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Vi a mi mamá por un momento.
Fue lo primero que vi, en contraluz sobre mi cabeza. No llegaba a ver sus rasgos, pero sabía que era ella. Su voz, su calor materno, su cercanía y protección con la que me acunaba en sus brazos. Otra cabeza se pegó contra la de mamá, los anteojos de mi papá identificándolo al instante, y en dónde sea que yo estuviese, les sonreí. Estiré mis manos hacia ellos, más pequeñas de lo normal, y con mi cerebro disfrutando de la imagen frente a mí, de volver a verlos, decidió seguir el trayecto mucho más rápido.
Vi mis primeras comidas, mis primeros pasos. Mi primer tropiezo, la primera vez que se me cayó un diente. El nuevo recuerdo de mi tercer cumpleaños, cuando conocí a los gemelos. Cuando Noah degolló mi muñeca. El nacimiento de mi hermana, la pequeña Morgan en mis brazos (también pequeños) y con poca fuerza para mantenerla tanto tiempo en ellos. Sus primeras comidas, sus primeros pasos. Mi primer día en la primaria, el día que decidí odiarla y llevarme como el demonio con ella. Cuando llegué a la secundaria y conocí a Jamie, después a Asher, y mi amistad creciente con Tom.
El día que Noah empezó a faltar y después se supo que había pasado. El seguir creciendo junto a mi hermana, mis papás llenándonos de amor. Jamie y Asher volviéndose pareja, mi relación tóxica con la escuela, las ayudas de Tom. Y llegué al cumpleaños de mi hermana, la supernova atravesando y entrometiéndose en todas nuestras vidas hasta cambiarlas por completo.
Miré las demás escenas con un dolor punzante en la espalda. El despertar sin mi hermana, el encontrarla, el ir al hospital y hallar a Tom por descompensarse. Los días que siguieron, las semanas que padecimos las nuevas reglas, hasta llegar al día que descubrí que yo era una anómala. El haberme chocado a Noah y no haberlo reconocido, el querer esconderme de mi familia y tener que huir con Tom al día siguiente. El campamento, Noah, Claire, Sue Lee, Luna, Jacob, Anna, el Doc, hasta Logan. Mi primera pelea, el primer ataque frontal con los militares, mi primer beso. Enterarme que mi hermana era anómala, el ir a buscarla y causar una masacre de vuelta en el campamento. La caída de Claire y de muchos más.
Llegar a Costa Norte. Julia, Enzo, Zafira, Troy, todos apareciendo en mi vida con diferentes fortalezas y debilidades. El pelear con quién quería ser por meses, el odiar el miedo que causaba en tanta gente. Volver a entrenar, criando a mi hermana, visitando a Claire todos los días. Javier llegando y adelantando mi evolución. Las peleas con Noah, los desacuerdos con los demás, el poder de Marla por sobre nosotros. Su locura y destrucción que causó en la ciudad, la ida de Noah. El despertar de Claire, el cambio y esperanza que fue el poder hacer aquello. La conexión con Noah.
Mi mente había pasado todos los momentos importantes de mi vida, tan rápidos como para no poder procesarlos por completo, pero lo suficiente para no apagar del todo la cabeza. Las imágenes seguían produciéndose, lentamente volviendo hacia atrás, hasta que la última imagen, de mi mamá en mi nacimiento, se borró y frente a mí, aparecí yo.
No yo, Taylin Reed. Frente a mí estaba la gran Supernova, cómo la habían bautizado. Para mí, era...
—Tay.
—Hiro.
Rodó los ojos—: Odio ese nombre y lo sabes.
Era mi reflejo, algo que no había visto de vuelta en muchísimos meses. Estábamos en un lugar oscuro, y la única luz que había nos iluminaba a las dos, perfecta para poder encararnos una a la otra. Yo sentía todavía el pinchazo en la espalda, mis hombros caídos, rendida ante la situación y habiendo disfrutado de esas escenas como un despido. Se decía que veías toda tu vida pasar antes de morir, ¿por eso lo habré pasado? ¿Por qué ese era mi fin?
Hiro frente a mí rio.
—No es tu fin, Tay —dijo—. No aun.
