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TW: Menciones de autolesión mortal (suicidio)

Más allá de que es un libro donde hay peleas físicas, violentas y menciones de detalles no muy agradables, cuando se trata de una situación más real (no ficticia) a cada lector, quiero ser responsable y dar el aviso. No es un suceso que vaya a pasar, es una mención en un recuerdo de uno de los personajes. Sin importar su duración, quería dejar el aviso y no limpiarme las manos detrás de una excusa como "es ficción". Quiero ser responsable con lo que escribo.

Sin más, dejo el capítulo para ustedes. Ante cualquier desagrado por una mala redacción o consideración en dicha escena, avísenme. Estoy dispuesta a hacer cualquier cambio. 


[...]


Fui tan rápido que no presté atención a nada del trayecto. Ni a las calles que crucé, unos pocos escombros que moví fuera del camino, ni cuando llegué a la entrada del hotel. Apuré aún más el paso por el largo pasillo hasta llegar a la puerta, y sólo cuando bajaba las escaleras, empecé a tener más cuidado para no terminar rodándolas.

En el eco de la escalera, escuchaba gruñidos y gritos. Unos eran desesperados, de agonía, algún tipo de dolor causado en la persona. Otros eran insultos, altos y claros, humanos hacia anómalos tratando de degradarlos cuando se encontraban detrás de unas cuantas barras. Por alguna razón, supe dónde encontrar a Jack Parker. Probablemente porque podía percibir su veneno, ese que corría por sus venas en lugar de sangre, a tal exageración la metáfora que podía sentirla en los poros de mi piel. Estaba en la misma celda que había estado Marla, que era la misma que había estado yo meses atrás.

Había algunos guardias ya cumpliendo con su deber, viejos rostros reapareciendo y sonriéndome al pasar. Hice lo mismo, esquivando cruzar palabras. El único que iba a oírme iba ser el nefasto que había liderado y causado el ataque.

—¿Por qué tienes que hablar con él? —quiso saber Tom, su voz tensa detrás de mí—. No hay nada qué hablar. Nada que decir. Luego decidiremos como será su... ejecución.

Era un espanto pensar que hablaba de su papá, su sangre, pero Jack hablaba de él de peores formas, seguramente. No tenían nada más en común que sus genes y apellido.

—Porque voy a ejecutarlo yo si no me contesta lo que necesito saber.

Anna estaba en la puerta del segundo subsuelo. No pareció sorprendida de verme ahí, mucho menos al gemelo que peleaba por seguir mi paso en su enojo. Tampoco había pensado que estaba vivo, ni siquiera había pensado en él en lo que había cuidado de mi hermana. Ahora, parecía querer evitar la mínima mención de su padre aún con vida.

La puerta la abrió Anna, sin esperar a que nosotros se lo pidamos, y ladeó su cabeza para que entráramos.

—Háganlo rápido. Sus constantes siseos me están volviendo loca.

¿Siseos? No quise preguntar, entendí a qué se refería una vez que cruzamos las puertas. La misma luz individual seguía encendida, la única que me señalaba esa sola presencia en ese piso. Antes de que pudiera preguntarle a Anna por qué era así, ella ya había cerrado la puerta y nos dejó solos en el piso. Yo me acerqué con seguridad a la celda, sólo viendo el contorno de una bota marrón en una esquina. Se estaba escondiendo.

Murmuraba tan entre dientes que su lengua siseaba las palabras, más que nada con las 's' de cada una. Tomé un balde metálico que estaba cerca de la puertilla por dónde lo habían metido, y tras verificar que estaba vacío, lo tomé para golpear todos los barrotes en un movimiento, el sonido tan fuerte como para molestar en cualquier oído. El cuerpo en la esquina se retorció y giró en mi dirección. Pensando que se quedaría callado, una risa brotó de él.

—No esperaba que vinieran a verme con el reencuentro aún tan fresco entre nosotros —escupió, más veneno en sus palabras. Todo en él gritaba toxicidad, podía hasta olerlo si quisiera. Siguió en su esquina, no queriendo arrimarse a la luz. Recordé lo que el Doc había mencionado de su piel, seguramente avergonzado de cómo lucía—. ¿A que se debe esto? ¿Ya tan rápido van a matarme?

—Por mí te podrías pudrir y consumir tus deshechos y me daría igual —escupí de vuelta, antes de que Tom abriera la boca y lo congelara en un eructo. Lo hice hacerse hacia atrás en un ademán, el cual obedeció. Al volver hacia Jack, me acerqué aún más a los barrotes—. Vengo a hacerte unas preguntas. Y espero que las contestes.

—¿Los cuestionarios te funcionan seguido así? ¿Sin tortura? —se deslizó por la sombra hacia la otra esquina, evitando la luz. Su comportamiento era extraño—. ¿O qué pasa si no contesto lo que quieres?

—Oh, tarado, no hace falta que abras la boca. Tu mente es un libro abierto para mí y puedo leerla a mi gusto —revelé, algo que lo hizo quedarse quieto, tensar notoriamente. Suspiró, más siseos, sin haber dicho nada. Empecé a entrecerrar los ojos y analizar toda su celda, el porqué la luz lo afectaría. En el piso, capas de un papel muy finito estaban esparcidas por todos lados, en distintos tamaños. No eran papeles, era piel seca. Volví hacia él—. Sal a la luz.

No me hizo caso, manteniéndose en las esquinas dónde la oscuridad lo mantenía fuera de mi vista. Me esperaba que no me hiciera caso, así que en una ademán lo atraje hacia mí, y fue tal espanto el que vi en él, que di un paso hacia atrás. Parado bajo el foco de luz, su piel se veía como si tuviera manchas, de rojo a blanco, de un tono más a verde que natural. Él y sus hijos compartían un tono oliva en su piel, no ese verdoso que parecía enfermo. También parpadeaba distinto, menos veces que un humano normal, y en lo que él peleaba por mantenerse parado, no pude evitar sonreír brevemente.

Un olor espantoso me arrugó la nariz, sin poder sacarle la vista de encima, encontré un patrón en la piel caída que veía en el piso. Escamoso, distinto a los poros humanos. Me incliné para tratar de ver sus pupilas, cierto color llamándome la atención. Amarillento.

Tom a mi lado se había tapado la nariz, el olor demasiado para él. Jack vio el gesto.

—Esto no tiene por qué caerte mal, si esto es obra de tus amiguitas —señaló para mi dirección. Su lengua chocaba más veces contra sus dientes cada vez que la deslizaba en las letras—. Tu hermanita me cedió este...aspecto.

Ella lo había empujado lejos de Tom para proteger sólo al gemelo. Lo había empujado con su anomalía, rápidamente y sin tampoco pensarlo, como había hecho con Aiko. Él tendría que haberse llevado el final de Aiko, muerto y metros bajo tierra. Él no me hubiera importado. Pero no. Él seguía vivo, de a pedazos, literalmente hablando. Y con algo que mi hermana le había dado.

Sentí a Tom acercarse, la misma duda en su rostro, y susurró en mi oído:

—Opuestas. Tu sacas anomalías, ¿no? —me hizo recordar, meneando la cabeza antes de volver a ver a su papá, que se sentaba en la cama del costado. Era dura, de mármol y sin nada de suavidad en ella. No la necesitaba tampoco. Mi cabeza no parecía asombrada por lo que estaba comprendiendo de mi hermana—. Bueno... al parecer ella las otorga.

Mi hermana podía dar anomalías. ¿Cómo? ¿Cuáles? ¿O por qué? Vaya uno a saber. Las anomalías eran terreno delicado, oscuro y sin camino. El preguntar por qué era tonto para ese punto, saber cuales era innecesario. Sabía de dónde nacían. Frente a mí tenía la misma prueba de eso.

Apoyé mis brazos en los barrotes, una risa pesada sacudiendo mi pecho.

—Estás equivocado, sargento, ella no te dio nada. Sólo saco a la luz tu alma para que se te vea en la piel —lo dije suave, aún procesando lo nuevo. Mi hermana cargaba mucho más en sus manos de lo que conocíamos y tenía que estar al pendiente de ello. Que Jack Parker ahora tuviera una anomalía, fuese estar volviéndose una serpiente o una lagartija, no me dejaba tranquila—. El veneno en tu sangre por fin saliendo por tus poros, por tu cuerpo. Deshaciéndote parte por parte para volverte lo que más odias —le sonreí con mucho diente, queriendo fastidiarlo aún más—. Un anómalo. Una maldita víbora.

