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            Agité los restos de camisetas que logré encontrar entre todos los bultos de telas y revueltos de barro que había. Muchos de mis compañeros estaban haciendo lo mismo, Tom a mi lado ayudándome a cargar las cosas que rescataba. Me sentía una ladrona, llevándome cosas que no me pertenecían por más que entendiera que así estábamos sobreviviendo. El grupo que alguna vez había estado ahí no volvería por sus cosas, o directamente no volvería. No sabía ni qué había pasado con ellos.

Ni con el anómalo que los atacó.

Pensarlo me confundía, ingenuamente creyendo que siendo uno, protegería a los demás como nosotros hacíamos. ¿Por qué le daría la espalda a su gente cuando se suponía que vivía con ellos? ¿Acaso podría haber sido un traidor? ¿Una mala persona? Me pesaba el alma pensar que hasta había atacado niños, el peluche que había encontrado antes estaba en los brazos del gemelo a mi lado.

Noah y Enzo estaban analizando el lugar, los demás haciendo, o tratando de, investigar también al mismo tiempo que rescatábamos recursos. Tom llegó a tirar de lo que parecía ser una manija de una mochila, arrastrándola fuera de la tierra que la cubría y sacudiéndola para limpiarla lo más posible.

De uno de los bolsillos, que su cierre estaba roto, cayó un trozo de tela perfectamente cortado. Era un pañuelo blanco, que estaba muy cuidado y que tuve que agarrarlo con cuidado en el aire para que no tocara el piso ni tampoco mis dedos mugrosos. Cayó delicadamente en mis manos, permitiéndome admirar el bordado de flores y hojas en las esquinas.

Lo miré a Tom con una pequeña sonrisa.

—Creo que tengo en mente quién será la dueña de esto, ¿eh? —los ojos miel del gemelo no salieron del pañuelo al asentir. Tuvimos muchísimo cuidado al doblarlo y meterlo entre las prendas más limpias que encontráramos—. Debe haber sido un recuerdo de alguien, está muy cuidado y limpio para haber sido de un anómalo.

Tom había abierto el cierre grande de la mochila y me mostró su interior con una mueca extraña.

—O una artista —señaló el interior y al ver lo que cargaba, no pude evitar fruncir las cejas. Cuadernos gastados, al abrir uno de ellos encontrándome que estaban a medio usar, un estuche con instrumentales de dibujo y algún que otro óleo en el fondo. Había ilustraciones preciosas plasmadas en las hojas, tanto bocetos como paisajes—. Podría servirle a tu hermana para las clases, tener hojas limpias para escribir o dibujar es un lujo para nosotros.

Reírme fue hasta depresivo. Los útiles escolares eran escasos en la Costa Norte, los lápices que conseguíamos eran artesanales, las lapiceras recicladas y estirando su uso hasta que la tinta no salía más. Morgan iba a estar contenta de poder tener todo lo que estaba en esa mochila, y yo me salvaba de gastar por unos meses en aquellos útiles.

Con cuidado de no doblar nada, metimos parte de las prendas dentro de la mochila y Tom la cargó en su espalda. Yo continué buscando un poco más, encontrando unas pilas, un llavero multiuso —el cual quise dárselo a Tom, pero se negó—, una jarra metálica y, algo que nunca había pensado en necesitar, una caja de fósforos.

El gemelo me codeó en broma al levantarme.

—Mi hermano se va a poner celoso.

—No seas imbécil.

Lo dejé cargando con todas las cosas cuando siguió riéndose, haciéndome paso entre la gente para llegar al otro gemelo que estaba frente a unas paredes de piedra que rodeaban lo que había sido el campamento. Estaba mirando fijo el material frente a él cuando llegué a su lado, a lo cual quise preguntarle que tanto estaba viendo, que entendí en un vistazo cuál era su curiosidad.

No se veían a simple vista, sólo si te detenías a verlo podías hallar las formas que estaban plasmadas tenuemente en la piedra. Pasé mis ojos por las cuatro figuras, no era una forma específica ni familiar, sólo que ciertos ángulos y dada la extraña situación, me permitieron tener una mínima idea de lo que podría ser.

Noah a mi lado se inclinó hacia mí para llegar a susurrar en mi oído:

—¿Soy yo... —tragó pesado—... o se parecen a...?

—Siluetas humanas —terminé por él, mirándolo de reojo—. Es lo que pensé.