Mi voz sonaba distinta en ella, más monótona, rígida. Lo único que nos diferenciaba, además de sus ojos totalmente consumidos por la luz de su anomalía, era que ella se movía con mucha más confianza de la que yo podría sentir. Se paraba recta, inhumana para ser honesta, y respiraba con tal tranquilidad como si una anti-navita no nos hubiera atravesado la espalda.
—¿Cómo lo sabes? —mi voz tembló al hablar, totalmente contraria a ella—. ¿Qué no es nuestro fin? ¿Qué ahí afuera no siguen lastimándonos?
Se encogió de hombros—: Porque estoy yo contigo. No pueden hacerte daño, no en tu mente.
—No pude protegernos a tiempo...
—No me refiero a eso. Pueden herirte, pueden tirarte abajo, pero; ¿destruirnos? ¿Tratar de apagarnos? —ladeó la cabeza, decepcionada. No sabía si de mí o de la situación—. En este milisegundo, estás cayendo al suelo... momentáneamente. Aproveché esta inconciencia para hablarte.
Fruncí las cejas.
—¿Ahora? ¿Te parece un buen momento? —inquirí, acelerada por toda la situación—-. ¿Nos están masacrando y ahora se te ocurre venir a tomar una tacita de café y hablar?
—No es como si me lo hubieras permitido antes. Siempre tenías prioridades, pensando en el resto, y en las pocas veces que pensaste en mí, no hice más que hacerte caso y ayudar —frunció su boca en una fina línea—. Es sólo un momento de tu tiempo.
—Podrías haberte tratado de comunicar por mis sueños, ya lo has hecho antes.
—Lo estaba haciendo. ¿Quién crees que buscaba a Noah en lo que tu dormías? —estiró una de sus manos y acomodó mi pelo por detrás de mi hombro en un gesto amistoso—. Estaba comunicándome, sólo que no lo que yo quería. Si no lo que tú sí.
Era verdad, ella me había dado las actualizaciones constantes de Noah. Ella era la que tenía el poder de hacer eso. Me hizo sentir egoísta, incluso cuando no verdaderamente pensaba en mí, pero pocas veces había pensado en Hiro como debería.
—Gracias...por lo de Noah. Sé que eres tu la que lo permite, después de todo —adulé a su energía rodeándola, haciéndola sonreír—. Y no es que no quiera pensar en ti, te juro que estoy agradecida de lo que me otorgas y... y que me has protegido incluso de nuevas anomalías que tuviste que batallar.
Se cruzó de brazos—: No fue difícil.
—La humildad no es lo tuyo, ¿no? —me reí.
—Yo sólo reconozco lo que a ti te da vergüenza decir.
Su seguridad y confianza me hacían encoger mis hombros, dándole más la razón de lo que me hubiese gustado. Ella era lo que tenía que reconocer, no yo, sino su poder, su resistencia y todo lo que hacía. Todo lo que era. Hiro era poder puro, una manipuladora de energías que las usaba a su beneficio, y el mío; su recipiente.
—En mi mundo la humildad me mantiene en orden. Aprovecho tu confianza cuando es momento de usarla, no significa que no lo sepa o no lo quiera decir —corregí, tratando de pararme tan recta como ella. Incluso con su comentario (un poco egocéntrico) sonrió con dulzura una vez más. Parecía darle ternura, de alguna manera.
El tiempo parecía haberse detenido, yo ya no estaba tan acelerada, no tenía más que hacer con la anti-navita habiéndonos apagado. Lo único que me preocupaba era empezar a escuchar los gritos de Tom y mi hermana, Claire había mencionado que había sido capaz de escuchar todo. Mi preocupación era algo que Hiro no parecía reflejar. Simplemente me analizaba, con esa sonrisa que tenía, y suspiró.
—Ustedes son predecibles, demasiado diría. Tienen el poder de cambiar su mundo en las manos, de permitirnos una convivencia en paz... —suspiró—. Y en lugar de aceptar un cambio lo pelean, y hablo de todos ustedes. Tú más que nadie.
—¿Yo? ¿Pelearte?
—Tus emociones te limitan, y te respeto, porque... porque son nuevas para todos nosotros —caminó a mi alrededor, sus pasos como eco en dónde estábamos paradas. ¿Cómo era que ella podía verse así de poderosa con solo erguir la espalda? ¿Acaso yo me veía así? —. Quieren, ríen, lloran, odian, envidian, empatizan...aman. Son emociones fuertes que los rigen.
