XXXVI
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⌜völuspá⌟
CAPÍTULO 36:
Una muestra.
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Al abrir los ojos, pudo divisar la habitación que Ekanna tenía para ella, lo que la alivió al instante. Había tenido una pesadilla supremamente extraña que logró hacer que se sobresaltara, pero pudo relajarse al ver un entorno conocido en vez de aquel ambiente lúgubre de la cueva y la mujer que decía ser una de las brujas que causaron una guerra siglos atrás. Se estiró un poco antes de salir de la cama y buscar con la mirada las prendas que iba a usar ese día, encontrándose con que no había nada preparado. Procedió a buscar por el lugar las cosas que había traído de su hogar, sólo para darse cuenta de que tampoco había rastro de lo que había escogido la noche anterior; frunció el ceño y trató de recordar lo que había sucedido horas atrás, tragando con fuerza al dirigir su mirada hacia el abrigo que yacía tirado al pie de la cama. Se acercó con precaución, flexionando sus rodillas para alcanzar la prenda y palpar el bolsillo interno, sacando un brazalete de cristales ámbar que causó un escalofrío en su cuerpo.
Arrojó la alhaja en la cama, dándose cuenta de que, al parecer, no había sido un sueño. Su encuentro con Cirya había sido más que real y no pudo evitar llenarse de temor al pensar en la presencia de un personaje de ese calibre, sobre todo estando ligada a ella de la forma en que estaba y con lo que parecía ser su poder con plena capacidad de uso. Podría pensar que sería capaz de ganarle de ser necesario al no tener un cuerpo donde hospedarse –o al menos así lo había entendido–, pero era más que seguro que saldría perdiendo; quizás contaba con una ventaja física, pero ella la superaba en conocimiento y poder, lo que significaba una derrota instantánea. Sólo bastaba con recordar la facilidad con la que había manipulado su cuerpo en aquella cueva.
Sin embargo, sus palabras le causaban un poco de conflicto. ¿A qué se refería con ese «Ya no más»? ¿Cómo era posible que, de la nada, decidiera redimirse y supuestamente hacer un trato con las Nornas? No podía creerle. No estaba muy segura de confiar en su palabra, pero la curiosidad por su historia se había despertado y pensó en regresar a la biblioteca para leer los libros que hablaban sobre ella porque, siendo sincera, tenía miedo de invocarla con aquel brazalete. Primero quería hacerse una idea de la posible mujer con la que estaría lidiando, prepararse para lo que quisiera hacer y tener presente un plan de acción en caso de estar en peligro... sólo si ella no atacaba primero.
Intentó conservar la naturalidad durante todo el día, incluso cuando Ekanna le hizo preguntas sobre la noche anterior que por poco no respondía de forma convincente; podía reconocer que había sido bastante extraño que hubiera llegado en la madrugada y sin lo que había ido a recoger, pero no era nada que un hechizo no pudiera solucionar. Cumplió con sus labores sin mucho problema, era algo que le ayudaba a mantener su mente centrada en una o dos cosas a la vez, pero cuando la rubia le preguntó cerca de la hora del atardecer si tenía algo para hacer, no dudó en informarle sobre la visita que haría a la biblioteca Real. La rubia aceptó, diciendo que la esperaría un rato, al igual que la noche anterior.
La castaña se dirigió al palacio llegado el atardecer, algo precavida en caso de haberse dictado una orden referente a ella sin percatarse, pero al ver que los guardias se mostraban indiferentes con su presencia, simplemente caminó rumbo a su destino con tranquilidad. Cerró la gran puerta tras ella y observó los enormes estantes con decisión; con uso de un poco de magia tomó los libros de historia que necesitaba y se acercó a la zona donde solía practicar con Frigga, dándose cuenta de que aún podía ingresar con normalidad, lo que le caía a la perfección para lo que necesitaba.
Dejó los libros sobre la mesa y usó un hechizo en el marco de la puerta –lo que garantizaría un poco de privacidad sin ser excesivamente sospechoso–. Con rapidez buscó la información que necesitaba sobre la dichosa Cirya, percatándose de algunas inconsistencias entre ambas versiones de ella; la plasmaban como una mujer despiadada, sedienta de caos al igual que Heid, pero por lo que había escuchado de ella, no parecía ser lo que decían. Sería ingenuidad de su parte, pero en el fondo, muy en el fondo, quería creer que era lo contrario a lo que se concebía sobre ella.
Respiró hondo, apoyando sus manos en la mesa y botó el aire con resignación. Era una mala idea, descabellada y ligeramente vergonzosa en realidad, pero si iba a hacer esto, necesitaba dialogar con la mujer en cuestión. Giró su mano derecha, dejando la palma hacia arriba y procediendo a conjurar el brazalete, apareciendo en medio de un brillo verdoso que le hizo tragar con pesadez. Por alguna razón aquel objeto lograba intimidarla, como si se tratara de algo que conllevara una gran responsabilidad como la Gungnir o el Mjölnir, y en realidad no estaba tan lejos; si se pensaba con objetividad, era incluso más peligroso tener esa alhaja en su mano que estar en posesión de alguna de las armas de Uru que gozaba la Realeza, al menos esas últimas no portaban una conciencia propia que podría causar una hecatombe si bajaba la guardia.
Rodeó la piedra más grande con la yema de su pulgar, viendo los destellos que generaba el contacto con la luz. Frunció los labios al comenzar a retractarse mentalmente ante lo que estaba a punto de hacer, pero pronto disipó aquellas ideas. Necesitaba hablar con ella seriamente, conocer la verdad y tener una idea de qué la llevó hasta ahí, además de saber qué era lo que buscaba de ella, por lo que debería recoger el valor y pedirle a las Nornas que no terminara siendo algo de lo que se arrepentiría.
—¿Cirya? —llamó ella, hablando más para sí misma que para la mujer en cuestión—. Quiero hablar contigo.
Nada. No había una señal de la rubia en el lugar, ni una pista de que quisiera aparecer pronto, lo que le hizo bufar y rodar los ojos con algo de fastidio. Arrojó el brazalete a la mesa y dirigió su atención nuevamente a los libros, esperando empaparse de tanta información como pudiera.
—Debo admitir que eso fue más rápido de lo que esperaba.
La castaña pegó un brinco en su lugar, ahogando un grito y dando un paso largo a su izquierda, alejándose del origen de la voz a sus espaldas. Su corazón se había acelerado y se llevó una mano al pecho, tratando de calmarse ante el susto que la rubia le había causado. En contraste, la mujer estaba frente a ella con las manos en su espalda, sonriendo burlonamente ante su reacción.
—¡No hagas eso! —se quejó.
—Qué sensible —murmuró, pero el silencio en el lugar le permitió escucharla con claridad—. Me llamaste, ¿en qué puedo ayudar?
Syntherea frunció el ceño, confundida ante la pregunta de la mujer. Se tomó un momento para recuperar la compostura, dándose cuenta de lo ridículo que había sido sobresaltarse por su aparición, siendo todo lo contrario a la impresión que quería dar.
—Anoche quedaron muchas dudas en el aire —comentó, tomando una postura más confiada—. Quiero escuchar todo. Cómo sigues aquí, por qué los libros llegaron a mi madre, qué quieres de mí.
La rubia se mantuvo impasible por un momento, observándola en busca de algún signo de estar mintiendo o tramar algo en su contra, hasta que una sonrisa ambigua se formó en su rostro y se balanceó en sus pies para darle la espalda.
—Elegiste un lugar muy bonito para hablar —mencionó ella, observando los libros de la pared y la decoración dorada del espacio—. ¿No te da algo de temor tenerme aquí, con estos libros al alcance de mis manos? ¿No le temes a lo que podría hacer con ellos?
Por un instante le dio la razón. El contenido de esos libros era algo que ella no debía usar bajo ninguna circunstancia, no siendo quien era; sin embargo, se dio cuenta de lo que ella había mencionado la noche anterior, percatándose de las limitaciones de su presencia, entre otras ventajas que podría tener.
—Estamos en el Valaskjálf y el Padre de Todo está en su trono, dependes de objetos y personas para estar presente, ¿qué te hace pensar que no podrían dejarte como un trofeo en la Bóveda de Odín, o que mantendrá mi libertad si se entera, o incluso que él no te está viendo en este preciso momento?
La mujer giró hacia ella.
—¿Olvidaste el conjuro etéreo? ¿El mismo que usó tu principito cuando te robó el libro y luego usó para meter Gigantes de Hielo al Reino? Deberías usarlo también, es útil.
—No tengo nada que esconder.
—Esto es algo que deberías esconder.
El tono severo de la rubia creó una tensión en el ambiente que las mantuvo en silencio por unos segundos. Cirya resopló, cerrando los ojos antes de hablar nuevamente.