Nos acercamos más con cuidado, mis dedos tendidos en dirección de una de las siluetas, encontrando el parecido de la forma de mi mano a la que estaba trazada frente a mí. Era como ver la sombra de alguien que no estaba.

—Es como si hubieran sido... vaporizadas —al escucharlo hablar, recordé las clases de Historia cuando estaba en la escuela, del fin de la Segunda Guerra Mundial y el irónico nombre que mi anomalía cargaba siendo más amargo todavía—. Justo como una-

—Bomba atómica —dijimos ambos al mismo tiempo, Noah frunciendo la boca en una fina línea—. No puede ser eso, ¿verdad? De ser así, ya estaríamos quemados vivos por la radioactividad.

—Estaríamos muertos y ni tu protección nos hubiera servido, Tay.

Miré las figuras, que, al estar tan atenta a ellas, empecé a encontrar la forma de sus brazos y piernas. Estaba demasiado segura de que, lo que estaba frente a nosotros, eran las impresiones de las personas tras un estallido. ¿Pero de qué? ¿De quién?

—Por ahí Marla puede leer la mente de la mujer para saber qué pasó y pueda ayudarnos —propuso Noah, señalando con su cabeza a la chica que seguía revolviendo los restos del campamento.

—Creo que lo último que necesita en este momento es alguien metiéndose en su cabeza —la pobre mujer estaba colgando de un hilo con su estabilidad mental, no tenía por qué tener a alguien indagando en sus memorias—. Denle unos días al menos.

Él se cruzó de brazos, tensando la mandíbula al pensar.

—Es como un último flash... —imitó un estallido con una de sus manos e hizo un ademán hacia las siluetas—. Y su recuerdo final pueden ser solo estas siluetas.

Sus ojos habían caído detrás de mí, las cejas frunciéndose en lo que parecía ser angustia, y al girarme, las mías tomaron el mismo camino. La altura de dicha silueta me llegaba al pecho, mis dedos la acariciaron con suavidad y peor se sintió mi pecho al seguir la distancia donde dicho... niño había estado parado. Me encontré mirando el mismo lugar dónde había encontrado el peluche.

—Noah... —murmuré, las palabras pesadas en mi boca—. Yo también llegué a desintegrar gente.

Se acercó a mí en dos pasos para que lo escuchara bien claro:

—Esto es distinto. Tu anomalía es controlar energía y materia —me recordó—. En este caso parecen como quemados, rostizados en una ráfaga, hechos ceniza en un explosión, algo más cercano a lo mío... —suspiró, una vez más mirando la enorme piedra—. Pero es distinto. Cómo dije, es como un estallido, como un flash y que la fotografía está detrás nuestro.

Compartimos una mirada que cargaba la misma pregunta, lo mismo que él estaba planteando: ¿Qué tipo de anomalía, habilidad o poder podía causar aquello? ¿Aquella monstruosidad?

La vuelta a la ciudad fue silenciosa, miradas curiosas en dirección de la mujer, Drea, que había caído dormida en el regazo de Sue Lee con sus brazos alrededor de su vientre. Tom estaba frente a mí, todavía con la mochila en su regazo, y mientras que Noah estaba de un lado, la chica Marla se sentaba del otro.

Me codeó con suavidad para llamarme la atención y sonrió.

—¿Cómo se sintió la primera misión? —susurró, intentando no romper el silencio en la camioneta—. ¿Fue peor o mejor de lo que esperabas?

Meneé la cabeza.

—No me esperaba para nada esto —señalé a la mujer en un ademán—. ¿Un anómalo? ¿Dándose vuelta contra su propia gente?

—Es extraño, es verdad —concordó conmigo—. No todos los anómalos son buena gente, esto lo comprueba.

—¿Qué quieres decir?

Se quedó unos segundos callada, pensando las palabras antes de soltarlas:

—¿Porqué pudiste tú tener una anomalía, o yo, o cualquiera de la ciudad...—suspiró—... pero un asesino, o peores personas que ellos, no podrían?

—¿Qué tan ingenua debo ser para no haberlo pensando?

—Igual que yo —respondió, algo que me hizo reír por lo bajo con ella—. Creo que el mundo está dividido, pero que el mal y bien puede ser hallado en ambos lados, ¿no?

Me dejé caer contra el asiento en el que estábamos, un bufido surgiendo de mi pecho y sin dejar de verla a Drea. ¿Qué tipo de... loco se encontraba atacando gente indefensa que sólo quería llegar a un lugar a salvo?

