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            Decidí ir a verla a Claire apenas salí de aquella "reunión". Sin pensarlo, con el resentimiento en mi pecho fresco y latente, di largos y duros pasos para dirigirme hacia la enfermería. Necesitaba la "paz" que mi amiga tenía.

Había decidido ir, también, porque tendría la oportunidad de poder hablar con Tom al fin. Quería acompañarlo, como pudiera, y quería que él también me acompañara. Recaer uno en otro. Los dos estábamos pasando por sintonías parecidas y al mismo tiempo en distintos ámbitos. No quería que estuviera sólo, yo ya había sentido eso, y nadie se lo merecía. Menos que menos él.

Mis pisadas eran fuertes contra la grava, todavía ventilando el reciente encuentro con Julia y respirando hondo para tratar de calmarme. Si bien había estado contenta de no estar agobiándome en el vacío que me había atormentado por días, no significaba que disfrutaba de mis mejillas coloradas y la sensación de querer estrangularla. Aparte de que la gente que ya andaba caminando por las callas (la poca gente) me miraba extrañada, lo cual supuse que debería de estar roja o cercanamente a estar destellando una vez más. No hizo falta que me metiera en ninguna cabeza para saber eso, sabía que tenía que recuperar la compostura.

Me acerqué para el lado del acantilado, donde estaban las escaleras para bajar a la playa y me apoyé en las barras metálicas. Seguía siendo la mañana, por la puesta del sol no eran ni las diez, pero la calidez de la luz en mí me hizo cerrar los ojos. Suave, tenue, la misma que disfrutaba meses y meses antes cada madrugada para sobrevivir el día. ¿Por qué había dejado esa costumbre? Hasta parecía tonto no haberme tomado esos minutos de paz todos los días, podrían haberme ayudado o cambiado algo. O por ahí no. No había nada que hubiese evitado todo el desastre.

Me distraje con el ruido del mar, las olas estrellándose en la orilla y de algunas gaviotas a lo lejos en la arena de la playa. El sonido era tan suave que pocas veces los escuchaba, menos cuando había estado entrenando o en guardias, que la gente alrededor hablaba y gritaba, con lo cual tapaba todo tipo de ruido de fondo. Una melodía natural que me hizo dejar caer los hombros y calmar el momento agridulce que había tenido minutos antes.

Para cuando volví a abrir los ojos, debajo en la playa, había una silueta. Me puso los pelos de punta, no habiéndola visto antes, y de no ser por haber reconocido el reflejo de dos mechones blancos en su pelo, me habría puesto ya en defensa. Estaba de brazos cruzados, su postura levemente inclinada, y con los pies en el agua. Empecé a bajar las escaleras con cuidado, peleando contra el viento de la marea que me desacomodaba todo el pelo.

Me terminé poniendo la capucha de mi buzo y dejé mis zapatillas en el último escalón, justo al lado de otro par más. La arena se sintió fría entre mis dedos y peor fue cuando me fui acercando hasta estar pasos detrás de la persona.

Sus sollozos me partieron el corazón.

—¿Luna...?

Me dio una mirada rápida sobre su hombro, sus ojos rojos, y volvió rápido hacia adelante para limpiarse las lágrimas que estaba tratando de esconder. Sentí que me hundía en la arena, un peso en mi pecho que me tiraba hacia abajo al reconocer cierto reflejo de mí que entendía en ella.

Tardó unos segundos antes de volver hacia mí, acomodando sus dos mechones blancos que contornaban su rostro.

—Oh, Tay, que bueno es verte —se acercó para darme un abrazo, tambaleando en la arena y peleando con nariz al sorber una y otra vez. Terminó limpiándose con las mangas de su campera—. Perdón, estoy hecha un desastre-

—¿Quieres hablarlo? —pregunté, antes que cualquier otra cosa. Sabía que el primer tema que saldría entre nosotras podría ser todo el suceso de Marla, sentía la disculpa hacia mí en su tono de voz y en la forma que se había querido acercar. No, no había leído su cabeza, porque había cosas que fácilmente podía detectar en mis amigos. La anomalía era innecesaria. Ella frunció su boca—. No quiero hacerte la pregunta obvia.

Levantó una de sus cejas.

— ¿Cuál? ¿Si me encuentro bien? —soltó con sarcasmo, volviéndose cruzar de brazos y se giró hacia las olas que seguían tocando sus pies. No sabía cómo hacía, hacía frío aquel día y no me podía ni imaginar la temperatura del agua. Me acerqué a ella hasta estar parada a su lado. No me miró al agregar—: No. No estoy bien. Estoy lejos de estarlo... y supongo que tú también.

No me salió contestarle, sólo me encogí de hombros. Lo que ella estaba llorando momentos antes, yo lo había sufrido en un vacío constante que no terminaba de desahogar. Mi silencio pareció darle una respuesta aparte y se paró más cerca de mí, relamiendo sus labios al, probablemente, pensar una respuesta.

—Lamento lo de Noah. Sé cuanto te importaba y todo el... cariño que le tenías —saboreó sus palabras, cuidadosa de lo que decía. Si pisaba la grieta en mi corazón, no iba a hacer más que agravarla—. Él nos salvó a muchos de nosotros... podríamos haber sido más en ese colectivo y llegó a tiempo. Me apena que haya sido tarde para él.

