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40. La despedida

Elías

—Hola, dormilón —dice una voz alegre que resuena suavemente dentro de mi cabeza, y no tengo que esforzarme para saber qué es la voz de Emma. Escucharla es como música para mis oídos, pero no es suficiente. Necesito más, tengo que verla, abrazarla y sentir su dulce aroma para poder sentirme completo.

Abro lentamente los ojos, y de repente me siento más ligero que nunca, como si todo el peso de mis preocupaciones se estuviera desvaneciendo por completo, como si estuviera flotando en un caudal de nubes. Y tal vez sea así, porque no puedo distinguir nada a mi alrededor, excepto a la hermosa chica por la que estoy locamente enamorado. Con su cabello castaño despeinado y sus ojos marrones, Emma me sonríe dulcemente, y abre los brazos para darme la bienvenida.

Intento acercarme más a ella, con una sonrisa igual de radiante que la de ella. Pero mis pies no parecen tocar suelo firme y me tropiezo cada vez que intento dar un paso.

Emma suelta una leve risa al ver mi nada adorable intento de llegar hasta ella. Pero no tarda en extenderme la mano, como tantas veces lo ha hecho antes, para que sea más fácil alcanzarla.

Finalmente, logro tomarla entre mis brazos y la acerco a mí, uniendo nuestras almas en un cálido abrazo lleno de afecto. No puedo recordar ningún otro momento antes de esto, pero tampoco es que importe, porque lo único que realmente quiero es a la persona que está frente a mis ojos. Teniéndola a ella, ¿por qué me preocuparía por algo más?

Acerco mi rostro al de ella y le doy un tierno beso que ella corresponde con gusto.

—¿Dónde estamos? —pregunto, aún embriagado por el toque de su piel en la mía.

Me entusiasma saber lo que nos depara el futuro. No puedo esperar ni un segundo más a ser la familia unida que siempre estuvimos destinados a ser. Con Emma, siento que puedo vivir feliz durante una eternidad.

—Tienes que irte —indica, con voz triste—. Todavía no es tu tiempo. Tienes que regresar con Tessa, Nolan y Matías.

—¿Qué dices? Tenemos que ir juntos —insisto.

—Eso quisiera yo también —dice Emma, y en su expresión hay algo que no logro identificar. Las lágrimas amenazan con salir de sus ojos mientras ella se esfuerza por mantener una sonrisa—, pero yo tengo que irme, así que tú ve con ellos primero, ¿si?

—¿De qué estás hablando? ¿A dónde vas?

Emma no contesta, solo muestra una sonrisa satisfecha mientras coloca suavemente sus manos en mi pecho, sintiendo los latidos de mi corazón en su piel.

—Elías, yo siempre voy a estar ahí, contigo. Tal vez no puedas verme o escucharme, pero podrás sentirme, siempre.

Ella toma mis manos para llevarlas a mi pecho, justo donde estaban las suyas hace unos momentos, y ahora soy yo quien puede sentir mis propios latidos.

—No entiendo.

—Lo entenderás —dice con voz suave—. Puede que tardes un poco en hacerlo, pero lo harás. Lo prometo. Ahora tienes que despertar.

—Pero ya estoy despierto.

—No, no lo estás realmente —dice, regresando sus manos a mis mejillas.

Ella cierra los ojos y junta su frente junto a la mía. Imito su gesto, sintiendo como nuestros alientos se unen y se vuelven uno solo.

—Tienes que despertar, cariño —dice Emma, y su voz resuena como eco en mi cabeza.

Cierro los ojos y me dejo invadir por la tranquila sensación de ligereza. Dejo de escuchar y de ver, y de nuevo, solo estoy yo, flotando entre un montón de nubes. Las palabras de Emma siguen sonando y me concentro en el dulce sonido de su voz.

Despierta, tienes que despertar.

Despierta, cariño.

Despierta.

Abro los ojos, pero algo es diferente está vez. Contrario a hace unos instantes, me siento pesado y adolorido. Mi cabeza da vueltas mientras trato de procesar lo que acaba de pasar. Quizá todo fue un sueño. Es posible que haya recaído de nuevo y que me haya perdido en el mundo de las ilusiones por quien sabe cuanto tiempo.

Intento mirar a mi alrededor, y vea como lo vea, estoy en la misma habitación de hospital de siempre. Los aparatos médicos que suenan al compás de mis latidos, las cortinas en tonos grisáceos, el techo, tan liso y blanco. Todo es igual, pero extrañamente algo se siente diferente.

—¡¿Elías?! —exclama una voz familiar, apareciendo en mi línea de visión. Tessa está ahí, como siempre ha estado cada vez que estoy internado en el hospital—. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?

Parpadeo varias veces, tratando de enfocar el rostro de mi hermana. Ella también es la misma de siempre, pero se ve extremadamente agotada. Sus ojos tienen un tono rojizo y sus párpados están hinchados. Es justo el rostro de alguien que ha estado llorando sin parar.

