Adrien Parte 2.
La lluvia azotaba contra los cristales de mi auto, ya eran más de las once de la noche por lo que no había tanto tráfico. Escuchaba la vieja radio con canciones de rock moderadamente alto, aceleré para llegar pronto a casa, estaba cansado y fastidiado por un largo día.
En la mañana la universidad era un caos debido a la época de exámenes. Estaba confiado en que había aprobado todos, no era difícil sabiendo que preste atención todo el año sin necesidad de estresarme por estudiar. Pero eran muy diferentes las tardes en el trabajo, en la oficina del banco para el que trabajaba todos estaban estresados por la baja venta de servicios y la insuficiente repartición de tarjetas de crédito.
¿Quién demonios querría vender su alma por una tarjeta costosa?
Pero todo aquello no se comparaba con el dolor del pecho que aparecía de repente al ver como Holly y Alex festejaban su compromiso. Ambos se la pasaban junto al otro felices por la noticia diciéndole a quien pasará que se casarían muy pronto. Todos los que le conocíamos observábamos como eran incapaces de no estar juntos, había contacto físico las malditas 24 horas al día. Eso me lo ponía más difícil.
Apreté el volante hirviendo de coraje sintiendo la rabia expandirse por mi sistema. No quisiera mentir diciendo que estoy feliz por ellos, que les deseo lo mejor y que vivan por siempre felices y tengan muchos hijos. Sería hipócrita de mi parte felicitar a mi primo por su compromiso cuando lo único que quería era que su futura esposa fuera mía. Quería vivir su vida, tener a alguien a quien amar y que al llegar a casa pueda abrazar para sentirme feliz.
Encendí un cigarrillo entre un semáforo y bajé la ventana para sacar el humo. Mi celular vibraba debido a los mensajes de mis amigos, en nuestro grupo solo hablaban de la noticia, querían comprar entre todos cosas de hogar para la futura pareja.
Es obvio que si no contestaba era porque no quería hablar del tema. Los chicos solían dejarme múltiples mensajes de texto preguntando si todo iba bien. Fue mi culpa preocuparlos cuando se reunían y yo al asistir no podía evitar sentirme mal al ver a Alex besando a la chica que amo. Era inevitable por más que me esforzara.
Tengo mensajes de Holly preguntando qué tal va todo, la pequeña idiota se cree que estoy mal a causa de lo que pasa en la casa de mis padres. Aunque en parte tiene razón, no es mi mayor problema. Es un tema donde no puedo intervenir, no es mi decisión. Sigo esperando que mamá termine con nuestro infierno.
Ignoro los mensajes de todos prefiriendo que las cosas sean así hasta que su boda haya sido un hecho y tenga que aceptarlo. Pronto seria su despedida de soltera, pensaba aprovechar para verla lejos de Alex y confesarle lo que sentía, pero comenzaba a dudar. Después de todo ella ya era feliz.
Acelero más para llegar a casa, solo quiero dormir y olvidarme de todo un rato, cuando me estaciono bajo terminando mi cigarrillo y me encuentro con la casa a oscuras. Supongo que se han ido a dormir.
Trato de abrir la puerta con mis llaves, pero ésta ya está abierta, entro lentamente mirando a todos lados. La casa permanece en orden, no hay nada extraño salvo que las cosas de mi padre están rumbadas en una esquina de la sala.
Aun así, presiento que algo va mal. Me encamino al piso de arriba buscando algo lo cual no sé qué es, no se escucha nada en lo absoluto. No veo, no escucho.
Cuando cruzo por la habitación de mis padres veo el cuerpo de mi padre dormido, a su lado está el espacio vacío, la cama esta revuelta, pero mi madre no se encuentra en esa habitación.
Más tranquilo abro la puerta de mi cuarto quitándome la ropa, me deshago de mi chaqueta y el suéter que traía puesto. Lo arrojo al suelo en una esquina y tocando a tientas la pared, encuentro el interruptor para encender la luz.
– ¿Mamá? – digo al verla sentada en mi cama, mirando al suelo, parece estar ida, ni siquiera me mira. – ¿Estas bien?
Me acerco a ella examinándola, su cabello esta alborotado, su mirada luce perdida, como en trance. Su vestido tiene los primeros cuatro botones desabrochados y veo sangre en su labio. Sus manos aferran con fuerza el borde de mi sábana y mira al vacío con los labios entre abiertos.