Apreté la mandíbula y asentí. No tenía que decir. Quise cambiar el tema, mirando todo nuestro alrededor en busca de otra sombra o presencia.

—¿Cómo está Aiko?

—Sin hablarme, lo cual no es sorpresa. Está encerrada en su cuarto y con suerte come —dijo. Pobre Aiko había sido la más afectada, yo la había encontrado en un estado catatónico cuando todo se disolvió de la mente de los demás, no quería ni imaginarme por la soledad que estaba pasando. Marla había sido la única con la cual se había podido comunicar fácilmente, ¿y terminaba siendo una infiltrada? Pensar en su lugar me apretaba el corazón. Incluso si ahora era yo con quien podría comunicarse, ¿lo haría con tanta facilidad por más que se tratara de mí? —. Pero supongo que estará bien. Sólo nos tenemos a nosotras dos ahora... aparte de ustedes, claro. Los pocos que quedamos.

Los pocos que quedamos. Podía contarlos hasta con una mano al que antes era mi grupo, o los que quedábamos de aquella foto que ahora colgaba en mi heladera.

—¿Crees que van a volver? —preguntó de la nada, ganando toda mi atención al voltear mi cabeza hacia ella. Compartíamos la misma duda e incertidumbre—. ¿Crees que puedan sobrevivir a donde sea que los hayan llevado?

No. Me mordí la lengua. Sabía que no podía pensar así, no estaba lista para despedirme de nadie, no cuando parte de mis amigos habían sido llevados, cuando personas con familias habían sido nuevamente separadas, y las cuales no podía imaginarme ese dolor. No podía aceptarlo con el gemelo, no iba a aceptarlo tampoco con los demás; me aferré a la última gota de esperanza que me quedaba con ellos.

Me obligué a sonreír.

—Quiero creer que Jacob va a darles el madrazo de su vida con una barra de metal. O con un tornillo, lo que crea capaz —me reí, algo que Luna también hizo al escucharme, todavía limpiándose algunas lágrimas. Me dio la razón con un asentimiento y, una vez más, volvió hacia el mar, su atención fija en las olas. Mis ojos volvieron a recorrer el alrededor, encontrando las paredes gruesas del acantilado, la piedra filosa y de colores mezclados como una mural enorme, cuevas de entradas angostas por un lado y otras rocas que circulaban la arena rodeándonos.

Sólo fue una la que hizo analizarla detenidamente. Habían tallado en ella dos iniciales, parecían recientes, no difuminadas en lo absoluto. Mis ojos se fijaron en los dedos de Luna, una piedra filosa entre ellas y que compartía el grosor del trazo que decía:


L & C


Tragué pesado—: Lamento lo de Cassia, Luna. No lo sabía.

Pude escuchar cómo se trabó el aire que entraba por sus pulmones en ese momento, cerrando sus ojos y más lágrimas surgiendo de ella. Me acerqué para acariciar su espalda, ella furiosa limpiando sus mejillas y suspirando.

—Es estúpido, ¿sabes? Todo el tiempo que malgastamos...todo lo que no sé si fue real siquiera —estalló, su labio inferior temblando—. Mi sexualidad nunca fue mi problema, no es- no es eso. Pero nunca pensé conseguir que alguien me hiciera temblar el mundo como ella, pensé que- pensé que mi vida desde el momento que tuve mi anomalía a lo que quedara, trataría de solo contar los días que me quedan o al menos imaginar la idea de cómo moriría. Y ella apareció de la nada.

Sin verlo venir, había lanzado la piedra en sus manos contra el mar, su brazo deformándose hasta duplicar su tamaño en un ángulo horrible y vi desaparecer la piedra hasta que se volvió un puntito y escuché un leve pop por sobre el sonido de las olas.

—Y cuando me entero de que es mutuo, que yo le había hecho temblar el piso a alguien más, puff, todo se deshace —se limpió la nariz con más fuerza, sus cejas frunciéndose—. ¿Cómo sé si eso fue real ahora? ¿Y si fue trabajo del parásito que nos manejó? Tampoco puedo preguntarlo, porque ella puede estar muerta ahora y solo pude disfrutar un maldito día después de meses esperando... sólo esperando.

A mi mente vinieron leves escenas que recordaba de ellas, siempre hablando, de cómo Luna la había mirado la primera vez que yo la había conocido. Cassia resaltaba entre la gente por su pelo azul eléctrico, algo que podría haber ido con su personalidad, y yo nunca había tenido ni una chance de conocerla. Entre mis problemas, los que Marla me había armado, y todo lo que estaba sucediendo en su momento; nunca me había puesto a pensar en la vida de mis amigos o las relaciones que surgían. Me sentí peor de lo que ya estaba.

—No creo que Marla haya armado todo aquello...

—¿Cómo estás segura de eso? Ella nos quiso alejar a todos de ti, a todos tus amigos —me recordó, su voz temblando y manteniendo cierta tensión al mismo tiempo. Sus ojos miel resaltaban por lo rojos que estaban—. ¿Cómo alejarme si ella sabía de mis sentimientos hacia Cassia? ¿Por qué no la manipularía para distraerme y de a poco alejarme?

