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VII

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CAPÍTULO 07
Corte limpio.

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—¡Auch! ¡Eso duele! —se quejaba la castaña.

—Tal vez si te quedaras quieta podría no lastimarte.

—Estoy quieta, Ekanna —la rubia rodó los ojos.

—No te muevas, ya casi termino.

La joven bufó. Maldecía el momento en que aceptó ser el modelo de costura para un vestido que se le había ocurrido diseñar a la mujer. Creyó que sería divertido al inicio, pero se dio cuenta que no lo era y ya era demasiado tarde para cambiar de opinión. Había perdido la cuenta de cuántas veces los alfileres y agujas se habían metido en su piel, además que sus extremidades le hormigueaban por estar un largo rato en la misma posición. Lo peor del asunto era que la rubia lo había hecho ajustado en el torso, por lo que se veía obligada a controlar su respiración; si inhalaba mucho podía romper la tela o desencajar los alfileres, y no quería verse frente a frente con una Ekanna supremamente enojada.

Se estremeció de nuevo al sentir de nuevo un pinchazo en su espalda, más se resistió a decir algo. La mujer se tomaba su tiempo al coser cada centímetro a la perfección, ajustando todo y asegurándose de que quedara tal y como ella lo quería. Era cierto lo que había dicho, le quedaba poco, y la ojigris esperaba ansiosamente el momento de poder quitarse aquella prenda y respirar con tranquilidad, incluso estirarse y que sus huesos comenzaran a tronar uno tras otro, liberándose del hormigueo que sentía en su cuerpo. Desgraciadamente, su libertad tendría que esperar, puesto que la rubia tuvo la obligación de atender a una clienta que llegó repentinamente. ¿Qué había hecho mal para que las Nornas le castigaran de esa forma? ¿Qué hizo mal aparte de nacer?

—Me encanta lo que estás haciendo —dijo la mujer de cabello negro mientras observaba a Syntherea, quien intentaba parecer neutral mientras suplicaba en su mente que se largara—. ¿Es ella tu hija?

—¿Qué? —rió la rubia—. No, no. Ella es mi aprendiz, se ofreció a ayudarme con el vestido.

—Y me arrepiento de ello —murmuró.

—¿Disculpa? —se volteó a ella con una ceja alzada.

—Que es un vestido muy bello —pretendió repetir. Añadió una sonrisa al final para darle más veracidad.

La rubia desconfió de sus palabras, sin embargo, continuó hablando con la mujer que le pedía un estilo que había hecho anteriormente y que tenía que buscar en otro lugar del taller.

—A mi hija no le gusta tanto el tema de vestidos —le escuchó decir a la mujer mientras observaba los diseños terminados en las figuras de madera y metal. No tenía mucho más para hacer, así que se limitó a escuchar la conversación.

—¿Ah, no? —respondió Ekanna mientras buscaba en la habitación de almacenamiento—. ¿Qué le gusta?

—Le apasiona el combate y las armas, incluso entrena junto a los príncipes.

La castaña pudo notar el toque de orgullo que portaban sus palabras; había escuchado sobre la chica que entrenaba, más nunca se había atrevido a preguntar o saber de ella. Quién diría que iba conocer más sobre la joven por palabras de su mismísima madre.

—Yo le digo que tenga mucho cuidado, no quiero que salga herida o que se aprovechen de ella.

—Dudo mucho que puedan salir ilesos si lo intentaran —añadió la costurera. La mujer rió.

—Por lo menos sé lo que hace, y que no anda metiéndose donde no debe. No como esa otra chica que ronda por el palacio.

Syn se tensó al escuchar aquellas palabras. Estaba segura de que estaba a punto de decir algo malo sobre ella, una parte suya prefería no escuchar, ella misma sabía lo que hacía dentro de la estructura dorada, aunque otra parte quería escuchar la difamación en su contra que probablemente ya ha recorrido el pueblo entero.

—¿Hay otra chica? —inquirió Ekanna, fingiendo no saber quién era.

—Oh sí, una chiquilla sinvergüenza. Le han visto recorrer el castillo con los príncipes; tiene una actitud bastante lasciva, se acerca a ellos sin escrúpulo alguno.

—¿En serio? Vaya.

