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Claire flexionó su pierna por delante de ella, manteniendo todo su equilibrio en la otra y estirando sus brazos hacia adelante. Olivia frente a ella empezó a revisar la que estaba flexionada, queriendo asegurarse de que todo estaba en orden, que no había nada que Olivia no hubiera cubierto con sus manos iluminadas y que no haya, incluso, hasta repetido. Ya había vuelto e ido al cuarto arriba de treinta veces.

Mi pobre amiga estaba haciendo ejercicios de elongación y equilibrio desde hacía media hora. Yo, en cambio, estaba cómoda sentada en su camilla y riéndome de ella cuando tambaleaba, cansada del mismo ejercicio.

Lanzó una mirada fulminante en mi dirección cuando se me escapó una risa.

—Liv, me parece que Tay tiene un golpe en la cabeza...

—¿Eh? Yo no tengo nada —le saqué la lengua y ella alzó las cejas.

—Sigue riéndote y me aseguro de dártelo.

Olivia rodó los ojos al escucharnos, también sonriendo. Había un aura tan distinta no sólo en el cuarto, sino en todo la enfermería. Ojos curiosos atravesaban el marco de la puerta, dirigidos primero a Claire y después a mí. Cada rostro que veía compartía la misma incredulidad, la confusión y sorpresa, la esperanza que crecía en Costa Norte al paso que la palabra se corría de boca en boca. De que una buena noticia, después de semanas sufriendo, se hacía paso por todos los ciudadanos.

Que una caída había despertado. Que teníamos una cura. Que podíamos despertar a los caídos.

Que yo era esa cura.

Todavía no terminaba de asimilarlo, ver a Claire frente a mí me distraía con tanta felicidad que era recordar el cómo había despertado, lo que había tenido que hacer, y todo volvía a refrescarse en mi mente. La responsabilidad, la libertad, que ya no dependía de mis errores. Al fin dependía de algo bueno, que podría iluminar la oscuridad que nos había rodeado tanto en el último tiempo. La sonrisa que se me escapaba era porque estaba emocionada, porque me sentía relajada, de poder causar esa misma emoción. Esa alegría.

Olivia soltó su pie y le dijo que vuelva a pararse derecha, Claire obedeciendo, y rodeándola con su haz blanco como por quinta vez en la última hora, terminó suspirando.

—Bueno... —alargó, sus comisuras levantándose—. Ahora sí. Toda perfecta.

Claire levantó sus brazos en triunfo.

—¿Estás segura? —pregunté, claramente bromeando—. Creo que su rodilla estaba un poco torcida cuando la levantó-

Sentí su cuerpo impulsarse sobre el mío antes de poder verlo, las dos cayendo contra la camilla que chilló por el peso de ambas y ahogué la carcajada cuando el brazo de Claire se apoyó en mi cuello. No hizo fuerza, pero fue el mensaje claro de que dejara de hablar.

Olivia juntó sus cosas, bufando en lo que nosotras nos removíamos sobre la camilla.

—Quedó claro que, con ese salto, sus rodillas están en perfecto estado —suspiró, en lo que Claire y yo nos levantábamos a suaves empujones, y una vez que nos terminamos de reincorporar, Olivia ya estaba frente a nosotras. Mejor dicho, frente a mí, con su vista fija contra la mía. Se quedó callada por un buen rato, tragando unas cuantas veces, hasta que sonrió—. ¿Cómo te sientes tú? ¿En general?

Sabía con qué intención lo preguntaba.

—Bien, Liv, no tienes por qué preocuparte —contesté, levantándome de la camilla y estirando mis brazos. Se rio en lo que rodaba sus ojos—. Un poco cansada, no he dormido en las últimas treinta y seis horas. Con unas horas de sueño, seguro esté como nueva.

Dudaba poder dormir, si era honesta. Con la presencia de Claire y con todo lo que había pendiente por hablar, por recuperar entre nosotras, vaya a saber si lograría dormirme. Estaba acostumbrada ya a las horas escasas de sueños, incluso entrenando con Anna, yo seguía sin dormir las ocho horas diarias, o seis, o cuatro. Mi cuerpo me cobraría factura más adelante.