Mi odio hacia Marla creció, porque Luna tenía razón. ¿Qué debilidades habría visto en mis amigos para alejarlos de a poco y sin que yo me enterara? Con Noah había sido hasta obvia y yo no lo había visto, ¿pero con los demás? ¿Con qué punto débil los había distraído lo suficiente para sacarlos de su camino? Todo tan calculado, todo mal hecho a medida, inconscientemente terminé apretando los puños.

Luna siguió hablando.

—Por eso quiero creer que está viva, quiero creer que van a volver todos y que... —un sollozo atravesó su pecho—. Y que cuando eso pase, ella me buscará a mí porque todo es verdad. Mi cabeza me jode día y noche pensando esto, pensando en ella y en que será. Perdí a mi mejor amigo también y no lo- me duele todo.

No lo pensé al tirar de uno de sus brazos y atajarla entre los míos, agarrando los pedazos de ella que trataba de abrazar y contener. Rompió más en llanto apenas la abracé, peleando con mi respiración para no llorar con ella, y dejé que desahogara lo que ya no podía contener sola. Yo no estaba tan lejos, la verdad era que estaba más cerca de que nos quebráramos juntas y que nuestras piezas se mezclen entre sí.

No podía romperme, no frente a ella ni ninguno de mis amigos. El mensaje estaba siendo más que claro y pegó mis propios pedazos aún más.


[...]


Me quedé el resto de la mañana con Luna, conteniéndola y no hablando más de lo dicho. No había nada más que mencionar, ninguna de las dos agregó nada, sólo mantuvo una de sus manos aferradas a la mía y, cuando la acompañé hasta la entrada del centro de entrenamiento, fue cuando me dio una sonrisa. De vuelta, se mantuvo en silencio, sólo dio esa leve sonrisa con un apretón de manos y empezó a caminar hacia la entrada.

—¿Luna? —la llamé, ella girándose apenas me escuchó—. Trata de acercarte a Aiko. Se necesitan también, y por más difícil que pueda hacer... no necesitan hablar para entenderse, ¿o sí?

Sólo asintió como respuesta y siguió su camino, sonriendo brevemente una vez más. Yo solté un largo suspiro, mis hombros caídos, y en lo que empezaba a caminar, me encontré yendo una vez más a dónde había planeado ir antes. Pasé por la entrada de la enfermería, saludé a Olivia que estaba en una ronda con las demás sanadoras, y me hice paso entre las camillas hasta llegar a la puerta que buscaba.

Tom no estaba ahí. No me sorprendió no encontrarlo, la verdad, por más esperanzas que tuviera de verlo. La habitación de Claire estaba vacía aparte de ella. El gemelo había hecho justamente algo que, por el comentario que la líder de Costa Norte había soltado antes de que se fuera de la reunión, lo había hecho no querer ir. Por culpa.

Tragué el sabor amargo que surgió en mi boca, todavía desacostumbrada a la cantidad de emociones revolucionando en mi pecho y atrayendo esa locura que estaba sintiendo desde que había salido. La conversación con Luna me había distraído, pero una vez que había vuelto a pensar en todo, la sensación volvía de la misma forma que las olas llegando a la orilla y mojando todo en su paso.

No era difícil de reconocer de dónde salía tanta acumulación, la realidad era que cargaba con tanta furia, decepción, dolor, soledad y culpa, que era más normal estar perdiendo la cordura que pelear por mantenerla. Estaba en todo en mi derecho de hasta hacer un berrinche y enojarme con todos, por no confiar en mí, por no escucharme, por no dejarme cuidarlos. Incluso con Luna, los demás y las distracciones. ¿Podrían haber peleado la intrusión? Lo dudaba, pero tenía ese egoísmo en mi pecho de pensar que podrían haberlo hecho. Todos me habían ninguneado y ahora estaban padeciendo de sus acciones (hubiese sido Marla o no).

Y yo estaba padeciendo las mismas injustamente.

Me senté en la silla en frente de Claire después de acomodar los mechones de su pelo. Lo primero que me fijé era en que no tuviera ningún rasguño, su piel parecía estar en perfecto estado (probablemente alguna sanadora habría pasado a cuidarla) y una vez que me aseguré de que estuviera intacta, cierto botón en mi cabeza fue oprimido y la dejé caer contra su mano. La última vez que la había visto, otro anómalo controlado la estaba cargando para llevársela a los militares. La mínima idea me hizo apretar su mano.

Ni cálida ni fría, llevé su mano inconscientemente a mi frente. Un tacto mínimo. Una caricia inconsciente.

En el silencio de todo, con mi cabeza asegurándose de no ser penetrada por ningún tipo de pensamiento ajeno que me diera migraña prácticamente, me quedé mirándola a Claire. A mi amiga, la única que no sufrió del lavado de cerebro, que nadie la había saboteado con ninguna debilitad, que (despierta o no) se había quedado de mi lado y que sabía que me hubiese apoyado. ¿Hubiese sobrevivido al lavado de cerebros? ¿O habría sido quien desconfiara de Marla en el primer momento? ¿Julia habría sido diferente si ella hubiera estado despierta? ¿Qué tan distinta hubiese sido mi estadía en Costa Norte si Claire hubiera estado despierta desde un principio?

Las preguntas golpearon mi cabeza como martillazos hasta dejarla caer en la camilla, mi mejilla toda apretada contra las sábanas y mi vista aún clavada en mi amiga. Verla y estar con ella era como si todos los murales construidos en mí para tratar de no sentir tanto, se volvían sábanas que en una respiración suya se movían sin problema.