La respuesta, irónica y para el momento, llegó una vez que las camionetas se detuvieron en la ciudad, dónde todos bajamos y nos encontramos con silencio en pleno atardecer. No había nadie en las calles, no había más sonido que el ruido de las olas del mar y las gaviotas pasando por sobre nosotros. No fue hasta que un compañero, que se había quedado en el depósito para dar un aviso; había una nueva propaganda del otro bando, de los militares.

Drea fue llevada con Sue Lee hacia la enfermería en lo que nosotros nos íbamos en otra dirección. Nos apresuramos a través de toda la ciudad, todos apuntando para llegar al comedor general y hacernos paso entre los demás ciudadanos que estaban sentados en las largas bancas y mesas que ocupaban en el enorme comedor y mirando el proyector que alumbraba la enorme pared blanca destinada a ser odiada en cada reproducción.

...más hombres. No dudes en sumarte a la justicia, en la búsqueda de volver a una vida normal y segura, a lo que conocíamos y no supimos apreciar —decía el locutor del video, mostrando marchas de los reclutados en sus nuevos uniformes y sus tanques recorriendo una ciudad que antes hubiera soñado con viajar ahí—. Junto con tu fuerza, tu voluntad y la dirección del General Gedeón...

Ahí estaba mi respuesta: ¿qué tipo de loco se encontraba atacando gente indefensa que sólo quería estar sana y salva en un hogar? El General Gedeón. Alguien que estaba a cargo de muchas más personas que pensaban como él, que derramaban sangre por él, que destruía familias y sueños en un simple ademán para apuntar con un caño metálico a la cabeza.

Continué caminando entre los demás integrantes, queriendo acercarme más al proyector, y en lo que me movía a través de la multitud, mi hermana se levantó de su lugar para abrazarme.

—Estás de vuelta, qué bien... —sonó aliviada, lo que me hizo darle un beso en su cabeza y rodearla con mis brazos, sin dejar de mirar la reproducción. Inconsciente la aferré más a mí cuando mostraron una secuencia de fusilamiento que hizo que todos diéramos un respingo en nuestro lugar al escuchar la hilera de balazos. Morgan agitó su cabeza—. Ese tipo me espanta...

A mí también, pensé y no quise decir. Por más que me había enfrentado al coronel Romero y que lo había enviado a su propio juicio con quien sea que lo recibiera, en realidad él solo seguía las órdenes de un cargo más alto, y el responsable era el tipo en pantalla. Su pelo gris cortado en el estilo militar, sus ojos prácticamente negros siempre mirando tajante y con orgullo, su postura siempre lista para la defensa y sin temor de ensuciarse las manos con tal de hacer lo que él pensaba correcto. En mis ojos y en los de mi gente, él era un monstruo.

El mismo diablo reencarnado en un traje camuflado y con poder.

De reojo, Julia se paraba sin mover su cabeza en dirección a la proyección, pero fue Enzo detrás de ella murmurando en su oído lo que me llamó la atención. La mirada de dicho perro se había vuelto hacia mí en varias ocasiones, lo que me daba la idea de que estaba contándole todo lo sucedido en la misión, y no fue hasta que Julia se giró hacia mí, facciones tensas y vista dura, que me hizo aferrarme más a mi hermana. Para peor, se terminó dirigiendo también hacia Morgan con ojos más curiosos que duros. Que ni se le ocurriera.

Las siguientes imágenes reproducidas me dieron más retorcijones de estómago. Acumulación de anómalos caídos, sin ningún cuidado ni respeto; anómalos siendo capturados o asesinados, Gedeón dando un discurso victorioso —al cual hice oídos sordos— e imágenes de otros países que también estaban con sus propias batallas. Al mundo lo estaban dividiendo a la mitad y no iban a detenerse nunca.

Una vez que la proyección terminó, el suspiro pesado surgió de los pechos de todos. Reconocí a Zafira y Troy en una esquina, el Doc cerca de ellos y manteniendo la postura por más que negara la cabeza sin creerlo. El primero que nos había avisado para salvarnos y veía, no sólo después de ser avergonzado públicamente y menospreciado, cómo todo había ido según lo había advertido.

Al empezar a salir del comedor, aferrándome a la mano de Morgan cuando Julia caminó también en nuestra dirección, fui detenida por Olivia una vez que llegamos a salir del lugar. Parecía bastante apurada.

—¿Qué pasó, Liv?

—La mujer que trajiste, está muy alterada, no nos deja acercarnos —me dijo—. Y no deja de decir tu nombre... Sue dijo que fuiste tú quien la rescató.