Estaba de espaldas a la puerta cuando escuché el carraspeo, al apenas girarme, la sonrisa de Drea me heló en mi lugar. No la veía desde el suceso. No me había dado cuenta de que la tenía encima hasta que la atrapé por la cintura.

—¡Oh, Tay! ¡Salvando el día una vez más! —fue lo primero que me dijo. Sentí su cuerpo más pesado, habiendo recuperado los kilos que había perdido durante su embarazo y después. Se separó de mí para agarrarme las mejillas y palmeó ambas con suavidad—. Tenía ganas de verte desde hace semanas, pero quise darte tu espacio. Espero que no te moleste que haya decidido acercarme hoy.

No podía no sonreírle.

—En lo absoluto, Drea, lamento no haberme acercado yo. Estuve ocupada y... —a mis espaldas, sentí la presencia de Claire al estirar su cabeza para llegar a Drea y sonreírle. Di un paso hacia atrás para que ambas se miraran—. Drea, ella es Claire. Claire, ella es Andrea, o Drea.

Estrecharon sus manos, las dos sonriéndose genuinamente.

—Recuerdo tu nombre —le dijo Claire, sus cejas frunciéndose al pensarlo—. Mellizos anómalos, ¿no? ¿Taylin te ayudó a tenerlos?

—Sí, esa soy yo —se acomodó su pelo oscuro detrás de sus orejas, sus mejillas tomando cierto color. Ojeé detrás de ella para ver si los bebés estaban cerca y para cuando volví, Drea se había dado cuenta de lo que buscaba—. Están en el otro cuarto, es día de revisión y... y necesito ayuda para que dejen de volverse de piedra en cada llanto.

Logré atajar la risa que se me escapó, comenzando a notar ciertos moretones en su piel, mayormente en sus brazos y mentón. Me había olvidado, sorprendentemente, que sus hijos ya cargaban con una anomalía. Eso significaba que, en cada berrinche descontrolado, podría o no surgir. Por lo visto, los episodios ya habían comenzado.

Olivia, que se había quedado acomodando unas máquinas cerca de la camilla, vino para unirse a la conversación y palmeó el hombro de Drea. Viviendo con ella, debió de haber presenciado muchas escenas con los mellizos.

—Si ya en sí es difícil cargar con un bebé que llora, no tienes una idea de lo que es cuando se vuelve una estatua en tus brazos —rodó los ojos y al volver a mí, sin ocultar aún el brillo intenso en su mirada al centrarse en mí. Aún maravillada—. Pero no es algo por lo cual preocuparnos, nos adaptaremos a lo que pase y el Doc seguro nos ayude. No hay por qué preocuparse.

Drea asintió, estirando una de sus manos a mi brazo para darle un apretón.

—Suficiente con lo de hoy, creo que tendré que pedirte de niñera en otra instancia —bromeó y señaló con la cabeza a Claire, que se rio con ella—. Podría decir que me sorprendes, Tay, pero estaría mintiendo. De ti me espero todo para este punto.

Le sonreí, mi estómago anudándose en cierto orgullo y le devolví el apretón en su mano.

—Prometo liberarte de tus hijos alguno de estos días, así puedes descansar —no iba a remarcar las ojeras que cargaba, tenía espejos en su departamento, las podía ver. Pero no iba a hacerme la tonta—. Apenas me libere del todo...

Levantó una de sus cejas al dejar caer su brazo.

—Ya poniendo excusas, así no...

Se terminó despidiendo de mí con otro abrazo, un par de llantos bastante fuertes captando su atención, y apenas saludó a Claire con otra sonrisa, se apresuró al salir del cuarto. Olivia la siguió, exigiéndole a mi amiga que la llamara en caso de cualquier dolor o molestia, y siguió los pasos de la otra.

Una vez a solas, Claire abrazó uno de mis brazos y apoyó su cabeza en mi hombro.

—Es extraño pensar eso, ¿no? —preguntó de la nada, suspirando—. La idea de que ahora, si tenemos hijos, puedan cargar con anomalías.

Fruncí la boca al pensarlo.

—Me parece más extraño que, con sólo horas de haber despertado de tu estado, ya estés pensando en hijos —me burlé, ganándome un pellizco en mi cadera que me hizo empujarla brevemente—. ¿Recién un beso con tu novio y ya planeaste tus descendientes?