—¿Y ustedes... —tragué en seco—...no? ¿No tienen?
—Somos una entidad, no un cuerpo. No sentimos los abrazos, no comprendemos el sentido de una broma, lógica, o sarcasmo. Yo empecé a entenderlo contigo, tus miedos que me agilizaban, tu corazón que latía tan rápido como para desesperarme —recordó. No fue un reproche, fue más una pequeña admiración. ¿Me estaba criticando o halagando? —. Te guía, te hace actuar... y te limita al mismo tiempo. Peleas sin darte cuenta con mi fuerza
—¿Limitarme contigo? ¿Cómo te estaría peleando yo? —quise saber—. Siempre hago todo lo que puedo- lo que podemos.
—Bien sabes que no es así, puedo comprobarlo con lo que pasó en los últimos minutos —señaló por detrás de ella, en una nube extraña apareciendo el recuerdo de Aiko. Su pelo contornando su rostro, el vaivén de su cuerpo por la gravedad y viento. Un retorcijón me hizo llevar una mano a mi pecho. Hiro miró la escena y después mi reacción—. Esto no podrías haberlo prevenido. Ella iba a morir de una forma u otra.
—Era mi amiga...
—Que la había consumido su propia anomalía y que no pudo controlarla. Las emociones negativas en ellas potenciaron su poder y le otorgaron el control total. De la misma forma que tu te limitaste por todo el cariño que le tuviste a ella —su dedo índice apuntó hacia Aiko. Me acordé de sus celos, lo sola que había estado en varias ocasiones, y peor con Marla dentro de ella. Tuve tanta pena por mi amiga—, es el mismo motor que le dio potencia a su posesión. No muchos como yo quieren convivir y las emociones permiten esto. Tu hermana actuó a tiempo, sino ambas estaríamos muertas.
Parpadeé con fuerza, la imagen de Aiko deshaciéndose.
—Tu dolor te dividió tus propiedades, no pudiste ni ayudar a Tom —la escena de Tom evolucionando apareció a su lado, todavía orgullosa de su logro. Hiro frunció su boca en una mueca al sonreír—. Es fuerte, ya lo has visto, y mira qué tan lejos llegó. Eso es una convivencia que evoluciona.
—¿Y nosotras? —pregunté—. ¿Piensas que no es así? ¿Qué el haber aprendido a viajar por energías para conectar con alguien más no es un avance? ¿El poder sacar anomalías?
Se quedó en silencio por un momento, no por querer darme la razón, sino que había algo en ella que no la convencía. Algo que le faltaba, si para esa convivencia de la que ella hablaba, o para una evolución entre ambas.
—Desde que nos conocemos, desde que convivo en ti, siento que no estoy dando todo mi potencial. Que te retienes, con lógica o no, y lideras más tus decisiones por lo que sientes más por lo que debería ser —contestó. No se enfadaba, con tal planteo que sonaba como una prisionera en mi pecho, más cómo si estuviera hasta confundida—. No sé si es eso lo que necesito, que dejes fluirme por completo una vez...
—No voy a ser una poseída —contesté con dureza, dando un paso hacia atrás. Ella lo vio y no dijo nada, en cambio, dio el mismo paso solo que en mi dirección.
—No quiero conquistar tu cuerpo ni nada de eso, nací en ti y estoy creciendo contigo, pero... —suspiró, aún con muecas perdidas en su discurso—...confía en mí para protegerte. Confía lo suficiente en mí para soltarme un poco.
Fruncí el entrecejo, meneando la cabeza. Toda mi confianza estaba en ella, era en lo que recaía, en lo que me protegía a mí y a los que me importaban. Ya la había soltado una vez y había destruido todo un campamento, la había soltado y asesinado tantas personas cómo nunca había pensado. Y por más que eso me revolviera el estómago, mis valores, mis creencias... sabía que era lo que tenía que hacer en ese momento. No sabía para qué, ni cómo lo serviría ahora.
Pero asentí.
—Confío en ti.
—Bueno —sonrió, su confianza volviendo—. Confía más entonces. Porque me necesitas —sacudió sus hombros, la energía en ella creciendo y acercándose a mí—. Y yo te necesito a ti.