Julia iría a dónde mi nombre resonaba. Aproveché la situación para girarme en busca de los gemelos, que venían también en nuestra dirección, y le saqué la mochila a Tom para dársela a mi hermana y señalé a Noah.

—Por favor, lleva a mi hermana a mi departamento, en veinte minutos seguro volveré —le rogué, y sin preguntarme por qué, sólo me dio un beso rápido antes de guiar a mi hermana entre la gente que salía del comedor. Tiré de la mano de Tom una vez que Olivia empezó a apresurarnos frente a nosotros—. Tú vienes conmigo.

—¿Y yo por qué?

—Estamos yendo a la enfermería —lo ojeé de costado—. Claramente ibas a venir.

Tuvimos cuidarnos de no chocarnos con nadie —yo más que nada— y los tres nos apresuramos por las escaleras de la enfermería. Desde el pasillo escuché los gritos, algo que me hizo apurar aún más el paso hasta cruzar una de las puertas y hallar la escena que Drea había armado.

Estaba parada en una esquina, por sobre la cual sería su camilla, con una jeringa y su aguja como su defensa. Su otra mano estaba por sobre su vientre, todo su cuerpo apretándose en una esquina y apuntando a cada sanadora que trataba de calmarla.

—¿Puedes relajarte, por favor, y bajarte de ahí? —Sue Lee, entre las sanadoras, se veía tan impaciente que seguramente había estado tratando demasiado tiempo de ser bondadosa con la mujer—. Sólo bájate y nosotros-

—¡No! ¡No! —chilló cuando una de ellas tendió su mano en su dirección—. ¡No se acerquen!

Se veía desesperada, sus ojos abiertos y rojos del estrés y llanto. Le habían abierto la camisa para, seguramente, ver su vientre y estado, algo que seguramente la alteró. Me acerqué con el mismo cuidado que los demás, sus facciones relajándose al verse entre el montón y no bajó la aguja. Sin embargo, nunca la dirigió hacia mí.

—Drea, sólo quieren ayudarte, no van a hacerte daño —di unos pocos pasos más en su dirección, su vista sin moverse de mí y la jeringa en alto—. Lamento el susto, entiendo tu desconfianza, pasaste por mucho. Ellos sólo quieren cuidarte...

Dirigió la aguja hacia mí, temblorosa y con el ceño fruncido.

—¿Cómo sabes eso? ¿Eh? ¿Cómo sabes que no van a atacarte de la nada misma como me hicieron a mí? —escupió, todo su cuerpo temblando. No tuve miedo de la aguja, podía defenderme, y con la misma lentitud que me había acercado, llegué a tomarle la muñeca.

Le saqué la jeringa de entre sus dedos tiesos y susurré para ella.

—Porque me tienen miedo —confesé, por primera vez sintiendo que su temor era de ayuda en esa situación—. No van a hacerte nada si saben que estoy al tanto. Y confío en ellos, así que...

Estiré mi mano en su dirección, de la misma forma que había hecho en dónde la había encontrado solo que ahora hacia arriba, con ella parada sobre la camilla. Decidió tomar su tiempo para agarrarla, sus dedos enredándose entre los míos con fuerza al bajar, su mano sobre su vientre y sentándose en dónde estaba parada. Se cruzó de piernas, al soltarme su mano voló a su vientre también y miró a las sanadoras que de a poco se animaron a pararse cerca nuestro.

Olivia palmeó con suavidad mi espalda, una sonrisa agradecida en ella. El silencio había vuelto a la enfermería. Sue se acercó a Tom, le dijo algo en el oído que lo hizo reírse levemente y menear la cabeza. Algún comentario sarcástico.

—Ella es Olivia, Liv, cómo quieras decirle —presenté a la sanadora a Drea—. Liv, ella es Andrea, Drea. Dice tener seis meses de embarazo, sólo que no sabe con certeza.

Olivia asintió, señalando que se recostara, y Drea me miró a mí para que asintiera y ella obedeciera. Su confianza en mí, un poco extraña para ser sólo por que la había ayudado, permitió que Olivia la pudiera revisar con más cuidado. La mujer no dejó de mirar como Olivia pasaba sus manos por sobre su vientre, la luz blanca en la palma de sus manos seguramente causando algún tipo de sueño en Drea que cabeceó y en un parpadeo se halló dormida una vez más.

Olivia soltó un gracias en dirección del cielo que me hizo reír.

