XXV
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CAPÍTULO 25
Más que la razón.
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Muchas cosas habían sucedido tras el regreso de los príncipes a su hogar. Al llegar, el pelinegro fue llevado a la Sala del Trono, donde fue juzgado por sus crímenes y se dictó una sentencia que, si bien pudo haber desembocado en una ejecución por la gravedad de sus acciones, terminó siendo un confinamiento en soledad, como un tipo de misericordia que indiscutiblemente no podía provenir por completo del Padre de Todo, y probablemente sería la última muestra de piedad que obtendría.
Por otro lado, Thor había ayudado a reparar el daño que le había hecho al Bifröst al darle el poder del Teseracto al guardián, quien lo usó para reconstruir el puente; también se dio a la tarea de recobrar la paz en los Mundos que se habían visto afectados por la ausencia de Asgard, los cuales eran azotados por rebeldes, merodeadores y saqueadores que pronto terminarían ocupando las frías celdas de las mazmorras del reino.
El rubio tenía mucho por hacer, debía prepararse para las peleas inminentes que tendría con distintos seres de los Mundos y planetas aliados; los Gigantes de Hielo estaban revolucionándose debido al ataque que sufrieron tras el paso del Dios de las Travesuras por el trono, en Vanaheim las aldeas sufrían ataques de los merodeadores constantemente, Nidavellir estaba siendo atacado por los Trolls, entre otras desgracias. Él sabía que no podía hacerlo solo, por lo que los Tres Guerreros decidieron acompañarlo en su misión, al igual que Lady Sif.
En otra parte del Mundo Eterno, Syntherea sentía un ferviente deseo de escabullirse a las mazmorras y hablar con Loki para saber que estaba bien –al menos de forma retórica, literalmente nadie podía estar bien en tan oscuro y frío lugar–. La castaña sabía que la Reina había hecho todo lo posible para que la condena de Loki fuera más llevadera al otorgarle unas pocas comodidades, comida, libros, e incluso pasaba por alto las órdenes del Rey y usaba magia para visitar al pelinegro por unos minutos; cada cierto tiempo, claro. No podía arriesgarse a que el hombre del parche se enterara de sus acciones cuando había sido muy específico al decirle que aceptaría perdonarle la vida al menor, con la condición de no poder verla de nuevo; como adición, ella tampoco estaba autorizada para bajar a las mazmorras bajo ninguna circunstancia. Sí, el Rey era todo un amor.
No obstante, no había dicho nada sobre usar magia.
La joven quería pedirle a la rubia un momento para hablar con él, pero no encontraba las palabras adecuadas para decírselo, tampoco tenía alguien con quien dialogar al respecto. Thor estaba muy lejos, Sif lo acompañaba, Ekanna tampoco sabría cómo aconsejarla y su padre... bueno, su padre aún no sabía qué clase de relación tenía ella con los príncipes y se escandalizaría si le dijera que deseaba pedirle un favor a la Reina, lo cual no le otorgaría ninguna estrategia para lograr su propósito. Debía averiguar cómo hacerlo. Si bien sabía –o quería creer– que la Reina confiaba en ella y podría pedirle lo que quería, seguía sintiéndose intimidada por su presencia y no sabía si una petición de ese calibre era prudente; hablaba con ella y compartía sus conocimientos, pero eso no significaba tener derecho a tomarse tantas confianzas. Debía pensarlo bien y hacerlo en el momento adecuado, pero más que todo, debía tener valor para encarar a Loki tras poco más de un año de ausencia y lidiar con su nuevo comportamiento, del cual no sabía qué esperar.
Syn continuaba con sus actividades, las cuales sufrieron leves cambios: durante la odisea del rubio y sus amigos en busca del orden en los reinos aliados, ella continuó con las prácticas de hechizos oscuros, las cuales se llevaban a cabo en los días que acostumbraba; también continuó entrenando por su cuenta, lo cual hacía prácticamente a escondidas en un lugar relativamente alejado de la arena y usando una ilusión materializada, aunque esto significara un esfuerzo adicional. Se había propuesto perfeccionar su técnica para lograr de una vez por todas darle una paliza a Sif de forma limpia –cosa no tan probable, pero era libre de soñarlo–, incluso la Diosa de la Guerra la había animado a ello.
No obstante, por más que intentaba distraerse, hacer otras actividades y evitar a toda costa cualquier mención del pelinegro, siempre terminaba escuchando especulaciones e incluso burlas hacia él tanto en el palacio como en el pueblo. Resultaba que, como siempre, los rumores se expandían como una plaga y ahora todos sabían lo que había hecho Loki, por partes, lo que les daba más libertad de soltar la lengua e inventar o exagerar cosas; no le quedaba más de otra que hacer como si no hubiera escuchado nada. Por mucho que le molestaran las calumnias que esparcían sobre él, no podía decir o hacer algo al respecto. La joven debía reprimir cualquier acción que provocaran las palabras ajenas, no quería darles el lujo de inventar más cosas sobre ella al defender al príncipe menor.
Ese día, al igual que cualquier otro, la castaña estaba preparándose para su rutina acostumbrada, había comido algo y estaba a punto de ir con Ekanna, hasta que escuchó a su padre llamándola desde el comedor con un tono escalofriantemente neutral. Inmediatamente, ella sintió un nudo en su estómago e intuyó que el color se había esfumado de su rostro al darse cuenta de que ese podía ser el día en que Aaren finalmente decidiera preguntar sobre su cercanía a la realeza, la escucharía intentando ser objetivo, o al menos esperaba que se esforzara en hacerlo.
