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Suicídate hoy si no quieres decir algo mañana. ¡Ay, no! 'pérate, que así no era

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Suicídate hoy si no quieres decir algo mañana. ¡Ay, no! 'pérate, que así no era.

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—Akutagawa-san, Nakajima-san; fuera de la clase. —ordenó Fyodor con el entrecejo levemente arrugado y una mano evitando que Tanizaki se desmayase por la pérdida de sangre que salía de la herida en su cabeza.

Y... sí.

Ocasionada por cierta mesa lanzada por Akutagawa.

¿Qué era? ¿Naruto lanzando Rasenshurikens?

—¡¡¡Yo no hice nada!!! —gritaron los dos nombrados al unísono; y, señalándose, agregaron—: ¡¡¡Él empezó!!!

El ruso suspiró con frustración.

—«Por estúpido que sea lo que dice el necio, en ocasiones, es más que suficiente para confundir al hombre inteligente» —dijo, mirando de hito en hito a los dos adolescentes—; sin embargo —una sonrisa que se extendía hasta el borde de sus mejillas, terrorífica, apareció en su rostro a la par que se colocaba las gafas sobre el puente de la nariz—, la obviedad del asunto no deja cabida para vuestras palabras necias.

Y ese fue el veredicto final antes de sacarlos del salón con un fuerte portazo.

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Akutagawa estaba molesto. Muy molesto. En primera, porque lo estaban culpando por algo que no hizo, y en segunda, por la actitud aparentemente inocente que mantenía el albino desde que habían sido regañados en medio de toda la clase.

Pero algo sí le había quedado claro: lo que sentía por Atsushi no eran simples sentimientos de compañeros que se odian.

¿No dicen que la ira te hace hacer cosas por las que después te arrepentirás?

Pues Akutagawa correría el riesgo.

Paró su caminata por el pasillo del colegio para tomar del cuello de la camisa a Atsushi con fuerza y acercarlo hasta él.

Le besó.

No con amor ni cariño; con odio.

Se expresaba a su forma.

—¿¡Pe-pe-pe-pe-pero por qué!? —tartamudeó Atsushi después de que Akutagawa lo soltase. Estaba totalmente confuso y unos temblores incesantes sacudían sus extremidades.

El pelinegro lo comparó con un ordenador teniendo un cortocircuito mientras bailaba twerking.

—¿Y todos esos papeles, qué? —rebatió cruzado de brazos.

—¿Papeles?

Lo dijo con tal confusión, con su rostro ladeado ligeramente y sus brillantes y bonitos ojos abiertos y dudosos, que no necesitó de nada más para darse de cuenta de todo.

¡Qué alguien lo convirtiera en vampiro chupa sangre por ser tan idiota!

Nakahara Chuuya, un chico pelinaranja muy apuesto, se sentaba junto al albino en filosofía y mates. Y justo detrás de él (Akutagawa) se sentaba su novio: un pingajo gilipullo cara fuco maniático suicida llamado Dazai Osamu.

Sí, lectores; estos dos chavales arruina-sociedades-a-tiempomedio eran dos años mayor que ellos; mas, cierto suceso ocurrido el año pasado hizo que repitieran curso: llegaron tarde al examen de filosofía.

Si truenos sonaban, la tormenta cerca estaba.

¡Uy! Me salió verso.

Akutagawa quiso abofetearse hasta quedar más rojo que el culo de un mono por haber malinterpretado la situación completamente.

Antes que aceptar su gran error prefería disimular.

¡A él le gustaba el café con sal y punto!

Volvió a agarrar de la camisa a Atsushi.

—A la verga; mejor si te beso y ya.

Mientras tanto, a lo lejos...

—¿Y estos dos qué? —formuló el pelirrojo conocido como «El que se chinga tu heterosexualidad si eres hombre y la refuerza si eres mujer»: Chuuya Nakahara; mirando a los dos menores pasarse microbios por vía oral, desde la puerta corredera del aula. El recreo comenzó segundos después de ser expulsados del salón.

—Al parecer, todo salió a pedir de boca. —dijo el castaño recostado en el umbral de madera con una sonrisa divertida.

—Bastardo, ¿qué hiciste ahora?

—Qué hicimos, Chuuya; tú ayudaste. —canturreó.

—¿¡KHÁ!? :v —se volteó con estupefacción. Unos ojos castaños y perspicaces lo recibieron.

—Lo que empezó por un malentendido terminó siendo mejor de lo que pensé. —explicó Dazai echando a andar por los pasillos.

Chuuya lo siguió de cerca.

Se detuvo al caer en cuenta de algo, y corrió hasta colocarse frente a su novio.

—¿¡Me estás diciendo que todo este tiempo me estaba carteando con el emo!? —gritó sin importarle las miradas extrañadas de los demás.

—Ujum.

El pelirrojo se volvió del color de su pelo y, como cuerpo sin alma, caminó arrastrando los pies hasta donde estaba Akutagawa y le colocó una mano en el hombro, manteniendo la cabeza gacha.

—Akutagawa... lo siento. —le dijo.

—¿Por qué se disculpa, Chuuya-san? —preguntó este extrañado por la actitud del otro. Él también intentaba ocultar la vergüenza que le provocaba recordar las palabras del mayor enviadas en el papel.

—Solo tienes que saber que —alzó la cabeza de golpe, asustando al pelinegro; y lo miró fijamente con sus ojos azules— ¡Yo soy el de arriba!

Y huyó como mariposa gay con retraso.

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—Chuuuuuuuuya~ —el castaño atrapó en un abrazo de oso a su pareja. Estaban de camino a casa y el sol casi se perdía en el horizonte—, ¿estaremos juntos por siempre?

