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El edificio se balanceaba, las luces sobre nosotros titilando por el ataque y los muebles deslizándose al compás del edificio. Mis sentidos seguían adaptándose de vuelta a mi cuerpo, mi cerebro encendiendo parte por parte hasta poder recuperar acciones básicas como deslizarme debajo de la cama con los otros dos cuando parte del techo comenzó a quebrajarse y caer de a pedazos.
Los sonidos vinieron después, la alarma de emergencia atacando mis oídos y paralizando todo mi cuerpo en un shock que no sentía desde hacía meses. El pelo de Claire se metió en mi boca cuando me apretujó contra el gemelo, que intentaba mantenernos a ambas debajo de la cama, y sólo cuando una mano de hielo se deslizó por mi mano fue que me giré por completo hacia él.
Los dos parecíamos perdidos, dudaba que él hubiese presenciado el encuentro con Noah o si había sabido que al menos lo había logrado, pero con nuestras mentes volviendo a una normalidad, lo único en que pudimos concordar en esos primeros minutos que habíamos vuelto a ese desastre, era que teníamos que salir corriendo de ahí. Ya.
Fui la primera en salir, cerrando los ojos con fuerza para evitar que el polvo de la destrucción llegara a mis ojos, y estirando uno de mis brazos hacia arriba, logré hacer un haz por sobre nosotros, cómo un paraguas, cubriéndonos de lo que caía. Grité para que salgan, mis palabras casi inaudibles con las explosiones que siguieron, lo que me hizo tambalear más en el temblor que causaban. Tuve que volver a agacharme, y con mi mano sobrante, tirar de Claire hacia afuera y que Tom la siguiera.
En mi mente tuve que empujar el recuerdo de Noah lejos, mi instinto de supervivencia tomando protagonismo y guiándome por el resto del departamento para que mis amigos estuvieran en mis talones y juntos saliéramos de ahí. A mi favor, lo hicieron, y cubiertos con mi escudo, logramos salir al pasillo. Sentí mis rodillas temblar al ver a Morgan en él, con Simo a su lado y abrazados en busca de protección mutua.
Me apuré hacia ellos, tomando sus brazos y levantándolos en un tirón tan fuerte que estaba segura de que habría dejado una marca sin querer. Volví a gritar, ordenándoles que corrieran fuera del edificio, y lo entendieron más por mis empujones hacia las escaleras que por mi voz. Una ola de residentes de ese edificio bajaba y corría por cada escalón, desesperados y sin importarle el de al lado. Tuve que tomar a mi hermana y a Simo en un agarre aún más fuerte que el anterior para no perderlos de vista. Sentía que tenía la cabeza aún dividida, guiándome únicamente por el instinto de salir de ahí lo antes posible, en lo que aún procesaba el haberme comunicado con Noah y ahora tener el ejército en la puerta de nuestra ciudad.
Al terminar de bajar, entre más explosiones y temblores, los gritos de agonía se filtraron en mi pecho hasta darme más que escalofríos. Me revolvieron el estómago.
La puerta de entrada había sido volada por una de las explosiones, el lobby todo desarmado y caído, sus objetos tropezando los pies de muchas personas que ni miraban por dónde iban. Habré levantado cada brazo que no hubiera sabido si ya antes lo había parado. Atravesamos la puerta con la misma desesperación del resto, mis manos empujando a los chicos frente a mí, y apenas salimos a la calle, pude ver cómo todos corrían en una sola dirección. Contraria a la entrada de la ciudad, dónde el ejército se estaba haciendo paso. Pocos iban en la otra dirección, todos ellos pertenecientes a las nivelaciones. Las únicas personas capaces de defender la ciudad. Iba a seguirlos, tenía qué, pero primero tenía que poner a salvo a los demás.
Comprendí que los demás, humanos o que no tenían con qué defenderse, estaban dirigiéndose hacia las escaleras del acantilado cuando seguimos la multitud, Julia parada cerca de la bajada y señalando a los demás para que continúen con su camino. Desde lejos, la frustración y desesperación se escondían detrás de su faceta de líder. Fácilmente reconocí el alivio de Claire a mi lado, viendo a su madre sana y fuerte al ordenar a toda su ciudad para mantenerlos a salvo.
Al acercarnos, pude oír lo que decía por sobre las alarmas que seguían sonando con fuerza y avisando del peligro, más allá que las explosiones eran avisos suficientes.
—¡A las cuevas! —exclamó—. ¡Bajen a la playa y métanse en las cuevas!
Brevemente recordé haberlas visto, aperturas angostas que debían tener una profundidad suficiente para que la líder quisiera usarlas cómo búnker. Sería más difícil atacarnos por un angosto paso que en el espacio de la ciudad. El ritmo en mi pecho aumentaba en lo que corríamos hacia dónde decía, pero sabía que yo no era de las personas que necesitaban ser protegidas. Yo era justamente lo que debía darles protección.
Una explosión a mi lado nos derribó, mis rodillas raspándose contra el ripio y tapando el cuerpo de mi hermana y Simo cuando otra cayó cerca nuestro. Tosí la tierra que entró en mis pulmones al respirar, y entrecerré los ojos al animarme a mirar el cielo oscuro. Pequeñas luces rojas titilaban por sobre nosotros, lo único que pude reconocer en la noche que se nos presentaba. No sabía ni qué hora era, ni cuánto tiempo había pasado en la mente de alguien más, pero estaba segura de que la emboscada habría sido planeada en madrugada. Con la luna mucho más lejos de en lo más alto, lo confirmé.
