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34. El último te amo

Emma

—Es tarde, deberías irte a casa —sugiere Elías. La expresión en su rostro me dice que es consiente del avance de su enfermedad. Es obvio que lo sabe, es su propio corazón el que está fallando. Él sabe que tiene el tiempo contado, pero aún así me muestra una cálida sonrisa, como diciendo que todo va a estar bien.

—Quiero quedarme aquí hoy.

El sol se está escondiendo poco a poco, trayendo a la oscuridad consigo. Las noches sin Elías se están volviendo cada vez más difíciles. Siento que estoy regresando a los tiempos antes de conocerlo, cuando solo era mi departamento y no el nuestro. Lo extraño, y no creo poder soportar todo instante más sin él.

—No será cómodo.

—Lo será si estoy a tu lado.

—Entonces ven aquí —dice Elías, acomodándose en la cama para dejarme un lugar a su lado.

Él cree que no lo noto, pero sé que me esta alejando, aún si no es consiente de eso. No quiere que lo vea cuando dé su último aliento, porque eso significaría dejar un recuerdo en mí imposible de olvidar. Por eso trata de mandarme a casa en los días en que peor se siente, cuando piensa que no lo logrará. Pero esta noche no, esta noche es solo nuestra, y la muerte está completamente vetada, a menos por estas horas.

Camino hacia la cama y me recuesto con cuidado al lado de Elías. El espacio es pequeño, pero los dos cabemos perfectamente en él, y nuestros cuerpos están tan cerca que podemos sentir la respiración y escuchar los latidos del otro. Me acurruco en su pecho, y el rodea mi cuerpo con sus brazos, envolviendome en un cálido abrazo.

—Te amo, Emma —dice, acariciando suavemente mi espalda.

—También te amo, Elías.

Los dos nos quedamos ahí, mirándonos fijamente, como si estuviéramos hipnotizados en los ojos del otro. Enamorados, nos susurramos tiernas palabras de amor, mientras poco a poco, el sueño nos invade. Nuestras mentes solo pueden pensar en este momento, hasta que nos quedamos dormidos, olvidándonos de las preocupaciones, y pretendiendo que todo está bien.

El rayos del sol que se cuela por la ventana nos avisan que el un nuevo idea a iniciado.

—Deberías de ir a dormir un poco a casa, en una cama de verdad —susurra Elías. El tono de su voz es bajo y cansado.

Me incorporo, y me levanto de la cama. Estoy somnolienta, pero a la vez, no había dormido tan bien en mucho tiempo. Ayudo a Elías a acomodarse, de modo que queda recostado en la cama, con muchas almohadas alrededor de su cuerpo.

—Estoy bien —dice, y de verdad me gustaría creerle.

La puerta se abre, y de ella aparece Tessa, Nolan y Matías.

—¿Te quedaste aquí toda la noche? —pregunta Tessa. Asiento—. Deberías ir un rato a casa. Nosotros cuidaremos de Elías.

La mirada suplicante de Elías me pide que me vaya y cuide mi salud, pero aún no estoy lista para dejarlo solo.

—Todavía no me quiero ir —digo, y esa frase sale de mí como una súplica. No quiero que este momento a su lado termine, pero sé muy bien que las cosas buenas no pueden durar para siempre—. Pero si insistes, tendré que hacerte caso.

—Bien.

—Me hubiera gustado llevarte a casa —dice Nolan, uniéndose a la conversación—. Si tan solo mi auto no se hubiera descompuesto.

—Con la antigüedad que tiene, es un milagro que no se haya desmoronado antes —bromea Tessa, con una sonrisa burlona en su rostro.

—Mi carro te ha llevado muchas veces a muchos lugares —se queja Nolan, aunque se nota que en realidad no le molesta—. Además, ya está en el mecánico, y cuando terminen de arreglarlo estará como nuevo.

—Como si eso fuera posible —resopla Tessa, aún burlándose de su amigo con una expresión triunfal.

—Chicos, ya dejen de pelear —interviene Matías, tratando de tranquilizarlos, aunque sabe que no lo logrará.

—Parece que ustedes dos realmente se llevan bien —comenta Galia, entrando a la habitación. Las voces de mis amigos son tan fuertes, que no me sorprendería que haya escuchado la conversación desde afuera.

