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Me dejé caer contra el frío piso, mi espalda tensándose con el paso del escalofrío y mi respiración agitada. Hacía demasiado frío esa mañana, de no ser por lo agitada y acalorada que estaba, probablemente la simple remera y calzas viejas que estaba usando no me hubiera protegido del resfriado. Me levanté de donde estaba con la misma rapidez que me dejé caer, siseando entre los dientes al cruzarme de piernas.
Jacob, parado a mi lado y secándose el sudor de la frente con su antebrazo, me sonrió.
—¿Ya te cansé, Tay-Tay? —me sacó la lengua en un juego y tendió su mano hacia mí. Mordí mi labio inferior al pelear la sonrisa, tirando de su brazo al levantarme.
—Sólo me aburriste.
Una de las ventajas de entrenar en la mañana era, a pesar de que dolía en los huesos, el frío mismo. No había tanto hedor en todo el lugar, el calor corporal regulaba el calor propio de cada uno, y no te agobiaba tanto al detener la sensación de la sangre cálida pasando por toda tu piel y cuerpo al ejercitarte. No me veía como un tómate en comparación a las veces que me tocaba entrenar en la tarde con unos grados más alto.
Jacob palmeó uno de mis brazos al levantarme, se paró frente a mí y cruzó sus brazos frente a sus ojos para defenderse.
—Vamos, hay que probar de vuelta —me guiñó un ojo antes de acercarse más a mí, mis puños automáticamente copiando su movimiento y protegiéndome del primero que lanzó en mi dirección.
Habían pasado unos pocos días de mi primera misión, Drea todavía bajo la custodia de Olivia por su baja —demasiado baja— nutrición, y también de los ojos de Julia qué, siendo nueva y sin todavía haber hablado sobre lo que había pasado, le causaba desconfianza. Entendía de dónde salía la duda hacia la pobre mujer, pero la realidad era que había algo en ella que no me permitía cuestionar su inocencia. Culpé a su vientre hinchado en mi cabeza.
La nueva idea de un anómalo suelto y peligroso había alertado bastante a toda la ciudad. Las guardias se volvieron más tediosas, horas más largas parados bajo el frío de la mañana o noche, y los objetos o artefactos de valor (más que nada de defensa hacia la ciudad como las camionetas o las armas), habían sido pulidas y listas para ser usadas en caso de emergencia. A veces me sorprendía recordarme que vivía de una manera postapocalíptica y que el mínimo peligro podía significar algo mucho más grande adelante.
Entrenar me permitía olvidar un poco de aquello, por más que fuera exactamente para defendernos. El calor, los golpes, el ardor en las caídas, toda sensación física me desconectaba de las preguntas e ideas que cruzaban mi mente constantemente y que me estresaban. Pensaba en mi hermana, en los gemelos, en mis amigos, en Claire, en Julia, en Drea, en la ciudad y su eterno miedo hacia mí. Me despejaba la cabeza de todo tipo de pensamiento o cuestión que me ocupara la memoria o atención, me ayudaba a escapar un poco de mi vida y razonamiento cotidiano.
Un derechazo de Jacob que atajó mi abdomen me hizo doblarme del dolor, un gruñido surgiendo de mi garganta que lo hizo dar unos pasos hacia atrás.
—Ay, ¿te hice doler? —la entonada en broma me cabreó un poquito, la disimulé en una sonrisa perversa y sin que lo viera venir, en lo que se había distraído para molestarme, prácticamente le hice dar una vuelta con un derechazo mío. Tambaleó unos cuantos pasos— Hija de-
—Ups... —levanté mis cejas unas cuantas veces, ignorando el dolor latente en mi abdomen y moví mis hombros en círculos. Se dio vuelta lo más rápido que pudo para intentar golpearme de vuelta, y de no ser que llegué a verlo, hubiera terminado en el piso con otro puñetazo en el pecho. Cayó de bruces al desbalancearse—. Cuidado con el suelo.
—Ja, ja. Que graciosa.