Tan rápido como lo dijo, su energía me rodeó por completo, quemándome en el pecho cómo la primera vez que ingresó en mi cuerpo, encendiendo mis venas en ese color turquesa que conocía, y en lo que volvía a mirarla, se había acercado a darme un abrazo, toda ella consumiéndome hasta que tanta luz me cegó, frunciendo mis ojos y removiéndome para que no quemara tanto mis irises.
Mi mejilla ardió, raspándose. Mis dedos sintieron la misma contextura bajo las palmas de mis manos, rocosas y pequeñas. Todo mi cuerpo estaba apoyado en ella. Escuché la forma en que las pisaban, mi audición por fin apareciendo, y con lo que quedaba de mi oído sano no siendo aplastado en el ripio. Olí la tierra, la sangre, la pólvora de algunas armas. Y después, abrí los ojos.
Mi mano fue lo primero que vi, tan cerca de mi rostro que fue lo primero que mi vista enfocó. Mis uñas sucias, sangre entre mis dedos, y raspones que ya no ardían tanto tras caerme en el ripio muchas veces. Parpadeé más veces y miré por detrás de ella, al fondo, viendo el contexto de la situación.
No sabía cuánto tiempo había tomado de mi "caída" al despertarme. Seguía siendo de noche, los vehículos seguían en sus lugares, y los soldados recién estaban avanzando. Uno pasó por sobre mí sin mirarme bien, ingenuamente pensando que yo era otra caída más. ¿Por qué no lo era?
El calor en mi pecho me recordó mi inmunidad a sus armas. Era inmune a las esposas, había sido inmune al primer prototipo de anti-navita cuando había defendido a Tom por primera vez en la escuela. No podían herirme, no podían tirarme abajo. Hiro tenía razón.
Un llanto me hizo centrar mi mirada hacia adelante una vez más. A lo lejos, el rostro de mi hermana era empujado unas cuantas veces, tratando de hacerla mover, de que no viniera hacia mí, que era su total intención. Detrás de ella, Tom estaba en el mismo estado, desesperado por tratar de venir. No había pasado mucho tiempo, habían sido seguramente pocos minutos. Seguían peleando, estaban por ser subidos a una de las camionetas con las que habían invadido la ciudad. Dos esposas colgaban de cada soldado y peleaban por tratar de ponérselas. No estaban usando la otra arma. Ni ellos se animaban mucho a ser incrustados con la anti-navita, ni los soldados parecían querer hacerlo. ¿De qué les serviría ellos caídos si hacían pruebas en ellos y sus anomalías?
Moví mi mano sobre el ripio, flexionándola con cuidado y comenzando a apoyar mi peso en ella para levantarme. El llanto de mi hermana me inspiró a empezar a recuperar mi fuerza, Tom queriendo protegerla me recordó todo el cariño que tenía por él, por su respeto, y por lo mutuo que era nuestro cuidado. Todo lo que había hecho por mí. Arrastré mis rodillas hasta sentarme en ellas y, respirando hondo con el calor latente en el pecho, hice el último esfuerzo para pararme en mis manos y recuperar mi equilibrio al estar de pie una vez más.
El llanto se detuvo, la voz de Tom también, todo pareció quedarse rígido en lo que por fin estuve de pie. Lentamente levanté la cabeza, las miradas de incertidumbre, de sorpresa, de asombro, y de miedo; todas alimentaron ese calor que, en cuestión de segundos, todos sentirían.
Uno de los soldados, frente a mí y ya con su arma cargada en mano, llamó a Jack Parker. El tipo apareció, que se estaba por subir a la camioneta, y al verme parada, disfruté de todas sus facciones desarmándose en terror.
—Imposible... —murmuró, algo que encendió aún más el calor y empezó a moverse por mi torso, viajando rápidamente a mis brazos y piernas, hasta llegar a todos los dedos de mi cuerpo. Se tropezó al hacer hacia atrás—. Tú...
Sí, yo. Sabía que entendió. Me reconoció.
