a los trucos de la Niebla━. Al final, ninguno de ellos se negó. Le dieron la espalda al aula en llamas y echaron a correr hacia la ventana hecha añicos.

—Tenemos mucho de qué hablar —siseó Rachel, clavando sus uñas en la manga que todavía sostenía mientras seguían corriendo. Por qué insiste en seguirlos después de lo que ha visto, Kana no está segura—. ¿Sabías sobre esto y no me lo dijiste? Sabes lo malo que ha sido para mí. Como la vez que vi a ese monstruo con un solo ojo en la fiesta de cumpleaños de Linda, así que empecé a gritar y todos se rieron de mí cuando les dije lo que había visto. ¡Pensé que me estaba volviendo loca!

Kana no tiene ni idea de lo que le está diciendo. Había descubierto que los recuerdos que creaba tendían a ser más profundos que los de sus hermanos, tanto que ni siquiera ella podía recordarlos del todo. Se adaptaban a cada persona para la que fueron fabricados, a cada situación. Para alguien, podía ser un día en el parque. Para esta chica, era el recuerdo de un monstruo, todos los que no creían en lo que les decía una niña histérica que lloraba y la amiga que acababa de descubrir que realmente sabía sobre ese mundo. Se está empezando a preguntar si esta conexión terminara siendo una molestia también.

—Quizás sí que estás loca —respondió Kana apáticamente—. Puede que esto sea toda una ilusión por el humo y ahora mismo estés de camino al hospital.

El grito de protesta de Rachel fue cortado rápidamente al entrar a una calle desde el callejón y casi darse de bruces contra Perseus, quien parecía haberse tropezado con alguien al doblar la esquina.

—¡Qué pronto has salido! —dijo la desconocida, riéndose y agarrando al chico de los hombros para impedir que se cayese contra ella—. ¡Cuidado por dónde andas, sesos de alga!

Genial, pensó al darse cuenta de quien era, otra más. Había pasado un tiempo desde la última vez que la había visto, pero solo le hizo falta echarle un tercer vistazo para reconocer a Annabeth Chase. A Kana nunca le gustó mucho (lo cual no es una sorpresa, porque las únicas personas que le agradan tienden a ser sus propios hermanos), pero las divagaciones de Luke consiguieron que su antipatía hacia ella fuera menos dura. Cualquiera que pudiera hacer que ese tipo molesto balbuceara de manera más estúpida de lo normal merecía al menos una buena nota en su lista. No significa que no la matará si se interpone en su camino, por supuesto, no estaba mintiendo cuando dijo que a los de Atenea no les cae en gracia, precisamente.

Parecía de buen humor con sus ojos brillantes y su risa floja. No le duró mucho.

—¡Espera, Percy! —gritó Rachel, tirando de Kana para correr hacia ellos. La sonrisa de Annabeth se congeló. Miró a la mortal (todavía cubierta de polvo) y luego a la columna de humo negro en la escuela. La alarma seguía sonando. Frunció el ceño.

—¿Qué has hecho esta vez? ¿Quién son estas?

—Ah, sí. Esa es Kana, no sé si te acuerdas de ella. Iba al campamento, ¿le metió fuego al porche de tu cabaña una vez? No sé de qué va eso —dijo lo último en un murmullo, una mueca confundida en su rostro. Se veía ridículo—. Y ella es Rachel... Annabeth. Annabeth... Rachel. Hummm, es una amiga. Supongo.

Perseus miró hacia Kana de reojo con expresión urgente, como si no supiera que más decir. Ella se limitó a saludar a Annabeth con una mano mientras metía la otra en el bolsillo, una sonrisita en sus labios. El fuego fue un accidente, pero no puede decir que se sintiera muy arrepentida. Annabeth frunció el ceño todavía más.

—Hola —saludó Rachel. Se volvió hacia el semidiós—. Te has metido en un lío morrocotudo. Y todavía me debes una explicación.

Le envió a Kana una mirada furiosa de reojo mientras hablaba que era difícil de ignorar. Kana no le prestó atención. Las sirenas de la policía se acercaban por la avenida Franklin D. Roosevelt.

—Percy —dijo Annabeth fríamente—. Tenemos que irnos.

—Quiero que me expliques mejor eso de los mestizos —insistió Rachel—. Y lo de los monstruos. Y toda esa historia de los dioses —La mortal agarró al chico del brazo, sacó un rotulador permanente y escribió algo en su mano—. Me llamarás y me lo explicarás, ¿de acuerdo? Me lo debes. Y ahora, muévete.

—Pero...

—Ya me inventaré alguna excusa. Les diré que no ha sido culpa tuya. ¡Lárgate! —instó, antes de girarse hacia Kana, para apuntar un dedo acusatorio en su cara—. Y tú, tenemos que hablar.

