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CAPÍTULO 5.5
Deberes.
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En la noche, mientras cenaban en el Gran Comedor, el Rey le informó al príncipe menor algo que había tratado superficialmente con su hermano horas atrás y ahora se disponía a hablar con profundidad. La Reina escuchó atentamente a su esposo, observando cada cierto tiempo las expresiones de sus hijos y la manera en que reaccionaban.
—Entre más pronto, mejor —sentenció él, dándole un sorbo a su copa.
—¿Es completamente necesario iniciar ahora, Padre? —inquirió el de cabello azabache. Su hermano, sentado frente a él, rodó los ojos.
—¿Quieres convertirte en un guerrero o no? ¡Es lo que estuvimos anhelando desde siempre! —exclamó Thor—. Dime hermano, ¿no querías participar en las batallas contra los monstruos y ejércitos de otros mundos y saborear la gloria a mi lado?
El menor se quedó pensativo, llevándose otro bocado de comida a los labios.
—Tampoco irán directo al campo de batalla —intervino Frigga, hablando con su natural dulzura—. El entrenamiento iniciará suavemente y se irá incrementando a medida que sus capacidades mejoren.
—¿Cuándo usaremos armas? —quiso saber el mayor. La Reina rió con sutileza.
—Todo a su debido tiempo.
Tras eso, la mesa quedó en silencio. Los presentes terminaron sus platos y se retiraron a sus aposentos, dispuestos a descansar para el siguiente día. Estando las habitaciones de los príncipes tan cerca, no fue difícil para el rubio escabullirse en la que pertenecía a su hermano, quien se encontraba apenas preparando su cama.
—¿Te ayudo en algo, hermano? —inquirió Loki, sin apartar sus ojos de sus sábanas de seda.
—¿Piensas decirle? —el silencio y ceño fruncido del menor lo incitó a continuar—. A Syn.
—Oh. Por supuesto, creo que debe saberlo.
El rubio suspiró, dejando la puerta entreabierta se adentró en los aposentos de Loki y se lanzó a la enorme cama de su hermano justo cuando terminó de acomodar las sábanas.
—Me temo que no podremos seguir jugando.
—Lo entenderá.
Con una respuesta tan seca, el mayor pensó que algo le sucedía, más no podía descifrar si era completamente debido al entrenamiento.
—¿Estás nervioso? —se atrevió a preguntar. Eso era algo a lo que normalmente no respondería el azabache, aseguraría ser fuerte a pesar de estarse muriendo de terror por dentro.
—¿Tú no?
—No —sonrió—. He esperado esta noticia desde hace tiempo. Me emociona que por fin comencemos a entrenar.
El pelinegro suspiró. Recordó las veces en que hablaron de lo mucho que deseaban aprender a usar armas y entrenar para lograr vencer a los oponentes que se les presentara en un futuro, querían hacer a sus padres orgullosos y ser merecedores de las ovaciones del pueblo.
Debía dejar sus dudas a un lado. Se convertiría en un guerrero, tal y como soñaba con su hermano, harían realidad sus juegos. No había nada que pudiera salir mal.
—Supongo que será divertido.
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Un toque en la puerta de su cuarto distrajo a la castaña de su lectura, al levantar la vista pudo ver a su padre en el marco, sonriéndole sin mostrar sus dientes. La pequeña se acomodó en su lugar, enderezando su espalda contra la pared.
—¿Puedo hablar contigo? —preguntó Aaren.
—Claro, padre. ¿Qué sucede? —la de ojos grises cerró su libro para prestarle atención a su progenitor, quien se sentó al borde de su cama, frente a ella.
El hombre tardó en hablar, buscaba las palabras correctas para informarle a su pequeña lo que pasaría a partir de un futuro cercano, siendo lo más suave y directo como le fuera posible.
—¿Te gusta lo que hace Ekanna? —la castaña rió por lo extraña que era la pregunta, más tenía curiosidad de qué era a lo que quería llegar.
—Sí, sí me gusta. ¿Por qué?
El hombre de cabello castaño y barba abundante suspiró, apartando su mirada por un momento para volver a mirar a su hija.
—Tal vez sea algo pronto para decirlo, pero quiero que trabajes con ella después de tus tutorías cuando llegue el momento —la chiquilla ladeó la cabeza, confundida—. Diría que trabajaras conmigo, pero no quiero verte metida en este desastre.