No sabía si lo hacía a propósito, el sonido de su lengua acariciando el interior de sus dientes en un constante siseo, o la transformación llevándose a cabo. Su cuerpo se estaba adaptando a su nueva anomalía, desconocida aún, pero que iba a tener que mencionar. Podría quitársela, Hiro no estaba alerta, si fuera peligrosa ya tendría los pelos de la nuca al tanto. Así que, sólo por verlo sufrir, la dejé en él.

—Que hermoso es ver el karma hacer lo suyo, ¿no? —seguí apretando esa ampolla, queriendo exprimir el líquido y que le doliera. En el orgullo, en todo lo que era su persona—. Que te sorprenda en sus maneras con un resultado justo.

Se avergonzaba de lo que no podía controlar, dándome la espalda para que no viera la forma en la que hasta sus colmillos se habían alargado, apoyándose en su labio inferior. Tuve que recordarme la razón por la que estaba ahí, y por más que disfrutara del apestoso estado de la persona frente a mí, me obligué a recuperar la postura. Tanteé los bolsillos de mi pantalón en busca del papel que había guardado rápidamente ahí.

Lo abrí frente a él y lo tendí hacia él.

—Ustedes siempre supieron sobre la supernova. No por el Doctor López ni porque la vieron venir a tiempo. Lo saben desde hace cuatro años, dos años antes de que sucediera —escupí, volviendo a pasar mis ojos por la palabra subrayada—. En lugar de avisarnos, de ayudarnos a prepararnos para algo tan catastrófico como eso... decidieron esconderlo. Prefirieron pensar que el mundo entero iba a colapsar.

Se tomó su tiempo para deslizarse fuera de su cama y levantarse, pasos lentos hasta acercarse al papel que mostraba por detrás de los barrotes. Trató de tomarlo al reconocerlo, y rápidamente me hice hacia atrás. No iba a permitir que me hiciera perder esa información. Se quedó del otro de los barrotes, sus manos en el metal, en lo que yo peleaba con el aroma nauseabundo que emanaba.

—Lo tratamos como una catástrofe, un fin. Jamás consideramos supervivencia, que el mundo entero pudiera soportar una explosión estelar relativamente cerca de nuestro planeta —expresó, aprovechando su aliento para que acariciara mi rostro. No quería hacerme hacia atrás, pero estaba tentada a poner un haz de luz entre ambos para no ahogarme en ese ácido—. El aviso del Doctor salió sin que lo viéramos venir y tampoco pudieron hacer nada. No habría cambiado nada nuestras creencias.

No podía creer lo que oía. Agité mi cabeza.

—Dos años tuvieron. Dos años donde podrían hasta habernos ayudado a escondernos de las olas energéticas, dónde no habría esta brecha que ustedes armaron entre anómalos y humanos. Podríamos haber sobrevivido de la manera más ordinaria y haber continuado con nuestra vida sin todo este caos —recriminé, tentada a darle tremenda bofetada. Me contuve, queriendo terminar la conversación hasta que me confirmara lo que pensaba—. Guardaron el secreto porque sabían lo que podría causar, sabían que la gente se enfadaría con ustedes por no haber hecho algo al respecto apenas se enteraron. Quisieron callar a quien fuera que lo supiera.

Sonrió, orgulloso—: Y funcionó, ¿no? Nadie habló de esa investigación hasta tu doctorcito.

—Pero alguien podría haberlo hecho —contraataqué. El clavo estaba listo para ser clavado con lo que solté—: Y tú lo callaste en una correccional con solo dieciséis años y sin razón de estar ahí. A tu maldito hijo.

Noah me había dicho que el secreto que había descubierto ya no valía la pena saberlo, porque era distinto. El secreto lo habíamos vivido, lo seguíamos viviendo y por el momento seguía siendo nuestro futuro. Había sido lo suficientemente grande para haber pesado tanto en la mente de su adolescencia y que reconoció lo grande que era, que había estado dispuesto a hablarlo. Fue su papá el que le ató la lengua y lo envió al único lado donde nadie le haría caso. La misma institución que también escondía el mismo secreto. Nadie le hubiese hecho caso.

Tom cerró sus manos en puños que crujieron como hielo—: ¿Qué?

—Tu papá envió a Noah porque el había encontrado la investigación, el secreto. Lo mandó a la correccional porque también sabía lo que significaba la controversia de que un hijo de un exsargento, en su momento, tuviera en sus manos dicha información —ni me giré a mirar al gemelo, quería sólo estar centrada en Jack Parker y que sus facciones se desarmaran en algo más. No esperaba ni vergüenza ni arrepentimiento, pero esperaba algo que me recordara que, detrás del sargento, debía haber un padre. Un ejemplo que en algún momento pensó en sus hijos—. Lo enviaste lejos como si fuera nada, lo separaste de su gemelo. Tom le hubiera creído, hasta tu esposa le habría creído. Te deshiciste de él lo más rápido que pudiste para que nadie más lo escuchara y le creyera.

Torció su cabeza para un lado, no queriendo mirarme a los ojos, y sus manos rascaron la parte interna de su muñeca. Sólo tenía su pantalón camuflado y la musculosa que debía de haber ido por debajo de la otra parte camuflada. Su piel estaba por todos lados como parches, pedazos colgando, a movimientos de caer con los demás. Tan asqueroso, tan repugnante. Igual a su interior.

Las anomalías nacían de lo que éramos, de lo que sentíamos. Y a él le había florecido tan fácil, tan rápido. ¿Cómo ocultar lo que ya en sí era?

Se alejó de las barras, pasos lentos hacia atrás, hasta sentarse en el piso, sus rodillas frente a su rostro. La cama era igual que sentarse en el piso, igual de duras. Puro concreto.

—Su palabra podría haber causado una revolución, estragos, desesperación en gente que no hubiera sabido como actuar más que con violencia. Exigencias. Destrucción. Nuestra sociedad no estaba lista para asimilar una muerte ni nada que incluyera la opción apocalíptica en una misma oración. Hicimos lo que creímos correcto, incluso yo —se justificó, rascando con más fuerza la piel de su brazo. Un pedazo cayó, dándome una arcada. Él no se inmutó—. Si lo hubiesen sabido, que nosotros escondíamos algo así, ¿sabes lo terrible que hubiera sido? ¿Qué el hijo de un exsargento lo dijera en lugar de la institución? Ya la militancia es vista con ojos ligeros, nos hubiera destronado de todo tipo de control.

—¿Es todo lo que les preocupó? ¿El poder jurídico que tuvieran dentro de los gobiernos antes de la propia gente que los apoyaría? ¿La misma gente que hubiera recurrido a ustedes para que le den protección? ¿Esa misma gente no les importó? —lo ataqué con preguntas ingenuas, sabía que la gente no hubiera actuado tan pacíficamente como me hubiera gustado, seguíamos siendo humanos después de todo. Pero aun les dejaba el beneficio a la duda, a creer que hubiéramos sido civilizados y nos hubiéramos preparado para sobrevivir de la manera que fuera—. Hubieran salvado tantas vidas, hubieran evitado tanto dolor. Cuando el Doctor dio el aviso nacional, ¿por qué no hicieron nada? La noticia había salido. Permitieron que se rieran de él y que, en esa ignorancia, millones de personas murieran.

—¿Qué piensas que hubiesen hecho en esas dos horas que tuvieron de aviso? ¿Rezar? ¿Estar en calma y esperar a que llegue?

—¡Claro que no! ¡Se hubiesen escondido! ¡Se hubieran despedido! ¡Algo que sanara ese vacío causado tan abruptamente por una catástrofe que arrancó personas de todos lados en segundos! ¡Horas que nos podrías haber salvado de ser lo que somos y haber tenido nuestra vida normal! —estallé. No me arrepentía de lo que era ni lo que hacía, pero hubiera tenido una vida con mis papás. Con mi hermana. Libre de preocupaciones, sacrificios, y de tener que estar constantemente mirando por sobre mi hombro para que ninguna arma tratara de asesinarme por algo que no elegí—. ¡Y la única persona que habría tenido el coraje de salvarnos a todos, la única persona que lo sabía fuera de la militancia...! ¡Tu familia, imbécil!

