23. Secretos y suplicas
Emma
Los últimos dos días han sido un verdadero tormento.
Esa noche después de la graduación, logramos llevar a Elías al hospital antes de que fuera demasiado tarde. Al parecer tuvo una recaída bastante seria. Su corazón latía demasiado lento y amenazaba con detenerse en cualquier momento. Y estoy segura que si lo hacía, mi corazón se pararía igual que el de él.
Tal vez fue un milagro, o quizá un poco de suerte, pero la condición de Elías logró estabilizarse un día después de ser internado. Pero aún no está fuera de peligro. Han pasado dos días enteros desde que perdió la conciencia y todavía no ha despertado, ni siquiera ha dado la más mínima señal de abrir los ojos.
Estoy preocupada. Demasiado, de hecho. A tal punto que no he logrado conciliar el sueño, comer correctamente o simplemente mantenerme cuerda. Una oleada de culpa me golpea a cada hora. Hasta hace poco quería contarle a Elías todos mis secretos, quería que supiera quien soy realmente, sin ocultarle nada, quería que él lo supiera todo, pero estos momentos me hacen dudar. «¿Y si su corazón no lo resiste? ¿Qué tal si lo que tengo que decir es más de lo que puede soportar?». Llevo demasiado tiempo pensándolo, y ahora sé, que aunque no parezca correcto, a veces hay secretos que es mejor que no salgan a la luz.
Suelto un profundo suspiro, como si con esa pequeña acción pudiera deshacerme de toda la carga que llevo, la preocupación y la incertidumbre de un futuro sin él. Pero no funciona, nada parece poder calmar la ansiedad en mi pecho.
Jugueteo con mis manos, como una forma de distracción, pero a mi mente solo viene el rostro pálido de Elías y la frialdad proveniente de su piel.
Me siento en las sillas de la sala de espera, cambiando de posición tantas veces como puedo, tratando de encontrar un asiento en donde no sienta que me voy a hundir en una absoluta oscuridad.
Derrotada, me siento en la fila de sillas que tengo más cerca y observo el cielo por las ventanas. Ya es de noche, eso explica la ausencia de familiares, ya que se supone que la hora de visitas terminó. En estos momentos me alegra tener privilegios extras que ahora trato de pasar a Tessa, al menos. Ella está con Elías ahora, aunque no podrá quedarse por mucho tiempo.
Mi mirada se fija en la luna llena, que muestra su brillo con esplendor, como un faro de esperanza indicando que todo va a estar bien, por mucho que no lo parezca. Las estrellas le hacen compañía, aunque ahora que lo pienso, puede que muchas de ellas ya estén muertas, pero que simplemente no puede notarse frente a mi ojos, al menos todavía.
A donde sea que dirijo mi mirada, parece que la muerte está presente.
—¿Emma? —pregunta una voz a mi lado.
Cuando me giro hacia la voz que me llama, veo a Gabriel, el chico que atiende la farmacia con amabilidad.
La muerte no está presente en él. Sin embargo, parece como si fuera un reflejo, un espejo que me muestra que en realidad, la muerte está en mí, pisándome los talones y susurrándome al oído.
Gabriel no es un mal chico, pero siempre que estoy con él, veo un recordatorio constante de todo lo que oculto, ya que de hecho, él es uno de mis secretos, aunque no el más peligroso.
—Hola.
—¿Por qué estás en el hospital? —pregunta, con una expresión preocupada en su rostro—. ¿Te sientes mal?
—Estoy bien —me limito a responder, devolviendo mi mirada a la ventana.
—¿Estás segura?
—¿Tú qué estás haciendo aquí? —interrogo, ignorando su pregunta.
—Trabajo aquí.
—¿En el área de cardiología? —pregunto, sabiendo que la respuesta es que no.
—Acabo de terminar mi turno en la farmacia, ya iba de salida —explica.
—La salida no se encuentra por estos rumbos —argumento, aún sin hacer contacto visual con él.
Gabriel deja escapar una suave risilla.
—Es cierto, me atrapaste. —Él corta la distancia entre nosotros y se sienta en una de las sillas de la fila, dejando solo un asiento de separación entre nosotros.
—¿Qué es lo que quieres?
—Mentiría si te digo que no quiero respuestas.
—Terminamos nuestra relación hace un año, no entiendo porque habría que hablar de ello.
No me había percatado de que ya había pasado un año hasta que fueron mis propios labios los que lo admitieron. Nuestra relación, más que amorosa, fue fugaz, como una estrella a la que le pides un deseo lleno de esperanza y que se va antes de escuchar tu petición, dejando nada más que decepción detrás de ella.
—Nosotros no terminamos —corrige—. Tú terminaste conmigo.