Rió mientras miraba sus manos, rasposas y con restos de carbón alrededor de sus uñas cortas que en un rato intentaría quitar, aunque en ocasiones se le hacía casi imposible.
—¿Ella está de acuerdo?
—Estaría complacida con que seas su ayudante —le sonrió tranquilizadoramente.
Syntherea se quedó pensativa, trabajar con la rubia no podía ser tan malo, pero de verdad quería pasar más tiempo con los príncipes, a no ser que ellos también estuvieran ocupados. Le gustaba el ambiente que el menor le había enseñado, aunque nada podía hacer ella si sus responsabilidades –o las de ellos– evitaban que pasara tiempo haciendo lo que tanto le gustaba.
El hombre hizo el amago de irse, pero la pequeña lo detuvo tan pronto lo vio ponerse de pie. Con la noticia de pronto tener que hacerse responsable de cosas de gente mayor se vio en la necesidad de aprovechar el tiempo que aún le quedaba siendo niña.
¿Y qué mejor forma que escuchando cuentos?
—Padre, ¿me contarías una historia para dormir?
Aaren sonrió, enternecido por la petición de su niña.
—¿Qué quieres que te cuente?
—¡La historia que el abuelo te contaba! ¡La de la Princesa Malvada!
Y allí su sonrisa se borró de golpe.
—Syntherea, ¿estás segura? No es una historia apta para ti, podría ocasionarte pesadillas.
—Padre, estoy cerca a cumplir 11 años. Podré escucharla.
El castaño suspiró, quería negárselo, pero sus ojos de cachorro le hacían difícil la tarea de resistirse. Lo había heredado de su madre, de eso estaba seguro. No había duda que además de ser una copia física casi exacta de Eija, también había sacado algunas de sus artimañas.
—Está bien, prepárate y te lo contaré —la chiquilla sonrió abiertamente—. ¡Pero! Si tienes pesadillas, no te voy a consolar.
La de ojos grises asintió emocionada, su padre se retiró para darle el espacio de cambiar su vestuario y meterse entre las sábanas de su cama para escuchar aquella aterradora historia que el hombre recordaba con amargura por lo horrorosa y sanguinariamente bien que la había contado Geir, su padre, días antes de morir.
Aun estando moribundo, el viejo hombre con casi cinco milenios encima se las apañó para contar aquella historia a su hijo, quien la tomó como una historia para asustar niños, un mito. Se sintió severamente perturbado cuando, con voz siniestra y sin una pizca de estar bromeando, le dijo tener presente aquella anécdota, puesto que la despiadada Ejecutora podría regresar, y con ella, la oscuridad y el caos se cernirían sobre Asgard.
No estaba seguro de que fuera una historia que su pequeña pudiera soportar, pero ella insistía.
Atendió su llamado cuando estuvo lista para su cuento y entró de nuevo a los aposentos de su unigénita. Tomó asiento en la esquina de su cama y pudo ver un brillo en sus ojos que esperaba no hacer desaparecer tras narrar tan oscura historia.
Comenzó tal y como su padre lo había hecho. Describió el aspecto de la princesa, cómo vestía, incluso lo que podía hacer. Habló sobre el gran lobo monstruoso que la acompañaba siempre y lo salvaje que era cuando la mujer lo ordenaba. Todo iba de maravilla, hasta que llegó el momento de narrar las atrocidades de la heredera al trono. Allí la pobre Syn comenzó a subir su sábana hasta cubrir su cuello, con el miedo implantado en sus orbes grises. Aaren no se detuvo, minimizó la crueldad de algunas partes, pero mantuvo la esencia del relato; si ella tanto lo había pedido, lo escucharía hasta el final.
—Se dice que algún día volverá a pisar tierra asgardiana, y pobres de aquellos que osen meterse en su camino —finalizó él, usando la voz más atemorizante que sabía hacer.
Para ese momento, Syntherea traía la sábana hasta encima de su nariz, dejando a la vista sus ojos abiertos de par en par. El herrero quería reír, sin embargo, se resistió. Creía que le saldría una risa extremadamente maléfica y terminaría aterrorizando aún más a la chiquilla.
—¿T-Tú crees que vuelva? —preguntó ella, sin apartar la tela de su rostro. Su padre terminó riendo con suavidad.
—Es sólo un cuento, hija mía.
Se inclinó para darle un beso en la coronilla a su pequeña y desearle una buena noche, teniendo el presentimiento de que era algo que no podría tener esa vez.
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