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Habían pasado demasiadas horas sentada en la silla de la enfermería, y no sólo me estaba doliendo el cuerpo por la mala postura, sino también por la paliza que estaba recibiendo por Tom al jugar otra de las miles de partidas de ajedrez. Habíamos conseguido el tablero, algunas fichas faltaban, las cuales reemplazados con tapas de medicamentos y trazamos la letra de cada pieza sobre ellas. Morgan se había rendido después de haber perdido la primera partida y estaba dibujando en su cuaderno, que su amigo le había traído, mientras que se reía cada vez que perdía como una triunfadora.
Yo era una ganadora en perder, o al menos lo quise ver así cuando Tom volvió a hacerme jaque mate con un maldito alfil.
Lo agarré de un manotazo y lo señalé con él.
—Sabes dónde te puedes meter la piecita esta-
—Que mala perdedora, por favor —se rio, Morgan a mi lado pinchándome con uno de sus lápices para burlarme también—. ¿Quieres la revancha número setenta y tres?
Le lancé el alfil al pecho.
—No tengo miedo de llegar a la decena si significa ganarte.
En lo que volvíamos a poner las piezas en su lugar inicial, noté la presencia de alguien en el marco de la puerta que, al girar mi cabeza hacia ella, me dejó reconocer a Olivia mirándome con cuidado por la décima vez en las últimas horas. Levantó sus cejas cómo si me preguntara si necesitaba algo, y solo bastó que levantara mis dedos pulgares para que ella sonriera y volteara para volver con los heridos que aún quedaban.
Tom, habiendo visto toda la situación una vez más, agitó la cabeza al dejarse caer en su silla.
—¿Va a volver cada quince minutos o qué? —preguntó—. Ya dijo que estabas bien, no entiendo que tanto le pidió el Doc que te viniera a ver.
—Quiere asegurarse que esté verdaderamente bien y que no haya consecuencias —fui medida con mis palabras, tratando de parecer distraída y no atenta a no soltar nada de más—. Según él, debió de tomar mucha energía de mí hacer lo que hice y no quiere que colapse de vuelta.
Frunció los labios en una final línea al escucharme, pensando.
—Todavía no logro entenderlo del todo, ¿sabes? —dijo—. Entiendo que la forma de eclipsarle la anomalía llegó hasta salir de él, lo que hizo que su cuerpo volviera a adaptarse a su naturalidad humana y se quemara por la intensa luz alrededor. Pero; ¿cómo es que todo fue tan rápido? ¿Acaso la energía que de él quedó en el aire o la deshiciste tú? Estamos hablando de una entidad más...
Sólo pude encogerme de hombros y pelear la sensación molesta que recorría mi espalda.
—Mientras más lo pienses, menos sentido tendrá —decidí por decir, evadiendo su teoría—. Créeme, yo dejé de hacerlo.
Mentirle a Tom era lo más odioso que estaba haciendo. Desde que había llegado, después de la charla con el Doc y Troy, Tom había estado preguntando qué era lo que había pasado, qué era lo que había hablado con el Doc y qué teoría tenía él. No poder decirle la verdad fue hasta difícil, porque siempre había sido honesta con él, nunca había tenido por qué ocultarle nada. Y ahí estaba, narrando una teoría al límite de la verdadera y que tendría que cuidar de dichos límites para que no lo cruzaran.
Moví uno de mis peones, que seguramente iba a ser comido en la siguiente jugada, y en lo que Tom pensaba su siguiente jugada —que era mentira, ya la sabía, y lo que estaba haciendo era intentar que la partida durara más—, yo giré mi cabeza en dirección de Claire. De mi pobre amiga, ahora cómodamente peinada con dos trenzas cosidas que le rodeaban el cuello, todavía en su plácido sueño incoherente e irreversible. ¿Qué habría podido hacer con ella si estuviera despierta? ¿El Doc me habría permitido compartir el suceso con ella?
