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Fue en el día de las madres cuando todo se me fue de las manos y por la borda.
Costa Norte no hacía muchos festejos, entre que los días se mezclaban entre sí en su gran mayoría, tampoco teníamos el tiempo de tener en cuenta qué podríamos celebrar y qué no. Había algunas fiestas importantes, como Navidad o Año Nuevo, que se sabía que mínimamente alguna reunión general en el comedor podría ser hecha con un poco de música o lo que fuera. Y después, por consideración del pueblo y las familias separadas, se decidió festejar también las fechas familiares. Entre ellas, entraban el día del padre y el de la madre.
Era un domingo muy soleado, el usual frío de la ciudad desaparecido una vez que el sol caía sobre uno. El mar se escuchaba tranquilo, las olas suaves y controladas, la brisa húmeda y fresca al mismo tiempo. Parecía ser el día perfecto para festejar el día a las mujeres que, en mi caso, había tomado demasiados sacrificios para la seguridad de mi hermana y la mía. El más grande de ellos, dejarnos ir. Así que, ese día, harían una pequeña reunión en el comedor donde todos nos reuniríamos a comer.
Mi sorpresa más grande fue que Morgan me despertara con un desayuno, que trató de unas tostadas con huevos revueltos y café, sólo que el detalle de las flores frescas me hizo sonreír. Me había hecho un dibujo firmado por ella, lo que parecía ser una foto de un viejo retrato en casa, de nuestra familia. Detrás de ella, había firmado:
"A la mejor hermana que me pudo tocar y que nos protegió, protege y protegerá por siempre. Con amor, An": Me obligué a ahogarme en las tostadas para culpar mis lágrimas por la falta de aire.
Cuando me avisó que se juntaría con unos amigos de la escuela por un rato, prometiéndome que nos encontraríamos en el comedor una vez que fuera la hora de comer, al quedarme sola, me hallé mirando las flores que me había traído. Las puse en un vaso con agua y las dejé en una nueva mesa restaurada que había podido rescatar de unos escombros viejos. Mis dedos acariciaron sus pétalos, todavía suaves e intactos, y solté un largo suspiro al pensar en mi pobre amiga. Me había olvidado cuánta vida esos detalles le daban a absolutamente todo.
Llevé a mi cuarto lo que Morgan me había dibujado, pegándolo en la pared con una cinta adhesiva que le había robado a mi hermana de la escuela. Había empezado a decorar un poco las horribles paredes, en lo que también me ayudaba a relajar las cosquillas nuevas que recorrían mi nuca, rodearme de mis cosas favoritas parecían ayudarme con eso. Había colocado una de las fotos que nos habíamos sacado en el cumpleaños de los gemelos —que sí, era la que me estaba cayendo del sillón—, como también la foto que compartía con ellos y otra con mi familia que viajaban conmigo desde el campamento anterior.
También había recuperado el broche lila y la costura del nombre de Asher que había enlazado con él. Lo dejé en mi mesa de luz, lo que me permitía mirarlo antes de irme a dormir todas las noches. Y, en una esquina, escondido de que los gemelos la vieran para que no intentaran sacármela, estaban los dos pedazos arreglados que había recuperado de la heladería Parker's y que nunca se la había devuelto a Tom. Era mía ahora.
Me senté en la cama después de pegar la nueva adquisición, mirando los trazos que formaban las caras de mis papás. Pensar en ellos era duro a veces, más en los días donde el cansancio y frustración se sentían en mis hombros. Extrañaba sus consejos, su apoyo, sus chistes y hasta toda la macumba que mamá hacía en nosotras todos los domingos. Siendo sincera, con todo lo que me estaba pasando, necesitaba una de sus sesiones.
Los episodios no habían parado, pero tampoco habían empeorado. Se trataba de o el enorme cambio en mis ojos en un momento extraño, o un dolor punzante en la cabeza que me hacía doblar las rodillas del dolor. No me había vuelto a pasar en mi departamento como la primera vez, siempre era en mi rutina diaria de ir a entrenar, o en el camino de la ciudad, incluso entre los puestos del mercado. Ya siquiera asustaba a nadie, de hecho, hasta se empezaban a preocupar por mí una vez que notaban mis quejidos. Por suerte nunca llegó a mayores, que era mi miedo más grande, y había ya pasado días lidiando con los cambios.
Y no, nadie más sabía que el Doc, Troy y yo. No al menos la verdad.