Lo ayudé a levantarse en lo que, sin haber mirado, choqué mi espalda con dicha persona que tenía una muy baja temperatura. Sentí un pellizco en mi costado antes de cachetear su mano. Estaba entrenando con su gemelo a nuestro lado que se había sumado a nuestro grupo ese día.
—¿Estás seguro de que quieres empezar así? —lo señalé, sus cejas en alto y palmeando su pecho como si aceptara el desafío—. Te recuerdo que terminaste en los casilleros el otro día.
—Tuviste suerte, no vale —Tom hizo un puchero al rodar los ojos, su hermano detrás de él agarrándose el tabique.
—¿Será que van a poder tener una conversación normal y enfocarse en el entrenamiento? —puso sus manos a cada lado de su cadera, exasperado—. Deberían estar entrenando.
Sólo compartí una mirada rápida con los otros dos, una tonta idea en mi cabeza y desaparecí en un parpadeo. Tom frunciendo su boca al darse cuenta de lo que haría, Jacob escondiéndose detrás de una columna, y Noah se quedó en su lugar. Me acerqué con cuidado, calculando mis pasos para que no sean ni visibles ni oídos, mis dedos estirándose para tratar de llegar a su abdomen y molestarlo. No fue hasta que las yemas de mis dedos rozaban su remera, que sus manos cálidas tomaron mis muñecas en un rápido movimiento y tiró de mí.
Estaba tan sorprendida que debí haber aparecido en el momento que solté el quejido y los ojos del gemelo me miraron con intensidad. Terminé tendida sobre su pecho.
—¿Cómo...? —suspiré y él sonrió de costado.
—Puedo sentir tu calor corporal.
Ladeé la cabeza.
—Pensé que no sentían temperaturas ninguno de los dos.
Dio un paso hacia atrás, sus dedos trazando la piel de mi brazo al soltarlo y dejarme incorporarme sobre mis pies.
—Nosotros no sentimos el calor, pero puedo percibirlo —agitó su cabeza en dirección de su hermano—. Él, a diferencia de mí, el frío.
Los miré a ambos al cruzarme de brazos, atónita al sarcásticamente comentar—: Gracias por mencionarlo antes, ¿eh? ¿Algo más que tenga que saber?
Tom se rio por lo bajo al acercarse.
—No por el momento —respondió—. Cuando tengamos más novedades, tendrás la primicia.
Novedades. Cosas nuevas sobre una anomalía que los acompañaba hace meses. ¿Es que antes no lo habían sabido? ¿Lo desarrollaron en el tiempo? Y de ser así, ¿qué era lo que estaba desarrollándose? ¿La mutación en nosotros creciendo? ¿O estamos terminando de adaptarnos a ella? No era la primera vez que escuchaba a algunos anómalos hablar sobre su anomalía y los nuevos controles que encontraban en ella. Jacob había descubierto que podía adaptar su cuerpo a cualquier superficie de metal —lo había probado con la puerta de nuestra heladera y casi la estropea— y Tom me había enseñado cómo las puntas de sus dedos se volvían, literalmente, de hielo si usaba su anomalía muy seguido.
Todo seguía igual de nuevo que al inicio y sus cambios nunca me permitían terminar de adaptarme.
Un campanazo nos hizo mirar a todos hacia arriba, habiendo sido Enzo quien señalaba nuestro grupo, mientras que la tal Cassia y Sue Lee se dirigían hacia los otros dos. Noah caminó en dirección del perro cochino —llamarlo por su nombre no era una costumbre que había querido tomar— y ambos se pararon frente a la ronda que se formó delante de ellos.
—Es hora de intercambiar parejas de pelea, quiero que se adapten a distintas técnicas y ataques —sentenció, sus brazos cruzados. Jacob palmeó los hombros de Tom, claramente eligiéndolo cómo su nuevo compañero, y cuando lo miré a Noah con la misma idea, Enzo le dio una mirada de costado—. Parker, tú entrenas conmigo.
