4. Una melodía para... ¿Elisa? ¿Teresa? ¿Emma? Quizá para todas ellas.
Emma
Es viernes y apenas tengo un par de clases hoy, que transcurren con la misma rutina de siempre. Cuando terminan, salgo de la escuela para dirigirme a mi departamento, ese pequeño pero acogedor lugar al que he logrado llamar hogar. Voy a cruzar la calle justo cuando un automóvil, un poco destartalado y viejo de color rojo apagado, acelera a mi lado y da un rápido giro en la esquina hasta quedar frente a mí.
La ventana del asiento del copiloto se abre y de ella emerge la misma chica de negra cabellera que me había gritado unos días atrás.
—Sube, aún tenemos pendientes unas cuantas clases —dice Tessa.
—¿Eso significa que seguimos trabajando en equipo? —pregunto, haciendo que la desconfianza sea visible en mi expresión.
—¿Por qué no lo haríamos? —pregunta Matías, abriendo la ventana del asiento trasero.
—Desaparecieron durante días.
—Si, bueno, esa es nuestra especialidad —defiende Nolan, sentado frente al volante—. Pero eso es algo que ya sabías.
No puedo evitar dudar de sus verdaderas intenciones. No los conozco, pero sé que se toman la libertad suficiente para faltar a clases cada vez que quieren, se enojan y se contentan de un momento a otro, con una facilidad sorprendente, y después aparecen repentinamente como si nada hubiera pasado. Son extraños, sin importar como los mire.
—Vamos —dice Elías, inclinándose sobre su asiento para verme. Está sentado al lado de Matías, y su tez, aunque todavía pálida, se ve mucho mejor que antes—. Aún quedan muchas cosas por aprender —agrega, mostrando una leve sonrisa. Noto como se le forma un pequeño hoyuelo en la mejilla derecha, tan imperceptible que no estoy segura de que él sea consciente de que lo tenga.
Lo pienso por un breve momento. No tengo nada que perder. Si sus clases resultan ser un desastre, solo estaré en la misma profundidad en la que ya estaba antes, y ya estoy tan abajo, que no creo poder empeorar más. Así que, tomando un poco de aire, me dirijo a la puerta por donde está Matías.
—Oh, lo siento —se disculpa—. Esta puerta no abre, tendrás que entrar por la otra —indica, señalando el otro lado del auto.
«¿Qué tan viejo es este auto que ni siquiera sirven sus puertas?» Dejando mis pensamientos a un lado, hago caso y rodeo el coche para entrar por la puerta por donde se encuentra Elías, quien amablemente me extiende la mano para ayudarme a subir.
—Deberías comprar un auto nuevo —protesta Tessa—. Este ya está demasiado viejo.
—Oye, no insultes a mi coche, aún es muy funcional. Si no quieres ir en él, cómprate uno tú misma —dice, pero en su voz no hay ninguna pizca de molestia, solo un toque burlón y divertido.
Nolan y Tessa inician una pequeña pelea de niños, lanzándose comentarios entre sí, ninguno lo suficientemente hiriente para dañar al otro. Ese par fácilmente podría seguir peleando durante horas sin que nadie los detenga.
—¿A dónde vamos? —pregunto. Tengo curiosidad, pero también lo digo con la esperanza de que Tessa y Nolan dejen su pelea, si es que se le puede llamar así.
—Ni idea —responde él—. Yo solo conduzco hacia la dirección que me dieron.
—Yo escogí el lugar —completa Tessa—. ¿Quieres transmitir sentimientos con tu música? Nosotros te ayudaremos, pero para eso tenemos que estar en el lugar indicado.
—¿Y no puedes decirnos cual es ese lugar? —interrumpe Matías—. Yo también quiero saber.
—Mantener el misterio es más emocionante —refuta ella, mostrando una sonrisa atrevida—. Además, si les digo a donde vamos, seguramente Emma decida salir del coche inmediatamente.
—Ya estoy considerando esa opción —contesto.
—No tienes de qué preocuparte —dice Elías, mirando a su hermana—. No sé qué tiene planeado, pero seguro no es nada malo.
