VI
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CAPÍTULO 06
El guardián.
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Cuatro años pasaron, los cuales para los príncipes fueron como un parpadeo. Para cuando se dieron cuenta, tenían 15 años de edad, y ya habían comenzado a usar armas en sus entrenamientos. Habían conocido a otros aprendices –entre ellos, una chica–, los cuales ni cortos ni perezosos se acercaron a ellos, sobre todo al mayor. Entrenaban desde el amanecer hasta un poco antes del ocaso, donde se suponía era el momento en el que descansaban.
Ese no era el caso de Loki, quien tan pronto les avisaban acerca de su momento libre, se iba corriendo a su habitación a limpiar todo rastro de suciedad y sudor que hubiera quedado en su cuerpo tras el entrenamiento y bajaba a la biblioteca. Si bien podía entrar tranquilamente tal y como quedaba tras probar el progreso de sus habilidades en la arena, prefería no hacerlo. No podía presentarse así en el lugar que tanto adoraba en el castillo. Era un príncipe, no un sucio vagabundo. Además, tampoco deseaba ahuyentar con su olor a la agradable compañía femenina que cada ciertos días le esperaba en uno de los sillones cuando llegaba. Ambos habían llegado a un acuerdo tras escuchar la noticia de tener que iniciar con sus responsabilidades. Loki le había prometido algo y no la iba a defraudar.
Si bien cuando se encontraban ya no solían jugar como antes, hacían algo aún más beneficioso para ambas partes. Loki le enseñaba a usar magia –a pesar de ser él todavía un aprendiz de su madre–, tanto hechizos que él sabía a la perfección, como aprender algunos que aparecían en los libros de magia que la castaña llevaba de vez en cuando. Practicaban poco tiempo, pero le sacaban todo el provecho posible a los momentos que tenían. Aunque existían aquellas veces en que descansaban y simplemente leían o compartían anécdotas de lo que había sucedido en la ausencia del otro.
Había cambiado la forma en que se veían. No en una forma fuera de lo común, sino que detallaban los cambios físicos que han tenido. Al principio, Syntherea se había vuelto más alta que ambos príncipes y bromeaba al respecto cuando se topaba con ellos. Para molestarlos, ella se inclinaba para quedar frente a frente con ambos y no se hacían esperar sus miradas fulminantes. Cuando menos se lo esperó, los Odinson le llevaban casi una cabeza de ventaja y por supuesto que no perdieron la oportunidad de vengarse de la castaña. Solían hacerlo cuando se les presentaba la oportunidad.
Su venganza tomaba varias formas. Algunas de ellas eran: pagarle con la misma moneda y hablarle estando inclinados; usar su cabeza como apoyabrazos; acercarla, tomándola por el cuello con su brazo para revolver su cabello con la mano libre; descansar sus cabezas sobre la suya; y la que Syntherea consideraba la más cruel de todas: quitarle el aliento en medio de un abrazo donde la aprisionaban con sus cuerpos y reían ante sus intentos de salir, o hacer que la soltaran.
Y no sólo habían cambiado físicamente, los hermanos y la joven se veían con otros ojos, un poco más allá de la amistad que tenían, todo por las mismas hormonas que comenzaban a cumplir su función. La castaña no podía evitar admirar la definición que tomaron sus facciones y el cambio de sus voces, tornándose más graves y sutilmente intimidantes, a la vez que eran agradables al oído, bastante debía admitir. Ella tampoco se quedaba atrás; los hermanos notaron sus cambios físicos, como el ensanchamiento de sus caderas y el crecimiento de zonas que lograban atraer la atención de sus ojos curiosos. La diferencia era que ambos reaccionaban de forma distinta a los cambios de la joven; uno era más respetuoso al respecto, observándola a la distancia y de forma fugaz, mientras que el otro demostraba sin escrúpulo alguno el interés que sentía al ver que ya tomaba una apariencia un poco más madura –por decirlo de algún modo– e incomodándola en el proceso.
Suponía que aquello era normal, es decir, no podía quejarse cuando ella hacía lo mismo, pero al menos lo hacía con más discreción y no lucía tan embelesada como el príncipe mayor, que lucía como si se le fuera a salir la baba a chorros cuando posaba sus ojos sobre todas las mujeres jóvenes que pasaban cerca.