Syn tragó con fuerza, dirigiéndose al lugar de donde provino la voz de su progenitor. Le encontró sentado en un extremo de la mesa que tenían, ofreciéndole el asiento frente a él; la castaña no tuvo otra opción más que aceptar, así que terminó moviendo la silla y acomodándose en ella a la espera de lo que el hombre quería decirle.
—Hija —comenzó a decir, exhalando con fuerza para disipar las dudas que tenía—, sé que no he hecho esto con anterioridad y quizás pueda resultarte incómodo, pero quisiera hablar contigo.
La castaña rió con suavidad –y nerviosismo– ante las palabras del castaño.
—Hablamos todos los días, Padre —le recordó, intentando convencerse a sí misma de que esta no sería la charla que desembocaría en la realeza. No estaba completamente preparada para abordar el tema.
—Lo sé, pero no de este tema.
Diablos, no. No lo digas, no lo digas.
—Quisiera que compartieras conmigo lo que ha sucedido entre los príncipes y tú —continuó, confirmando las sospechas de la joven.
Y allí deseó que se la tragara la tierra.
—Nada ha sucedido entre ellos y yo, sólo somos amigos —respondió tras un momento, temerosa a lo que Aaren pudiera sospechar.
—Lo sé, mi niña —dijo él con calma, apoyando sus brazos en la mesa—. A lo que me refiero, es cómo ha sido su trato contigo.
La joven, lejos de extrañarse, supuso que esa sería de las primeras preguntas que le haría.
—Han sido bastante respetuosos conmigo, nunca han intentado sobrepasarse, si eso es lo que temes —comenzó a decir, manteniendo la serenidad pero jugando con sus dedos para controlar los nervios—. Han sido amables y generosos conmigo, incluso he aprendido cosas gracias a ellos.
Aaren suavizó su expresión, llegando a sonreír levemente. A ella le extrañaba la actitud de su padre, él no solía reaccionar de esa forma a ese tipo de situaciones, siempre había algún comentario sobreprotector o lleno de desconfianza de su parte y le parecía un poco rara su nueva actitud. ¿Se debería quizás a una intervención previa por parte de Ekanna?
—¿Qué clase de cosas? —inquirió él, sumamente sereno. La castaña comenzó a dudar en si debía continuar; presentía que lo que estaba a punto de decir sería muy malo para su padre y terminaría regañada—. Le prometí a Ekanna ser objetivo y calmado con esto. Sé que no me cuentas muchas cosas por la manera en que reacciono, pero estoy intentando ser más comprensivo porque de verdad quiero saber si estás segura al lado de los hijos de Odín.
Ella tragó con fuerza, intentando recuperar la voz y encontrar las palabras adecuadas para hablar. Por otro lado, no pudo evitar pensar que Ekanna era un ser de luz, la gran mediadora y la cachetada de realidad para ambos.
Bendita fuera la rubia.
—Yo, ah... no sé por dónde ni cómo empezar.
Vio al castaño pensar un momento.
—Los conociste cuando tenías unos... ¿qué? ¿Diez u once años? Creo que eso me dijo Ekanna. Imagino que se la pasaban jugando en ese tiempo, pero no todo se resumió en juegos y bromas hasta ahora, ¿o sí?
La castaña negó con la cabeza y recordó con pesar todo lo que había vivido con los príncipes, sobre todo porque la mayoría de las memorias involucraban a un hermano en especial.
—Además de jugar, leía con el príncipe Loki, él me dio permiso para ir a la biblioteca y un tiempo después se ofreció a compartir su conocimiento de magia conmigo —admitió, viendo a su padre sonreír de lado nuevamente—. Él también, uhm, me enseñó a pelear un poco.
Se encogió en su asiento al decir eso, puesto que la expresión de su padre se transformó en una de completo horror.
—¿C-Como defensa o...?
—¡Si! Sí, era sólo defensa —él intentó disimular su temor un poco al respirar hondo.
—¿Eso quiere decir que esa cicatriz en tu mano fue provocada por él?
La castaña observó su palma derecha, recordando el desliz que originó esa marca.
—Ehm, no, eso me lo hice en el taller de Ekanna —dijo ella, fingiendo demencia. Él dudó de sus palabras, pero lo dejó pasar.
Aaren continuó haciendo preguntas, abarcando distintos sucesos en la vida de su hija, como el cumpleaños de Thor, el de Loki, incluso el de ella, donde supo que había estado equivocándose; no era Thor con quien pasaba más tiempo, era su hermano. La castaña era más cercana a Loki, lo que explicaba lo mucho que le había dolido su supuesta muerte y lo que sucedía con él. Tras un rato, también supo que la Reina estaba guiándola con la magia y que Lady Sif la entrenaba con más intensidad, lo que le dio a entender que su hija no era tan indefensa como creía que era.
Se sintió un poco acongojado al darse cuenta de todas las cosas que ella se había guardado sólo porque él no era tan abierto y empático; reaccionaba fuerte, se llenaba de miedo y convertía todo en un escenario trágico, eso lo sabía, pero no creía hacerlo con malas intenciones. De inmediato se le vino a la cabeza su padre, él hacía lo mismo y tampoco le agradaba, lo único que los diferenciaba era que su difunto progenitor lo menospreciaba y trataba como un fracasado, cosa que él nunca había hecho con Syn, o eso esperaba.
No podía negar que temía por la seguridad de su unigénita, pero a la vez se sentía orgulloso de lo mucho que había aprendido en su acercamiento con los príncipes, a pesar de habérselo ocultado. Lucía como que había forjado una buena amistad con los hijos de Odín y eso le alegraba, claro que temía que sucedieran algunas cosas, como que cierto pelinegro le rompiera el corazón, más con los últimos sucesos.
