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I

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CAPÍTULO 01
Una intrusa en el jardín.

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Los jóvenes príncipes de Asgard jugaban alegremente en los alrededores del palacio, habían tomado prestados dos palos de madera pertenecientes a las herramientas que usaban los encargados del mantenimiento del palacio y pretendían que eran sus espadas, de empuñaduras talladas y hojas filosas que chocaban repetidas veces durante su enfrentamiento. Si bien podrían jugar en los interiores del palacio, preferían hacerlo al aire libre, así tendrían más espacio y no correrían el riesgo de dañar algo. Además, el lugar les permitía hacer volar su imaginación.

En varias ocasiones habían hecho una representación de las victorias de su padre, Odín; siendo el mayor, Thor, de once años, quien interpretaba al Padre de Todo, mientras que el menor –por unos pocos meses–, Loki, hacía de aquellos formidables enemigos con los que se había enfrentado el Rey de Asgard. Muchas veces a Loki no le agradaba siempre ser el derrotado y ansiaba recrear las hazañas siendo su padre, pero Thor, con la excusa de que a la próxima su hermano podría hacer de él, siempre terminaba siendo el ganador. Aquello no le agradaba en absoluto, así que se las ingenió un día para convencer a su hermano de jugar a algo nuevo, donde combatieran bestias invisibles, iban en busca de algún tesoro o rescataban a una bellísima doncella –representada por las sábanas enrolladas de alguno de los dos–, así, ambos tendrían la victoria. Ese día habían decidido luchar entre sí, fingiendo ser guerreros con una causa no muy clara; avanzaban por los jardines del palacio esquivando al personal y los soldados que pasaban, quienes a veces les observaban con una leve sonrisa antes de seguir su camino. El mayor le había hecho una advertencia a su hermano, la cual era no usar sus recurrentes trucos de ilusión o habilidad de cambiaformas mientras jugaban, a lo cual él había aceptado. Aunque, conociéndolo como lo hacía, dudaba de su palabra.

De lo que ninguno se percataba –tanto ellos como el personal– era la presencia de una niña. La chiquilla no hacía más que leer un viejo libro que una vez perteneció a su madre mientras se escondía tras un gran rosal del jardín, el cual tenía la suficiente dimensión y espesura como para ocultar su figura de aquellos que pasaran por su lado, además, un gran árbol junto al arbusto floreado le brindaba una agradable sombra durante su estadía. La pequeña de cabello castaño y vestido grisáceo tampoco daba oportunidad a ser descubierta, al principio se escabullía sigilosamente entre las plantas y guardaba todo el silencio posible para no ser descubierta, al menos hasta que encontró unos curiosos libros de hechicería –también propiedad de su madre–, cuyo uso no pudo descifrar hasta que una amiga de su padre le ayudó con el poco conocimiento que poseía del tema. Desde entonces, había usado un hechizo de invisibilidad para llegar hasta el hermoso rosal que le acompañaba en sus escapes de lectura; sin embargo, debido al temor que experimentaba cada que sus oídos captaban el ruido de la armadura de un soldado o murmullos del personal, su concentración se iba directo a Helheim y su único truco puesto en práctica fallaba, dejándole con el sigilo que había perfeccionado con cada escape a su fragante escondite.

Le temía a los soldados, no sólo por lo que le harían al ver que se había escabullido en el jardín sin autorización, sino porque les otorgaría el derecho a informarle a su padre acerca de lo que había hecho. De verdad odiaba la verborragia que surgía en su progenitor al montar en cólera. Aun así, conociendo el peligro latente al que se exponía, continuaba haciéndolo. ¿La razón? El oficio de su padre generaba demasiado ruido para su lectura, los demás niños preferían jugar y la dejaban a un lado llamándola "aburrida" y tampoco podía contar con la amiga de su padre, ya que su oficio involucraba a las mujeres del pueblo chillando de un lado a otro pidiendo telas de colores, arreglos para sus ropajes, accesorios y nuevos vestidos. Todo un caos. El único lugar que encontró cómodo y lo suficientemente tranquilo para echarle un vistazo a los variados libros de su madre fue en los jardines –donde había terminado luego de un momento de aburrimiento en el que decidió escabullirse por pura curiosidad, y le agradó a pesar de poder meterse en problemas– y al notar que en aquel rosal en medio del límite al pueblo y el palacio podía quedarse, siempre y cuando se mantuviera callada, no dudó en hacer de aquel riesgoso lugar su espacio de lectura.