El carraspeo de Tom me distrajo de mi dilema y, sin pensarlo mucho, moví otro peón. Tom bufó.
—Tay, a este punto, pienso que pierdes a propósito.
Abrí la boca espantada de sus palabras.
—No acabo de perder la dignidad decenas y decenas de veces a propósito —ojeé la jugada que había hecho, un espacio vació entre mis peones que le permitía fácil acceso a que, con el caballo que había sacado, pudiera comerme la torre (una tapa de dentífrico) sin defensa. Alcé mi mirada desde mi postura y sonreí con dulzura—. ¿Podrías dejarme salvar esta vez la torre?
Mantuvo sus facciones duras.
—Eres un asco en este juego.
—No fui a torneos de ajedrez como tú, lo siento.
A sorpresa de nadie, ni mía, esa partida volví a perder. Contra una torre y una reina que me acorralaron en el límite del cuadro sin chance de moverme. Solté un largo resoplido en lo que me dejaba caer en la silla, mi cuerpo deslizándose con exageración y logrando que Tom se riera al acomodar las piezas de vuelta.
—Este juego me supera, claramente no es lo mío. Es pura estrategia —resoplé, acomodándome en mi asiento y mirando las piezas—. Yo no analizo la situación, si un peón oponente empieza a aparecer en mi lado del tablero, merece la muerte.
Tom asintió.
—Ajá, eres impulsiva, no sólo en tus jugadas, claro está —soltó con obviedad, riéndose de sí mismo por su ironía. Se quedó en silencio un rato, sus ojos en el tablero, y en un segundo tomó la que era su reina y la miró—. ¿Sabes que tienes el mismo potencial de la reina, fuera del tablero claro, pero la cantidad de puntos que carga por su valor y la importancia de ella en el tablero? Tan valorada que uno debería cuidar y ser listo cuando tenga que ser usada.
Ladeé la cabeza con una sonrisa tonta al acomodarme un mechón de pelo detrás de la oreja.
—¿Me estás diciendo que soy una reina?
—¿Es en lo único que prestaste atención? —fue él quién me lanzó la pieza, antes de que llegara a golpearme, Morgan la había atraído a una de sus manos con su anomalía. Le sonreí asombrada, palmeando sus piernas cuando se levantó de la silla, y apenas me devolvió la pieza, siguió de largo hacia la puerta avisando que se iba al baño. Me volví a Tom con la reina en mis manos y él aprovechó que estuviéramos solos—. Creas o no, esa eres tú para todos nosotros.
Miré la pieza de madera, desgastada y hasta rota, algo que reflejé en mi persona, y suspiré.
—Entiendo de donde nació tu impulsividad, más que nada en las grandes decisiones que has tomado en el último tiempo —le dio un vistazo hacia donde se había dio mi hermana, aclarando a que se refería, y después miró las placas colgando de mi cuello—. Y no voy a ponerme a discutir tus dotes, quien más sabe sobre uno es uno mismo, pero...no puedes arriesgarte así, Tay, menos que menos ahora que de a poco tu cabeza y nombre van tomando cierto valor.
Más de lo que él sabía.
—Verdaderamente eres la reina de nuestro tablero, pero por más que nosotros pudiésemos ser cualquier pieza —señaló la torre, el alfil y el caballo—, o los peones, que rodean a los demás en formas de sacrificio y cuidado si quieres verlo así —los acarició con la palma de su mano hasta que volvió hacia la pieza principal y me miró fijo al soltar—: La realidad es que nosotros somos el rey y necesitamos tu protección. La reina siempre cuida al rey, y sí, se sacrifica, únicamente cuando no hay nada más que hacer.