Un hilo de humo salió de uno de las avionetas por sobre nosotros, y fui rápida al cubrir la zona que calculé donde caería. En lugar de sólo protegerla, apenas deduje el contorno de lo que sería el misil, apoyándome en mis rodillas, hice fuerza para enviarlo hacia atrás, desviarlo de nosotros. El segundo avión estaba más cerca, el misil atrapándolo, y estallando en el cielo como un fuego artificial antes de caerse y desaparecer entre las olas del océano.
Con uno menos, el otro avión notó la defensa, y en lugar de enviar otro misil, abrió fuego en su delantera. Era como una lluvia de balas que empezó un camino derecho hasta dónde estábamos nosotros, mis manos listos al formar otro escudo aún más grande frente a nosotros, y una ráfaga de frío a mi costado me hizo jadear por el cambio de temperatura abrupto.
Fue un rayo directo hacia el nacimiento de los balazos, congelando el arma e inhabilitando que siguiera atacándonos. Rápidamente, el avión se giró antes de volver a recibir más daño. Miré a Tom a mi lado, sus ojos bien azules, y ayudó a levantar a mi hermana y Simo que seguían asustados en el piso. O bueno, al menos el chico parecía así. Mi hermana tenía su energía rodeándola con fuerza, defendiéndola y ella teniendo cierta postura lista para defender.
Su mirada me dio miedo, reconocía el sentimiento que había en ella. Que había nacido del terror que había sentido tantas veces y que en otras circunstancias la había visto actuar sobre él. Era el mismo instinto que compartíamos, pero que no iba a permitir que volviera a hacer algo por él. No todavía.
Antes de que pudiera gritarle algo, un cuerpo exhausto chocó con mi espalda. Al girarme, Drea peleaba con sus dos mellizos llorando histéricos en sus brazos. Los pobres pequeños estaban prácticamente hechos de estatuas, y su mamá peleaba con el peso cambiante de ambos. No llegó a decirme nada, lágrimas le cubrían las mejillas y el susto no le permitía hablar. Lo único que hice fue dormir de vuelta a los mellizos, deslizando con más fuerza mis manos por sus frentes de piedra, y saqué a Jamie de sus brazos para cargarlo yo. Sus cuerpos, más desmayados que dormidos, volvieron a la normalidad.
Caminamos el corto trayecto hacia las escaleras, y en lo que escuchaba nuevos tiros provenir de las calles más lejanas, sabía que no podía bajar. No podía esperar más ahí. Terminé dándole Jamie a Claire, que curiosa me miró sin entender por qué le estaba dando el bebé. La empujé suavemente hacia la escalera.
—¡No puedes quedarte acá! —le dije, sabiendo que no la pondría contenta—. ¡Tu anomalía sigue delicada! ¡No puedes defenderte con ella! ¡Baja con los demás!
—¡Pero...!
—¡No puedo perderte otra vez! —le pedí—. ¡Por favor! ¡Por nosotros!
Apretó su mandíbula con fuerza, aferrando a Jamie para taparle la cabeza apenas escuchó los demás tiros. Había empezado una pelea en las otras calles, debía apurarme, y ella lo sabía. Sólo asintió, acercándose para abrazarme rápido, aun en desacuerdo a pesar de que sabía por qué se lo estaba pidiendo.
Se apuró a Tom y lo agarró rápido del cuello para darle un beso. Tom tampoco debía bajar, y si yo quedaba arriba, él no podría quedarse abajo. Me seguiría para pelear conmigo. Me hubiera encantado que lo hiciera, también mantenerlo lejos del peligro, pero si había algo que compartían los gemelos Parker, era su testarudez.
Claire nos miró a ambos y abrazó a Jamie.
—¡Más vale que vuelvan a mí! —pidió, sus ojos cristalizados, y girando con los demás, empezó a bajar las escaleras. Drea bajó con ella. Reconocí, cerca del primer barandal de la escalera, que Julia había visto toda la escena. Mantuvo su semblante serio en lo que me miraba, y a mi sorpresa, dio un asentimiento largo en mi dirección. Estaba agradecida por lo que había hecho, concordando juntas una vez más en mantener lejos del peligro a su hija.
Simo había encontrado a su hermano cerca de la líder, y rápidamente fue ordenado a que bajara con los demás. Mi hermana seguía detrás de mí y la llevé hacia los escalones. Ella se negó.
—¡No! —dijo—. ¡Puedo pelear! ¡Puedo ayudarte!
—¡No, no puedes! —no era el tiempo para discutir con ella, pero tenía que entenderlo—. ¡Baja con los demás! ¡No te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando también! ¡No me lo discutas!
—¡Pero, Tay...!
—¡Sin peros, Morgan! —estallé, desesperada y comenzando a enojarme—. ¡Baja ya!
Nunca le había gritado a mi hermana de esa manera, mi frustración habiendo ganado lo mejor de mí y vociferando lo último con tanta fuerza que hasta ella dio un paso hacia atrás. Murmuré un por favor, no queriendo perder más tiempo ahí, tenía que proteger la ciudad, y eso la protegería a ella. Fue otro misil golpeando contra uno de los edificios lo que la hizo reaccionar, abriendo su boca para contestarme, y sólo la detuvo Simo que había vuelto por ella. La tomó de la mano y la arrastró con él, obligándola a que lo siguiera. Por suerte, ella lo hizo, sin decirme nada, sólo girándose en sus talones para comenzar a bajar las escaleras. Tragué la culpa que sentía por haberle gritado así y me centré en el problema del momento. Julia había bajado con ellos, directo a calmar y organizar a la gente abajo.