Se puso tan roja que pensé que le había subido la presión.

—Primero, no es mi novio...aún —aclaró. Ninguna tonta, la verdad—. Segundo, ¿nunca lo has pensado?

Me encogí de hombros.

—No tuve tiempo para siquiera imaginarlo.

—Oh, créeme, yo sí —sonrió, sentándose en la camilla una vez más—. No podía vivir mi vida, así que jugué a armarme una en la cabeza, como una película. Y puede ser o no que haya pensado en hijos para mi futuro...

Me dejé caer contra la silla frente a ella.

—¿Incluso en un mundo así? —señalé nuestro alrededor—. ¿Con el peligro?

Se encogió de hombros.

—Desde que no pude moverme, desde que escuché cada tragedia de ustedes y yo estaba tendida en una cama sin reacción... —alargó, sus comisuras tímidamente en alto—...no puedes culparme por pensar en querer vivir mi vida de la manera más normal y ordinaria. Mi anomalía no debería por qué sacarme esos deseos.

Relamí mis labios, aun pensando.

—Tienes dieciocho, Claire, tienes tiempo para pensar y decidir.

Hizo un puchero.

—Dieciocho —repitió, el número nuevo para ella—. Supongo que es demasiado tarde para pedir un regalo de cumpleaños.

Siguió ninguneando su edad, sin poder creer que había perdido todo un año de su vida y se paró rápido de la camilla, avisando que iría al baño. En lo que vi la puerta cerrarse detrás de ella, la conversación reciente quedó rebotando en mi mente más de lo que me hubiera gustado. A mi mente vino el momento en el que había cargado al pequeño Jamie cuando nació junto a su hermana Ashley, mis brazos sosteniéndolo y mi corazón se apretó un poco al pensar que, algo así, podría o no ser mío.

No, desde hacía meses y años que yo no había pensado en la idea de formar una familia a futuro. Mi yo de niña y preadolescente seguramente, después de haber formado familias y familias en el juego de los Sims, casada con mis ídolos de aquel momento y disfrutando del juego a base de trucos para que no se muriera ninguno. Tras esa etapa en mi vida donde el "embarazo adolescente" era un tema recurrente, la idea había volado de mis planes. Ni siquiera sabía que iba a estudiar, no sabía que iba a ser de mí.

A veces sentía que la supernova había sido como una respuesta a todo eso, porque me obligó a elegir y distraerme, a recordarme que tenía que sobrevivir. Y Claire había dicho la palabra justa que me había removido parte del pecho, y era que ella quería vivirla. No sólo ser una superviviente más.

Me resbalé del respaldo de la silla, estirando mi cuerpo por fuera del asiento. Mis ojos cayeron en mi vientre plano y lo palmeé en broma. Era difícil imaginarme una vida ahí dentro en un mundo cómo el que me rodeaba y menos con lo que ya en sí cargaba que me sentenciaba una vida relativamente complicada.

Un golpe contra el suelo me hizo salir de mis pensamientos y dar un respingo en el asiento, sentándome normal de vuelta. Tom acomodó su pelo al acomodar el enorme bolso negro frente a él.

—¿Hay algo interesante en tu panza o qué?

Rodé los ojos al pararme.

—Nada que tenga que preocuparte —sonreí, acercándome. Miré el bolso y al patearlo suavemente, tuve una mínima idea de lo que podría ser—. ¿Fuiste de compras?

Meneó la cabeza.

—Julia me lo dio. Lo estuvo guardando para Claire y me dijo que se lo trajera —suspiró, abriendo el bolso y estirando lo que parecía ser una blusa floreada. Muy del estilo de su hija—. Dudó que lo tomara si se lo daba ella, así que...

—Se lo dio a la única persona que lo traería y lo aceptaría gustosa —entendí, dando un asentimiento. Tom frunció su boca en una fina línea al mirarme, tras agitar su cabeza conmigo, y por la forma en la que tensó la mandíbula, supe que había algo más—. ¿Sobre qué fue la reunión?

Tom soltó lo que parecía ser un gruñido cansado y se rascó la nuca.