—Me expresé mal. Mira, sé lo que estás pensando sobre mí, lo he sabido desde hace un tiempo y lamento haberme metido en tu cabeza, de verdad, pero debes saber que muchas cosas en esos libros son mentira —se acercó lentamente a ella, usando un tono suave—. No busco hacerte un mal, tampoco busco continuar con los errores que cometí. Sé que tengo que demostrar que puedo ser de confianza y lo haré, pero no quiero arriesgarte al hacer esto.
—¿Qué se te ocurre que puede pasar?
—No es el momento para que se sepa de mi magia, sé que esa parte la entiendes. Por muy sospechoso que me haya resultado, el Padre de Todo te otorgó libertad aun sabiendo que posees y manipulas parte de mi seidr, pero dudo mucho que continúe de esta forma si se da cuenta de que aún estoy aquí y puedo comunicarme contigo. Sólo imagina la situación; "Syntherea, hija de Aaren, en posesión de Magia de Almas e instruida por Cirya, la cómplice de la Guerra de los Æsir con los Vanir" —hizo una mueca, siseando con suavidad—. No es algo que suene muy bien.
Le dio la razón nuevamente. Odín había dicho algo sobre mantener su ojo en ella, y sabiendo que podía hacer de todo para mantener el bienestar del pueblo y la limpieza de su reputación, estaba segura de que no saldría bien librada de ninguna forma. No sabía qué responder, no sabía cómo proceder, pero pronto se le ocurrió algo al repetir sus palabras en su mente.
—Espera —frunció levemente el ceño, percatándose de algo—. ¿Cómo la llamaste? La palabra, ¿tu qué?
—¿Seidr? —repitió la rubia tras un momento de pensar a qué se refería—. ¿Lady Frigga no te lo mencionó?
—Es la primera vez que lo escucho.
La mujer exhaló, dándole la espalda nuevamente para observar el lugar detenidamente en busca de algo.
—¿Hay algo para beber por aquí?
Syn ladeó la cabeza y parpadeó varias veces, confundida por el repentino cambio de la rubia.
—¿Disculpa?
—¿Un vino, algo? ¿no? —la ignoró, regresando con decepción a la mesa—. Supongo que depende de mí.
Estuvo a punto de abrir la boca, pero decidió mantenerse callada al ver que aparecía una silla al lado de la mesa, además de una botella de cristal y dos copas de metal en una esquina; la mujer no tardó en servirse un poco de vino y darle un sorbo, confundiendo aún más a la castaña.
—No me mires así —dijo ella, notando la mirada de la joven—. Sírvete un poco si gustas. También deberías ponerte cómoda, es una larga historia.
La ojigris observó con curiosidad la botella, pero no tomó la iniciativa de servirse algo, simplemente tomó asiento y esperó a que Cirya se tomara el tiempo para iniciar. Le dio otro sorbo a su copa, haciendo una mueca antes de mover su mano sobre la superficie de madera, creando una capa de bruma dorada que, intuía, tomaría forma a medida que hablara.
—¿Alguna vez escuchaste el término völva? —la joven negó, causando que ella enarcara una ceja, ya ni debía sorprenderle—. Así se les llamaba a las mujeres que practicaban magia poco común, era usado especialmente con aquellas que eran capaces de predecir el futuro al comunicarse con las Nornas en sus cuevas. Solían ayudar a las personas, las sanaban, algunas solucionaban problemas y otras podían predecir el futuro, lo que resultó atractivo para el Padre de Todo.
La bruma, efectivamente, tomó la forma de Odín y un grupo de mujeres que parecían dialogar con él. Además, en el suelo, bajo cada una de las mujeres se mostraron símbolos distintos que despertaron la curiosidad de la castaña.
—Odín tuvo a su servicio distintos grupos de hechiceras, tanto de Asgard como Vanaheim, pero por los... tiempos que requirió sus poderes, se centró más en aquellas que podían ver el futuro, a pesar de habérsele informado sobre los riesgos de exponerse por tiempo prolongado a las Aguas de la Visión. Él decía necesitarlas para continuar su... eh, su diálogo con los demás Mundos, al menos hasta que una de ellas le hizo saber algo que no le agradó.
Cirya se tomó un momento para darle un sorbo a su copa y organizar sus ideas antes de hablar nuevamente.