La teoría seguía, como habíamos planeado con el Doc, que yo había eclipsado y quitado la anomalía de Javier, mitad mentira y mitad verdad, porque no era del todo lo que había pasado. Tom y Sue habían parecido satisfechos con la respuesta que, con lo que había dicho el Doc, parecía certero y más confiable cuando les había dicho que lo que me estaba pasando era una nueva adaptación a una etapa de mi evolución. ¿Podría ser otra mitad verdad mitad mentira? Probablemente. Noah seguía dudando, no había forma de convencerlo de la historia y él no podía convencerme a mí de sacar la verdadera. Hablar del suceso se había vuelto un tema tan delicado como poner un pie en pleno campo de batalla.
Salí del departamento después de darme una ducha rápida, pasando mis dedos por mi pelo húmedo una vez que bajé las escaleras. Estaba segura de que Tom había ido a visitarla a Claire, como siempre, y Noah le había tocado la primera parte de la mañana entrenando. Recibí la calidez del sol en mis mejillas una vez que salí, cerrando los ojos al respirar hondo y me habré quedado así unos segundos antes de escuchar un carraspeo.
Al abrir uno de mis ojos, Zafira me miraba con sus cejas en alto.
—Hermosa mañana, ¿verdad? —sonrió, caminando con cuidado hacia mí. Parecía estar rengueando—. Muy feliz día para ti, Tay.
Meneé la cabeza.
—No soy madre por el momento, pero muchas gracias. Lo mismo para ti —no podía no sonreír con ella, su energía abrazándome tan afectivamente—. Espero que Troy se haya tomado el tiempo de cocinarte algo hoy.
Eso la hizo reírse y rodar los ojos.
—Ese pobre chico podrá resolverte la ecuación del universo y nunca podrá hacerte un huevo revuelto sin que le agregue la cascara —acomodó su pelo por uno de sus hombros y volvió a renguear, algo que me hizo tirar mis brazos inconscientemente hacia ella antes de que ambas diéramos un paso hacia atrás al darnos cuenta—. Oh, linda, gracias por la intención, pero estoy bien.
—¿Te pasó algo? —era incómodo no poder acercarse a ayudarla, ella se sentía incómoda hasta con un poco de cercanía de cualquiera. Zafira soltó un bufido.
—Hace dos días tuve una jaqueca tremenda que me hizo caerme y lastimarme la cadera. Ya la dulce Olivia me ayudó en lo que pudo, recién salgo de tener otra sesión y me sigue molestando solo un poco —señaló la zona dicha, frunciendo sus labios en una fina línea—. Ya va a pasar, cuando estoy acumulada de muchas energías alrededor, más que nada malas, tengo jaquecas que me causan estos tipos de accidentes.
Empecé a caminar con ella por la ciudad, ambas dirigiéndonos al comedor como todos los demás.
—¿Malas energías? —pregunté, algo en mí poniéndose nervioso—. ¿Cómo qué?
—No son necesariamente malas, a veces sólo son... distintas, algo a lo que no estoy acostumbrada —me dedicó una mirada larga, pasando desde mis ojos hacia mi mentón, mi pecho y después volviendo a subir—. Hablando de eso, te presiento... diferente. Más intensa. ¿Es por algo en específico?
Más intensa. Qué forma de describir mis cambios.
—Según el Doc, estoy pasando etapas nuevas con mi anomalía —me esforcé en sonreírle, como si estuviera emocionada por el cambio. Esperaba que en verdad no se viera el terror que estaba carcomiéndome—. Supongo que debe ser eso, la adaptación a la nueva intensidad.
Una de sus cejas se levantó—: Ni tú misma pareces creerte eso, tu energía dice todo lo contrario. Estás distinta.
Mentirle a una émpata era para tarados y ahí estaba yo. Sólo me encogí de hombros, tratando de que dejara ir el tema, y por suerte lo hizo. Eso no significó que no me sacara los ojos de encima el resto del camino.
Cruzando algunos puestos del mercado que ya estaban cerrando para ir al comedor, entre ellos nos encontramos a Marla y Aiko que estaban comprando lo que parecía ser botellas de cerveza. Terminé alzando las cejas, más que nada al ver a la callada tipa contenta con sus cuatro botellas en sus manos, y hasta Marla se rio al ver mis facciones una vez que nos paramos frente a ellas.