Syntherea le había comentado a Ekanna sobre aquel comportamiento y bufando le respondió:
—Hombres, todos iguales. Ven una mujer bonita y se quieren zambullir entre las telas de su vestido.
Aquella respuesta logró ruborizar a la castaña, puesto que no pudo evitar imaginarse la situación de forma literal y con cierto pelinegro involucrado. Tras eso continuó remendando el borde de una prenda que la rubia le había puesto a hacer, intentando disimular el color que teñía sus mejillas.
La joven de ojos grises había comenzado a ayudarle al cumplir los doce, era su aprendiz casi toda la tarde, puesto que era ella quien le permitía escaparse algunas veces para leer en la biblioteca del palacio. Le dejaba irse, pero se quedaba con cierta incertidumbre y temor a lo que pudiera sucederle estando allí; le había advertido de cosas que podrían llegar a pasar y de las que debía cuidarse, no sabía de lo que podían ser capaz aquel par de mocosos, pero no se aprovecharían de su pequeña sólo por tener un título noble. Ni en un millón de años.
Si alguno de los Odinson le llegaba a hacer algo, le importaría poco que fueran de la realeza; los castraría con sus propias manos si fuera necesario. Aunque la ejecutaran luego por ello.
La castaña terminaba de coser algunos detalles en la prenda recién hecha por la rubia, se aseguraba de apresurarse pero a la vez hacer las cosas bien. Al creer finalizar, tomó la tela y la extendió frente a ella, escrutando cada milímetro en busca de algún error por corregir. Suponía que lo había hecho todo correctamente, no era la primera vez que decoraba una prenda, pero había aprendido a ser perfeccionista y cualquier mínimo error tenía que arreglarlo, aunque eso significara empezar desde cero. A su parecer –quizás por el deseo de irse rumbo a la biblioteca– lo veía en perfecto estado, pero tenía la duda rondando por su mente, así que decidió llamar a la mujer a cargo para que le diera el visto bueno.
—¡Ekanna! ¿Puedes venir un momento? —llamó ella. Pudo verla asomándose tras una de las figuras que portaba uno de los vestidos terminados y mostrándole su dedo índice, pidiéndole un momento. Ella esperó pacientemente, revisando de nuevo su labor.
—Dime —la suave voz de la rubia la sacó de su ensimismamiento. Se había quedado con la mirada fija en la tela. Levantó su vista y le sonrió, extendiéndole la prenda.
—¿Está bien así?
La mujer tomó la tela y la revisó detalladamente, buscando algún defecto. La castaña juntó los labios, expectante al veredicto.
Di que está bien, di que está bien, pensaba la castaña.
—Está perfecto —sonrió con dulzura—. Ven, ayúdame a ponerlo en la figura.
Sintió alivio al escucharle decir aquello y la acompañó a la entrada del taller. Se adelantó a tomar una de las figuras de madera y metal que yacían en una esquina esperando a portar una creación de la rubia; la levantó y la llevó hacia ella, quien comenzó a acomodar el vestido grisáceo en su lugar, mostrando a las clientas cómo luciría. Las decoraciones que hizo estaban centradas en el sutil escote con el que fue diseñado, y con algunos otros accesorios metálicos en los hombros que la mujer agregó se complementaba la belleza de la prenda. Le provocaba pedírselo como regalo, pero por desgracia, este acentuaba partes que, a su parecer, le faltaban.
—Gracias, mi niña —agradeció la rubia, acariciando su hombro. La ojigris sonrió. Esperó un momento antes de soltar lo que quería.
—¿Puedo ir a la biblioteca un rato? —dijo ella, observándola con un brillo en sus ojos.
Ekanna se tensó, dudó un momento, pero al final accedió a su petición. Syn fue a organizar el lugar donde estuvo trabajando y tomó una chalina, por si llegara a necesitarla.
—Recuerda volver antes de cerrar, te llevaré a casa —vio a la castaña asentir con una sonrisa—. Y ten mucho cuidado.
—Lo tendré —aseguró ella antes de irse.