El gemelo era sólo un poco más alto que él, una frente le llevaba más o menos, y podría hasta llegar a intimidarlo con la fulminada que le dio. El otro siguió de largo como si nada hacia el espacio que tomarían, cómo si los ojos rojos de Noah no lo estuvieran siguiendo con molestia. Sólo pude encogerme de hombros, deseándole suerte al modular y me giré entre mi grupo en busca de alguien que no tuviera compañero. Y que quisiera entrenar conmigo.
Gran parte de ellos ya habían hecho su cambio, automáticamente empezando a lanzar y defenderse de golpes a mi lado. Tuve que esquivar algunos en lo que caminaba por la ronda, Tom y Jacob a lo lejos también ya entrenando. Luna y Aiko estaban en el segundo nivel, no conocía a nadie de ahí y a los que tenía de rostro —cómo el chico con el cual me habían nivelado— estaba ya practicando con la tal Sarah que no se había atrevido. Me hallé sola en la ronda y sin ninguna persona que se acercara a mí.
Hasta que miré por sobre mi hombro, cierta cabellera rojiza con sus brazos cruzados y mirada tan atenta como la mía. Entendí que estaba sola, que era la única que quedaba, y que no tenía otra que acercarme. El problema fue que apenas di un paso hacia ella, ni me miró al agitar la cabeza.
—Anna-
—No.
Anna y yo no nos habíamos vuelto a dirigir la palabra, mirada o respiración en nuestra dirección desde que habíamos llegado a la ciudad. De ser que llegaba a reconocerla en algún lugar y ella a mí, lo único que recibía de ella era sus facciones tensas y mirada asesina. Culposa. Fulminante. No me quería cerca y tenía sus razones, la verdad.
Peleé el instinto de bufar y rodar los ojos, sólo pude cruzarme de brazos al pararme frente a ella. No me dedicó ni cinco segundos de su atención.
—No tenemos por qué hablar ni nada —siseé—. Es sólo entrenar, unos golpes, defensas, e intentamos que no vuelva a ocurrir.
—Ya te dije que no. No te quiero hablar, no te quiero ver, no te quiero tocar ni escuchar —lo que tenía de cabeza dura lo tenía también de amarga. Ciertas miradas curiosas cayeron en nosotras, claramente sin esperarse que interactuáramos ni nada, lo cual me hizo querer insistir más—. Sigue tu camino, entrena con una pared, no me importa.
—¿Cómo esperas que-?
—No. Me. Importa —recalcó cada palabra, veneno saliendo de entre sus dientes que me hicieron enfadar—. Vete, desaparece. Haz lo que tanto te halagan al hacer.
Mis manos se hicieron puños a mis costados.
—¿Entonces te quieres quedar haciendo nada? ¿Ser la tercera rueda de otro par y no tomártelo en serio? —por sobre los pasillos que colgaban del techo, Julia miraba todo el equipo con su ceño fruncido y controlando todo. Inconscientemente la señalé—. No tengo ganas de que me tire más basura, ¿acaso quieres probar lo que se siente? Te aconsejaría que no.
Eso hizo que se girara hacia mí, sus ojos tensos y se paró recta frente a mí. Podía ver, desde esa cercanía, cierto parecido que tenía con su prima. Más allá que una tenía el pelo rojo y la otra era morocha con dos mechones blancos; ciertos rasgos en ellas las hacían bastante parecidas. Sólo que Luna era de sonreír más seguido y Anna cargaba con un humor horrible desde hacía semanas y semanas.
Sus labios estaban fruncidos en desagrado, en furia.
—¿Qué si quiero saber lo que se siente? —repitió mi pregunta que, habiendo salido de su boca, entendí que había tocado un tema sensible en ella. Me arrepentí un poco apenas sus irises se encendieron con el color de su anomalía—. Bien, entrenemos.
Fui lo suficientemente rápida para agacharme cuando lanzó su primer derechazo, automáticamente enviando un segundo que no pude esquivar y me desbalanceó desde la mandíbula hasta tropezarme en mis propios pies hacia atrás. Choqué con algunas personas al no ver a dónde me había enviado, y en lo que pedía disculpas y trataba de ignorar el dolor latente en mi pobre mandíbula, logré esquivar el tercer golpe que siguió de largo hasta atropellar a otras personas por el impulso de su cuerpo.