—En nuestra defensa, están en rebaja y creo que hoy es un día para celebrar. Aiko sólo me está ayudando —la defendió, teniendo cuidado también con las botellas que cargaba. Zafira a mi lado rodó los ojos y murmuró algo por lo bajo como jóvenes. Tendió una en mi dirección—. ¿Quieres una? Me encuentro de buen humor hoy.
La tomé con cuidado a pesar de la mirada pesada de Zafira.
—Antes de que te espantes, tengo dieciocho y medio ya. No soy menor de edad —mi aclaración la hizo reír, volviendo a rodar sus ojos y siguió el camino que nos quedaba hacia el comedor. Me volví hacia Aiko y choqué mi botella suavemente contra una de las suyas—. Espero que cedas algunas de esas botellas, sino ahí me voy a preocupar.
Su sonrisa fue contagiosa y Marla la codeó suavemente.
—Esta chica parece tener resistencia al alcohol por lo que me cuenta —por un momento me confundí con lo que dijo, preguntando cómo era que sabía aquello, hasta que mis neuronas decidieron funcionar juntas y recordarme la anomalía de ella.
—Es verdad que la puedes escuchar, o bueno, leer lo que te quiere decir —hice un ademán hacia una de mis sienes, como para señalar lo que decía—. Si ella abre la boca, dile adiós a tus tímpanos y audición.
—¿Tendría que preocuparme entonces si se pone a cantar un poquito ebria?
Aiko ladeó su cabeza y me cedió dos de sus botellas. La precaución estaba clara.
[...]
Habían adornado todo el comedor, que ya en sí era triste y tan vacío que hacia un eco horrible cada vez que entrabas por más que hubiera ya personas dentro, ahora repleto de telas como guirnaldas las columnas y adornos de navidad (que probablemente quedarían ahí hasta la siguiente fecha). Era una vieja estructura, al estilo de una cabaña enorme, la cual su madera parecía estar demasiado vieja y parches de metal —seguramente agregados por Jacob— estaban intentando de mantener la estructura lo más rígida posible. Habían arreglado un pequeño escenario en la esquina del lugar, las largas mesas como su público, y algunos integrantes de la ciudad se animaron a subir en él para tocar música con algunos viejos instrumentos que habían sido recuperados o hechos caseros.
Pasando por una de las mesas, Jacob fue mucho más rápido al tomar una de las botellas que tenía en mi mano y se alejó con ella de mí cuando quise tomarla de vuelta. Fue dejar las otras dos en la que era nuestra mesa, donde Morgan ya estaba sentada con Tom —el cual miró las botellas confundido—, y en un ademán de mi mano en dirección a Jacob, la botella volvió a mi mano rodeada de mi haz antes de que él pudiera abrirla.
Por más que escuché sus quejas, no hice más que reírme al deslizarme en el banco de la mesa.
—Cómo mejoraste con esa faceta, eh —comentó Tom, señalando lo que había hecho—. De romperte la nariz por haber rebotado una piedra en un árbol, a manejarlo con un simple ademán. Hay que confiar en el proceso.
—Es más fácil cuando lo hago sin pensarlo, si lo analizo mucho no es lo mismo —respondí. Tom se acercó a una de las botellas, su dedo trazándose con su escarcha, y al apenas tocar la botella, el vidrio de ella comenzó a condensarse al helarla e hizo lo mismo con las demás—. Yo dije que debía llamarte freezer.
Terminó soplando aire helado en mi dirección, enviándome escalofríos por todo el cuerpo, y al haberme distraído, la misma botella de antes voló en la dirección de Jacob que tenía una sonrisa triunfante. Las coronas de las botellas eran de metal. Dejé que se la quedara por lo emocionado que se veía.
Los demás integrantes fueron ocupando los lugares en cada mesa, mis demás amigos apareciendo y sumándose en los lugares que les habíamos guardado. Aiko y Luna estaban en una de las esquinas compartiendo una cerveza, Jacob habiéndose apropiado de la otra, y cuando Noah llegó, no dudó en servirse un vaso con ella y darle un buen trago al sentarse a mi lado.
—No me digas que fuiste de esos que ya se emborrachaban a los dieciséis.
Se limpió las comisuras de sus labios con su brazo y me sonrió al inclinarse hacia mí.
—Hice todo lo necesario para sacarle canas verdes a mi papá —respondió por lo bajo, solo para que yo lo escuchara. Tom estaba jugando con mi hermana y la corona de la cerveza en un partido de fútbol con sus dedos—. Iba a mandarme igual a la correccional, así que hice de todo para molestarlo.
