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Julia Ambrose era la líder, o intendente de haber seguido el nombre de las leyes, de Costa Norte. De carácter duro, audaz y quien conocía el campo y movimiento de los militares más que cualquier otra persona dentro de la ciudad fantasma. Y, para sorpresa de todos, ella era humana. No necesitó ninguna anomalía para liderar a los demás, con su forma de ser y lidiar con las situaciones dejó en claro que podía.
De ser que hubiera tenido alguna habilidad, habría sido el doble de estricta o seria, lo cual no era algo que yo quisiera. Desafortunadamente, yo conocía solo sus rasgos y características negativas, porque por más que una líder se tratara de seriedad y responsabilidad, ella era la mamá de Claire. Y me recordaba día a día el estado de su hija.
Ella se había vuelto una caída. Alguien que, tras ser herida por el artefacto militar, había caído en un pesado sueño como la Bella Durmiente BellaDurmiente al haberse pinchado con la máquina. A diferencia del cuento de hadas, el beso de amor no existía como solución. Así que ahí estaba todas las mañanas donde la visitábamos con Tom, dormida y esperando un rescate que desconocíamos cuando llegaría.
Es por eso por lo que Julia, desde el momento que se había enterado qué había sucedido en nuestro viejo lugar de residencia, de quién lo había causado y por qué había pasado; no tardó en darme la espalda y resentirme, sólo enviando a mi propio grupo a buscarme una vez que pareció valorar mi anomalía. De vuelta, no a mí. Yo podría ahogarme en la misma playa y ella se haría cargo de esconder mi cadáver en la arena.
En lo único que concordábamos, era en nuestro cariño por su hija y las ganas que teníamos de que volviera a despertarse. Era, también, lo único que me detenía de no saltarle al cuello el momento que la hallé dentro del departamento y mirándome con ese rencor que me anudaba el estómago.
Lo único que pude hacer fue un asentimiento de cabeza al reaccionar y saludar: — Julia.
Por más que no había dejado de mirar lo que el proyector plasmaba en la pared de la sala, tomé las bolsas que había dejado caer y las dejé en la mesada. Julia se tomó la libertad de sentarse en el sillón, acomodando su tapado negro que siempre usaba y se cruzó de piernas.
—Te di tu tiempo, fui lo innecesariamente amable contigo como para mandar a tus amigos a que te trajeran a verme en lugar de otras personas—fue lo primero que dijo, sus labios en una mueca que me molestaba—. Y de igual forma fuiste tan desagradecida como para evitar cada oportunidad de forma descarada. ¿Pensabas que no iba a venir o qué?
—Pensé que mi respuesta había sido clara —hablé con el mejor respeto que encontré en mí—. No te hubieras tomado la molestia de buscarme, nos habríamos evitado toda esta situación. Yo no quiero ir, usted no me quiere cerca, ¿para qué intentar?
Ella me quería bajo sus ojos, lo cual no significaba que me quería cerca. Me quería controlar y limitar a su manera. Al escucharme, chisteó unas cuantas veces y señaló la proyección frente a ella al chasquear la lengua.
—Yo no te quiero cerca, es verdad, pero no te equivoques —ladeó su cabeza en dirección de la imagen, mi imagen—. Yo quiero a esa anómala, a esa arma de energía.
Me mordí el interior de la mejilla al escuchar lo que me había llamado. Tan cruda, tan honesta.
—Lo primero que pensé cuando te nombraron, cuando me dijeron sobre tu anomalía —siguió hablando, sus ojos fijos en la imagen. Siendo la primera vez que teníamos una conversación de más de cinco segundos, pareció aprovecharla—, era que me parecía irrazonable. Increíble, en el sentido de no poder pensar que eso es real. ¿Una chica que controla energía? ¿Qué tiene la fuerza y habilidad para proteger al resto? ¿Una espía perfecta con su invisibilidad?
Una risa amarga e irónica surgió de su garganta, meneando la cabeza y girándola para poder encararme.
—Y que, al mismo tiempo, era quien había decidido sacrificar a su gente por el simple hecho de salvar a su hermana. De, egoístamente, elegir a otra persona y poniendo a quienes ya estaban a salvo en riesgo —se volvió a reír, más ácida que antes—. ¿En dónde estaba esa supuesta protección? ¿Podía, entonces, confiar en esta chica que tan descaradamente trajo a mi hija en brazos en un estado irreversible? ¿Sin cura?