– ¿Mamá? – susurro ahora preocupado.
Me hinco frente a ella y levanto su barbilla viendo un gran moretón en su pómulo izquierdo. Es entonces que siento un fuerte golpe de adrenalina y coraje invadirme. Entiendo todo a la perfección sintiendo el enojo apoderarse de mis sentidos.
– ¿Te tocó? – gruño molesto. – ¿Qué te hizo?
– Yo... – susurra aun perdida en su mente. – Yo no quería, pero él... – su voz se apagaba y ella no me miraba. Tomé con severidad sus mejillas obligándola a fijarse en mí, sus ojos hicieron contacto con los míos y ahí rompió en llanto. – Me tomó a la fuerza. – lloró abrazándome. – Yo no quería, le dije que iba a irme... pedí que parara. Yo...
– Ese perro infeliz. Nos vamos de aquí. – digo poniéndome de pie y tomándola de la mano. – Sube a mi auto, nos vamos.
– No, no puedo irme... – dice ahora asustada. – Va a enojarse y...
– ¡Me vale una mierda! – digo molesto. – Sube a mi auto.
– Adrien no podemos hacer esto. – sentencia mamá acomodando su cabello con nerviosismo. – Tu padre...
– Esa cosa no es mi padre. – aseguro entre una risa amarga. – Ese maldito no es nada mío. – Si no quieres que lo mate, sube al auto AHORA.
Ella dudosa caminó a la puerta temblando y sollozando, me miro suplicando con los ojos anegados en lágrimas. Tenía miedo, claro que lo sabía, pero era lo mejor para todos.
Tomé el dinero que tenía guardado y una chaqueta, guarde en mi mochila un cambio de ropa y camine para alcanzarla a mitad de pasillo, se había quedado congelada mirando una foto de su boda colgada sobre una pared.
– Él no era así... – susurro más para ella que para mí.
La tomé de la mano para jalarla e ir más rápido, pero fue entonces que, al cruzar por la sala, se encendió el foco de la cocina.
– ¿Qué hacen? – pregunta ese pedazo de persona parado con un vaso de agua en la mano. Ve a mi madre y a mi minuciosamente y después sonríe. – Lorie, ¿qué haces?
– Ha-Harold. – dice envuelta en pánico.
– Nos vamos. – sentencio yo, mirándolo con el mayor odio contenido dentro de mí.
– ¿Se van? – dice él y le da un trago a su vaso. – ¿A dónde vas Lorie? Espero que por café porque ya no hay en la cafetera.
– Nos vamos de esta casa. – digo empujando a mamá por la cadera para que camine.
– Tu no vas a llevarla a ningún lado, es MI esposa. – dice avanzando dos pasos hacia mí. Mi madre se tensa y me mira nerviosa.
– Es MI MADRE y no permitiré que vuelvas a ponerle una mano encima imbécil. – digo ahora colocándola detrás de mí.
– ¿Cómo me llamaste? – dice ahora furioso. – Soy tu padre, Adrien... cuida como me hablas. Puedo castigarte por eso.
– Tengo veinte años, no soy el mismo niño al que golpeabas. – me río con frialdad avanzando hacia atrás con mamá en mi espalda. – No dudare en romperte la cara si llegas a tocarla de nuevo.
– ¿Estas escuchando eso Lorie? ¿Vas a dejar que tu hijo me llame así? – se queja él mirándola por sobre mi hombro. – Tendré que darles una lección a ambos.
– Harold por favor... – llora mi madre.
Me interpongo más entre ambos alejándola de mí, sin despegarle los ojos de encima a ese monstruo. Él parece dudar al verme tan molesto, coloco junto a mí la mochila y espero con los brazos a los costados que él ataque primero.
– Necesitas que alguien te discipline. – susurra mi padre entre dientes. – Es por tu bien.
"Es por tu bien"
Recuerdo todas las veces en las que de pequeño solía maltratarnos, conmigo lo hizo desde que tenía catorce. Fue la primera vez que me metí en sus abusos contra mamá.
Un puñetazo fue esquivado por mi para después tomar su mano y dar un golpe en su estómago. Después otro y luego otro, yo tenía ventaja en tamaño.
– ¡ADRIEN PARA! – gritó mamá.