Se reincorporó de un salto y se giró hacia mí de vuelta, como un toro mirando la tela roja que debía de estar en mis manos, volvió a abalanzarse sobre mí. Había comenzado una guerra que no había considerado del todo cuando me acerqué a ella. Menos que menos al, en mi cabeza recordar, que su anomalía le permitía fácilmente romperme los huesos si quería en un simple giro.
En lugar de lanzar un puñetazo, sus brazos atraparon mi cintura y empujó, con todas sus fuerzas e impulsada, mi espalda contra los casilleros que estaban detrás de mí contra la pared. Me di cuenta de que ya no estábamos entrenando una vez que me hallé siseando por el dolor, y como respuesta había flexionado mi brazo por sobre su espalda y enterré mi codo en su columna una y otra vez hasta hacerla que me soltara. Quise tumbarla para detenerla, una de mis piernas enredándose con una de las suyas, pero fue más rápida, y en un giro de su cuerpo con el mío, rodeé unos cuantos metros después de caer sobre mi cadera.
Habíamos logrado interrumpir gran parte de los pares entrenando y captando la atención de gran parte del equipo de entrenamiento entre nuestros choques agresivos y muy fuera de los principios del entrenamiento. Incluso se notó más cuando Anna se giró hacia las barras metálicas, usadas sólo en prácticas específicas y controladas, y cómo si fuera un miembro más de su cuerpo, la movió en círculos tan naturalmente que me hizo tragar en seco.
Se me había ido de las manos en menos de un par de minutos, cómo ya antes nos había pasado. Sólo que yo no era la misma que ella había querido ahorcar hacía meses, y ella no estaba practicando conmigo; sino que me quería hacer daño.
En lo que ella lanzaba la barra en mi dirección, logré rodar fuera de su vista hasta desaparecer frente a sus ojos, brillando con más potencia al usar y recaer totalmente en su anomalía. Me deslicé por su costado sin que me viera o tocara, hasta que llegué a patear la barra fuera de sus manos y después a ella, lanzándola de bruces al suelo una vez más. No quería herirla en sí, estaba lejos de ser mi intención, que en realidad era sólo entrenar con ella. O al menos era el plan hasta que trajo un tipo de arma que podría romperme el cráneo.
Todos miraban sin entender, incluso Julia desde arriba inclinaba la cabeza sin comprender qué estaba pasando. Los gemelos y Jacob estaban a mi alrededor con los demás, lo más seguro que preocupados, y yo no sacaba mi atención de la chica frente a mí que me miraba como una escoria. Como una basura.
Cómo una asesina.
Fue así como recordé al rubio, al tipo que me había hecho sacar canas verdes y querer estrangularlo, al que me había querido jugar una mala broma que podría haber terminado peor. No fue el tipo el cual me hizo bajar todo enojo y bajar mis defensas, sino fue entender que lo que veía en la mirada de Anna no era sólo furia y odio. Era dolor y soledad.
En mi distracción, ella aprovechó para recuperar la barra en un salto, con dos zancadas la tenía contra mi cuello y apretándome contra los casilleros. Escuché los pasos rápidos que seguramente venían a ayudarme, y por más que mis manos estuvieran alrededor de la barra para evitar que me ahogara, nos rodeé en un haz de luz para que nadie pasara.
Las venas por debajo de las ojeras que Anna cargaba brillaban con igual intensidad que sus irises. Tanto odio acumulado, tanta pena transformada en soledad. No pude evitarlo. Incluso peleando por el aire que pasaba escaso por la presión de la barra, mantuve mi mirada en ella.
—Está bien, está bien... —modulé, lo que la hizo fruncir las cejas—. Que me odies. Está bien. Lo entiendo.
