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XVII

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CAPÍTULO 17
Gigantes de Hielo

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Aquellas tres semanas pasaron más rápido de lo que la mayoría esperó. Para cuando se dieron cuenta ya debían tener preparadas sus mejores galas para dirigirse a la ceremonia en el palacio, preferiblemente debían llegar temprano para tener un buen lugar donde ver el protocolo del evento, a menos que tuvieran algún privilegio. Syntherea llegó con algo de tiempo, adelantándose y eligiendo un lugar cerca al trono junto a Ekanna y su padre; momentos más tarde logró ver a los Tres Guerreros entrando junto a Sif, quien logró ubicarla entre la multitud que acababa de llegar y buscaba un lugar, saludándola con un movimiento de cabeza antes de continuar charlando con los hombres. La castaña comenzó a prestar atención al salón dorado, viendo al resto de invitados tomando sus lugares y algunos Einherjar posicionándose en el pasillo donde caminaría la familia Real, incluso los guerreros tomaron sus puestos en las escaleras que llegaban al Hlidskjalf* justo cuando el Rey se abrió paso por el lugar, recibiendo una reverencia de todos los presentes hasta que tomó asiento en el trono. No esperaron mucho hasta la aparición del Príncipe Loki y la Reina; la ojigris sonrió al ver el gesto caballeroso con que el pelinegro recibió a su madre, extendiendo su mano para que ella la tomara y escoltándola hasta llegar a las escaleras del trono, dándole una reverencia al Padre de Todo y luego tomando sus puestos a la derecha de Odín.

A la distancia se escucharon aplausos y ovaciones, los cuales se acercaban con rapidez, para cuando se dieron cuenta, Thor apareció por las escaleras, levantando su preciado martillo e incitando a los presentes a alabarlo y aplaudirle con cada paso que daba. Lucía su armadura plateada con su conocida capa roja y un casco plateado con alas –del cual Loki se había burlado minutos atrás–, avanzaba observando a los presentes y caminando en medio de las filas de Einherjar, regocijándose con la atención que recibía y probablemente, alimentando a su ya enorme ego. Al llegar al pie de las escaleras, se arrodilló, dejando su martillo a un lado y quitándose el casco para dejarlo en el suelo, mostrando su melena rubia y dirigiendo su vista azulada a aquellos de pie frente a él. Sonrió con amplitud, mostrando sus blancos dientes a sus amigos y familia, pero separando un osado guiño a su madre, quien negó por su acción. Pronto, Odín se puso de pie para dar un sonoro golpe que hizo eco por todos los rincones del lugar, silenciando al pueblo y dando inicio a la ceremonia que convertiría a su hijo en Rey.

—Thor, hijo de Odín —comenzó el hombre con el parche dorado en su ojo derecho, haciendo una leve pausa mientras observaba al rubio—. Mi heredero, mi primogénito —Loki hizo una leve mueca ante las palabras y el tono que usaba el Padre de Todo, cosa que no pasó desapercibida por cierta castaña que había centrado su atención en él justo en ese instante—. A quien tiempo atrás se le confió el poderoso martillo Mjölnir, forjado en el corazón de una estrella moribunda. Su poder no tiene igual, como un arma para destruir o una herramienta para construir. Es un digno compañero para un Rey. Defendimos Asgard y la vida de los inocentes a través de los Nueve Mundos desde el momento del Gran Comienzo. Sin embargo el día ha llegado...

El hombre de cabellos plateados continuó hablando de su hijo mayor, los mundos que había protegido, las guerras que había ganado y todo lo que parecía hacerlo merecedor del título y la responsabilidad que estaba a punto de otorgarle. Sin embargo, por mucho que a la mayoría le complaciera escuchar los elogios al primer hijo de Odín, para algunos se tornaba repetitivo, ya que conocían la preferencia que tenía. Para aquellos pocos, fue un alivio cuando su discurso comenzó a tomar otro rumbo.

—¿Juras proteger los Nueve Mundos? —inquirió Odín, iniciando el juramento que convertiría al Dios del Trueno en el nuevo Rey de Asgard.

—Lo juro —respondió él, sin dudar.

—¿Y juras preservar la paz?

—Lo juro.

—¿Juras renunciar a toda ambición egoísta y preocuparte únicamente por el bienestar de los Reinos? —preguntó él por última vez, probando la voluntad de su hijo.