Yo no hice nada más que mantener mi vista de ella, mis manos inconscientemente haciéndose puños a mis costados. Ella frunció todo tipo de gesto en su rostro.
—Creo que la respuesta es clara y es un no. No confío nada en ti y no creo que merezcas la lealtad de tus amigos ni de nadie —escupió—. Pero, penosamente, tu anomalía es lo que sirve y como la cargas tú, no tengo otra opción más que lidiar con tu presencia y hacerme cargo de que no puedas volver a hacer lo mismo que hiciste.
—No tienes confianza en mí para dejarme sola y, al mismo tiempo, quieres hacerte cargo de mis acciones y querer controlarme —siseé. Ella no iba a ser dócil conmigo y me lo hacía difícil a mí para responderle sin elevar mi tono de voz—. ¿Quieres que me ponga una correa también? ¿Para que no me pueda ni mover de tu agarre?
—De haber querido ponerte esa restricción, ya lo hubiera hecho —se levantó del sillón y jugó con el control de sus manos—. Y la verdad no voy a decir que esa idea de control no me vendría mal. Tu entrenamiento podría hasta considerarlo una domesticación si significa que vas a aprender a escuchar y obedecer.
Más allá de sus palabras tajantes y con la clara necesidad de molestarme, yo entendía su dolor. Entendía su resentimiento, su asco hacia mi persona. Había traído a su hija en un estado espantoso, de haber sido la situación al revés y que ella trajera a Morgan en ese estado, no sabría cómo hubiera reaccionado. Detestaba entenderla cuando me estaba tratando como mugre en la punta de su bota, la pena y culpa latentes todavía en mí. Ella buscaba cada botón para apretar en mi paciencia y yo intentaba mantener la compostura solo por su hija.
Tuve que relajar la mandíbula al darme cuenta de que estaba crujiendo los dientes.
—Entonces, ¿Qué quieres de mí? ¿Qué entrene con los demás? ¿Qué te muestre mi energía?
—Yo quiero eso —volvió a señalar la imagen, mis ojos hallando una vez más mi estado más vulnerable con mi anomalía, donde no me acordaba que había pasado y ahí me veía por primera vez. En mi completo estallido—. Yo quiero eso porque sé que es valioso y lo quiero porque es lo único que me convenció a permitir que te quedaras. El saber que esa anómala mató a mi exmarido. Que le rompió el cuello en nombre de mi hija.
Todavía me acordaba de esa secuencia. De mi puño incrustándose una y otra vez, lleno de furia y energía, en el rostro del coronel Romero. De la forma en la que mis nudillos habían dolido, en el sollozo que me ahogaba, la desesperación que me controlaba. La necesidad y sed por vengarme de la persona culpable de arrebatarme tantas vidas con sus órdenes y decisiones.
Inconscientemente me miré las manos, recordando mis nudillos ensangrentados, una mezcla entre el carmesí del coronel y la mía por la piel lastimada, y mi estómago se frunció. Recordar lo que había tenido que hacer para sobrevivir me seguía atormentando.
Julia carraspeó la garganta y se acercó al proyector, mi mirada siguiéndola hasta verla presionar un botón del control que tenía y la imagen, que antes estaba congelada, se movió. Me acerqué justo en el momento que, mi yo de la pantalla, había estirado sus brazos de lado a lado y de ella surgió una onda extraña de luz que barrió el campamento militar. Voló en el aire habiéndose convertido en polvo, y en el extraño ángulo que la cámara me había capturado, logré reconocer el cuerpo de Noah a unos metros detrás de mí estirado en el piso con Claire encima, claramente habiéndolo salvado ella de que mi energía lo hubiera llegado a tocar.
Nunca había sabido que ella lo había protegido por mí.
La imagen de antes volvió a su posición de antes, conmigo y el haz de luz alrededor, y Julia dejó el control en la mesada.
—Tómalo como un recordatorio —señaló al proyector y después se volvió a acercar a mí—. Tienes dos días. De hecho, justamente para despedir la semana de tu vida sabática, el mismo lunes te encontraré en la entrada del centro de entrenamiento.
—¿Y qué si no?
Julia ladeó la cabeza.
—Ya no es una opción, Taylin —siseó—. Es una orden. Vas a estar ahí.
