Primera nota - 28/03/2005
Lunes 28 de marzo de 2005
Querida Adela:
No creo que alguna vez leas estas notas, porque nunca tendré el valor suficiente como para entregártelas, ni es mi intención hacerlo. Escribo en esta libreta de etilo Moleskine las cosas que jamás te diré, en el transcurso de mi hora libre los lunes en la facultad, con la única intención de desahogarme, de calmar mis penas, explorar mis sentimientos. Si alguna vez llega a tus manos, quiero que sepas que habrá sido contra mi voluntad, o porque la perdí, y te pido que no sigas revisando estas páginas, sino que me la devuelvas. No podría volver a mirarte a la cara si supiera que la leíste.
¿Por qué escribirte a vos? ¿Por qué esta libreta?
La encontré en el fondo de un cajón, creo que fue uno de los regalos que me dieron para mis quince —seguro de alguna de mis primas—, solo que nunca intenté escribir nada, ni se me daba tampoco por los diarios íntimos. No obstante, hoy sentí ganas imperiosas de expresarme. Son demasiadas las cosas que pasan por mi mente, las emociones y pensamientos que me atormentan, que me hacen perder el sueño. Lo que ocurre es que, desde que te conocí, algo nuevo se ha despertado en mí; esto me ha cambiado por completo, y eso que apenas ha pasado un mes desde la primera vez que te vi.
Nadie logró jamás tener este efecto en mí. Necesito contar esto, pero no es algo que pueda confiarle a nadie. Solo puedo contárselo a alguien, o a algo, que no me vaya a juzgar; como a este cuaderno, que no va a opinar sobre lo que estoy diciendo y no va a intentar cambiar mi manera de pensar o sentir.
¿Por qué no puedo contarle esto a nadie?
Primero, porque sos mujer. No se supone que deba sentir estas cosas por alguien de mi propio género. Me gustan los hombres, en serio. Tuve dos novios cuando estaba en la secundaria, Mariano y Sebastián, y disfruté bastante de la intimidad con ellos. Incluso creo que estuve enamorada del primero —digo «creo» porque no son sentimientos que hayan persistido en el tiempo, ya me olvidé de él, aunque aseguraba en su momento que lo amaba con toda mi alma—; no así del segundo, salía con él solo para darle celos a Mariano, a decir verdad. Ahora me siento una boba. Cortamos ya hace... ¿siete meses? No he vuelto a tener una relación «seria» desde entonces. Pero bueno, no voy a dar demasiados detalles sobre mis exes ni sobre mis demás historias. La cuestión es que toda esta situación de estar tan obsesionada con vos me tiene en verdad confundida. ¿Me habrán dejado de gustar los hombres? No, no puede ser posible. No lo creo.
Segundo, porque sos mayor que yo. No te pregunté tu edad, no quiero ser maleducada, pero estimo que debés estar pisando los treinta, cuando yo apenas cumplí dieciocho a fines del año pasado —para ser más exactos, el quince de diciembre—. Jamás te fijarías en mí; si es que te gustan las mujeres, por supuesto. Lo más probable es que a estas alturas de tu vida estés casada y con hijos.
Tercero, porque sos mi profesora. Das todas las gramáticas en el traductorado, según nos comentaste. Te voy a tener que seguir viendo hasta que me reciba. Tengo que... Debo quedarme en el molde. No quiero verme obligada a abandonar la carrera por esto, ni quisiera meterte en problemas a vos. Soy mayor de edad y no estaríamos haciendo nada ilegal si alguna vez pasara algo entre nosotras, pero no creo que al rector de este instituto privado le agrade que una de sus profesoras se relacione con una alumna. No, señor. No tiene pinta de ser un tipo muy abierto.
No me olvido nunca de la primera vez que te vi. Era nuestro día de inicio de clases, después de haber terminado el curso de ingreso, y la tuya era la primera materia que tendríamos: Gramática I, lunes a las dos de la tarde. Tendríamos una hora libre de cuatro a cinco, y después, Fonética y Fonología I de cinco a siete.
Entraste al aula con un par de minutos de demora. Ya con solo verte me pareciste una mujer hermosa, pero, a medida que hablabas y presentabas la asignatura, con un acento británico perfecto, producto de que tu familia sea descendiente de ingleses y que esta sea, de hecho, tu primera lengua, mi fascinación por vos empezó a nacer; y no hizo más que crecer a lo largo de las siguientes clases. Sos muy simpática y carismática, tenés un trato muy particular con los estudiantes. Creo que no soy la única acá que te admira. A todos les gusta tenerte cerca, charlar con vos un rato después de clases, hacerte consultas.
Al principio no entendía lo que me pasaba. Creo que fue recién al final de nuestra cuarta clase, la de los miércoles a las tres de la tarde, que me di cuenta de que me gustabas. Nunca me había sentido atraída hacia una mujer, que yo recuerde. ¿Por qué ahora? Noches después empecé a tener sueños con vos, los cuales se volvieron cada vez más vívidos, más intensos, más calientes...
Y a estas alturas, ya no puedo quitarte de mi mente. Me he imaginado con vos en un millón de escenarios diferentes.
¿Qué es lo que puedo hacer con estos sentimientos que están creciendo en mi interior?
Nada. Solo escribirlos y rogar que algún día desaparezcan, que me enamore de algún chico y me olvide de esta locura que solo vos me despertás.
Ese día quizá queme esta libreta, porque ya de nada me servirá tenerla; habrá cumplido su propósito.
Con cariño,
Liz
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