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XI

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CAPÍTULO 11
Problemas.


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Syntherea despertó por la intensa luz que chocaba contra sus párpados y un leve malestar que lograba hacer que sintiera su pulso pasando fuertemente por su cabeza. No recordaba mucho de la noche anterior y sentía la necesidad de hacerlo, ya que no recordaba haber llegado a la cama la noche anterior, tampoco reconocía la habitación donde se encontraba y tenía imágenes borrosas de la fiesta de Thor. Su mente se llenó de pensamientos locos al pensar en lo que pudo haberle sucedido tras aceptar las bebidas que le ofrecía el príncipe mayor. Al principio creyó haber llegado a sus aposentos, pero al observar a su alrededor estando más consciente de la situación, se dio cuenta de que no conocía el lugar. Imaginó todos los escenarios posibles –incluyendo los peores– mientras se sentó en la cama y detalló el lugar, intentando a la vez rememorar algo que hubiera sucedido; estaba en el palacio, de eso no había duda, la estructura y el color dorado eran algo que pudo reconocer a simple vista. No obstante, le quedaba adivinar de quién era la habitación en la que estaba.

No tuvo que darle muchas vueltas al asunto, unos minutos después vio la puerta dorada abrirse y al príncipe de cabello azabache entrar con una bandeja de frutas en su mano izquierda. Sonrió tan pronto la vio y ella tuvo el reflejo de cubrirse hasta el pecho con la sábana, después de todo aún tenía su vestido puesto y no había joyas que disimularan el sutil escote que este poseía. La tela la cubría, pero se sentía algo avergonzada aún si no mostraba más de lo debido.

—Buen día, Lady Syn —dijo él, acercándose con su habitual sonrisa—. ¿Cómo te sientes?

Ella dudó un momento en responder, aún inquieta por la situación.

—Bien, creo —respondió algo nerviosa, estuvo atenta a sus movimientos, clavando sus ojos grises en los azules suyos tan pronto se sentó en el borde de la cama y dejó los alimentos a su lado—. ¿Cuánto tiempo dormí?

—Dos días —respondió con suma tranquilidad, llevándose un trozo de manzana a la boca.

La castaña abrió los ojos, estupefacta por sus palabras. ¿Cómo pudo haber dormido dos días?

Estaba a punto de preguntar hasta que vio su expresión cambiar y escucharle reír. Ella resopló.

—No es gracioso, Loki.

—No lo sé, ¿unas nueve horas quizás? Con todo lo que hiciste anoche, pensé que despertarías en la tarde.

La joven se sintió aún más preocupada con sus palabras, la oración «todo lo que hiciste anoche» no le daba muy buena espina. Tener lagunas mentales era horrible. El príncipe menor le extendió el plato y ella tomó una uva, llevándosela a la boca mientras formulaba en su mente la pregunta adecuada a la duda que le carcomía por dentro.

—No recuerdo mucho de lo que sucedió anoche —pausó un momento, tomando el valor para continuar—. ¿T-Tú y yo- bueno, tuvimos...? —comenzó a formular ella, demasiado apenada para decir la palabra exacta y, temerosa de la respuesta, comenzó a jugar con otra uva que había tomado.

El azabache enarcó una ceja y una leve sonrisa socarrona se dibujó en sus finos labios.

—¿Relaciones sexuales?

En ese momento, una parte muy profunda de ella no le veía nada malo a la situación, se sentía bien ante el hecho de que el príncipe la hubiera tocado de una forma más íntima; eso demostraba que sí tenía un interés más allá de la amistad con ella. No obstante, la parte cuerda de su mente, la que predominaba, estaba horrorizada por la idea. Si se había aprovechado de su vulnerabilidad al estar bajo los efectos del alcohol y el efecto amnésico que causaba, eso decía mucho de él; aunque tampoco sentía nada, y según lo que había leído, se siente algo tras la primera vez, más si no fue consentido.

Volvió a la realidad al escucharle reír suavemente al príncipe.

—No, no. Te encontré vagando por los pasillos y te traje para que descansaras. Estabas muy ebria —Syntherea pudo respirar con tranquilidad, ella le creía, al menos le tenía la confianza suficiente para pensar que lo que decía era verdad—. Lo que me lleva a preguntarte: ¿aún sientes algún efecto de la bebida?