—No tienes ni una idea de cuánto te necesitamos acá, de cuanto te necesito... —murmuré, las palabras tan pesadas que me agotaron el doble soltarlas. Si ya antes de todo estaba harta de sentir la culpa con ella, ahora con el bloque de emociones en el pecho lo sentía como el gramo que más pesaba—. Te extraño tanto. Ahora más que nunca.

Siempre hubo una parte mía que esperaba alguna reacción, algo en ella, y cómo todas las veces que la había visitado, me iba con la misma sensación de que otro día sería distinto. Ese día hasta las palabras se repitieron en mi cabeza: Algún día.

Salí de la enfermería con las manos en los bolsillos de mi campera y empecé a deambular sin camino. No tenía hambre, eran pasadas del mediodía para cuando salí (por la puesta del sol era fácil empezar a deducir las horas después de tantos meses sin un reloj a mano). Llegando nuevamente a las zonas de mercados, muchos puestos habían sido saqueados de lo que tenían hasta dejarlos vacíos y esperar un nuevo vendedor. Tanto esfuerzo para...nada.

Al final de la hilera de puestos, entre muchos que ya habían retomado su trabajo y estaban vendiendo los últimos productos en buen estado que les habían quedado, quedaba sólo un puesto que no había sido ni saqueado ni tampoco nadie vendía. Al acercarme, reconocí el mismo puesto donde Marla y Aiko una vez habían comprado cervezas. Conté las decenas de botellas en los estantes, entre líquidos oscuros a más claros.

Una voz a mis espaldas me hizo dar un respingo.

—¿También buscas llevarte una botella? —una mujer con una sonrisa nerviosa me habló, sus manos en su blusa blanca. La había visto en un puesto de panadería a unos cuantos pasos. Señaló por sobre mi hombro las botellas—. El dueño fue uno de los desafortunados en ser capturado. El alcohol no tiene un vencimiento tan repentino como otros productos, con lo cual...

Entendí a lo que iba.

—No hay prisa por cual llevarse uno —adiviné y ella asintió. Parecía nerviosa, y no quise pensar que era por mí, pero tampoco había nada alrededor como para tener otra excusa. Aclaré la garganta—. Lo cual me sorprende, en otra circunstancia y otros saqueos, el alcohol es una de las primeras cosas en desaparecer, ¿no?

Soltó una pequeña risa—: Así es, y tampoco empujemos nuestra suerte, no todos cooperan de la misma forma con pérdida. Incluso tu amigo.

Me giré del todo a ella.

—¿Mi amigo?

—¿O es el que es tu novio? Uno de los gemelos, el que quedó —aclaró. Una cubeta de agua fría me acababa de recorrer por los hombros—. Vino hace un rato y se llevó una. Lo cual es extraño, podría haber agarrado unas cuantas de ser que necesitaba...lo que fuera que el alcohol le diera.

Una salida. De lo que fuera, de sus emociones, de la situación, de lo que fuera. En mi vida había tomado grandes cantidades de alcohol, pero había estado —en mis quince y dieciséis años— en fiestas dónde veía compañeros míos colapsar en inconciencia o devolver lo que habían comido en algunas macetas. Tom nunca había sido así, su hermano era los que tomaban, no él. Y vaya a saber que se encontraría con lo que tomara.

¿Y si buscaba el calor del alcohol de la forma que hubiera hecho yo? No, él no sentía la diferencia de temperaturas. ¿Y si buscaba algo que reviviera las emociones o quebrara paredes?

La mujer me miró de costado cuando me incliné sobre la barra y tomé dos botellas de lo que parecía ser licor. Se notó más nerviosa y afligida cuando me vio con las dos manos ocupadas. Le di una mirada rápida y sonreí como pude.

—No te preocupes, no las voy a tomar por ahora. Pero pienso apurarme a llevarme dos antes que más personas encuentren refugio en una botella —solté, algo que ella asintió, y se acercó a palmear mi hombro. Analicé sus pasos, sus facciones; me recordó al hombre que me pidió disculpas esa mañana, sólo que esa mujer no hizo falta que lo dijera. Lo pude reconocer y simplemente me encogí de hombros—. Gracias. Espero que te encuentres bien.

Volví con las botellas en mano a mi departamento, arrastrando los pies y sin dejar de pensar en Tom. En Claire. En Luna. En todos, la verdad. Había heridas en todos, secuelas que dolían, que sangraban y que consumían. Más peso en mi pecho me hizo bajar los hombros, no porque sintiera culpa, sino porque me estaba dando cuenta que yo no podría ceder a mi dolor. No porque quisiera esquivarlo, por algo más fuerte que no terminaba de admitir.

Apenas llegué al departamento, dejé las botellas en la barra y guardé lo demás que había dejado fuera antes de irme a la maldita reunión. Ya no estaba tan enojada, si me lo ponía a pensar la furia volvía y ya había sentido suficiente por aquel día. Al estar dejando las botellas lejos del alcance que se rompieran, escuché un estruendo que me hizo dar un paso hacia atrás y que una botella se deslizara de dónde la tenía agarrada. Fui lo suficientemente rápida cómo para detenerla en el aire, mis haz rodeándola y levantándola de vuelta a mi mano.