Tuvo el descaro de sonreír ante mi desesperación—: Hice lo que tenía que hacer, lo que me ordenaron hacer.

—¿Por sobre tu hijo? ¿De verdad sigues justificando tus acciones? —agité la cabeza—. ¿No escuchas la basura que eres?

—Fui leal a mis creencias. Si mi familia no podía serlo, también se ponían en riesgo. Tampoco solucioné el problema, todo lo que decidí arruinó mi matrimonio, mi relación con mi otro hijo —miró por un momento a Tom, alejado y en silencio, sin poder creer lo que oía—, y con la misma institución. No fue tan fácil como tú lo haces pasar.

—Oh, sí, discúlpame, voy a tenerte pena a ti.

—Lo envié porque pensé que iba a callarse, que así, iba a detener los problemas que me brindaba en mi casa. Pero no, el inepto seguía hablando y hablando, tratando de sacar la información con cartas, papeles, lo que fuera que pudiera permitir comunicarlo con el afuera. Nunca se rindió y eso traía cada vez más problemas —escupió. Era tan Noah lo que describía que me encontré sonriendo detrás de las barras, mi corazón cálido ante la mención—. Ni castigos, golpes, o días sin comer lo detenían. Peleas que pensé que iban a cansarlo, lo que fuera. Nada funcionó.

Mi pecho se enfrió. ¿Peleas que pensó que lo cansarían? Antes de poder preguntárselo, él había seguido hablando.

—Estaba donde tenía que estar. Seguía comportándose sin control, estaba fuera de sus cabales, me lo terminó de confirmar el que no se rindiera. Quería arruinarme por lo que había hecho —parecía estar desahogándose, no porque me quisiera contar la situación, sino porque seguía buscando una justificación para él—. Mandé a que lo dejaran afuera ese día, que le causaran problemas, y así con supernova y todo, sobrevivió-

Dejé de escuchar, la última parte que pasó por mis oídos, rebotando sin cesar entre mis pensamientos, sacando chispas de calor en cada choque, en cada latido que compartía con mi corazón. A Tom se le cortó la respiración, los dos entendiendo la misma idea, la misma locura que nunca me habría animado a pensar. Con veneno, con repugnancia y odio, cualquier mal sentimiento que tuviera por la basura frente a mí... jamás hubiera pensado que haría una cosa así.

Él había continuado hablando hasta callarse, más que nada al notar nuestra estupefacción. La idea hasta pesó en mi boca, caliente por salir, por sacármela de encima y que me terminara de arder todo el cuerpo.

—Lo habías enviado para que muriera.

Julián y Marla vinieron a mi mente, ellos estando a cargo del grupo de Noah. Alguien "lo había hecho enfadar", personal de Jack infiltrándose con sus órdenes, queriendo callar a su hijo. Eso causó su castigo, algo que Marla debía saber. Julián por ahí también, quería creer que no había despertado a una persona así. La detención de Noah bajo el cielo que después fue bañado de energía por la supernova. Jack había esperado que muriera fuera, incinerado como muchas otras personas.

—Tú hiciste que lo provocaran... mandaste a tu gente, tus órdenes...lo querías afuera, para que así... así...

Lo había querido muerto. Pensarlo más me hizo cerrar los puños, la luz de ellos enredando mis dedos. Mis dedos seguramente brillaban igual.

—Era la única forma de callarlo. Supernova o no, que saliera a la luz que nosotros sabíamos, después de que pasara, que habíamos tenido la información de antes...iba a ser igual de terrible —volvió a excusarse—. No tuve opción. Tenía que callarlo.

—¿Matándolo? ¿A él...? —se me cortó la voz, la ira tentándome a atravesar las barras y romperle cada hueso. Había querido matar a su hijo. Al respirar, pude ver el aire que salía de mis pulmones, la temperatura bajando notablemente. Jack lo notó también, tragando pesado al ver la mirada de su hijo tan intensa como para congelarlo con un solo mirar. Tuve que contenerme para no matarlo yo ahí mismo—. Maldito desgraciado.

—Nos podría haber destruido, Reed. Toda nuestra seguridad-

—¡Tú destruiste todo! ¡Permitieron que la supernova nos destruyera! ¡Tú, los militares, el gobierno, todos ustedes! —hablé por encima de él, peleando con el frío y mis manos temblando. No era por la baja temperatura—. ¡Él podría habernos salvado! ¡Al mundo entero seguramente!

—Él no se hubiera detenido sólo con eso. Yo sé lo que habría hecho, yo lo conocía —me interrumpió—. Estás hablando de mi hijo.

Lo atraje con tanta fuerza contras las barras que el golpe seco me causó satisfacción. No llegaba a tocar el piso y no podía pelear la energía que lo rodeaba, manteniéndolo en mi lugar. Me acerqué para que me escuchara bien.

—Estás hablando de mi Noah. Perdiste todo tipo de derecho de adueñarte de él cuando elegiste tu maldito poder por sobre él, por sobre tu familia —lo presioné con más fuerza contra las barras, obteniendo unos cuantos quejidos de dolor—. Ni se te ocurra volver a mencionar o pensar en su nombre.

El mismo calor que había sentido con Hiro volvió con fuerza, encendiendo mis brazos y gran parte de mi pecho. Quería matarlo, ahorcarlo, revivirlo y volverlo a hacer. Dudaba ser capaz de hacer algo así, no iba a limitarme y decirme que no, pero tampoco lo probaría en una escoria como Jack Parker. Tuve que contenerme, no estaba en mí decidir sobre su vida, por más calor y ardor que sintiera en el pecho, odio latente que hervía y hasta dolía. Un odio latente que me hizo abrir aun más los ojos, reconociendo el parentesco.

Siempre había pensado que el fuego de Noah había venido por haber estado al aire libre, acalorado por la corrida, relacionando su anomalía con lo que físicamente había sentido. Lo mismo con Tom, que había sido agarrado dentro de su heladería. No, no era por lo físico. En lo que Tom había guardado tantos sentimientos sobre su papá, opiniones con tal de sobrevivir, todo tan lejos y en frío para no actuar sobre ellos; su hermano ardía de odio puro. Un fuego que lo quemaba desde adentro para ser liberado.

—Te odia tanto —le susurré, mismo sentimiento surgiendo de mi boca en un desdén que nunca había sentido por nadie. No así—. Te odia tanto que su anomalía representa toda su furia, su ira hacia tu persona. Ese fuego, que tanto bromeaste conmigo que podías acabar, pero que algún día, de verdad espero que llegue rápido, te va a terminar consumiendo a ti.

En un ademán lo lancé hacia la pared contraria, de concreto, logrando sacar más aire de él por el golpe. Esperando a que callera al piso una vez que lo libere, la ola de frío que rozó mi hombro me hizo jadear. Admiré el hielo que lo mantuvo en su lugar, en lo alto contra la pared, y pinchando su delicada piel. Gritó en dolor, su cabeza girada hacia un costado en lo que un filo de hielo le rozaba el cuello.

Tom por poco no volvía a ser una escultura de hielo.

—Cuando se te termine de caer la piel, podrás pararte como una persona normal. Por mientras, quédate en ese maldito lugar —escupió. Detesté ver ese Tom, temblando de ira y crujiendo sus manos para contenerse. No lo hubiera detenido si hubiera decidido atravesarlo con un iceberg—. De no ser que tu cabeza nos sirve, ya estarías demasiados metros bajo tierra. Y créeme, por mí.

No agregó nada más, dándole la espalda a lo que quedaba de su papá fuera del hielo, y yo seguí sus pasos, sin nada más que agregar. Anna miró curiosa al interior de la puerta una vez que salimos, y le pedí rápidamente que consideraran agregar algún vidrio resistente en los orificios de las barras. Que así ninguna rata o serpiente pueda escapar de ahí dentro.

Tom no detuvo su paso hasta que salimos por completo del hotel, respirando hondo una vez que sus pisadas movieron el ripio. Me paré detrás suyo, masajeando el medio de mi pecho para calmar ese ardor que me quemaba aún. Con sus manos en sus caderas, respiró más veces, y para cuando volvió a hablar, sólo miraba el sol, su cabeza en alto y relajando sus hombros.

