
II
════ ∘◦४४४◦∘ ════
CAPÍTULO 02
Cómplice.
════ ∘◦४४४◦∘ ════
Al siguiente día, Syn se sentía profundamente indecisa. ¿Debería volver? Ya la habían descubierto, probablemente la estarían esperando y no sabía el porqué, pero no se confiaba de las palabras del príncipe Loki. Suponía que era una trampa para que le atraparan de nuevo y tuviera que enfrentar las consecuencias –aunque, si de todas formas quería delatarla, ¿por qué le ayudó en primer lugar?–. No, no iría. Se quedaría en casa haciendo algo más y protegería su trasero de las garras de los soldados del palacio, otra vez. Haría lo que hacen la mayoría de los niños del pueblo, salir a jugar, socializar y divertirse, no podía ser tan malo. Después de todo, era lo que su padre juraría que se la pasaba haciendo todos los días.
La castaña a veces sentía remordimiento de hacerle creer a su progenitor tan vil mentira, pero era mejor que llegar y decirle: "Padre, nunca volví a jugar con los demás niños y me he escabullido a los jardines del palacio para leer desde que me llamaron aburrida cuando tenía ocho años". Pobrecita si llegaba a decir eso. Aaren podría no ser el padre más atento en las acciones diarias de su hija, pero sí que lo era para corregir errores a punta de verborragia, saliva voladora y en casos extremos, la correa de cuero que usaba. Y cómo dolía.
Cuando el soldado la había sacado –tirado– de su escondite, en lo único que ella pensaba era en esa correa y en la vez que la había usado con ella. No recordaba con claridad qué había hecho para ganarse semejante tunda, lo que nunca olvidaría sería el pánico que tuvo cuando le vio sacar aquella cosa, empuñarla con fuerza y darle un golpe con ella. Quizás le había respondido de muy mala forma por algún motivo, pero la marca rosada y el escozor que le causó bastaron para no hacerlo de nuevo.
Syn se descubrió a sí misma posando sus manos en el lugar donde le había golpeado tiempo atrás y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Respiró hondo, saliendo de su ensimismamiento y caminó hacia el estante que su padre había puesto en sus aposentos, destinado a ser el lugar donde guardaría los libros que poseía. Se quedó mirando el libro que había tomado el día anterior, agudizó el oído para captar los típicos sonidos provenientes del taller de su padre –los cuales eran los que no le permitían leer con tranquilidad– y se sorprendió al no escuchar el choque de metales que tan familiar le resultaba. No se había dado cuenta hasta ahora y tenía que aprovechar. Tomó el libro con una sonrisa en su rostro y cuando se sentó en su cama dispuesta a continuar su lectura, se vio interrumpida por el llamado de su padre:
—¡Syntherea, ven!
Oh, aquella tranquilidad era muy buena para ser verdad.
La castaña suspiró pesadamente y cerró el libro, dejando la cinta con la que se guiaba en medio de las páginas donde se encontraba. Se levantó de su cama y fue rumbo al taller que no quedaba a más de dos puertas y medio desorden de distancia. Al llegar, se encontró con que su padre no estaba solo; una mujer rubia con un hermoso vestido coral hablaba con él y tan pronto notó su presencia le observó con una sonrisa. La pequeña sonrió con amplitud y se acercó rápidamente a ella.
—¡Ekanna! —exclamó, extendiendo sus brazos hacia ella. La mujer se inclinó y la recibió con un fuerte abrazo.
—Ay, mi niña —dijo ella, separándose un poco para ver mejor a la chiquilla—. Cada día te ves más bonita.
Aquel comentario, acompañado de una suave caricia en su mejilla, le sacó una tenue risa.
Ekanna era como una madre para Syn, después de todo, fue ella quien la cuidó después de que su madre falleciera. La mujer tenía una relación amistosa con Aaren desde mucho tiempo atrás y al verlo en tal estado de tristeza y necesidad cuando su esposa murió decidió ayudarlo. Syntherea podía no ser sangre de su sangre, pero le trataba como tal. En ella había visto la oportunidad de sacar la faceta maternal a la que había renunciado en su juventud. Por supuesto no siempre podía estar con ella, tenía sus propios asuntos que atender, pero cada que tenía la oportunidad pasaba tiempo con la pequeña; esta vez había sido por petición de su progenitor, que creía oportuna la ocasión para que se le hablara a Syn sobre algunos temas que sólo ella podría tocar con más seguridad.
—Syn —la nombrada observó a su padre aún con una sonrisa en su rostro—, sé que te gusta salir a jugar, pero quisiera que hoy pasaras el día con Ekanna.
