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36. El último pensamiento de una mente

Tessa

Emma y yo caminamos tranquilamente por los pasillos del hospital, viendo el sol resplandecer por las ventanas.

—Es un lindo día —comento, pero para mi sorpresa, no hay respuesta—. ¿Estás bien? —pregunto, pero en lugar de decir algo, Emma solo detiene sus pasos para fijar su vista en el suelo, tambaleándose sobre sus propios pies.

Finalmente, ella se inclina hacia un lado y la escena parece ir en cámara lenta mientras la veo caer. Pero aún ante eso, mi necesidad de reaccionar rápido se sobrepone a mi sorpresa y sin pensarlo trato de sujetarla y amortiguar la caída con mi propio cuerpo, chocando con algunas bancas que se encuentran cerca de las paredes del pasillo.

—¡Emma, ¿estás bien?! —grito, nuevamente sin respuesta.

Ambas estamos en el suelo, y con esfuerzo sujeto firmemente el cuerpo inconsciente de Emma con uno de mis brazos, mientras que con el otro trato de estabilizarme, sujetándome de las bancas.

—¡Emma! ¡Ayuda, por favor! —grito, con el terror inundado mi ser—. ¡Necesitamos un médico!

Antes mis llamados de auxilio, algunas personas que se encuentran cerca empiezan a llamar a las enfermeras.

Examino a Emma con dificultad, tratando de encontrar la causa de su desmayo, pero no parece que tenga algún golpe o rasguño que haya ocasionado su colapso. Tal vez la lesión se encuentra en algún lado que no puedo ver, y eso no hace más que complicarlo todo. Trato de convencerme que solo es cansancio, y que despertará en cualquier momento para bromear y decirme lo incómodo que fue dormir al lado de Elías en una cama de hospital.

Me giro al escuchar unos pasos correr apresuradamente hacia nosotras. Es Sara, la doctora que parece tener una amistad con Emma.

Tomo con firmeza las manos de mi hermana.

—Ya viene una doctora, vas a estar bien —digo, aunque todo parece tan solo un intento de tranquilizarme a mí misma—. Todo va a estar bien.

—¿Qué fue lo que pasó? —pregunta Sara en cuanto llega.

—No lo sé —contesto con nerviosismo—. Ella estaba bien, estaba caminando y de repente colapsó.

Sara checa su pulso y examina sus pupilas con una pequeña lámpara que saca de su lámpara. No soy doctora, y mucho menos sé como deben verse unas pupilas normales, pero las de Emma están claramente dilatadas, y eso no puede ser una buena señal.

—No puede ser.

—¿Qué está pasando? —pregunto, desesperada por no poder comprender la situación.

—¡Traigan una camilla ahora! —grita Sara a las enfermeras, ignorando todas mis preguntas—. Y también preparen un quirófano.

—¿Un quirófano?

Las enfermeras llegan rápidamente con una camilla y entre todos suben a Emma cuidadosamente.

—¡Contésteme! —exijo, mientras se la llevan por los pasillos, lejos de mí—. ¿Qué está pasando?

Sara se detiene y me mira con una expresión indescifrable en su rostro.

—¿Acaso no se los dijo?

Siento una punzada en el pecho y se que mi rostro confuso lo dice todo.

—¿Decirnos qué?

—No lo hizo —murmura—. Debí haber sabido que no se los diría.

—¿De qué está hablando? ¿Qué tenía que decirnos?

—Tengo que ir a atender a Emma —dice la doctora, mientras comienza a correr detrás de la camilla—. Te mantendré informada.

Me quedo estupefacta, sin saber que decir, a donde ir o qué hacer. Solo miro fijamente la dirección por donde Emma ha desaparecido. No sé qué está pasando ni como debo reaccionar, solo puedo quedarme ahí parada, temblando y sintiendo como las náuseas recorren mi cuerpo, mientras el mundo sigue moviéndose a mi alrededor.

—¡Tessa! —grita alguien, sacándome de mi trance. Es Nolan—. ¡Tessa, algo pasó! —grita en cuanto llega a mi lado—. Espera, ¿dónde está Emma?

—Se la acaban de llevar —consigo decir con los labios temblorosos, sin poder retirar mi mirada de los pasillos por donde ella se ha ido.

—¿Cómo que se la acaban de llevar?

—Ella colapsó y la llevaron a un quirófano. No sé la razón.

—¡¿Qué?! —pregunta Nolan, con un rostro severamente confundido. Y aún cuando creo que su rostro no puede verse más pálido, el color abandona por completo su expresión.

—Pero, ¿por qué estás aquí? Dijiste que algo había pasado.

Nolan duda mientras parece estar tomando fuerzas de quien sabe donde para poder pronunciar sus siguientes palabras.

—A Elías también lo llevaron a un quirófano. Necesita un trasplante ahora o no sobrevivirá.

Lo miro fijamente, esperando que muestre una expresión burlona mientras me dice que está bromeando, y entonces, yo lo regañaría por jugar con ese tipo de cosas y me molestaría solo para que él busque una forma ingeniosa de alegrarme, con sonrisas de por medio. Así es como debería ser. Así es como anhelo con todas mis fuerzas que sea. Pero en sus ojos no solo veo seriedad, sino miedo. Está aterrado y no tarda en contagiarme esa emoción, junto con la sensación de estarme ahogando en un río caudaloso.

—Tenemos que ir a la sala de espera, para saber que es lo que está pasando —digo, con la voz entrecortada, tratando de aferrarme a lo único que puedo hacer para evitar sumirme en la locura—. ¿Dónde está mi mamá?