Una risa me interrumpe, volviendo a mi hermana que se reía con emoción. Parecía loca, que había perdido todo tipo de lógica, pero yo conocía su felicidad. Su alivio. Tom detrás de ella sonreía asombrado igual, recuperando su aliento en lo que admiraba mi despertar. Hubiera disfrutado ese mini momento, de no ser que vi como Jack se agachaba lo suficiente para abofetear a mi hermana, y el calor en mi pecho hirvió tanto que cedí mi control.
Hiro cumplió con su palabra, adhiriéndose a cada parte de mi cuerpo y tomando presencia en lo que me rodeaba por completo de su energía, de nuestra energía. Pude percibir no sólo la que me rodeaba, sino que me permitió percibir todo. Desde la energía dentro de cada soldado, de Jack Parker, de los que estaban detrás de mí. Sentí las energías y anomalías de mi hermana y Tom, removiéndose nerviosas y una con cierta familiaridad que fue más fácil llegar a ella.
Protégelo. No hizo falta que aclarara a quién, vi la forma en la que miró por detrás de ella, justo a Tom, antes de volver a mí y asentir. En lo que yo levantaba mis brazos, la luz surgiendo con más fuerza de mí, volví a escucharla una vez más.
Todo es energía, Tay. Sentí la sonrisa de Hiro como si estuviera contra mi oído. Siéntelo.
Mi movimiento alertó a los demás soldados, que ya estaban rodeándome en un círculo que no tenía salida. Respiré hondo y me dejé caer contra el ripio, mis palmas contra él, y en lo que sentía la textura del piso, Hiro dejó salir la energía, filtrándose en el piso y empujándola con tanta fuerza como para comenzar a agrietarlo.
El piso tembló, las grietas acercándose por debajo de las piedras a cada soldado, no con intenciones de destruir nada, sino que, al paso que las grietas iluminadas empezaban a tener más distancia de mí, más estaba al tanto de mi alrededor. Sentía más presencias, más soldados que no veía, incluso llegué a sentir a todos los ciudadanos escondidos en las cuevas a metros y metros por debajo de mí. Saboreé ese conocimiento, y en lo que ya sabía que comenzaría los balazos en mi dirección, no retuve nada al volver a pararme y abrir mis brazos en par en par.
Hiro hizo lo suyo y salió con tanta fuerza como para barrer todo el radio a mi alrededor en una ola que nadie pudo detener.
Mi oído sano captó poco y nada de lo que pude ver. El barrido fue con tanta fuerza que me permitió ver, por primera vez y sin necesidad de negarlo, cómo los soldados se deshacían en el aire en un grito ahogado que no llegaban ni a soltar. Los vehículos detrás temblaron, mis manos en su dirección y empujándolos con tanta fuerza cómo para hacerlos añicos contra las paredes de los edificios. Las estructuras no sufrieron ningún daño de mi parte, yo estaba centrada en las energías vivas que había percibido. No quería destruir nada unánime. Sólo lo que latía con odio hacia personas como yo.
Detrás de la destrucción causada, otros vehículos fueron vaciados de más soldados y empezó el combate. Uno de ellos lanzó una granada en mi dirección, que por más que aterrizó en mis narices, no me causó ningún daño en lo que explotaba y su fuego lo expulsaba hacia los soldados más grandes. Caminé entre las llamas que acariciaban como si nada, pensando en Noah, en lo que el calor me consumía y seguía caminando entre los cadáveres quemándose, los vehículos destruidos, y esperé a que vinieran los demás.
No llegaban ni a tocarme. Mis pasos eran tan firmes, tan confiados, y la sonrisa que lucía sutilmente en mis mejillas sabía que no era mía. Hiro estaba en su libertad, compartiéndome de esa confianza con la que la había visto en mi mente, las manos moviéndose como nunca y ganando cualquier enfrentamiento que se le cruzara. Terminé de saborear el control que le había cedido y me había permitido, cuando un soldado trató de acercarse, y en lo que ella giraba y tironeaba sus manos como si tuviera una soga en el medio, el cuello del soldado, a dos metros, copió el movimiento. Le había roto el cuello en un pensar.
El centro de mi pecho ardía y me consumía, un calor abrasivo que me hacía pisar más fuerte, más decidida, y en lo que me apoyaba aún más en Hiro, más se concentraba. Podría considerarlo hasta doloroso, ya lo había sentido la primera vez que había soltado mi anomalía, pero no era más que algo que necesitaba para hacer lo que tenía que hacer. Así que seguí dándole libertad a lo que corría por mis venas, por mi pecho, y por mi mente. Sabía que no tenía que volver a retenerlo nunca más si significaba que, ese poder, podría ser la solución de todo conflicto.