El escucharme hizo que apretara con más fuerza la barra en mi garganta, estirando mi cuerpo hasta estar en las puntas de mis pies y mis amigos tratando de hacerse paso hacia nosotras. Tragar y respirar bien era imposible, y de igual forma seguí hablando para ella. Para que entendiera.
—Te entiendo, está bien... —boqueé en busca de aire, sin todavía cortar contacto visual. Su mirada comenzó a cambiar, aunque mantuvo la fuerza que ejercía en mí cuello—. Está bien, lo siento, está bien... lo merezco.
Sin darme cuenta y sin pensar las consecuencias, dejé caer mis manos de la barra y las levanté en inocencia. Bajando mis defensas y entregándome al daño que quisiera causar. Era una locura, iba a romperme hueso por hueso si quisiera y yo se lo estaba permitiendo. Pero era lo que necesitaba, lo que ella quería, el tener el poder de dañarme de la forma que ella dolía y sin que yo hiciera algo al respecto. Porque sería su venganza en lo que ella no pudo cuidar y quedarse con su amigo cuando yo sí.
De forma indirecta, yo era la que había traído la muerte a Logan. Asesina, culpable, o lo que sea, tenía que hacerme cargo de una vez por todas si eso significaba aliviar el miedo y duda que seguían teniendo sobre mí.
En el mismo momento que sentía que mis pulmones se cerraban sin oxígeno, en dónde no había aflojado su agarre en la barra, fue que algo en sus facciones pareció quebrarse y sus ojos se cristalizaron. No hizo nada más que dar unos pasos hacia atrás, en el instante que la barra liberó mi cuello, caí en mis rodillas en busca de aire, tosiendo apoyada en el piso y sentada en mis rodillas. Me obligué a levantar mi cabeza para mirarla, la faceta que ella había armado en su rostro comenzando a caerse y no hizo nada más que lanzar la barra hacia un costado antes de girarse y, en mi débil estado, traspasar la barrera de luz que esfumó en el aire.
Seguí tosiendo en lo que recuperaba el ritmo de mi respiración, manos cálidas y frías apareciendo en mi espalda, los insultos de Jacob hacia Anna que se había marchado del lugar y que tuve que detener de a palmadas hasta que el silencio volvió y sólo se escuchaba mis carraspeos de garganta. Escuché que me estaban preguntando qué había pasado, qué era lo que le había enojado a Anna. No respondí ninguna, arrodillada en el piso, con Julia mirándome con una leve sonrisa divertida desde arriba y el corazón latiéndome tan pesado que sólo cerré los ojos.
No era sólo miedo lo que había causado, a veces me olvidaba y metía las emociones en una misma bolsa. También había sido pérdida.
[...]
Arrastré mis pies por el pasillo del edificio, el cansancio en mi cuerpo latente y la sensación adolorida que había quedado en la zona de mi cuello por más que ya había pasado por la enfermería. Olivia había meneado su cabeza varias veces sin poder creerlo. Tenía hematomas en mis clavículas y parte del cuello por la presión que había sufrido en las zonas.
Por suerte logró dejar mi piel como si nada justo para empezar mi rutina de guardia hasta la tarde noche y así terminar el día eterno. Había pensado en Anna todo el día, la cual no volví a ver en ningún momento, y que la verdad, no sabría si hubiera querido. Ya habíamos hecho suficiente escándalo y Enzo no había estado contento.
Cerré la puerta con mi pie al entrar, dejándome caer contra ella unos segundos antes de que mi nariz captara el aroma dulce que rondaba por el departamento. Me terminó llevando a la cocina, como tal animal olfateando hambrienta a su presa, y ahí estaba Morgan, sacando del viejo horno una tanda de galletas caseras para dejarlas en la mesada.
No me preocupaba que ella se manejara así cerca del horno, claramente sabía cocinar, el problema era que no sabía de dónde había sacado los ingredientes (que no teníamos y eran escasos).
—Eh... ¿An? —la llamé, ella sonriéndome al reconocerme y acerarse a darme un abrazo—. No quiero quejarme de esto, sabes que amo lo que cocinas, sólo que... ¿de dónde sacaste para cocinar esto? Siquiera teníamos harina.
Ella se encogió de hombros al empezar a sacar galleta por galleta, que al mirarlas bien reconocí dos formas repetidas en muchas de ellas.
—Luna y Aiko consiguieron gran parte, Jacob consiguió los huevos y la leche —marcó cada ingrediente al hablar—. Y yo hice un intercambio con uno de los cuadros de la artista por unos limones y otros ingredientes que nos faltaban.
—¿Por qué tanto reclutamiento de especias e ingredientes? —seguía sin entender porqué mis amigos y mi hermana habían juntado todo para unas simples galletas. Morgan se quedó mirándome, sin poder creer lo que estaba preguntando y dándose cuenta de algo que yo no sabía.
—No te lo dije... —se palmeó el rostro con más fuerza de lo pensado—. Es para el cumpleaños sorpresa.
—¿De quién?
Frunció su boca en una fina línea—: De los gemelos. Es hoy.
Me quedé quieta donde estaba, sin dejar de ver a Morgan que, claramente, se había pasado por alto mencionarme un cumpleaños. No sabía qué hacer primero, si correr al departamento de al lado para exigirles y gritarles que tendrían que habérmelo dicho; si patearme a mí misma por nunca haberlo preguntado o supuesto; o si seguir el plan de mi hermana —que sus galletitas en forma de copos de nieve y fuego tenían mucho más sentido— e ir a hacer las otras dos opciones una vez que los sorprendieran.
En lo que no reaccioné, Morgan me ayudó a sacarme el abrigo que tenía encima.
—Te dejé listo el baño para que te des una ducha. Jacob está esperándonos en media hora con el regalo —me fue empujando hasta la puerta del baño mientras seguía hablando—. Luna y Aiko vendrán más o menos a la misma hora así vamos todos juntos y los sorprendemos.
Me agarré del marco de la puerta para detenerla.
—¿Cómo es...? —carraspeé mi garganta—. ¿Cómo es que planeaste todo, porque supongo que fue tu idea un festejo de cumpleaños, con mis amigos? ¿O cómo es que te enteraste del cumpleaños de los Parker y yo no?
Ella se encogió de hombros.
—Tienes muchas guardias, y ellos cuidan mucho de mí en lo que no estás —respondió—. Y a Tom se le escapó hace unos días, cuando le tocó quedarse conmigo, que hoy sería su cumpleaños. Pensó que no lo había escuchado.
Sin dejar que comentara nada más, cerró la puerta y me gritó que me apurara en lo que corría de vuelta a la cocina. Por suerte pude reaccionar rápido, y en lo que me sacaba mi ropa sucia y saltaba debajo de la ducha, mi cabeza procesó la fecha. Los gemelos debían de estar, siendo unos meses mayores que yo, diecinueve años. No un número que destacara ni nada por el estilo, pero; ¿no mencionar que era su día? ¿Su fecha? En lo que había sido de mi día, con mi cabeza ocupada de Anna, no había ni visto alguna reacción suya fuera de lo normal.
Para cuando salí del baño con una toalla en la cabeza y terminé saltando por mi cuarto para ponerme el único par de jeans que tenía con un buzo y camiseta, terminé cargando con mis zapatillas en mis manos en lo que Morgan me seguía apurando cada veinte segundos. Si mi día antes era largo, ahora parecía esfumado en el aire y que la tortura sin poder descansar seguía.
Luna y Aiko ya estaban sentadas en el sillón de la sala, sonriendo y riéndose de mí al verme, una vez más saltando, para ponerme las zapatillas y peinarme con los dedos una vez que ya estaban listas para salir. Ayudé a Morgan al abrirle la puerta y que pasara con la enorme bandeja, Aiko y Luna detrás de ella y las cuatro nos dirigimos a la puerta que estaba a menos de quince pasos nuestros. Aiko golpeó un ritmo suave en ella y en cuestión de segundos, Jacob nos estaba abriendo la puerta y apurándonos a entrar.
