III
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CAPÍTULO 03
Negación.
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El día transcurría como todos los demás. La gente iba de un lugar a otro llevando mercancía, yendo a comprar o entregar algo, o simplemente dando un paseo, los niños corrían y los pájaros cantaban en ese hermoso día soleado. Se podría apreciar con mayor detalle de no ser por la tensión y el nudo en la garganta que sentía la castaña al estar escabulléndose de nuevo al jardín. Estaba caminando por su ruta habitual y su mente trabajaba muy rápido, se pensaba las probabilidades tanto positivas como negativas de lo que estaba haciendo, lo que pasaría si le descubrían de nuevo, cómo podrían reaccionar los príncipes si ahora su presencia no era bienvenida y un sinfín de suposiciones que sólo le harían retroceder.
Al encontrarse frente a su entrada a los jardines sentía que su corazón había subido hasta sus orejas y le temblaban las manos, sus dedos habían perdido el calor y tenía el presentimiento de que su libro podría resbalarse de su agarre si no lo tomaba con firmeza. Respiró hondo varias veces, recogiendo el valor que necesitaba, levantó un poco la falda de su vestido celeste y se metió entre los arbustos. Algunas hojas se le metieron entre el cabello y las ramas se atascaban en la tela, pero ella era cuidadosa y la prenda quedó casi intacta para cuando llegaba a la cima. Repitió lo que solía hacer; escuchó si había soldados cerca y se asomó con cuidado desde atrás de un árbol junto a los matorrales, al notar que no había obstáculos cerca se desplazó con cuidado entre la vegetación hasta llegar a su preciado rosal bajo el árbol.
Dejó salir el aire que había estado conteniendo y se acomodó contra el tronco, dio una última mirada a su alrededor y abrió su libro en el lugar donde había acomodado una cinta. Buscó el párrafo donde se había quedado y comenzó a leer con cuidado, recordando todo lo que había pasado hasta ese momento y continuando la historia escrita en las páginas. Se adentró tanto en la narración que no se percató del reptil que se desplazaba por la rama encima de ella; la serpiente portaba escamas oscuras que destellaban en verde cuando los rayos de luz que se filtraban por las hojas las tocaban y cada tantos segundos sacaba su lengua para percibir aromas y cambios en el ambiente. Notó que la castaña estaba debajo, invadiendo su territorio y, envolviendo su cola en la rama, descendió lentamente hasta llegar al nivel de su rostro. La niña tuvo la sensación de tener algo rondando encima de ella y al subir la mirada se encontró frente a la peculiar serpiente, cuya lengua casi podía tocarla por la proximidad de ambos. Se quedó congelada y sus ojos se abrieron de horror.
Había escuchado a su padre decir que al ver una serpiente lo último que debería hacer era moverse, sin embargo, no tenía de qué preocuparse, estar quieta le salió natural. Cerró el libro con sumo cuidado, siempre manteniendo contacto visual con el reptil –que podría picarle la cara si le provocaba– y pensó en la forma de salir de su lugar sin que el animal se sintiera amenazado. Más no contaba con que la serpiente abriera su boca, mostrando sus colmillos y mandando su serenidad al caño. En ese momento ella olvidó todo y soltó un chillido para luego darle un golpe con el libro, haciendo que cayera a su lado izquierdo. Rápidamente se puso de pie y por alguna razón volteó a ver el estado del reptil; no se esperó que un destello verdoso la cegara por un momento y diera paso a la figura del príncipe menor tendido en el suelo tomando su cabeza entre sus manos.
—Auch —se quejó. La castaña estaba terriblemente confundida—. Debió ver su cara —comenzó a reír.
Syn frunció el ceño en medio de su estupor. Se estaba burlando de ella a pesar de estar aturdido por el golpe. Ay no, lo había golpeado, estaba segura de que estaría en problemas cuando el pelinegro se incorporara. Vaya forma de empezar. No obstante, le generó una gran confusión que el joven heredero siguiera riendo.
—¿Co-Cómo?
—La serpiente —explicó, riendo un poco más—. Ah, es un clásico. Todos reaccionan igual —con lentitud se puso de pie y limpió algunas hojas que quedaron atrapadas en sus prendas.
—Lamento haberle golpeado, Alteza —farfulló bajando la cabeza, esperaba alguna actitud negativa por su parte, un insulto, una acusación, incluso que llamara a los guardias para sacarla de allí, más sólo rió de nuevo.
—No lo esperaba, pero debí suponerlo —la castaña se permitió levantar la mirada y le vio sonreír, se relajó un poco y le dio una leve sonrisa—. Usted había prometido volver el día de ayer y no lo hizo. ¿A qué se debe tal falta de compromiso con su Príncipe?