Para un punto, comenzaron a correr. Siquiera quisieron volver a los vehículos que quedaban, camionetas y jeeps que me trajeron nostalgia. Fruncí la nariz, no queriendo ceder a ese recuerdo. Ellos también lo habían matado a él, a Jamie. Y yo no había podido hacer nada al respecto, tan débil y novata, negada a creer lo que verdaderamente era. No lo sabía en su momento, pero ya sí.
Levanté mis brazos, sintiendo el metal de cada vehículo en mis manos, y en un temblor suave, cada uno de los vehículos se elevó en el aire. Soldados que quedaban en ellos se lanzaron al piso, rompiéndose extremidades en el proceso, y los que quedaron, no duraron mucho más que los demás. Lancé cada vehículo hacia los que se querían escapar, los motores explotando por el impacto y otros aplastando a los demás. Las balas no me llegaban en lo absoluto, se deshacían apenas estaban a un metro de mí. Dejaron de intentarlo, por no querer perder munición o porque sabían que no funcionaba.
Por encima de mí, dos avionetas aparecieron. Una de ellas seguía teniendo sus caños frontales congelados. La otra no y trató de balearme en una lluvia de tiros, cada una deshaciéndose en el aire. Sonreí, Hiro riéndose en mi interior, y en un inclinar de mi mano, la avioneta chocó con la contraria y sólo las empujé hacia los demás soldados que seguían corriendo para también terminar de atraparlos.
Era una vergüenza decir que estaba disfrutando de ese momento, de la manera en la que corrían, que fracasaban en tratar de derrotarme, o que sabían que estaban perdiendo de los suyos. Habían hecho lo mismo con los míos, habían disfrutado de esa victoria, de ese falso poder que les otorgaba para tratar de pasar por sobre nosotros. Hiro había tenido razón también cuando había dicho que peleaban con una convivencia que podría haber sido pacífica, que podría haber ayudado. Y, con las fuertes emociones que había comentado y sentido, no había entendido la razón humana.
A todos nos limitaban y regían nuestras emociones, lo que sentíamos, por sobre lo que pensábamos. La envidia, la necesidad de poder, el hambre por querer ser algo o alguien. Tanto a los anómalos nos había aterrado, atosigado y nos había hecho esconder, a ellos los había vuelto los perfectos cazadores. Ambiciosos, hambrientos y envidiosos. El problema era cuando un anómalo se volvía como ellos, con esas mismas características. Podría ser invencible. Yo estaba siendo invencible.
Llegamos a la entrada de Costa Norte, soldados empezando a meterse por el bosque y, pensando en que estaban protegidos, tiroteaban desde ahí. Los empujé con tanta fuerza, en un empujón de uno de mis dedos, que el mínimo choque los envió a su tumba. El calor vibró con más fuerza en mi pecho, revolviendo mi energía con más fuerza y presionándome a continuar. Volví a sentir el piso, las grietas iluminadas viajando más rápido, y encontrando más soldados huyendo. Los atraje a todos, los que estaban en el bosque quebrándose con los troncos, hasta que caían de mi agarre cuando su corazón se detenía. Muertos no me servían, y vivos tenían sólo un futuro. El mismo que todos los que estaban ahí.
Empujé los vehículos que estaban en las calles contra los troncos, ya escuchando el sermón de Claire sobre dañarlos, y en lo que el impacto terminaba con mucho de ellos, otros se animaban a salir del vehículo y enfrentarme. Mi pecho parecía haberse tatuado con la sensación de fuego en él, de calor, y en un empujón de mis hombros, los soldados se volvieron a deshacer en el aire.
El rugir de muchos motores se empezó a acercar en mi dirección, uno de ellos por detrás de mí, otros dos frente a mí. Rápidamente desvié uno de ellos, que venía con la velocidad suficiente para querer arrollarme, y fácilmente terminó hecho añicos al rodar por sobre mí y colapsar contra otra tanda de árboles.