—El doctor ya viene —anuncia Nolan desde la puerta, y en él, noto la misma expresión solemne.

—Todo va a estar bien, amigo —dice Matías, mientras se sitúa a mi lado.

Quiero hablar. Quiero decirles que estoy bien y que no tienen que preocuparse por mí. Sin embargo, mi garganta se siente tan seca que temo que pronunciar alguna palabra vaya a acabar con mi voz.

Mis ojos tratan de adaptarse al lugar y busco desesperadamente a Emma entre las personas que están en la habitación. Pero no logro encontrarla.

—¡Elías! —grita mamá, mientras entra rápidamente a la habitación—. Despertaste, ¿cómo estás, hijo?

Su rostro rápidamente es invadido por las lágrimas, mientras se debate entre tocarme o mantener su distancia, como si fuera un objeto capaz de romperse con el más mínimo toque. Pero he pasado por mucho y sobrevivido a mucho más, por lo que no puedo rendirme ahora.

—Estoy... bien —consigo decir con dificultad.

Johanson entra a la habitación y lo primero que hace es revisar mi condición, incluyendo mis signos vitales, mi ritmo cardiaco, mis análisis de laboratorio y demás.

—Parece que todo está en orden —dice después de un exhaustivo análisis—. El trasplante de corazón parece haber ido bien, pero de todas formas tienes que descansar.

Es la primera vez desde que desperté que escucho lo del trasplante. Conociendo a mi hermana, supuse que cuando recibiera un corazón estaría brincando de alegría o recitando en voz alta una larga lista de cosas por hacer después de salir del hospital, pero en su lugar, solo veo una mirada pérdida, como si estuviera tratando de averiguar cómo debería sentirse.

De todas formas, es una suerte haber obtenido un corazón nuevo antes de que el mío colapsara. Quizá no sea mucho consuelo, pero me gustaría agradecer a la familia de la persona que me ha dado otra oportunidad de vida, si tan solo pudiera tener la posibilidad de contactarlos. Pero supongo que eso será tema para otro día, porque justo ahora quiero disfrutar de este momento con el amor de mi vida.

—¿Dónde...? —pregunto, con una voz tan ronca que dudo que mis palabras sean entendibles—. ¿Dónde está Emma?

Todas las personas dentro de la habitación intercambian miradas nerviosas. Nadie dice nada, solo se ven unos a otros, como si estuvieran pasándose el turno para hablar con cada mirada.

—Está con Galia en la cafetería —dice Matías. Su voz duda y sus palabras salen con torpeza, justo como alguien que trata de ocultar algo, pero no logro distinguir que es. Y por alguna razón, todos le siguen la corriente.

—Es cierto —dice Tessa, con el nerviosismo filtrándose en cada parte de su voz—. Pero debes estar muy cansado ahora. Acaban de darte más analgésicos, deberías dormir un rato.

—Pero... —trato de protestar, sintiendo como mi cuerpo se va adormeciendo poco a poco—. Necesito verla.

Trato de mantenerme despierto, pero mis párpados, que cada vez se sienten más pesados, comienzan a cerrarse lentamente, y en poco tiempo, todo se vuelve oscuro.

Desde ese momento no puedo mantenerme despierto mucho tiempo. Abro y cierro los ojos constantemente para terminar sumergido en un sueño profundo en donde lo único que escucho es el eco de la voz de Emma. Los medicamentos y calmantes que me administran no me dejan levantarme e ir con ella.

Puede que hayan pasado horas o incluso días. No estoy seguro. En este momento no tengo una noción exacta del tiempo, pero lo que sí puedo sentir, es que algo va mal.

Cuando despierto después de varias siestas confusas, miro el atardecer que se filtra por la ventana y decido ir en busca de respuestas. Al ver que no hay nadie en la habitación, me quito la vía intravenosa que tengo conectada al brazo, y poco a poco, siento que puedo mantenerme un poco más despierto. Espero unos minutos a que mi cuerpo se estabilice y mientras pasa el efecto de los medicamentos, el dolor empieza a aferrarse a mi ser.

Me volteo en la cama ligeramente y me siento en ella con dificultad. Mi cabeza empieza a palpitar fuertemente y siento el ardor subiendo por mi pecho. Duele demasiado, pero me pesa aún más la incertidumbre de no saber nada de Emma.

Dirijo mi vista a la bata de hospital que tengo puesta y examino mi pecho con cuidado. Una larga gasa cubre perfectamente el lugar en donde supongo que está la herida de la operación, y no puedo evitar pensar en la gran cicatriz que dejara.

Mi momento de tranquilidad se ve interrumpido cuando escucho voces afuera de la habitación. Parecen gritos, incluso reclamos, pero no puedo distinguir lo que dicen, así que junto toda la fuerza que me queda y me levanto de la cama, recargándome en los objetos que encuentro en mi camino para poder llegar hasta la puerta, y cuando la abro, puedo ver la fuente del sonido.