—¡Lo juro!

—Entonces, en este día yo, Odín, Padre de Todo te proclamo... —de repente, el Rey calló, levantando la mirada como si percibiera algo por fuera de la habitación y sembrando la incertidumbre en el lugar. Nada bueno podía estar sucediendo si Odín actuaba de esa forma y el temor se cernió cuando se le escuchó murmurar—: Gigantes de Hielo.

El Padre de Todo tomó con firmeza la Gungnir, golpeándola contra el suelo y avisando de la cancelación de la ceremonia justo antes de llamar a sus hijos a su lado para examinar lo que sucedía en otro lugar del palacio, los Tres Guerreros y Sif fueron justo detrás buscando ayudar, si era necesario. Los invitados se miraron entre sí, confundidos por lo que acababa de suceder y poco a poco salieron de la estructura dorada, rumbo a sus hogares. Muchos comenzaron a quejarse, otros temían estar en medio de un ataque de Jötunheim –ya que habían logrado escuchar lo que había dicho el Rey– y sintieron pena por el Príncipe mayor. Nadie quería estar en sus zapatos en aquel momento.

Syn y sus acompañantes caminaron rumbo a la salida, preguntándose entre ellos a qué se podía deber tan osada interrupción cuando estaban a tres palabras de tener un nuevo dirigente. A medio camino se toparon con Lady Sif y la castaña no dudó en acercarse a preguntar qué rayos estaba sucediendo. La pelinegra le aconsejó que era mejor si estaba sola, lo que le llevó a acercarse a su padre y Ekanna a pedirles que volvieran a casa, que ella se quedaría un momento. A regañadientes ambos aceptaron, pidiéndole que tuviera cuidado en caso de que algo pasara; sólo tuvo que esperar a que ambos se perdieran de vista para que la Diosa de la Guerra hablara.

—Fue un ataque. Gigantes de Hielo —dijo sin vacilar. La castaña no pudo evitar palidecer y abrir los ojos con temor.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Aprovecharon que había poca guardia e intentaron robar una Reliquia de la Bóveda, pero no lograron hacerlo; el Destructor los detuvo —se adelantó a decir, sabiendo que lo preguntaría.

La joven apartó la mirada un momento, respirando hondo y pensando una razón para que los Gigantes irrumpieran en el Reino y cómo lograron pasar desapercibidos por Heimdall. Sin embargo, si llegaron directamente a la Sala de Trofeos no había mucho para pensar; se sabía que Odín les había arrebatado el Cofre de los Antiguos Inviernos siglos atrás, pero no quedaba claro cómo el Guardián no los vio.

Momentos más tarde, ambas escucharon un estruendoso golpe proveniente de alguno de los salones del palacio, llevando a las dos féminas a investigar qué había sido el causante. En el camino encontraron a los Tres Guerreros, quienes tenían el mismo propósito y se acompañaron en la búsqueda. Los cinco se dirigieron al Gran Comedor tras varias suposiciones del origen del ruido, sólo para encontrarse con el caótico escenario que constaba de la gran y pesada mesa volteada junto a toda la comida tirada por el piso. El robusto Volstagg fue el primero en reaccionar, lo cual era de esperarse por su conocido amor a todo tipo de platillos, se sabía que su corazón se arrugaría al ver tanta comida desperdiciada. La castaña se mantuvo al margen, observando a los demás caminando mientras esperaban que los hermanos, quienes estaban sentados en las escaleras, terminaran su charla; de paso el pelirrojo aprovechó una bandeja de comida que se había salvado del arranque de ira del Príncipe mayor, disponiéndose a prepararse un bocadillo mientras los herederos hablaban. Hubo momentos donde el rubio alzó la voz y la atención de la ojigris se dirigió a ellos, queriendo saber de qué hablaban.

—¡No! ¡No, no, no! Conozco esa mirada —exclamó el pelinegro, alertándose cuando su hermano se puso de pie.

—Es la única manera de proteger la seguridad de nuestras fronteras —argumentó el rubio.

—Thor, es una locura —dijo el menor, intentando hacer que su hermano entrara en razón.

—¿Locura? —se entrometió Volstagg, pausando la preparación—. ¿Qué clase de locura?

—Iremos a Jötunheim —anunció el Dios del Trueno.