Los mortales son un incordio.

—Pues tendrás que esperar —le contestó Kana, tirando de Perseus para enlazar su brazo con el del chico. Él le lanzó una mirada pasmada. Ella no estaba pasando un mejor momento, pero quería parecer amistosa, lo que realmente no es lo suyo. El semidiós olía a humo y a pelaje de animal chamuscado, y claramente necesitaba una ducha. Supuso que eso no era exactamente su culpa teniendo en cuenta lo que había pasado, pero no podía importarle menos—. Parece que debería volver al campamento con nuestro amigable piromaníaco del vecindario aquí presente.

—¡No soy ningún...!

—¿Volver al qué?

Kana ignoró a los dos.

—¿No deberías regresar? —le dijo en su lugar a la mortal.

Rachel asintió, aturdida.

—Está bien —accedió de mala gana—, pero ni se te ocurra pensar que vas a librarte de esta conversación. Me voy a inventar una historia tan buena que no te van a echar por lo que sea que haya pasado hoy, nos veremos pronto.

Salió corriendo otra vez hacia la escuela, dejándolos detrás en la calle. Annabeth miró a sus brazos entrecruzados un instante. Luego dio media vuelta y echó a andar a paso vivo. Kana se zafó del agarre, más por su propio deseo que por cualquier problema que tuviera ahora la hija de Atenea. Se limpió las manos en sus pantalones. El contacto físico también es un incordio.

—¡Eh! —Ahora, con los brazos libres, Perseus corrió tras su amiga—. Había dos empusas ahí dentro. Eran del equipo de animadoras y han dicho que el campamento iba a ser pasto de las llamas, y...

—¿Le has hablado a una mortal de los mestizos? —le preguntó Annabeth, al parecer decidiendo ignorar la presencia de Kana por el momento. Desearía que la pudiera ignorar toda la vida.

—Esa chica ve a través de la Niebla. Ha visto a los monstruos antes que yo.

—Y le has contado la verdad.

—Me ha reconocido de la otra vez, cuando nos vimos en la presa Hoover...

—¿La habías visto antes?

—Pues... el invierno pasado. Pero apenas la conozco, en serio.

—Es bastante mona.

—No... me había fijado.

Por los dioses. Malditos adolescentes hormonales.

—Deberíamos irnos —Kana se decidió a hablar antes de que su temperamento se apoderara de ella. ¿Acaso nadie pensó en mencionar lo que sea que haya entre esos dos? No tiene deseo alguno de quedarse viendo sus penosos, torpes pasos entre la amistad y el romance. Se niega rotundamente ━ de nuevo, malditos adolescentes hormonales.

Annabeth la miró por el rabillo del ojo.

—Sí, la policía debe de estar buscándoos.

Buscándole a él, Kana no se molestó en corregirla. Mientras antes se pudiera librar de la extraña atmósfera entre ellos, mejor.

—Tenéis razón —dijo Perseus con voz desolada—. Debemos ir al Campamento Mestizo. Ya.


🔮


📍 no vamos a hablar de la cantidad ridícula de tiempo que tardé en actualizar, Let's Not. vivamos en el ahora 💗💗💗 tengo varias cosas que decir que me vinieron a la cabeza mientras escribía el capítulo, pero ahora mismo no me acuerdo de casi nada, así que pondré lo que sí recuerdo lol.

📍 no sé qué manía tengo yo con escribir ocs que llaman a percy por cualquier cosa menos por su nombre. primero keva con "novato", "nuevo" y cosas así y ahora kana con el perseus (btw, técnicamente sería perseo, pero perseus jackson queda más lindo que perseo jackson, my bad). es un incordio, porque una ya está acostumbrada a llamarle percy, así que cada vez que lo escribo así tengo que volver a corregirlo. capaz hay alguno suelto por ahí, pero es que la revisión de este capítulo me ha estado pateando el culo.

📍 hablando de revisión: escribí este capítulo en google docs, y cuando lo pasé a wattpad se me quitaron varias cosas y a este punto ya no sé si me falta algo todavía o no 😩😩😩 seguiré revisando a ver, hate it here.

📍 terminar este capítulo es un milagro que le atribuyo a la revelación del actor que hará de percy jackson. everyone say thank you, walker scobell.

📍 no sé quien estará leyendo esto porque hace mil años que no actualizo (vivir en el presente, gente!!), pero qué pensáis del casting??? a mí el niño me gustó bastante en the adam project. además, viendo vídeos suyos en twt (entrevistas y al parecer es skater??? amo) siento que tiene percy vibes, idk. arriba las esperanzas, abuelita.

📍 also hay nueva portada!!!!!! es hermosa y le rezo todas las noches. la hizo soulofstaars, sus gráficos son preciosos, os recomiendo mucho visitar su cuenta <333

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