—Matías fue a buscarla, dijo nos verá allá.

—Entonces vamos —digo, tratando de reprimir mis lágrimas, porque alguien tiene que ser la fuerte. Alguien tiene que estar firme para que todo a su alrededor no se desmorone. Y esa tengo que ser yo.

Empiezo a caminar, tratando de que mis pasos no duden ni que mis piernas fallen, pero apenas avanzo unos centímetros antes de que Nolan me detenga, tomándome suavemente del brazo.

—Tu mano —dice, casi en un susurro—. Te tienen que revisar.

Es ahí cuando me doy cuenta que la mano que él sostiene con sumo cuidado, está completamente hinchada y enrojecida, seguramente por el golpe que me dí al intentar sostener a Emma. Pero no siento ningún dolor en el cuerpo, porque todo ya está en mi corazón, en mi alma. Y ahora mismo, un pequeño esguince no podría importarme menos.

Retiro abruptamente mi mano de la de Nolan y continúo mi camino.

—Eso no importa ahora —me limito a decir.

—Claro que importa —murmura, con la voz apagada, pero no dice más, tan solo me sigue en silencio.

No hay otras personas en la sala de espera. Quizá todavía es muy temprano para que haya cirugías programadas más que las de emergencias. Parece que el mundo se da cuenta que este hospital solo puede enfrentar una crisis a la vez, y la nuestra ya es lo suficientemente grande como para ser opacada por el resto de cosas malas que pasan allá afuera.

No puedo evitar moverme impacientemente de un lado a otro, tratando de despejar mis pensamientos, intentando alejar de mí el deja vú que me invade al recordar la muerte de papá, rogando que esta pesadilla por fin llegue a su fin. Pero ninguna de mis súplicas son escuchadas, ya que todavía no sabemos nada de Elías ni de Emma. Los doctores dijeron que nos mantendrían informados, pero ya ha pasado bastante tiempo y aún no hay rastro de alguna noticia. Ni esperanza ni desesperanza, solo el triste vacío de una espera.

—Disculpen.

Volteo abruptamente, con la esperanza de que sea una enfermera con información para nosotros. Sin embargo, me decepcionó cuando veo que solo es una chica, tal vez un poco más grande que nosotros, con el cabello corto acomodado en una trenza y una vestimenta que hace parecer que se puso lo primero que encontró en su armario.

—Me llamaron de emergencia del hospital —continúa la chica—, dijeron que viniera a la zona de cirugía, pero no sé con quién dirigirme.

—Todo derecho hay un cubículo —señala Nolan ante mi silencio. Sé que es egoísta, pero de momento, no tengo ánimos de hablar con absolutamente nadie más, que no sea alguien con respuestas—. Se encuentra delante de esas bancas, puedes preguntar ahí.

—Gracias —dice la chica, para después dirigirse al lugar que Nolan ha señalado.

Aunque no la conozco, los ojos de la chica me parecen extrañamente familiares. Un tono marrón muy particular que ya he visto antes en algún lado.

—¡Chicos, aquí están! —exclama Matías, acercándose a nosotros—. ¿Qué pasó? ¿Ya les dijeron algo?

—Aún no —suelto, sacudiendo mis pensamientos—. ¿Dónde está mamá?

—Ella... —Matías duda un momento antes de seguir—, se desmayó.

—¡¿Qué?!

—Ella está bien —se apresura a explicar—. Ya la revisó un doctor, fue por la impresión, solo necesita descansar. Por eso me tardé en llegar, Galia está cuidando de ella, así que no se preocupen.

Dejo escapar un pesado suspiro mientras me siento en una de las sillas, con la frustración invadiendo cada parte de mi ser.

—Por cierto, ¿dónde está Emma? ¿Cómo reaccionó? —pregunta Matías. Él aún no lo sabe y yo ya no tengo energías para volver a explicarlo, así que intercambio una mirada con Nolan y él se encarga de relatar la situación de pesadilla en la que nos encontramos.

Muchas cosas están pasando en este momento, y ninguno de nosotros podemos hacer otra cosa más que sentarnos y esperar. Y eso es lo más difícil del mundo.

—Hola. —La chica de hace un rato vuelve a interrumpirnos—. Creo que no me presenté antes, mi nombre es Rafaela.

—¿Qué es lo quieres ahora? —pregunto, con una irritación nada disimulada. Quizá ella también está pasando por un mal momento, pero mis nervios están tan alterados que si alguien se pusiera frente a mí para iniciar una pelea, yo pelearía sin dudar.

—Tú debes ser Tessa —dice, con una sonrisa amarga en sus labios—. Debí suponerlo, no hay otras personas aquí y ustedes encajan perfectamente en la descripción.

—¡¿De qué estás hablando?! —exclamo, poniéndome de pie. Paciencia es lo único que no tengo en este momento—. ¿Y cómo sabes mi nombre?

—Por qué me han hablado mucho de ustedes.

Los chicos intercambian miradas desconcertadas.

—¿Quién te habló de nosotros? —pregunta Nolan de forma cautelosa.

—Emma, ¿quién más? —responde—. Seguramente alguna enfermera vendrá a avisarles pronto, pero creo que es mejor que yo se los diga con anticipación.

—¿Decirnos qué? —pregunto, segura de que un secreto más será suficiente para que mi mente termine de desmoronarse.

Para mi sorpresa, la mirada de Rafaela, que hasta hace unos momentos parecía altanera, se ablanda, mostrando una expresión más comprensiva.

—Deberían sentarse, es una historia muy larga.

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