Corrí con el gemelo, de vez en cuando volviendo a mirar al cielo para asegurarme que no caería otro misil sorpresa. Había reconocido dos aviones, no significaba que no hubiera un tercero o un cuarto. Mi vientre se revolvía en un nudo que me dolía, que tensaba todo mi cuerpo, y todo empeoró cuando llegamos a la calle principal, y tuvimos que escondernos detrás de un viejo puesto cuando unos balazos llegaron en nuestra dirección.
Agachándome por el costado, al inclinarme pude ver mejor el panorama de la situación. Entre el polvo que volaba por el aire por la destrucción y caída de edificios viejos alrededor, era difícil poder encontrar las siluetas de los causantes, sólo sus pasos en el ripio siendo escuchados. La ola de balas se había detenido por un momento, los anómalos y humanos que defendían escondidos entre los escombros, preparándose para atacar en el momento adecuado. A mi lado, Tom congeló sus manos.
Me acerqué a él, con cuidado de no hacer ruido.
—Estaría bueno que uses esos puños de hielo que hiciste aquella vez.
Frunció las cejas—: ¿Qué puños?
—Cuando trataste de matarme, con Marla en tu cabeza, tus puños eran de puro hielo y agrandados por muchas capas más —señalé sus manos—. Fuiste difícil de pelear.
—¿Y por qué nunca mencionaste que podía hacer eso? —se quejó, mirando sus manos—. Hubiese sido bueno haberlo practicado.
—Pensé que sabías.
—Estaba siendo controlado.
—¿Y qué sabía yo que tu cabecita no lo sabía y Marla lo supo?
—¿Acaso alguna vez-?
—¿En serio se van a poner a discutir ahora? —una tercera voz apareció del otro lado, unos escombros más atrás, la cabellera rojiza de Anna se asomó al inclinarse en nuestra dirección—. Cállense y ataquen, tarados.
Para cuando volví hacia mi lugar, con la intención de espiarlos, fue que pude al fin ver el contorno de las figuras de los soldados. Caminaban con cuidado, un arma en alto, y dando una respiración onda, desaparecí en el aire apenas me apuré a correr hacia ellos. Detrás de mí, alguien siguió, pero no di mucha importancia en lo que atacaba al primer soldado frente a mí. Con mi puño en alto, mi energía rodeándolo y siendo el único indicio de mi presencia, el soldado frente a mí ni llegó a reaccionar antes de golpear su cabeza contra un escombro después del golpe.
Su caída significó que la segunda ola de balas empezara.
Rodé por el piso hasta volver a esconderme detrás de otro escombro, en lugar de esperar arrodillada ahí, seguí corriendo hasta darle la vuelta y atacar por otro lado. Más balas salieron, y más anómalos empezaron a salir de sus escondites para emboscarlos con cada confusión que encontraban. La calle que tantas veces había transitado para moverme con seguridad se había vuelto un nuevo campo de batalla. Me llevó de vuelta hacia el campamento, cómo lo habían infestado de la misma forma que lo estaban haciendo ahora.
Hirvió más la sangre en mis venas, calentando mi energía hasta sentirla más a flor de piel, golpeando y empujando soldados hasta que sus cuerpos no se levantaran del piso. Estaba más allá de la culpa, del horror de mis acciones. Sabía los sacrificios de tener que defender tanto a lo que me rodeaba, como a mí misma.
Entre los edificios, más integrantes de la ciudad lograban escapar de ellos y corrían hacia las escaleras de la playa. Estábamos tratando de mantenerlos lo más lejos posible de ahí, incluso si fuera más difícil llegar a ellos, no teníamos por qué darle la chance. Con cuidado los fuimos ayudando, yo más que nada, tomando algunos de las manos e invisibilizándonos entre todo el desastre para ayudarlos a que lleguen más rápido.
Sabía que estábamos llevando cierta delantera, sin poder avanzar sobre ellos, pero cada soldado que cruzaba era derribado por alguien de nuestro bando. Entre todos, el que más derribaba soldados era Enzo, en su forma de lobo gigante y que era tan veloz, feroz y fuerte, que no llegaban ni a lanzar una bala que ya tenían la cabeza, literalmente, en otro lado. El gemelo los volvía esculturas y los destruía en el momento, no animándose a que avanzaran más de lo que podían. Anna parecía una ninja, literalmente hablando, en lo que saltaba de soldado en soldado, sin darles una chance de respiro. Los demás daban todo de sí también, dificultando el paso de los soldados.
Tom y Anna se adelantaron con Enzo, aprovechando los espacios libres que había con cada soldado caído. Yo seguí ayudando a la gente, corriendo ida y vuelta, eliminando los soldados que hacían un mínimo paso en dirección del precipicio. En el último grupo, reconocí a Aiko, arrodillada detrás de los escombros y golpeando su cabeza contra sus rodillas. Podríamos aprovechar su grito ahora, que los derribara en esa onda.
Le agaché frente a ella, tomándola de su cabeza para que me mirara. Tenía sus ojos fruncidos, apretados entre sí.