—¿Desde hace cuanto lo sabes? —preguntó—. Lo de Noah.

—Hace meses. Él me lo contó —me acerqué suavemente, suspirando. Apoyé una mano en su espalda—. Lamento no habértelo dicho.

—¿Por qué no lo hiciste?

—Porque él me lo pidió. No quería que te sintieras más culpable. Sabe como eres —me paré frente a él, que por fin había vuelto a bajar la cabeza para mirarme. Aún respiraba agitado—. Tampoco era mi historia cual contar, pero apenas vi ese papel...lo supe. No podía no averiguarlo.

Miré el papel que seguía en mi mano y lo doblé con cuidado antes de volver a guardarlo en mi pantalón. Tenía que llevárselo de vuelta al Doc, era prueba vieja del antagonismo de los militares sobre la catástrofe. Palmeé la espalda baja de Tom en cariño y él volvió a suspirar, rodeando mis hombros con uno de sus brazos y haciéndome avanzar para caminar juntos. No pasó desapercibida la forma en la que miró las placas de su hermano.

Yo las acaricié con mi mano sobrante. El karma había devuelto todo. Ahora sólo faltaba que me lo devolvieran a él.


[...]


A metros de la entrada a la casa del Doc, escuchamos gritos y estruendos. Con Tom nos apuramos para abrir la puerta y nos detuvimos en seco al ver a Zafira y el Doc, sin estar en problemas, los gritos viniendo de una discusión que estaban teniendo.

¡...Se está comunicando con nosotros! —esa era Zafira, sonando desesperada por su hijo. Lo tenía agarrado por una de sus manos—. ¡Está así hace meses y no avanzaste nada con él!

—¡Y lo sé, Zafira! ¡Estoy haciendo lo que puedo con todo! —le gritó de vuelta el Doc. Nunca lo había visto tan exasperado—. ¡He anotado cada palabra que dijo! ¡He intentado descifrarla letra por letra! ¡Lo he convertido en números! ¡He hecho de todo!

—¡No es suficiente! ¡Déjamelo a mí!

—¡Él está a salvo acá! —teníamos la espalda del Doc hacia nosotros, cortándole el paso a Zafira que, por lo que veíamos, se quería llevar a Troy—. ¡Lo estuve cuidando todo este tiempo! ¡Estoy constantemente con él! ¡No puedes llevártelo así!

—¡Es mi hijo!

—¡No empieces con eso!

¡Basta! —Tom se metió en el medio, alejando al Doc y a Zafira al mismo tiempo. Ambos estaban rojos, sus rostros mostrando el claro enfado mutuo, algo que pocas veces había visto en ambos. Cerré la puerta con cuidado y me paré cerca del Doc—. ¿Qué es este griterío? ¿Qué les pasa?

Zafira fue la que contestó.

—Lo que pasa es que mi hijo está en este coma que nadie sabe cómo sacarlo, tendido en un sillón y que depende de un sanador para que esté a salvo, y de un doctor —escupió la última palabra con ira—, que ha encontrado ningún tipo de avance.

—No es cómo si tú hubieras hecho mucho-

—Doc —apoyé una mano en su hombro, deteniendo lo que iba a decir. Agité mi cabeza para dejarlo más en claro. Zafira no había elegido lo que le había sucedido. Él pareció captar el límite y relamió su boca, agitado. Con el ambiente tenso que habían creado, era claro que una conversación civilizada no iba a poder suceder. Volví a abrir la puerta y me giré hacia él—. Tom, ¿por qué no llevas al Doc a dar una caminata para tratar de suavizar esto y después volvemos para hablar? Yo me quedo con Zaf.

No dimos lugar a que opinara. Tom lo tomó por detrás de sus hombros y lo empujó con suavidad fuera de la casa. Apenas cerré la puerta, me giré a Zaf, que estaba tratando de levantar a su hijo apenas los otros dos se fueron. No se lo permití. En un ademán, le saqué a su hijo (suavemente) de sus brazos, y lo volví a dejar en el sillón. Me miró sorprendida.

—No. Vamos a hablar —señalé la entrada al laboratorio y caminé hacia ella—. Ahora.

Sabía que no iba a volver a intentarlo, con sólo ese ademán le había quitado todo esfuerzo que había puesto. Caminó con furia hacia el laboratorio y se paró del otro lado de la mesa, ahora enfadada conmigo. Tenía con qué, no era quién para sacarle el hijo de brazos de nadie, y tampoco lo era ella.

—¿Qué fue lo que pasó ahora?

—Que quiero llevarme a mi hijo, ver una forma de tratarlo distinto y encontrar un avance —contestó rápido. Asentí.

—¿Y quién crees que pueda tener más avance? —pregunté—. Porque no conozco ningún otro científico en la ciudad, ni nadie con las herramientas y renombre como el hombre al que acabas de intentar insultar y que se estuvo haciendo cargo de tu hijo todo este tiempo que no pudiste estar.

Tardó más en responder, pero no fue lenta. Su furia le filtraba más rápido las palabras. No era la Zafira dulce que conocíamos, las influencias de su secuestro debieron de haber actuado en ella y cambiado su actitud. Más de lo que había pensado.

—No lo veo tan desesperado en lo que trataba estas máquinas, estas... chatarras —marcó lo que había en la mesa, las documentaciones y todo lo demás—. Y mi hijo está así desde que me fui, por lo que me enteré. ¿Qué tuvo que hacer entonces? ¿Más chatarra? Despertaron caídos, ¿y mi hijo que es?

—Tu hijo es un caso especial donde no es ni un caído ni un coma. Es un daño mental, Zaf, no algo siquiera curable por un sanador —corregí. Sentía que me estaba culpando a mí, en parte, porque si sabía sobre los caídos, debía saber quien los había traído de vuelta—. Troy tiene un razonamiento distinto y más avanzado que nosotros, lo que cambiaron en su idioma causó un bloqueo al que nadie puede ingresar. Ni yo. Así que espero que no vengas a señalar con el dedo a nadie, todos sabemos de su estado, todos estamos al tanto. Simplemente no sabemos cómo empezar.

Mi respuesta logró bajarle su enfado, no habiendo tenido que subir el tono ni nada para que ella tampoco lo hiciera. Se apoyó en la mesa.

—No puedo creerte cuando me dices que ni tú puedes hacer algo.

—Te recuerdo que hubo cuatro personas inmunes, a su manera, sobre Marla. Una de ellos fue tu hijo que se sacrificó para que el Doc llegara a mí y así salvarme el pellejo por un momento. Troy está al nivel de mi anomalía, en distintos aspectos, mismo nivel. No puedo llegar a él porque no sé su idioma, porque su mente me hace atrás, y no significa que uno sea más débil que el otro o viceversa... —expliqué. Entendía su desesperación, ella había esperado reencontrarse con él, no de esa manera. No justificaba su forma de querer culparnos a todos los demás por no saber qué hacer con su hijo—. El Doc estuvo día y noche con él, probando absolutamente todo tipo de teoría en él. Yo he tratado de hacerme paso por su mente, no pude. ¿Y tú vienes acá a querer defenestrar el esfuerzo puesto y llevártelo?

—Es mi hijo-

—Cómo también se volvió el del Doc, un poco así. Y lo sabes —no dejé que volviera a usar esa excusa, con la intención de minimizar el cariño del hombre que estaba las veinticuatro horas del día con el pobre chico—. Lo cuidó por ti, lo trajo acá para tenerlo a salvo. Cuando fue el ataque, él se quedó con él, arriesgando su vida. Refugió a una sanadora para que también lo cuidara. Tiene todo el laboratorio lleno de papeles con las palabras y distintos órdenes de cada una —señalé todo mi alrededor, el color de las paredes casi invisible a los ojos por los distintos recuadros de papel pegados en ella—. No hay persona que lo vaya a cuidar como él y cómo tú. No seas injusta con él.