—Nunca vi una mujer tan desesperada por cuidarse. Vaya a saber por las cuales pasó —se mordió el labio interior, agitando su cabeza—. Más allá de la desnutrición que tiene, los bebés parecen estar bien.

Ladeé la cabeza al volver a preguntar—: ¿Los bebés? ¿Así como en plural?

—¿Ella no lo sabe?

—¿Cómo lo va a saber si nunca le hicieron una ecografía? —me llevé una mano a la boca, sorprendida. Un nuevo par de gemelos. O gemelas. O mellizos. Miré el rostro de Drea al dormir—. Menuda sorpresa se va a llevar apenas se entere...

Tom se había marchado, claramente a hacer su visita a su bella durmiente, y Sue Lee había vuelto con Julia que había llamado a una reunión para que todos contaran el suceso de la misión. Mientras tanto, yo decidí quedarme unos rato más con Olivia y Drea.

Olivia pasó sus manos un rato más, desde por su pecho hasta por su pelvis, verificando primero que su embarazo estaba en el trayecto correcto. Yo me quedé analizando el aspecto de Drea; le habían acomodado el pelo negro en una coleta, su piel pálida llevaba unas cuantas pecas alrededor de sus mejillas y nariz. Al haberle limpiado un poco el rostro, parecía más joven de cuando la había encontrado.

—No nombró a ningún padre, ¿no? —preguntó Olivia, habiendo empezado a pasar sus manos por el rostro de ella. Le curó los rasguños en segundos.

—La verdad es que no, no dijo más que ocho palabras hasta recién —meneé la cabeza—. Pero supongo que después de lo que encontramos, no tengamos esperanzas de que aparezca. Estaba todo destruido y ella sola debajo de los restos.

—¿Es una anómala?

—No lo sé, supongo que para haber sobrevivido lo que sea que haya pasado sí... —miré sus manos, tratando de buscar una mínima herida que me guiara a alguna pista del suceso—. ¿Cómo pudo haberse salvado?

¿Cómo no era una silueta más del montón que habíamos encontrado?

Una vez que Olivia retiró sus manos, soltó un largo suspiro y estiró sus brazos por sobre su cabeza al elongar.

—Bueno, eso es todo para ella... —su mirada cayó en el vientre y apoyó sus manos a cada lado de su cadera—. ¿Dijiste que estaba de seis meses?

—Es lo que ella calculó.

—Me parece que vamos a sorprendernos más pronto de lo que ella piensa —marcó el ángulo del vientre con uno de sus dedos—. Es cuestión de que empiece a comer mejor y se va a notar su real tiempo en algunas semanas.

Dejé que Drea continuara descansando, Olivia consiguiéndole un poco de suero para poder aplicarle. Caminé entre los pasillos y el amplio cuarto donde los caídos estaban, conocidos visitando a algunos de ellos y otras sanadoras haciendo su revisión diaria en cada uno. De no ser por ellas, hubieran muerto, desaparecido en cuestión de días, semanas o meses. Era lo único que los mantenía con vida, sólo que no despiertos.

La puerta entreabierta del cuarto de Claire me permitió entrar sin causar ruido, al asomar mi cabeza no pude evitar la leve sonrisa al ver el mentón de Tom apoyado en sus brazos cruzados sobre su camilla. Le estaba contando sobre la misión de hoy, sobre Drea. El libro que le estaba leyendo en ese momento en la mesa de luz.

Y después la miré a ella, con su pelo trenzado, sus manos a cada lado de su cuerpo, una de ellas rozando la de Tom. La brecha que los separaba era algo inentendible y doloroso de ver, de sentir. El gemelo cargaba la culpa de haber sobrevivido porque ella lo cuidó, y yo cargaba la idea que, de no ser por mi loca idea de rescatar a mi hermana, ella seguiría despierta y se hubiera reunido con su mamá.

Tom escuchó el chillido de la puerta al abrirse un poco más y me reconoció detrás de ella.

—¿Interrumpo? —susurré, algo que él negó y se reincorporó en su silla.

—Justo para contar tu versión... —sonrió levemente—. Me quedé en la parte de que ayudaste a Drea...

Así que me senté con él, palmeando su rodilla con cuidado y contándole lo que faltaba a Claire. A seguir la rutina que habíamos armado y que nos quedaría por el tiempo restante. Una vez que nos quedamos en silencio al terminar, los rasgos de mi amiga me recordaron a los ojos de su mamá, curiosos, interesados, y estancados en mi hermana durante la propaganda proyectada en el comedor.