—Cuando una de ellas le hizo saber sobre el Ragnarok, el Padre de Todo enfureció, ordenando la segregación y abandono de toda actividad mágica que ejercían, a excepción de las sanadoras que él acogió, y quien lo desobedeciera sería ejecutada —la mujer tomó aire, moviendo las falanges de sus dedos para cambiar las figuras doradas—. A partir de ese momento, las völvas pasaron a ser llamadas brujas y toda magia no autorizada por Odín fue prohibida. Yo estuve presente cuando eso sucedió. Perdí a mi familia y estuve tan enojada que cuando una völva vino a mi ofreciendo justicia por nuestras hermanas, no dudé en aceptar.
Tardó un momento para acomodar sus ideas, pero al final un nombre surgió.
—Heid —completó la castaña, recibiendo un asentimiento de la mujer que también había tensado la mandíbula ante la mención de aquella mujer.
—Por mucho tiempo estuve a su lado. Aprendí que mi seidr, que es magia única y pagana, por decirlo de algún modo, podía hacer muchas más cosas de las que creía gracias a ella e incluso lo compartí, pero poco sabía yo que su preciada sabiduría se debía al uso continuo de las Aguas y que lentamente estaba perdiendo la cabeza. No podía saberlo, estaba cegada por el rencor; quería venganza por lo que hizo con mi familia, y cuando Heid ofreció el plan de infundir el caos con los Vanir, la ayudé a hacerlo. Sin embargo, durante la guerra comencé a notar cosas en ella que me dieron muy mala espina, y cuando nos acusaron con el Padre de Todo, todo salió a la luz. Ella hizo algo que yo no podía aceptar y me cortó la garganta cuando la enfrenté por ello.
La castaña bajó la mirada a su regazo, analizando la información que le había otorgado. Las dos figuras doradas en la mesa eran idénticas al sueño que había tenido días atrás, lo que le hizo saber de inmediato que fue ella quien puso aquellas imágenes en su mente –probablemente muchas más que no podía recordar al estar dormida–, quizás para adelantarle lo que estaba por decirle, o para explicarle indirectamente su pasado. Sin embargo, esto no explicaba lo que le había causado, por qué llegó hasta su madre con aquellos libros, cómo era siquiera posible que su alma estuviera aún en un espacio terrenal cuando debería estar en algún lugar después de morir.
Definitivamente pasaría mucho tiempo en ese lugar, platicando con ella.
—¿Y qué tiene que ver todo eso conmigo?
La mujer respiró hondo, moviendo sus manos sobre la mesa y creando tres orbes de luz dorada que le hicieron tensar la mandíbula y voltear el contenido restante de su copa en su boca, dándose valor.
—Cuando dudé de Heid y no sabía qué hacer, recurrí a las Aguas de la Visión —el fulgor de los orbes pareció intensificarse cuando mencionó aquello—. Pedí misericordia a las Nornas y ellas dieron su veredicto. Estaba verdaderamente arrepentida por lo que había hecho. Mi magia no era perjudicial cuando la estaba explorando con mi familia, era pura, era un puente entre este mundo y el de aquellos que pasaron al otro lado. Mis hermanas poseían magia física, magia de naturaleza donde algunas se centraban en pociones, incluso hubo algunas que poseían cosas únicas como la magia de sangre, pero no había nada como la mía. Estaba explorándola de tal forma que las personas pudieran comunicarse y usar conocimiento de sus antepasados, pero cuando Heid llegó, aprendí el lado oscuro de lo que podía hacer con ella. No era lo que buscaba, no era el enfoque que me habían enseñado, pero me dejé llevar.
» Esta magia era especial, era un regalo que yo corrompí y por el cual buscaban condenarme, pero ofrecí hacer un trato, donde yo prometí enmendar mis errores y asegurarles que mi magia, a pesar de mis acciones, podía ser usada de forma benévola. Tras mucha insistencia aceptaron, mi alma no descansaría hasta reparar lo que había hecho, pero para ello debía buscar a alguien que de verdad probara lo que decía. No sabía a quién buscar, mis aprendices estaban siendo cazadas y no sabía en quién confiar; sabía que sería insolencia de mi parte pedir una pista además de todo lo que había dicho y ellas no dudarían en mostrarse renuentes ante tal petición, pero Skuld me regaló un rostro que busqué como loca en todo Asgard, Midgard y Alfheim, hasta que lo encontré en Vanaheim.
La bruma dorada cambió su forma nuevamente, esta vez mostrando a una mujer cuyas facciones resultaron familiares; la castaña detalló la imagen con cuidado, tardando poco en reconocerla y atar algunos cabos de la historia.