Por un momento, cerró la boca, mirando los papeles que había mencionado. Analizó cada uno, los borrones, los circulados, todo. Estaba segura de que había una parte de ella que me estaba dando la razón, que sabía y entendía lo que le estaba diciendo, que había lógica en la ira del Doc por la reacción de ella. Y yo también comprendía que, lo que estaba hablando por ella, lo que estaba soltando, eran sus frustraciones. Su dolor por ver a su hijo en aquel estado.

Y debía de haber algo más para haberla hecho estallar así.

—Soñé con él hoy. Me hablaba, las mismas palabras —señaló. Sus sueños podrían ser predicciones o presentimientos, no sabía si podrían volverse algo más. Decidí no preguntar y simplemente escuchar—. Pero dibujó algo. Un símbolo.

Levanté las cejas—: Marla dijo que había borrado un símbolo. Que eso era lo que había levemente reconocido como tal y que decidió sacarlo por eso.

Sus facciones se suavizaron al escucharme.

—¿Cómo era? —pregunté—. ¿Lo recuerdas?

Agitó la cabeza, poco, cómo si lo estuviera pensando. Tomó uno de los papeles en la mesa, un lápiz que estaba demasiado pequeño en su mano por el uso, e hizo un garabato. Me incliné sobre la mesa para verlo mejor y ella lo tachó antes de que pudiera llegar a él. Volvió a hacer otro garabato y lo volvió a tachar. Respiró hondo, otro trazado más, y después de mirarlo, lo deslizó hacia mí.

—No lo recuerdo mucho, pero era algo así.

Era un círculo con una línea atravesándolo, cómo un círculo dividido en dos. Nunca había visto ese símbolo, al menos no en ninguna ecuación. Había conocido las incógnitas (que nunca encontraba la forma de averiguarlas) y hasta ahí había llegado. Después, en geometría, con suerte recordaba como usar el compás. La escuela no había sido lo mío.

—¿Y porqué no le mencionaste esto al Doc? Justamente sabe de símbolos de matemática, algebra y ciencia —no quise que se escuchara como una reprimenda, pero en parte era así—. Esto puede significar algo más que sólo un símbolo. Puede ser la respuesta.

—No quiero esperar más, por eso —dijo—. Si le doy ese símbolo, va a estar dándole vueltas por días y días y... no quiero esperar más. Quiero que alguien despierte a mi niño.

La Zafira que yo conocía volvió en ese momento, sus ojos llorosos y cediendo más a su tristeza que a su desesperación y frustración. Me acerqué a ella en el otro lado de la mesa, acariciando su espalda y conteniéndola en lo que secaba sus lágrimas. No quería esperar más y la entendía, debió de haber soñado cuantas veces con su hijo, con volver a él. Quería seguir volviendo a él.

Tomé el símbolo que había dibujado, dándole un buen vistazo, y suspiré.

—Vamos a traerlo de vuelta, Zaf. Con esto podemos estar más cerca de la respuesta.

Asintió y miró hacia la puerta del laboratorio, abierta y que daba en dirección de su hijo.

—Ya no más artefactos, no más chatarras —volvió a señalar la mesa—. Céntrense en él.

Y así fue. Cuando el Doc volvió, no le dirigió la palabra a Zafira, que se había sentado junto a su hijo y le acariciaba el pelo, hablándole. Tom había vuelto con él y Claire estaba justo detrás, queriendo saber en qué estábamos. Una vez que cerré la puerta del laboratorio, no queriendo más distracciones, le mostré el símbolo al Doc con esperanza de que lo reconociera.

A nuestra mala suerte, frunció el ceño.

—Eso no es un símbolo.

—Es lo que ella vio —me encogí de hombros—. Dibujó lo que recordaba de él. Puede ser que le falten partes.

—¿Y cómo es que esta...decena de palabras vaya a resolverse en un símbolo?

—Tú eres el científico. Sólo nos queda pensar todo de vuelta —miré lo dibujado por Zafira una vez más—. Y relacionarlo con esto.

Tom se había tomado el tiempo de escribir las palabras en distintos papeles, en grande, y Claire lo ayudó a pegarlas en la mesa. Nuestra pobre amiga no entendía nada en lo que repartía las palabras. "Único" por un lado, "Junio" por otro. También estaban "cuadrado" y "triángulo", manteniendo a las formas juntas por si significaban algún ángulo o lo que fuera. Era lo más cercano a símbolos que habíamos conseguido. Después, "manos", "arcoíris", "gemelos" y "gato" fueron por otro lado más concreto, algo que vemos. Y después, contrarias, "infinito" y "nada".

Era media tarde cuando empezamos a revisar el orden de las palabras. Era tarde noche cuando cruzamos las letras, con el símbolo dibujado de Zafira, probando combinaciones de letras para ver cual calzaba dentro del dibujo. Y era tarde noche cuando ya no sabíamos que juego de letras probar como si fuera un anagrama. Todo parecía jeringoso. Al menos me calmó un poco, la conversación con Jack Parker habiendo tocado todo nervio, y el estar centrándome en otro objetivo importante, lo empujó bastante lejos.

Zafira dormía junto a su hijo. Había cocinado unos panes caseros en lo que nosotros estábamos en el laboratorio y había golpeado la puerta para avisarnos. Más que nada a mí, la única persona que conocía y le dirigía la palabra por el momento. Eso fue lo único que cenamos, el Doc un poco cascarrabias de haber cedido ante lo cocinado por Zafira, y siguió en los intentos. Los cuatro parecíamos perdidos y repasando todos nuestros pasos para encontrar un nuevo camino.

En la madrugada, cuando ya yo estaba jugando a hacer avioncitos con los papeles que no nos servían más, Tom atajándolos, y el Doc inclinado sobre la mesa rendido; fue que Claire, sentada en la mesa, miró las palabras en grande una vez más. Suspiró.

—¿Y si está contando un cuento?

—Muy fantasioso, la verdad —comentó Tom, parándose cerca de ella—. Dudo mucho que nos esté contando una historia a medias con tal de llegar a un símbolo.

—¿Algo de brujería quizá? —inquirí. El Doc se rio por lo bajo ante mi ocurrencia.

—Troy es avanzando, no así de avanzado —levantó su cabeza de la mesa justo cuando uno de mis avioncitos decidió aterrizar en su tabique. Ni me miró mal, lo tomo entre sus dedos para analizar los doblados que había hecho—. Le gustan mucho los acertijos y estoy seguro de que este es uno. Así siempre jugamos cuando estábamos solos en este laboratorio.

—¿Y la matemática? —volvió a preguntar Claire—. No llegué a conocerlo, parece una dulzura de chico, así que estoy preguntando lo obvio para poder entender qué camino tomar.

Doc le sonrió.

—Era un genio con los números, símbolos no tanto, eso es lo que me llama la atención.

—Marla dijo que eso fue lo que vio. Yo vi un tipo de cuenta, no llegué a descifrar bien que era —recordé. Los tres levantaron la cabeza. Reconocí mi error—. Nunca dije que era una ecuación, ¿no?

Por poco no me asesinan ahí. El Doc y Tom se lanzaron, sin consultarme por obvias razones, hacia las palabras "triángulo" y "cuadrado" empezando a hacer las ecuaciones. Tomaron el círculo dibujado por Zaf y sumaron más cuentas. Yo me dejé caer a un lado de Claire, que había tomado la hoja con la palabra "nada" y la miraba. Yo hice lo mismo.

—¿Algo que te llame la atención?

—El término. Nada. ¿Por qué la usaría? No se refiere a...bueno, nada.

—¿Sería un sinónimo de vacío?

—El vacío está rodeado de algo, puede haber usado la palabra hueco, eco, todos derivados de un vacío. Pero; ¿nada? —ladeó su cabeza, entrecerrando los ojos, y después me tendió el papel—. ¿Qué sería la nada para ti? Yo pensé en oscuridad, el color negro. Hay un "arcoíris" después de todo y no creo que se pongan a calcular el ángulo de uno de ellos.

Su broma me hizo reír antes de concentrarme en la palabra. Analicé las letras. Cuatro letras. Dos consonantes, dos vocales. Un equilibrio de ambas. No había un anagrama ahí dentro, no había un conjunto de letras que significaran algo trazadas una encima de la otra. Puchereé la boca, un sonido molesto saliendo de ella, y bufé.