—An, se ven deliciosas —miró con demasiado amor lo que mi hermana había cocinado. El departamento de los gemelos y Jacob, que vivían juntos, era el mismo que teníamos Morgan y yo, la única diferencia era que los colores de las paredes tenían otro tono—. Los dos están en sus cuartos, déjenme que los traiga. Esperen acá.
Escuché los pasos de Jacob, cómo abría las puertas de las habitaciones y las voces roncas de los otros dos. Luna a mi lado se inclinó hacia mi oído.
—¿Cuántas chances hay por terminar carbonizadas por uno de ellos?
Meneé la cabeza—: Muchas. Tenemos suerte de que pueda cubrirnos en ese caso.
Reconocí a Jacob apurándose para volver en nuestra dirección, agachándose frente a nosotras y levantando sus brazos. Yo estaba parada detrás de Morgan, que sacaba el pecho contenta y todavía cargando sus galletas. Conmigo en el medio, Luna a mi derecha y Aiko a mi izquierda, los gemelos llegaron a pararse dos segundos frente a nosotros mientras que los demás gritaron:
—¡Feliz cumpleaños!
Fue automática la manera en la cual Noah se giró hacia Tom con una mirada fulminante, y el otro gemelo frunció la boca en una fina línea al apoyar sus manos a cada lado de su cadera y mirar a mi hermana.
—No pensé que me habías prestado atención.
Morgan mofó.
—¿Cómo que no? —levantó la bandeja—. Amo los cumpleaños. No iba a dejar pasarlo de largo.
En lo que los demás se iban hacia la cocina, ya listos para atacar la pobre bandeja que no duraría, yo me acerqué a los otros dos que seguían quietos en su lugar. Apenas me crucé de brazos, ya los dos sabían qué era lo que iba a decir.
—Podrían habérmelo dicho y salvarse de esto —los tres miramos en dirección de los demás en la cocina—. No hubiera mencionado nada y no me hubiera sentido tan mal por no saberlo.
Tom se encogió de hombros.
—No estamos acostumbrados a festejarlo y ni pensamos que sería importante —rodé los ojos apenas lo escuché, pero decidí no acotar nada—. Creo que es la primera vez que alguien lo festeja con nosotros que no fuera mamá... o papá.
Noah detrás de él asintió.
—Creo que eso me da más ganas de olvidarlo.
—Eso me parece que ya no va a ser posible —me reí, no ignorando del todo el comentario de Noah—. Mi hermana va a hacerse cargo de anotarlo en los calendarios que tengamos. Y estoy segura de que al menos se salvaron de tener todo el departamento lleno de flores. Ella también envía sus saludos.
Los dos soltaron una risa por lo bajo, ambos rostros habiendo tomado un poco de color —el de Tom más que nada—, probablemente por el gesto, la mención y la sorpresa. Sin que lo vieran venir, me había lanzado entre los dos, cada uno de mis brazos alrededor de sus cuellos y los abracé con fuerza. La combinación de frío de un lado y calor del otro me hizo sonreír.
—Feliz cumpleaños —les murmuré a los dos, que respondieron como pudieron a mi abrazo. Besé las mejillas de los dos antes de separarme—. Ahora vayan a disfrutar de las galletas que mi hermana cocinó antes de que Jacob llegue a agarrar más.
Tom apresuró su paso hacia la cocina una vez que me escuchó, lo que me hizo carcajear más cuando lo escuché discutir por, probablemente, una galleta. Al girarme hacia el otro gemelo que se había acercado más a mí, no hice nada más que fruncir el entrecejo.
—Al menos sonríe por un rato, así no los espantas —mi comentario lo hizo rodar sus ojos, a lo cual me reí todavía más. Estiré mi mano para llegar a su mentón y hacer que me mirara—. Y crean lo que crean, están equivocados. La fecha es importante. Para quienes los conocen y valoran. Para los que los quieren y específicamente para mí. No dudes de eso.