Me propinó un golpe en la barbilla y después uno en la mejilla, cuando me distraje mirando a mamá. Caí de espaldas al sentir como ella me jalaba de la camiseta tirando de mi hacía atrás para zafarme de papá.
Este la tomó del cabello y la miro a la cara molesto.
– Tranquilo, no me iré. – susurra ella asustada acariciándole el rostro. – Adrien solo se descontrolo un poco, fue un pequeño malentendido. – mi padre la suelta del cabello para tomarle de las mejillas.
– ¿Pensabas irte? – pregunta papá molesto. Ella negó repetidas veces con la cabeza sonriéndole con miedo.
– Mamá no. – digo poniéndome en pie. – No dejes que te convenza otra vez.
– Cálmate. – susurra mamá mirando a Harold. – Estoy aquí, no voy a irme. Deja a nuestro hijo y vamos a calmarnos.
– ¡Mamá! – molesto, me acerco de nuevo con la intención de arrebatarle a mi madre a ese.
– Adrien, basta. – dice ella mirándome suplicante. – Ve a tu habitación, ya es tarde y todos necesitamos dormir.
No otra vez...
– Mamá. – la llamo, pero ella vuelve su vista a mi padre tomándolo de la mano, le sonríe y asiente obediente.
– Vamos a dormir.
Él me mira molesto, pero al apretar más a mi madre junto a su costado, relaja su rostro y me sonríe. Se siente superior, cree que ha ganado.
– Espero que te sirva de lección. – dice él ahora más tranquilo. – Lo hago por su bien, no deberías ser tan malagradecido. Ten cuidado a la próxima como me llamas, hijo. No toleraré otra falta de respeto así en MI casa. – sentencia caminando junto a mamá para subir las escaleras y perderse en el pasillo oscuro hacia su habitación.
Sin poder creerlo miro hacia donde se fueron y siento que el coraje se vuelve decepción. Impotencia. Enojo.
Salgo de casa y azoto la puerta, camino lentamente olvidando que el frio me cala en los huesos, estoy en solo camisa sin mangas por lo que, si alguien me viera tan tarde en la noche, vestido de esta manera, creeria que estoy loco.
Pero ni siquiera siento nada, no siento frio, siento un calor abrasador por todo mi cuerpo y me siento temblar. Mis manos se vuelven puños controlando sus movimientos involuntarios.
Caminé por demasiado tiempo, no sabría calcularlo. Las calles estaban casi vacías, había muy pocos autos transitando en las avenidas. Cruce una plaza por donde patrullaban unos oficiales que, al verme, no me despegaron la mirada.
Pasé cerca del panteón local y sentí por primera vez frio. Un solo pensamiento cruzó por mi cabeza al ver la entrada de este de cerca mientras caminaba cerca.
Mi madre pronto estaría aquí, si no hacía algo. ¿Pero qué hacer? Ya lo había intentado todo. Era ella la misma que no quería ser salvada, tenía todas las señales claras de abuso doméstico, de violaciones físicas y mentales. Le había lavado el cerebro y ahora ella no le dejaría jamás.
Él estaba confiado por eso, sabía que mamá jamás le dejaría y que, si lo hacía, volvería. Yo no le importaba a ella por lo visto, le había dicho que prefería mil veces verla sola que estando con él. Le había ofrecido todo tipo de medio, de ayuda para sacarla de ahí y jamás acepto. Supongo que tenía miedo a estar sola.
Antes era acostumbrado que las mujeres jamás estuvieran solas, como mi abuela me decía. Ella una vez me contó que su primer esposo falleció muy joven y ella tuvo que casarse con otro hombre porque no era bien visto que una mujer estuviera sola. ¿Eso pensaba mamá? ¿Que estar sola era malo? No lograba entenderla. Para mí era peor estar con alguien así.
¿Por qué esperar a que alguien cambie? No lo hará. Ella corría riesgos peores que ser violada, podría morir si la golpeaba de nuevo, si la maltrataba. No podía entenderla por más que pensara. No le comprendía.
Quería salvarla, pero ella amaba su infierno. ¿Cómo luchar contra eso?
No me di cuenta del porque había caminado hasta aquí, ni cuándo. Pero me encontraba frente a la puerta de la única persona a la que podía acudir. Siempre fiel, comprensiva, amorosa.