—¿Qué clase de padres tiene? —añadió la mujer. A este momento, la castaña estaba experimentando una combinación de ira, confusión e impotencia ante lo que decía la pelinegra. Quería aclarar las cosas, pero aquello la delataría; y con tales rumores rondando, prefería morderse la lengua—. ¿Cómo puede comportarse así? ¡Y frente a los ojos de los Reyes! No sé ni cómo le permiten entrar. Es una...

—¿Es este el vestido que buscaba? —le interrumpió la rubia, llegando con un vestido color oliva en sus manos.

Y bien hizo en interrumpirla, la joven había comenzado a pensar en lo conveniente que podía ser el uso del último hechizo que había practicado con Loki.

¿Se metería en muchos problemas si la convertía en ratón? ¿En salamandra quizás?

—¡Es justo lo que estaba buscando! —celebró la clienta, acercándose rápidamente a la rubia y observando la prenda con más detalle.

Tras eso, la castaña dejó de prestar atención a ambas mujeres y comenzó a tener un debate mental. ¿Por qué se decían tales calamidades sobre ella? No hacía nada malo, no tenía intereses de dudosa benevolencia, ¡ni siquiera se atrevía a acercarse más de lo debido! La única vez que llegó a tocar a alguno de los príncipes fue durante una broma de Loki, y no fue porque quisiera. El muy tramposo la había convertido de nuevo en serpiente –sin su previo consentimiento– y la lanzó hacia Thor, transformándola de nuevo en medio del aire. Cayó sobre él, tirándolo al suelo y terminando en una posición comprometedora, en la cual su rostro quedó clavado en donde debería estar su escote, cosa que al príncipe le agradó de cierta forma, pero que a ella le tiñó las mejillas de rojo.

Para cuando se dio cuenta, la mujer ya se había marchado y de nuevo estaba a solas con Ekanna, quien la observaba sin una pizca de emoción en el rostro. Le intimidaba que tuviera esa actitud con ella, ¿acaso le había creído a la mujer?

—Déjame explicarte, yo...

—No tienes que explicar nada —le cortó la rubia, tomando de nuevo la aguja con la que estaba uniendo el vestido. Syn suspiró con pesadez.

—No le crees, ¿verdad? —la mujer posó sus ojos azules en ella—. Ekanna, yo no sería capaz de-

—Sé que no, Syn —respondió ella, comenzando a coser lo que faltaba—. La gente del pueblo se mete donde no les llaman y malinterpretan las cosas. Tengo experiencia con ello.

—¿Han dicho algo sobre ti?

—Oh, sí —resopló—. Mucho se ha dicho que tu padre y yo éramos amantes desde antes de casarse con tu madre.

La castaña se tensó al escuchar sus palabras.

—¿Y pasaba algo entre ustedes?

La rubia se detuvo repentinamente y la miró con los ojos muy abiertos, clavó la aguja que usaba en una parte de su cintura a propósito, haciéndola chillar.

—¡Por supuesto que no, Syntherea!

—¡Pero no tenías que hacer eso! —lloriqueó.

—Tu padre y yo somos amigos cercanos desde que tenemos memoria, nunca nos vimos de otra forma —aclaró—. Somos como hermanos de otra madre, por decirlo de algún modo.

—¿Y por qué nunca te defendiste? Me refiero a que no aclaraste nada ¿o sí?

—Quienes me conocen sabían que, aunque así lo hubiera querido, no podía.

La ojigris frunció el ceño.

—¿Por qué? —la mujer suspiró.

—Creo que nunca te lo había mencionado, pero yo hice un voto de castidad el mismo día que me hice mayor de edad, lo tenía planeado desde antes. No puedo tener una relación amorosa ni todo lo que conlleva —la joven asintió lentamente, entendiendo y atando cabos—. ¿Ahora ves lo mucho que las personas pueden alterar los hechos?

Una duda surgió en su cabeza, y quería saber la respuesta.

—¿Mi madre sabía de eso?

—Claro que sí, tuve que aclarárselo cuando escuchó el rumor —sonrió de lado al recordar—. Se le veía muy feliz con tu padre, no podía permitir que esa mentira los separara.

La rubia continuó con su trabajo, reforzando algunas puntadas.

—No dejes que te afecte lo que digan de ti, tú sabes lo que haces bien y lo que haces mal. Déjalos hablar y réstales importancia.