—Me alegra que tengas una buena relación con todos ellos, de verdad —finalizó él—. Sólo espero que tengas mucho cuidado con el príncipe Loki.
A la joven se le erizó la piel ante la oración que salió de la boca de su padre y la manera en que sus ojos casi parecían suplicarle. Frunció levemente el ceño, intentando hacer como si no supiera a lo que se refería, aunque en el fondo lo hacía.
—No he visto a Loki en días, padre. No se permiten visitas en el lugar que está —confesó ella, repitiendo las palabras que había escuchado de la Reina cuando preguntó sobre la condena del Dios de las Travesuras.
—Sé que eso no es un impedimento para que quieras hacerlo —tomó aire para centrarse y continuar—. Puedo notar cómo se te ilumina la mirada cuando hablas de él. No es malo, claro que no, pero debes ser cuidadosa al tratarlo, no quiero que salgas lastimada.
Ella asintió pausadamente al captar sus palabras. Tampoco quería que ese fuera el final de la locura que quería cometer, pero eso dependía de lo que sucediera. No estaba segura de que a Loki le importara lo que podían causar sus palabras en ese momento, lo había demostrado en Midgard, había cambiado y era más que seguro que su trato no sería mínimamente parecido al que alguna vez estuvo acostumbrada, pero quería creer que podría serlo.
La castaña se levantó cuando la conversación se dio por finalizada y se despidió de su progenitor antes de salir rumbo a cumplir con sus labores con Ekanna. Sentía que se había quitado un peso de encima al –finalmente– poder hablar civilizadamente con su padre. Deseaba que siempre hubiera sido así, pero debía conformarse con el ahora. Estuvo a punto de salir por el umbral hasta que escuchó su nombre nuevamente, se giró para encontrarse al castaño deteniéndose a unos pocos metros de ella.
—Una última cosa —se aclaró la garganta—. ¿Qué armas dijiste que aprendiste a usar?
A la ojigris le pareció una pregunta curiosa y algo extraña, pero igual decidió responderla.
—Sif me ha enseñado a manejar algunas, pero me llevo mejor con las dagas —admitió—. ¿Por qué?
El hombre negó con la cabeza, restándole importancia.
—Sólo es curiosidad —sonrió, dándole permiso para irse.
Le pareció algo singular aquella última pregunta, sin embargo, lo dejó pasar, creyendo que era una duda como las demás que respondió anteriormente. Tenía labores por cumplir e impulsos que contener, no podía darle muchas vueltas a una simple interrogante.
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Syntherea pasó las yemas de sus dedos por las hojas del libro que tenía en sus manos, perdida en su propia mente. Al llegar al taller, Ekanna le había preguntado acerca de la charla con su padre, alegrándose al saber que le había hecho caso, también le había dado unas cuantas tareas con nuevos diseños; no obstante, a pesar de estar ocupada, no podía sacarse de la cabeza aquella idea descabellada de meterse en los calabozos para ver a Loki. Se sentía ansiosa, frecuentemente tenía su cabeza en otro lugar durante cualquier actividad que desempeñaba. Incluso estaba sumamente distraída mientras le ayudaba a Frigga a escoger libros para el pelinegro. No sabía siquiera cómo es que el volumen que cargaba no se le había caído.
—¿Qué opinas de este? —inquirió la Reina, logrando hacerla despabilar. Le mostraba un libro de tapa rojiza, literatura Vanir o eso le pareció.
No recordaba muy bien haber visto ese escrito en manos de Loki, por lo que le dio su visto bueno y lo recibió, poniéndolo encima del otro que estaba en sus manos. La mujer bajó los pocos peldaños que había usado de la escalera y prosiguió a mirar los enormes estantes desde el suelo, pensando en cuál tema sería de agrado para su hijo menor.
Frigga estaba haciendo todo lo posible para que el encierro de Loki no fuera tan cruel como lo quería el Padre de Todo, le había brindado comodidades y todos los días les pedía a sus damas que le llevaran distintos platos de comida, sabiendo que las preparaciones que se hacían para los prisioneros eran de todo menos manjares.
La castaña le ayudaba en algunas cosas, más que todo a escoger distintos libros para que el menor se distrajera, no obstante, sabían que muchos de los volúmenes que tenían, él ya los había leído, por lo que le quedaría repetirlos o esperar a que se renovaran algunas secciones de la biblioteca, lo cual tardaría un tiempo debido a la lucha de Thor por recuperar el orden en los mundos.
La joven siguió a la rubia hasta otro estante, donde tomó un libro de la parte de abajo y lo examinó un momento antes de entregárselo; ella lo apiló junto a los demás, comenzando a sentir el peso de los tres libros tensando los músculos de sus brazos.
—¿Cómo te va con el desplazamiento? —inquirió Frigga mientras observaba los libros y pensaba cuál tomar. Le interesaba su progreso con la magia y al notar lo callada que estaba, tomó el tema como una oportunidad para que ella se animara.
—He logrado mejorarlo, controlo mejor la dirección —informó, sonriendo con suavidad.
—¿Tuviste en cuenta lo que te dije? —se giró para verla asentir—. Recuerda que no debes sobreesforzarte, el hechizo consume tu energía y no querrás desmayarte a medio camino.
—Me he restringido de hacerlo, Mi Reina —aseguró.
La rubia tomó un volumen, echándole un vistazo a las primeras páginas y regresándolo a su lugar.