Las expresiones sorprendidas y hasta horrorizadas de los presentes no se hicieron esperar, el pelirrojo comenzó a reír sin creérselo mientras la castaña comenzó a abrirse paso para llegar hasta Loki, quien tragó con fuerza al escuchar la decisión del rubio.

—Esto no es como un viaje a la Tierra donde invocas unos pocos rayos o truenos y los mortales de adoran como si fueras un Dios —alegó Fandral—. Es Jötunheim.

—Mi Padre se abrió camino hacia Jötunheim, derrotó a sus ejércitos y tomó su Cofre.

Loki se llevó una mano al rostro, frustrado ante las decisiones idiotas que su hermano estaba tomando y el posible castigo que recaería en ellos si su padre se enteraba. Escuchaba la gruesa voz de Thor a la distancia, convenciendo a los guerreros presentes, hasta que sintió una presencia a su lado. Al apartar la mano de su rostro pudo ver aquellos conocidos ojos grises que por tanto tiempo había contemplado observándolo con atención, pronto la voz de Syntherea fue todo en lo que pudo concentrarse.

—¿Qué planean hacer en Jötunheim? —se atrevió a preguntar, esperando no parecer entrometida.

—Sabes cómo es Thor —respondió él, por su tono, se podría decir que estaba preocupado—. Dice que quiere ir y hacer frente a los Jotnar, hacer que respeten la tregua.

—Tú y yo sabemos que no será así —añadió ella—. Es demasiado peligroso, ¿por qué no intentas hacerlo entrar en razón?

—Lo intenté y justo por eso quiere ir a ese lugar, Syn —su tono sonó algo brusco, lo cual llegó a desconcertarla un poco y le arrebató las palabras de la boca.

Ambos se limitaron a observarse a los ojos, demasiado orgullosos para decir algo más. Simplemente escucharon al rubio, quien estaba a punto de terminar su intento de «charla motivacional».

—Mis amigos, nos vamos a Jötunheim —finalizó el rubio—. No dejarán que mi hermano y yo nos llevemos toda la gloria ¿o sí?

El pelinegro se vio algo confundido con aquella última frase, mientras Syn sintió más temor por lo que podría suceder.

—¿Qué?

—Vendrás conmigo, ¿no? —preguntó el mayor. El humor del Dios del Engaño cambió de repente, una amplia sonrisa se dibujó en sus labios y se puso de pie, feliz de que su hermano le tuviera en cuenta.

—Sí, claro —aceptó—. No dejaré a mi hermano marchar hacia Jötunheim solo.

Y fue el turno de Syntherea de llevarse una mano al rostro sin poder evitar pensar lo idiotas que eran al meterse a la boca del lobo sólo porque sí. La mayoría de los presentes se dispersaron para buscar prendas más abrigadas y lograr aguantar el clima helado del reino de Laufey, mas Loki se quedó otro momento en el lugar, cosa que la castaña aprovechó sin dudar.

—Iré con ustedes —sentenció ella, poniéndose de pie. El pelinegro se giró con rapidez para encararla.

—¿Te has vuelto loca? —preguntó él, acercándose amenazadoramente.

—Tampoco son el mayor ejemplo de cordura con la decisión que acaban de tomar.

—No Syn, esto es diferente. Nosotros hemos estado en guerras, hemos luchado y sobrevivido a múltiples ataques, sabemos cómo defendernos y qué esperar.

—¿Estás subestimándome? —rió con algo de amargura—. Loki, he entrenado contigo, sé cómo defenderme y-

—¡Esto no es como un entrenamiento, Syn! —alzó la voz, callándola de repente. Respiró hondo, bajando la mirada al ver la expresión de temor y sorpresa en el rostro de la joven. Con delicadeza tomó sus mejillas y la observó atentamente, usando un tono más suave—. No dudo de lo que has aprendido y lo que puedes hacer, es sólo que... —dudó un momento, manteniendo la compostura y buscando las palabras adecuadas—, estaría más tranquilo teniéndote aquí, a salvo, que teniéndote a mi lado en el campo de batalla. ¿Entiendes?