—¿Y si le dicen a mi padre? ¿Y si se da cuenta que soy yo?

Ekanna suspiró. Ella, mejor que nadie, sabía lo mucho que a Aaren le disgustaría escuchar tales falacias sobre su hija, y conociéndolo, quizás las terminaría creyendo por la mera paranoia de que su pequeña está creciendo y comienza a inclinarse al lado oscuro.

—En ese caso, dependerá de ti confesar o mantenerlo oculto —sentenció la mujer—. Algún día deberás decírselo, lo sabes.

—Ya sé, es sólo que... No sé ni cómo iniciar —confesó—. Quiero contárselo, pero sé que se enojará.

—Fue tu decisión seguir mezclándote con los príncipes, deberás afrontar las consecuencias.

—¡Tú me alentaste a hacerlo! —se indignó levemente—. Deberías ayudarme, no recordármelo.

—Bueno sí, pero... —se dio por vencida al no encontrar una excusa rápida—. Sólo usa las palabras adecuadas y procura hacerlo cuando esté tranquilo, de otro modo, nos veremos en Hel.







Syntherea se encontraba caminando por los jardines del palacio; no tenía prisa alguna, había llegado más temprano que de costumbre y con el propósito de hacer tiempo se dispuso a observar la flora del lugar. Una sonrisa ladina se formó en su rostro al ver el enorme rosal en el que solía esconderse y recordó las veces en que jugó con los príncipes, sintiéndose un poco nostálgica. Continuó su camino con tranquilidad, admirando su entorno y disfrutando del ambiente tranquilo que poseía el jardín. Al menos hasta que escuchó a alguien llamándola. Dirigió su atención al lugar de donde provino la voz y sonrió al ver a Thor acercándose.

—No esperaba verlo por aquí, príncipe.

—Ni yo a usted, Lady Syn —le dio una fugaz mirada a su atuendo, fijándose en un punto en particular que le hizo desear a la castaña haberse puesto algo más cubierto.

—Iba a la biblioteca, sólo quería continuar un libro que había empezado hace unos días —explicó ella, logrando que el rubio subiera la mirada a su rostro y se sintiera menos incómoda.

—Creo que Loki fue a sus aposentos, no lo encontrarás allí.

—Oh, puedo esperarle.

—¿Por qué no me acompañas al campo de entrenamiento? Me gustaría mostrarte algo —ofreció, sonriéndole. La joven se permitió dudar de aquella propuesta por un momento—. Sólo será un momento, así no tendrás que esperar mucho a mi hermano.

Ella quiso negarse, pero la insistencia del mayor terminó por convencerla. Syntherea lo siguió por los pasillos del palacio, escuchando el eco del metal chocando hasta finalmente llegar al lugar que había dicho Thor. Los soldados aún continuaban con su entrenamiento, combatiendo con destreza y esquivando con agilidad los ataques ajenos. El príncipe la llevó a la arena, donde no estaban los Einherjar para tener un poco más de libertad.

—Sé que Loki te ha mostrado y enseñado acerca de los conocimientos de magia que tiene, pero nunca te ha mostrado lo que hemos aprendido aquí.

—Está en lo correcto —respondió con una sonrisa burlona. La había traído para presumir sus dotes de bárbaro –como le llamaba Loki en ocasiones–, sin embargo, le daría el gusto—. ¿En qué es usted bueno, Príncipe Thor?

—Verás —comenzó él, yendo hacia la armería y tomando una espada—. En este tiempo descubrí que soy muy bueno con las espadas.

La castaña intentó no pensar en las muchas veces que el pelinegro le había dicho que su hermano era un presumido y arrogante a tiempo completo, incluso intentaba parecer neutral al ver al rubio confirmar las palabras del menor sin que se diera cuenta, más no podía evitar que una pequeña sonrisa se formara en sus labios, la cual intentaba disimular al posar su mano derecha en su mentón.

—Esto es mucho más entretenido que unos hechizos. Te mostraré.

Al verle empuñar con firmeza el arma, dispuesto a demostrar que lo que decía era cierto y viendo la cercanía que tenían, se atrevió a preguntarle:

—¿Estás seguro? Podrías causar algún daño.

Y el mayor, riendo, contestó:

—Syn, sé lo que hago.

El rubio comenzó a mover la espada con agilidad, girándola en una de sus manos mientras imaginaba a un enemigo al cual atacar; la castaña debía admitir que era un poco bueno en el uso de la espada, sólo le quedaba verlo en un combate real para saber si de verdad sabía poner en práctica todas las maniobras que presumía.

Llegó un momento en el que comenzó a moverse con más rapidez e inconscientemente se acercaba a ella; la ojigris notó esto y temió que el filo de la hoja –que pasaba peligrosamente cerca de su cuerpo– podría llegar a herirla.

—Thor —le llamó, retrocediendo a su cercanía e intentando que reaccionara—. ¡Thor!

El rubio hacía caso omiso a su llamado y continuó moviendo el arma. La castaña estiró su mano derecha por reflejo frente a su cuerpo, buscando quizás tomar la parte plana de la espada y hacer que el rubio se detuviera. Gran error. Ahogó un quejido al sentir el roce de la hoja contra la palma de su mano; dio un largo paso hacia atrás, tomando la distancia que debió tomar desde antes. El mayor detuvo su exhibición de "talento" al ver a la castaña observando su extremidad en una especie de shock.

—¿Syn? ¿Estás bien? —preguntó el príncipe, dejando de lanzarse flores con aquellos trucos que había aprendido hacía poco. Sus ojos azules se fijaron en la línea carmesí que fluía por su mano—. Estás herida.

La joven acercó la zona herida a su cuerpo, tratando de que no fuera tan notorio el corte.

—Es sólo un rasguño.

Thor tomó su muñeca con algo de brusquedad, logrando ver el corte limpio que le había hecho por descuido. La castaña se quejó, sintiendo aún más el dolor de la herida y la sangre tibia brotando de la misma.

—Eso no luce como un rasguño —alegó él, tirando la espada al suelo—. Te llevaré al Cuarto de Sanación.

—Estoy bien, en serio —intentó convencerlo, riendo con algo de nerviosismo.

El príncipe rodó los ojos, tomándola de la mano sana y llevándola a la fuerza por los pasillos del palacio, ella insistía en que era un corte inofensivo mientras que él le ordenaba guardar silencio. La chica hizo un poco de fuerza en su mano, intentando detener la hemorragia, permitiendo que gotas carmesí mancharan los relucientes suelos sin querer.

Intentaba aguantar el dolor de la herida lo mejor que podía mientras el joven heredero la guiaba. Eso era lo que se ganaba por burlarse, pero su desgracia no terminaría allí. No sabía si era casualidad o un castigo impuesto por las Nornas, pero frente a ellos apareció el príncipe menor. Escondió su mano herida tras su espalda y con disimulo usó un hechizo para desvanecer la sangre que le había manchado.

—Te creía entrenando, hermano —comenzó el azabache, sonriendo de una forma que le erizó la piel a la castaña, y no de una buena forma.

—Justo había terminado —respondió, devolviéndole la sonrisa.

—Curioso —murmuró, dirigiendo su vista a la ojigris, que se sintió aún más pequeña.

—Y... e-encontré a Syn, recordé que hace tiempo no pasaba tiempo con ella y pensé "¿por qué no?" —pasó su mano por su cabeza, despeinándola.

—¿De casualidad no estabas mostrándole tus habilidades con las espadas?

La sonrisa del rubio comenzó a desvanecerse, mientras que la de Loki se hacía más grande y macabra. Thor se quedó sin palabras por un momento.

—No, para nada. ¿Por qué lo dices?

—Oh, hermano. Eres un pésimo mentiroso.

La castaña, quien había guardado silencio desde la llegada de Loki, se sorprendió al ver la figura del príncipe desvanecer en un destello esmeralda y sintió otra mano sujetar su muñeca, al voltear, sintió su corazón encogerse al ver al menor observando su mano aparentemente sana.

—Desvanécelo —ordenó él.

A la joven no le quedó de otra, deshizo el encantamiento y le permitió al pelinegro ver lo que le había sucedido, notando su ceño fruncido al mostrarle su mano bañada en sangre.

—Fue un accidente —se excusó ella, usando el tono más tranquilo que podía.

—Por supuesto que lo fue —le dio una mirada agria a su hermano, quien le observaba sin expresión alguna.

Los hermanos parecieron comunicarse con la mirada, puesto que retomaron el rumbo sin dirigirse palabra alguna.

A pesar del dolor que sentía la castaña, no creía que fuera para tanto; no era una herida grave, sobreviviría, pero ambos príncipes parecían preocuparse. Sabía que Thor quizás lo hacía por culpa, pero no se explicaba por qué Loki se había involucrado.

Al llegar al lugar, fue el azabache quien acompañó a Syn dentro, siendo atendida inmediatamente por una de las Sanadoras. El pelinegro salió, dejando a la mujer hacer su trabajo y quizás hablaría con el bárbaro que se hacía llamar su hermano.

La ojigris respondió algunas preguntas que le hizo la mujer, algunas veces mintiendo; quería saber cómo se había lastimado de ese modo, con qué, y banalidades de ese tipo. Limpió su mano cuidadosamente con un paño húmedo, descubriendo la herida y evaluando su gravedad.

—Afortunadamente es superficial —informó, tranquilizando un poco a la joven que ahora estaba sentada.

La mujer se alejó, yendo a buscar vendas y unas botellas con líquidos extraños. La castaña se giró hacia la puerta dorada, tratando de encontrar a los príncipes con la mirada, más no pudo hallarlos a simple vista. Estaba tan ocupada buscando a los Odinson que no se percató cuando la Sanadora humedeció un nuevo paño con el contenido de las botellas y lo presionó contra su herida. El líquido escoció tan pronto hizo contacto con su piel y tuvo que contener el chillido de dolor que amenazó con abrirse paso por sus labios.

En poco tiempo, su mano ya estaba vendada y el dolor se había reducido considerablemente, siempre y cuando sus movimientos fueran suaves. Le agradeció a la mujer por su labor y escuchó los consejos que tenía para que la herida cicatrizara más rápido. Caminó hacia la salida, observando el vendaje blanco y pensando en lo mucho que se enojaría Ekanna al verla. Tendría que inventarse algo para cuando volviera, puesto que aún no sabía mantener una ilusión por tiempo prolongado.

Al salir, vio a los hermanos de brazos cruzados y sin dirigirse palabra alguna; al percatarse de su presencia, ambos se acercaron, siendo el rubio el primero en hablar mientras observaba su mano.

—¿Cómo te sientes?

—Mejor —admitió, sonriéndole para tranquilizarlo.

—Lo... lamento, Syn.

La castaña rió algo nerviosa. ¿De verdad lo sentía? ¿Su ego le permitía pedir perdón?

—No fue nada, estoy bien. Debí tener más cuidado.

Thor sonrió de lado, viendo que no le guardaba rencor alguno. Observó a su hermano por el rabillo del ojo, notando la seriedad en sus facciones y a su mente regresó el reproche que le había hecho momentos atrás.

—¿Te veré luego?

La joven asintió, sonriéndole de la misma forma. Le vio irse, dejándola a solas con el azabache; se sintió pequeña ante su intensa mirada. El príncipe cambió repentinamente su semblante a uno más amigable, logrando confundir un poco a la castaña.

—¿Vamos?

Syntherea aparentó normalidad, aceptó para luego seguirlo hasta la biblioteca; sin embargo, por dentro estaba terriblemente desconcertada por su cambio de actitud. No podía estar enojado con ella, mucho menos con su hermano, no tendría fundamento alguno.

Todo transcurrió con suma normalidad. La herida no le impedía practicar hechizos con Loki, pero él insistía en que, hasta que no se curara, pausarían sus sesiones de magia y se dedicarían a leer. Justo como solían hacerlo. No le molestaba, pero se sentía más emocionada por usar nuevos hechizos. De igual forma, se sentía a gusto teniendo su compañía, así que lo que hiciera tenía poca importancia siempre y cuando estuviera con él.

El tiempo pasó más rápido de lo que a ella le hubiera gustado, el menor le acompañó hasta el jardín –apenas iluminado por antorchas colocadas en puntos estratégicos– y se despidió de ella. Syn usó el hechizo de invisibilidad para volver al taller de Ekanna, pensando en las posibles preguntas que le haría al ver su mano vendada. Decidió decir la verdad, no podía mentirle a ella también.

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