24. El despertar de una promesa
Elías
Empiezo a abrir mis ojos lentamente. Mis párpados se sienten pesados, mi cabeza duele y mi pecho se siente incómodo. Todas son sensaciones que, por desgracia, ya conozco bien. Trato de adaptarme a la poca luz del lugar, y logro reconocer el techo sobre mí, es uno muy familiar, es el techo de una habitación de hospital.
Muchas personas no se fijan en esos detalles, pero cuando pasas demasiado tiempo acostado bajo uno, reconocerlo es más sencillo de lo que parece.
Me acomodo en la cama con dificultad, hasta lograr tener a mi vista la ventana, la cual está alumbrada únicamente con el brillo de las estrellas y la luna.
«¿Cuánto tiempo habrá pasado? ¿Un día entero? ¿Tal vez más?»
Los recuerdos de la graduación empiezan a acumularse en mi cabeza. El resonar de la batería en mis oídos, la dulzura en las notas de Emma y junto a ellas, el sonido distante de sus súplicas.
No debí haberle mostrado esa parte tan débil de mí.
Vuelvo a acomodarme en la cama, como si eso fuera a disipar mis complicados pensamientos. Me giro para darle la espalda a la ventana y a una luz que me dice que no todo es oscuridad. Me volteo hacia donde debería estar la puerta, pero en lugar de encontrar una sólida salida de madera, veo una figura familiar frente a mí, que parece dormir de forma incómoda en una silla junto a mi cama.
Su cabello está acomodado en una trenza despeinada y puedo notar ligeras manchas oscuras bajo sus ojos. La habitación está tan callada que creo poder oír el suave sonido de su respiración, que suena en armonía con los constantes latidos de su corazón. Un corazón fuerte, tanto como ella.
—Em... —Trato de llamarla, pero mi boca está seca y siento un gran nudo en la garganta que no permite que las palabras salgan. Pero aún así, no me rindo—. Emma —logro soltar, casi en un susurro.
Como si ella hubiera escuchado, o al menos presentido mi leve y lamentable llamado, se despierta lentamente y parpadea con sorpresa al verme consciente
Le toma unos segundos entender la situación. Es como si se estuviera debatiendo si estoy despierto o si sólo está soñando que lo estoy. Pero antes de que pueda confirmarle que estoy bien, ella se acerca rápidamente a mí y deja caer todas sus preocupaciones.
—¡Elías! ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes? —pregunta, mientras me ayuda a sentarme en la cama, colocando almohadas entre mi espalda y la pared para darme más estabilidad.
Ella me extiende un vaso de agua, del que bebo como si hubiera pasado semanas sin una sola gota de ese vital líquido. Pero aún así, no se compara en nada a la necesidad que tengo de hablar con Emma.
Dejo el vaso a un lado y me concentro en su rostro, pero no veo más que preocupación en ella. Me siento muy culpable, pero sé que no hay otra manera de tranquilizarla que hacerle saber que estoy bien, y qué mejor forma de hacerlo, que con una de mis clásicas, pero tal vez muy malas bromas.
—Las horas de visita ya pasaron, señorita —digo, esbozando una débil sonrisa—. Debes ser muy rebelde para escabullirte por aquí a estás horas.
Emma suelta una leve risa ante mi comentario.
—Como ya sabes, tengo varios contactos por estos rumbos —ella sonríe, tratando de corresponderme, pero su expresión triste llega nuevamente, tan rápido como se va su sonrisa—. Realmente hiciste que me preocupara mucho.
—Lamento eso —contesto, abatido por la idea de dañar a las personas que quiero—. De verdad lo siento.
Las manos cálidas de Emma envuelven la mías.
—No tienes que disculparte, no es tu culpa.
—Claro que lo es.
—No, por supuesto que no.
Mantengo en mi mente sus palabras una y otra vez, pero al final, termino alejando ese pensamiento. Sea mi culpa o no, les estoy haciendo daño. Y cuando el silencio se cierne sobre nosotros, hago la pregunta que ha estado rondando mi mente desde que abrí los ojos.
—¿Cuántos días termine inconsciente está vez?
—Dos —murmura Emma—. Tuviste una recaída. Tu corazón se debilitó un poco, pero ya te están dando medicamentos, vas a estar bien.
—Es poco lo que esos medicamentos pueden hacer por mí.
—Elías.
El llamado de Emma me exalta. No quiero mostrarle a ella esa parte de mí. La parte que es negativa y que siempre está esperando lo peor de cada situación. Quiero que ella piense en mí como el baterista despreocupado y altanero que sube al escenario con un par de baquetas y una sonrisa atrevida. Quiero que ese sea el recuerdo que tenga Emma de mí, incluso cuando yo ya no esté.