—¿Qué más podría haber hecho hoy, Tom? —jugué con la pieza en mis manos, acariciando los detalles tallados en ella—. Por poco tú no sales herido, nadie se le podía acercar, y después Noah se interpuso entre la luz y tú y yo... verlo herido no me dejó ni pensar. Agradezcamos que mi anomalía evolucionó lo suficiente para cubrirme y ayudarme en el momento. Sé que no fue lo prudente y lo único que puedo decir es que me nació defenderlos a los dos y a los demás.
—Sé que está en tu naturaleza saltar a proteger a quienes... a quienes son importantes para ti —se corrigió en el medio de su oración, no queriendo asumir otra expresión—. Por eso mismo tienes la anomalía que tienes, no revivir de la muerte. Tienes que comenzar a plantearte la situación por completo antes de hacerlo, haya o no más daños en el medio por no tomarla a tiempo. Tienes que pensar en ti también.
—No me puedes pedir eso, Tom, ¿cómo no pensar en ustedes cuando están en peligro?
—No te lo estoy pidiendo, te estoy diciendo que lo consideres —hablar con Tom era difícil, no por lo que planteaba, sino por la forma siempre dulce hacerse entender. No había mal en él y era bastante sabio con sus palabras. Giró su cabeza hacia Claire y la señaló con su pulgar—. Y también te lo estoy recordando. No puedo...no quiero perder a nadie más, Tay, menos que menos a ti o a mi hermano o a cualquiera de nosotros.
Los dos nos quedamos observando a Claire, el vaivén de su pecho al respirar, sus manos sobre su estómago copiando el movimiento. Miré sus dedos vacíos, acostumbrada ya a que no estuvieran rodeados de raíces pequeñas o flores como siempre estaban. De soslayo miré las facciones de Tom, tensas y tristes; yo había estado en su posición. Gente se había sacrificado por mí, la culpa en el pecho seguía estando en los malos días y también recordaba la sensación de que no podía perder más gente. La seguía teniendo, la causante de mi impulsividad; no podía dejar que nadie más saliera herido.
¿Pero como haría eso si yo saliera herida? O peor, muerta.
Unos golpes en la puerta nos hicieron sacar nuestra atención de Claire, y al reconocer a Drea detrás de mi hermana en la puerta, apenas me pude parar, llegué a poner un pie por detrás de mí y estabilizarme una vez que el cuerpo de Drea chocó con el mío al abrazarme.
—¡Te estuve buscando por todo el edificio! ¡Por poco no salgo de la enfermería! —sus brazos estaban temblando, su abultado vientre presionando contra el mío, y al alejarse pude reconocer su mirada cristalina—. No quisieron decirme lo que pasó, por obvias razones, pero apenas dijeron su anomalía...Madre mía, ¿estás bien? ¿En serio pudiste derrotarlo? ¿Te encuentras bien? Dijeron que estabas inconsciente-
Tuve que apoyar mis manos en sus hombros para que dejara de hablar, ahogándose en su respiración agitada y deslizando sus manos hasta que cayeran en la parte superior de su vientre.
—Estoy bien, Drea, respira y no te alteres por mí —pedí con suavidad, tratando de relajarla. Empezó a respirar hondo, sus hombros ensanchándose al inhalar y relajándose al exhalar—. ¿Estás mejor?
Me miró como si tuviera tres cabezas.
—Te enfrentaste a Javier y su extraño estado, te pusiste en el medio por el resto y terminaste inconsciente —relató, mirando a Tom por un momento, que rodó los ojos con ella, y después volvió a mí—. ¿Y me preguntas a mí si estoy bien?
—No soy la que está cargando dos criaturas.
—Créeme, ya estaban alterados antes —acarició con suavidad y una sonrisa suave en su boca al terminar de relajarse—. Tuve que pelear con dedos de piedra por un largo rato, hasta que encontré a tu hermana saliendo del baño y fue lo suficientemente amable como para traerme acá.
Morgan le sonrió desde donde volvió a sentarse y volvió a sumergirse en su arte. Tom fue rápido en ceder su asiento una vez que Drea estiró su espalda, la cual le agradeció y se sentó con cuidado. En la lentitud de su movimiento para sentarse, encontró la silueta de Claire y soltó un largo suspiro.