Porque habría consecuencias. No lo dijo, siquiera había mencionado qué o cuál podría ser su amenaza, porque no hacía falta. Yo no podía pelear contra ella, no podía ponerme a la defensiva cuando mi hermana dependía de mí y de un lugar seguro donde vivir. Porque, indirectamente, yo también dependía de Julia a través de la seguridad de Morgan.
Con mis manos hechas puño, su mirada triunfante y sonrisa victoriosa, por al fin tenerme donde ella quería, parpadeé unas cuantas veces para pelear las lágrimas de enojo. Agitó la cabeza, una mirada desde mis pies hasta mis ojos, y frunció la boca.
—Entonces, nos veremos el lunes. Sin falta —sonrió con frialdad, acercándose más y tomando un mechón de mi pelo que ya llegaba por mi cintura. Tiró de él hasta que se deslizó fuera de sus dedos, mientras que yo peleaba con el instinto de manotearle la mano—. Demasiado largo para la pelea, puede ser usado en tu contra. Córtalo.
No hice nada más que quedarme en silencio, un tenso asentimiento y ella se estaba girando en sus talones hacia la entrada.
—No pienses en hacer nada descontrolado estos últimos días ni nada extraño —abrió la puerta, de reojo reconociendo tres siluetas del otro lado que parecían haber estado parados ahí un largo rato. Julia los reconoció al salir del departamento—. Parker's, joven Reed.
Al reconocer a mi hermana cruzando el umbral de la puerta, me lancé sobre el control del proyector hasta poder apagarlo. Debí de haber presionado todos los botones antes de que se apagara, lanzando el control contra el sillón con frustración. Los gemelos cerraron la puerta al entrar, ambos mirándome y ya teniendo una idea de lo que había pasado ahí dentro.
Morgan dejó caer la mochila en el piso antes de acercarse a mí.
—¿Tay? —preguntó—. ¿Qué fue eso? ¿Qué pasó?
Fui rápida al limpiarme las lágrimas de furia que se me habían escapado, girándome hacia mi hermana con una sonrisa tensa. Le acomodé el pelo fuera de sus hombros, sus ojos curiosos y preocupados en mí.
—Nada de lo que te tengas que preocupar, en serio —le dije, teniendo que carraspear la garganta para desanudarla un poco. Miré de soslayo a los gemelos que seguían mirándome y me volví hacia Morgan—. ¿Por qué no vas a darte un baño mientras que los gemelos y yo preparamos algo para cenar? O bueno, ellos.
Eso la hizo sonreír levemente.
—Tom me va a ayudar un poco con la tarea de matemática después, hoy nos enseñaron un tema nuevo que no conocía.
Me obligué a reírme levemente, lo suficiente como para distraerla un poco más, y la empujé levemente en dirección del baño.
—Qué bueno que él pueda ayudarte, yo siempre padecí esa materia —bromeé, ella riéndose y tomando el camino sola hasta desaparecer detrás de la puerta del baño. Instantáneamente dejé caer mis hombros, mi respiración pesada al dirigirme al sillón y dejarme caer en él con mi rostro en mis manos.
Escuché sus pasos cuando se acercaron, manos cálidas apoyándose en mis rodillas y al levantar la mirada, Noah estaba agachado frente a mí.
—¿Estás bien? ¿Te amenazó?
Miré a Tom detrás de él, compartiendo la misma mirada preocupada de su hermano.
—No hizo falta que lo hiciera. Sólo dio una orden —escupí, mis dedos aferrándose a los de Noah—. Empiezo el lunes. Sí o sí.
Al apenas escuchar el ruido de la canilla chillona del baño, me estiré sobre el sillón y tomé el control del proyector, los gemelos siguiendo mi mano al dirigirla hacia él y volver a poner la imagen que empezó a reproducirse. Noah se tensó al reconocer el suceso, los ojos de Tom fácilmente encontraron al pelo oscuro todo enmarañado que había tirado a su hermano abajo, y yo no podía sacar los ojos de mi figura. De lo que Julia había buscado y ahora obtenido. Un arma, como ella había dicho.
—Ahí está lo que tanto buscaba —murmuré—. Ahí está su nuevo juguete.
[...]
Había decidido no hacer nada los últimos días. No porque no quisiera trabajar y ayudar, no porque quisiera "rebelarme" ni nada de eso; sino porque necesitaba alejarme de la gente, de los ojos metiches que en cuestión de días me encontrarían en la guardia y el temor en ellos se duplicaría. ¿Harían una convención para poder convencerla a Julia de que me sacara del equipo? ¿O del campamento?