—Sorpresas que siguen sin asombrarme, ¿eh?
Rodó sus ojos al menear la cabeza.
—No es que esté orgulloso tampoco, pero el imbécil lo merecía.
Merecía peor, pensé y tragué las palabras antes de soltarlas por impulsiva. Ambos sabíamos, más él que yo, qué tan jodido e injusto había sido Jack Parker con uno de sus hijos. O bueno, vaya a saber que historias Tom escondía debajo de su faceta de gemelo tranquilo. Pensar en ambos hermanos heridos me hacía hervir la sangre, y queriendo ignorar las cosquillas que surgían en mi cuerpo, yo misma me serví un vaso de cerveza. Demasiado amarga para mi gusto y, al mismo tiempo, lo suficientemente refrescante para calmar el enojo y distraerme.
La comida no tardó en llegar, habían armado una enorme olla con pasta —no de un tipo en específico, cualquier tipo de fideo estaba ahí metido— y en otra habían cocinado una salsa de tomate casera. Con la cantidad de verdura y fruta que hacían día a día, no me sorprendía la cantidad que habían presentado. Algunos habían traído panes recién horneados y habían dejado canastas con un poco de cada cosa sobre cada mesa. En mi caso, cedí dos de las botellas de cerveza que nos quedaban a otras mesas como una ofrenda del día, y a cambio nos llegó una porción de una horma de queso para poder rayar. Fue un buen almuerzo en paz.
O bueno, lo máximo de paz que se podía conseguir en nuestra situación y menos para mí, después de escuchar un breve discurso dado por Julia para felicitar a todas las madres presentes. Mencionó cuánto significaba el día para ella y que, a pesar del estado de su hija —lo dijo pasando sus ojos por mi mesa hasta encontrarme— no dejaba de darle la importancia y amor que era para ella tener a su hija de vuelta. Por lo menos no dijo ni mi nombre ni aclaró el coma.
Cuando nuestros estómagos ya estaban llenos, el alcohol en la cerveza me había relajado a mí como a otros más. La música seguía sonando, temas que en algún momento había conocido y tarareaba en la mesa, mi hermana habiéndose levantado para bailar en el centro. Habían movido algunas mesas y permitieron que se armara una pequeña pista de baile. Hasta Jacob estaba luciendo sus pasos ahí, sus brazos copiando el movimiento de la regadera y Luna copiándolo a carcajadas. Tom se había sumado a bailar con ellos también, llevando a Aiko que desde hacía rato agitaba sus manos en nuestra mesa. Noah se quedó sentado conmigo, habiendo girado su torso en mi dirección y permitiéndome apoyarme en su pecho.
Entre la música, los brazos cálidos abrazándome el vientre contentamente satisfecho, estaba por tomarme una muy larga siesta. Sentí la respiración del gemelo en mi mejilla cuando me dejó un beso en ella, y sonreí.
—¿En serio eres tan vieja como para dormirte en una reunión? —me burló, sus labios rozando mi oreja y dándome cosquillas—. ¿Dónde quedó tu juventud?
—No es cómo si me hubieras invitado a bailar, te quedaste acá conmigo, abuelo —le respondí, mis brazos abrazando uno de los suyos al deslizar mis pies por el banco hasta mi pecho—. Así que ahora shh y déjame disfrutar.
Por un rato se quedó así, con su barbilla en mi hombro y mirando a los demás bailar. Vi a mi hermana dar vueltas de la mano de Simo, riéndose y cantando la letra de la canción que la pobre mujer que cantaba, ya cansada de tantos temas, parecía equivocarse en algunas partes. Una vez que uno de los temas terminó, el público aplaudiendo agradecido, fue que la mujer se bajó del escenario a descansar y tomar un trago. Los demás que estaban tocando, decidieron ir por una melodía más tranquila, lo que hizo que muchos dejaran la pista también para descansar.
A diferencia de ellos, Noah se paró de su lugar y, al tener sus brazos rodeándome, me levantó con él. Me tropecé en mis pies una vez que empezó a tirar de mí hacia la pista.
—Noah, ¿qué...?
—Sólo cállate y ven.
Lo seguí como tonta, todavía un poco dormida y anonadada por la cerveza. Llegamos a la pista, justo cuando algunos de mis amigos se habían ido. Hasta Tom nos dio una mirada extrañada cuando vio a su hermano en la pista, alzando las cejas al verme y sonrió. En cambio, yo me quedé mirando a Noah, sin saber que hacíamos ahí, hasta que se paró delante de mí y estiró sus brazos a cada lado.