—Fragmenté mi alma como una forma de asegurarme de llegar a mi objetivo, infundiéndola en objetos. Al principio pensé que la Norna se refería a tu madre, pero cuando escondió los libros y el fragmento de mi alma en un cofre, supe que no era así —la bruma desapareció por completo, dejándola con la vista perfecta de la rubia y su expresión ambigua—. Luego llegaste tú, pero Loki te robó el libro; cosa que, por cierto, casi hace que las Nornas rompieran el trato, sólo para que más tarde le entregaras mi conocimiento a Lady Frigga y por fin pudiera acercarme a ti.
La elección de palabras que había usado la indignaron de tal forma que su expresión se transformó de inmediato.
—¿Acercarte? —chilló—. ¡Casi haces que mate a alguien! ¡Creí que estaba perdiendo la cabeza!
—Oh, detalles. Sólo buscaba asustarlo, en realidad —movió la mano, restándole importancia al suceso con los soldados—. Tuviste muchas pistas en realidad, la más notoria fue cuando estuviste en el Lector de Almas. Me sorprende que no te dieras cuenta desde mucho antes.
La castaña se dejó caer en el espaldar de la silla, observando un punto vacío en medio de la mesa mientras mordía el interior de su mejilla. Había sido mucha información para procesar, justo lo que buscaba, pero había tantas cosas que no terminaba de aceptar que comenzó a frustrarse estando allí sentada. No podía formar ideas concretas, su mente sólo saltaba entre cada dato que la rubia le había otorgado una y otra vez, creando un conflicto en su cabeza que no sabía cómo solucionar.
La idea de ser, en cierto modo, la "elegida" para portar una magia como esa no era algo que se aceptara de un momento a otro, era intimidante, incluso un poco molesto. No quería cargar con la responsabilidad de tener en sus manos la magia de almas –o seidr, como se le llamara–, nunca lo había pedido, incluso su madre había temido lo suficiente como para esconder aquel poder, ¿por qué, en todo el Yggdrasil, tuvo que ser ella la que recibiera aquellos libros con maestra incluida? ¿cómo podía estar segura de que no terminaría siendo seducida y corrompida por aquel poder? ¿cómo podía confiar en Cirya?
La mujer botó el aire que había tomado, bajando la cabeza y dejando la copa en una esquina de la mesa, procediendo a cerrar y apilar los libros de historia con cuidado. No sabía qué más decir, ni cómo acercarse a la joven que observaba la oscuridad al otro lado de los ventanales; ella podía entenderla, casi podía escuchar sus pensamientos recapitulando todo para armar el rompecabezas y, sobre todo, podía imaginarse todo lo que cruzaba su mente por ser ella quien se presentaba para otorgarle una explicación.
Ella era la primera en admitir que no era la persona más confiable para decir que aquella magia podía ser buena si se enfocaba para tal fin.
—Sé que te cuesta confiar en mí, pero...
—¿Cómo quieres que confíe en ti? —la interrumpió—. Tú misma admitiste lo que has hecho, ¿cómo quieres que reaccione ante alguien que provocó una guerra?
—Quizás de la misma forma que reaccionaste con Loki.
La mención del príncipe logró descomponerla momentáneamente, haciendo que se levantara de su asiento y amenazara con irse del lugar.
—¡Tú confiabas en que él podía redimirse! —continuó la mujer, siguiéndola—. Casi destruye Jötunheim, quería conquistar Midgard, ¡y todavía esperabas que hubiera bondad en él! —Syn se detuvo en el marco de la puerta, sintiendo un ardor en el pecho—. ¿Qué lo diferencia de mí?
—¡Que yo lo conocía! —se giró con rapidez hacia ella—. No puedes comparar el tiempo que pasé con él con lo que he sabido de ti. Con Loki sabía cómo prevenirme, sabía que podía jugar sucio si le parecía, ¡contigo no sé a qué atenerme! —se llevó una mano a la cabeza, tomando aire para despejarse levemente—. Dioses, debería decirle al Padre de Todo.
—Odín tampoco es alguien de confianza, aunque creo que también lo sabes.
Cerró los ojos y respiró hondo, conteniéndose de hacer algo que probablemente no tendría efecto.
—¿Podrías salir de mi cabeza, por favor? —pidió con un tono amenazadoramente calmado.