—Claramente sobre ti y esta nueva situación, lo que va a significar. Más allá de desesperada, se está poniendo más tonta y hasta Enzo tuvo que detener el disparate que estaba proponiendo —explicó, acercándose a la camilla y sentándose brevemente en ella—. Quiere dividir los rangos del liderazgo dentro del grupo.

Me crucé de brazos—: ¿Cómo sería eso?

—Que ella quedaría como líder única, Enzo como sublíder y su reemplazo —suspiró—. El Doc, la posición de Sue Lee y yo, quedamos por debajo. Representaríamos sólo áreas.

—¿No era así antes?

—No oficialmente.

No hice más que encogerme de hombros. La realidad era que, oficial o no, ella siempre era la que daba la palabra final. Que quisiera oficializarlo ahora no cambiaba nada, más que un aseguramiento para ella y no era más que eso. Mientras los demás siguieran teniendo una voz y haya un debate, que hasta su mismo "sublíder" le había discutido, no había ningún cambio extravagante.

Sólo me daba respuesta a una sola cuestión.

—Déjenla que lo haga, no cambia nada. Siempre tuvo la decisión final —contesté—. Que entre yo o no al grupo, no significa que eso iba a cambiar. Lo único distinto sería con cuánto dolor de cabeza saldría de las reuniones con nuestras discusiones.

Si el despertar de Claire, a mis manos, ya había llegado a los oídos de muchos, no iba a poder sacar mi nombre de la futura votación por más que lo intentara. Y que haya bajado esa posición de "líder" en el grupo, no me disgustaba, yo no quería eso. No podía ni decirle a mi hermana que lave bien su ropa, peor sería dirigir toda comunidad que dependiera de mí. Fuese lo suficientemente fuerte o no para hacerlo, me aterraba. Si la mera idea de un hijo mío me fruncía el estómago, que hijos de otros padres dependieran de mí me helaba del terror.

Era demasiado en mis hombros y consciencia.

Tom se rio al escucharme, y cuando abrió la boca para contestarme, la sonrisa de tonto que se coló en sus mejillas me indició la presencia de mi amiga detrás de mí. A diferencia de él, ella la tenía los ojos en el bolsón y una mueca tiesa.

—Mientras ella quiera sólo centrarse en eso, que haga lo que quiera —escupió, claramente habiendo oído nuestra conversación. Sacó la dicha blusa floreada de la bolsa y un mínimo movimiento de boca me indicó el inicio de una sonrisa—. Supongo que también entienda que no pienso quedarme con ella en dónde ella se esté quedando.

Tom se levantó de su lugar al negar con la cabeza.

—Sabe que te quedarás con Tay, en el cuarto extra —señaló—. Yo me mudaré brevemente al sillón, si no es molestia. Si no puedo volver-

—No regresarás a ese departamento sólo, me niego —le recordé—. Y vamos a ser honestos, es cuestión de semanas, o días, antes de que siquiera quieras usar el sillón.

Había encontrado un gusto por hacerlos sonrojar a ambos, los recientes novatos en su romance que tanto tiempo habían esperado. Tenían mucho por hablar, por darse, por confesar. Dudaba que una puerta y un pasillo pudieran separarlos por mucho tiempo.

Ignorando las miraditas melosas entre los dos, fui yo la que se acercó al bolsón, lo cerró y lo aventé sobre mi hombro. De no ser que entrenaba, hubiera terminado en el piso por el peso. Golpeé con mi cadera la de Claire.

—¿Lista para ir a casa?



[...]



Subimos las escaleras de nuestro edificio con cuidado, Claire todavía adaptándose al movimiento y resistencia. No nos dejó ayudar, ni cuando tontamente miraba el cielo y disfrutaba del sol en su rostro después de meses, tropezándose con el ripio. O cuando acarició las hojas de unas plantas, que cómo si fueran sus mascotas, aceptaron su caricia y retomaron su color. Fue el primer indicio de su anomalía volviendo a ser parte de ella.

Cuando llegamos a nuestro piso, ella estaba más agitada de lo que estaría una persona normal. Tom estaba atrás, cargando con el bolso y por precaución, no queríamos que, si colapsara, se dañara en el proceso.

Palmeé su espalda una vez que nos paramos delante de nuestra puerta. Con una suave sonrisa, giré el pomo de la puerta y en cuestión de segundos que la abrí, Luna ya había saltado por mi costado y abrazado con fuerza a Claire.