Lo miré como si tuviera dos cabezas.
—No me estás diciendo que sabes bailar esto... —murmuré, mis mejillas tomando color. Las de Noah también.
—No. ¿Tú sabes?
—No.
—Genial, entonces haremos el ridículo juntos —murmuró, más con sarcasmo que romántico, y dio un paso hacia mí para agarrar mi cintura y acercarme a él. Por costumbre, mis manos se apoyaron en sus antebrazos. Tuve que hacer mi cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos—. Antes de que te rías de mí y que los demás se rían de nosotros, te culpo a ti por decirme de invitarte a bailar.
A nuestro alrededor había una mezcla entre los demás que bailaban en solitario, paso a un lado y hacia el otro. También había parejas, algunas adultas, otras jóvenes, y después estaban Luna y Jacob que parecían no pegarle al ritmo que la canción suave estaba dando. Por las risas supuse que estaban más allá del bien o el mal, hasta se tropezaron y siguieron riéndose. Aiko debió de haberles dado las demás botellas.
Y sin darme cuenta, imitando los pasos de las parejas a nuestro alrededor, mis brazos se habían deslizado por su cintura, mi cabeza cayendo contra su pecho y dejándome llevar por el ritmo. Él había copiado lo mismo, sus manos en mi espalda baja y su cabeza sobre la mía, los dos compartiendo el mismo vaivén sin dirección y simplemente teniéndonos ahí. Antes estaba relajada y por dormirme, pero ahí estaba con el corazón latiéndome tan fuerte, reviviendo el fuego que solo Noah sabía manejar y controlar a su favor. Todo de él.
En un tonto momento, intentó darme una vuelta, algo que no sabemos cómo, enroscó mi brazo por encima, lo que me hizo darle una vuelta a él y reírme. Tiró de mí para que dejara de reírme, atropellándome con su cuerpo y sin lograr que pudiera esconder mi risa. Me encontré dándole un beso para que sus mejillas dejaran de ponerse más coloradas, algo que no sé si sirvió, pero me hizo suspirar contra él. Esos momentos, esa paz, eran los que sabía que me recordaban por qué era que peleaba tanto para cuidarlos, para cuidarme, para sobrevivir. Me recordaban mi lado más humano que la anomalía nunca me podría quitar.
Y para ese momento, mi día había sido perfecto. Algo que no podía darme el lujo y sabría por qué.
Fue justo cuando terminó la canción, o bueno, para mí había terminado una vez que mis oídos dejaron de escucharla cuando unas voces empezaron a atormentarme. La presión en la cabeza empezó a moverse por mi nuca, lo que me hizo dar un paso hacia atrás, la boca de Noah modulando mi nombre que no llegué a escuchar. De mi nuca, la presión empezó a distribuirse por la parte baja de mi cabeza, el cosquilleo resurgiendo en mi piel.
Me agarré los costados de la cabeza al alejarme aún más de un preocupado Noah.
—Oh no... —me sentí modular, caminando hacia las mesas y lista para correr hacia fuera—...no otra vez...
No llegué ni a la segunda mesa antes de colapsar sobre ella, mis codos incrustándose en el material y mis manos aferradas a mi cabeza, la presión siendo tan grande que terminé apretando los dientes como siempre. Las voces se volvían mas fuertes, no escuchaba nada más que eso, y fue tan así que hasta logré reconocer el tono de voz de quién era. De quién me estaba hablando tantas veces y al mismo tiempo, que no sabía identificar qué era lo que estaba tratando de decirme.
¿Por qué yo misma estaría gritándome de esa forma? Esto no era lo mismo que antes.
Muchas manos empezaron a aparecer en mi espalda, mi cabeza partiéndose y abriéndose de distintas formas por el dolor, sólo cuando unas manos trataron de tomarme el rostro fue que pude abrir los ojos y mirar mi alrededor, todos los que estaban cerca dando un paso hacia atrás al ver el haz de ellos. Los únicos que no lo hicieron fueron los gemelos y mi hermana, que era la que estaba tratando de tomarme el rostro.
—¿...Tay...? —me estresó más no poder escuchar su voz, las cosquillas volviéndose más intensas, y cuando sabía que había algo en mí que no podía contener, fui lo suficientemente rápida para empujarla lejos, contra el pecho de Tom que la atajó, y me hice hacia atrás cuando la presión en mi cabeza fue tanta, que mi boca se abrió en un grito.