La ojigris lo observó por un momento, pensando en sus palabras y repasándolas mentalmente. Se resignó a asentir, dando paso a una sutil sonrisa del menor y un fugaz beso en su frente antes de dar algunos pasos atrás e irse rumbo a su habitación a buscar más abrigo, dejándola sola en el desordenado comedor. La joven subió las pocas escaleras para ver el horizonte, recostándose en una de las columnas; teniendo el tiempo suficiente para pensar y temer por el bienestar de sus amigos. No supo cuánto tiempo estuvo observando el panorama, pero reconoció el sonido de las herraduras de los caballos golpeando el suelo adoquinado y decidió buscarlos con la mirada, encontrando seis caballos cabalgando sobre el puente arcoíris. Se le ocurrió una idea, la cual tuvo que pensar varias veces antes de decidir llevarla a cabo, puesto que resultaba ser más divertida que quedarse a esperarlos o volver a casa. Respiró hondo antes de usar el hechizo que frecuentaba al querer llegar con rapidez a un lugar, para luego saltar al vacío y alzar vuelo, siguiendo a los jinetes que iban rumbo a la cúpula dorada, alcanzándolos justo cuando se detenían y llamando la atención del príncipe menor cuando deshizo su hechizo, ocasionando que este frunciera el ceño y se acercara a ella luego de bajar de su corcel.

—Te pedí que te quedaras —recordó él, observándola algo molesto.

—Lo sé —respondió con simpleza, sonriendo con los labios sellados—. Pero no dijo nada acerca de acompañarlos hasta el Bifröst, Alteza.

Loki no dijo nada al respecto, simplemente la miró unos segundos antes que los demás se dieran cuenta de su nueva acompañante.

—¡Lady Syn! —exclamó Fandral, sonriéndole a la castaña—. ¿Desea acompañarnos en nuestro viaje al territorio de los Gigantes de Hielo?

La castaña enarcó una ceja al prestarle atención al rubio y rió con suavidad.

—No, no. No iré con ustedes a su misión suicida —respondió con diversión—. Sólo deseo tener una última imagen de ustedes que sea decente para recordar, ya que irán rumbo a su posible muerte —bromeó. Volstagg rió.

—No vamos a morir —aseguró el pelirrojo antes de que el grupo comenzara a caminar hacia el Himinbjörg.

En la entrada a la cúpula estaba el guardián de pie, sujetando la espada Hofuth y observando al horizonte, como si ellos no estuvieran allí. Loki se abrió paso entre los guerreros, acercándose a su hermano.

—Déjame esto a mí —pidió con una sonrisa, acercándose al Guardián—. Buen Heimdall...

—No están lo suficientemente abrigados —dijo el hombre de piel morena, interrumpiendo al príncipe menor y permaneciendo igual de inmutable.

—¿Perdona? —su sonrisa se borró de repente.

—¿Crees que puedes engañarme?

Loki rió ante sus palabras, esperando lograr mantener la mentira.

—Debes estar equivocado-

—¡Suficiente! —exclamó el príncipe mayor, callando a su hermano y dando algunos pasos adelante—. Heimdall, ¿podemos pasar?

—Nunca un enemigo se ha infiltrado durante mi guardia hasta el día de hoy —sentencia el moreno, mirando por un segundo a Loki—. Deseo saber cómo sucedió.

—No deben saber que nos fuimos hasta nuestro regreso, ¿entiendes?

El rubio continúa su camino al Himinbjörg, los demás guerreros le siguen el paso mientras el pelinegro continuaba frente a Heimdall.

—¿Qué pasó? —preguntó Volstagg con un tono burlón—. ¿Tu lengua de plata se convirtió en plomo?

La castaña no pudo evitar mirar mal al guerrero robusto que le daba la espalda y reía ante el comentario que había hecho. Se acercó al menor y posó su mano en su hombro, alentándolo a continuar su camino junto a los demás, él sonrió de lado levemente y comenzó a caminar con el Guardián siguiéndolos de cerca. El pelinegro se dirigió a la abertura de la cúpula mientras la castaña se quedó en las escaleras, manteniendo cierta distancia. Heimdall se acercó a su lado, frente al montículo donde introdujo la espada, activando el mecanismo del puente y dando paso a la salida de rayos desde la Hofuth.

—Les advierto, voy a honrar mi juramento de proteger esta tierra como su Guardián. Si su regreso pone en peligro la seguridad de Asgard el Bifröst permanecerá cerrado y estarán condenados a morir en el reino helado de Jötunheim.

Algunos de los presentes se tensaron, tragando con fuerza ante la idea de quedar exiliados en aquel territorio hostil.

—¿No podrías simplemente dejar abierto el Puente para nosotros? —se atrevió a preguntar el pelirrojo.