La castaña tomó otra de las frutas y antes de comerla respondió:

—Tengo un poco de dolor de cabeza. No es nada, ya pasará

El menor se acercó a ella repentinamente, haciendo que ella se alejara un poco; la mirada suave del azabache le otorgó un poco de tranquilidad y le dejó proseguir. Acercó su mano derecha a su rostro, posándola con cuidado en su frente y recorriendo lentamente el contorno de su rostro con la yema de sus dedos. La castaña frunció levemente el ceño antes de sentirlo, había usado magia para curar su malestar. Le agradeció con una sonrisa, y él le devolvió el gesto. Momentos después, se permitió terminar el racimo de uvas mientras Loki mordía un trozo de pera.

—¿Por qué no tomas un baño? Podría ayudarte con el malestar —preguntó él, de repente.

—No es mi intención ofenderlo, pero ¿acaso insinúa que huelo mal?

—Sólo si lo quieres tomar de ese modo.

La expresión ofendida de la castaña logró hacerle reír. Le agradaba hacerle insinuaciones ofensivas de vez en cuando, así podía mofarse de sus expresiones.

—Pediré que te traigan agua tibia, también podría traerte un vestido nuevo, uno con el que sí te sientas cómoda.

No supo qué responder con exactitud, puesto que se sintió algo apenada, ¿tan notoria era su inconformidad con la prenda que portaba?

—Se lo agradezco, Mi Príncipe, pero no puedo aceptar un nuevo vestido.

—Insisto, es lo menos que puedo hacer.

Su expresión era completamente seria, la miraba de tal forma que lucía como si buscara subyugarla para que aceptara lo que ofrecía, por lo que ella no pudo mantener contacto visual por un tiempo prolongado.

—Vamos, Loki —prácticamente suplicó—. No puedo aceptarlo. Sabes que no me pondría ese vestido por cuenta propia, fue petición de Ekanna y no tuve corazón para negárselo —no reaccionó—. Usaré el hechizo de invisibilidad, nadie me verá.

Loki quedó en silencio por un momento, dándose por vencido al final.

Deberás tener corazón para muchas cosas, Syn —se puso de pie, acomodando sus prendas—. ¿Te apetece algo más? —señaló el plato con frutas, a lo que ella negó, permitiéndole al menor tomarlo—. Por cierto. Ante tu duda de si tuvimos un encuentro íntimo, puedo asegurarte que no pasó nada. Aprovecharme de ese modo no es mi estilo y preferiría que mi pareja esté en sus cinco sentidos antes de llevar a cabo un avance sexual.

Antes de irse le guiñó el ojo, provocando que sus mejillas se tiñeran de rosa con rapidez ante la sutil insinuación. Al verle cerrar la puerta, Syn se apresuró a bajar de la cama y arreglar la parte que había ocupado para luego entrar al baño. Tuvo que esperar unos minutos a que una criada llegara con el agua que necesitaba –la cual le sonrió amablemente y se mostró desinteresada, a pesar de la vergüenza que la castaña sentía–; tras permitirle finalizar su labor, cerró la puerta tras de sí y se apoyó en ella, respirando hondo. Se quitó el vestido, dejándolo sobre un mesón cerca y se tomó su tiempo para asearse, intentando recordar alguna cosa, aunque fuera lo más mínimo, sobre lo que había sucedido en la fiesta.

La única cosa que tenía presente era la última expresión que había visto en el rostro de su progenitor, quien le había dado una mirada extremadamente amenazante antes de irse con Thor, y le carcomía la culpa de estar metida en el baño de la habitación del menor de los Odinson en ese momento, como si no sucediera nada. Aaren la mataría cuando la viera, de eso estaba segura.

Se preparó con rapidez y salió del baño, justo para encontrarse con Loki de vuelta en la habitación, escrutándola con severidad. Tuvo el impulso de cubrir su escote con sus brazos, pero llegó a la conclusión de que no tenía caso, ya la había visto. El pelinegro se acercó pausadamente a ella, intimidándola por la ambigüedad de su expresión; al tenerlo lo suficientemente cerca, pudo notar que sus ojos bajaron fugazmente hacia su prenda, luego sintió su toque en su hombro antes de ser cegada un momento gracias a la cercanía de un hechizo. Le había colocado un chal alrededor del cuello, lo suficientemente amplio como para cubrir su escote, el cual acomodó con delicadeza.

—No hacía falta —reclamó ella con suavidad.

—No, pero quería hacerlo —la castaña suspiró, notablemente tensa por el tema de su progenitor. El príncipe extendió una pequeña bolsa de tela sedosa con las joyas que ella tuvo puestas en la noche, la cual recibió sin pensarlo mucho—. Podría acompañarte y explicar lo que sucedió.

