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VIII

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CAPÍTULO 08
Dagas y roces.

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La herida de Syntherea cicatrizó en poco tiempo, ella misma se sorprendió al notar que la marca del corte se curó más rápido de lo que recordaba. Estaba confundida, por ello decidió preguntarle a su padre sobre lo que sucedía, su respuesta fue mucho más simple de lo que esperaba.

—Te conviertes en adulta, mi niña.

Y era que, según explicó Aaren, al crecer el cuerpo comienza a cambiar, tanto por su paso por la pubertad como por los factores de ser de naturaleza asgardiana: la piel comienza a hacerse más resistente y las heridas cicatrizan más rápido, se envejece con lentitud –lo cual les permitía vivir poco más de cinco mil años–, entre otras ventajas que al parecer eran más notables al ponerlas en práctica con seres "inferiores", como los mortales.

Y era que, entre los asgardianos estas cualidades eran de lo más comunes; al menos eso creía. Y no quería probarlo al confesarle que fue Thor el causante de su corte.

La castaña le había dicho a su progenitor otra mentira, donde se adjudicaba haberse lastimado mientras cortaba un trozo de tela para Ekanna. No tenía idea de si se estaba volviendo una buena mentirosa –cosa que le causaba remordimiento– o si Aaren era demasiado confiado con ella, puesto que siempre le creía. Se sentía sucia, muy sucia; pero era eso o recibir quién sabe qué castigo por ocultar lo que había hecho durante esos años.

Las mentiras tienen patas cortas, y estaba segura de que las suyas no eran la excepción.

Syn terminaba de prepararse para ir con Ekanna, le dio una fugaz mirada a la cicatriz de su mano y terminó por salir de sus aposentos con un vestido ámbar y su cabello recogido en un peinado trenzado. Fue al taller donde solía estar su padre para despedirse como de costumbre, interrumpiendo su labor al verle tallar detalles en una hombrera que le había pedido la rubia. Sí, el herrero también le ayudaba a Ekanna en su trabajo; poseía una habilidad artística que beneficiaba a la costurera y que la ojigris adoraba de él.

Se acercó y vio que en la pieza metálica tallaba lo que parecía ser un búho.

—Está hermoso, padre.

—¿De verdad? —frunció levemente el ceño, observando su progreso—. Y aún no está terminado.

Ambos rieron levemente ante el comentario. La joven tuvo una creciente curiosidad por el animal que había optado, ya que no era la primera vez que lo elegía. Incluso en la pared de su habitación había un hermoso búho moldeado en pequeñas y detalladas piezas de metal cobrizo y con un par de cristales amarillos en los ojos.

—Veo que te gustan mucho los búhos, Padre —el hombre rió levemente.

—¿Tanto se nota? —pudo ver en su mirada un ápice de nostalgia al poner sus ojos sobre la hombrera—. Tu madre y yo los adorábamos. Ella cuidaba de uno durante su niñez.

—¿Madre tuvo un búho de mascota?

—No estoy seguro de si debería llamarlo así —se levantó de su asiento y buscó otra herramienta para continuar—. Ella me contó que lo encontró malherido y lo curó. Creyó que nunca lo volvería a ver después de liberarlo, pero cada noche lo escuchaba frente a su ventana; ella lo alimentaba y le observaba unos minutos hasta que se iba. Al menos hasta que tuvo que venir a Asgard.

Syn frunció el ceño.

—Pensaba que Madre era Asgardiana.

—No, era Vanir —reveló con simpleza—. Pero llegó a Asgard poco antes del inicio de la guerra con su mundo. Pensaba que te lo había comentado.

La castaña sonrió levemente y negó con la cabeza. Había cosas que su padre no le contaba acerca de su fallecida progenitora, pero no insistiría. Quizás algún día le preguntaría más sobre ella, por ahora se conformaría con hechos pequeños que surgieran al azar. Debía admitir que los secretos que existían de su madre le causaban mucha curiosidad y quería conocer tanto como pudiera de ella.

—Syn —su tono cambió al que él solía usar cuando quería que le confesara algo. Se le hizo un nudo en la garganta—. He escuchado algunas cosas rondando por el pueblo.

La castaña tragó con fuerza, más disimuló muy bien el temor y la incomodidad que la invadió repentinamente.

—¿Qué clase de cosas, Padre?

—Ha surgido el rumor de que los príncipes se han encariñado con una chica, del pueblo —declaró él, sin expresión alguna en su rostro—. ¿De casualidad sabes algo sobre ello, Syntherea?

Esta era su oportunidad, debía aprovechar para confesarle lo que le había ocultado por tanto tiempo. Debía ser sincera con él.

—No, para nada.

Pero su miedo era más fuerte.

—¿Segura?

—Bueno, creo que he escuchado unas cosas, pero nada fuera de lo común —admitió.

Aaren se relajó levemente y le sonrió a su pequeña, acarició su mejilla con el dorso de su mano y la dejó ir, creyendo en sus palabras. Aunque en el fondo, sabía que ocultaba algo.