La historia del libro que sostenía la chiquilla se vio interrumpida por el eco de unos insistentes golpes, si no se equivocaba, parecía ser producto de dos superficies de madera, también captó unas voces cuyas palabras eran desconocidas a sus oídos. Trató de ignorar el ruido, pero éste se acercaba cada vez más; rodó los ojos, cerrando el libro algo molesta y exhalando con fuerza. El relato se estaba tornando de lo más interesante, pero las exclamaciones de quienes quieran que fuesen los perturbadores de su tranquilidad no le permitían continuar, la distraían, y detestaba tener que releer una parte continuamente por no lograr apreciarla correctamente. De su incomodidad surgió una gran curiosidad y con toda la precaución que había tenido desde que llegó, asomó su cabeza por un lado del rosal, buscando a los creadores del bullicio. Tanta fue su sorpresa al ver a los príncipes jugando con dos palos de madera que tarde se dio cuenta de que se estaba acercando peligrosamente a las espinas de las flores. Había visto a los príncipes anteriormente, jugaban cerca del palacio, mas nunca habían llegado hasta donde ella se quedaba; no podía saber con exactitud si alguna vez habrían llegado a notarla, esperaba que no, quizás no reaccionarían del todo bien si supieran de su presencia.

Inconscientemente intentó apoyarse en el arbusto, apartó la mano con un siseo al sentir las espinas punzando su piel y observó unas pequeñas gotas carmesí brotando de algunos de sus dedos. Tal fue su suerte, que en aquel momento un soldado pasaba junto a aquel rosal. Ella no le había escuchado debido a su ensimismamiento, pero él sí que la había escuchado cuando se quejó. Pronto subió el pequeño muro que protegía la tierra y sus plantas, descubriéndole en flagrancia tras el arbusto espinoso. Los príncipes detuvieron su juego al escuchar un chillido y la voz intimidante de un soldado; presenciaron la escena desde la distancia: el hombre de la armadura sacaba una niña –al parecer de su misma edad– desde atrás de un gran rosal, notaron que la tomaba con fuerza del brazo para luego dejarla en el camino sin algún tipo de delicadeza y tirarle un libro al lado.

—¿Es esa una niña? —preguntó el mayor.

—No lo sé, en definitiva no se parece a una rana —replicó su hermano, rodando los ojos.

—¿Qué está haciendo aquí?

Bastó con que el rubio terminara la pregunta para que la respuesta saliera fuerte y claro de los labios de la pequeña, llegando hasta ellos:

¡Sólo estaba leyendo!, gritó la pequeña.

Su voz tenía un toque de pánico que fue imposible no notar, al menos para el príncipe Loki, ya que su hermano lucía completamente ajeno a la situación. Podría no conocerla, pero desde su posición notaba el terror que experimentaba la intrusa al ser interrogada sin piedad por aquel soldado. Bien sabían ambos que la chiquilla tendría un final para nada agradable, ya fuera terminar con una mejilla enrojecida por meterse donde no debía o ser llevada frente a sus padres –que probablemente le amonestarían igual o peor, dependiendo de cómo explicara el Einherjar–. Algo en la cabeza del pelinegro se encendió y se compadeció de la niña que lucía a punto de morir de terror cada que el hombre le alzaba la voz y ella, presa del pánico, no era capaz de articular oraciones concretas.

—Ayudémosle —decidió el menor.

—¿Qué? No —respondió el rubio—. Es una intrusa, no debemos ayudarla. No debió entrar aquí en primer lugar, que tenga su merecido.

—¿Te gustaría que te pasara lo mismo si estuvieras en su lugar?

—Pero no lo estoy.

Loki bufó.

—Qué buen corazón tienes, hermano.

Loki soltó su arma improvisada y se dirigió hacia el soldado y la niña. Thor, de mala gana, rodó los ojos y soltando un gruñido siguió a su hermano.

—¡Espere! Espere —exclamó el menor al soldado, que estaba a punto de alzarle la mano—. Está con nosotros, la estábamos buscando. ¿Dónde te habías metido? Eres bastante escurridiza, ¿lo sabías? —tras hablar con el soldado se puso de cuclillas, dirigiéndose a la aterrada niña, que le miraba con los ojos desorbitados por el miedo.

El Einherjar compuso su postura, viendo al de vestiduras verdosas posando su mano amigablemente en el hombro de la niña.

—Mis disculpas, Príncipe. —su expresión cambió a una más serena al escuchar las palabras del menor. Tras hacer una reverencia, se retiró.

