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17. ¿Es posible que todos tengamos un tiempo límite de vida?

Emma

Los días pasan, y a pesar de que la condición de Elías es estable, sigue sin asistir a la escuela. También está ignorando mis mensajes y llamadas de nuevo, y no puedo evitar que la familiaridad de la situación me cause un gran dolor de cabeza.

El día anterior, Tessa me había dicho que Elías iría hoy a la escuela, aunque ella misma tuviera que obligarlo, y yo realmente espero que sea así.

Cuando entro al salón, escaneo todo el lugar a detalle, encontrando por fin al conjunto de mechones rizados que tanto me tienen preocupada. Camino por los asientos hasta sentarme en la silla a su lado.

—Hola —lo saludo con una sonrisa—. ¿Cómo has estado? Estaba preocupada por ti.

—Estoy bien —se limita a responder, manteniendo la vista en su libreta, sin siquiera mirarme.

Cuando voy a tratar de sacarle plática, la maestra entra al salón y el resto de los estudiantes guardan silencio, por lo que debo esperar. Odio hacerlo. Siempre he sentido que mi vida está en un periodo de espera, en donde el tiempo pasa y yo me mantengo igual, hasta que un día, yo no estaré, pero el tiempo seguirá transcurriendo de todas formas.

Tan pronto como la clase termina, Elías toma sus cosas y sale rápidamente del salón, pero no voy a permitir que me siga ignorando, así que dejo mis cosas en el escritorio y salgo corriendo detrás de él. Elías es rápido, por lo que no tarda en desaparecer de mi vista. Pero en este momento, rendirme no es una opción.

«¿En dónde podré encontrarlo? ¿A qué lugar iría Elías si quisiera estar solo?». La respuesta llega a mí rápidamente: los jardines.

Camino hacia al jardín con paso lento, porque sé que Elías seguirá ahí, en el mismo lugar donde colapsó la última vez, y a la vez, el sitio que presenció nuestro primer acercamiento, sin importar lo vergonzoso que fuera. Un jardín lleno de pasto y flores, un recordatorio de que es un baterista talentoso, pero también un chico con el corazón débil.

Justo como lo pensé, Elías se encuentra sentado en el césped, mirando hacia el nublado cielo mientras los rizos de su cabello se mueven al compás del viento. Está de espaldas, por lo que no me ve venir. Me quedo mirándolo unos instantes antes de acercarme a él y sentarme a su lado.

Cuando nota mi presencia, instintivamente trata de levantarse y huir, pero lo detengo, sosteniendo la manga de su sudadera fuertemente, haciendo que permanezca sentado. No tengo mucha fuerza, por lo que si él quisiera liberarse de mi agarre e irse, podría hacerlo. Pero, en su lugar, se queda quieto, como si temiera lastimarme si quita mis manos de su brazo.

—¿Por qué me estás evitando?

Los ojos de Elías no se atreven a mirarme, están fijos en el suelo, con la mirada tan decaída que siento que se desmoronará si no soy cuidadosa.

—Tienes razón, supongo que no podemos retrasar más esto.

—¿De qué estás hablando?

—Debemos terminar nuestra relación —dice, con voz temblorosa.

—Llevas días evitándome —digo con frustración—, y cuando por fin decides hablar conmigo es para decirme que quieres que terminemos, ¿es en serio?

—Lo nuestro no va a funcionar.

—¿Y por qué no? Parecía funcionar muy bien hasta hace algunos días —replico—. ¿Qué fue lo que te hizo cambiar de opinión?

—Lo sabes muy bien.

—No, no lo sé —niego—. No me has dicho nada desde ese día. Todo lo que tengo ahora son sospechas que no sabré si son ciertas hasta que me las confirmes.

—Pues lo hago. Te confirmo todas tus sospechas.

—¿Y cuáles serían esas?

Elías aparta suavemente mi mano de su brazo, y se levanta del césped para empezar a dar vueltas de un lado a otro, con la frustración filtrándose por cada grieta de su ser. Se detiene después de unos momentos, y con ambas manos frotando su cabello, me mira.

—Estoy muriendo. No me queda mucho tiempo y no quiero que estés presente cuando eso pase —suelta. Su voz es firme, porque está convencido de que eso es lo que va a pasar.

Me pongo de pie y camino hacia él.

—No eres el único que está muriendo. —Eso no fue lo que quise decir, pero las palabras simplemente salieron de mi boca. Elías me mira con confusión y casi puedo escuchar como aumentan los latidos de su corazón, por una sensación que conozco muy bien: el miedo—. Es decir, todos estamos muriendo, ¿no? —corrijo—. Cada día que vivimos estamos envejeciendo y acercándonos un poco más a la muerte.

—Estoy hablando en serio, Emma.

Creo que ha tomado mis palabras como un comentario hecho a la ligera, porque no dice más al respecto. Eso es bueno, me alegra que mi desliz no llegara a nada más que eso, un error cometido gracias a la adrenalina del momento.

—Mi única esperanza es el trasplante de corazón —continúa—. Y como no hay señales de que vaya a aparecer un donador pronto, es fácil adivinar que no me queda mucho tiempo. ¿Ahora entiendes porque no podemos estar juntos?