—Sí, podría ser oscuridad. Negro, espacio, ¿gravedad? —parecía estar jugando una sopa de letras mental más que estar descifrando una teoría—. La nada es... nada. Literalmente. A menos que sea conjunto del verbo nadar.

—No, no creo. Con una mente como las que ustedes dicen que tiene, no hubiera usado una palabra confusa. Debe saber lo que está diciendo, y nosotros somos los tontos que no lo comprenden —agitó su cabeza y me sacó el papel de las manos de vuelta. Lo miró con tanta fuerza que las plantas de afuera temblaron—. Nada. Nada. Nada. Nada, de vacío. Nada de gravedad. Nada de cero. Gravedad cero. Nada-

Di un manotazo en su pierna sin querer, lo que la hizo jadear y soltar el papel.

—¡Auch!

Cero.

Frunció las cejas.

—¿Qué?

—Dijiste cero.

—Sí. Nada es cero, cero es nada. No hay nada, hay cero cosas, cero- —sus ojos se abrieron al entender—. Cero. Un número.

Las dos saltamos de la mesa para poder encararla bien. Miramos cada palabra una vez más, ya arrugadas, borroneadas y más cerca de volverse un borrador que otra cosa. El Doc y el Tom seguían con sus cuentas, ni se inmutaron al vernos empezar a mover los papeles hacia nosotras. Fui yo la que tomó la siguiente palabra: único.

Único es uno. Que no hay otro como él, que es uno solo —lo puse al lado de la palabra "nada" que ya Claire le había anotado el cero en una esquina. Dibujó un uno y yo agarré la siguiente—. Gemelos son...

—Dos —adivinó ella, comenzando a sonreír—. Si no serían trillizos, cuatrillizos y así.

Eran números. La adivinanza era relacionarlo con números. No pude evitar reírme, mirando las otras palabras. Nuestras reacciones llamaron la atención de los otros dos, que no entendían nuestra felicidad.

—¿Qué pasa? —se animó a preguntar Tom.

—Son números, Tom. Las palabras son números —tomé las que habíamos apoyado y se las mostré—. Esa es la adivinanza. Jugó con palabras que tuvieran un número escondido. Es tan tonto que ni lo pensamos...tan sencillo y nosotros tomándolo como un maldito genio.

El Doc prácticamente arrancó los papeles de mi mano y los vio en todos los sentidos, de derecha e izquierda, de arriba abajo. Agitaba su cabeza, sin creerlo, y en lo que volvía a apoyarlos, ya no estaba tenso como antes. Había cierta mirada juguetona en él, cayendo en la rutina que antes tenía, y empezó a leer las palabras.

—Triángulo sería tres. Por los lados —trajo el papel que se había llevado con Tom y lo puso después de gemelos, escribiendo el número tres en él—. Cuadrado lo mismo. Sería cuatro.

Tom siguió el juego también.

—¿Junio no es el sexto mes del año? —sonrió, el mismo tipo de incredulidad en él. Habíamos perdido horas, días, semanas en algo tan básico como aquello. Nunca se nos habría ocurrido que podía ser tan básico—. Es seis.

Otra palabra, otro número. Claire tomó la palabra mano y la analizó.

—Mano podría ser dos también. En general tenemos dos, pero ya tenemos ese número con la palabra gemelos. Y él no la dijo en plural, ¿no? O si no... —señaló. Todos nos miramos la mano, y al mismo tiempo, estallamos con—: ¡Cinco!

Cinco dedos. Una descifrada más.

Arcoíris, arcoíris... colores. ¿Cuántos colores tiene? —Tom se mordió el labio inferior al pensar. Claire empezó a enumerar sus dedos con colores, el Doc cerró sus ojos tratando de recordarlo—. Rojo, naranja, amarillo, verde, azul, violeta... ¿me estoy olvidando de alguno?

El Doc abrió sus ojos y sonrió ampliamente.

—Sí, añil o índigo. Azul es considerada la parte celeste en realidad, pero hay otro más que es el oscuro. Y con ese son siete —tomó la palabra de las manos del gemelo y la puso en la mesa, volviendo a escribir el número en la esquina—. Nos queda gato e infinito.

Justo tenía otra hoja frente a mí, de costado a mí, con el número ocho acostado desde mi perspectiva. Parecía un símbolo de infinito. Le robé el lápiz de la mano al Doc y anoté el número en la hoja de infinito. Después mostré el ocho acostado y se rieron, emocionados.

Sólo quedaba uno.

—Gato es nueve. Hay dos mitos sobre cuántas vidas tiene un gato, y siendo que ya tenemos el siete, sólo queda creer en la que tiene nueve —Claire guiñó su ojo antes de inclinarse y escribir el último número.

Las colocamos en orden, de cero a nueve, de nada a gato. Habíamos descifrado el juego de palabras, ahora quedaba ver qué escondían esos números detrás de ese símbolo. En qué orden iba, que conformaba, y qué significaba. Doc tomó uno de los papeles que colgaba en el techo, habiendo pasado por cada uno hasta encontrar ese en específico. Lo arranco de la pared en un ademán, volándolo a su mano, y lo puso junto a los demás.

—Este es el orden en que lo dice. Cuando despierta, comienza con único —subrayó la primera palabra en ese papel—, se detiene por un momento, y después sigue con; junio, único, infinito, nada, triángulo, triángulo, gato, infinito, infinito, arcoíris, cuadrado, gato...

Era una hoja escrita de frente y atrás, con las palabras repitiéndose dos, tres y hasta once veces. Parecía un código, no había nada más que fuera así de largo y repetitivo. Hasta que Tom, tras minutos de palabras leídas a lo alto, apenas terminó, señaló el papel.

—¿Se volvió a detener en algún momento? —preguntó—. Porque al principio dijiste que se detenía un momento.

—No, no lo hace otra vez. Después de un largo rato, su cerebro parece cansarse y le da como un espasmo que reinicia la secuencia —había dibujado una línea vertical entre esas dos palabras, asemejando la respiración—. Empieza igual y sólo se detiene con el primer "único".

—¿Será un descanso? ¿Un intento de liberarse de la secuencia? —pregunté. Claire levantó su dedo índice, teniendo una idea.

—¿Y si es un signo de puntuación? Un punto, seguido o aparte, o una coma —dijo—. Las comas se usan para las aposiciones, aclaraciones, y en los números son...

Tom chasqueó, sonriendo ante la nueva revelación—: Un decimal.

Tomó la hoja del Doc y tradujo las palabras en números, tomando sólo la primera línea. Al agregar la coma, pudimos leer; uno y coma, seis, uno, ocho, cero, tres, tres, nueve, ocho, ocho, siete, cuatro y gato. No reconocí el número, Tom tampoco y Claire menos. Fue el Doc el que se apoyó en la mesa, una risa surgiendo de él. Lo había entendido.

Se frotó el tabique de la nariz al sacarse los anteojos por un momento.

—Maldito bastardo. Voy a bajarte el ego de un abrazo —sonrió, las arrugas alrededor de sus ojos profundizándose. Tomó el lápiz que sobraba y arrastró el símbolo de Zafira hacia él—. Es phi.

—¿Número pi? —quiso corregir Tom y el Doc ladeó.

—No, phi. O fi. Nombrado así por un escultor griego llamado Fidias. No es un número muy conocido, es mencionado en algunos libros, en el diseño, en la arquitectura. Es el número más bello de todos —se exasperó tanto al explicarlo que gesticulaba en cada vocal que soltaba—. Es el número de Dios, prácticamente. Irracional, decimal, y de proporción perfecta. También lo conoce como número áureo.

Asentí.

—Okay, bien... ahora tradúceme ese chino.

No me fulminó por la emoción que tenía en él, agitando su cabeza.

Phi es el número de oro, representa la proporción divina, la presencia en todo ámbito. Es un concepto geométrico, lo toman como la unicidad del número, por eso lo asemejan a Dios y todo —trato de explicar. Sonaba más que chino para mí y para él era todo un descubrimiento más. Se detuvo frente al símbolo y trazó otro al lado—. El círculo es una "O" en realidad, y lo atraviesa una "I". Ese es el símbolo de phi.