—¿Otra caída?
Meneé la cabeza.
—Es nuestra amiga. Vino así con nosotros cuando llegamos a la ciudad —respondí, cruzándome de brazos. Tom se animó a acercarse a la cama donde Claire estaba y se sentó en la punta—. Venimos a verla todos los días, al menos un rato.
—Que dulce de su parte y cómo lamento la situación, no debe ser fácil —frunció su boca en una fina línea—. No sabría pensar qué situación es mejor, si estar en ese estado con una mínima, y desconocida, chance de volver, o seguir de largo a un plano donde ya nada puede dañarte.
—Si hablas de tu caso, creo que tu pareja le hubiera encantado tener esa mínima chance por volver y conocer a sus hijos.
Sonrió con tristeza.
—Pero no hubiese podido lidiar con la idea de seguir vivo y no estar viviendo.
Noté cómo el cuerpo de Tom se tensó y giró su cabeza en otra dirección para que no veamos sus facciones. Era verdad que Claire no estaba viviendo, estaba respirando y su corazón seguía latiendo, y de igual forma, eso no era vida. La de nadie. Carraspeé la garganta para distraer la conversación, sentándome de vuelta en mi lugar y detestando el silencio incómodo en la habitación.
Me permitió oír los pasos y corridas de las sanadoras por la enfermería, había integrantes con heridas bastantes graves por Javier. No sabía nada más que eso y que la reunión del círculo líder seguía reunida. ¿Más allá de eso? No había sabido nada.
—¿Dijeron algo sobre... Javier? ¿Sobre qué van a hacer? —pregunté, teniendo en cuenta que Drea se habría enterado de algunas cosas habiendo pasado por todo la enfermería. Relamió sus labios al escuchar el nombre, tragando de forma pesada y largando un largo suspiro.
—Están analizando su cuerpo, o bueno, lo que queda de él. Lo vi pasar en una camilla —contó, mi corazón estrujándose por la pobre mujer. Anómalo o lo que fuera, Javier era el tío de sus hijos, el hermano de su pareja; era, en cierto lado, familia—. Quieren tratar de ver qué es lo que le pasó, qué es lo que lo hizo tan loco. También llamaron a un anómalo que puede manejar el metal, creo que es tu amigo, para que pueda crear rejas que nos guarden más de cualquier intruso así.
Jacob seguramente trabajaría toda la noche haciendo aquello. Tom, todavía en su lugar, se acarició el tabique de la nariz.
—Seremos muy ingenuos en haber pensado que no necesitábamos rejas por más que tengamos anomalías y un escudo —me señaló con la cabeza, una sonrisa irónica en sus mejillas—. Aprendemos de las peores formas.
Miré mis manos. De las peores e impensables formas.
La siguiente vez que Olivia pasó por la puerta, no sólo verificó que yo siguiera bien, sino que también se llevó a Drea para que pudiera cenar algo. Dándome cuenta de que ya era de noche y que las horas suficientes habían pasado para asegurarse que nada iba a pasarme, logré convencerla de que nos dejara volver a nuestro departamento. A duras penas lo permitió, y tras dejar un beso en la cabeza de Claire, el cual Tom tomó su tiempo en dárselo, por fin salimos de la enfermería después de pasar toda la tarde dentro.
En lo que caminamos el trayecto de vuelta a casa, Morgan ya arrastrando sus pies del cansancio, yo sólo pude centrarme en el silencio que había en la ciudad. Se sentía el miedo, la incertidumbre por la situación que se había dado. No había una explicación lógica de que nuestra propia gente nos atacara, que nos quisiera destruir, en sus palabras. ¿Es que ya no podíamos ni confiar en nosotros mismos?