Como de costumbre, la castaña caminaba por los jardines del palacio, rumbo a la biblioteca donde se había quedado leyendo y buscando nuevos hechizos para practicar mientras su mano sanaba, sin embargo, ahora que ya estaba en toda capacidad para moverse –sin el miedo latente de lastimarse de nuevo– tenía curiosidad de lo que el príncipe menor tendría planeado para ella. Moría de ganas por aprender a transformar su apariencia como él, más no se atrevía a decirle.

En la entrada a la estructura de oro había un Einherjar que tan pronto la vio acercarse le informó:

—Lady Syn,el Príncipe Loki le espera en la arena de entrenamiento.

La joven se sorprendió ante sus palabras, le agradeció y regaló una sonrisa antes de tomar el camino que la llevaría a la arena. Se preguntó qué tramaba el pelinegro, temía que tuviera algún plan maquiavélico contra Thor, o incluso contra ella.

Recordaba bien la ruta al lugar de entrenamiento, ¿cómo perderse con el eco de los metales chocando cada vez haciéndose más cercano a cada paso que daba? Al llegar no se atrevió a salir al balcón frente a ella, se limitó a observar todo desde las columnas y admirar en silencio. A lo lejos podía ver algunos soldados moviendo sus espadas con agilidad, podía notarlo gracias al destello que estas emitían con el movimiento; más cerca pudo ver a algunos guerreros más jóvenes, de un amplio rango de edad; el que se veía mayor era fornido y de cabellos rojizos, se mofaba de sus contrincantes y de lo debiluchos que eran, pero quien llamaba la atención era la joven de cabellos negros que luchaba con el príncipe mayor, debía ser la hija de la mujer que había acudido al taller de Ekanna días atrás.

La chica tenía su cabello recogido en una coleta alta y le hacía difícil la tarea al rubio de vencerla, era bastante ágil con la espada, podía ver la expresión de cansancio –y un poco de fastidio quizás– que tenía el primogénito de Odín en el rostro. Le impresionó cuando ella logró desarmarlo en un rápido movimiento, tirándolo al suelo y ganando el combate. Una sutil sonrisa se dibujó en sus labios y trató de encontrar al príncipe menor, quería ver qué clase de arma dominaba y qué tan hábil era con esta, más no pudo encontrarle

—¿Buscas a alguien? —escuchó a sus espaldas.

La castaña se sorprendió al voltearse y encontrarse frente a frente con Loki, quien le miraba con su habitual sonrisa traviesa plasmada en su pálido rostro.

—Creo que ya lo encontré.

—¿Oh, de verdad? —su sonrisa se amplió y enarcó una ceja.

La ojigris frunció levemente el ceño, confundida. Quizás era algún juego suyo. Movió su mano para tocarle y asegurarse de que era él quien estaba frente a ella. Rodó los ojos al ver sus dedos atravesar su brazo y la ilusión comenzó a desaparecer con un destello verdoso.

—Muy gracioso —murmuró ella.

Volteó de nuevo para observar a los demás entrenar, mas se sobresaltó al encontrarse frente al verdadero Loki, a pocos centímetros de ella, recostado en la columna y observándola con una sonrisa socarrona. Por reflejo, Syntherea dio un paso hacia atrás para conservar un poco de distancia de él.

Ella intentaba restarle importancia y pensar en otras cosas, pero se sentía extraña al estar en presencia del príncipe menor; se ponía nerviosa, sentía algo revoloteando en su estómago y admitía estaba a gusto cuando estaba con él. A veces su rostro aparecía en su cabeza, protagonizando situaciones que posiblemente nunca sucederían. Y era que, por mucho que supiera lo mal que estaba tener sentimientos por el príncipe, no podía evitarlo, y sentía se lastimaba a sí misma con la fantasía de tener una oportunidad con él.

Las palabras de Ekanna siempre habían estado presente en su cabeza, recordándole que como mucho podría llegar a ser una buena amiga, alguien con quien él pudiera confiar; y debía conformarse con ello. De todos modos, ¿qué podría a él atraerle de su persona? No pertenecía a la nobleza, tampoco era alguien importante, su padre era un herrero y era aprendiz de una costurera que cada cierto tiempo creaba vestidos para la Reina. No había nada de valor que le interesara al heredero al trono.

Ella se conformaba con la confianza que él parecía tenerle; o al menos eso había demostrado un día mientras su herida aún sanaba, donde él le había pedido que le leyera en voz alta mientras recostaba su cabeza en sus piernas. La castaña aceptó gustosa y actuó con naturalidad mientras por dentro moría de nervios por su cercanía y su corazón latía desbocado. En ese momento, ella tuvo la fugaz idea de pasar sus dedos por su cabello, pero no lo creyó apropiado y prefirió centrarse en el libro antes de hacer algo de lo que luego se arrepentiría.