El círculo (una "o") era más angosta que el otro círculo y la "I" (no un palito) sobresalía por ambos extremos de arriba y abajo. Eso era lo que Marla había borrado en la ecuación. A simple vista, uno lo hubiera asociado como una incógnita o confundido con algo más, yo lo habría hecho. Tampoco que fuera un buen ejemplo. Pero entendía la seguridad que ella tenía en que algo tan simple podía modificar todo.

Más si era ese número tan grande y especial, Tan avanzado. Tan...Troy.

—Es la fuente de todo su pensar. Es su forma de procesar, de comprender, detrás de ese símbolo —señalé el nuevo, sin poder creerlo—. Sólo una mente como la suya podría procesar un número de milenios que nadie termina de comprender y estudiar, sólo él tiene esa capacidad mental para usarlo como un juego.

Doc sonrió.

—Sólo él —repitió y se apoyó en sus brazos sobre la mesa, dejando caer su cabeza al relajar sus músculos. Claire palmeó mi espalda, contenta también, y abrazó la cintura de Tom, que le dejó un beso en su mejilla. Para cuando el Doc volvió a levantar la vista, ya no estaba tan relajada como antes—. Ahora sólo queda... volver a ponerlo en su idioma.

Mitad del trabajo estaba hecho, ahora quedaba la otra mitad. Sabíamos que no podía entrar en su mente como lo había logrado con otras personas, su cabeza había levantado un mecanismo de defensa que superaba a mi anomalía. Con respuesta y todo en mano, no nos servía cantar victoria antes de haber dado el último paso.

—Estoy abierta a probar lo que sea que tengamos que hacer. Su mente me mantiene afuera, si trato de entrar puedo dañarlo más al forzarme dentro —expliqué, suspirando—. A menos que tenga una forma de bajar su guardia, o esquivar la frontalidad con él...

Tom golpeó la mesa con emoción, sólo mirándome a mí.

—¡Eso es! No tienes por qué ir de frente, puedes de hacerlo de la otra forma —sonrió—. A través del recuerdo de alguien más. Lo mismo que probaste conmigo y llegaste a Noah.

El Doc giró su cabeza hacia mí—: ¿Cómo es eso?

No había llegado a mencionar lo que había logrado con Noah, el comunicarme con él a través de un viaje energético dentro de los recuerdos. ¿Cómo explicarlo si ya en mi mente esa oración era una locura? Yo era la locura, siendo honesta. Los límites eran sutiles a mi alrededor. Y agradecí a Marla, sólo por esa vez, de haberme dado la idea de la herramienta que podría ser la salvación de Troy y parte de la mía.

Conté el suceso lo más rápido posible, desde lo de Marla hasta lo que había logrado. El Doc me escuchó anonadado, tomando su libreta con anotaciones mías, y sumando el nuevo logro. Tomó otra hoja y anotó la resolución que habíamos logrado en las últimas horas, desde cada palabra con su número al lado, y el símbolo del número. Al lado de él, anotó una ecuación.

Apenas terminé de hablar, él miró la hoja con todo. Había una nueva emoción en su rostro, una que no veía hacía mucho tiempo en él. Y no por mí, ni por nadie de esa ronda. Por Troy. Era esperanza con él, por su situación, por tener la chance de sanarlo y tenerlo de vuelta consigo.

La tendió en mi dirección.

—Sí vamos a hacer esto ahora, si no queremos esperar más... —empezó. No, no había por qué esperar más. Era ya. Su mamá lo necesitaba de vuelta, el Doc lo necesitaba de vuelta. Yo lo quería de vuelta—...tienes que entender lo que puedes encontrarte.

Había escrito una ecuación, era la suma de uno con la raíz de cinco, todo eso sobre dos. La fórmula me pareció familiar. El resultado era el número phi. Rápidamente recordé la cuenta que había visto y la señalé con asombro. El Doc sonrió con alivio.

—Supuse que esa debió ser la cuenta. Es el cálculo que se hace para saber su valor. Si tenemos razón, si phi es su motor para absolutamente todo... la cuenta tenía que ser el origen del símbolo. Esperemos tener razón —no se detuvo a preguntarme si no había comprendido algo, pasó por mi costado y abrió la puerta. Zafira y Troy descansaban, la noche dejando todo oscuro. Debían ser las tres de la madrugada entre todo lo que habíamos tardado. El Doc nos miró, con Tom y Claire nos quedamos detrás esperando, y sonrió—. ¿Lista?

Mis amigos me miraron, y con la hoja aún en mis manos, la apreté entre mis dedos. Mi pecho ardió, seguramente preparándose para el viaje que tenía que tomar, y tras respirar hondo, asentí al comenzar a caminar. Con mucho cuidado me acerqué al sillón, no queriendo hacer ruido, y me arrodillé frente a ella. La única persona con recuerdos fuertes con Troy, su sangre, su familia. Me incliné sobre ella para pasar mis nudillos por su frente, asegurándome que no se despertaría en el proceso, y su cabeza se ladeó más de costado al caer en un sueño pesado.

Detrás de mí, el Doc se sentó en otro sillón individual y palmeó sus dedos nerviosos contra sus rodillas. Tom y Clare se quedaron en el umbral de la puerta al laboratorio, sus manos juntas entre sí, y les sonreí a los tres una última vez antes de volver hacia Zafira. Me tomé mi tiempo leyendo el papel una vez más, mirando el símbolo, su ancho, su altura, todo. No podía fallar. Fallar significaría dañarlo más. Tenía prohibido que eso pasara.

Y así como llevé una de mis manos a su cabeza y la otra a su corazón, cerré los ojos para ceder al calor de mi pecho y empujarme a través de ella.

No quería tardar más de lo necesario. Estaba metiéndome en la mente de alguien que no me había dado su permiso, y que no era un caído que lo necesitara. Cada mente era un mundo, paredes de secretos y pisos de recuerdos que no muchos querían que uno atravesara más que ellos. Apenas me rodeó toda una oscuridad supe que había llegado, lo único que iluminaba el lugar eran unas pequeñas luces. Se movían entre sí. Al acercarme a una, tuve que acercarme para ver el color que se movía dentro. Sonreí para mí.

Zafira tenía sus recuerdos como estrellas en una oscuridad extraña. Como un cielo estrellado donde su vida brillaba importante y latente en ella. Otras eran oscuras, no brillaban como las demás, llenas de polvo dorado en ellas. No podía ver su interior, era como si el recuerdo fuera bloqueado. Entendí que eran al recordar el dorado de sus ojos al estar en transe; eran sus predicciones. Las que no recordaba, las que pasaban a través de ella, pero que dejaban algo. Parte de su trabajo.

Me alejé de ellas, sabiendo que la mía estaba por ahí girando y no quería ver. Me concentré en encontrar la más brillante, deduciendo que, ante tanta emoción, más brillo tendría, más recordable. Muchas de ellas eran preciosas, de colores chillones que llamaron mi atención. Rosa, turquesa, amarillo. Colores que acariciaban mis ojos con tal belleza como para atraerme. Y después, una que me hizo detener, era rojo vivo.

Esa necesitaba. Rojo era fuerte, era intenso. Era emocional.

Tomé la estrella en mis manos, un calor en la palma que justo registraba el latido de ella. La acerqué para tratar de ver mejor, no encontrando más que su color, y por inercia, la apreté entre mis dedos. Fue eso lo que activó la memoria, pintando mi alrededor en paredes de un departamento y muebles que no combinaba ninguno con nada. De mesas de vidrio a sillas de madera, muebles antiguos y sillones modernos. Con nada siendo sólo de un lugar, sentí como una sensación hogareña se instalaba en mi pecho apenas viendo el lugar.

Sin embargo, había otra sensación que la acompañaba. Había como un frío, no de temperatura, pero como una molesta incomodidad que me estremecía. Una frialdad que no estaba relacionado a un frío, sino a una situación, a un vacío. No quería sentir más vacíos en mi vida, fuese o no mío. Era feo. Caminé lento por las tablas del piso, tratando de entender la situación. Al cruzar una de las paredes, alguien estaba detrás de la mesada de la cocina.

Era Zafira. Lloraba, sus hombros se sacudían. Tuve el instinto de acercarme y sólo me detuve cuando recordé que ella no me vería, no lograría nada. Un sollozo del otro lado me hizo voltear en esa dirección, a una puerta entreabierta del otro lado de la sala-cocina en la que me encontraba, y me moví lo más rápido que pude hacia ella.