—¡No lo puedo creer! —chilló, sus piernas alrededor de la cintura de Claire. A mi sorpresa, pudo sostener el peso de Luna mientras se reía. Le agarró el rostro—. ¡Estás despierta!

Adentrándome en el departamento y ayudando a Tom con el bolso, noté a mi hermana detrás de la mesa del comedor, unos platos con galletas, rodajas de pan y una jarra que parecía estar llena de café. No fue eso lo que me hizo levantar las cejas, me esperaba esa reacción y atención de mi hermana. Pero no de Anna, que estaba parada detrás de ella con sus brazos cruzados.

Moví mi mirada rápidamente entre mi hermana y la pelirroja, siendo la primera vez que pisaba el departamento.

—Vino a avisarme que Claire vendría con nosotras —explicó Morgan ante mi confusión—. Y logró traerla a ella...

Señaló por detrás de mí, en dirección del pasillo, y al girarme, pude reconocer la silueta de Aiko parada tímidamente manteniendo su distancia. Tenía la cabeza agacha, su pelo estaba atado, lo cual me permitía analizar su estado. No estaba del todo bien, sólo mejor que la última vez que la había visto.

Fue un milisegundo en el que cruzamos miradas y volvió a bajarla. Por más preocupada e intrigada estaba por ella, hice mi mente hacia atrás. Marla ya había hecho suficiente daño.

Cuando Luna soltó a Claire después de tanto abrazo, nuestra bella durmiente recién pudo acercarse a mi hermana y por poco no se le salen los ojos al reconocerla.

—¿Cómo es que ya casi tiene tu altura? —fue lo primero que señaló y rodé los ojos. Morgan estaba a muy poco de alcanzarme, tampoco yo era muy alta. En lo que yo era promedio, algo que había heredado de mi mamá, Morgan parecía tener la altura de mi papá. Mi hermana se rio por el comentario y ambas se acercaron a darse un abrazo—. No puedo creer que haya sido sólo en un año...

—Y me queda más por crecer —Morgan sacudió su melena rubia por sobre su hombro y le sonrió—. Me alegra mucho verte despierta.

—Y a mí verte a ti —le agradeció de vuelta Claire, apretando sus hombros—. Sé que me trenzaste el pelo en varias ocasiones y lo cuidaste por mí. Te lo agradezco.

Morgan se llevó la sorpresa de darse cuenta de que ella había escuchado y estado consciente de su alrededor por más que no estuviera despierta. Sólo pudo sonreírle, haciéndose a un costado en lo que escondía sus mejillas coloradas, y Claire se encontró con la presencia de Anna.

Las dos se analizaron tensamente, hasta que Claire titubeó con una de sus manos al estirarla con intención de estrecharla.

—Fuiste parte de que ellos pudieran despertarme, te escuché —dijo—. Y estoy agradecida.

Anna miró su mano por unos largos segundos antes de dar la suya y dar su apretón en cuestión de milisegundos.

—Era ridícula la situación. No podíamos desperdiciar más tiempo ahí —fue lo único que contestó y se fue de la ronda, chocando brevemente su hombro con el mío. Probablemente para callar cualquier comentario que se estuviera cocinando en mi boca.

Claire se inclinó hacia el lado del pasillo, sus ojos entrecerrados—: ¿Aiko?

Su nombre hizo que su cabeza se levantara, todo su cuerpo aún tenso y se giró hacia Claire. Que mirara a mi amiga permitió que pudiera verle bien el rostro, mejor que antes, y fruncí levemente el ceño al ver las venas marcadas por debajo de sus ojos, como si fueran ojeras. A sorpresa de todos, agitó su mano en un saludo para Claire.

Compartí una mirada con Luna. La única persona con la cual había dado un indicio de comunicación había sido sólo con alguien que no había estado presente aquel día. Con la única que... que parecía no mantener ninguna mala emoción.

Miré para otro lado al notarlo. ¿Acaso nos estaba culpando?

Ignoré la mala sensación en la boca del estómago, acercándome hacia Tom que ya había dejado el bolso en el (ahora) cuarto de Claire, y me sonrió un poco tenso.

—¿Qué pasa?