Regresando a la realidad, el azabache llevó a la joven a la arena, al verlos, el príncipe mayor se acercó y tras unas cuantas palabras presentó a los demás que entrenaban con él. El pelirrojo algo robusto y notablemente mayor se presentó como Volstagg; otro rubio lo hizo dándole una reverencia y un beso en los nudillos a la joven, su nombre era Fandral; el más serio de todos y que le saludó con un movimiento de cabeza era Hogun y la joven aprendiz de la que tanto oyó hablar era Sif. La pelinegra debió escuchar de ella también, puesto que la observó de pies a cabeza, escrutándola, como si intentara adivinar algo. Al final terminó sonriéndole, quizás un poco por cortesía.

Unos momentos más tarde, los cuatro aprendices y Thor se fueron a descansar, dejando el espacio de la arena a completa disposición del menor. Syntherea no sabía a qué venía él cuando tomó un par de dagas y se acercó a ella.

—Oh, no. No, no, ni lo pienses —comenzó a decir la ojigris, retrocediendo.

—Dudo que eso fue lo que le dijiste a Thor cuando estuvo dispuesto a presumir sus dotes de bárbaro.

La joven tragó el nudo que se formó en su garganta.

—No es mi intención ser grosera, Alteza, pero-

—¿Acaso no confías en mí? —inquirió él, enarcando una ceja—. Quiero enseñarte a defenderte, o al menos que sepas reaccionar cuando te ataquen.

—¿Quieres enseñarme a pelear?

—No me malinterpretes. Quiero que seas capaz de defenderte, que esa apariencia de niña indefensa no sea tan cierta como lo es —la castaña iba a refutar sus palabras, más no tenía argumentos para hacerlo. Se aguantó las ganas de llevarle la contraria—. Primero lo primero, tu atuendo.

Observó el vestido que había escogido ese día, notando que tenía razón. La falda le impediría moverse cuando lo necesitara, así que estuvo de acuerdo con cambiarlo. El príncipe hizo un movimiento con su mano y el vestido se transformó en prendas del mismo estilo de las que traía puestas la joven Sif. Syn se quedó observando su nuevo atuendo.

—No creo que necesite de estos por el momento, no voy a entrenar como ustedes —observó las partes metálicas en sus antebrazos—. ¿No sería mejor si...?

Dejó la frase a medias al sentir la repentina cercanía del príncipe, tenía una daga tras su cuello y otra estaba presionada por la parte plana en su tráquea. El color abandonó su rostro, tanto por el repentino ataque como por tener a Loki a muy pocos centímetros de su rostro. Contuvo el aliento y no se movió ni un centímetro. Temía que al moverse lograra herirse, de nuevo.

—Lección número uno. Nunca te distraigas.

—N-No creo que e-esto sea buena idea —tartamudeó ella, sus ojos estaban abiertos de par en par y su temor le hacía pensar que el filo de las dagas le atravesaría la piel.

El azabache rió. Su voz aterciopelada logró erizarle la piel y pudo tranquilizarse cuando se apartó de ella.

—Yo digo que es una maravillosa idea. Quizás así logres ser más que una cara bonita.

—¡Oye! —exclamó ella, algo ofendida y con la mente demasiado nublada para captar el cumplido del príncipe, que reía de nuevo.

—Intenta atacarme.

Fue el turno de la castaña para reír.

—Debes estar bromeando —enarcó una ceja un corto momento, observándole con incredulidad.

—Ni un poco.

—Estás armado, podríamos salir heridos.

—Oh, Syn. Yo no sería capaz de lastimarte —la ojigris continuó sin moverse, haciéndole bufar y dejar las dagas a un lado—. Está bien, como quieras. Iremos despacio.

Loki se acercó de nuevo a ella, moviéndose con tal rapidez que la joven sólo se dio cuenta de que la había inmovilizado cuando sintió su aliento frío chocando en su oreja y sus manos heladas aprisionando sus brazos, manteniéndola peligrosamente cerca de él. Su cerebro trabajó muy rápido en ese momento, tanto para evitar que los colores se le subieran al rostro como para pensar miles de cosas, entre ellas –y la más repetida–, el por qué la temperatura del príncipe era siempre tan fría.

Sintió su piel erizarse cuando el pelinegro comenzó a hablarle al oído, su voz sonando un tono más grave mientras le explicaba las formas en que podría salir de aquella situación. Ella procuraba concentrarse lo máximo posible, mas se le dificultaba con los sutiles roces inocentes y la voz aterciopelada de Loki.

Se esforzó en aparentar naturalidad, consiguiendo aprender lo que él le indicaba, aún con el corazón latiendo con desenfreno y siendo torpe en ciertas situaciones. Lograban divertirse a pesar de todo, y ¿qué podría saber ella si en el futuro llegaría a necesitar lo que le enseñaba? Si aprendía en vano no le importaba, puesto que pasaba tiempo con el príncipe, y con eso le bastaba.

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