—¿Y las proyecciones? Me pareció escuchar que se te dificultaban.
—También las he practicado, prudentemente.
Bueno, eso no era del todo cierto, puesto que algunas veces se había afanado tanto en lograr aquel hechizo a la perfección, que terminaba con la nariz sangrando, fatigada y la sensación de que la cabeza estaba a punto de explotarle; pero fue suficiente para decidir tomarlo todo con calma.
—¿Qué hay de la hipnotización? —continuó ella, tomando otro libro y entregándoselo a la joven.
—No he tenido la oportunidad de ponerlo a prueba, no tengo una manera probar ese tipo de cosas —se excusó ella.
—Me tienes a mí —respondió con simpleza, sonriéndole.
La castaña comenzó a negar, riendo con nerviosismo.
—No podría hacerle tal petición, Alteza.
La rubia se encogió de hombros, tomando la escalera para llegar hasta la cima del estante.
—Podría pedirle a un guardia o a alguna de mis damas que te permitan practicar.
Tuvo que tragar con fuerza ante tal ofrecimiento. No se creía capaz de hacer algo de tal magnitud, menos si era algo tan delicado como controlar las acciones de otro.
—Se lo agradezco, pero no creo que sea un favor agradable de llevar a cabo.
La mujer bajó con un pequeño libro, colocándolo encima de los demás que sostenía la ojigris.
—Y debido a eso, debes practicar con él —sentenció ella—. Considéralo como dejar a alguien dentro de un sueño, el cual tú controlas; si no les pides que cometan algún tipo de crimen, no estás haciendo nada malo —explicó, encogiéndose de hombros—. Además, tendrás que practicar otros hechizos que involucran a terceros y si la situación lo amerita, deberás usarlos.
Admitía que tenía razón, como en todo lo que decía. De todas formas, sentía que estaba invadiendo un terreno prohibido, y no se sentía con el valor suficiente para hacer tal acción. Era diferente a la vez que la Reina le había enseñado aquel hechizo para ver un recuerdo, dado que en ese caso ambas partes habían aceptado y era magia que no causaba daño al otro; en cambio ese hechizo era una especie de control mental, lo que se le ordenara a la persona afectada lo haría sin rechistar, independientemente de lo que quisiera. Podía manipular a quien fuera a su antojo, cosa que podría sonar tentadora para algunos, menos para ella.
Continuaron en su búsqueda de libros, recogiendo seis volúmenes que serían enviados a la celda de Loki. La castaña se dispuso a preguntar por el pelinegro, tanto por cortesía como por curiosidad, a lo que Frigga respondió con algo de melancolía.
—¿Has querido visitar a Loki? —preguntó la rubia, tras un momento de silencio, logrando que las palabras se le atoraran en la garganta a la joven.
—N-No exactamente —balbuceó. La mujer demostró con su mirada que sabía que la joven mentía, podía descifrarlo con facilidad, a lo que la castaña exhaló, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Incluso si así lo quisiera, no podría. Los guardias no me dejarían pasar de la puerta.
La Reina sonrió, riéndose levemente.
—Podrías usar un hechizo, el mismo que empleo para visitarlo —comentó—. A no ser que desees verlo frente a frente, en ese caso, podría resultar un poco más complicado.
Ella frunció los labios, dubitativa. De poder usar magia para verlo, lo haría, pero tenía este impulso que le pedía verlo de frente y encararlo una última vez. Quizás era una tontería, quizás no, pero quería ver con sus propios ojos en lo que se había convertido, lo mucho que había cambiado y conocer lo que había suprimido su mente para potenciar su ira y sed de venganza. Sabía que podía salir lastimada, pero el capricho puede más que la razón.
—Sea cual sea tu respuesta, debes saber que los guardias dan una caminata de vigilancia por las celdas cada cierto tiempo, pero disminuyen su frecuencia en la noche —informó ella—. Puedes entrar por el ala este, te llevará directo a su celda, o usar el ala oeste, deberás caminar un poco más, pero llegarás con él.
—Lo tendré en cuenta, Alteza —sonrió de lado.
La castaña dejó los libros en la mesa frente a los muebles, esperando a la dama que vendría por ellos para llevárselos al príncipe. Frigga también decidió pedirle a aquella joven –un momento después de haber llegado– que le permitiera a la castaña practicar aquel hechizo de hipnotización con ella, lo aceptó, aunque la ojigris estaba por morirse de vergüenza y terror. Sin embargo, logró realizarlo sin ningún inconveniente; al dejar a un lado el temor de una mala reacción por parte del sujeto en cuestión, descubrió que conjurarlo era más fácil de lo que creía, incluso cuando este estaba dotado de algunos aspectos que lo convertían en magia que no todos podían usar. La magia adoptaba la naturaleza que el usuario deseaba darle y la Reina le había advertido acerca de ello, confiaba en que no lo usaría para mal, pero le informó sobre la condena que podría pagar si llegaba a hacerlo; de todas formas no iba a ordenarles nada malo, o eso esperaba.
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Observó a ambos soldados del ala oeste al pie de la puerta, inmutables, imponentes y... ¿somnolientos? Bueno, era de esperarse, una gran cifra de asgardianos se encontraban dormidos para ese entonces, a excepción de aquellos encargados de la guardia nocturna, sobre todo los del ala este, que estaban bastante entretenidos hablando con un tercero, también algún que otro rezagado preparando o terminando una labor para el siguiente día, y por supuesto, ella.