Al llegar al edificio y subir las escaleras hacia nuestro piso, fue cuando estábamos por abrir la puerta de nuestro departamento, Tom acompañándonos, que más pasos se escucharon detrás nuestro. Por curiosa me giré y me hallé a Noah, todavía con todas sus facciones tensas, y cuando quise sonreírle en una pequeña tregua entre nosotros, él solo siguió de largo hacia su departamento y dio un portazo.
Si no aceptaba tregua, yo estaba dispuesta a seguir peleando.
—Tom, ¿te puedes quedar con mi hermana un momento? —no esperé mucho a que respondiera, ya dando pasos rápidos y furiosos hacia la otra puerta. Ni me tomé la molestia de tocar la puerta, sabía que la había dejado abierta para su hermano seguramente, y le di el mismo portazo una vez que lo reconocí dentro.
Se había sentado en el sillón con su cabeza en sus manos, sus dedos entre su pelo oscuro. Frustrado o no, me iba a escuchar. Me acerqué a él y le empujé brevemente su hombro, haciendo que me encarara y se levantara de dónde estaba.
—Ahora no, Taylin.
Por poco no me tiembla un ojo.
—Soporté tu humor asqueroso en el momento porque sé que estabas preocupado —empecé, sin importarme lo que había pedido, señalándolo con molestia—, y entiendo de dónde nace ese sentimiento. ¿Pero este jueguito de rencor? A mí no me va. No hice nada malo para que quieras ignorarme o ningunearme con los demás.
Alzó sus cejas.
—¿Nada malo? —preguntó—. ¿Tuviste amnesia en las últimas horas o algo así?
—No me vengas con el sarcasmo ahora, bien sabes que no fue malo.
—Está bien, voy a corregirme —detestaba las discusiones en general, pero con él, eran de lo peor. Su testarudez, y la mía, no iban de la mano en esas circunstancias—. Fue estúpido, egoísta, insensato e impulsivo. ¿Me equivoco en eso?
Casi se me disloca la mandíbula por la sorpresa.
—Me tienes que estar jodiendo, Noah —prácticamente escupí—. ¿Dónde estabas cinco segundos antes de que yo apareciera? ¿Eh? En el piso por haberte interpuesto entre tu hermano y la luz. ¿En serio vas a darme esta charla cuando hiciste exactamente lo mismo sólo segundos antes?
—Fue distinto, es mi hermano, mi familia-
—¿Y qué diablos piensas que eres tú para mí? —lo interrumpí—. ¿O tu hermano? ¿O cualquiera de mis amigos que estaban siendo cegados a mis espaldas? —había enterrado uno de mis dedos en su pecho, para ver si despertaba del tonto planteo que estaba armando—. No seas hipócrita, hiciste exactamente lo mismo y yo no te lo recriminé ni pensaba hacerlo.
—¡Siempre haces lo mismo, Taylin! —estalló, sus ojos destellando su anomalía—. Siempre eres tú la que se sacrifica, la que se pone en el medio, la que sale inconsciente. No piensas en tus acciones, no piensas en las consecuencias, sólo te interpones creyendo lo mejor cuando hay muchas más opciones que tu muerte.
—¿Qué más podría haber hecho en el momento que tu cara se estaba derritiendo? ¿En la que ninguno de mis amigos se podía acercarse sin quedarse ciego?
—¡Esperar! ¡Ser prudente con tus decisiones! —volvió a pasar sus manos por su pelo, más exasperado. Poco, y casi nunca, lo había visto así—. Por cada persona que esté en tu camino, no puedes intercambiar la vida por la suya.
Me quise reír con ironía, levantando mis manos y agitándolas hasta para molestarlo.
—¿Qué piensas que es mi anomalía? ¿Para que me la dieron? ¿Para que haga globos de colores o qué? —mi tono cambió a un tono infantil, algo que lo hizo curvar su boca en enfado—. ¿Qué pensaste que iba a pasar una vez que volviera al campo de batalla? ¿Qué volviera a correr como meses atrás? ¿Qué no iba a proteger a nadie? Claramente no eres tan ingenuo.