Chuuya chasqueó la lengua, pero no cortó el contacto.

—No, bastardo. Me volverías loco.

—Perooooo, Chuuuuya~

—¡Deja el dramatismo, Dazai! —le clavó el codo en las costillas. El castaño estaba tan flaco que temió haberle puesto un pulmón a bailar cumbia.

Dazai se detuvo justo en el medio de un puente que pasaba sobre el río que usaban de atajo. El sol desapareció en el momento que preguntó:

—¿Tú que ves cuando me miras?

Chuuya también se detuvo, frente a él. Detrás, las aguas tranquilas se movían acompasadamente hasta desembocar en la bahía. Miró serio a Osamu. Soltó el aire acumulado en un suspiro y dijo, en un susurro audible solo para ellos:

—Veo al amor de mi vida —sonrió, perdido en el cielo violáceo del horizonte—. ¿Eh? ¿Bastardo? —se rompió la atmósfera seria al ver a Dazai a punto de lanzarse del puente directo al río—. ¿¡EHHHHHHHH!? ¿¡QUÉ ESTÁS HACIENDO, CABALLA INSERVIBLE!? INDIRECTAMENTE TE ACABO DE DECIR QUE QUIERO ESTAR CONTIGO TODA MI VIDA.

El suicida solo sonrió y saltó con un Wiiiiiii!!!

—I BELIEVE I CAN FLY~ :D

Chuuya entornó los ojos, pero sonrió con todo el amor que podía tenerle.

—Que conste que yo no me voy a suicidar si mueres, ¿ok?

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Atsushi suspiró cansado. Sentía los hombros tensos y la nuca pesada. El aire frío de la noche comenzaba a dificultarle un poco la respiración.

—¿Por qué suspiras? —preguntó Akutagawa a su lado; se había brindado —cofcofamenazadocofcof— a llevar al albino a casa.

—Es que hemos hecho demasiadas referencias en un simple Two Shot. ¿Eso no molestará a los lectores? —awww, este rollito de canela se preocupa por mí, ¡digo!, habló el peliblanco con los ojos abiertos. Akutagawa no podía entender cómo dudó de tanta pureza en un primer lugar.

—¿Eso es lo que te preocupa? —preguntó con sorna—. Qué se jodan los lectores; la autora lo hace porque quiere autocompadecerse creando un universo más complejo que su monótona vida llena de problemas.

...

Gracias, Aku-chan >:v

Insultos aquí.

—... no. Definitivamente se van a molestar. —lloriqueó Atsushi con aire alicaído.

Akutagawa lo miró de reojo, vacilando si hablar o no.

—Jinko —se raspó la garganta para que voz saliese clara—, tengo algo muy importante que decirte.

Los iris dorados chocaron con los grises con curiosidad.

Esas palabras...

Esas palabras le sonaban familiares, demasiado para su gusto. Como un deja vu que golpea la parte baja de tu nuca en un cosquilleo incómodo.

Por algún motivo se sintió muy nervioso y... triste.

—¡¿Eh?! ¡¿Qué me dirás?! —comenzó a divagar como un tonto paranoico—. ¿Que no te queda mucho tiempo de vida porque tienes una enfermedad pulmonar que te va a matar? ¿O que dentro de seis meses pelearemos a muerte? ¿O que vas a arrancarme la pierna en un callejón oscuro :"v? —irónicamente, pasaban junto a uno.

El emoji sobraba, señores. Atsushi estaba aterrado.

—Jinko... basta. —ordenó.

—¡¿No me quieres matar?!

Parecía un cachorrito indefenso bajo un torrencial de lluvia.

Akutagawa soltó una risita.

Atsushi se quedó IMPAKTADOH.

—No en este fanfic. —dijo el pelinegro con burla.

—¿Eso debería alegrarme o asustarme?

—Como quieras. —alzó los hombros con indiferencia.

—Entonces... —continuó Atsushi, paseando sus ojos por el suelo, avergonzado de mirarlo a la cara—, ¿qué querías decirme?

—Me interrumpiste —dijo frío Ryūnosuke. Tosió una vez tras su mano y desvió la mirada—. Yo...

Las palabras se le quedaban atascadas en la base del diafragma. No salían. Era como cuando, por menso, tragabas un gran bocado de comida y justo en ese momento te daba hipo.

—Tú... —le alentó el albino.

—Yo... —nada. ¿Dónde estaba la pinche canción de fondo cuando más la necesitas? ¿No dicen por ahí que si no puedes decirlo con palabras, uses una canción?—. Ash.

Sacó de su bolsillo trasero una hoja arrugada de papel y un lápiz. Escribió algo en el aire y se lo lanzó hecho bolita por la cabeza a Atsushi.

Este, consternado, lo recogió y leyó.

Jinko, no respires cerca de nadie más.

Rió, lleno de ternura.

—¿Qué clase de «me gustas» es este? —formuló con una sonrisa radiante.

Akutagawa se acercó a él, ya que eso había sido un sí dicho de manera muy sutil. De una manera que solo ellos dos entendían, a través de sus ojos.

Pegó sus cuerpos en un abrazo no pedido pero anhelado.

Dorado y gris se unieron.

—El de una bestia negra que aprendió a amar. —contestó.

—Pero tú siempre dices que el amor no existe. Que es algo imposible.

Akutagawa le devolvió la sonrisa y alzó su barbilla. Antes de besarlo bajo la última luna llena del mes de mayo, dijo:

—Y tú qué los imposibles sí se pueden lograr.

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