Eso es cierto. No tardé mucho en darme cuenta que lo que nos unía no era el amor, sino las cosas que conocíamos del otro que nadie más sabía, pero el problema está en que no fue por elección. Él se enteró de la muerte de mis padres por las charlas que se escuchan dentro del hospital, no porque yo quisiera contárselo, como pasó con Elías. De hecho, la mayoría de cosas que Gabriel sabe de mí, vienen de la boca de alguien más.
Hubo un tiempo en el que pensé que él era el único que me conocía, y que por eso, estar con él era la elección obvia, pero solo fueron suficientes un par de meses de noviazgo para darme cuenta que no lo amaba, que solo estaba con él porque no quería estar sola, porque necesitaba apoyo y lo peor fue que él también lo sabía, pero prefirió ignorarlo.
—Tú no me amabas, yo no te amaba —suelto—. ¿Cuál era el punto de estar juntos?
Gabriel solo sacude la cabeza en negación. Él no habría venido a buscar respuestas si no supiera de la existencia de Elías. Las voces corren rápidamente como corrientes de agua, y este hospital no es la excepción, después de todo, los chismes son la actividad favorita de muchas personas. Y la historia de un amor trágico, con enfermedades de por medio, debe llamar mucho la atención.
—Dijiste que no podrías estar con alguien más después de mí —dice, dirigiendo su mirada a la ventana, justo como yo—. Dijiste que lastimas a las personas que se acercan a ti, que esa era la razón por la que no podíamos estar juntos. Porque no querías lastimarme.
—No entiendo a qué va todo esto.
—¿Por qué él es diferente? —pregunta, refiriéndose a Elías.
—¿Estás celoso?
—Estoy preocupado —suelta con pesadez—. Me preocupa que pienses que es mejor que te lastimen, a que tu lastimes a otros.
—Nadie me está lastimando.
—Ese tal Elías lo está haciendo —dice, dirigiéndome una mirada comprensiva—. ¿Crees que no sé lo que se siente estar en tu posición? El dolor y la ansiedad que te causa saber que la persona que amas podría morir en cualquier momento, ¿crees que no lo conozco? Por si ya lo olvidaste, yo ya he estado ahí.
Ahora soy yo la que suelta una risa amarga.
—La diferencia es que yo decido quedarme —digo, haciendo contacto visual con él por primera vez desde que tomo asiento—. Me siento tan viva con él que no importaría si al final termina rompiendo mi alma en pedazos. Él es alguien por quien vale la pena quedarse y luchar.
—Una clase de amor que nunca sentiste conmigo —deduce—. Porque de ser así, me habrías dejado quedarme.
—Eso ya no te incumbe.
Hay un breve silencio en el que me planteo seriamente alejarme, poner una excusa tonta y salir corriendo hacia los pasillos, pero todo termina en un pensamiento, y al final, no puedo moverme.
—¿Estás con él por dinero? —pregunta abruptamente, a lo que no puedo evitar mostrar una expresión de molestia.
—¿En serio crees que lo hago por dinero? ¿Qué tan interesada y egoísta crees que soy? —suelto con enojo—. Yo me he mantenido todo este tiempo con el fideicomiso que mis padres dejaron para mí antes de morir. No es mucho, pero es algo. Y si las cosas fueran al revés, sería Elías quien realmente se beneficiaría si yo llegara a morir.
—Eso solo pasaría si estuvieran casados —argumenta, manteniendo un tono neutral en su voz—. Me duele admitirlo, pero de verdad preferiría que fueras una interesada a...
—¿A qué? —pregunto, insistiendo que continúe.
—Fuimos amigos mucho tiempo antes de ser pareja —explica, bajando la mirada hacia el suelo—. Y es verdad cuando digo que realmente te llegué a apreciar. Por eso preferiría que no estuvieras con él por amor. Así lo harías falsamente feliz y cuando llegue el día en que él ya no esté, tú puedas seguir tu camino, sin remordimientos. Pero si realmente te quedas con él porque lo amas, entonces sería bastante estúpido, porque te estarías rompiendo más a ti misma, porque el hecho de que él ya no esté te va a destrozar, y no quiero que eso ocurra. No quiero ver a más personas sufrir. Y como tú lo dijiste hace mucho tiempo, solo un idiota se pondría frente a una bomba a punto de explotar solo porque tiene curiosidad por el sonido que hará al estallar.
Proceso sus palabras un momento. Es verdad que dije eso hace un tiempo y honestamente me sorprende que lo recuerde, pero ahora me doy cuenta de que estaba equivocada.