Ya no sabía si eso podría ser una buena opción o no.
Así que, en la mañana, después de dejar a Morgan en la escuela y pasar a saludar a Claire —que Tom ya estaba leyéndole los últimos párrafos del libro— me dirigí hacia el lado contrario donde usualmente me encontraba siempre. Cruzando los viejos edificios que todavía no habían sido remodelados para poder recibir más gente, y haciéndome paso entre los árboles que aparecían en el comienzo del bosque, seguí el camino de tierra que había quedado marcado por los pasos de las personas. O bueno, de dos personas que habían adoptado la cabaña pequeña que estaba a unos metros de la ciudad. Y, aparte, las únicas capaces de conseguir la imagen que se había plasmado en mi sala la noche anterior.
Haciéndome paso por la pequeña puertita que ya estaba más para la jubilación que de decoración, golpeé la puerta de entrada con fuerza. Hacía demasiado frío y el buzo de segunda mano no era lo suficientemente abrigado. A mi suerte, la puerta se abrió y me apuré a entrar cuando sentí la calidez que venía de adentro.
El Doc, claramente recién despierto, se acomodó la bata al reconocerme.
—Buenos días para ti también, pequeña —se rio, cruzando la pequeña sala hasta llegar a la cocina. Lo seguí, curiosa de ver que llevaba su bata blanca y no una para dormir. El Doc señaló una de sus tazas—. ¿Café?
—Ya tuve uno en la mañana, pero acepto un vaso de ese jugo —señalé el líquido recién exprimido en su máquina de jugo. Rodó los ojos, un vaso elevándose de la alacena y sirviéndose solo antes de ir hacia mí. Yo señalé su bata—. ¿Te dormiste acá?
—Troy y yo nos quedamos haciendo unos análisis de algunos anómalos y a mí se me fueron las horas. Él volvió a su casa cuando su mamá lo llamó —contó, de soslayo encontré el pobre sillón todo desarmado en donde el Doc había dormido—. Pensé que eras Julia al tocar la puerta. Usualmente es la única persona que viene temprano.
—Que forma de empezar tus mañanas... —dije por lo bajo, algo que él escuchó y carcajeó con fuerza.
—Ni lo digas.
Lo seguí por la pequeña cabaña, sólo un poco más grande que el departamento donde Morgan y yo nos estábamos quedando, la única diferencia era la construcción nueva que habían hecho enlazada a lo que antes era un comedor ordinario. Lo que antes era un invernadero enorme de chapa blanca, ahora lo habían construido contra el comedor para agrandar el ambiente y transformarlo en su nuevo laboratorio. Troy se había encargado de armar —desde cero y con materiales que no hubiéramos pensado— las luces intensas y el equipamiento necesario.
Entre las alacenas que habían llenado de frascos reciclados, utilería hecha por Jacob, y las hojas con borrones y escritos por todos lados; no había forma de pensar que era no fuera el laboratorio del Doc.
Justo en el momento que estaba sentándome en la mesada metálica, la puerta de entrada se abrió y cerró de un portazo.
—¡Hola, Doc! —saludó Troy, que en cuestión de segundos había llegado frente a nosotros. Tenía quince años, solo tres años más que mi hermana, pero tenía el intelecto coeficiente más alto de, probablemente, el mundo. Esa era su anomalía; la energía le había desarrollado el cerebro y desbloqueado más del usual catorce por ciento que nosotros sólo usamos. Me sonrió al reconocerme—. Hola, Taylin. Que sorpresa verte por acá de vuelta.
—Preguntaría por qué no estás en la escuela, al menos como director —le guiñé un ojo, él fácilmente poniéndose rojo y acercándose al Doc que estaba tratando de acomodar un poco los papeles. Entre el pelo oscuro y ondulado, la tez oscura y los ojos miel, sabía que tranquilamente podría ser un rompecorazones. Sólo que él era demasiado bueno e inocente para aquello. Miré la bolsa que traía en una de sus manos—. ¿Es acaso algo para compartirle al Doc?
El nombrado me envió una mirada por su hombro, acomodándose sus lentes nervioso y alertándome a que cerrara el pico. La mamá de Troy tenía esa costumbre de mandarle cosas al Doc bastantes veces, como panes caseros, budines o muffins. Era obvia la razón.