—Pensé que ibas a ser más responsable cuando tu hermana se encuentra contigo y depende de ti, que ibas a ser lo suficientemente madura para reconocer cuales son tus prioridades y no las del resto —sentenció, sin necesidad de estallar, y me dio la espalda cuando soltó un bufido totalmente furioso—. Ella te necesita, todos te necesitamos, y yo... No puedes hacer eso, Taylin, no es justo.
—Lo que no es justo es que me estes pidiendo que no cuide de la gente que me importa o que creas que la responsabilidad de mi hermana no me importa —sentí cierto nudo en la garganta, algo que me hizo bajar el tono de mi voz, pero lo tragué con fuerza para seguir hablando—. Si me pasara algo, si en la mala suerte de que yo...lo que sea, sé que ella estaría segura. Porque está acá, está con ustedes también, con quienes confío. No es justo que pienses que no me importa.
Volvió hacia mí y se acercó hasta tener que agacharse para encararme a pocos centímetros.
—Nunca te pedí ni dije que no cuides de la gente que te importa. Físicamente lo hiciste y las consecuencias las vivimos todos hoy —contestó, su aliento acariciando mis mejillas al hablar—. Se te pasó por alto que el cuidar también equivale a ser responsable de lo que causaría tu ausencia, que si te pasara algo, que si tú no estás... ¿nunca pensaste eso? ¿En lo que sufriría la gente si a ti te pasara algo? ¿Si te perdiéramos?
Él no entendía que estábamos en el mismo bando, pero distintas perspectivas.
—¿Y cuánto piensas que sufriría yo si te hubiera pasado algo a ti? ¿O a Tom? —le quise hacer entender, mis ojos picando por la furia y desesperación, algo que él notó—. ¿O si los perdiera? ¿Qué piensas que significaría ese dolor para mí?
Yo me sacrificaría una y mil veces si significaba que ellos estarían a salvo. Sí mi hermana quedaría en buenas manos, si los gemelos salieran ilesos, si incluso eso significase que Claire despertaría; yo no lo dudaría. Eran, cómo lo había dicho, mi familia, mi seguridad y lo que necesitaba en mi vida que estuviera bien. Tom me había comparado con la reina, que se sacrificaba por su rey en el peor caso, y la realidad, es que ellos eran mi pieza de rey en mi tablero, algo que él había dicho como una metáfora. Era la verdad. Ellos eran lo que más debía proteger para no perder mi partida de vida.
No sé que fue lo que hizo que no me volviera a responder, si el hecho de que había entrado en razón al fin, o las dos lágrimas rebeldes que se deslizaron por mis mejillas. Estaba tan furiosa con él, tan desesperada por hacerle ver que los dos estábamos situados en el mismo pensamiento, sólo que en distintas formas de verlo. Sí, yo ya sabía que reiteradas veces me había interpuesto en situaciones difíciles y que él había tenido que lidiar con mi estado débil después, lo cual el pensarlo me hizo entender en cierto lado su furia. Le tocaba a él entender la mía.
Antes de que pudiera verlo venir, tenía sus dos manos tomando mi rostro y tirando de él contra el suyo, su boca atrapando en un beso que me desbalanceó de todo tipo de emoción que estaba sintiendo. No pude ni pensar una respuesta, una reacción ni nada, y sin darme cuenta me encontré subiendo mis manos y metiendo mis dedos en su pelo. Algo en mi pecho pareció cambiar, del calor de la furia a un calor agobiante, carcomiéndome el pecho y aumentando con cada latido de mi corazón. Un tipo de calor que solo él brindaba.