Sentí la piel de su mentón, probablemente recién rasurado, al acariciarlo con mi pulgar y tirar de él para que se inclinara. Me tuve que poner de puntas de piel igual para darle un beso, el cual lo hizo sonreír levemente contra mi boca y apoyar una de sus manos en mi cintura para que pudiera mantener el equilibrio. Él era mucho más importante para mí de lo que pensaba y su hermano también.
Me separé con cuidado de él, sin sacar mis dedos de su barbilla y mandíbula, deleitándome por la forma en la que me miraba y que yo probablemente hacía igual. Sólo fue lo que pareció ser un flash en nuestra dirección lo que me hizo darme vuelta y encontrar a Jacob con lo que parecía ser una vieja —de hacía demasiados años y que me sorprendía que estuviera en sus manos— cámara instantánea.
—¡Te dije que funcionaba! —gritó al sacar la fotografía que había salido del orificio y dándomela sin pensarlo. Me indicó que la agitara—. ¡A ver si podemos probar una con todos nosotros!
Noah pareció haberse quedado ciego al frotarse los ojos.
—¿Cómo conseguiste esa cosa? —tuvo que parpadear unas cuantas veces—. ¿O cómo es que sigue funcionando?
—La encontré entre los restos del otro campamento, estaba rota, sí, con el rollo a medias, pero estaba —parecía bastante orgulloso de haberla agarrado—. Troy y yo la estuvimos arreglando estos días para poder regalársela a ustedes. Así pueden, si es que lo quieren, nuevos recuerdos de ahora en más.
En lo que Jacob siguió hablando, dirigiéndonos a todos para sentarnos en el sillón, mi mirada cayó en la fotografía que me había dado, habiéndola estado agitando para que la imagen comenzara a aparecer. Éramos Noah y yo mirándonos como hacía menos de dos minutos, algo que me hizo sonreír, y mostrándosela al gemelo, se la dejé en sus manos para que se la quedara. Primera foto que sería nuestra.
Seguí a los demás que se estaban sentando en el sillón, Aiko limpiándose las comisuras de su boca llena de migajas, Luna terminando de masticar una de ellas y mi hermana sentada en el medio de ellas. Tom tenía otra galleta en su mano al sentarse en el apoya-brazo, Noah pasó por mi costado para sentarse en el último lugar que quedaba en el sillón. Yo copié a Tom en el otro apoya-brazo, del lado de Noah, y en lo que Jacob acomodaba la cámara en una silla para poder apuntarnos, ladeé la cabeza.
—¿Cómo vas a hacer que saque la foto cuando estés acá?
Sonrió detrás del artefacto.
—Le agregué un pedazo de metal en el botón —me guiñó un ojo, terminando de acomodar la cámara, y corrió a nuestros pies para estirarse por todo el costado con una pose "sensual" —. ¡Sonrían!
En lo que hacía caso, una de las manos de Jacob se levantó en el aire e hizo un indicio con uno de sus dedos hacia abajo. Esperé a que el flash me cegara, lista con la sonrisa entre mis mejillas, pero en un rápido tirón por parte de Noah, mi cuerpo deslizó fuera de donde estaba hasta caer en su regazo, el chillido que solté llamando la atención de todos y haciendo que se rieran cuando vieron mi rostro sonrojado. Una foto salió conmigo cayéndome del sillón, la cual se deslizó hasta el piso al ser impresa.
Jacob rodó los ojos al reírse y volvió a levantar su mano—: A ver si podemos tener una sin gastar el rollo y sin que la torpe nos arruine la pose.
No dije nada al sentir los brazos de Noah mantenerme en mi lugar, mi espalda contra su pecho y su barbilla en uno de mis hombros. La sonrisa que surgió en mi boca se sintió más genuina, una pequeña sensación de felicidad, de hogar, de familia, me abrumó. El flash ya no me cegó, mis dedos sobre los brazos que me agarraban y sentí como si mi día hubiera mejorado.
Había perdido a mí familia en la catástrofe y por lo que había venido después, había perdido amigos y personas que dependían de un hilo para volver. Sin embargo, había conseguido tantas cosas buenas que me mantenían viva.
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