—Dejar el Puente abierto liberaría por completo el poder del Bifröst y destruiría Jötunheim con ustedes en él —respondió el moreno con simpleza.

—No tengo planes de morir hoy —sentenció Thor con notable orgullo en su voz.

—Nadie los tiene.

Con esa respuesta, el hombre introdujo más la espada, succionando a los guerreros y los príncipes en el Bifröst y transportándolos al Reino de los Jotnar. Tan pronto llegaron, Heimdall cerró el puente y el silencio reinó en el lugar. La castaña se cruzó de brazos, algo nerviosa con lo que podría estar sucediendo en aquel lejano mundo, la incertidumbre la comía por dentro. Comenzó a caminar por la cúpula mientras Heimdall tenía su vista al frente, probablemente viendo qué hacían. Decidió mirar las estrellas mientras esperaba a que se activara de nuevo el mecanismo, pero lo que sucedió fue mucho más aterrador. Escuchó el trote de un caballo acercándose con rapidez, lo que llevó a la joven a usar su hechizo de invisibilidad, quedándose en un rincón del lugar sólo para ver a Odín entrando, montado en Sleipnir –el caballo de ocho patas– luciendo su armadura y casco, trayendo consigo la Gungnir y una cara de pocos amigos muchísimo más pronunciada.

—¡¿Por qué les dejaste pasar?! —acusó el Padre de Todo, gritándole al Guardián.

—Insistieron en que lo hiciera, Mi Rey —respondió el moreno, haciendo una reverencia y manteniendo un tono sereno.

—Conoces muy bien las reglas.

Heimdall agachó la cabeza, respirando hondo. Odín guardó silencio un momento, sintiéndose perturbado por algo; la castaña se mantuvo estática todo ese tiempo, sintiendo la adrenalina disparándose por su torrente sanguíneo ante la presencia del Rey frente a ella, causando que su corazón se detuviera un segundo cuando el hombre con el parche se giró en su dirección.

—Manifiéstate, sé que estás aquí.

Syn no tuvo otra opción más que acatar la orden de su Rey, deshaciendo el hechizo y mostrándose ante él, sintiéndose pequeña ante su mirada severa.

—Mi Rey, yo-

—No deseo escuchar explicaciones —la calló ante su intento de excusarse, haciéndola tragar con fuerza. Dirigió su atención de vuelta al hombre de armadura dorada—. Abre el Bifröst, llévame con ellos.

El moreno obedeció, activando el mecanismo de nuevo y dándole vía libre a Odín para mover las riendas de su caballo y entrar al Puente, cerrándolo cuando tocó tierra. La joven aún sentía el corazón a punto de salir de su pecho a causa del miedo, temiendo por lo que le esperaba cuando el Padre de Todo volviera.

—¿Estoy en problemas? —se atrevió a preguntar, esperando a la posible o improbable respuesta del moreno.

—Tú no —respondió con simpleza.

Pensó en irse, pero se detuvo cuando el Bifröst fue activado de nuevo, trayendo a todos los asgardianos de vuelta. Syntherea se preocupó al ver a Fandral siendo cargado por los otros dos guerreros mientras se quejaba de dolor; dirigió su atención a los demás, esperando que no estuvieran igual de heridos, centrándose unos segundos más en Loki, quien se veía extraño. Algo parecía haber sucedido en Jötunheim que lo había perturbado, podía verlo en sus ojos, siendo aún más claro cuando estos se conectaron con los de ella aunque su rostro no expresara la más mínima emoción.

—¿Por qué nos trajiste de vuelta? —reclamó Thor, furioso.

—¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¿Lo que empezaste? —acusó Odín.

—Estaba protegiendo mi hogar.

—¡Ni siquiera puedes proteger a tus amigos! ¿Cómo esperas proteger un Reino? —el Padre de Todo sacó la Hofuth de su sitio, lanzándosela a Heimdall, quien logró atraparla—. ¡Llévenlo al Salón de Curación! ¡Ahora!

Los guerreros obedecieron y la castaña fue con ellos,no podía quedarse en aquel lugar, menos con la charla familiar que parecían tener. Caminó al lado de Sif, escuchando el eco de los gritos de Odín y Thor que llegaban hasta el lugardonde estaban, sin saber que sería la última vez que verían al rubio, al menos por días.







*Hlidskjalf: Trono de Odín.

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