Cuando quise ir hacia el segundo, que venía con la misma intención, lo que parecía ser un tipo de explosivo pasó rápidamente por sobre mi cabeza e hizo explotar el auto. Lo detuve en un ademán, enviándolo hacia atrás. Me giré interesada, empujando el humo de la destrucción que estaba causando hasta enfocar al causante del explosivo que no se había visto tan accidentado.
Una camioneta apareció, detrás de ella, muchos más y hasta algún que otro bus que reconocí. No fue eso lo que me hizo sonreír ni ilusionarme, sino al ridículo de Jacob parado en el techo de la primera camioneta, lo que parecía ser una bazuca colgando de su hombro, y sus brazos abiertos como si fuera el rey del mundo.
—¡Qué lindo es ser recibido por tu luz, Taylin!
Me reí tan alto que me olvidé de mi alrededor.
Los anómalos rescatados habían llegado.
Otro explosivo de la bazuca salió de Jacob, rozándome la cabeza una vez más, y logró derribar uno de los vehículos que había sobrevivido en uno de mis empujones. Hice el ademán para que entren los vehículos, que siguieran de largo, y en lo que algunos hacían caso, otros eran vaciados y corrían hacia mí, pasando cerca y siguiendo de largo para pelear con los soldados que quedaban y se atrevían a volver.
Jacob se deslizó por el capó de la camioneta, y apenas su pies estaban en el piso, me tenía a mí colgando de sus hombros, abrazándolo con fuerza. Él hizo lo mismo, palmeando mi espalda.
—¿Llegamos tarde para la fiesta?
Me alejé de él y encendí mi cuerpo entero de vuelta.
—Queda algo para disfrutar —le sonreí y señalé por detrás de mí, extasiada y con la adrenalina nublando cualquier otro sentimiento—. ¿Quieres bailar conmigo?
Un compañero de la camioneta donde venía le lanzó otra arma y el la agarró en el aire, atrayéndola con su anomalía. Sus ojos brillaron plateados.
—Tango, bebé.
Y en lo que yo nos cubría de vuelta para poder adelantarnos, él y algunos rescatados nos siguieron. Los soldados no duraron mucho más, si ya antes conmigo era difícil, con los demás era una total pérdida de tiempo y vidas. Y así fue, cada uno exterminado no por algún anómalo o aliado, sino por su propia negligencia. Su negación al cambio, a todo.
Cuando todo pareció terminar, Hiro dejó de arder en mi pecho. Se rio un rato, disfrutando esa libertad, y en lo que susurraba un al fin, volvió a guardarse en mi pecho. Palmeé la zona que me ardía con cariño, agradeciéndole. Me había salvado el pellejo varias veces ya y me había permitido salvar a todos los demás.
En lo que volvíamos a entrar a la ciudad, nuevos rostros bajaban de las camionetas y buses. Otros viejos, felices de volver y que ya corrían por las calles en busca de los demás. Para no chocarnos a nadie, con Jacob nos trepamos por algunos vehículos que quedaron, intentando cruzar las calles sin chocar con la desesperación, necesidad y más ingredientes de la sopa de celebración que se estaba armando en Costa Norte. A lo lejos, en una esquina y alejados de todos los reencuentros, reconocí a Tom cargando a mi hermana en sus brazos. Para calmarme, apenas iluminé mi mano y la levanté para llamarle la atención, me sonrió aliviado.
Me apuré hacia ellos, cruzando por sobre los vehículos, y con Jacob usando de plataformas algunas sobras, fue más fácil. Caminamos por sobre todos los encuentros, los metales creando un camino para nosotros, y en lo que llegué adelante del gemelo, me lancé a abrazarlo a ambos. Con uno de sus brazos, me aferró a él con fuerza.
—Pedazo de maravilla que eres, Taylin Reed —susurró contra mi oído, dejando un beso en mi cabeza. Al separarnos, miró a mi hermana inconsciente en sus brazos—. Seguirá tus pasos.
—¿Qué le pasó? —la agarré del rostro, acariciando su mejilla hinchada por la bofetada que había recibido. Tom la apoyó en el piso para que pudiera abrazarla. Vi sangre debajo de su nariz, indicándome que era suya—. ¿Está bien?