Me tropecé en mis pies cuando dio unos pasos hacia mí, su pecho presionándose contra el mío y haciéndome ir hacia atrás. No dejó de besarme en lo que me hacía caminar, sus manos deslizándose desde mi rostro a mi cuello, bajando por mi pecho y trazando el ancho de mi cintura hasta que sus manos se apoyaron en mi cadera. Solté un quejido cuando algo se enterró en mi espalda baja, al haber tanteado con una de mis manos reconocí la mesa del comedor, y sin verlo venir, me hallé sentada en ella y mis piernas colgando a cada lado de la cintura de Noah que no había dejado de besarme en ningún momento.
Nunca me había besado así, tan brusco en cierto lado, sus dedos enterrándose en mi piel e incluso deslizándose por debajo de mi buzo, la calidez de su piel trazando la mía enviándome escalofríos por toda la espalda. La forma en la que se inclinaba sobre mí, sus hombros anchos y rodeándome y manteniéndome contra él, contra su figura que me ahogaba en distintas emociones que no sabía como descifrar. Me hizo olvidar qué era lo que habíamos estado discutiendo, por qué nos habíamos enojado tanto uno con él otro, y fue la forma en la que siguió tirando de mí hacia él que algo en mí hizo clic.
Él había tenido miedo de perderme. Tenía miedo de que yo muriera.
En los ojos de cualquiera, hubiera sido obvio. En los míos, la miopía sentimental era algo grave aparentemente. Sabía que se había preocupado, que estaba enojado por ese sentimiento que le había causado, pero pensar que había llegado a temer la idea de no estar ahí, de salir más que herida, lo habría pensado como una exageración. Fue la necesidad en su beso lo que me hizo despertar de vuelta.
Fui yo quien le tomó el rostro después, acariciando su mandíbula y manteniéndolo contra mí, entendiendo y recordando también que esa era su forma de comunicarse. De expresarse. Quise responderle lo que me transmitía, de la misma forma que él, y al paso que el beso empezaba a tornarse más suave, acaricié la piel de su rostro con suavidad, pasando mis dedos por su cuello hasta acariciar el pelo de su nuca. Él no tenía por qué temer nada, no por mí e iba asegurarme que por nadie de su entorno.
Si mis pulmones se habían comprimido al tamaño de una nuez no me importaba, la adicción de tener sus labios contra los míos siendo más fuerte y su cercanía embriagándome como una tonta adicta. La piel tocada por el ardía en cosquillas que se mudaban a mi vientre y pecho, de ser que ya tenía más control, estaba segura de que debía de estar destellando como una estrella fugaz que no paraba de moverse satisfecha. Entre el calor y la sensación del destello me sentí como una estrella.
No pude calcular, ni tampoco pensé hacerlo, cuando tiempo estuvimos así, lo único que sentí una vez que nuestros labios se separaron, fue la sensación cosquillosa en ellos, probablemente enrojecidos como los de él, y ambas respiraciones tan agitadas que chocaban una contra otra. Se acercó una vez más, un pequeño beso más y su frente cayó sobre la mía. Yo seguí acariciando su rostro, la tregua que había buscado por fin dada, sólo que ambos parecíamos menos tensos, menos cargados, y pareció ser la mejor forma.
Terminó deslizando su cabeza hasta hundirla en el hueco de mi cuello al abrazarme, mi nariz hundiéndose en su hombro y aferrándolo a mí. Mi corazón estaba tan agitado como yo.
—Lamento haberte asustado hoy, a todos... —murmuré, mis palabras sonando extrañas al ser dichas con mi boca contra su hombro—. Entiendo tu punto, créeme que sí, fue verte herido lo que me hizo actuar...pero no me pidas que no los cuides, no puedo no hacerlo.
Se separó de mí con cuidado, manteniendo sus manos en mi cintura y agarrando mi buzo en sus puños al tirar de él para tenerme contra él.
—Sé que no puedo pedirte eso y no es lo que quise decir... —a comparación de antes, nuestras voces apenas se escuchaban—. Sólo- Sólo ten más cuidado, intenta comprender que no podemos arriesgarnos ni arriesgarte así. No es la idea de defendernos. Tu anomalía no es sacrificio, es protección. Hay una diferencia enorme entre ambas palabras.