Sabía que estaba mal utilizarla como un diario privado, como algo que me hacía sentir bien, que cuando nos necesitábamos tanto física como emocionalmente, ambos nos entregábamos al otro sin condición. Esto estaba mal por una simple razón.
Yo no la amaba como ella a mí.
Arriba de la puerta había una ranura donde ella guardaba la llave de repuesto. La tomé y abrí para entrar en silencio, todo estaba en total oscuridad, pero a diferencia de mi casa, aquí respiraba paz.
Me sentía tranquilo.
Caminé hasta la habitación donde la vi recostada entre sabanas, profundamente dormida. Me recosté junto a ella y le cobijé bien.
Se veía muy hermosa, su cabello castaño corría por su espalda, sus largas piernas se enredaban en la sabana. Al recostarme, ella me sintió como algo familiar y girándose abrazó mi pecho. Olisqueó mi camisa y al sentir mi piel fría, abrió los ojos preocupada.
Sus ojos brillaban incluso en la oscuridad al verme, su sonrisa se borró y de inmediato me miro asustada. No quería preocuparla, pero la necesitaba justo ahora.
– ¿Qué ocurre? – preguntó acariciando mis brazos al desnudo. – ¿Has venido caminando? ¿Así?
Asentí mirándola a los ojos. Me gustaban sus ojos cuando me miraba así, con ternura, con amor. ¿Por qué no podía amarla? Todo sería más sencillo, mucho mejor.
– ¿Paso algo en tu casa? – dice más parecido a una afirmación que a pregunta. Ya estaba acostumbrada.
Asentí y ella al comprender que no deseaba hablar de eso, me cubrió con las sábanas y me abrazó. Su calor me lleno, me calentaba por completo en poco tiempo, entre sus brazos me acurruque en el hueco de su cuello y aspire su aroma. Olía a calidez, a shampoo de frutas.
– Descansa cielo. – susurró besando mi frente.
– Giana... – comencé mirando al vacío. – Deberías alejarte de mí.
Ella quedo en silencio largos minutos en los que se limitó a sobar mi cabello y enredar sus dedos entre este. Me encantaba la forma en la que esos simples gestos lograban calmarme.
– Lo sé. – dice y la miro al rostro en busca de su expresión en ese momento. Luce tranquila, pero veo un toque de tristeza en sus ojos. – Pero te amo demasiado.
– No lo hagas, por favor.
No quiero que ella se amarre a mí y sufra, está haciendo lo mismo que mi madre, no puedo evitar sentirme miserable al pensar que le hago daño.
– Quiero amarte. – digo clavando mis ojos en los suyos. – Quiero intentarlo.
– ¿De qué hablas? – dice confundida.
– ¿Quieres ser mi novia? – pregunto acariciando su estómago. – Déjame intentar amarte, sé que puedo. – enserio lo deseo.
– Adrien... ¿por qué me dices eso ahora?
– Porque mereces algo mucho mejor que yo. – digo y cuando está a punto de decir algo al respecto la beso apasionadamente. – Pero soy demasiado egoísta como para dejarte ir. Te quiero conmigo. – aseguro sobre sus labios. Y ella se aprieta más a mí.
Su cuerpo me llama cada vez que la veo, le deseo en cada momento ella sabe provocarme. Veo la lujuria en ella siempre que me ve y me gusta eso. Somos el complemento del otro.
– Sabes que soy tuya. – sonríe feliz. – ¿Hablas enserio con eso de ser tu novia?
– Si.
– Entonces sí.
– ¿Eres mi novia ahora?
– Creo que sí. – sonríe y me abraza.
– No sé qué se supone que deba hacer ahora. – digo sonriéndole. – ¿Tengo que besarte?
– Creo que nosotros ya podemos subir a otro nivel más arriba y brincarnos pasos. – sonríe coqueta besándome.
– No. – aseguro seriamente. – Quiero hacer las cosas bien. – me siento en la cama y la acerco a mí. – Quiero hacerlo bien.
La beso castamente en los labios y siento por primera vez en mucho tiempo que he tomado una buena decisión. Me siento parte de algo, me siento bien.
– Te quiero. – suspira en mi pecho al separar nuestros labios. Yo no contesté, jamás contestaba.
Esperaba con todas mis ganas poder contestar eso muy pronto. Quería sentirlo de verdad y ser honesto. Quería hacerlo como debe ser y hacerlo bien.
Ella merecía eso, merecíamos ser felices. Lo merecía.
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