—Me olvidé algo en el departamento viejo, que era para ella... —murmuró, sonriendo brevemente al ver como Claire volvía a abrazarse con Luna y se sentaban en la mesa para hablar—. Era algo que había guardado para ella, cuando despertara, y lo dejé en mi habitación...

No estaba tenso sólo por tener que volver a irse cuando sólo había tenido un momento con Claire, sino que tenía que meterse a ese departamento del cual lo había sacado aquella última vez que habíamos estado. No permití que volviera, era demasiada soledad y silencio para él como para cualquiera. Sabía que no quería volver, no quería volver a alejarse de Claire, así que terminé palmeando uno de sus hombros.

—Yo voy —le dije, más fue una orden, y empecé a caminar de espaldas—. Dime donde está.

Su rostro se relajó visiblemente, un peso fuera de sus hombros.

—En el cajón de mi mesa de luz. Lo metí en una caja verde. Es pequeño —me dijo rápidamente, y cuando supe que abrió la boca para agradecerme, sólo le sonreí antes de atravesar la puerta de entrada—. ¡La puerta está sin llave!

Llegué a pasos rápidos, tomando solo un poco de aire antes de hacerme paso y entrecerrar los ojos ante la oscuridad. Busqué el interruptor, tanteando entre las paredes, y a pesar de que un chispazo iluminó un poco la sala, la falta de foco (que reconocí roto una vez que miré al costado) no permitió que tuviera luz. Con la poca que entraba desde el pasillo, reconocí el sillón aún movido, sillas que nunca acomodamos, la mesa torcida y pequeños trozos de vidrios. Tuve cuidado al hacerme paso, acomodando algunas cosas a mi paso y hasta levantando la botella con el líquido dudoso que Tom había ingerido aquel día.

Incluso al olerlo se me arrugó la nariz y cerró la garganta. No hubiese sido sorpresa que fuera etílico.

Me distraje con el olor al hacerme paso por el pasillo, la sensación ácida dándome arcadas, y sacudí los hombros al hacerme paso por el cuarto de Tom. Era simple, parecido al mío, con una cama mediana en el centro y una cómoda dónde guardaba su ropa. Las puertas de esta estaban abiertas, vacías de las prendas que ya estaban en mi departamento en una cómoda extra que había en el cuarto de Claire. Miré las paredes con el pálido celeste con manchas de moho que Tom había intentado lavar, y encontrando la mesita de luz que había mencionado, revisé los cajones hasta hallar dicha cajita.

La había cerrado hasta con un listón mal atado. Curiosa, la abrí con cuidado, reconociendo la tela del pañuelo que había rescatado meses y meses atrás en mi primera misión, dónde habíamos dado con Drea. Lo había lavado y guardado desde aquel momento. Tenía yo la sonrisa de tonta por la ternura. Debajo de ella, había un tipo de broche plateado que sus patas y forma estaban enlazadas como ramificaciones, pétalos dorados y pulidos abrazando el mango. Parecía de plata, entendiendo por qué lo había mantenido oculto.

Volví a cerrarla, cuidando de ambas piezas, y con muchísima suavidad, rodeé la cajita con el listón y lo até con un moño en mejor estado del que estaba. Cerré la puerta con suavidad al irme, aún apreciando el detalle del gemelo en mis manos, y al levantar la vista, una ventisca que atravesó la puerta entreabierta a mi lado me hizo detenerme en seco. No, no era la habitación de Jacob.

Era la de Noah.

Había dejado la puerta un poco abierta, probablemente fallando al querer cerrarla antes de irse al haber ido a buscar parte de sus cosas. El último rastro suyo que sabía que Tom no había tocado, sabía que ni había podido acercarse a aquel cuarto. Yo tampoco, era la primera vez que siquiera miraba su puerta, su lugar, y no me di cuenta de que mis dedos la habían empujado hacia atrás hasta hacerme paso por el marco.

Primero miré su cama, tan deshecha con la almohada del lado de la pared que daba a mi habitación, y después miré los cajones vacíos y abiertos a la fuerza. Uno de ellos estaba en el suelo, al agacharme para levantarlo, dentro de él había solo una cosa. Una fotografía. Una de las pocas que teníamos todos. Las otras dos estaban ausentes.