Yo sabía que él tenía razón —sólo en eso, el resto era debatible—, y no quería discutir más, no tenía más energía con la cual discutir. Sólo asentí, mis dedos todavía trazando su rostro y lo hice mirarme fijo una vez que hallé una leve marca que mostraba la herida que antes había tenido. La acaricié con cuidado, algo que lo hizo apretar la mandíbula por la sensibilidad de la piel nueva, y me tragué el sabor amargo del recuerdo de haberlo visto tan herido.
—¿Te duele todavía? —quise saber. Negó con la cabeza.
—Sólo quedó más sensible de lo normal, por la piel nueva —respondió, atrapando mis manos para bajarlas y entrelazarla con las suyas. Ladeó levemente la cabeza al quedarse mirándome—. ¿Estamos bien?
Sonreí levemente—: Tú dime.
—¡Pero por favor!
El respingo que di fuera de la mesa hubiera parecido de caricatura, Noah siendo lo suficientemente rápido como para atraparme antes de que cayera al suelo. Tom estaba cruzado de brazos en la puerta, una mirada impaciente en su rostro que me hizo ruborizar y un Noah molesto mirando a su gemelo.
—¿Hace cuánto tiempo estás ahí?
—Llevo tocando la puerta diez minutos y ninguno respondía —dijo—. Y cinco de ver su sobredosis de melosidad sin que se dieran cuenta que entré.
—¿No podrías haber hecho un sonido o algo así? —escondí mi sonrisa divertida detrás del cuello de mi buzo cuando escuché la voz avergonzada de Noah. Tom soltó un resoplido.
—Ajá, sí, claro, porque es mi trabajo detenerlos —Noah me terminó pellizcando a escondidas al verme riéndome contra mi buzo, lo que hizo que tratara de detenerme. Tom hasta notó nuestro estado desprolijo y rodó los ojos sin poder creerlo—. Tu hermana ya se dio una ducha, le hice un sándwich y se fue a dormir. Sigue viva, por cierto.
Le regalé una sonrisa en una mueca, sabía que si abría la boca iba reírme igual. Me acomodé el buzo desordenado y me acerqué a Noah para darle un pequeño beso —algo que hizo que Tom volviera a resoplar— y acaricié dorso de su mano antes de empezar a irme.
Al abrir la puerta, me giré a Tom.
—Sabes que podrías haber seguido hacia tu habitación y nosotros tampoco nos habríamos enterado, ¿no?
—Vete antes de que estrene tu evolución de otra paliza, pero física.
Me apuré en salir del departamento antes de que la puerta se tatuara en mi espalda, cruzando el pasillo hasta la mía y entrando en silencio para no despertar a Morgan que seguramente estaba dormida. La cerré con cuidado, al adentrarme al departamento, encontrándome otro plato con un sándwich que devoré rápidamente antes de dirigirme hacia la ducha para darme un baño.
En lo que me inclinaba para poder abrir las canillas, al rápidamente cruzar por frente el espejo, algo me hizo detenerme en seco pensando que había visto mal. Volví hacia él sorprendida, esperando hallar mi reflejo normal, pero se me bajó la presión prácticamente al verme con una mirada distinta.
La había visto en Javier, la forma en la que no sólo su iris destellaba en el color de su anomalía, sino que todo su ojo completo brillaba con fuerza. En mi caso, mis ojos enteros destellaban con el color de mi anomalía, ese turquesa que hasta sentía que me representaba. El destello era intenso, furioso y distinto. ¿Por qué estaba así? ¿Había salido así de lo que los gemelos?
En un parpadeo, mis ojos verdes volvieron a aparecer y terminé apoyándome contra el lavabo. No iba a haber una explicación para la novedad. ¿Cómo iba a esconder eso también?
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