Lo primero en lo que pensé, era que se trataba de alguien mudando muebles de un departamento vacío a otro, no me hubiese sorprendido a pesar de que eso no lo veía necesario. En lo que volvía a poner la botella que se había caído, otro estruendo más fuerte se escuchó y me quedé quieta en mi lugar, lejos de cualquier cosa que pudiera tirar al moverme, y no fue que escuché un tercero, la temperatura en todo mi departamento bajando, que corrí hacia la puerta y la abrí de un tirón.

Me deslicé a través del pasillo hasta llegar a la puerta del departamento continuo, escuchando más estruendos, gruñidos, y la desesperación me ahogó.

—¡¿Tom?! —lo llamé, golpeando su puerta, y claramente no me estaba escuchando con todo lo que estaba pasando ahí dentro. No lo pensé mucho, lo escuchaba del otro lado, y con todo mi haz comenzando a recorrerme desde el pecho hasta mis piernas, pateé la puerta con tanta fuerza que salió del marco hasta caer en el piso.

Me recibió un cuarto oscuro, las ventanas tapadas por las cortinas, ninguna luz encendida, y la única luz que pareció entrar era la del pasillo que me dejó ver el desastre en el departamento. La mesa del comedor había sido volteada, las sillas dispersadas por toda la sala, el sillón desplazado y con marcas de escarcha en su respaldo. Al dar una pisada, sentí vidrios en mi suela que suponía que podían ser de vasos o del espejo que estaba como único adorno en sus paredes.

Algo se deslizó y golpeó contra el suelo, lo que me hizo mirar hacia arriba y justo reconocer al gemelo sentado en el piso y contra la pared. Se me quedó el aire en la garganta al ver su estado, con los ojos tan rojos y empapados detrás de sus cejas fruncidas, su pelo en distintas direcciones como si hubiese sido tironeado y una de sus manos cerradas en el pico de una botella que estaba más cerca de estar vacía que llena. El olor a alcohol me golpeó las nariz en el segundo paso.

Mi mejor amigo parecía estar igual (o más roto) que yo. Se me escapó su nombre tan suave que seguramente no me había escuchado ni tampoco me detuvo cuando me acerqué y me agaché frente a él, mis manos en sus rodillas. En lo que él trataba de formular una oración, o lo que fuera que quería decirme, yo estaba peleando para no quebrarme con él. No podía hacerle eso.

Terminé deslizándome por su costado, inclinándome hacia él y llevándolo contra mi pecho, su cabeza apoyándose contra mi hombro. Empezó a temblar con tanta fuerza que pensé que le estaba dando un ataque, hasta que sus brazos me abrazaron con tanta fuerza que prácticamente caí sobre él. No lo pensé al abrazarlo con el mismo furor, su pecho agitándose con el llanto y rompiéndose como un niño pequeño. Me rompió más el corazón.

La botella rodó fuera de su alcance, y sin importar que su aliento pudiera haberme embriagado en dos segundos, no lo solté. Peleaba con su respiración para no ahogarse en sus sollozos, un sonido horrible que no quería volver a escuchar en mi vida sabiendo que surgía de él. Yo me quedé en silencio, peleando con mis lágrimas y tratando de contenerlo lo más que podía. Inconscientemente me encontraba con una de mis manos en su pelo, un gesto familiar para otra persona, y a mi favor, parecía tener el mismo efecto de apoyo que en su hermano.

Tardó unos cuantos minutos en empezar a recuperarse. Terminé sentada a su lado, mis piernas sobre las suyas y su cabeza contra uno de mis hombros, los dos aún en silencio. Tenía aferrada una de sus manos entre las mías, tan frías que me dolía hasta en los huesos, y de igual forma, la aferré con más fuerza. Había pateado la botella lejos suyo, no necesitaba tener aquel líquido cerca, y la bendita se había deslizado justamente en la dirección de la puerta que me anudaba la garganta. Tom no pareció notarlo y lo agradecí.

Fue él el primero en romper el silencio. Tardó unos segundos, su respiración pesada, y carraspeó la garganta antes de soltar:

—Lo dejé ir —habló, su voz gruesa por el llanto y con un hipo interrumpiéndolo en el medio. Lo miré sin entender—. Lo dejé ir otra vez.

—¿Qué estás diciendo?

—La primera vez que se fue, no pude ni despedirme correctamente. Sólo se lo llevaron y no pude ni gritarle a mi padre que lo trajera de vuelta —dijo, sin sacar su cabeza de mi hombro—. Y ahora... tampoco pude discutirle que se quedara, que lo pensara. Acabo de perder a mi hermano de vuelta y no pude hacer nada.

Se me enredaron las palabras en la boca. Por más que había tenido una conversación con Noah sobre lo que había sido su "ida" a la correccional, Tom era la segunda vez que lo nombraba y la primera siendo un poco más explícito. Nunca había pensado que se culparía a sí mismo por esa ocasión, él no conocía la realidad detrás de la escena; ¿cómo no se me habría ocurrido que cargaría con cierta responsabilidad sobre su gemelo?

Se acomodó contra la pared, levantando su cabeza y apoyándola hacia atrás.

—Si tan sólo lo hubiera detenido...