Troy asintió, totalmente ignorante al tema, y dejó lo que parecía ser otro pan casero en la mesa. El aroma a recién horneado que me llegó me hizo relamerme los labios.
—Sí, mamá está vendiendo unas tandas de horneados que hizo en la semana. Me dio uno a mí para que lo trajera.
—¿Gratis? —cuestioné. El Doc me volvió a lanzar otra mirada y yo peleé una risa—. Que dulce de su parte.
—¿Necesitas algo, pequeña? ¿Para qué viniste hoy? ¿Algo en específico? —el Doc dejó caer los papeles, tomando el pan y apurándose a la cocina a, seguramente, cortar rebanadas. Recién terminando de tomar el jugo que me quedaba, el vaso voló fuera de mis manos. Merecidamente.
—Quería preguntarte algo sobre Julia, viendo que tienes mejor relación con ella que yo con la ciencia —miré unos cálculos en una de las hojas, los números volviéndose chinos, y me giré justo en el momento que el Doc volvía con dos rebanadas con manteca. Dulcemente me dio una, esperando a que continuara la pregunta—. Julia vino ayer a buscarme. Trajo con ella un proyector-
—¿Te convenció a que te sumaras al entrenamiento? —me interrumpió. Yo bufé.
—Como si eso fuera convencerme, la mujer me viene acosando desde que llegué —mastiqué el pan con fuerza, el sabor increíble poniéndome de mejor humor—. Pero no es eso lo que quiero hablar, es la imagen que consiguió. Tenía como un video de seguridad del campamento militar que destruí hace unos meses, y no sé cómo lo obtuvo...
Troy levantó una de sus manos como si estuviéramos en clase.
—Ese fui yo —dijo—. Hace unos días logré meterme en las redes de los militares y sus conexiones, sus archivos y gran parte de sus cosas. Fueron cinco minutos en los cuales destruí evidencias y guardé algunas cosas antes de que su red me sacara y bloqueara el permiso. Entre los archivos estaba el tuyo. Lo borré también de su red.
Parpadeé unas cuantas veces.
—¿Y cómo se llamaba la carpeta donde estaba? ¿O el nombre del archivo en sí?
—No tenía tu nombre ni nada de eso, de hecho, creo que hasta lo nombraron mal —recordó, haciendo los papeles a un lado y sacando una vieja laptop de su mochila—. Decía supernova. Raro, ¿no? Pensaron que era un video de la catástrofe y debieron confundirse.
El Doc y yo compartimos una mirada que Troy no pudo ver, ambos sabiendo la verdad. Tragué lo último que quedaba del pan y sacudí mis manos antes de volver a pararme.
—Bueno, muchas gracias entonces, porque con ese video logró atormentarme ayer y sacarse unas cuantas cosas del pecho —solté con amargura, Troy escondiéndose detrás de la pantalla de la laptop. Suspiré—. No te estoy culpando, simplemente a ella le encantó usarlo.
El Doc se limpió las comisuras de su boca al terminar de comer.
—¿Fue muy dura contigo?
—Según ella, fue lo innecesariamente amable conmigo antes así que puedes darte una idea de lo que fue después —rodé los ojos, cruzándome de brazos—. Así que el lunes mismo me encuentro entrenando con los demás y vaya a saber dónde quiera ponerme.
—En dónde te necesite...
—¿Cuál es la definición de ella de necesitar? Porque eso puede significar que me necesite limpiando el piso con la lengua —respondí de vuelta, ambos científicos riéndose con mi sarcasmo—. Lo que ella necesita no es lo mismo que lo que su gente quiere. Y justamente eso es mi persona lejos del entrenamiento.
Troy ladeó la cabeza: —¿De qué estás hablando?
—Taylin cree que el campamento le tiene miedo a su anomalía —respondió el Doc por mí, habiendo tenido bastantes charlas conmigo sobre el tema—. Cree que por usarlo va a causarles temor.
—No es un creo, es un lo sé.
—Pequeña, no le tienen miedo a tu anomalía. No la conocen, solo escucharon rumores de lo que pasó o la historia real —siguió hablando Doc, meneando la cabeza—. A lo que le tienen miedo es a tu impulsividad. Tienen que aprender a confiar en tu persona, no tu anomalía.
—Vengo trabajando desde hace semanas en lugares ordinarios para tratar de ganar su confianza, con suerte recibo una mirada sin rencor.