—Sí, está bien. Está procesando lo mismo que tú la primera vez que conectaste con tu anomalía —sonrió, su asombro aún en su mirada—. Me cubrió de ti, de la ola que lanzaste, y fue demasiado fuerte con ella. Llegó a empujar a Jack lejos de mí, causándole dolor, y me cubrió. Apenas terminó, se desmayó. Me quedé con ella por las dudas.
Sonreí, acariciando el rostro de mi hermana. Tom por fin miró por encima de mí y reconoció a nuestro amigo. Se puso de pie tan rápido que casi atropella a Jacob en un abrazo.
—¡Yo también te extrañé, maldito helado!
Gritos alegres de fondo me hicieron levantar la cabeza, para justo ver cómo las personas, que estaban escondidas de las cuevas, habían vuelto a subir de a poco. El reencuentro entre algunas de ellas era emocionante, amigos aferrándose a otros, familia volviendo a estar unida una vez más. Entre ellas, corriendo desaforada, Claire se estaba haciendo paso por toda la muchedumbre. Julia trataba de detenerla, pero en lo que su hija era más rápida, se ayudo a levantarse con unos arbustos que estaban por ahí.
Apenas me reconoció y a la figura que estaba detrás de mí, formó un tipo de tobogán con las raíces para deslizarse donde estábamos y correr hacia nosotros. Nos fundimos en otro abrazo que me hizo reír aliviada, un poco adolorida al paso del tiempo, pero feliz. Tom se acercó también cuando nos separamos, los dos dándose un beso suave que me hizo mirar para otro lado, justo hacia Jacob.
No había notado que su boca estaba abierta, mirando a Claire, y fue que entendí que él no sabía que estaba despierta. Que había cura.
—¿Claire?
Ella se separó del gemelo para volverse en dirección de su nombre, y apenas reconoció a Jacob, que en una segunda mirada notaba su bajo peso, cicatrices en sus brazos y pelo totalmente descuidado, corrió hacia él para atropellarlo en un abrazo. Jacob hizo lo mismo.
—¡Jay!
Por detrás de Tom, aparecieron Luna y Anna, que la primera corrió hacia Jacob y también lo abrazó. Anna sonrió con alivio, algo en ella alegrándose por ver a su prima recuperar a su amigo. Yo, en cambio, di pasos cuidadosos hacia mi hermana. Cómo si estuviera en peligro. El recuerdo volvió a mi mente. Era cuestión de tiempo antes de que la encontraran a Aiko.
Pero por el momento, sólo me quedé con mi hermana, apoyando su cabeza en mi regazo y acariciando su pelo, esperando a que volviera a reaccionar. Más reencuentros, más alegría, más ardía la quemadura en mi pecho. La causante de la salvación. Dedos me habían señalado, más para las personas que habían salido de la cueva, y mas sonrisas venían en mi dirección. Agachaba la cabeza con cada una, teniendo que limitar cierto ego que se asomaba por mi mente. Hiro estaba contenta de haber tenido razón.
Entre toda la gente, un rostro familiar me hizo levantarme de golpe, mi hermana deslizándose al piso. Rápidamente le pedí a Tom que la cuidara, algo que se acercó a hacer, y en lo que yo empujaba a algunas personas, me paré frente a la mujer, tomándola del rostro.
—¡Zafira!
Me tomó de mis mejillas con el mismo ímpetu.
—¡Oh, hermosa! —sonrió—. ¡Que alivio es verte sana!
La abracé con fuerza, contenta. Después fue que pensé en Troy, en Doc, que seguramente estaba con él. Su casa en el bosque debía estar escondida del planeo aéreo con todos los árboles que la rodeaban y no había sido atacada. El Doc y él debieron de haberse refugiado ahí. Pensar en su hijo me trajo a la realidad de que tenía que decirle que había pasado, de la verdad de su situación.
Cuando quise abrir la boca, un grito espantoso me hizo darle la espalda. Era una niña pequeña que señalaba hacia arriba, cerca de ciertos escombros, y tragué en seco al reconocer qué era lo que veía. Julia, que estaba cerca, miró lo que espantó a la niña y se tapó la boca con una de sus manos.
Incluso habiendo ganado la guerra, sentía que había perdido una parte de mí. Y mi hermana había perdido una parte de ella, incluso si todavía no lo supiera.
N/A:
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