—Tom...no te hagas eso, no vayas por ese camino —murmuré, aferrando su mano con más fuerza. Mantuvo su vista lejos de mí, limpiando con su mano restante sus mejillas con fuerza—. No es tu culpa, no lo hubieras podido detener. Ni tú, ni él mismo... o yo.

Me hubiera encantado pensar que yo lo habría podido detener, que me hubiese escuchado y hubiese corrido a mis brazos, mágicamente el detonante en su espalda desintegrándose por mi energía y así teniéndolo de nuestro lado. Era, de hecho, una pesadilla constante que había tenido reiterados días. Con su voz, con su presencia, con su calor; era un sueño y una pesadilla. Porque era lo que más añoraba y sabía que no había pasado.

Deslicé mi mejilla por el hombro contrario a donde Tom estaba apoyado, no queriendo que me viera. Cuando volví hacia él, seguía en la misma posición. Desde ese ángulo en el cual lo miraba, al ser más baja que él e inclinada para estar cerca, su seriedad y melancolía era un reflejo aún más fuerte de su hermano. Por más que lo extrañase, no me gustaba verlo en él, no porque no era Noah, sino porque Tom tenía características diferentes que lo hacían él. No Noah, no un Parker, sino un Tom.

—Lamento que te duela tanto, Tom, ya has pasado por mucho —le dije, algo que lo hizo fruncir el ceño y voltear su cabeza hacia mí—. Pero no puedes culparte por algo que no ibas a poder cambiar. Créeme, yo tampoco pude, y entiendo lo que estás pasando, pero estaba por sobre nosotros... Noah había tomado la decisión más rápida y eficiente en el momento.

Se quedó observándome por un largo rato, quedándose en silencio y manteniendo esas facciones que compartía con su gemelo. Con el alcohol que claramente lo seguía afectando, su cabeza se ladeaba levemente de lado a lado, un desbalance en él que hasta parecía trabarle el vocabulario. Hasta sus ojos estaban entreabiertos, sus mejillas acaloradas —algo extraño en él, desde hacía meses que no veía un signo de calor en su cuerpo— y ni hablar de su aliento.

Su cabeza volvió a caer contra la pared. A diferencia de la vez anterior, no me sacó los ojos de encima.

—¿Cómo es que lo haces...? —logré escuchar, sus palabras saliendo como un tropiezo de su boca. No llegué ni a preguntar a qué se refería cuando volvió a escupir—: Estás tan... contenida, recta, entera... ¿cómo haces con el dolor? ¿Con la soledad? ¿O con la idea de que Noah puede estar muerto en este instante y nosotros no pudimos hacer nada por él?

Sabía que ebriedad podía sacar un tipo de filtro en las personas y que una ola de honestidad brutal podría salir de sus bocas, lo cual tampoco significó que me preparó para oír la última pregunta. No sé si fue su aliento el que me hizo inclinarme hacia atrás o la idea de su hermano muerto, lejos de nosotros y solo. Apreté los dientes sin pensarlo, mi corazón ahogándome en sus latidos, y me obligué a volver a la conversación antes de arrastrarme de vuelta a mi departamento, encerrarme en mi cuarto y volver a ponerme a llorar.

Busqué las palabras con cuidado para contestarle.

—Tengo una hermana que depende de mí, una responsabilidad de la cual debo seguir haciéndome cargo —dije, peleando con el temblor de mi labio inferior. Y después lo miré a él, con sus ojos perdidos, el peor estado en el que alguna vez lo había visto, y me acerqué a él para tirar su pelo hacia atrás—. Y porque los tengo a ustedes, que sé que también me necesitan como yo a ustedes. No puedo perderlos a ustedes, menos que menos ahora.

Esa era la verdad por la cual estaba tan contenida, porque no me rompía con ellos; ¿Qué sumaría en la situación? ¿Más lágrimas? ¿Más dolor? Alguien tenía que tomar el horroroso trabajo de tragarse las emociones, esconderlas detrás de murales de kilómetros de altura para que no haya forma que se escapen, y ser la balanza que mantenga el equilibrio. Todos estábamos destrozados, pero de la misma forma que podía ser responsable de Morgan, podía también cuidar de los demás e iba a hacerlo.

—Y siempre pienso en tu hermano, no es que no, lo hago y duele. Muchísimo —admití. Con eso no podía mentir, pensar en Noah y su ausencia me ahuecaba el corazón hasta que se atorara en mi pecho y presionara contra mis costillas. Prefería el vacío que me había atormentado antes que aquello—. Mantengo la mínima esperanza de que sé como es él, de que va a saber sobrevivir, y que, de una forma u otra, va a volver a nosotros —tragué en seco, forzando una leve sonrisa—. Eso o lo traigo de la oreja.

Logré corromper esas facciones oscuras y un leve movimiento en sus comisuras apareció en su rostro. A mi sorpresa se ensanchó un poco más, su mano sobrante apareciendo entre nosotros y tomando las cadenas en mi cuello hasta sacarlas de debajo de mi camiseta. Me olvidaba que las tenía, o probablemente mi cabeza no me permitía mirarlas. La primera noche me había pasado las siguientes horas llorando aferrada a las cadenas sin darme cuenta. No había vuelto a pensar en ellas desde entonces.

Sus dedos acariciaron el nombre en la placa y meneó la cabeza. Estaba tan ebrio que hasta se desbalancea sentado.

—No puedo creer que lo haya logrado.