La castaña asintió repetidas veces. Las Nornas le habían bendecido ese día, y su emoción era disfrazada por el cariño que le tenía a la rubia. De no ser por ello, estaba segura de que su padre sospecharía que quizás algo más pasaba.
—Espero no te importe que la lleve a mi taller —avisó la rubia poniéndose de pie y tomando a la niña de la mano.
—Por Odín, no. Llévatela, quiero un respiro —dramatizó él. Al ver la expresión ofendida de su hija rió suavemente—. Sólo bromeo, Syn. Diviértete —se acercó para revolver su cabello, logrando que se relajara.
La rubia rió y se llevó a Syn, no sin antes despedirse del hombre de ropas algo sucias debido a su trabajo. El sol de la mañana les dio la bienvenida mientras caminaban entre la gente; algunos saludaban a Ekanna con una amplia sonrisa, otros le daban una fugaz mirada y volvían a sus asuntos. La castaña evitaba mirar mucho a su acompañante, sin embargo, le era imposible no admirar la confianza que irradiaba al caminar, su postura y expresión eran la sensación del pueblo, además de su talento y belleza. Quería ser como ella cuando fuera mayor.
Pronto llegaron al taller –también hogar– de la rubia y la primera acción de la chiquilla fue correr hacia un nuevo vestido que yacía colgado en la pared frente a ella. Se fijó en cada detalle que poseía, desde el tono ciruela que poseía hasta los alfileres esparcidos en puntos estratégicos de la tela para mantener todo en su lugar.
—¿Te gusta? —preguntó la rubia, ella se giró para asentirle con una gran sonrisa.
Observó el estilo de la prenda por otro momento, al cansarse dio la vuelta y se acercó a la rubia. Había traído una caja con perlas metálicas y acomodó dos sillas para mayor comodidad. Ekanna le invitó a sentarse y le entregó la herramienta para ayudarle con los collares que quería crear. A la castaña le gustaba ayudarle y ella le había enseñado algunas cosas que podía llevar a cabo sin hacerse daño, por lo que ambas salían beneficiadas.
—¿Por qué quería mi padre que pasara el día contigo? —indagó mientras unía el hilo que sostendría las perlas en la aguja.
—¿Te molesta? —ella negó, riendo suavemente—. ¿O tienes algo mejor para hacer?
Syn se tensó un poco al pensar de nuevo en los sucesos del día anterior y sintió algo de culpa que le revolvió el estómago, no debió haber aceptado volver.
—Uh, no, para nada.
—¿Segura? Porque te he visto muy feliz de la vida escabulléndote rumbo al palacio.
Un escalofrío recorrió su espalda y supuso que su rostro perdió el color por la sonrisa burlona que tenía la mujer en su rostro. ¿Cómo podía ella saber eso? Juraba que nadie le había visto en las ocasiones que escapaba, todos estaban demasiado ocupados para prestarle atención. Al parecer sus dotes de sigilo –y su capacidad de usar la magia– no eran tan buenos como creía, estaba demostrado.
Intentó fingir locura; una risa salió de su boca, pero delató su nerviosismo. Pensaba en las palabras correctas para combatir su acusación y convencerla de que no hacía tal cosa, pero su mente quedó en blanco y no tenía argumentos concretos. Había gato encerrado y la rubia lo sabía.
—N-No es lo que tú crees, yo...
—Ahórratelo, Syntherea. Podrás engañar a tu padre, pero no a mí —se inclinó hacia ella y su expresión dura le hizo sentir diminuta—. ¿Te das cuenta de lo que te pudo haber pasado? Estabas entrando en un lugar sin autorización alguna; si un guardia te hubiera visto probablemente estarías metida en un lío, creo que lo sabes muy bien ¿no es así? —la pequeña asintió levemente y la mujer suspiró, acercándose para acariciar su mejilla y levantar su rostro—. Sin embargo, no soy nadie para juzgarte. En mi niñez hice lo mismo.
Se acomodó contra el respaldo de su silla y comenzó a tomar las piezas de metal para ensartarlas en su aguja. Syn, algo cohibida, hizo lo mismo.
—¿Te metiste a los jardines del palacio?
—No, no a ese nivel; eso sólo lo harías tú, que quieres que tu padre te encierre en tu habitación —la castaña hizo una mueca—. Pero me metí en la casa de mi vecina de ese entonces, Iðunn, y le robé algunas manzanas que acababa de cosechar. Estuvo muy mal, pero algo tiene su cosecha que la hace deliciosa. No por nada es ella la preferida para comprar las manzanas del día en que alguien cumple la mayoría de edad.