—¿Qué pasa, Aiko? —pregunté, sacudiéndola un poco para que reaccionara. Se mantuvo igual, todo su cuerpo temblando. Shock, pensé. Rodeé mi hombro con uno de sus brazos, una punzada en mi pecho alertándome del peligro a mis espaldas, e invisibilizándonos en el camino, la aferré con fuerza—. Bien, bien. Te llevaré con los demás, no pasa nada...
Sabía que nuestra relación seguía tensa desde su lado, pero desde el mío, la quería cuidar más de lo que antes había hecho. Así que arrastré su cuerpo con cuidado, sus pies fallando más de lo normal, sus nervios actuando peor de lo que esperaba. Llegamos a doblar entre otros edificios, acercándonos hacia la escalera de la playa, y cuando pensé en qué manera iba lograr a que bajara los escalones sin mi ayuda, todo el piso en el que estaba tembló de una forma abrupta.
O bueno, eso fue lo que se sintió por un milisegundo antes de que mi cuerpo chocara con fuerza contra la tierra del ripio, alejándome de Aiko como si me hubiesen impulsado lejos. Ella terminó para el otro lado, ambas rodando sobre el ripio y gruñendo del dolor, las piedritas bajo nuestro cuerpo incrustándose donde la piel no estaba tapada. Tuve que agitar mi cabeza al pararme, un mareo apoderándose de mi cabeza, una vez más mi pecho comprimiéndose, más peligro cerca, pero cuando me giraba no encontraba el causante. Sólo veía a otros anómalos que también habían sido derribados.
¿Qué había sido eso?
Escuché cómo Aiko empezó a recomponerse, peleando por pararse, y su nueva fuerza me confundió. Me quise parar con la misma velocidad, mis rodillas ardiendo por la caída, y di un paso hacia ella.
—Aiko... —alargué, cuidadosa de mi tono de voz. No quería llamar a nadie más—. ¿Estás mejor? ¿Estás para pelear?
Estaba de espaldas a mí, toda su postura recta, y en lo que yo seguía acercándome, el ripio delatando mis movimientos, fue que giró su cabeza hacia mí. Sus ojos brillando con su anomalía, y algo nuevo que me hizo hacerme hacia atrás con mucho cuidado.
Las venas debajo de sus ojos brillaban igual.
El aire se comprimió en mi pecho.
—¿...Aiko?
Ella abrió la boca, y largó el grito suficiente para que mis oídos estallaran en una agonía que me derribó fácilmente al piso. Todos mis pensamientos se afilaron, punzantes contra mis sesos, y mis dedos trataban de tapar mis orejas y proteger mis tímpanos. A mi favor, sirvió, mi energía rodeándolo y ensordeciéndome. El dolor bajó un poco, permitiéndome pensar en lo que acababa de presenciar y volviendo a activar mis sentidos en una sola cosa, en la persona que estaba por abrir su boca de vuelta.
Era una poseída. Se había vuelto una poseída.
Por instinto la hice hacia atrás, derribándola contra unos cuantos escombros y caños deformados por la explosión. Fui suave, no era ella quien me quería dañar, no era Aiko en sí. El problema era que no sabía cómo detenerla, los demás estaban deteniendo la emboscada, otros estaban abajo protegiendo a los que se habían refugiado, y yo sabía que no podía llevar un nuevo problema para ningún lado. Tenía que encargarme yo. No sabía ni por dónde empezar, no podía permitir que nadie la dañara sólo por su condición. Mis dedos temblaban, mirando desesperada a mi alrededor. No podía hacer lo mismo que con Javier, el otro poseído. No podía tomar la chance de desmayarme y adaptarme a una nueva anomalía en ese momento.
Aiko se volvió a parar de mi empujón, su mirada aún más asesina en mi dirección. La distancia entre nosotras me dio tranquilidad, tenerla cerca podría estallar mis tímpanos sin que pudiera volver a protegerme rápidamente. Respiré hondo. Analicé su posición, y por un milisegundo, traté de penetrar su mente, de escucharla.
Por primera vez, no gritaba. No tenía esa barrera de gritos que varias veces me había expulsado lejos. No, aquella vez era distinto. Eran todas sensaciones, no palabras, sólo un odio latente, ajeno y vibrante en su cabeza que la hacía actuar, que le fomentaba sus demás emociones, que las oscurecía. Yo no había podido estar en la mente de Javier, pero si se escuchaba igual, habría pensado que su ataque hasta tenía lógica.
No fue difícil darme cuenta de que era su anomalía hablando y sintiendo, no ella. Eso era la que oscurecía sus pensamientos. Tenía que buscar la forma de protegerla, de la única manera que sabía hacerlo. Y eso implicaba acercarme.
Tenía que ser rápida, que no me viera, lo que hice al instante. Me camuflé en el aire, deslizando mis pies con cuidado sobre el ripio para poder acercarme, y estaba cerca de hacerlo. Me detuvo su segundo grito, debilitando mis rodillas, y para peor, con sus manos pudo guiar las ondas que este causaba sólo hacia mí. Me hizo caer hacia atrás, en mi distracción apareciendo de vuelta, y ella fue veloz al acercarse. Yo intenté arrastrarme hacia atrás, alejándome de ella a pesar del dolor.
Sentí un líquido caliente derramándose por mis orejas, mis tímpanos sufriendo más daño de lo esperado, y de no ser que otra vez la tierra tembló, hubiera perdido ambos. Uno de ellos ya no me permitía escuchar, un pitido fuerte contra él que me inhabilitaba de oír nada más. Estaba perdiendo la audición en uno de ellos.