Fruncí las cejas—: ¿Qué cosa?

—Tenerte —me miró fijo, algo que, con sus palabras y atención, me hizo sonrojar brevemente—. Siempre quiso eso.

Rodé los ojos ante la exageración.

—Dudo que siempre, nos queríamos arrancar el cuello cuando nos reencontramos —recordé, a pesar de mi corazón comprimiéndose en mi pecho—. Supongo que nos quedamos cortos con ciertos meses...

—Habla por ti —me interrumpió—. Para ti fueron solo meses.

—Verdaderamente no entiendo lo que me estás tratando de decir —meneé la cabeza y llevé mi mano a su frente—. ¿Cuánto tomaste? Tienes hasta la piel tibia en tu frente, es raro eso y estás diciendo cosas sin sentido.

Soltó un tipo de risa extraña, todo su rostro relajándose, lo cual fue un alivio, hasta que dejó caer las placas contra mi pecho de vuelta y se acomodó una vez más. Con todo su cuerpo relajado, se iba deslizando hasta el piso demasiadas veces y tenía que reincorporarse antes de terminar sentado.

—No te hagas la tonta conmigo.

—¿Por qué me haría la tonta? —inquirí—. No te entiendo, es la verdad.

Alzó una de sus cejas.

—¿En serio me-me estás hablando? —preguntó él, inclinándose hacia mí—. ¿No te lo dijo?

—¿Qué cosa?

Se dio un manotazo contra la boca—: Me va a matar.

—¿Eh?

—Pensé que lo sabías, que, de hecho, al ponerse juntos, te lo habría dicho...

—Me estás espantando, Tom, ¿qué me tendría que haber dicho?

Dejó caer la mano de su boca, agitando su cabeza sin poder creerlo, su humor habiéndose dado vuelta como un panqueque (el alcohol claramente el culpable) y en una sonrisa de total y pura borrachera, apuntó uno de sus dedos hacia mí y lo hundió contra mi clavícula.

—¿Por qué crees que se acordaba de ti apenas llegamos al otro campamento? ¿O porqué estaba tan seco contigo en un principio? ¿O porqué degolló a tu muñeca cuando éramos niños y casi nunca podía acercarte a ti? —soltó las preguntas con tanta obviedad que sentí que la respuesta siempre había sido obvia y yo nunca la había visto. Y no, no la sabía, no la supe, y él la terminó dando al decir—: Porque desde que tiene uso de razón, estuvo enloquecido contigo.

Abrí la boca y la cerré como pez fuera del agua buscando aire, algo que realmente estaba haciendo, porque sentía cómo si lo que había dicho me había sacado todo el aire. Sin poder pensar bien, lo dicho rebotando en mi cabeza con tanta fuerza, lo único que salió de mi boca fue:

—Me estás jodiendo.

Tom rodó los ojos con exageración.

—No puedo creer que no lo hayas visto. Créeme, no te estoy jodiendo en lo absoluto —dijo. ¿Cómo era que nunca lo había sabido? ¿O como él no me lo había dicho? Conociendo a Noah, se habría llevado eso con él a la tumba—. Supongo que fue el puñetazo que le diste cuando rompió tu muñeca-

—¿Le di un puñetazo? —traté de recordar—. Tenía tres años...

—Y un muy buen derechazo, vale aclarar. Hiciste que te recordara —se rio por lo bajo, el recuerdo subiéndole aún más el humor—. Y supongo que, en lo que peleaba con sus emociones y su timidez en su momento, ver que después seguiste siendo hasta buena con él, fue lo que le gustó de ti. Eso es algo que no cambió.

—¿El dar un puñetazo y después hacer como si nada? —la idea me hizo reír brevemente con él. Tom me codeó suavemente.

—Tu bondad, incluso con quienes no lo merecían —contestó—. No cambiaste eso de ti.

Me encontré sonriendo antes de que pudiera detenerlo, una calidez recorriéndome el pecho y relajando todos mis órganos como si hubiesen estado rígidos todo el día. Me acarició el corazón, lo hizo latir más rápido de lo normal y aumentó el calor en mis mejillas. Inconscientemente, mis dedos se habían enlazado entre las placas. Me sentía como una niña, en cierto lado, y seguía anonadada al enterarme del secreto de Noah.

—No puedo creer que no me lo haya dicho, o que yo no me haya dado cuenta nunca —me volví a reír brevemente, acomodando mi pelo detrás de mis hombros. Ya había crecido bastante desde que me lo había cortado—. Después de casi un año... juntos o lo que fuera.

El gemelo a mi lado levantó sus cejas.

—¿Acaso ustedes no estaban tratando de mejorar en la comunicación? —se acordó, algo que, al asentir, él sólo se empezó a reír con ironía—. Apestan, en serio. No saben ni decirse las cosas obvias como esta o al menos lo esencial.

—Estábamos trabajando en eso...

—¿Alguna vez se lo dijiste? ¿O él? —quiso saber, una sonrisa suave en sus mejillas—. ¿Al menos una vez? ¿Antes de que se fuera?

—¿Qué cosa?

La mirada de costado que me dio me respondió y él agregó:

—Bien sabes a lo que me refiero.