Syntherea se encontraba oculta tras una columna, pensando demasiado lo que iba a hacer a continuación. Traía una capa atada a su cuello para protegerse del frío, tanto de la noche como del lugar al que iba a meterse; tenía un nudo en el estómago y sentía que algo se movía en su interior, probablemente todo lo causaban los nervios que sentía, pero no estaba segura. Había esperado a que su padre cayera dormido en su cama antes de salir de su hogar y estaba segura de que nadie la había visto a esa hora, por lo que su preocupación no venía por ese aspecto, sino por el terrible impulso que guiaba sus acciones.
Asomó la cabeza por el lateral del pilar dorado, alcanzando a ver a uno de los Einherjar bostezando sonoramente y al otro pestañeando repetidas veces para mantenerse despierto; no pudo evitar pensar que el hechizo tendría mayor efecto en ellos ahora que tenían –irónicamente– la guardia baja. Se armó de valor y respiró hondo varias veces, calmándose para ejecutar el hechizo con mejor precisión. Su mano se rodeó de un tenue destello verdoso cuando la levantó, bastando con un giro de su muñeca y el descenso su puño cerrado para que la magia hiciera efecto; con una leve bruma grisácea alrededor de sus cabezas, los soldados cambiaron sus semblantes casi de inmediato, enderezándose en sus lugares y permaneciendo más alerta de lo que estaban unos segundos atrás.
La castaña salió de su escondite, acercándose al par de hombres con armaduras doradas y observándolos con detenimiento. La bruma aún estaba presente, pero mucho más desvanecida, sus miradas estaban en un punto fijo y obedecerían todo lo que ella ordenara, lo que le causó un nudo en el estómago.
—¿Hace cuánto se vigiló a los prisioneros? —inquirió, alternando su atención entre los Einherjar.
—Acabamos de dar una vuelta, Mi Lady —respondieron al unísono.
Ella tragó con fuerza al escuchar su respuesta. De cierta forma se sentía sucia al usar encantamientos en ellos, pero debía hacerlo para evitar ser descubierta. No podía arriesgarse.
—Que nadie entre mientras esté aquí —ordenó ella, recibiendo un asentimiento al mismo tiempo por ambos hombres.
Con un leve movimiento de su mano derecha, los hombres abrieron las puertas y le permitieron el paso a las mazmorras, avanzó lo suficiente para que cerraran las puertas tras ella y tomó aire antes de comenzar a descender por los escalones. A medida que bajaba, comenzaba a percibir el olor a humedad, la baja temperatura y la energía pesada que emanaba de aquel oscuro lugar. No era un espacio en el que alguna vez imaginó ver a Loki, tan tétrico, tan hostil, rodeado de diferentes seres que habían amenazado al Reino. Jamás se imaginó que él compartiría espacio con los enemigos de Asgard.
Al llegar al largo pasillo repleto de celdas protegidas con barreras de energía, vislumbró la cantidad de prisioneros que residían bajo los pies de los gobernantes, llevándola a tragar con fuerza y hacer un esfuerzo por mantenerse serena, a la vez que usaba un hechizo de invisibilidad en sí misma para evitar causar un alboroto con su presencia. Caminó rumbo al otro extremo del pasillo, pasando por celdas que le causaron una gran curiosidad debido a quienes las ocupaban, los cuales se encontraban en un profundo sueño, o eso creía. Había toda clase de seres, pero los que más le llamaron la atención fueron aquellos que alguna vez escuchó mencionar por los príncipes, Sif, los Guerreros e incluso su padre.
Entre todos los que estaban allí, se encontró a Lorelei profundamente dormida en una celda, portando aquel peculiar collar que inhibía su capacidad de hablar. También vio a la temida Sindr, viéndosele tan pacífica en su sueño que a nadie se le cruzaría por la mente el caos que ocasionó cuando tenía su libertad; al principio no creyó que fuera ella, se le conocía esencialmente como un mito, pero al ver algunas marcas de fuego en las paredes blancas, no le quedó duda alguna de quién era.
Siguió su rumbo a la celda de Loki, sintiéndose abrumada por las emociones que la invadían, escuchaba su corazón latir con fuerza en sus oídos y sus manos se enfriaron al punto que tuvo que tomarlas para apaciguar sus nervios, los cuales se acrecentaron al ver una celda dotada de comodidades que las demás no tenían, la cual estaba justo a unos pocos metros de ella. Respiró hondo y se acercó con cautela, logrando ver los distintos muebles en la estancia, a la par de una pequeña cantidad de libros apilada en el suelo. Un resplandor jade iluminó las paredes externas de la celda por un milisegundo, mostrando a la castaña acercándose lentamente a esta.
Al posarse frente a ella, pudo ver a Loki sentado en la única silla de la estancia con un libro en sus manos, le daba la espalda, por lo que pensaba que aún no la había visto; se permitió detallarlo sutilmente, notando que su cabello estaba más largo de lo que recordaba y a la vez con menos picos de los que había visto cuando llegó, las heridas en su rostro habían sanado y le parecía que su piel estaba un poco más pálida de lo que acostumbraba. Tragó con fuerza, empezando a arrepentirse de haber ido; había olvidado absolutamente todo lo que quería decirle, ¿por qué estaba allí de todos modos? No la había visto, podía dar media vuelta e irse, haciendo como si nada de eso hubiera pasa...
—La hija de Aaren —le escuchó decir. La piel se le erizó al escuchar su voz de nuevo y maldijo mentalmente por no actuar con más rapidez. Él cerró el libro y se puso de pie para encararla, permitiéndole una mejor vista—. ¿A qué debo el placer de su visita?