—¿Por qué le estamos mintiendo? —pregunta la voz de Nolan—. Él tiene derecho a saber la verdad.

—Creí que ya habíamos llegado a un acuerdo —protesta Tessa—. No podemos decirle todavía, aún no es un buen momento.

—La verdad es que nunca será un buen momento para decir algo así —comenta Matías, completamente resignado—. No podemos seguir mintiéndole por mucho tiempo, ya está empezando a cuestionar nuestras excusas.

Mi hermana se pasa las manos por el rostro con frustración antes de soltar un pesado suspiro.

—¡Ya lo sé! —exclama—. ¡¿Pero cómo esperan que le diga a mi hermano que la última cosa que hizo su esposa antes de morir fue darle su corazón?!

Y en ese momento, todo dentro de mí se desmorona. Siento mi respiración pesada y todo a mi alrededor parece moverse violentamente. Estoy perdiendo la estabilidad, pero no puedo derrumbarme hasta saber la verdad.

—¿De qué estás hablando? —pregunto, y mi voz sale tan débil y baja que tengo que volver a preguntar para que logren escucharme.

—Elías, no deberías de estar fuera de la cama —dice Tessa en cuanto se percata de mi presencia.

—¡¿Qué fue lo dijiste?! —protesto, mientras un escalofrío recorre todo mi cuerpo, como si la sangre hubiera decidido dejar de correr por mis venas—. ¿Antes de morir? ¿Corazón?

Trato de avanzar, pero mis pies fallan y termino cayendo abruptamente al suelo.

—Elías, espera —dice Nolan, tomándome del brazo—. Regresemos a la cama, te lo explicaremos todo.

—¡No! —grito, con la desesperación amenazando con destruirme por completo—. ¡Tienen que decírmelo ya! ¿Dónde está Emma? ¿Por qué no puedo verla?

Tessa se acerca rápidamente a mí y se agacha a mi lado. Una expresión de dolor aparece en su rostro, y por primera vez, noto un grueso vendaje cubriendo su brazo.

—Elías escúchame —dice, tomando mi mano temblorosa con las suyas—. Emma estaba enferma, ella...

—No —suelto, negando fuertemente con la cabeza—. Eso no es cierto, ella me lo hubiera dicho si fuera así.

Trato de continuar hablando, de encontrarle lógica a la situación, pero de pronto muchos recuerdos invaden mi mente como un bombardeo doloroso. Recuerdos de Emma tratando de decirme algo en varias ocasiones, pero que siempre terminaba siendo interrumpida.

—No, eso no puede ser cierto —repito frenéticamente, en completo estado de negación—. Ella está viva, está bien. Tiene que estarlo —suelto entre sollozos.

—Lo siento tanto —dice Tessa, llenando sus ojos de lágrimas—. Yo también desearía que no fuera cierto.

Mi vista se vuelve borrosa por las lágrimas y bajo mi vista hacia mi pecho, para después quitarme la gasa que cubre la herida.

—¡No Elías, detente! —exclama Matías, intentando frenarme, pero no lo logra a tiempo.

En un instante, mi herida se queda al descubierto, dejando ver las marcas del hilo y las costuras de la sutura, hay un tono rojizo resaltando en mi piel. La toco, tratando de llegar con ello al corazón de Emma.

—¡Suficiente! —grita Nolan, tratando de sujetar mis manos—. ¡Llamen al doctor por favor, necesitamos ayuda!

Un grupo de enfermeras se acerca rápidamente a nosotros, con rostros preocupados y material médico en sus manos.

—¡No, ella está viva! —grito con pesar, como si con eso pudiera traerla de vuelta—. Estoy seguro, yo la ví. No fue un sueño, ella estaba ahí, frente a mí.

Mi rostro está lleno de lágrimas, y no importa lo que todos digan, nada es capaz de tranquilizarme. ¿Cómo podría después de tan devastadora noticia?

El doctor Johanson llega unos momentos después e indica a las enfermeras que me suministren calmantes, a los que trato de negarme. Prefiero sentir el dolor de la pérdida, que volver a hundirme en pesadillas mientras estoy inconsciente.

—Elías, por favor.

—Cálmate, trata de respirar.

—Hermano, detente. Te lo ruego.

Muchas voces empiezan a acumularse en mi cabeza. Todas pidiendo que conserve la calma, pero no puedo hacerlo, porque entre todas esas voces a mi alrededor, ninguna es la de mi amada Emma.

Siento como una aguja penetra mi piel y poco después, voy perdiendo la consciencia. De nuevo, todo se pone oscuro y silencioso. Las voces a mi alrededor empiezan a escucharse muy lejanas y mi vista empieza a desvanecerse.

—Emma —alcanzo a murmurar con mis últimas fuerzas.

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