Oh, sí, lo sabía, y la sensación era la que me había estado carcomiendo el corazón desde el minuto cero que Noah no había estado. En nuestro último momento, lo había sentido en la punta de mi corazón, las palabras enredándose en la lengua, y por el poco tiempo, no se lo dije, no se lo pude expresar, y era una de las razones por las cuales no podía pensar que él estaba muerto, que le pasaría algo. Porque él no lo sabía.

La sonrisa que surgió esa vez fue más con amargura e ironía en lugar de la anterior que había sido más genuina.

—No, no se lo pude decir —contesté—. No pude decirle que lo amo.

No sabía con exactitud cuando había sido que yo me había enamorado de Noah Parker. ¿Habría sido en los entrenamientos? ¿Entremedio de las discusiones? ¿Las noches que había pasado conmigo abrazados y robándonos algunos besos? ¿O cuando empezamos a confiarnos las cosas importantes? Realmente no lo sabía, podría haber sido un poco en cada momento, pero lo que sí sabía, era que me había dado cuenta de la verdad apenas lo vi irse en ese horrible camión y las palabras se hundieron en mi lengua que tuve que tragar con un dolor que me quemó hasta la garganta.

Tom palmeó mis rodillas, dándome ánimo.

—Él lo sabía, estoy seguro —sonrió brevemente—. Y también sé que él te ama también, muchísimo, estoy mucho más seguro de eso. Solo esperaron mucho para aclararlo.

Fui yo la que le dio la mirada de costado.

—¿En serio quieres hablar sobre esperar? —lo burlé—. Sigues esperando a tu bella durmiente.

Me codeó con fuerza, cayéndose en mi regazo en el proceso al perder el equilibrio.

—Oh, cállate.

Dejó su cabeza en mi regazo, barullando el nombre de Claire, probablemente excusándose, y todo su cuerpo empezó a relajarse más de lo pensado. No iba a permitir que se quedara en el piso, así que, teniendo una rápida idea, palmeé su espalda para que se levantara. A regañadientes, volvió a sentarse contra la pared en lo que yo me levantaba con cuidado de no clavarme ningún vidrio destrozado en su ataque de ira.

Me acerqué a él para colgar uno de sus brazos en mi hombro y pelear su peso al levantarnos a ambos.

—Ven, vas a quedarte en el cuarto extra en mi departamento. Nada de quedarte solo de ahora en más —ambos nos tambaleamos entre los restos de cosas en el piso y logramos llegar al pasillo—. Después nos encargamos del desastre, yo traeré tus cosas en lo que tu descansas.

Apenas pudimos llegar a la puerta de mi departamento, que había dejado abierta con la desesperación que había salido, y cruzando las puertas de mi cuarto y el de Morgan, por fin abrimos el tercero que había sido reservado para Claire y que ahora había una razón por la cual usarlo. Peleé con la puerta que se había trabado al no ser usada, y una vez abierta, dejé caer al gemelo con pesadez en la cama.

Soltó un gruñido incómodo al apoyarse entre las almohadas en lo que yo le sacaba las zapatillas y lo tapaba con una de las frazadas dobladas que habían estado ahí desde un principio.

—Yo fui quien dijo tu nombre en la reunión.

Tom lo soltó con tanta naturalidad que no me permitió reconocer a qué se refería. Si al secreto de su hermano, el amor que nunca nos habíamos podido decir, o si hablaba de la nefasta reunión que habíamos tenido hacía unas horas. Suponiendo que era esa y que tenía que ver con la ira de Julia, largué un suspiro.

—¿Por qué yo? —le pregunté, sentándome a su lado en la cama—. Sabes que ella no lo quiere permitir y hará lo imposible para que no pase.

—Porque la ciudad está de tu lado al fin. Escucho lo que dicen y cómo cambiaron de opinión —su tono de voz empezó a bajar hasta empezar a ser un murmullo, el cansancio y alcohol en sus venas haciendo lo suyo para empezar a dormirlo—. Julia no dejará de ser líder, pero va a necesitarme más que nunca si su gente lo exige.

—Suenas muy seguro de eso.

—Porque ella no quiere que duden de su mandato, no es tonta —contestó—. Ya te usó de propaganda, ¿por qué no usarte en su equipo principal?

Para estar borracho y con pocas horas de sueño encima, Tom era bastante listo. Decidí no agregar nada más, acomodando la manta en él y sólo alejándome de él para acercarme al baño y traer el balde que usábamos de limpieza sólo por las dudas. Apenas me volví a sentar, estiró una de sus manos para tomar la mía de vuelta y darle un apretón.

Se lo devolví sin pensar.

—Tranquilo, no me voy —le susurré—. Me voy a quedar.

Me saqué las zapatillas y me senté a su lado, mi espalda contra el respaldo de la cama y acomodándole el pelo para que no le cayera en el rostro. Tom no tardó en dormirse, llegué a escuchar su respiración volverse tan lenta hasta empezar a tomar peso y relajarse del todo. No soltaba ronquidos como Noah, pero supuse que era por lo cansado que estaba y era en lo único que el alcohol lo había ayudado al sucumbir al sueño pesado.

Y yo me quedé pensando en su hermano, en lo que Tom había dicho, y más allá de las hermosas emociones que habían cruzado por mi pecho, sólo pude pensar en cuánto necesitaba que ahora supiera lo que me seguía agujereando el corazón una y otra vez. Necesitaba que lo escuchara de mí e iba a hacer lo imposible para que fuera así.



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