—No estaba hurgando en tu mente —mencionó, sacándole un sonido de fastidio—. Mira, sé que no estoy en posición de pedírtelo, pero quisiera que consideraras darme una oportunidad. Sólo una. Si aún piensas que pienso hacer algo malo, tendrás toda la libertad de informarle al Padre de Todo sobre mi.
Syntherea permaneció callada, observándola detalladamente en busca de alguna muestra en su lenguaje corporal que le indicara que mentía, pero al no encontrar algo que le indicara otras intenciones, se limitó a inflar su pecho con aire.
¿Sería mala idea aceptar? Bueno, estaba por verse.
—¿Cómo piensas probar lo que dices? —se cruzó de brazos.
Cirya ladeó la cabeza, evaluando algunas opciones.
—No es precisamente una prueba, pero quiero mostrarte algo.
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Cuando sus pies tocaron el terreno rodeado por árboles se tomó un momento para observar su entorno. La luz reflejada por uno de los satélites en el cielo lograba despejar el lugar a simple vista, revelando lo que parecían ser ruinas de algo, pero no podía identificar con exactitud de qué; la naturaleza había invadido todas las estructuras, cubriéndolas de musgo y hierba que incluso florecía a lo largo de todo el espacio. Curiosamente, entre tanto abandono y destrucción, sentía una especie de paz que resultó agradable, casi invitándola a quedarse todo el tiempo que le fuera posible, como un terreno tentadoramente idílico.
—¿Qué es este lugar? —inquirió ella, observando algunas columnas intactas y los platos de metal encima donde posiblemente ardieron brasas para iluminar el espacio.
Estaban alejadas del pueblo, un poco más lejos de la cueva que llevaba a Vanaheim, pero no demasiado. Al ser un terreno elevado, podían divisar el Valaskjálf a lo lejos, pero el bosque podía ocultarlas ante cualquier mirada curiosa proveniente del palacio, o eso le parecía. Por el rabillo del ojo vio la bruma oscura elevándose a su lado, dispersándose con rapidez para materializar a Cirya. La mujer dio unos pasos al frente, observando el lugar con melancolía.
—Este es el Helgafell —explicó—. Anteriormente era el lugar donde las personas venían a hablar con personas que ya habían partido al Valhalla, como un lugar donde alzar plegarias, pero se perdió la costumbre hace más de un milenio.
Hizo una pausa, poniéndose de rodillas en el suelo y apartando el musgo de una roca, revelando una figura tallada que continuaba entre la capa de vegetación. Bastó con posar su mano en aquel símbolo para que una onda de luz dorada comenzara a revelar lentamente distintos círculos tallados en el suelo a lo largo del terreno.
—Mis hermanas tomaron este descampado de la montaña y comenzaron a ejercer su magia, lo que transformó el lugar en un espacio seguro para pedir ayuda, además de comunicarse con sus seres queridos —comenzó a caminar, siendo seguida por la joven—. Decían que este lugar tenía una conexión directa con el Valhalla y que por ello se siente un poco... peculiar estar aquí, pero no puedo estar muy segura. Nadie puede, en realidad.
Avanzaron por el lugar, viendo los distintos símbolos que solían usar las völvas en su momento, explicando la función de cada uno y los diferentes usos que les daban. Observó inscripciones para explorar nuevos hechizos, para acelerar la sanación, algunos incluso eran simplemente de protección y concentración; pudo notar que existían muchas variaciones, unas siendo más invasivas que otras al punto de tener un símbolo único, usado para explorar la memoria. Cirya le mostró cada rincón tallado en el terreno hasta subir unos pocos escalones de piedra, llegando a lo que parecía ser un suelo destrozado con elementos pesados, pero cuyos símbolos aún podían verse entre los fragmentos de piedra rota y musgo.
—Este solía ser mi lugar —mencionó ella, arrodillándose para remover algunas rocas—. Aquí descubrí los aspectos buenos de mi seidr, lo que era inofensivo, en realidad.
La mujer movió sus manos, creando una bruma dorada que se transformó en un círculo enorme con diferentes símbolos en su interior. Podía intuir que la destrucción de "su lugar" se debía a sus acciones, pero no entendía muy bien por qué era el único símbolo que había recibido daño, sin embargo, no era algo en lo que quisiera pensar en ese momento.
—Antes de corromper mi regalo, yo iba a ser un puente entre este mundo y el otro —continuó, terminando de conjurar el símbolo—. Iba a otorgarle a las personas un último adiós a sus seres queridos, no como una plegaria que sólo sería escuchada, sino como una conversación.