El tono tranquilo de su voz calma al resto del grupo. Es el hermano de Tessa después de todo, si ella fuera capaz de planear una locura, él lo sabría, o al menos quiero creer eso.
—Oh, una cosa más —dice Tessa, mientras extiende su mano hacia mí—. Préstame tu teléfono.
—¿Para qué?
—¿Cómo qué para qué? ¿Cómo vamos a avisarte si sale otro imprevisto si ni siquiera tenemos tu número?
Eso se escucha razonable, así que sin pensarlo mucho, saco el teléfono de mi mochila y se lo entrego. Estos últimos días me he asegurado de llevarlo conmigo. No creo que vuelva a ocurrir, pero quiero estar preparada en caso de que otro chico guapo planee desmayarse frente a mí, otra vez.
—Lo siento, no debí reaccionar así el otro día, estuve mal —admite Tessa, sorprendiéndome. Ella no parece ser del tipo de persona que pide disculpas, pero para mi sorpresa, suena sincera.
—Está bien, no pasa nada.
Ella asiente, mientras sigue tecleando números en mi teléfono. Hay un silencio incómodo dentro del auto, y una pregunta rondando mi mente desde que los ví de nuevo hoy.
—¿Cómo estás, Elías? ¿Ya te sientes mejor? —pregunto.
—Si, fue solo un simple resfriado, ya estoy bien —responde, desviando la mirada.
Un simple resfriado no hace que te desmayes, pero él parece no querer tocar el tema, y lo entiendo. Tessa me devuelve mi teléfono un poco después y llegamos a nuestro destino tan solo unos minutos más tarde.
—¡Ya estamos aquí! —anuncia Tessa, bajándose del auto. Una punzada invade mi pecho en cuanto veo el edificio, de puertas anchas de madera y paredes blancas, frente a nosotros—. Bienvenidos a la Casa Hogar Mercedes.
—¿Qué es lo que te pasa, Tessa? —replica Matías.
—Esto es muy cruel, incluso para mí —agrega Nolan.
Si, soy huérfana. Los rumores corren rápido y el hecho de que una niña que creció en un orfanato lograra entrar a una prestigiosa escuela de arte es un tema que a muchos les gusta transmitir. No puedo evitar que hablen, pero la única cosa que había podido mantener a salvo de los demás, era el nombre del lugar en donde crecí, hasta ahora.
—No es tan malo como creen —dice Tessa, excusándose—. Sam, el nuevo novio del idiota de mi exnovio también creció aquí. No hace mucho me contó cómo conoció hace años a una niña con un gran talento en el piano. Fue fácil unir las piezas.
—¿Extorsionaste al novio de tu exnovio para conseguir información? —interrumpe Nolan, alarmado.
—Claro que no, mi exnovio fue un idiota en nuestra relación, pero quedamos en buenos términos. Él descubrió quién es y encontró a alguien que realmente lo comprende. Sam es un amor de persona. Hasta creo que debería encontrar a un chico mejor que mi ex —parlotea.
—Eso es peor, ¿saboteaste una relación?
—¡Qué no! Ellos siguen juntos, pero ese no es el punto.
—¿Entonces cuál es?
Tessa y Nolan vuelven a pelear entre ellos como si fueran niños discutiendo porque uno se comió los bocadillos favoritos del otro.
—Lo siento, no sabía que ella haría esto —se disculpa Elías—. ¿Estás bien? Podemos irnos si quieres.
—No, está bien —respondo. Estar aquí me trae recuerdos dolorosos, pero ninguno que no sea capaz de soportar—. Tuve suerte de que las cuidadoras aquí fueran muy amables. Sigo visitandolas a menudo.
—Es lo que trataba de decirles —dice Tessa—. Matías saca los dulces de la cajuela.
—¿Dulces?
—¡Claro! No podíamos venir con las manos vacías —responde, mientras corre apresuradamente a la parte trasera del auto.
—No tiene remedio, ¿eh?
—Para nada, hasta parece que ella es menor que nosotros —contesta Elías—. No puedo creer que nos lleve tres años.
Con unas cuantas risas, el resto del grupo sigue a Tessa hacia la puerta. A Matías le toca llevar la caja, que parece pesar más de lo que es capaz de cargar. Un par de toques en la puerta es suficiente para que una mujer con el mismo corte de cabello corto que ha usado durante años, salga.
—¡Emma! —exclama Celia, acercándose a mí para abrazarme—. Mira cuanto has crecido.
Ella ha sido encargada de la Casa Hogar desde que llegué aquí hace años. Es una persona muy amable y cariñosa a la que le encanta encariñarse con cada uno de los niños que cuida, y yo no soy una excepción.
—¿Y ellos son...? —pregunta, al percatarse de la presencia de los otros chicos.
—Buenas tardes, somos los amigos de Emma —responde Elías, mientras presenta a cada miembro del grupo—. Pasamos por aquí y pensamos que sería buena idea venir a visitar a los niños, incluso trajimos algunos dulces para ellos.
Me sonrojo un poco al escuchar sus palabras. Estoy a punto de corregirlo cuando veo al resto del grupo asentir en aprobación. A pesar de que nos conocíamos desde antes, no habíamos empezado a hablar hasta hace poco, pero el hecho de que me consideren una amiga me conmueve, quizá más de lo que debería.
—Oh, por supuesto, adelante.
Celia abre la puerta para nosotros, y como si los niños tuvieran un radar de dulces integrado en su cerebro, salen corriendo a la sala de estar cuando escuchan a Matías dejar la caja sobre la mesa. El salón no tarda en llenarse de pequeñas personitas que pronto acaparan no solo los dulces, sino también a Nolan, Matías y Tessa, como nuevos compañeros de juego.
Elías es el único que logra sobrevivir al torbellino, usándome como escudo humano para no ser visto por las pequeñas criaturas traviesas, mientras observa como el resto de su grupo es devorado por un montón de niños juguetones.
—Ellos estarán bien, ¿cierto? —pregunta.
—Por supuesto, solo están jugando —respondo, ya acostumbrada al hermoso caos de alegría que se está desarrollando frente a mis ojos.
—¿Sabías que las personas suelen tomar inspiración de las cosas que han vivido? Una manera de revivir esas emociones es estar con las personas o lugares involucrados —explica Elías, una vez que ve a los niños alejarse de las manos de sus amigos—. Creo que por eso Tessa nos trajo aquí. Si recuerdas lo que sentías en los momentos en los que vivías aquí, cuando toques el piano, podrás expresarlo.
Una pequeña sonrisa escapa de mis labios, y sin pensarlo demasiado, lo tomo de la mano y lo guío a una de las salas de la casa. Es uno de los lugares más pequeños, pero también uno de los más hermosos, con cortinas color vino, una gran y espaciosa ventana al centro, y lo más importante, un piano.
—Ven, siéntate —indico, dándole unas pequeñas palmadas al asiento junto a mi.
Elías se coloca a mi lado, inspeccionando con la mirada al viejo, pero bien conservado piano frente a nosotros.
—Este fue el primer piano en el que aprendí a tocar —cuento, mientras dejo que mis dedos bailen por las teclas, formando una suave melodía—. Cuando llegué aquí estaba devastada. Mis padres acababan de morir y me sentía tan sola y triste, que lo único que pudo darme consuelo fue este instrumento. Entiendo el sentimiento del que hablas, pero cada vez que trato de sacarlo, siento que las teclas podrían no soportar el peso de la canción y destruirse. Tal vez por eso retengo inconscientemente mis sentimientos, para mantener a salvo a los que están alrededor.
—Te entiendo, más de lo que crees —dice, admirando mis dedos moviéndose de una tecla a otra. Tomo la mano de Elías de nuevo y la paso por el piano, para que podamos entonar juntos la melodía.
—¿Conoces está canción?
—Para Elisa —responde, seguro de la respuesta—. Un clásico de Beethoven.
—¿Pero conoces la historia detrás?
Elías niega levemente con la cabeza, sin quitar la vista de nuestras manos unidas.
—Para Elisa fue una pieza descubierta décadas después de su muerte —explico—. Hay muchas teorías acerca de su origen, pero la que más me gusta es la que dice que la partitura fue un regalo para su amada, una chica llamada Teresa, con la que no le fue posible casarse.
—¿Por qué se llama Para Elisa si la chica se llamaba Teresa?
—Muchos dicen que fue una mala interpretación de la persona que descubrió la partitura. Beethoven no era conocido por tener una buena caligrafía.
—¿Confundió Teresa con Elisa?
—Es lo que dicen. Puede que la llamara así de cariño, o quizá tenía una amante y confundió los nombres. La verdad es un misterio y lo seguirá siendo siempre.
—Una hermosa melodía y aun así no logró quedarse con la chica.
—Necesitas más que una buena canción para conquistar a una chica.
—¿Cómo qué? —pregunta, mostrando un poco de intriga.
Dejo de tocar por un momento y lo miro, perdiéndome en sus ojos tanto como él se pierde en los míos. Ya no hay una canción sonando entre nosotros, pero aún así no separamos nuestras manos. Él retira un poco su toque para cambiar de posición y poner su mano sobre la mía. Ahora es Elías quien guía la nueva melodía.
—Aprendes rápido.
—Cuando era pequeño traté de aprender a tocar varios instrumentos. El piano fue uno de ellos, así que conozco las bases, aunque debo admitir que ayuda mucho aprender de la mejor —dice, volviendo a mirarme.
—¿Y por qué al final elegiste tocar la batería?
—Porque su sonido se asemeja a los latidos del corazón —responde sin dudar—. Puede sonar calmadamente, como cuando estás tranquilo, o puede sonar de forma estruendosa y ruidosa, como cuando tu corazón está emocionado o feliz.
—No lo había visto de esa manera. Es una bella forma de expresarlo.
—Es por eso que es bueno ver las cosas desde diferentes perspectivas —dice Elías—. Lo que no significa mucho para algunos, puede significarlo todo para otros.
Asiento, y al instante siguiente, el único sonido que hay a nuestro alrededor es el del piano, mientras los rayos del sol que se filtran por la ventana nos mantienen cálidos. Todo está tranquilo y sereno, los gritos de los niños jugando parecen lejanos y en este momento es como si solo existiéramos él y yo en el mundo.
Quiero mantenerme así, sumergida en ese mar de tranquilidad, pero una horda de niños alegres abren la puerta e invaden la sala antes de que pueda reaccionar. Parece que los demás no pudieron entretenerlos por más tiempo.
—Emma, ¿qué canción estás tocando? —pregunta alegremente una pequeña niña con coletas.
—Yo también quiero tocar —dice un niño, mientras toca desenfrenadamente las teclas.
—Puedo enseñarle unas cuantas notas, pero tienen que portarse bien, ¿vale?
—¡Si, maestra Emma! —contestan todos al unísono.
—Se te da bien esto —comenta Elías, dirigiéndome una tierna sonrisa, y con ella, el pequeño hoyuelo en su mejilla.
—Bueno, así he vivido toda mi vida, rodeada de niños —digo, contagiándome de su expresión alegre.
Nuestro pequeño momento juntos termina convirtiéndose en una clase de música, y aunque Elías parece dudoso al principio, al final se divierte enseñando a los energéticos niños. Él saca las baquetas que siempre trae con él, e improvisa una pequeña batería con botes y cajas que se encuentran a su alrededor, y un momento después, empieza a tocar para ellos.
No me doy cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, y un par de horas después, todos nos reunimos en la entrada para partir de regreso. Me despido alegremente de los niños y de Celia. El resto también lo intenta, pero sus rostros parecen haber envejecido cien años por el cansancio y la falta de energía que obtuvieron después de horas de juego.
—Vuelve pronto, hermano Nolan. —Lo despide un grupo de niños.
—Lo pensaré —responde, forzando una sonrisa.
—Vaya, te adoran —dice Tessa, en un claro tono de burla—. Y eso que no te gustan los niños.
—Ya basta.
Ya ni siquiera me sorprende que Tessa y Nolan se vean envueltos en otra pelea infantil, y mucho menos, que siga durando durante todo el viaje de regreso.
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