Ella bajó la mirada un momento, aclarándose la garganta antes de responder e intentando centrarse en lo que quería decirle. Comenzó a jugar con sus dedos, sintiendo que le temblaban las manos.
—¿Le molesta mi presencia? —inquirió ella, manteniéndose tan neutral como le fue posible. Él sonrió sin mostrar los dientes.
—No —respondió—. Es sólo que me resulta... curioso.
La joven se situó frente a él, observándolo a través del campo de energía.
—¿Es "curioso" querer visitar a un amigo? —él resopló con diversión, uniendo sus manos tras su espalda.
—¿Acaso me extrañaste, Syntherea?
—Todos lo hicimos, Loki —explicó ella, frunciendo el ceño ante sus palabras—. ¿Hay algo que te haga pensar que no fue así?
Hizo una mueca, encogiéndose de hombros.
—No lo sé. Quizás sí, quizás no —dijo con simpleza, restándole importancia. Sacudió la cabeza levemente antes de proseguir—. Me temo que estoy desvariando, el encierro me ha estado afectado como no tienes idea.
Ella respiró hondo antes de continuar. Había algo que no la convencía por completo, algo en su voz le indicaba que tenía razones ocultas para hablar de esa manera, sin embargo, lo dejaba pasar ante el simple hecho de que estaba demasiado nerviosa para analizar a fondo su actitud.
—Preguntaría "¿cómo estás?", pero sé que en este lugar no hay muchas opciones.
Lo escuchó reír con suavidad, causándole un escalofrío que le recorrió la columna vertebral.
—Supongo que Madre te dijo cuándo venir —ella asintió levemente, dándole la razón—. La ayudaste a encontrarme, ¿no es así?
—No hizo falta, ella tuvo una corazonada y se dejó llevar por su intuición. Tenía fe en que fuiste capaz de sobrevivir... y aquí estás.
Ella sonrió sutilmente, viendo al príncipe quedarse callado y desvanecer la tensión en sus labios. De repente, sintió como si su corazón se estuviera encogiendo ante la severidad de su expresión. Tuvieron un momento de silencio hasta que él decidió hablar de nuevo.
—Viniste aquí por una razón —comentó, observándola fijamente—. ¿Cuál es?
Ella rió levemente debido a los nervios que sufría en ese instante.
—¿Por qué crees que-?
—Porque sé que tu presencia se debe a algo más que sólo verme —sentenció.
Lo peor del asunto era que estaba en todo lo correcto. Abrió la boca para intentar formar palabras, pero no surgía nada, no sabía qué ni cómo decir lo que quería. Era patético. Sin embargo, el tono que usaba le recordó mucho al que escuchó brotar de sus labios en el momento que le amenazó con la Gungnir, lo cual activó algo en su interior que influyó en ella inmediatamente.
—Estás en lo correcto —terminó por decir, sonriendo de una forma que pocas veces o casi nunca hacía, era una mueca extraña, algo descarada, que se hizo incluso más peculiar cuando entrecerró los ojos por un instante. No obstante, este gesto desapareció tan rápido como se mostró—. Desde que se destruyó el Bifröst he tenido una terrible duda rondando por mi mente, y ya que básicamente me pides ir directo al grano, lo diré: ¿Por qué? ¿Cuáles fueron tus razones para realizar tal acto? Casi traer de vuelta los días de guerra y la destrucción que conlleva, ¿sólo para evitar que Thor tomara el trono?
Él entrecerró los ojos, soltando sus manos.
—Mis motivaciones fueron muy claras. No podía permitir que Asgard cayera en manos de Thor, él no estaba preparado para ser Rey.
—Sí, eso lo dejaste claro —murmuró ella, girando su rostro a un lado un momento—. Lo que olvidas mencionar, es que tú tampoco lo estabas. Ninguno era apto para ocupar el trono.
Notó que tensó la mandíbula, apartando su mirada.
—Soy un mejor aspirante a Rey que él —argumentó—. Yo no nos llevaría a Jötunheim a una misión suicida impulsada por mis caprichos, ego y sed de sangre. Yo no ansío la guerra.
—¿Ah, no? Traer Gigantes de Hielo al Reino no era la forma más pacífica de evitar la coronación, tampoco lo fue intentar acabar con ellos —contraatacó ella—. Tus acciones provocaron que los Jotnar se alzaran en armas durante la ausencia de Asgard y planearon estrategias para conseguir su venganza.
—¿Qué hay de las acciones de Thor? No mencionas eso —entrecerró los ojos, inclinándose hacia ella, retándola.
Algo no estaba bien, podía sentirlo. Tenía esa corazonada de que algo estaba a punto de suceder, y no le agradaba.
—Sus acciones también fueron perjudiciales para los Mundos, quizás más que las tuyas.
—E irónicamente, soy yo quien recibe una condena —se giró sobre sus talones, dirigiéndose a una pequeña mesa donde se tomó la libertad de servirse un poco del vino de la jarra que podía permitirse tener.
—A diferencia tuya, él expresó su deseo de enmendar sus acciones, no le hemos visto en semanas por ello.
—Y eso debe martirizarte, ¿no es así? —su tono tuvo una esencia sumamente cínica, incluso burlona.
Tomó un sorbo de su copa, sin despegar su mirada de la suya.
—¿Martirizarme? —rió sin gracia—. No, por supuesto que no. Me alegra el cambio que tuvo, el que tú, con tu descabellado plan, le hiciste. Lo que me aflige es que, cuando él se convirtió en algo mejor, tú fuiste decayendo hasta querer gobernar la Tierra.