Me hice paso por el espacio entre la puerta y el marco, el sollozo suave y familiar. Poco y nada sabía de la familia de Troy y Zafira, era la verdad. No tenía ni una idea de lo que iba a encontrarme. Hasta que me paré en la habitación que me encontraba, no pudiendo ver otra cosa que no fuera el cuerpo del tipo en brazos de Troy. Tenía un agujero en una de sus cienes, el arma a metros de él.

Yo sabía de esa historia. Zafira le habría predicado su muerte sin querer. Su marido no pudo soportarlo. Lo hizo una semana después. Su hijo lo sostenía sobre el enorme charco que se había formado debajo de él. Peleé las náuseas. El recuerdo no era rojo solo por lo intenso, sino por lo sangriento. Mi corazón se partió en pedazos.

Tendría que haber elegido otro recuerdo, cualquiera menos aquel. Tendría que haber ido por el turquesa o el rosa o el amarillo, ¿por qué fui hacia el rojo? ¿Al más doloroso que existía? Tampoco tenía marcha atrás, el recuerdo de Troy estaba frente a mí. Sentía la energía de su recuerdo, de su mente, y detuve el tiempo por un momento.

No escuché más su llanto, ni el de su mamá a mis espaldas. Sólo me agaché frente a él, mis rodillas lejos de la sangre, manteniendo mi distancia. No quería interponerme más, y acariciando el rostro más pequeño de Troy frente a mí, dos años más pequeño, deseé poder limpiarle sus lágrimas. Mis pulgares las traspasaron, obviamente, y sin mirar hacia abajo, pasé mis dedos por su frente antes de apoyar mis nudillos en ella. Sin pensarlo mucho, más que las condolencias que surgían de mí, volví a empujar mi energía, ahora contra él.

Mi mente se volvió a apretar en ese orificio pequeño, presionándome con tanta fuerza que podría haberme crujido todos los huesos. Me aferré a mí misma, no queriendo ceder a ese dolor, y a diferencia de la vez que había ido hacia Noah, llegué más rápido. Se sintió distinto, también, probablemente por la cercanía. Fue más rápido, un poco menos doloroso, y menos abrasivo.

Era un laboratorio donde estaba parada. Blanco, iluminado, demasiado claro para mi vista. Tuve que parpadear un par de veces hasta acostumbrarme. Los muebles que había ahí, después de poder diferenciarlos de la pared y piso blanco, también eran del mismo tono. El lugar era pulcro, ordenado, minimalista. Los fanáticos de ese tipo de estilo se hubiesen obsesionado con lo que veía.

Lo único que destacaba era una persona, vestido con una bata blanca, pero podía ver sus zapatillas rojas. Las usaba seguido en la realidad, mientras correteaba por el laboratorio con el Doc. Me acerqué rápido, reconociendo un marcador en su mano, y frente a él, la bendita pizarra que tenía borroneada en el medio.

Me paré frente a él.

—¿Troy? —lo llamé. No me miró. Sacudí mi mano frente a sus ojos—. ¿Me escuchas? ¿Me ves?

Murmuraba entre dientes, sus ojos yendo de lado a lado. La ecuación que el Doc había supuesto estaba ahí, la misma que había visto, y después del signo de igual, estaba el borrón. Tras ese borrón, otro signo igual, y los números que habíamos deducido. Por eso los repetía una y otra vez en su juego, porque los leía tratando de entenderlos.

El borrón siquiera estaba bien borrado, había quedado una línea de él. Si lo hubiera borrado por completo, el resultado del número no habría cambiado el resultado real. Ese decimal era el número phi, pero con ese extraño símbolo en el medio, le cambió todo. Sólo quedaba borrarlo bien y escribirlo bien de vuelta.

No me peleó mucho cuando saqué el marcador de sus manos, tiesas y duras alrededor de él, y me hice el espacio para pararme frente al borrón. Tuve mucho cuidado al pasar mi mano sobre él, sabiendo que los cambios en la pizarra eran cambios en su mente, y por eso mismo, las yemas de mis dedos pasaron suavemente sobre la tinta hasta borrarla por completo.

El piso debajo de mí tembló, un quejido saliendo de la boca de Troy, y rápidamente, apoyé mi muñeca contra la pizarra al trazar la "o" lo más prolijo posible. Otro quejido más de Troy apenas terminé, por sobre mi hombro noté como se agarraba la cabeza, y sin dudarlo, tracé la "I" por encima, asegurándome de ponerle hasta sus palitos adecuados.

Noté el cambio al instante. Desde la iluminación volviéndose más cálida, antes un blanco frío que no ayudaba al lugar, a un amarillo suave que relajó mis músculos. Mis pies fueron deslizados hacia atrás, la pizarra brillando las letras y números escritos. El marcador desapareció de mi mano, algo que me preocupó, de no ser que unas manos me tomaron por los hombros y me giraron.

Los ojos ámbar de Troy desaparecieron detrás de sus mejillas al sonreír. Igual que su mamá.

—¡Hey!

—Hola, Tay —sonrió más amplio y se dejó enredar entre mis brazos. El latido en mi palma se agitó un poco, nada preocupante. Debió de haber una reacción física en la realidad que causó un sonido o lo que fuera en Zafira. Al separarme de Troy, no dejaba de sonreír—. No tengo con qué agradecerte, agradecerles.

—Volviéndote más humilde, podrías hacer eso —le golpeé con suavidad su brazo, agitando mi cabeza sin poder creerlo. Sonreía igual que él—. ¿No podrías haber usado la tabla del siete? Ya en sí era difícil de acordarse. ¿O al menos el número pi en lugar de hacerte el inteligente e ir por un número de Dios?

Se rio—: Mi anomalía es ser inteligente.

Suspiré.

—Demasiado. Fuera de lo normal. Ya quedó claro —rodé los ojos y el asintió. Con otro suspiro más, miré la cuenta a mis espaldas y después volvió hacia él—. Vamos a tener que practicar más seguido con tus acertijos si nos haces sudar así con algo tan básico. El Doc quiere matarte en un abrazo por eso.

Ante la mención de su mentor, su sonrisa se relajó en una melancólica. Quería verlo. Quería ver seguro a su mamá también. Así que no esperé a que contestara algo que podría decirme afuera, así que tendí mi mano hacia él.

—¿Listo para volver?

La tomó en un sacudón.

—Te veo afuera, supernova.

Me hubiese ruborizado ante el apodo, el cual ignoré y sólo me centré en volver hacia atrás. Mi cuerpo volvió a encogerse por esa sensación claustrofóbica, ya no doliendo como antes, y sin dejar de moverme, de expulsarme en dirección contraria, no volví a abrir los ojos. Escuché de vuelta los sollozos, la sensación de mis rodillas contra una madera, y en lo que volvía a pispear el cielo estrellado de recuerdos, hice el último esfuerzo hasta volver a sentir mi cuerpo arrodillado frente a Zafira.

Me quedé en mi lugar unos segundos, mi mente adaptándose a mi presencia en ella una vez más. No fui sacudida esa vez, ni empujada debajo de una cama. Me tomé mi tiempo para sentir que todo estaba volviendo a su lugar, y mientras lo hacía, mi vista cayó en la persona en el sillón. Zafira seguía dormida, demasiado profundo aún, y recién notaba el cielo de afuera un poco más claro, el amanecer llegando.

El Doc cortó su respiración al verme mover, gateando hasta detenerme frente al rostro de Troy, y lo tomé entre mis manos con suavidad. No quería sacudirlo, no quería hacer nada más que esperar, mi impaciencia tentando a mis impulsos de sacudirlo como maraca. Estaba más que segura de que había funcionado, había podido hablar con él, y era cuestión de segundos para que abriera sus ojos.

Y así fue, su cuerpo respirando en un vaivén distinto al que lo veía viendo, y se removió en su lugar. Abrió su boca en un suspiro y, por último, empezó a abrir sus ojos en parpadeos.

Apenas sus pupilas se pusieron en un tamaño normal, le sonreí.

—Bienvenido de vuelta.



N/A:

¡PENÚLTIMO CAPÍTULO!

Prepárense para el final de este libro.


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