Apesar de que la pequeña habitación se encuentra llena de personas, no hay otro lugar en el mundo en el que sienta tanto aire entrar por mis pulmones.

—¿Acaso necesitas lentes? —preguntan Tessa y Nolan al unísono, como si tuvieran una especie de conexión que les hace pensar y decir lo mismo. Una sincronía perfecta.

—¿Lo ven? —dice Galia, recalcando lo obvio para todos, menos para ellos dos.

—Él fue el que copió mi frase —se defiende Tessa, con las mejillas ruborizadas.

—En serio, no hay necesidad de pelear.

—Yo creo que es divertido —señalo, con un fuerte anhelo de que este pequeño momento dure una eternidad más.

—Si, un poco —agrega Elías entre débiles risas.

—Bueno, está bien —suelta Tessa—. Yo acompañaré a Emma a casa. Ustedes cuiden de Elías, por favor. Por cierto, ¿dónde está mamá?

—Creo que fue a la cafetería —dice Galia, haciendo memoria—. Puedo ir a buscarla si gustan.

—Gracias —dice Tessa, con una ligera sonrisa. Parece que poco a poco, va aceptando a la chica nueva del grupo, tal como pasó alguna vez conmigo—. Entonces, ¿nos vamos? —pregunta dirigiendo su mirada a mí.

—Solo denme un momento —pido y unos segundos después, todos salen de la habitación para darnos privacidad.

Cuando se van me acerco a Elías, para sentarme en la cama junto a él.

—¿Estarás bien sin mí?

—Por supuesto —dice, mientras acerca su mano a mi mejilla—. Ya te he dicho que no tienes que preocuparte.

—Elías, ¿lo recuerdas?

—¿Qué cosa?

—Todo —suelto, poniendo mi mano sobre la suya y fijando sus ojos en los míos—. Todo lo que hemos vivido, desde que nos conocimos hasta ahora, los momentos que pasamos, las palabras que dijimos. Simplemente todo.

—No hay forma de que olvide eso. Son prácticamente los mejores momentos de mi vida.

Sonrío y esa podría ser la sonrisa más sincera que he expresado en toda mi vida.

—Tienes que ser fuerte, Elías. Pase lo que pase, prométeme que serás fuerte y que jamás dejaras de ser quién eres. Prométeme que siempre serás aquel rebelde baterista del que me enamoré.

—¿A qué viene todo esto? —pregunta, con una chispa de extrañeza en sus ojos verdes.

—Solo estoy emocional —bromeo, dejando caer unas pequeñas lagrimas de mis ojos.

Elías se acerca más a mí y une su frente con la mía, sintiendo el calor proveniente del otro.

—Lo prometo —susurra, aliviando un gran peso dentro de mi ser.

—Bien —digo, separándome lentamente de él para verlo a los ojos—. Sabes que te amo mucho, ¿verdad?

—Lo sé —contesta, con una tímida sonrisa—. Aunque, tal vez no tanto como te amo yo.

—No te metas en una pelea que sabes que no ganarás —digo, emitiendo una sonrisa traviesa.

—Jamás lo sabré si no lo intento.

Miro a Elías y examino detalladamente su rostro, memorizando cada fracción de él, como lo he hecho tantas veces. Pero está vez, algo se siente diferente.

—¿Estás bien? —pregunta, un poco desconcertado. Debo de estar actuando realmente extraño para que él tenga esa expresión en su rostro.

—Por supuesto —digo, sin dejar de esbozar una sonrisa—. Estoy bien y tu también lo estarás.

—Así será —dice Elías.

—Entonces ya me voy. No debería hacer esperar tanto a Tessa.

—Te veré después. Te amo.

Me acerco a él y lo beso suavemente, uniendo sus labios en los míos y depositando todo nuestro amor en ese beso, y aunque no quiero separarme, sé que debo hacerlo, porque soy consiente que siempre hay despedidas que deben suceder.

—Me siento muy amada por ti, y eso hace que te ame cada vez más —digo, sonriendo y alejándome de él a regañadientes.

Ambos nos despedimos como muchas veces lo hemos hecho, pero tengo una sensación en el pecho, un presentimiento que me dice, y espero estar equivocada, que este fue el último te amo.

Los chicos vuelven a entrar a la habitación, sin darme tiempo de procesar lo que pasa con mis sentimientos y finalmente, Tessa y yo empezamos a caminar lentamente hacia la salida del hospital.

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