—No hará falta, puedo arreglármelas sola.

El príncipe respiró hondo, resignándose.

—Como desees, entonces.

Loki tuvo su mirada atenta a los movimientos de la joven, viéndole separar y juntar levemente sus labios, al parecer pensando en qué decirle.

—Gracias, por todo.

Enarcó una ceja.

—Lo dices como si no planearas volver—dijo él, haciéndole bajar la mirada a la ojigris.

—Conociendo la situación, no estaría muy segura —jugó con sus dedos para calmar su nerviosismo—. No puedo prometer nada.

El pelinegro le vio sonreír de lado levemente y acercó su mano a su rostro, apartando un mechón de cabello que se había escapado de su simple peinado de trenza.

—No te tropieces en el camino.

Ella asintió, divirtiéndole aquel comentario y tras un simple adiós, la vio irse de sus aposentos. Se quedó un momento observando la puerta, pensando en las palabras de la castaña y en la posibilidad de que no regresara; pronto salió de su ensimismamiento para acercarse a su sillón de lectura, tomando el libro que yacía en la mesita al lado. No logró terminar de pasar sus ojos la primera oración cuando vio por el rabillo del ojo la puerta de su habitación abriéndose, dándole paso a una cabellera dorada que se recostó en la pared contigua con una sonrisa socarrona en el rostro.

—¿Acaso nunca aprendiste a tocar? —dijo él con aspereza.

—¿Esa era Syn? —inquirió el mayor, ignorando la mordacidad de su hermano—. Anoche la perdí de vista, pensé que se había ido a casa.

—¿Sigues ebrio, hermano? Creo que estás viendo espejismos.

El rubio frunció el ceño ante la respuesta de su hermano, notando que de cierta forma se estaba defendiendo; no se había dignado siquiera a darle una mirada llena de veneno, como solía hacerlo cuando se metía en asuntos ajenos, lo cual le dio la pista perfecta para saber que ocultaba algo.

—Algo me dice que no fui el único que tuvo una buena noche —insinuó él, levantando las cejas y acercándose al azabache, quien finalmente le observó.

—Por el contrario, no pude conciliar el sueño, menos con el ruido que provenía de tus aposentos —respondió, usando un tono aparentemente calmado, pero finalizado con una sonrisa que no tenía nada de amigable—. Lo que me lleva a preguntar: ¿le diste un beso o simplemente le arrojaste las prendas a la cara como despedida?

El mayor resopló, acercándose a su hermano.

—Ella me besó antes de irse, no pasó la noche conmigo —se encogió de hombros—. Es mejor así.

—Por supuesto, de lo contrario habrías perdido todo tu encanto cuando ella te escuchara roncar.

—Yo no ronco —aclaró, ofendido por el comentario—. No has respondido a mi pregunta.

Loki rodó los ojos.

—¿Me recuerdas por qué es de tu incumbencia?

—Sólo dime, no se te caerá la lengua si lo haces.

El azabache apartó la mirada un momento ante la insistencia del bárbaro enfrente de él.

—No negaré ni afirmaré nada de lo que intuyes —replicó con simpleza—. Ahora, ¿podrías dejarme leer en paz?

El rubio bufó, dándose por vencido. Dio la vuelta sin decir más y se fue de la habitación, dejándole continuar su libro tranquilamente.









El nudo en su estómago se hacía cada vez más insoportable con cada paso que daba camino a su hogar, en su mente formulaba todo tipo de explicaciones y excusas que fueran lo suficientemente convincentes para que la reprimenda de su padre no fuera tan severa. Sin embargo, sabía que nada la libraría del castigo que seguro tenía planeado para ella, tanto por haberle mentido como por haberse quedado en el palacio sin haberle dicho algo o dar señales que estaba bien. Podría jurar que por la mente de Aaren había pasado todo tipo de escenas infames acerca de lo que pudo sucederle mientras estaba allí.

Estando cerca de su hogar, su miedo incrementó. Sentía su corazón latir desbocado, al punto de escucharlo en su cabeza; el nudo en su estómago no podía tensarse más; le parecía que incluso tenía náuseas. La cereza del pastel era que sentía frío –a pesar del clima cálido de aquel día– y le temblaban las manos.