Dejé caer mi cabeza contra el hombro de Tom.

—Julia miró a mi hermana gran parte de la proyección —le dije, el gemelo girándose a mirarme—. Es cuestión de tiempo antes de que empiece a indagar.

—Tu hermana es menor de edad, no puede obligarla a hacer nada.

—Es verdad —suspiré—. Pero recuerda lo que me hizo a mí y cómo me maneja con sus amenazas y culpas, lo que me hace tolerar con tal de cuidar de mi hermana. ¿Crees que no va a hacer lo mismo con ella?

Soltó un largo bufido, apoyando su cabeza sobre la mía.

—Morgan va a estar bien, Tay, la vamos a cuidar entre todos —agarró una de mis manos y le dio un apretón—. Ninguno de nosotros va a dejar que la dañen.


[...]


Al llegar al departamento de vuelta, Morgan ya había desarmado la mochila entera sobre la mesada. Había separado las prendas, el peluche sentado delante de ella, y sus manos ya probando todos los útiles en los cuadernos a medio usar. Noah no estaba por ninguna parte, debía de haberse ido a dicha reunión de Julia.

Cerré la puerta con cuidado al entrar, acercándome a mi hermana y mirando lo que estaba dibujando. Al cuaderno ya le faltaban unas cuantas hojas, las cuales señalé.

—Las guardé aparte, creo que podríamos pedirle a Jacob que haga marcos y puedas vender los cuadros para tener un ingreso más —había planeado, una de sus manos sin dejar de trazar en el papel. Reconocí la mandíbula, lunar en la mejilla y cejas tupidas en menos de un segundo—. También podemos colgar alguno que otro en nuestra sala, la pared se ve horrible.

Ojeé lo que ella había dicho, la pintura agrietada y el comienzo de un trazo de humedad apareciendo en las esquinas. No veía la mala idea al tomar los dibujos, cierta belleza en ellos y talento que me hizo suspirar. Pobre artista había perdido su oportunidad de llegar más lejos que sólo a un campamento sin normalidad.

Morgan trazó rápidamente el pelo oscuro de Noah en su papel. Había olvidado que mi hermana dibujaba desde pequeña, mucho mejor de lo que yo hubiera podido hacer. Por eso odiaba tantas clases de arte, porque ella ya había ido a tantas y tenía el conocimiento suficiente.

Era un boceto rápido, seguramente lo había empezado mientras que el gemelo había cuidado de ella, y una vez que lo firmó en una esquina, lo arrancó con cuidado del cuaderno para dármelo a mí.

—¿No vas a quedártelo?

—Sería extraño tener un dibujo de él en mis cuadernos sólo porque sí, ¿no? —se rio al verme carcajear, inclinándome hacia ella para dejarle un beso en su cabeza.

—Se lo voy a mostrar igual, de seguro le encantará —le dije, sus mejillas ruborizándose. Siempre había sido tímida al mostrar su trabajo—. ¿Por qué no te vas a bañar? Puedo calentar el arroz que quedó ayer, no voy a quemar nada, lo prometo.

Pareció dudar de mí, le costó unos segundos tomar sus cosas y dejarme la cocina sola. En lo que ella se preparaba para ir a darse una ducha, me dejé caer en la silla donde ella estaba y miré el boceto del gemelo en mis manos antes de dejarlo en la mesada. Tenía tantas cosas volando por mi cabeza que sentía que no podía apreciarlo como debería.

Pensaba en el campamento destruido, en Drea, en las siluetas, en Julia y cómo miraba a mi hermana, en el General Gedeón que seguía avanzando por cualquier lado que se propusiera. Él era nuestro principal rival, enemigo, contrincante, pesadilla. ¿Y ahora debíamos cuidarnos de también protegernos de los nuestros? ¿De quienes, supuestamente, estaban de nuestro lado?

Tomé el peluche en mis manos, al estirar sus orejas reconociendo que era un conejo, la nariz pequeña y sus ojos eran dos botones negros. Pasé mi dedo por la tela hasta frotarla y el color rosa apareció debajo de mi pulgar. En cierto lado, el peluche representaba la pérdida de la inocencia, de mi ingenuidad, al pensar que algo así no podía pensar.

Los monstruos estaban en todos lados, anómalos o no, camuflados o no, líderes o no, pero escondidos donde nadie sabía cuándo saldrían a atacar.



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