Así que, en un intento de aligerar el ambiente, cambio de tema, tratando de actuar con normalidad. Siendo el chico del que Emma se enamoró.
—Ahora que lo recuerdo, tú tenías algo que querías decirme —digo, recordando nuestra plática antes de su presentación—. Tal vez no sea el mejor de los momentos, pero de verdad quiero escucharte.
—Eso no es importante ahora —responde, pero aunque quiera restarle importancia, su rostro preocupado me hace pensar que es más serio de lo que creo.
—Claro que lo es —digo—. Todo lo que tengas que decir es importante. Todo lo que esté relacionado contigo lo es. Lo que piensas, lo que haces, lo que te gusta, lo que no. Tú importas y mucho. Así que dime qué es aquello que guardas en tu corazón. Prometo escucharte atentamente, siempre.
Mi comentario logra sacarle una gran sonrisa.
—Ahora que acabaste la carrera de música, tienes el camino libre para adentrarte a la de literatura —bromea—. Estoy segura que te iría genial en esa. Tienes todo mi apoyo.
—Oh, por favor, esa broma ya está muy gastada —comento, fingiendo indignación—. Además, ambos sabemos que como baterista soy mucho mejor.
—Si, supongo que tienes razón.
—Estoy hablando en serio —recalco, acariciando suavemente la mejilla de Emma—. No dejes que mi condición lo consuma todo. Si tienes que decirme algo, estaré más que feliz de escucharlo.
—Es solo que... —Emma duda. Fija su mirada en la mía, mientras trata de hacer que las palabras salgan de su boca—. Yo, yo tengo que decirte que, bueno, confesar mejor dicho, yo... yo.
A pesar de su titubeo, no dejo de prestarle atención ni por un segundo. Mis ojos fijos en los de ella, están llenos de compresión y de anhelo, pero a pesar de eso, ella no logra abrir del todo su corazón.
—Tengo que confesar que leí tu lista de cosas por hacer —dice, desviando la mirada—. Aún queda mucho por lograr.
Lo que dijo Emma no parece una mentira, aunque sé que eso no es lo que ella estaba tratando de decir. Pero no quiero forzarla ni hacer que se sienta incómoda. Así que a pesar de que me entristece que no me diga ciertas cosas, lo acepto.
—No tienes que decirlo ahora si no quieres. Hazlo cuando estés lista, voy a esperarte el tiempo que sea necesario. Dije que no iría a ninguna parte, ¿recuerdas?
Emma regresa su mirada a mí y asiente con una ligera sonrisa. Si ella quiere cambiar de tema, eso haré.
—Ahora solo me estoy preguntando... ¿Cómo es que sabes de esa lista? —interrogo, con un toque de complicidad en mi voz. Realmente no me importa que ella la haya leído, al contrario, me alegra que alguien más sepa de su existencia.
Emma no duda en seguirme el juego.
—No me lo vas a creer, pero fue un accidente —contesta de manera juguetona.
—¿Sabes dónde está esa lista ahora? —pregunto.
—Tessa debió dejar la libreta entre las cosas que trajo, dame un segundo.
Ella rebusca entre las cosas que están esparcidas en el sofá, hasta que la encuentra. Es la misma pequeña libreta de aquel entonces, solo que ahora se ve más desgastada, revelando pedazos de cartón en las orillas y dobleces en las hojas.
Tomo la libreta entre mis manos, y después de juguetear un poco con la pasta, la abro justo en donde está la lista, y donde aún quedan muchas cosas sin completar.
—Parece que tengo mucho que hacer —murmuro, mientras se la ofrezco a Emma.
—¿Estás seguro de que quieres que vea esto?
—Por supuesto, pero, ¿no la habías visto ya?
—Si, pero no le presté mucha atención esa vez.
Emma toma la libreta y pasa su vista por cada una de las actividades enlistadas. Hay algunas que han sido marcadas como completadas y otras que fueron añadidas recientemente. Pero sus ojos se centran en los sitios que siguen vacíos al principio de la lista.
—¿Por qué hay espacios en blanco? —pregunta, cediendo a su curiosidad.
Me acerco al borde de la cama, hasta estar lo más cerca posible de ella, llevo mi vista hacia esos espacios vacíos y le explico:
—La lista va en orden de prioridad. Hay espacios vacíos porque siento que ese es el lugar de algo importante, solo que aún no he descubierto que es.
—¿Qué podría ser tan importante como para colocarlo en el primer lugar?
—Esa es una buena pregunta —resalto, y cambio mi vista de la libreta hacia Emma—. Pero, estos últimos días he estado teniendo algunas ideas.
—¿Y cuáles serían?
Recupero la libreta y no puedo evitar sonreír al pensar en los espacios en blanco y en ella.
—Si no tuviera un límite de vida —digo, casi en un susurro—, definitivamente sería estar contigo. Cada día, en cada momento, en las buenas y en las malas.