—Porque Julia, en su enojo, alimenta esa incomodidad en contra de ti. La gente la sigue a ella porque creen que hace lo correcto, es quien se hizo cargo de ellos cuando no tenían nada —respondió—. Si ven que ella te movió al campo de batalla, sabrán que es por una buena causa, y eso hará que se calmen las cosas contigo.
Sue Lee se había ganado el respeto de su gente porque los había cuidado, Julia tenía lo mismo sólo que mucho más que un simple campamento en el medio del bosque. Julia había conseguido una ciudad fantasma y la logró revivir para dar lugar a una resistencia. Obviamente su gente iba a ser leal e incondicional con ella, entendía el punto del Doc, y, a mi pesar, pude ver la lógica en lo que me decía. Si yo seguía a Julia y la obedecía, podría recuperar un poco de la paz mutua que antes había logrado tener.
El problema no era obedecer. Era, en realidad, permitir que también me tratara como quisiera tratarme. Y, para tanto mi paz como la de mi hermana, era algo con lo que iba a tener que lidiar.
Me pasé el resto del día con el Doc y Troy, quienes seguían tratando de infiltrarse de vuelta en las conexiones de los campamentos militares. Mientras tanto, yo me quedé practicando mi anomalía, moviendo algunas cosas en el aire, moviéndola por mi interior hasta que el destello me rodeó. Si iba a volver a usarla, tenía que desoxidarme lo suficiente para el lunes estar en mejor estado. Tuve que mudar mis prácticas afuera, el pobre Troy teniendo un ataque al ver lo cerca que mi haz pasaba de algunas hojas y temiendo que se pulverizaran en el aire. Aparentemente era el más cercano a conocer mi anomalía y la gravedad de su toque.
Esa noche, al volver al departamento mucho más tarde de lo que pensé, Morgan me esperó con una sopa de papa que devoramos juntas. Massimo se encontraba ahí, quien vivía en el mismo edificio que nosotras sólo que un piso por debajo. Hicieron la tarea juntos en lo que yo me daba una ducha, y para cuando pasé por el cuarto de ella al salir, Morgan ya estaba en el quinto sueño metida en su cama.
Llegué a mi habitación arrastrando los pies, mi cabeza todavía pensando todo el día anterior y las últimas horas, y me dejé caer con pesadez en mi cama. Mi cuarto consistía en una cama doble, más vieja que el escritorio en la otra pared que se caía a pedazos, y una pobre mesa de luz que tenía mis cosas personales. Y, como detalle final, las paredes estaban pintadas de un rosa salmón de muy mal gusto.
En la pared que estaba a mi lado, un lado de la cama apoyada contra ella para que no se cayera ni romperá, se escucharon tres golpes. Sin ritmo y directo, el que yo conocía y esperaba todas las noches. A nuestro lado, estaba el departamento de los gemelos y Jacob, pero el cuarto que estaba pegado al mío era justamente el de los Parker.
Me arrastré hasta llegar a la pared, inconscientemente mi mano apoyándose contra ella como si buscara la calidez. Responder significaba que estaba bien, eran dos golpes que relajaban al otro par para saber que me encontraba bien. O bueno, era más que nada para relajar al pobre tipo con problemas de paciencia que estaba al tanto de mí y de mi hermana. Habíamos adoptado esa costumbre los primeros días en el departamento dónde mi hermana todavía dormía conmigo y todos estábamos lidiando con la pérdida de nuestro viejo lugar.
Levanté mi puño para contestarle, mis nudillos rozando la pared al golpear una vez, pero me detuve al dar el segundo. Miré por la ventana sobre mi cama, la luna en lo alto por la medianoche, y me estiré por la cama para apagar el velador para meterme dentro de las frazadas. Y entonces esperé, contando los segundos, escuchando la puerta de entrada abrirse con la llave extra y cerrarse con el mismo cuidado. Otros pasos más, la puerta de mi habitación copiando el movimiento de la entrada, y en lo que yo me deslizaba por las sábanas para dejarle lugar, el cuerpo cálido de Noah me envolvió en un abrazo que me dejó respirar.
No dijo nada, sólo me mantuvo contra él, mi rostro hundido en el hueco de su cuello, y cerré los ojos. Me dediqué sólo a escuchar el ruido de su corazón, los sonidos de la noche y me centré en eso. En sólo lo que me daba paz.
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