El rubio observó fugazmente a la castaña al llegar, notando las lágrimas que se habían formado en sus ojos y la palidez de su rostro. Le parecía patético, pero por alguna razón Loki sentía el impulso de ayudarla. No pudo hacerle cambiar de opinión, así que lo mínimo que podría hacer era asegurarse de que nada malo le pasara a su terco hermano.

—¿Se encuentra bien? —preguntó el pelinegro cuando el hombre estuvo lo suficientemente lejos. La niña, limpiando sus ojos con el dorso de su mano, asintió levemente.

—Llorona —murmuró Thor. Loki le dio un golpe en la pierna con disimulo y el mayor tuvo que contener un quejido.

La chiquilla tomó su libro del suelo y se puso de pie, acto que el pelinegro repitió. No se atrevía a mirar al príncipe a los ojos, un ligero rubor teñía sus mejillas y se sentía intimidada ante la presencia de los herederos al trono. Sin embargo, no quería faltarle al respeto a su salvador, así que conteniendo las ganas de que la tierra le tragara, le miró e inclinó la cabeza en forma de reverencia.

—Gracias, Mi Príncipe.

El pelinegro sonrió ante el agradecimiento y la timidez que demostraba la niña frente a él, mientras que el rubio se cruzaba de brazos y observaba a la extraña de pies a cabeza con la altanería bastante característica de su persona.

—¿Cuál es su nombre? —inquirió el menor.

—Mi nombre es Syn, Alteza.

El pelinegro bajó su vista hacia la mano derecha de la chiquilla, encontrándose con un libro idéntico a uno que creía haber visto anteriormente en la biblioteca del palacio. Sus ojos se iluminaron y por su mente cruzó la idea de tener una compañera de lectura que no fuera su madre. No era como si le desagradara leer con ella, todo lo contrario, pero se sentía solitario cuando Frigga no podía acompañarle y anhelaba alguien con quien pudiera hablar de las historias que leía cuando ella no estaba, sin que le apodara de forma despectiva como solía hacerlo Thor.

—¿Qué lees, Syn?

La castaña le miró con asombro. ¿Había escuchado bien? Le sorprendía que, siendo él de la realeza, le interesara lo que leía. Tal vez lo decía por cortesía, nada más, así que decidió responderle con simpleza:

—Es sólo un viejo libro, literatura Vanir.

—¡Ay no! Es tan aburrida como tú —exclamó el rubio, ganándose una mirada desafiante de su hermano e incomodando a la pequeña.

—C-Creo que debería irme —su voz tembló, por lo que se aclaró la garganta con suavidad.

—¿Volverá? —tanto Syn como Thor se sorprendieron al escuchar esa pregunta salir de los labios del menor. El rubio hizo una mueca y frunció el ceño.

Uhm, ¿debería?

—No —murmuró el mayor, demasiado bajo para ser escuchado con claridad.

—¡Sí! —respondió. El rubio rodó los ojos de nuevo y una tenue sonrisa se formó en el rostro de la castaña—. Supongo que le agrada estar aquí, así que no veo por qué no debería regresar. Podría leer con tranquilidad y jugaría con nosotros, si lo desea.

El rubio enarcó una ceja y una suave risa brotó de Syn al ver una amplia sonrisa en el rostro del príncipe menor.

—Está bien, volveré —aceptó, llevando el libro que sostenía hacia su pecho para abrazarlo con fuerza—. Hasta pronto, Príncipe Loki.

Inclinó su cabeza una vez más antes de darles la espalda e irse. Cuando ambos la perdieron de vista –ya que Loki se le había quedado mirando y Thor intercambiaba su atención entre la chiquilla del pueblo y la sonrisa tonta que tenía su hermano en la cara– el mayor decidió hablar.

—Ni creas que voy a jugar con ella.

Oh, vamos hermano. Ni que nos fuera a hacer daño.

—¡Es del pueblo!

—¿Qué problema hay con ello? Si quieres ser un Rey digno de alabanza debes ser bueno con tus súbditos, Thor. A Madre no la quieren sólo por ser la Reina.

—Sólo la quieres porque lee cosas aburridas, como tú.

El pelinegro hizo una leve mueca, dándole la razón mentalmente.

—Posiblemente.

Loki dio media vuelta y se dirigió al palacio, seguido por su hermano.

—¡Además fue grosera conmigo! ¡No me dirigió la palabra! —exclamó el rubio tras su hermano.

—Qué afortunada. Es un privilegio que pocos pueden gozar.

Thor se ofendió inmediatamente por el comentario.

—¡Le diré a Madre que dijiste eso!

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