—Todos somos bombas en proceso de explosión —digo con voz tranquila—. Solo que no sabemos cuando vamos a explotar y mucho menos podemos controlar a quienes lastimamos cuando eso pase. Pero no por eso debemos vivir con miedo a ese día. Yo amo a Elías, lo suficiente para permitir que su partida me destroce. No tienes que creerme si no quieres, pero es la verdad, no hay razones ocultas.
Ahora es él quien se queda callado, esperando algo más, una respuesta que lo haga querer discutir.
—Además —añado—, puede que al final todo sea al revés y yo sea quien lo termine lastimando a él.
Mis palabras terminan de apagar cualquier comentario que Gabriel se esté planteando decir.
—¿Emma?
Otra voz me distrae, pero está vez, es Tessa quien acaba de aparecer por uno de los pasillos.
—¿Qué pasó? ¿Elías ya despertó? —pregunto, poniéndome de pie y dirigiéndome a ella.
Tessa niega con la cabeza.
—Aún no, está estable, pero el doctor no sabe cuándo despertará —explica, dirigiendo su mirada por primera vez al chico sentado en las sillas—. ¿Y él quién es?
Pienso en decirle que solo es la persona que trabaja en la farmacia, un viejo conocido o un antiguo amigo. Ninguna es falsa, pero tampoco es del todo cierta, porque hay una definición más exacta para él. Pero justo cuando las palabras van a salir de mí, me detengo.
Soy consciente de que no puedo decirles todo lo que se oculta dentro de mí. Pero un secreto menos, sería un alivio para mi pesada conciencia.
—Mi ex novio —digo con tanta facilidad que me preocupa—. Él trabaja aquí, pero ya se va.
A Tessa no parece sorprenderle. Seguramente lo reconoce de la farmacia y desde ese momento pensó que éramos más que solo conocidos.
—¿Te está molestando? —inquiere, lanzándole una feroz mirada—. ¿Quieres que lo golpee?
No quiero admitirlo, pero sé que ella no está bromeando y parece que Gabriel también lo piensa, ya que se levanta rápidamente de la silla.
—No será necesario —niega, avanzando hacia el pasillo que da a la salida—. Yo ya me voy. —Le dirige una mirada tranquilizante a Tessa y avanza, pero cuando está a punto de irse, voltea a mirarme una vez más—. Cuídate, Emma —dice, antes de desaparecer por el pasillo.
—¿Segura que no quieres que lo alcance? —pregunta Tessa en cuanto él se va—. Aún puedo darle un buen golpe.
—No, no es necesario.
Miro a Tessa y por un momento olvido como suele lucir normalmente. Ahora no hay nada del brillo que usualmente muestra, al contrario, se ve apagada. Sus ojeras parecen ser ya parte de su rostro; su ropa, desaliñada y arrugada, parece no servirle mucho para la brisa nocturna; y sus ojos amenazan con cerrarse constantemente por la falta de sueño.
—Ve a casa a descansar —le sugiero—. Yo me quedo a cuidarlo.
—Estoy bien.
—No lo estás. Puedes confiar en mí, de verdad.
Tessa se lo piensa un poco, pero al final termina aceptando.
—Nolan vendrá a recogerme y estaré aquí a primera hora de la mañana —explica—. ¿Estás segura de que estarás bien?
—Por supuesto —contesto con seguridad—. Ve tranquila.
Tessa murmura un leve agradecimiento antes de dirigirse a la salida.
La sala de espera ha quedado completamente vacía y estar sola a altas horas de la noche en un hospital no parece una idea muy placentera. He visto suficientes películas de terror para saber que eso siempre acaba mal. Así que yo también me retiro y avanzo hacia la habitación de Elías. Cuando entro, el dulce aroma de las flores llega a mi nariz, todos son regalos de su familia y amigos deseándole una pronta recuperación, son hermosos y es una lástima que aún no haya podido verlos. Camino hasta llegar a la silla que se encuentra al lado de la cama y me siento.
Observo a Elías, quien parece dormir plácidamente, y memorizo cada detalle de su rostro, esperando seguir viéndolo por mucho tiempo más y deseando que éste no sea el final, porque nuestra historia de amor no puede terminar así, aunque lo más seguro es que eso ocurra en algún momento.
Acerco mi mano a él y le acaricio suavemente su rizado cabello, pasándome a su frente y mejillas, tratando de grabar en mi memoria el tacto de su piel con la mía.
—Tú eres fuerte —le susurro—. Yo sé que puedes, así que por favor, despierta —le pido, más como súplica que como petición.
Me acerco más a él y pongo mis labios sobre los suyos, uniéndolos en un suave beso. Esperando que sea como en los cuentos de hadas, en donde el amor verdadero rompe cualquier hechizo, en donde un beso despierta a alguien de su sueño eterno.
Pero no lo hace. Elías aún no despierta. Pero sé que lo hará, tiene que hacerlo.
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