Respiró hondo, intentando calmarse y disminuir su frecuencia cardíaca antes de deshacer el hechizo que la cubría e ir hasta la entrada. Tragó con fuerza a encontrarse de frente con su padre y Ekanna, quienes la observaban con severidad, en especial su progenitor. Terminó de entrar bajo las miradas intimidantemente desaprobatorias de ambos; esperó a que dijeran algo, pero ninguno se atrevía a abrir la boca por el momento.

Quería que la tierra se la tragara y la escupiera en otro mundo.

—P-Puedo explicarlo —dijo ella, su voz tembló y se tomó las manos con nerviosismo.

—¿En serio? ¿Ahora? —inquirió Aaren, haciéndole sentir peor. La joven esquivó la mirada de su padre, no era capaz de mantenerle contacto visual.

—S-Sólo somos amigos, no ha pasado nada entre no-

—No me interesa eso, Syntherea —su voz sonó inquietantemente tranquila, sombría. Pudo ver el esfuerzo que hacía por no alzar la voz—. Quiero saber el por qué me ocultaste esto por... ¿cuánto tiempo? ¿Siete años?

La castaña dirigió su mirada a la rubia, quien permanecía con una neutralidad impasible que le ponía la piel de gallina.

—No la mires, no te salvará de esto.

La ojigris suspiró, tomando valor.

—Yo sabía que no te tomarías a bien que me haya hecho su amiga.

—Oh. Qué bien que lo sepas.

—Quería decírtelo, de verdad. Intentaba buscar el momento adecuado para hacerlo, pero tenía miedo. No sabía cómo reaccionarías.

Apresuró las palabras, buscando la forma de aliviar la tensión que tenía. El hombre rió con amargura, dándole a entender a la joven que con eso no bastaba.

—¿Cómo reaccionaría? No lo sé, Syntherea, ¿cómo quieres que reaccione? ¿Sonriendo y celebrando que tienes estas amistades a mis espaldas? Soy tu padre, niña. No tienes derecho alguno para mentirme y hacer lo que te venga en gana.

»Te he criado y protegido de todo, te he dado lo que querías y podía darte. Me he esforzado por ser un padre ejemplar, por ti, por tu madre ¿y así es como me pagas? Escabulléndote con los príncipes y mintiéndome diciendo que socializabas con otros jóvenes del pueblo. Confié en ti, ¿y qué haces tú? Te vas con un patán con título noble a beber a su mesa y te pierdes hasta el día siguiente. ¿Tienes idea de lo mucho que me preocupé?

Sus ojos comenzaron a arder mientras digería todo lo que su padre decía. Tenía razón. Le miró a los ojos, pidiendo compasión, pero no encontró lo que buscaba.

—Yo... lo siento. No pensé que-

—No, no pensaste. Así de simple —observó el chal que la cubría y sonrió sin gracia alguna—. Y después de hacerte quién sabe qué cosas, tiene las agallas de cubrirte. ¿Qué, ahora eres su propiedad? ¿Vendrá a reclamarte también cuando le venga en gana?

—Aaren —le reprendió Ekanna, observándolo con severidad. Él tensó la mandíbula.

—No sucedió nada. Lo juro —respondió ella con voz temblorosa, desesperada por hacerle entender que no había hecho nada malo con ellos, que los rumores que había sobre ella eran completamente falsos.

—¿Por qué debería creerte? ¿Cómo sé que esta no es otra de tus mentiras? —aquellas palabras le afectaron. Sentía su corazón contraerse dolorosamente en su pecho, pero intentó mantenerse firme—. No volverás a salir sin permiso. Te lo prohíbo. ¿Entendiste?

La castaña respiró hondo, asintiendo suavemente con la cabeza.

—Sí, padre.

Aaren se veía notablemente iracundo, mas intentaba aparentar tranquilidad. Respiró hondo, calmándose.

—Ahora, ve con Ekanna, tienen trabajo que hacer. A menos que quieras confesarme algo más que hayas ocultado.

Ella negó, bajando la mirada.

—No hay nada más, padre.

—Eso espero.

La joven se dirigió a su habitación como alma que llevan a Hel, y aguantando las lágrimas que amenazaban por salir de sus ojos, buscó una prenda más adecuada para ir con la rubia.

No podía lamentarse, se lo merecía. Sabía que pasaría tarde o temprano. Debía afrontar las consecuencias de sus actos, de nada serviría llorar. No le dolía el hecho de no poder volver al palacio, le dolía que su padre ya no confiara en ella, aunque era a lo que se exponía al llevar a cabo sus acciones. Se arriesgó más de lo debido y ahora rendía cuentas.

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