No controlé mis brazos, y al abrirlos de par en par, la onda surgió de mí con tanta fuerza que todo mi alrededor se barrió en un empujón.
Caí en mis rodillas cuando las cosquillas se fueron, mi audición volviendo rápidamente y permitiéndome oír los quejidos de dolor. Tuve que parpadear unas cuantas veces cuando abrí los ojos, mi cabeza dejando de sentirse presionada y las voces desapareciendo, como si nunca hubieran estado. No solo noté que la música ya no sonaba, sino que los quejidos, los llantos que la reemplazaron, me hicieron levantarme de un salto de dónde estaba.
Un círculo había sido hecho a mi alrededor, perfectamente, como si hubiera sido dibujado con un compás. Las mesas habían sido empujadas, otras lanzadas por el aire, las personas habiendo terminado o pasado por lo mismo. Al primero que vi levantarse fue a Jacob que, confundido, había caído sobre una de las mesas y no sabía cómo había terminado ahí. Después vi a Luna, con Aiko que se había puesto encima, y ambas me miraban estupefactas. Nunca me habían visto así.
Julia, Marla y Enzo estaban en la otra esquina, también levantándose sin saber qué había pasado. Y, por último, reconocí a los gemelos y a mi hermana, trozos de hielo sobre ellos que me hicieron ladear la cabeza hasta que vi la franja marcada frente a ellos. Tom los había cubierto.
Y yo había tratado de hacerles daño.
—Lo siento. Lo...siento, por favor, lo... —no podía creer lo que acababa de hacer, cómo era que había permitido llegar a ese punto o pensar que no llegaría a ese punto. Noah fruncía sus cejas, sabiendo ya del todo que algo me había pasado, y humillada por mis propias acciones, sólo pude correr en una sola dirección que me daba la mínima esperanza de que podría ayudarme.
Mantuve mis manos contra mi pecho al correr fuera del comedor, que por suerte no había afectado su estructura, y me escondí de las miradas estupefactas, curiosas, confundidas, y las peores, aterradas. Hasta había visto brevemente esa mirada en mi hermana, teniéndome miedo a mí, a lo que había hecho. El sollozo me ahogaba tanto, las lágrimas acompañándolo, y para lo último me encontré saltando las raíces de los árboles del bosque, tropezándome en la galería de la cabaña, y entrando con tal fuerza que el mismo Doc me miró espantado una vez que aparecí en su laboratorio.
—¡Ayúdame! —sollocé, manteniendo cierta distancia una vez que quiso acercarse—. ¡Yo...! ¡Haz que se detenga!
Pobre Troy parecía más espantado que el Doc, los dos nunca me habían visto en ese estado, y por más que los dos quisieran acercarse, hice el ademán con mis manos para que se mantuvieran lejos. Hasta me puse del otro lado de la larga mesa metálica que había en el medio.
El Doc fue el único que se animó a mirarme con pena.
—Oh, pequeña... —sacudió su cabeza—. ¿Qué has hecho?
No llegué ni a abrir la boca que más personas empezaron a entrar; obviamente Julia y Enzo siendo las primeras, ya discutiendo con los gemelos y Luna que estaban por detrás de ellos. Por suerte no habían traído a mi hermana.
Cuando Julia quiso acercarse a mí, el Doc se interpuso.
—Ahora sí me vas a escuchar...
—Me parece que al que van a tener que escuchar es a mí —la interrumpió, con un tono de voz que nunca había escuchado en él. Troy se paró del otro lado, tragando en seco, siendo que estaba deteniéndole el paso a Enzo—. Taylin en este instante se encuentra aislada de todos ustedes por casos de estudio.
—Vas a aislarla una vez que me cuente toda la verdad de lo que ha pasado y que fue eso —gruñó ella, tratando de pasar por su costado, y él volvió a entrometerse—. Es una orden, Doctor.
—Y lo mío es una emergencia por tu seguridad y la de los demás —le volvió a hablar con ese mismo tono—. Usted será la líder, señorita Finch, pero le recuerdo que soy yo quien investiga los casos y decide que hacer con cada uno de ellos. No venga a entrometerse en mi trabajo hasta que se lo permita, ¿queda claro?
Me sentí como una niña cuando mi espalda chocó con la esquina, lo más alejada posible de todos y sin permitirles que se acercaran ni un centímetro más. Todas las miradas cayeron en mí, que seguía derramando lágrima tras lágrima, algo que hizo que Luna ladeara la cabeza.