La castaña frunció el ceño al ver que en sus manos aparecía una prenda, la cual no tardó en reconocer como el abrigo de su padre, logrando indignarla ante el atrevimiento de tomar algo que no le pertenecía y definitivamente no debía tocar.
—Suelta eso —pidió ella con dureza, dando unos pasos más cerca—. Devuélvelo donde estaba.
—Eres tú quien lo necesita —dijo ella con calma, extendiéndole la prenda—. Sólo pido que no te desmayes.
Envolvió el abrigo en su antebrazo y la vio alejarse algunos pasos, dudando del significado de sus palabras. No se había percatado de que había ingresado al círculo hasta que vio los símbolos iluminando con mayor fuerza a sus pies, envolviéndola en suaves destellos dorados; se giró hacia la mujer, separando sus labios para preguntarle qué estaba sucediendo, pero una voz familiar logró desviar su atención.
—¿Syn?
Le pareció que su corazón se detenía y su sangre se enfriaba; tuvo miedo de voltear hacia el origen de aquella voz, pero debía asegurarse de que era cierto y no una mala jugada de su mente. Tragó con fuerza y observó frente a ella, teniendo la sensación de ardor en sus ojos y un nudo en su garganta que por poco le impedía hablar con normalidad. No era como si tuviera mucho por decir, pero al ver al hombre frente a ella en un aspecto fantasmal producido por la magia dorada que parecía haberlo traído ante ella, debían salir palabras de su boca para asegurarse de que fuera real y no una simple ilusión.
—¿Padre? —logró decir en un hilo de voz.
Ambos parecían demasiado impactados para reaccionar correctamente, incluso se disociaron de lo que sucedía alrededor; la ojigris levantó con cuidado su mano a la vez que él extendía la suya, invitándola a tomarla. Dudó establecer un contacto por miedo a lo que podría suceder, retrayendo sus dedos por momentos hasta que finalmente se atrevió a sentir la superficie fría; Aaren sonrió con una pizca de tristeza al percatarse de que su presencia era tangible, recibiéndola con gusto –y algo de fuerza– cuando se abalanzó en busca de un abrazo. Se permitió llorar en los brazos de su padre, dejando salir la tensión en su pecho y adorando cada segundo que pasaba, sintiendo su mano frotando su espalda de forma tranquilizante, permitiéndole sacar todo.
—Lo lamento, lo lamento tanto —sollozó, aferrándose aún más a su progenitor.
—No tienes nada que lamentar, mi niña —la consoló, apoyando su mentón en su cabeza.
—Debí estar allí —tomó aire entrecortadamente—. Quizás... quizás pude hacer algo, evitarlo, ayudar...
—No —la separó de él con suavidad, enjugando sus lágrimas con sus pulgares—. Estabas en el lugar que debías estar. Las Nornas lo quisieron así y es un destino que no puedo refutar.
Se alejó un poco de él, algo confundida con aquella declaración.
—Pero yo sí —tragó con fuerza—. Quizás debí ser-
—Ni se te ocurra terminar esa frase —ordenó con tono severo y elevando su dedo índice—. No sé qué hubiera sido de mí si hubieras muerto ese día. No podría soportarlo —separó sus labios para decir algo, pero el castaño se adelantó—. Tienes toda una eternidad por delante, Syn. Yo viví todo lo que debía, cumplí la promesa que le hice a tu madre y de lo único que me arrepiento es de haberlo hecho de la manera que lo hice.
La joven captó de inmediato a lo que se refería. Quería replicar algo al respecto, pero notó que su cabeza estaba completamente en blanco y ni una frase concreta se formaba para responderle.
—Al morir enfrentas tu verdad, y esta es la mía —continuó, tomando aire—. Tenía tanto miedo de perderte que sólo te hice daño sin saberlo. Yo mismo provoqué que te alejaras y sé que mis intentos para compensar lo que hice no fueron suficientes, de eso me arrepiento profundamente y te pido perdón por ser un horrible padre. Desearía haber sido diferente.
—Hiciste lo que creíste necesario para criarme —secundó, pensando en los castigos que solía darle, pero evitando mencionarlos por prudencia—. El que hayas querido cambiar y mejorar nuestra relación es algo que aprecio mucho, y desearía haber tenido más tiempo.
Aaren tomó sus manos, dándoles un suave apretón ante la amabilidad con la que hablaba su hija y que no creía merecer. Ambos se sonrieron con tristeza, obligando a la joven a inhalar profundamente para frenar las lágrimas que comenzaron a acumularse en sus ojos.