Si no tuviera está enfermedad, si el tiempo no se me estuviera acabando, si no tuviera que preocuparme por un futuro incierto, todo sería más fácil. Porque mi vida giraría en torno a ella y en lo mucho que la amo, sin preocuparme de poder lastimarla con mi partida.
—Vaya manera de proponerle matrimonio a alguien —bromea, soltando una pequeña risa, que desaparece rápidamente ante mi silencio.
Ese pensamiento solo existe en mis mejores sueños. No puedo decir que nunca lo pensé. Casarme con ella, formar una familia, ser felices. No hay nada que quiera más en éste mundo. Pero sé que sería demasiado codicioso desear algo así.
—Si tuviera más tiempo, sin duda te lo propondría —digo, esbozando una suave sonrisa—. Te lo pediría en un lugar bonito, lleno de flores, con un brillante sol sobre nosotros y la brisa del verano envolviendonos en un suave abrazo. Me arrodillaría ante ti y pondría un hermoso y brillante anillo en tu dedo. Sería perfecto.
Siento que mi expresión se va desvaneciendo lentamente mientras más lo imagino y mi sonrisa no tarda en desaparecer.
—Lo único que me falta es tiempo.
—Pero si tienes tiempo —defiende.
—No el suficiente.
Ella se levanta de la silla y se sienta justo a mi lado, tomando suavemente mi mano entre la de ella.
—Cualquier tiempo es suficiente si lo paso contigo.
—No digas eso —niego—. O harás que me vuelva codicioso.
—Creí que ya habíamos tenido esta conversación.
—Eso es cierto. Pero el noviazgo es una cosa y el matrimonio otra. Y dejarte viuda no será la última cosa que haga.
—Entonces no te mueras —dice. Su expresión muestra una seriedad que jamás había visto en ella, pero que se desvanece rápidamente para dar paso a la resignación—. ¿Piensas mucho en lo que pasará si llegara el momento en el que ya no estés?
—Por supuesto y siento que no he hecho lo suficiente.
—¿Hablas de tu lista?
—No —niego, evitando los ojos de Emma—. No he hecho lo suficiente para enseñarte a vivir sin mí.
Ella suspira ante mis palabras.
—¿Qué tan débil crees que soy?
—No creo que lo seas, es solo que... —trato de desviar la mirada, pero ella toma mi rostro entre sus manos y se acerca más a mí.
—Elías, yo ya sé vivir sin ti. He vivido veintitrés años de mi vida sin ti. Pero eso no significa que no me vaya a doler si te vas. Conozco esa sensación y por eso estoy segura de lo que voy a experimentar. —Su voz amenaza con quebrarse, pero se obliga a seguir hablando—. Sentiré que mi corazón arderá en llamas. Sentiré que el mundo se va a venir encima de mí. Sentiré como el suelo bajo mis pies se va a desmoronar en mil pedazos y me dejará caer hacia la oscuridad. Voy a sentir que no hay más camino y será doloroso, tal vez lo más doloroso que jamás vaya a sentir.
Ante eso, solo puedo contener el aliento, mientras mis ojos se llenan de lágrimas, listas para salir en cualquier momento, con cualquier toque y con cualquier palabra.
—Pero voy a estar bien —suelta Emma, tratando de contener sus propias lágrimas—. Voy a recordar cada momento que pasé contigo, cada risa, cada llanto, cada alegría y tristeza. Lo voy a recordar todo y sabré que el tiempo que pasamos juntos no fue en vano y que aún si hubiera una forma de regresar el tiempo para evitar el dolor, aún en esa irreal situación, yo seguiría escogiendo conocerte. No cambiaría absolutamente nada de lo que tenemos ahora.
Sus manos pasan de mis mejillas a mis hombros, recorriendo mi cuerpo hasta llegar a mi pecho, en donde por extraño que sea, mi corazón sigue latiendo.
—Tal vez me deprima por un tiempo —continúa—, pero podré sonreír nuevamente cuando vea tu rostro en mis recuerdos. Así que no tienes que preocuparte por mí, porque no importa lo mucho que duela o lo difícil que sea, lo voy a superar y voy a estar bien.
—¿Por qué estás diciendo esto? —pregunto, temiendo la respuesta. Mi voz se quiebra y mis manos comienzan a temblar sin que pueda hacer algo para controlarlas.
—Porque si los papeles cambiaran, y yo fuera la que estuviera muriendo y tú la persona que se aferra amorosamente a mí, querría que hicieras eso —dice, ofreciéndome una dulce sonrisa que no concuerda con la severidad de sus palabras—. Si las cosas fueran al revés, no podría evitar que sintieras dolor. Así que podrías llorar todo lo que necesites, desahogarte, pero no me gustaría verte derrumbado para siempre por causa mía. Porque lo que menos quiero es que pierdas tu brillo. Yo querría que lo superaras, poco a poco, a tu ritmo, y que cuando estés listo, puedas seguir adelante, que recuerdes nuestros momentos juntos con una sonrisa y no con llanto, que mires hacia el futuro y que sepas que vas a estar bien.