—¿Tay va a estar bien, Doc? —murmuró, todos dándose vuelta para verla—. ¿Le está pasando algo malo?
—¿En serio vas a hacer esa pregunta tonta? —le escupió Enzo.
—Vuelve a hablarle así y me aseguro de congelarte la cola entre las patas —Tom parecía no cargar con su usual paciencia—. A diferencia de ustedes, Tay es nuestra amiga.
—Que les escondió la verdad también, porque todos ahora sabemos y sospechamos que hay cosas no dichas —volvió a hablar Julia, dándome una filosa mirada de costado antes de dirigirse al Doc—. Haz lo que tengas que hacer e intenta que esto no vuelva a pasar. Casi destruye y... pulveriza a mi gente. Contrólala y después se las verá conmigo. Ese es mi trabajo y usted no se va a entrometer tampoco, Doctor.
El doctor tragó en seco, tragando más que sólo su saliva.
—Sí, señorita.
—Mientras que no se transforme en una de... ellos, vamos a estar en el mismo lado.
Con eso último me dedicó puro odio una vez más, con solo sus ojos, y se retiró del laboratorio. Enzo hizo lo mismo, chocando su hombro con el de Tom, y el otro siendo chocado con Noah que lo miró amenazante también. Una vez que quedaron ellos tres, dieron un paso más y empecé a negar con la cabeza. El Doc suspiró en lo que yo pensaba a qué se había referido con ellos.
—Estoy seguro de que Tay está más que agradecida que hayan venido por ella, pero no creo que esté en el momento para estar acompañada —habló por mí, acariciando el tabique de su nariz. Noah se acercó al Doc.
—Intenté comprar la historia que tanto ella y usted me contaron todo este tiempo, queda en claro que nos estuvieron mintiendo —le reclamó, una vistazo rápido en mi dirección y después volvió al Doc—. No sé cuál serán sus excusas para no querer decirnos la verdad, pero cuando ya empieza a afectarnos a todo, a ella más que nada, no podemos quedarnos en la oscuridad.
El Doc apoyó una de sus manos en su hombro.
—Entiendo tu desesperación y claro está que la comparten todos —señaló a los otros dos que asintieron—, pero bien saben que ella no es de esconder cosas, que claramente no le gusta y nos salió mal. Penosamente, así seguirá. Si no les dice, si ella aceptó y entendió el por qué, es porque los está cuidando como siempre hizo. Permítanle que lo siga haciendo, yo me voy a hacer cargo de cuidarla a ella con lo que pueda.
Mientras que ellos hablaban, yo miré cómo estaban. Luna tenía su pelo todo desordenado, algo un poco usual en ella, y acomodaba su hombro de vez en cuando. Tom no tenía mucho, había cierta zona de su piel en su rostro que parecía estar tomando cierto color, y los brazos de Noah parecían tener rayones como si hubiera sido arañado. Todo eso lo había causado yo. Tenía tanta vergüenza que se me terminó cayendo la cabeza al mirar al piso.
No sé cómo los convenció, dejé de escucharlos mientras que lloraba por lo bajo, hasta que la voz de Luna me hizo levantar la mirada:
—Morgan está con Jacob y Anna en este momento, ella está bien, está preguntando por ti —me avisó, una sonrisa suave en sus labios—. Se quedará con nosotras hoy, ¿sí? Así no te preocupas. Quiero que te mejores pronto.
Cruzó sus brazos sobre su pecho como si me diera un abrazo a la distancia y saludó al Doc antes de irse. Los gemelos parecían no querer dejarme sola, algo que entendía y apreciaba con todo lo que tenía, no quería estar sola, pero ellos no podían tenerme cerca hasta que supiera que un episodio así no volvería a pasar.
Me obligué a hablarles.
—Está bien, chicos...estoy...bien en sí. Sólo que algunas cosas han cambiado en mí y necesito controlarlas —mi voz sonó igual de pequeña y avergonzada a cómo me sentía. Los dos fruncieron sus bocas—. Les prometo que estoy bien, el Doc seguro me va a encontrar algo que me... me contenga o lo que sea. Voy a estar bien.
Me dije eso más a mí misma que a ellos, porque quería creer que yo estaría bien, que los episodios tendrían un fin con la ayuda del Doc y, por conjunto, de Troy. No sabía qué sería, cómo sería o qué tendría que hacer para que terminaran, lo único que tenía más que en claro era que haría todo lo que fuera necesario para que nunca más pasara algo así.