Tras el segundo temblor, las rodillas de Aiko chocaron con el piso por el desbalanceo, y a mí me volvieron a impulsar hacia atrás. Eran como un tipo de zumbido que nos expulsaba, nos derribaba. Gritos de la calle donde todos peleaban se hicieron más presentes, aumentando mi (muy atolondrado) ritmo cardíaco. El temblor provenía de ahí. Los soldados lo estaban causando.
No tuve mucho tiempo de recuperarme, me dolía la cabeza, los oídos, y el perder parte de un sentido me había embobado. No sabía ni dónde estaba parada, trataba de parpadear y así poder concentrarme en mis alrededores, pero sólo conseguía reconocer el cielo oscuro, las estrellas, algunos edificios, y Aiko viniendo hacia mí con su boca abierta, lo que me volvió a hacer hacia atrás.
Dejé de sentir el piso en mis pies y mi cuerpo se balanceó hacia atrás, rápidamente agarrándome de lo primero que encontré cuando sentí el tirón de la gravedad tirarme hacia abajo. El golpe de mis brazos contra la roca del precipicio me hizo ahogar un grito, reconociendo mi cuerpo colgando por sobre varios metros sobre el mar, agarrada de un trozo de tierra con mis antebrazos. Y una muerte segura en caso de ceder a la gravedad.
Peleé contra ella, pateando el aire como si pudiera escalarlo y fracasando en el proceso. Aiko se acercaba aún más, sus ojos aún brillando. Colgando desde dónde estaba, no iba a poder ayudarla, y estaba lejos de ella hacer algo por mí. Mis ojos picaron, el dolor en todo el cuerpo y la desesperación tomando protagonismo.
—Por favor... —le pedí—. No...no lo hagas...
Sabía sus intenciones, las estaba dejando claras en sus últimos minutos, y si había intentado de pelear esa intrusión que sentía, pero mis alternativas se habían acortado en cuestión de minutos. Era yo la que pendía de una decisión ahora, y por cómo Aiko seguía mirándome de la misma forma que su posesión le decía que lo hiciera, ya había sido tomada y no a mi favor.
Enterré mis uñas en la tierra.
—Por favor, por favor, por favor... —lloriqueé del dolor, peleando mi agarre para no caer. Desde mi oído sobreviviente, las olas golpeaban con fuerza debajo de mí—. Por favor...
Cuando empecé a pensar sobre si sería mi final, algo volvió a cambiar. No fue esa onda extraña que nos derribaba ni ningún soldado cerca, lo único que comprendí en el momento fue que, en un parpadeo, Aiko seguía frente a mí, lista para gritarme hasta el olvido y muerte, y en otro, ya no estaba. Sólo la vi ser impulsada con fuerza, mucha fuerza, hacia atrás, llegando de vuelta contra los escombros y caños rotos. Había visto un poco de luz violeta en ella, lo que me hizo tensar en mi lugar, y adivinando quien podría haber sido, fue la misma persona que corrió hacia mí, ayudándome para volver a pisar el suelo firme.
La agarré con fuerza de sus hombros.
—Estás en tantos problemas, Morgan Reed.
Mi hermana palmeó mi espalda, ayudándome a levantarme.
—Sí, sí. Después de salvarte la vida, me puedes castigar lo que quieras.
Una tercera onda surgió desde la calle, más gritos, y desestabilizó a mi hermana hasta dejarla caer a mi lado. Ambas nos mantuvimos en el piso, deslizándonos por la tierra para aferrarnos una a la otra y alejarnos del precipicio donde segundos antes colgaba. Nos ayudamos con unos bancos decorativos que había cerca, sentándome con mi hermana frente a mí, aferradas a los brazos de la otra. Aiko no se había vuelto a levantar, no podía ver dónde estaba.
—¿Qué le pasó a Aiko? ¿Por qué te estaba atacando? —preguntó, ayudándome a pararme después. Sus ojos miraron mi cuello, al pasar mi mano por él, mi sangre humedecía mis dedos. Había salido de mi oreja—. ¿Qué...?
—Se volvió una poseída, ella... —otra onda más, otro desbalanceo más, y no dude en volver a empujarla suavemente hacia la escalera—. De verdad, An, vete, por favor.
—¡Te acabo de ayudar!
—Y te amo por eso, pero por favor —rogué—. No quiero que te pase nada, ¡vete!
Esa vez no se lo grité, esperé que con eso entendiera mi desesperación. La vi encarar hacia la escalera, bufando. Sabía que nadie la había dejado salir de la cueva, la niña podía traspasar paredes, no podía ser contenida. Su cabellera rubia desapareció al bajar las escaleras, y yo retomé mi camino de vuelta hacia donde estaba Aiko.
El polvo de los edificios mezclado y la tierra del ripio me complicaban la vista, entre los temblores y gritos que me distraían, tampoco era fácil concentrarme. Por sobre mí divisé una sombra que obstruía mi paso por los escombros, y tosiendo un poco el polvo que inhalaba, me agaché para pasar por debajo de ella. Hasta que una gota caliente cayó en mi mejilla, haciéndome volver hacia la sombra, y dándole más atención que antes. Estaba a unos metros por encima de mí, poco iluminada, al encender mi mano y acercarla, sentí mis tripas revolverse.