Me reí con amargura. Se había llevado la nuestra, dónde estábamos solos, y la otra desastre dónde me estaba cayendo sobre él. Se había llevado mi favorita, a pesar de salir movida.

Apoyé mi cuerpo en su colchón, mirando la foto y trazando los rostros de mis amigos con los dedos. Aiko se veía distinta, más cómo yo la recordaba, y Luna estaba a su lado, también sin su corazón roto. Tom sonreía en una esquina y Jacob posaba frente al sillón estirado a lo largo. Sentí cierto calor en el pecho, y al pasar por mí sobre las piernas de Noah, la primera sonrisa genuina en mí, miré el rostro del gemelo que me perseguía tantas noches.

Ahí sonreía, lo que me permitía encontrar un parecido más cercano a su hermano, con su mentón apoyado en mi hombro. Me tembló el labio inferior cuando pasé más segundos de los que debería mirándola, analizándola. Extrañando ese momento dónde todo parecía haber sido más... normal. O bueno, al menos así se había sentido.

Tragué pesado, alejando la fotografía para volver a ponerla en el cajón, y al girar la cabeza, la puerta de su armario también estaba abierta. A diferencia de su hermano y yo, que teníamos una cómoda, él tenía su armario dentro de la pared, alto y largo, con puertas corredizas y con lugar para unas cuantas perchas. Muchas de ellas estaban vacías, no tenía mucha ropa en general, a excepción de una que me hizo levantarme de la cama e ir hacia ella.

Había dejado la cajita de Tom junto al cajón, mis manos libres para poder empujar la prenda hacia un costado, y terminó de estrujarme el corazón cuando reconocí qué buzo era. El mismo que me había dado aquel susto después de mi primera explosión, el que Tom había reconocido, y el que Noah sabía que era mi favorito. Sabía por qué lo había dejado, me conocía, y lo agarré entre mis puños cuando lo llevé contra mi rostro y sollocé contra la tela. Hasta tenía un poco de su aroma todavía, poco y suficiente para quebrar lo último que me quedaba.

No lo sentí como triste esa vez, más allá de que lo estuviera, sino fue más una necesidad en mi pecho que me avergonzaba. La que escondía, que Claire había tocado esa mañana y había revuelto parte de mis emociones en una ola que me ahogaba, que probaba con rodear mi cuello y sofocarme. Había estado corriendo y escondiéndome de tal tsunami de sentimientos, de las lágrimas que estaba cansada de derramar, pero sentía que todo era tan injusto a mi alrededor, todo incompleto. Cuando había recuperado una pieza del juego que se había vuelto mi vida, faltaba otra.

Y su ausencia era una cicatriz que sabía que nunca iba a dejar de arder.

Me limpié la nariz contra el dorso de mi mano, no queriendo ensuciar el buzo, y lo volví a llevar a mi pecho como si lo estuviera abrazando a él. Quise imaginarlo, a su calor, al latido de su corazón, a sus brazos alrededor de mi cuerpo que me mantenían contra él y tosí un sollozo cuando quise decir:

—Te amo —mi voz se rompió en mi confesión, volviendo a limpiar todo mi rostro mojado como podía. Me dolió más decirlo alto y claro que cuando me había dado cuenta de cuán enamorada estaba de él—. Te amo y te extraño.

No quise alejarme hasta poder calmarme, hasta sacarme ese nudo un rato antes de volver con mis amigos que me esperaban y tenían un espíritu mucho más feliz que con el que volvería. Me obligué a dejar el buzo donde estaba, no quería cambiar nada de lo último que quedaba de su privacidad, y por más ganas que tuviera de envolverme en él, di los pasos hacia atrás, sorbiendo la nariz y tomando la cajita antes de, con mucha lentitud, irme del cuarto.

Esta vez si cerré su puerta, sabiendo que era lo mejor para mí y no tentarme de vuelta para quedarme ahí dentro. Respiré hondo unas cuantas veces, aferrándome a las placas en mi pecho, y no me había dado cuenta de que apoyaba mi cabeza contra la puerta hasta que una voz me hizo levantarla.

—¿Tay?

Se escuchó tan parecido a Noah que me giré rápidamente hacia la persona, maldiciendo el momento que me acordé de que era un gemelo y el pobre Tom estaba parado frente a mí sin entender mi reacción.