El pelinegro dejó el recipiente dorado en la mesa, permitiéndose quedar cerca de la joven a través de la barrera.
—Suenas como si lo defendieras —dijo él en un tono profundo, casi amenazante—. No me sorprendería que en mi ausencia haya decidido acercarse, aprovechando lo que alguna vez pudo tener.
Fue su turno de entrecerrar los ojos, percibiendo una sensación desagradable en su estómago.
—¿Qué insinúas?
—Probablemente te contó mi origen, debía ganar puntos; también se acercó a ti como un consuelo ante la gran pérdida que tuvieron —dramatizó las palabras, logrando que su corazón comenzara a ir más rápido al reproducirse en su subconsciente la forma en que le amenazó aquella vez, de nuevo—. Y me imagino que tomó ventaja de la situación para suplir el vacío que sentías, si es que alguna vez existió.
—Suficiente —respondió con firmeza—. Estás hablando de algo que jamás ha sucedido.
—Oh, claro que no —se burló—. Por supuesto que en mi ausencia él no te buscó, tampoco lo buscaste; claro que no usaron la excusa del luto para volverse más unidos. ¿Me crees tan idiota para no haber visto la forma en que lo miras? ¿Piensas que voy a creer que continúan siendo sólo amigos?
Ella se sintió terriblemente confundida al no entender por completo de qué rayos hablaba. ¿Acaso creía que le atraía Thor? Él mismo sabía que no era así; en su momento pasó más tiempo a su lado que junto a Thor, ni siquiera antes del inicio los problemas que los llevaron a esa situación lo mencionaba o hacía ánimos de verlo porque coincidía con el menor en lo pedante que se había vuelto. ¿Había olvidado todo eso?
—¿Qué te hace creer que busco algo con él? —dijo ella, prosiguiendo a aclararse—. Tú mejor que nadie sabes que Thor no es alguien que logre interesarme.
—No intentes negar lo que vi con mis propios ojos —interrumpió, señalándola con su dedo índice y transformando su mano libre en un puño—. No puedes convencerme de que no buscaste a Thor en todo este tiempo cuando los vi sumamente interesados en el otro, dedicándose miradas furtivas y roces intencionales cada que estaban cerca. Es evidente que cuando me fui, esa fue su oportunidad de dar un paso más cerca.
»Tardé en aceptarlo, pero en el fondo sabía que buscabas conseguir algo con nuestra supuesta amistad, lo que no esperaba era que el bárbaro que se hace llamar mi hermano era tu objetivo. Fui ingenuo al creer que finalmente había algo a lo que Thor no podría ponerle las manos encima, pero fui un completo estúpido al pensar que tu amistad era verdadera. Compartí mis conocimientos contigo, te enseñé mis trucos creyendo que con ello nuestro lazo se haría más fuerte, pero sólo me usaste para llegar a él.
A ese punto, la ojigris se sentía terriblemente dolida, a la par de indignada, confundida y con un gran enojo creciendo en su interior, el cual se potenciaba con cada palabra que salía de los labios del pelinegro. Subió un escalón, quedando más cerca del menor, logrando ver sus ojos azules con más detalle; buscaba alguna señal de que estaba jugando con ella, algún indicio de una broma de mal gusto, pero no encontró nada. Lo que decía, lo hacía muy en serio, lo cual comenzó a producirle una presión en el pecho.
—No tengo idea de qué sandeces estás diciendo. Yo jamás te he utilizado —refutó con firmeza—. Siempre he estado a tu lado, te he apoyado, me he preocupado por ti. Yo también compartí cosas contigo, pasé mi adolescencia contigo y usé todos los espacios a mi disposición para verte, ¿acaso lo olvidaste o sólo lo suprimiste para fomentar tu rencor?
—Te aprovechaste de la confianza que te entregué y luego me traicionaste. Me dejaste solo para ir a mendigarle amor a Thor y te pusiste en mi contra para lograrlo —acusó, escupiendo las palabras en un tono grave, amenazante—. No eres diferente al resto, eres egoísta y desleal, manipulas para beneficiarte de lo que puede ofrecer la corona, ¿y así tienes el atrevimiento de venir a juzgarme por mis acciones?
Syn no lo aguantó más, comenzó a sulfurarse, sintiendo la adrenalina recorriendo sus venas y cedió a sus impulsos, atravesando la barrera con rapidez y acercándose al pelinegro, quien dio algunos pasos atrás al ver su cercanía.
—¡Tú no tienes derecho a hablarme de esa manera! —exclamó furiosa, apuntándolo con el índice y observándolo directamente a los ojos.
—Por supuesto que lo tengo —se inclinó levemente hacia ella, retándola—. Soy tu príncipe y puedo dirigirme a tu persona como me plazca.
Ella entrecerró los ojos, acortando aún más la distancia entre ellos. En otro contexto, estaría sumamente nerviosa, pero en ese momento sólo deseaba plantarle un golpe en la cara.
—No aquí, Laufeyson —replicó ella, usando el mismo tono de él—. Aquí no tienes ningún privilegio, los títulos de los que alguna vez gozaste no tienen valor. Sólo eres un sucio criminal condenado a pasar su eternidad encerrado entre cuatro paredes. No tienes poder en este lugar.
—¿Y crees que tú sí? —el menor rió sin gracia, logrando disparar más adrenalina en su torrente sanguíneo—. No eres mejor que yo, es más, somos terriblemente parecidos.
—Quizás lo somos, pero no fui quien intentó acabar con una raza entera y esclavizar un mundo por venganza.