Colgaba con uno de los caños rotos atravesando su vientre de lado a lado, su cuerpo quieto y sin vida todo inclinado hacia adelante, sólo sostenido por la causa de su muerte. Su pelo le contornaba el rostro, sus ojos oscuros y alargados, su boca entreabierta y dejando caer un hilo de sangre. Agarré mi estómago, peleando las ganas de devolver lo que había ingerido en el día. Sus ojos estaban entreabiertos, podía ver su color normal, y eso terminó por espantarme lo suficiente para tener que darle la espalda.
Mi hermana la había empujado con tanta fuerza que no había controlado lo que había hecho, ni a dónde la había enviado ni qué impacto encontraría. Ahora Aiko colgaba de esa pared, cuando yo había prometido cuidarla, y mi hermana al querer protegerme a mí, me hizo perder el objetivo. La había matado.
Mi hermana la había matado a Aiko.
—¡Sigan avanzando!
El odio que me quedaba con buena audición logró capturar ese grito ajeno. Tenía mi mente dividida en dos; entre el cuerpo de Aiko, la culpa y responsabilidad de no haberla protegido, y qué dirían mis amigos cuando supieran lo que había pasado. Y por el otro lado, los soldados, avanzando por la ciudad y vaya a saber qué era que los retenía tanto como para que ningún otro se hiciera paso al colarse entre los edificios.
No había más tiempo para pensar, tenía que actuar rápido. No quería mirar a Aiko de vuelta, me perturbaría una vez más, así que me apuré a cruzar los escombros y correr de vuelta hacia la calle. La temperatura en la noche había bajado notoriamente, la piel de gallina causada por una mezcla de las emociones que atravesaban mi pecho. Doblé entre algunos edificios, y al pararme en el centro de la calle, decir que me quedé congelada iba a ser un chiste de mal gusto.
Era una pared de tres metros, de puro hielo, asomándose y deteniendo lo que venía por detrás de él. El causante estaba arrodillado contra ella, sus brazos siendo parte de la pared y aumentando su tamaño en un grito de esfuerzo que me hizo apurarme hacia él.
—¡Tom!
Sus ojos azules me encontraron, un alivio recorriendo sus facciones, pero no significó que relajó su postura. Había una furia en él que no había visto antes, no de esa forma tan tensa y agresiva en cierto lado. Ni a su hermano lo había visto así, siendo él el más difícil de los dos. No, yo no había visto tanta ira acumulada en una persona.
—¿Qué-Qué pasó?
Tragó pesado, peleando la acidez en su tono de voz. Tuve que inclinar mi cabeza hacia el lado que escuchaba mejor.
—Es él...Es él... —gruñó—. Mi papá está acá.
Tontamente traté de ver a través de la enorme pared de hielo, no pudiendo ver nada, pero el mismo sentimiento de odio se infiltró por todas mis venas. Ese asqueroso estaba acá, por eso la voz en la radio me había sonado familiar y había hecho que Noah se acercara rápidamente a la radio. Su desesperación, la ira de Tom, todo tenía sentido.
La pared vibrando frente a mí me hizo dar un paso hacia atrás, Tom soltando un jadeo que me volvió a traer hacia él y agacharme. Meneaba la cabeza, adolorido, y cuando la pared vibró de vuelta, él soltó otro gruñido. Detrás de nosotros, muchos anómalos y humanos heridos trataban de recuperarse. Enzo cojeaba de una de sus patas. Anna se veía agitada, sangre por todo el rostro, y Luna estaba a su lado. Verlas a ambas me retorció todos los órganos. Tenían a su amiga muerta y no lo sabían.
La frente de Tom apoyándose en mi hombro me hizo volver hacia él.
—Aléjate, Tay...
—¿Qué? No, no me voy-
—¡Aléjate!
Su grito me hizo hacia atrás en el mismo instante que vi cómo su cuerpo cambiaba. Desde sus antebrazos que estaban totalmente unidos a la pared de hielo, hasta que empezó a deslizarse mucho más arriba de su cuerpo, transformando su piel en escultura, su carne en hielo, y en lo que me arrastraba anonadada por lo que estaba viendo, lo último que vi transformarse en hielo fue su rostro, sus irises manteniendo ese azul de su anomalía. El cambio pareció darle más fuerza, permitiéndole levantarse y empujar contra su creación, la pared creciendo de tamaño y que unos gritos, del otro lado de dónde estábamos, comenzaran a escucharse tan rápido como se terminaban.
La evolución que tanto habíamos hablado, recordé. El subir las escaleras con ella y ver a qué cima llegaríamos.
Quería emocionarme por él, celebrar por él, de no ser por el miedo que carcomía mi pecho. Las vibraciones seguían, su cuerpo con más fuerza apenas podía detenerlo, y pensé en sumarme. Iba a ponerme a su lado y fortalecer la pared desde nuestro lado. El problema fue que, apenas me volví a poner de pie, las vibraciones aparecieron otra vez, mucho más fuertes que antes, y sin verlo venir, la pared de hielo estalló. La fuerza del estallido nos envió a todos para atrás.
No sé donde caí, lo único que sentí fue el golpe seco en mi cabeza que me derrumbó en el piso, nublando mi vista. Mi mejilla estaba contra el ripio, sólo el ardor de sus cortes con el dolor del impacto me inhabilitaba de ceder a la inconciencia que acariciaba mi nuca. Mis músculos no respondían a mis órdenes de moverse, de ayudarme a levantarme. Parpadeaba para tratar de reaccionar, de mejorar mi vista, y lo único que pude ver, fue que, dónde antes estaba la pared, ahora decenas de siluetas volvían a aparecer con sus armas en alto.