Primero fue Tom el que frunció su boca en una fina línea, asintiendo y aceptando el requisito por más que no estaba contento. A diferencia de él, su hermano mantuvo su vista fija en mí, más allá de sólo enojado y preocupado, sino que hasta parecía herido. Triste. Traicionado. Entendía de dónde podía venir ese sentimiento, las cosas fuesen al revés probablemente yo me sentiría igual, y por más que sabía eso, no podía ni iba a hacer nada distinto con tal de que el secreto no saliera a la luz,
El Doc no confiaba en algo y yo confiaba en él. Si eso significaba que cuidaría a los demás y los mantendría a salvo, entonces mi boca seguiría igual de sellada hasta nuevo aviso.
El gemelo de hielo se giró hacia mí y me sonrió de costado.
—Cualquier cosa que necesites, lo que sea, Tay —habló con tal fuerza, para que lo escuchara, para saber que él estaba—, es un grito y estaremos acá, ¿sí?
Peleé una mueca para sonreírle y asentí. Palmeó la espalda de su hermano y se alejó, esperando a que él me dijera algo. Tan rígido, tan enojado, lo único que dijo fue:
—Voy a estar esperándote, no me importa si salgo herido o lo que sea. A ninguno nos importa —aclaró, su hermano detrás de él haciendo un gesto que le daba la razón—. Pero no estás sola, Taylin. Puedes confiar en nosotros.
No hizo nada más al darse vuelta, algo que me dolió un poco porque sabía que se refería a que, en cierto lado, los estaba empujando. Nunca había sido mi intención, los necesitaba con todo lo que tenía en mis manos y, sin embargo, sabía que no podía recaer en ellos con lo que me estaba pasando. No por el momento.
Cuando escuché el portazo de la puerta de entrada, una vez que el Doc, Troy y yo quedamos solos, me deslicé hasta sentarme en el piso y el llanto volvió solo. Escuché los pasos de los otros dos acercarse con lentitud, el Doc apareciendo detrás de la mesa y se agachó a un metro mío, pura empatía en su rostro.
—Ay, ay, pequeña, ¿en qué nos hemos metido?
Quería cavar un hoyo y ahogarme en la tierra, apagar toda la culpa y lo que tanto pesaba mis manos. Había aterrado a tanta gente cuando en realidad, mi mayor miedo y quien era la más aterrada del suceso, era yo.
—Doc, ¿qué me está pasando? —el hipo del sollozo me hizo sonar todavía más desconsolada—. Esto no es normal, ya lo sabíamos, pero no-no sé qué está pasando. ¿Soy una de... ellos? Eso fue lo que dijo Julia. ¿Quiénes son ellos?
Fue Troy, quien también se había agachado, el que respondió en lugar del Doc.
—Julia está negada a usar el término real por cuestiones religiosas. Se refiere con "ellos" —rodó los ojos al decir el término—, a los casos como los de Javier y otra gente alrededor del mundo. Nos llegamos a comunicar con otras resistencias que tuvieron casos similares y estamos averiguando, estudiando cada ejemplo para sacar conclusiones.
—¿Y entonces? —sorbí mi nariz, limpiándola con el dorso de mi mano—. ¿Cómo se llaman en realidad?
El Doc suspiró.
—Poseídos. Su anomalía, cómo dice su nombre, los posee y controla cuando toma el total control de su mente —el Doc se terminó sentando en el piso, apoyando sus brazos en sus rodillas flexionadas—. Es cuando la conexión entre la persona y anomalía nunca sucede del todo o se deshace, un malentendido entre ambas que lleva a una batalla mutua por control.
Poseídos. Caídos. Anómalos. ¿Cuántos más términos íbamos a tener en este maldito mundo?
—¿Eso es lo que piensa Julia? ¿Qué voy a volverme como Javier? —adiviné, entendido la desesperación de la líder de la ciudad—. ¿Ves que eso sea lo que me está sucediendo?
Tanto Troy como el Doc agitaron su cabeza con enojo.
—Voy a ponerme ya mismo a encontrar algo que pueda contenerte, que evite los episodios... —aclaró el Doc y dijo las palabras que terminaron de romperme el corazón ese día—, pero tienes todos los síntomas en común, pequeña. Lo siento.
Seguí llorando un rato más escondiéndome detrás de mis rodillas. Estaba volviéndome una poseída.
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