—Estabas tardando tanto, pensé que te había pasado algo... —se rio, imaginándose probablemente mi caída. Le sonreí en una mueca, limpiando mi rostro lo mejor posible, y él se quedó en silencio al acercarse y tomarme por los hombros. Miró la puerta cerrada a su lado, a mis mejillas seguramente rojas y suspiró—. ¿...Entraste en su habitación?

Asentí antes de poder formar una palabra.

—Estaba la puerta entreabierta y... no pude, perdón —murmuré, recuperando un poco de mi postura. No levanté la cabeza, trataba de evitar mirarlo, no quería que se preocupara. Siendo un Parker igual que su hermano, cabeza dura también, me tomó del rostro y me obligó a mirarlo.

—No tienes que pedir perdón, te duele tanto como a mí o más. Créeme, entiendo ese dolor —habló, recordándome que él también había sentido cómo le arrancaban parte del corazón y vivió sin parte de él por un año. No supe cómo pudo lidiar tanto con ello. Acarició mis mejillas, limpiando lo poco que me quedaba de lágrimas—. No puedo prometerte que va a dejar de doler porque te conozco, y sé como eres con tus emociones, pero puedo prometerte que estoy siempre para lo que necesites. No importa si es mi hermano y una herida que a mí también me duele, necesito que lo hablemos. Necesito que no me escondas más, ¿sí?

Apreté los ojos, no queriendo llorar más.

—¿No te hago más daño?

—Más me duele verte así y saber que tratas de que no lo vea —besó mi frente y me abrazó con fuerza, rodeando mis hombros con sus brazos y apoyando mi mentón sobre su cabeza—. Y hoy me diste el mejor día en mucho tiempo, trajiste de vuelta a Claire y no puedo dejar pasar eso. Tú no lo dejaste conmigo.

Dejé que me contuviera, de la misma forma que yo lo había contenido a él antes, y relajé los hombros. Tenía razón, no podía esconderlo más, lo mismo que Claire me había dicho esa mañana. Cargaba con mucho, me hacía cargo de demasiadas cosas y cavaba tan profundo todas mis emociones con algunas cosas que me terminaba ahogando en la misma tierra. Pero era tan difícil, tan parecido a andar descalza sobre una pista de hielo y no saber en qué pisada iba a resbalarme y quebrar la helada.

—Yo también lo extraño —murmuró, apretando nuestro abrazo—. Muchísimo. Pero él dijo que nos cuidáramos entre nosotros, así que eso vamos a hacer. ¿Sí?

Asentí. Me aferré a su cintura, apretando mi mejilla contra su pecho.

—Gracias, Tom.

Al separarnos, meció mi espalda hasta que mi respiración se reguló y pude sonreírle al cruzar miradas. Apoyé la cajita contra su pecho, en lo que empezaba a caminar hacia la salida.

—Vaya a saber cuánto te costó ese broche —fue lo primero que le dije para cambiar de tema, mi voz aún ronca y tuve que carraspear la garganta—. Estoy bastante segura de que no lo hizo Jacob.

Me siguió los pasos y cerró la puerta del departamento.

—¿Y cómo sabes que no lo hizo él?

—Porque sería tan tacaño como para haberlo hecho de chapa —me reí, extrañando la presencia del nombrado—. O te hubiera hecho lavar los platos por mucho tiempo.

Se encogió de hombros al agregar—: Los lavaba mal de todas formas, con lo cual...

Me reí por lo bajo en lo que volvíamos entrar a mi departamento, los demás (incluso Aiko), sentados alrededor de la mesa y ya comiendo parte de lo servido. Claire me siguió con la mirada, mis ojos aún hinchados claramente, y solo meneé la cabeza para que no se distrajera de su día. Empujé la silla al lado de mi hermana y me senté junto a ella, que una vez más estaba con su cuaderno de dibujos e ilustraba a la bella durmiente que le sonreía. La sonrisa fue aún más grande cuando Tom le dio la cajita y ella admiró el detalle que el gemelo había guardado para ella.

Mientras tanto, yo seguía aferrada a las placas de mi collar. Nunca iba a dejar de aferrarme a ellas.



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