Antes de salir al camino, conjuró el hechizo de invisibilidad que había logrado perfeccionar con ayuda del príncipe menor. Esquivaba a las personas que se cruzaban frente a ella, procurando no tocarlas y que armaran un escándalo por pensar que había fuerzas extrañas acechándoles –cosa que había sucedido cuando probaron el hechizo con algunas personas que estaban en el palacio; les tocaban para ver sus reacciones. Una mujer se asustó tanto que no alcanzó a gritar y simplemente se desmayó en medio del pasillo. Tuvieron que llamar a los guardias para que le ayudaran luego de que el pelinegro controlara su risa–. Al llegar al jardín, deshizo el encantamiento y recorrió la ruta que había acostumbrado a tomar cuando iba a la biblioteca. Lo que no esperaba era encontrarse al pelinegro al doblar una esquina, sacándole un pequeño susto.
—Me alegra que llegaras —dijo con una sonrisa burlesca—. Hubiera sido extraño haberme quedado aquí esperando a... la nada.
La castaña rió con suavidad, tanto para pasar el susto como por sus palabras. Loki Odinson plantado, qué desdicha.
—¿Por qué?
—Quiero mostrarte algo, pero no está aquí en el palacio.
—¿Dónde está? —inquirió ella, confundida.
—Ya lo verás —hizo una reverencia, extendiendo su mano hacia la joven—. Lady Syn.
Ella aceptó, tomando su mano y devolviendo la cortesía.
—Alteza.
Ambos rieron y bajaron las escaleras; aquella acción les resultaba divertida, y cada cierto tiempo la llevaban a cabo, principalmente cuando al menor se le ocurría hacer jugarretas o llevarla a conocer lugares en el palacio.
La castaña se dejó guiar por el príncipe, quien la llevó por lugares que ella no conocía; sintió un poco de desconfianza ante sus intenciones, estaba atenta a cualquier cambio en su actitud o cosas sospechosas a su alrededor. Quizás era paranoia por lo que le había advertido Ekanna, pero no podía estar completamente segura. Cuando la dejó esperando en una zona al aire libre comenzó a planear rutas de escape, tratando de recordar el camino por el cual él la había llevado; sin embargo, todo lo que pensó quedó en blanco al verle regresar montado en un caballo y llevando otro de las riendas.
—Sube —dijo él, señalando la silla libre.
—No sé montar a caballo.
—No tienes que saber, yo te guiaré. Sólo sube.
—No hasta que me digas a dónde me llevarás —se cruzó de brazos. Loki resopló.
—Iremos al Himinbjörg* ¿bien? —rodó los ojos.
La de ojos grises sonrió de lado y aceptó. Subió al corcel acatando las indicaciones del pelinegro y salieron rumbo al Bifröst, que pasaba por encima del pueblo. Loki usó un hechizo en ambos, que les permitía cambiar su apariencia y pasar desapercibidos luciendo como dos Einherjar, puesto que sería algo llamativo ver al príncipe junto a una chica del pueblo pasando por el puente arcoíris sin permiso alguno.
Al alejarse del pueblo se toparon con unas enormes puertas doradas, que fueron abiertas para permitirle el paso a ambos. Al pasar por ellas, Loki deshizo el hechizo y observó a la castaña con una sonrisa maliciosa.
—¿Una carrera al final? —ofreció él.
—No, Loki yo...
La joven no pudo terminar su oración por el chillido que se abrió paso por su garganta. El de vestimentas verdosas le había dado una palmada en el muslo derecho al animal, haciendo que este saliera disparado rumbo a la cúpula dorada al final del puente. Él movió las riendas de su caballo, logrando que acelerara el paso y poder alcanzarla. No pudo evitar reír a carcajadas al verla aterrada, abrazando con firmeza el cuello de su corcel mientras cerraba los ojos fuertemente. Estiró su mano para tomar las riendas y hacer que ambos animales redujeran la velocidad; al detenerse, bajó rápidamente y se giró a ver su compañera, quien aún agarraba el cuello del animal. Rió de nuevo mientras intentaba hacer que lo soltara.
—¿No te gustó el paseo? —preguntó con sorna.
Syntherea abrió los ojos, centelleaban del miedo y el enojo que sentía. Clavó sus ojos grises en los azules de él y con el tono más sutil y amable que pudo emplear, le respondió:
—Muérete, Loki.