La joven apartó su mirada de él y se alejó un paso, estaba dispuesta a irse, pero él la tomó del brazo, atrayéndola a su cuerpo.
—¿A dónde crees que vas? —inquirió él, burlándose de la estupidez que ella había cometido—. Por si no te diste cuenta, esa es una barrera de energía. Estás atrapada conmigo.
En sus labios se formó una sonrisa de suficiencia, esperando la reacción frustrada de la joven que sujetaba. En respuesta, ella giró su cabeza en su dirección, manteniendo un intenso contacto visual.
—Por si no te diste cuenta, jamás estuve aquí.
Loki frunció el ceño cuando el agarre que tenía desapareció y la figura de la castaña se esfumó en un destello verdoso. Al regresar su atención al otro lado de la celda, la encontró de pie en el mismo punto, limpiando con el dorso de su mano una pequeña gota de sangre que había salido de su nariz. Le escuchó respirar hondo antes de dirigir su atención a su rostro, el cual ocultaba a la perfección lo que había sentido al no percatarse antes del truco usado.
—Disfruta tu encierro, Loki.
Dicho esto, la ojigris giró sobre sus talones y se alejó de la celda del pelinegro sin mirar atrás. La presión en su pecho se había tornado aún más dolorosa y sentía que el ambiente de los calabozos estaba ahogándola. Aceleró su paso, repitiendo en su mente las palabras del príncipe y percibiendo el comienzo de un ardor en sus ojos que intentaba contener. Subió los escalones con rapidez y abrió las puertas, encontrándose nuevamente con los soldados que resguardaban la entrada del lugar; cerró con cuidado y tomó fuerzas para que su voz no se quebrara al ordenarles que no recordaran haberla visto ni lo que había sucedido, acto seguido rompió el encantamiento y caminó fuera del lugar con rapidez, llegando a un área descubierta, solitaria pero iluminada con platos llenos de brasas ardientes.
Llenó sus pulmones con aire, intentando calmarse; respiró hondo repetidas veces, sintiendo las manos sumamente heladas, el corazón estaba retumbándole en los oídos y sentía como si estuviera a punto de salirse de su pecho, también frunció los labios, aguantando un sollozo que quería abrirse paso por su garganta y las ganas de liberar las lágrimas que se habían formado con la sensación en sus ojos.
Qué tonta había sido, qué ilusa fue al tener la más mínima esperanza de que Loki tendría el mismo trato que solía tener con ella o que quizás podría hacerlo reaccionar. ¿Qué esperaba? Había visto la forma en que había actuado antes de la destrucción del Bifröst, por amor a todos los dioses, la había amenazado, ¿qué quería que sucediera? ¿Que la tratara con la misma amabilidad de antes? ¿Que se abriera con ella y le dijera lo que le había sucedido para luego llorar juntos? No, claro que no. Es Loki de quien hablaba. El mismísimo Dios de las Travesuras, príncipe del caos y experto mentiroso no era alguien que hablara de lo que sentía, él no era el tipo de hombre sensible que se detenía a pensar en que sus palabras podrían herir, entonces ¿por qué esperaba que fuera amable con ella?
La sangre de la castaña comenzó a hervir nuevamente, dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas y en un impulso lleno de ira –o más bien, frustración– se arrancó el collar de cuarzo, aquel que adornaba siempre su cuello desde el momento en que se le otorgó, rompiendo la cadena que sostenía el cristal, se acercó a uno de los platos con fuego que iluminaban el solitario pasillo, deteniéndose a una distancia segura donde extendió el regalo que el pelinegro le dio siglos atrás. No quería saber nada de él en ese momento, quería olvidarlo, hacer como si nunca hubiera llegado a encariñarse y pensar en la improbable posibilidad de llegar a ser algo más, sólo bastaba con aflojar su agarre y dejar que el fuego carbonizara el cristal, con sólo dejar que cayera se desprendería de todo lo que alguna vez le causó, simplemente debía soltarlo.
Pero no pudo. No podía, no se sentía capaz de hacerlo. Al ver el cuarzo colgando sobre las llamas, sintió que, más que desprenderse de esa mala experiencia, se estaba deshaciendo de su corazón, estaba mandando al Hel todo lo bueno que había vivido con Loki, todas las risas, todas las bromas, todo lo que llegó a agradarle y comenzó a amar de cierta forma.
Se sentía patética, como una completa idiota, más aún cuando apartó el collar del fuego y se llevó las manos al rostro mientras se alejaba de la calidez de las llamas, respiró hondo nuevamente para calmarse y pensar con un poco más de claridad. No se sentía capaz de deshacerse de aquel objeto, lo había atesorado tanto que sentía como si de verdad estuviera traicionando al menor y a sí misma. Además, su sentido común le aseguraba que, al quemar ese cristal, sólo estaba recurriendo a un impulso, a una solución pasajera, porque los sentimientos y el dolor seguirían presentes y tardarían su tiempo en desaparecer o cambiar.
Dejó caer sus manos y observó de nuevo el cuarzo azul en su palma durante un rato. Era una tonta al tener la esperanza de que Loki cambiara, era una ridiculez, una idea completamente descabellada. Conocía al pelinegro, o creía hacerlo, por lo tanto, no estaba segura de si podría cambiar, si sería capaz, pero esperaba que lo fuera, maldita sea, esperaba que aún existiera el Loki que amaba, debía estar allí, oculto bajo capas de ira, soberbia y cinismo. Debía estar allí, pero no tenía la más mínima idea de cómo haría que saliera de nuevo; sólo quedaría darle tiempo para que entrara en sus cabales, si es que le quedaban.
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