—Pero yo no he robado nada, sólo me quedaba en el jardín a leer —Ekanna entrecerró los ojos—. ¡Lo juro!
—¿No te daba curiosidad acercarte y mirar de cerca el palacio? —ella negó—. ¿Tal vez acercarte a los príncipes y hablar con ellos? O... no, pensándolo bien, si eso hubieras hecho te habrían acusado al instante.
—En realidad... —la mujer arqueó una de sus pulidas cejas al alzar la mirada hacia la pequeña—. Ayer hablé con ellos. Con uno, en realidad.
La mujer quedó sin palabras, sólo alcanzó a asentir con lentitud, asimilando lo dicho.
—Que yo sepa, y eso porque lo he escuchado, los Odinson son algo orgullosos y no se juntan con nadie más que ellos mismos —la castaña hizo una mueca cuando Ekanna tomó un puñado de perlas—. Suena casi fantasioso que te dirigieran la palabra siendo tú una intrusa en su hogar.
—Bueno, fue el Príncipe Loki quien me habló, su hermano sólo se quedó tras él —mencionó. La rubia se mantuvo en un silencio que le creó una gran incomodidad a la castaña—. ¿Le dirás a mi padre?
—Debería, pero no lo haré —el semblante de la chiquilla se compuso—. En primer lugar porque no te quiero visitar en tu habitación como si fueras una condenada y en segundo, porque me alegra que hayas socializado, aunque haya sido sumamente riesgoso haberlo hecho. No obstante, debo advertirte algo y espero que nunca lo olvides —se acercó a ella y mirándole a los ojos le dijo—: No te apegues a ellos. Podrán ser como tú, pero ellos poseen un título. No te encariñes ni esperes una amistad duradera, puede que sólo esperes en vano.
Syn se sintió algo triste con las palabras de la rubia, a pesar de que tenía razón.
—¿Entonces no debo juntarme con ellos?
—No me refiero a eso. Ve, habla, juega con ellos, pero intenta no encariñarte demasiado.
Las palabras de la rubia resonaron en su cabeza y sintió que su corazón daba un vuelco. En el fondo sabía que era muy bueno para ser verdad, pero prefería pensar que podría tener el privilegio de ser amiga de los príncipes de Asgard, así de grande era su ingenuidad. Sin embargo, intentaría hacer lo que dijo, no debía costarle mucho.
—Continúa —le pidió, refiriéndose a las perlas—. Luego me ayudarás con el vestido que viste al entrar.
La castaña asintió, prosiguiendo con su labor. Insertó las piezas una por una en la aguja, creando así un collar que luego decoraría algún diseño de la rubia. Se percató de que se habían sumido en un silencio incómodo, el cual sería más notorio de no ser por las voces que provenían de afuera. Pronto recordó la razón por la que estaba allí, así que tomó la oportunidad de retomar la conversación.
—¿Por qué mi padre quería que pasara el día contigo?
—Oh, casi lo olvido —rió suavemente—. Verás, Aaren quiere que tengamos una charla, de mujer a mujer. Ya es hora de que sepas algunas cosas, las cuales tocan un tema que él no te puede explicar con la claridad que necesita.
La expresión confusa en el rostro de Syn le hizo reír de nuevo, así que se permitió continuar para aclarar a lo que se refería. Tocó los temas con toda la suavidad que podía mientras continuaban con su trabajo, respondió a las muchas preguntas que formulaba la pequeña cada cierto tiempo y explicó con más detalle si así se requería. Los cambios físicos que experimentaría resultaron ser el foco de toda la curiosidad de la niña al inicio, sin embargo, era algo fácil de asimilar, lo incómodo fue llegar al tema de reproducción que hizo que a la jovencita le subieran los colores al rostro, además de crearle múltiples muecas y pedir más explicaciones.
Su padre tenía razón, ella era la que mejor podía tocar esos temas, pero de cierto modo no le creaba incomodidad que Ekanna le contara aquello, después de todo, ella era la única figura materna, amiga y cómplice que tenía. Era su confidente y confiaba en ella plenamente; no obstante, ella no debía ser la única, sabía que Aaren tenía derecho a los mismos privilegios que ella, incluso más. Es su padre y también debe saber lo que le sucedía, lo que se lo impedía era la forma en que reaccionaba, le temía, pero debía solucionar eso; no podría ocultarle las cosas para siempre y tenía que buscar la manera más pacífica de dialogar con él. Todavía tenía tiempo para llegar a un plan concreto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro