37. Una vida por una vida
Johanson
Un hospital no es un lugar donde se deba correr, pero en este momento, casi puedo sentir que vuelo mientras recorro los pasillos de la zona de cirugía.
Una sensación de alivio me invade con cada paso, pero a la vez, un golpe de culpa me persigue mientras avanzo. Es triste que uno tenga que morir para que otro viva, pero sería aún más triste perderlos a ambos. Me siento feliz de que haya aparecido un corazón compatible para Elías justo unos momentos después de que colapsara, pero a la vez me siento triste por la persona que murió para que eso fuera posible. Un sinfín de sentimientos encontrados invaden mi mente, pero solo una cosa tengo clara: tengo que salvar a Elías. Él no tiene que sufrir el mismo destino que su padre, él vivirá para ser un gran baterista y va a envejecer junto al amor de su vida. Así tiene que ser, y así será, porque ahora, tenemos el corazón que tanto necesita.
No tardo en llegar al quirófano en donde se encuentra el donador. Según las enfermeras, un familiar ya ha dado su consentimiento para el trasplante. Así que lo único que queda es ir por ese corazón y salvarlo.
Entro al quirófano, pero la escena ante mis ojos es algo que no había visto jamás. En la habitación hay un inmenso silencio y el aire se siente tan pesado y sombrío que por un momento me cuesta respirar. Hay un paciente acostado en una camilla al centro de la sala, al que parece que le han hecho una cirugía cerebral, pero que en algún punto, el caso se dió por perdido. Algunas enfermeras desvían la mirada y evitan ver el cuerpo del paciente. Pero lo que es más extraño de todo, es ver a Sara, mi amiga y una neuróloga reconocida con una carrera exitosa, sentada en el piso, recargada sobre la pared, con la mirada pérdida en ningún lado.
—¿Qué pasó aquí? —pregunto con cautela, porque es más que obvio que esto no es una situación normal.
—Un aneurisma cerebral —contesta Sara con la voz entrecortada. Ella me mira, pero no veo ninguna emoción en su mirada. Es como si estuviera viendo a alguien muerta en vida. Un ser sin alma, no porque nunca la ha tenido, sino porque se la han destrozado—, eso fue lo que pasó aquí. El aneurisma se reventó —explica, mientras su voz tiembla con cada palabra que dice—, eso causó una hemorragia cerebral severa. Una hemorragia que no pude detener. Lo que pasó aquí fue mi más grande fracaso, porque yo debía salvarla y no lo hice.
No entiendo su comportamiento poco profesional. Sara siempre ha sido una doctora enfocada en su trabajo y hasta cierto punto, inquebrantable. Verla así, tan vulnerable y rota, es una bofetada para el concepto que creía tener de ella.
Me acerco al paciente, tratando de encontrar respuestas que sé que no recibiré de cualquier otro en esta sala. Y cuando veo su rostro, lo entiendo todo en un instante. Esto es demasiado para cualquiera de nosotros. Esta pérdida lo consumirá todo, tal vez ya lo hizo.
La paciente es Emma.
Puedo reconocer su rostro a pesar de los tubos que respiran por ella y de las gasas llenas de sangre que hay a su alrededor. Unos ojos marrones se esconden bajo sus párpados pálidos. Unos ojos que no volverán a ver la luz del día. Ahora entiendo el ambiente dentro del quirófano. Todos aquí, enfermeras y doctores, la conocen.
—Emma es tu caso difícil —concluyo, recordando las conversaciones que tenía con Sara, en donde ella me contaba de la paciente que quería salvar a como diera lugar, pero que no sabía como, y donde yo le contaba sobre Elías. Desde el principio, toda nuestra historia estuvo conectada.
Esta pareja siempre fue nuestro talón de aquiles. Nuestra meta era salvarlos y la culpa y remordimiento se apoderan de mí cuando me percato que solo yo lograré mi cometido. Sara tuvo que perder a Emma, para que yo pudiera salvar a Elías. Y no se me ocurre algo más trágico que eso.
—Sus padres iban a buscarme —cuenta ella, divagando en sus pensamientos, perdiéndose por completo en los recuerdos de un pasado que no puede cambiar—, el día que los padres de Emma murieron, iban en camino a una cita conmigo. Ellos acababan de descubrir la enfermedad de su hija y me pidieron una consulta.
—Sara...
—Ellos murieron de camino a buscarme —continúa, está vez, dejando que las lágrimas empapen su rostro—. Fui a su funeral por respeto. No esperaba encontrarme a una niña tan adorable que acababa de quedarse sola. Después de que ella terminara en un orfanato, lo único que creí que podía hacer era velar por su salud. Por eso empecé a trabajar en este hospital. Todo fue por ella. Todo fue para nada.
—Sara, lo entiendo, yo...
—No me digas que lo entiendes —me interrumpe, dirigiéndome una mirada cargada de emoción—. Este caso es diferente al tuyo. Aquí no había ninguna operación ni tratamiento qué pudiera funcionar. No había ensayos clínicos ni la opción de un trasplante. Esa cosa era inoperable, así que al final, lo único que pude hacer es ver a esta niña crecer y morir frente a mí. Desde el principio nunca hubo esperanza. Esto iba a pasar sin importar lo que hiciera.
—¿Es muerte cerebral? —pregunto. No soy un doctor frío que sobrepone los hechos a los sentimientos, pero tengo que estar seguro, porque tengo a Elías en el quirófano de al lado, luchando por seguir respirando, y ahora menos que nunca, hay tiempo para dar lugar a los sentimientos—. ¿Estás segura?
—Si no estuviera segura seguiría ahí, tratando de salvarla, y no aquí tirada como alguien que falló en la única cosa que debía hacer bien —dice Sara con frustración en su voz—, salvar vidas.
Sé lo que es perder a un paciente, me ha pasado más veces de las que me gustaría admitir. Conozco la frustración y la rabia. El sentimiento de que, de haber hecho algo diferente, podría haberlos salvado. Pero de nada sirve aferrarse a los muertos, cuando puedes enfocarte en los que aún puedes salvar.
—Emma es compatible con Elías —suelto. Me acerco a Sara y me agacho para estar a su altura—. Ella se fue, pero él aún podría vivir. Un familiar ya dio su consentimiento para el trasplante. No hay tiempo que perder. Aún podemos salvar a alguien.
—Ya lo sé, solo te estábamos esperando a ti —Sara se levanta y avanza hacia el cuerpo de Emma, dándome la espalda por completo, sin dejarme ver sus lágrimas.
—La prima firmó el consentimiento para el trasplante de corazón, pero también para otros más —explica—. Traigan guantes limpios —pide, después de algunos momentos.
—Si no te encuentras bien, puedo hacerlo yo.
—No. Emma quería salvar a Elías, así que me aseguraré de que así sea. Ya no puedo fallar en más cosas.
La chica que creí que se había roto por completo, se levanta como un ave fénix que resurge de las cenizas, con una determinación que contagia a todo el personal médico, que se obliga a tranquilizarse para empezar a ordenar el material quirúrgico.
—Aquí están los guantes —dice Victoria, ayudando a Sara a prepararse.
—Comencemos —dice Sara con la voz apagada, tratando de contener nuevamente sus lágrimas.
Los dos nos acercamos al cuerpo de Emma y comenzamos la que podría ser la operación más complicada de toda nuestra carrera médica, emocionalmente hablando.
—Sus signos están estables —informa Sara, checando los monitores, como esperando que eso sea suficiente para hacerla despertar. Pero no lo hará, ya nada lo hará, y ella lo sabe—. Podemos seguir.
Está claro que ella está demasiado involucrada en este caso, pero a este punto, ¿quién no lo está?
—Iniciaré ahora —digo, tomando el bisturí para dirigirme al pecho de Emma.
La operación es un poco tardada, pero en cuánto saco el corazón de Emma, los monitores comienzan a soñar estrepitosamente, mostrando una única línea recta, indicando de esa manera, que Emma se ha ido para siempre.
Coloco con mucho cuidado el órgano en un recipiente especial y me dirijo a Sara, justo cuando ella está declarando la muerte.
—Hora de la muerte, 11:32 a.m.
—Tengo que llevárselo a Elías —digo—. ¿Puedes encargarte de lo demás?
Sara asiente y sin decir más, empieza a dar indicaciones, volviendo al profesionalismo que siempre la caracteriza.
—Comuníquense con la asociación de donación de órganos. Informen que tenemos pulmones, riñones, páncreas, hígado y demás. Emma salvará muchas más vidas hoy.
Un enfermero sale a cumplir su indicación, mientras los demás se quedan a asistirla.
—Victoria, ve a informar a la familia, por favor —dice Sara.
—Su prima ya lo sabe, ¿quiere que también le informe a su cuñada y suegra? —pregunta, refiriéndose a Tessa e Ivette.
—También a los chicos —completa, hablando de Matías y Nolan.
—Pero ellos no son familia.
—Lo son —se limita a decir—. Todos ellos son familia.
Victoria asiente y deja el quirófano, mientras Sara se queda a completar el trabajo.
—Asegúrate de cumplir con el protocolo —pide Sara, antes de que Victoria salga—. Vamos a hacer eso, aunque sea en el orden incorrecto.
Sé a lo que sé refiere, y me parece algo muy lindo que quiera rendirle homenaje a Emma, aunque ella ya no esté aquí para verlo. Miro por última vez a Sara, quien parece estar concentrada en lo que hace, y sin poder darle el consuelo que me gustaría, salgo de la sala para salvar a Elías.
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