Su sonrisa desapareció y bajó la mirada de nuevo. El sentimiento de culpabilidad apareció y el tono que había usado no era muy tranquilizador, pasó su mano por su brazo izquierdo con nerviosismo. No creía que le importara mucho lo que había sucedido el día anterior, más por su expresión supo que aunque no lo hiciera, él quería respuestas.
—Tuve que pasar el día con una amiga de mi padre, se me informó sobre ello de repente —admitió—. Lo lamento mucho, príncipe Loki. No debí prometer que volvería.
Una sonrisa ladina se formó en el rostro del pelinegro.
—Venga, le mostraré el lugar —tomó su mano y la jaló hacia el camino. La pequeña, algo sorprendida se dejó guiar por el príncipe, quien de repente se tornó un poco entusiasmado por llevar a la castaña a su lado—. No pude evitar notar que sigue escabulléndose entre los matorrales.
—Oh —rió con nerviosismo—. La costumbre, supongo.
—Si le preocupan los Einherjar no habrá problema, puedo decirles que eres una invitada. Una que viene con frecuencia.
La chiquilla sintió algo revolotear en su interior de la emoción. Decir que no creía aquello como un logro sería mentirse a sí misma. Bien había dicho Ekanna que lograr que un príncipe se mezclara con alguien del pueblo era difícil, y poder ser ella la privilegiada era algo que le ponía la piel de gallina. Además de que moría por ser partícipe de sus juegos e incluso proponer algunos nuevos; claro, sólo si ellos estaban de acuerdo.
Syntherea observó las plantas floreadas con pura admiración, embelesada por sus vivos colores y fragancias sutilmente endulzadas; las anécdotas complementarias del príncipe sólo hacían mejor la experiencia, y aunque a veces sólo podía hablar de cada cuánto florecía sólo eso bastaba para entretenerla. Los soldados pasaban y se les quedaban mirando para luego darle una leve reverencia al joven príncipe, al igual que el resto del personal.
Caminaron por la extensión del jardín, llegando cerca a la parte donde tal vez podrían entrar al dorado palacio apareció el príncipe mayor con cara de pocos amigos y observando a la chica por encima de su hombro.
—Al fin te encuentro, hermano —se llevó las manos a la cadera, observando a Syn de pies a cabeza—. ¿Qué haces con... ella?
—Le doy un recorrido —explicó—. Si quiere jugar con nosotros debe conocer su entorno, ¿no lo crees?
—Ya te dije. No pienso jugar con ella.
La castaña se sintió cohibida ante las palabras del rubio.
—Qué cruel eres, hermano. Yo pensaba que aspirabas a ser Rey.
—¿Qué te hace pensar que no lo hago?
—Un buen Rey le tiene aprecio a su pueblo. Conoce un poco de las carencias y abundancias de sus súbditos y definitivamente no se queda aislado en su palacio rigiendo desde su trono sin contacto alguno con el exterior —el mayor rodó los ojos.
—¿Desde cuándo sabes tanto sobre ser Rey? —el pelinegro se encogió de hombros, haciéndole bufar—. Como sea, no jugaré con ella.
—Podría quedarme leyendo, Majestad —propuso ella, haciéndose escuchar un poco, ganando la atención de ambos—. No me molesta, además no quiero incomodarle.
Los hermanos se miraron, el menor tomó del brazo al otro tomando un poco de distancia de la niña, murmuraron cosas que la castaña no alcanzaba a escuchar pero por cómo le miraban por el rabillo del ojo supo que hablaban de su persona. El pelinegro se mostraba tranquilo mientras intentaba convencer a su hermano, al otro le faltaba poco para que se le erizara el cabello y comenzara a echar chispas. Y qué literal había sido, puesto que en las manos del rubio comenzaron a aparecer destellos de electricidad. O al menos eso parecía.
Tras un rato, los herederos parecieron llegar a un acuerdo y se acercaron de nuevo a la chiquilla. El menor traía una sonrisa de autosuficiencia mientras que su hermano le miraba con seriedad.
—Muy bien, Swim —comenzó a decir el rubio.
—Syn —corrigió ella, un poco temerosa a su reacción.
—Como sea —hizo un ademán con la mano, restándole importancia—. Mi hermano y yo decidimos que puedes quedarte, leyendo o lo que sea.
—Al menos hasta que se acostumbre a ti —complementó Loki, Thor hizo una mueca y puso los ojos en blanco.
La castaña aceptó, fue hacia la sombra de un árbol para continuar su lectura mientras los príncipes comenzaban a jugar como acostumbraban. No se sentía mal, estaba a gusto con que le permitieran quedarse, pero admitía que en el fondo tenía la esperanza de formar parte de sus juegos. No había mucho que ella pudiera hacer, no era una princesa ni poseía la sangre noble que sería fácilmente aceptada por ellos y que le permitiría mezclarse con naturalidad con ambos, pero se conformaba con tener su lugar para leer.
Tal vez el príncipe menor tendría razón y, con el tiempo, el mayor la aceptaría. Se valía soñar.
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