—Sé que temías lo que pudiera sucederme —dijo ella, devolviéndole el apretón—, por ello lamento no haber podido mencionarte todo esto —bajó la mirada a sus pies, justo al círculo de magia que permitía esa conversación.
—Entiendo que era peligroso que lo supiera, y por supuesto que temo lo que pueda sucederte por esto —continuó, intentando suprimir el lado protector que quería presentarse—. Pero si es algo que estaba trazado en tu destino, no hay nada que lo pudiera evitar, por ello pensé que era mejor darte algo con lo que pudieras protegerte que intentar alejarte del camino.
La castaña rio con suavidad, recordando las dagas que Ekanna le había entregado el día anterior.
—Son hermosas, papá. De tus mejores trabajos.
—Están hechas de Korzion —sonrió con orgullo—. Es resistente y muy compatible con magia, pensé que sería perfecto para ti. No tendrá las mismas capacidades del Uru, pero será muy útil si llegas a necesitarlo.
La castaña sonrió con melancolía, agradeciendo nuevamente el regalo de su padre. Logró ver que su expresión cambió de repente, transformándose en preocupación, alertándola ante lo que podría decirle.
—Quiero que me prometas que tendrás cuidado —hizo una pausa corta—. No quiero que te nos unas pronto, quiero que vivas tu vida, encuentres la felicidad y cumplas tu destino —acarició su mejilla—. Puedes hacer muchas cosas y tendrás que enfrentar otras más. Sé que podrás con todo, pero quiero que estés a salvo.
Ella dudó por un momento, terminando por aceptar su petición. No sabía si sería posible prometer tal cosa, pero haría su mejor esfuerzo por cumplir su palabra. El castaño la abrazó de nuevo, apreciando cada segundo que le quedaba de aquel encuentro.
—Tu madre y yo estamos orgullosos de ti —finalizó él, dejando un beso en su coronilla.
Aaren se despidió, dejando a la joven de pie en su lugar cuando dio un paso atrás. Su figura se desvaneció lentamente al igual que la luz de los símbolos, dejándola con la última imagen de su padre sonriéndole con melancolía antes de regresar a la realidad de golpe. Intentó asimilar lo que acababa de ocurrir, algo desorientada ante lo irreal que había sido; perdió noción de lo que sucedía a su alrededor, pero no le importó mucho. No podía pensar en algo más que en la presencia de su padre y todo lo que sintió al verlo nuevamente, aunque hubiera sido por unos pocos minutos.
Se quedó allí, mirando a un punto vacío mientras apretaba el abrigo contra su pecho, sintiendo el ardor en sus ojos ante la despedida que pudo darle a su padre. Se perdió en sí misma por un momento, sin inmutarse cuando una mano se posó suavemente en su hombro izquierdo.
—¿Te encuentras bien? —escuchó la voz de Cirya, trayéndola de vuelta al Helgafell.
Una lágrima se deslizó por su mejilla, lo que la llevó a apartarla con suavidad usando el dorso de su mano.
—Sí, estoy bien.
Sonrió de lado, agradeciéndole en silencio a la mujer; simplemente recibió un suave apretón en respuesta, permitiéndole tomarse su tiempo para digerir todo lo que había presenciado. Era bastante información y emociones para asimilar, pero era una forma de trazar el camino que las acercaría para bien, si todo salía como lo esperaba.
UYUYUY QUIÉN DIJO NUEVO CAPÍTULO 🌚
Mis disculpas por haberme perdido un mes. Es posible que algunas personas hayan visto el anuncio en mi tablero, pero para quienes no, aquí va un resumen: soy de Colombia, esta vaina está en llamas por donde se mire y me estaba afectando, entonces decidí tomarme un tiempecito. De todas formas, aquí vengo con actualización y un agradecimiento por las palabras de apoyo 💕
Ahora, referente a este capítulo, sé que hubo muchos términos y cosas que pudieron quedar en el aire, por lo que responderé a todas las dudas que tengan. Cabe reiterar que he cambiado muchas cosas de la mitología para adaptarlas a la historia, y algunos términos/objetos son inventados por mí para el desarrollo de toda la saga, así que es posible que se vean algunas cosas mencionadas aquí en otras historias 👀
¡Me gustaría leer sus opiniones! Las aprecio un montón y quiero saber lo que piensan.
Muchísimas gracias por estar aquí y nos leemos luego ✨
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