Finalmente dejo caer mis lágrimas, y con ellas, mis preocupaciones y miedos. Me aferro a las manos de Emma y entierro mi cara en su hombro. Ella me corresponde, y acaricia suavemente mi cabeza mientras siento cómo sus lágrimas también empiezan a recorrer sus mejillas hasta caer sobre mi cabello.
—¿Ahora a quién le quedaría mejor ir a la escuela de literatura? —bromeo, a lo que Emma suelta una risa entre lágrimas—. Realmente estás aumentando mi anhelo de pedirte que te cases conmigo.
—¿Y por qué no?
Levanto mi rostro y pongo la distancia suficiente entre nosotros para poder mirarla, intentando descifrar su expresión.
—¿Estás segura que esto es lo que quieres?
Emma se pasa una mano por la cara, tratando de limpiarse las lágrimas que están empapando todo su rostro. La detengo, y dirijo mis manos a sus mejillas para limpiarlas por ella.
—Si yo tuviera una lista de cosas por hacer antes de morir —dice cuando está un poco más calmada—, creo que eso entraría en el top tres.
—En ese caso...
Tomo la libreta que había dejado al lado unos momentos atrás y escribo algo, esforzándome por trazar la mejor letra que puedo. Sin embargo, mis días de sueño me terminan cobrando factura y las palabras que escribo salen temblorosas, pero vienen directamente de mi corazón, así que cuando termino, se lo enseño.
Casarme con Emma.
Esa frase ahora ocupa el primer puesto en mi lista, lo que significa que es mi máxima prioridad.
—Me gustaría tener un anillo para esto, pero... —El nerviosismo se está apoderando de mí, pero concentrando toda mi atención en ella, continúo—. Emma, ¿me harías el honor de ser mi esposa?
Ella saca a relucir una gran sonrisa, haciendo que la tristeza del pasado se desvanezca en un instante.
—Por supuesto que sí.
Me acerco a Emma y me uno a ella en un beso suave y tierno, pero también lleno de sentimiento. Cuando nos separamos, ella saca de debajo de su suéter, un par de anillos que cuelgan de su cuello en una cadena.
—¿Me ayudas? —pregunta, dándome la espalda y moviendo a un lado su cabello para dejar al descubierto su cuello.
Me acerco a ella, y con cuidado desabrocho la cadena. No puedo evitar dejar unos pequeños besos en su piel y siento que mi corazón late con más fuerza al ver como ella se sonroja ante mi movimiento.
—Aquí tienes —digo, ofreciéndole los anillos.
Emma se voltea para volver a estar frente a mí, aún con el rostro sonrojado y una sonrisa tímida. Tratando de ocultar su nerviosismo, toma el collar y saca el par de anillos de la cadena.
—¿Qué tal si lo intentamos con esto? —pregunta, poniendo uno de los anillos en la palma de mi mano—. Eran los anillos de matrimonio de mis padres.
Examino el anillo cuidadosamente. Es una joya en tonos plateados con una pequeña piedra de zafiro en el centro y unas más pequeñas a los lados. Veo el anillo que conserva Emma, que hace juego perfectamente con el que yo tengo. Es como si encajaran el uno con el otro, justo como nosotros.
Cambio de posición y me siento de rodillas en la cama, tomo una gran bocanada de aire y fijando mis ojos en los de Emma comienzo a hablar.
—Desconozco lo que vaya a pasar en el futuro, pero de lo único que estoy seguro, es de que quiero pasar el resto de mi vida, aún si es corta, contigo. Porque un instante a tu lado vale muchísimo más que una eternidad sin ti. Sé que no tengo mucho que ofrecerte, que te mereces mucho más de lo que yo puedo darte, y aún sabiendo eso, me atrevo a ofrecerte no solo mi corazón, sino toda mi alma y mi ser. Así que, ¿podrías escuchar el humilde corazón de un loco enamorado, y me harías el honor de dejarme ser tu esposo?
Emma sonríe ampliamente. Es la sonrisa más hermosa que haya visto jamás.
—No hay nada que desee más.
Tomo suavemente su mano y coloco el anillo en su dedo anular y ella hace lo mismo con el otro anillo, pero está vez, en mi mano.
—Perfecto —decimos los dos al unísono.
Hasta hace unos momentos habíamos roto en llanto y ahora, nos comprometemos con alegría. Y si estamos juntos, siento que podemos ir contra todos, contra el mundo, contra el destino.
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