Otra sombra más grande saltó por sobre estaba, sus patas pesadas cayendo a metros de mi rostro y corriendo hasta estas siluetas. Logré ver como tiraba algunas de ellas, peleando con todo lo que tenía, hasta que, sólo incrustándole su arma, la figura se deformó hasta volver a ser humana y cayó al piso. Enzo era un caído ahora. Otras más intentaron también, penosamente teniendo el mismo resultado, y desde el piso, empecé a desesperarme. Detrás de ellos, había unos vehículos que, con mi poca vista y conocimiento, parecían tanques. Lo único que los diferenciaba era un plato gigante en lugar del caño de su arma al frente, como la parte interna de un parlante.
Las vibraciones, eso eran. Eran ondas enviadas a través de esos vehículos. Parecido a lo que Aiko hacía, sólo con ondas, sin necesidad de sonido.
Otras siluetas me llamaron la atención, dos de ellas con sus armas, y una tercera siendo arrastrada hacia el centro de la calle. Agudicé lo que pude mi pobre oído, parpadeando más rápido para ver quien era. Por la postura, la ronda a su alrededor, y la falta de arma en sus manos, sólo pensé en una persona. Jack Parker.
Y Tom era el que estaba siendo arrastrado hacia él.
Mis brazos por fin reaccionaron, raspándose contra el ripio para poder moverme hacia él, tratando de patear como pudiera para levantarme e ir hacia él. En mi pobre estado que no podía recuperarme por el golpe ni la falta de un oído, no sentí ni escuché la presencia a mi lado. Me tomaron por el pelo, levantándome de un tirón cerca del golpe que me había dado en la cabeza, y grité por la sorpresa y el dolor.
Tom me escuchó.
—¡No! ¡Déjenla! ¡Tay! —estalló, removiéndose entre los soldados que lo tenían y amenazaban con las anti-navitas. Mi nombre pareció darme más importancia, y el soldado que me había tenido a mí, con ayuda de otro, también me llevó hacia ellos. Mis rodillas se clavaron contra el ripio, más dolor atravesándome, y me empujó con más fuerza hasta que mi rostro se volvió a hundir contra el ripio. De no ser que la temperatura a mi lado era más fría que del otro, no sabría que Tom estaba cerca de mí. Parpadeé más veces para poder verlo, en el piso, y con uno de sus ojos hinchados y cejas abiertas. Ya no era más de hielo.
Unas botas estaban cerca de mi visión, probablemente más de lo que deberían, y con la poca fuerza que me quedaba, flexioné mis brazos para levantar mi peso. Mis codos temblaron un poco, pareciendo más débil de lo que era, y cuando pude sentarme en mis rodillas, Tom había hecho lo mismo. Él miraba directo hacia la persona frente a nosotros, y entendí porqué una vez que hice lo mismo.
La última vez que lo había visto a Jack Parker había sido en nuestro pueblo, un año y unos meses atrás, cuando había ido a rescatar a mi hermana. Tom no había tenido la mala suerte de cruzarse con él de vuelta, yo penosamente sí. Estaba escondida detrás de una caja, pero había estado en su presencia.
Estando cerca del tipo, podía ver el pequeño parentesco que tenía con sus hijos. Mismo color de pelo, misma contextura ósea, pero tenía unos ojos negros. Enfermamente negros. Parecían dos hoyos negros en su rostro que querían imitarse o en mi cabeza, o en mi pecho. Como agujeros reales.
Su atención no estuvo en mí, obviamente, sino en el gemelo a su lado. No tenía miedo de terminar congelado, menos que menos con la anti-navita que uno de los soldados tenía pegado a su cuello y listo para ser incrustado en cualquier momento. Yo también tenía una. Los demás anómalos y humanos, estaban siendo atacados a mi espalda, nuevos caídos apareciendo y humanos falleciendo. Tenía ganas de llorar, picando mis ojos más de lo pensado, pero no iba a permitir que las viera. No el monstruo frente a mí.
Jack se inclinó brevemente sobre nosotros.
—Por fin te encuentro, hijo mío —sonrió en una mueca, orgulloso de su supuesto logro. Tom respiró pesado, el aire de su nariz saliendo más frío de lo normal. Jack rodó sus ojos—. Dadas tus condiciones, esperé que estuvieras en un lugar más... adaptado a ti. Pero no, tenías que quedarte con ella.
Ahí sí volvió a mí, su mueca desinteresada manteniéndose incluso cuando me miró de arriba abajo. Me sorprendería si se acordara de mí, sabía que era ausente en general con sus hijos, lo podía ver hasta en ese recuerdo que había tenido media hora atrás en la mente de Tom. Jack abrió su boca para, seguramente, escupirme algún veneno a mí, hasta que cierto grito me erizó toda la piel y me hizo girar, sin importarme el arma que amenazaba mi vida en el cuello.
—¡Morgan!
De verdad que quería matarla yo por mi propia cuenta, tenía la furia en la punta de la lengua, pero verla siendo arrastrada de la misma manera que Tom y yo, la desesperación reinaba en cada pensamiento. Maldije el momento que ella había tenido el mismo sentimiento de protección que compartíamos, lo odiaba, la había llevado a estar ahí con nosotros. Es lanzada con la misma fuerza a mi lado, su cuerpo golpeándose contra el ripio, y tuvieron que agarrarme de los brazos para que no la agarrara. Con ella lo mismo.