—No —contesto rápidamente—. No entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra.

—Yo ví todo lo que mi mamá sufrió cuando papá enfermó —dice, y su rostro se llena de nuevo de dolor—. Ella siempre estaba cansada, todo el tiempo se veía decaída y preocupada. No puedo pedirte que te quedes a mi lado sabiendo como va a terminar esta historia.

—No me lo estas pidiendo, yo lo estoy eligiendo —recalco—. Te estoy eligiendo a ti, de la misma manera que tu me elegiste a mí. Porque de otra forma, nunca me habrías abierto tu corazón.

—Lo hice porque creí que tendría más tiempo. Pensé que iba a entrar en ese ensayo clínico, tenía esperanza de que funcionara, de que pudiera sanar —dice Elías, dejando caer un par de lágrimas—. Jamás me habría acercado a ti, si hubiera sabido que no tengo esperanza.

—Pero si la tienes.

—La esperanza de que mágicamente aparezca frente a mí un donador compatible. ¿A eso es a lo que te refieres?

—Bueno, nunca lo sabes.

—Por favor, Emma. Voy a morir pronto y cuando llegue ese momento, no quiero que estés ahí para verlo.

—Tu no sabes eso —digo, esforzándome por hacer que las palabras salgan de mi boca—. No sabes cuando vas a morir o cuando yo vaya a hacerlo. Todos tenemos el mismo destino. Se podría decir que tú formas parte del grupo de personas que recibió un mensaje de advertencia por adelantado.

—¿De qué estás hablando?

—Tu dices que podrías morir pronto —continúo—, pero la verdad es que yo también podría hacerlo. Podría salir de la escuela, ir camino a mi casa y ser atropellada por algún auto. O tal vez haya un terremoto y quedé atrapada entre los escombros.

Elías trata de detener mi lista de catástrofes, como si con decirlas estuviera manifestando que pasen, pero no me detengo.

—Yo también podría morir, e incluso puede que mucho antes que tú. Pero no lo sabemos, porque no conocemos el futuro.

—No hay forma de que eso pase —dice, negando. La expresión en su rostro es mucho peor que la de antes. Lo estoy lastimando, pero algunas veces, hay que desarmar algo, para poder arreglarlo.

—¿Cómo lo sabes? —pregunto—. Mis padres eran personas jóvenes y sanas, pero nunca se imaginaron que un ebrio se les cruzaría en el camino. Así es la vida, en un momento la tienes y en el otro ya no. No hay forma de saberlo, así que hasta que no estés muerto, no debes darte por vencido. ¿Me escuchaste?

Comprendo a Elías mucho más de lo que él se imagina. El querer separar a la gente de ti para que no salga herida, es una acción muy noble que yo elegí por mucho tiempo. Y al final, me quedé sola, sin amigos, sin familia, sin nadie. No quiero que él pase por lo mismo. Primero me alejará a mí, después a sus amigos, y luego a Tessa, y cuando se de cuenta de su error, habrá sido demasiado tarde. Yo estaba en la oscuridad, y él me trajo de vuelta a la luz. Así que haré lo mismo por él.

—Puedes terminar conmigo si quieres —acepto—, pero no voy a dejar que pases por esto solo. Me voy a quedar a tu lado. No importa si es como tu novia o como tu ex novia molesta, puedo ser tu amiga o una simple desconocida, es tu decisión. Yo sé lo difíciles que pueden llegar a ser estas batallas y nadie merece luchar solo. Así que lucharé contigo. He aprendido lo suficiente de la vida como para saber que en ocasiones las personas dicen lo contrario de lo que sienten. Y tu rostro me lo está confirmando —digo, dejando salir libremente todas mis lágrimas.

El rostro de Elías se ve terriblemente abrumado. Él también está llorando ahora y no creo que ninguna palabra de consuelo sea suficiente para poder calmarlo, porque eso no es lo que necesita. Elías necesita que alguien le asegure que estará a su lado, sin importar lo difícil que sea el camino.

—Así que por favor —sollozo, tomando su rostro entre mis manos, haciendo que él me mire fijamente a los ojos—. No me alejes, déjame estar a tu lado, déjame ser tu soporte.

—¿Por qué?

Existen tantas razones, que tratar de enlistarlas todas me llevaría mucho tiempo. Mi mundo, que antes era gris y monótono, se llenó de color gracias a él. Sin saberlo, me salvó de la oscuridad en la que me estaba ahogando. Y cualquier otro motivo que se me pueda ocurrir, se puede resumir en una sencilla frase:

—Porque te amo.

Elías se acerca a mí para abrazarme justo después de que esas palabras salen de mi boca, y yo envuelvo mis brazos alrededor de su espalda mientras oculto mi rostro su pecho.

—Va a ser difícil —susurra.

—Lo sé —respondo—. Pero lo haremos juntos.

Me separo de Elías para poder verlo a esos ojos verde olivo que tanto me gustan. Sonriendo, acaricio su mejilla.

—Te amo, Emma —dice, tomando mi mano, que sigue aún en su rostro—. Y te seguiré amando hasta que mi corazón dé su último latido, e incluso después de eso. 

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