El pelinegro carcajeó una última vez antes de decidirse a ayudarle a bajar. Ella obedeció lo que decía a regañadientes, al tocar el suelo del puente no se dignó a agradecerle ni mirarlo a los ojos; tenía el ceño fruncido y estaba cruzada de brazos. Su enojo, más que hacerle sentir mal al príncipe, le causaba gracia. La tomó y la acercó a él, envolviéndola en un fuerte abrazo, de esos que le quitaban el aliento a propósito y que solía darle para molestarla más. La cereza del postre fue que comenzó a moverse de un lado a otro, incrementando la incomodidad que sentía.
—¡No te enojes! Sólo fue una broma —alegaba él sin dejarle ir.
—¡Suéltame! ¡Chú! —exclamaba ella, apretando sus brazos en un intento que la soltara.
—No hasta que me digas que no estás enojada.
—¡Está bien! No estoy enojada.
—No me mientas —canturreó.
—¡No lo hago!
El príncipe la soltó con una sonrisa burlona en su rostro, la vio acomodar su cabello y una parte de su vestido que, tras su fastidiosa intervención, se había desacomodado en su hombro izquierdo. Ella lo observó con seriedad, esperando a que le mostrara lo que quería; pero antes, él debía arreglar su cara de pocos amigos.
—Sonríe Syn, vamos —la tomó de las mejillas, intentando forzar una curva en sus labios—. ¡Regálame una sonrisa!
—Déjame —apartó sus manos de su cara, pero su imperturbabilidad se vio afectada por una risa que surgió a pesar de intentar contenerse.
—Ven, te mostraré lo que hay aquí.
Hizo un gesto con su cabeza para que ella lo siguiera. Entraron a la cúpula dorada y tan pronto pasaron por la entrada, vieron a un hombre de singular armadura –del mismo color del lugar– de pie en el centro, arriba de unas escaleras blancas y sosteniendo lo que parecía ser una espada.
—Gran Heimdall... —comenzó el príncipe.
—No tienen autorización para viajar —le interrumpió el hombre de tez morena. Su voz grave retumbó en todo el lugar, la severidad de su tono logró intimidar a la joven que acompañaba al príncipe menor.
Syntherea había escuchado sobre él. El guardián de Asgard, aquel que ve y escucha todo, aquel capaz de ver los Nueve Mundos y que permitía a los soldados y al Rey viajar a cualquier lugar del Yggdrasil*. Por ello no le pareció extraño haberle escuchado decir «tienen» cuando ni se había girado a verles.
—Tengo conocimiento de ello, pero no he venido a convencerle de dejarnos acceder a los Mundos. Vinimos a admirar el escenario que se despliega desde este lugar.
El guardián se giró hacia ambos, observándolos con sus peculiares ojos naranjas.
—Syn, él es Heimdall —les presentó, el guardián se inclinó hacia ella.
—Es un gusto, Lady Syn.
—El gusto es mío —inclinó su cabeza en respuesta.
Loki posó su mano derecha en su espalda, animándola a entrar en el Himinbjörg hasta el lugar donde el hombre mantuvo su vista fija cuando llegaron. Se asombró al ver la belleza del universo ante sus ojos. Las coloridas nebulosas eran un deleite para su vista y la cantidad de constelaciones que desde allí lograban verse le maravillaron. Se acercó para ver mejor y tuvo curiosidad de lo que yacía bajo ella. Con cuidado se acercó al borde del lugar, fijando su vista en la oscuridad del vacío. Un agarre repentino en su brazo logró sobresaltarla, se giró para ver a Loki clavando sus ojos azulados en los suyos.
—Ten cuidado. Si caes, no habrá manera de rescatarte —advirtió él.
Syn tragó el nudo que se formó en su garganta. No lograba imaginarse el destino que podría correr alguien que cayera al vacío. Era algo que no le desearía a nadie. Morir congelado en el espacio o ser tragado por un hoyo negro era algo que le aterraba pensar.
Se quedaron un momento observando el espacio y su belleza, hablando de cosas triviales y escuchando anécdotas del otro, al menos hasta que fue la hora de volver a sus respectivos hogares y descansar, para volver a la rutina al siguiente día.
Y quizás sacar otros momentos para compartir, mientras pudieran.
*Himinbjörg: Lugar donde finaliza el Bifrost.
*Yggdrasil: Árbol que sostiene los Nueve Mundos.
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