Jack se rio, las luces de los vehículos detrás de él en contraluz con su forma, dando un aura aun más peligrosa, más oscura en él. Su risa me hirvió el cuerpo entero.
—Las hermanas Reed. Que gusto verlas juntas de vuelta, ¿eh? —suspiró, su tono de voz tan envenenado como para parar mi corazón en ese instante y aniquilarme ahí—. Después de todo el sacrificio que fue ir a buscarla, ¿no...Taylin?
Mi nombre lo escupió con más emoción de la acumulada, un extra odio a mí persona que me confundió un poco. Sí, había rescatado a mi hermana, pero algo me decía que no lo soltaba así sólo por eso. Había otro reconocimiento en mi nombre. Tuve miedo de que supiera el alter ego con el que ellos me habían bautizado.
Miró a mi hermana con el mismo descaro, de arriba abajo, y quise arrancarle la piel de un manotazo.
—Admirable, no voy a mentir. Es algo que yo no viví para entender, pero lo vi... —le dio una mirada rápida a su hijo, sus cejas alzándose—. Cosas de hermanos, ¿no?
Fue el único momento en el cual agradecí que Noah estuviera a centenas de kilómetros de este tipo, que no estuviera ahí con nosotros, y satisfacer a Jack Parker con la captura de ambos. Me negaba a pensar eso. Escondí el escalofrío que me quiso recorrer, inconscientemente ladeándome sobre mi hermana.
Jack tomó el rostro de su hijo, analizándolo, y después miró por detrás de nosotros.
—No veo al inepto de tu gemelo por ningún lado, ¿no quiso venir a saludar a su padre?
Apreté la mandíbula al ver el escupitajo que Tom lanzó contra el rostro de Jack, que cerró sus ojos sin esperarlo venir y frunciendo su nariz con asco.
—No, él no está acá —gruñó, peleando con su anomalía que se hacía ver en sus ojos—. Él tuvo la suerte de no tener que volver a verte.
Por un segundo, lo único que pude ver fue cómo Jack se limpiaba la saliva de su hijo con el dorso de su mano, y lo miraba con cierto... asombro. Cómo si no lo esperara de él, como si el coraje que su hijo había tenido, lo hubiese disfrutado. Hasta que levantó la mano, y lo cacheteó con tanta fuerza que giró su rostro. No, no fue el tipo de cachetazo con ira. Fue cómo si quisiera ponerlo en su lugar, y eso terminó de calentar mi cuerpo con tanta ira que no pude detener el empujón que envié con mi energía hacia él.
Fue agarrado por sus soldados, que se asombraron al ver mi energía rodearme, débilmente habiéndolo empujada unos pocos metros ni para hacerlo caer, pero lo suficiente para poner distancia. Había empujado con una de mis rodillas y logrado flexionar otra para impulsarme mejor, sólo que uno de los soldados con la anti-navita ahora había rodeado mi cuello con uno de sus brazos. Con la presión suficiente, podría sofocarme, y con el otro brazo, se aseguró de dejar la anti-navita cerca. Tenía mi corazón latiendo hasta en mi cabeza.
Morgan terminó en el mismo estado que yo, habiendo querido defenderme una vez más. Tom negó con la cabeza, pidiéndome que me relajara. Esa mínima interacción, hizo que Jack volviera a nosotros, riéndose con amargura una vez más.
—Debo decirlo, Taylin Reed, tienes un fuego adentro tuyo bastante peculiar. Parecido al de tu hermana... —nos miró a ambas, meneando la cabeza—. Pero de ti lo esperaba, porque mi hijo era adicto a eso, ¿no es así? A tu fuego. A ti.
Sabía mi nombre porque debía saber de lo que sentía su hijo, antes de todo el desastre e incluso con la mala relación, debió haberlo sabido o supuesto. Pero tenía el suficiente conocimiento como para saber mi nombre y relacionarlo con Noah. Tragué pesado, mi aire escaso con el brazo alrededor de mi cuello.
—Por eso pensé que estaría por acá, con ustedes dos juntos... me sorprende que él no esté con ustedes. Iba a disfrutar de verlo después de tanto tiempo —hizo unas señas a sus soldados, para que sigan avanzando, y después volvió una vez más a nosotros—. Así que supongo que tendré que guardarme la sorpresa para todos —suspiró, y nos señaló—. Súbanlos.
Una vez más, lo empujé lejos, apoyándome en mi pierna flexionada y haciéndolo volar unos metros más que antes. El soldado a mi espalda quiso tomarme de vuelta, presionándose alrededor de mi cuello, y en lo que peleaba por el oxígeno, Tom trataba de hacer lo mismo, otro soldado más deteniéndolo. Mi hermana terminó en el piso de vuelta, una soldado haciendo peso en su espalda. Verla con una anti-navita tan cerca me ponía los pelos de punta.
Jack volvió tan rápido como fue lanzado, una nueva ira en su rostro ensangrentado por el raspón. Me tomó de la barbilla tan fuerte que sacó un quejido de mí. Ahora sus ojos negros me miraban con locura, con furia y desdén. La peor versión de un Parker que había visto.
—Tu fuego nos va a quemar a todos, Reed, y ahora no planeo que eso pase. Pero, ¿sabes que tiene de bueno ese fuego para mí? —miró al soldado a mis espaldas, que movió la anti-navita por mi espalda—. Que se extingue bastante fácil.
Y con una mezcla de gritos entre mi hermana y Tom, recibí la anti-navita en mi espalda con un dolor que volvió todo negro.
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