Epílogo
—Recuérdame otra vez por qué pasamos las fiestas en Francia.
Yo sonreí en el espejo mientras terminaba de arreglar el peinado de Sophie, a quien no le agradaba tanto la idea de pasar tanto tiempo sentada frente al espejo. Coloqué las últimas hebillas invisibles y di por finalizada mi tarea, dejando las cosas en la cómoda. Sophie sonrió en señal de aprobación y me di por satisfecha.
¡Y pensar que alguna vez llegué a creer que nunca volvería a tener estos momentos con mi hermana!
Ella todavía le gustaba molestarme al recordarme cómo había sido nuestra vuelta a Estados Unidos hace unos cinco años. ¡No era mi culpa que me hubiese largado a llorar durante una hora entera!
—Ya, Emilly—me había dicho, algo incómoda mientras la abrazaba—. Te has ido a París solo dos semanas, ¿tanto me extrañaste?
—¡Sí! —y a continuación, había comenzado a llorar otra vez.
Me había costado mucho confesar la verdad a mi hermana. Es más, Erik y yo habíamos decidido, por el bien de Sophie, no comentar una palabra acerca de nuestro segundo viaje y todo lo que había implicado. Por supuesto, ella sospechaba algo. El mismo día en que nos habíamos reencontrado, me había mirado fijamente por unos minutos, estudiándome.
Cuando le pregunté qué tenía, ella sólo se había limitado a ladear ligeramente la cabeza.
—No lo sé—había comentado—. Te veo distinta. Más... madura. Cómo si no te hubiese visto luego de mucho tiempo. Tienes una mirada diferente; pareces mayor.
Me mordí la lengua para evitar decirle lo acertada que estaba. No, la mejor opción era mantener esto para nosotros, por más que me doliera guardar secretos a mi hermana. Pero prefería ahorrarle el dolor y la angustia por la que nosotros habíamos pasado.
Por supuesto que había sido víctima del más inclemente enfado de mi madre al descubrir que ya nos habíamos casado en París, y pasó una semana protestando acerca de cómo tendría que devolver todas las invitaciones, cómo debería cancelar los arreglos y qué diría la familia. Erik y yo no pudimos hacer más que pedir disculpas. De todas maneras, ya estábamos en nuestro tercer año de casados. ¿Qué podríamos hacer al respecto?
Las cosas intentaron volver a su curso normal, pero nos vimos obligados a volver a ponernos en alerta cuando Sophie nos había dicho que tenía a alguien que presentarnos. Cuando tocaron el timbre de nuestro departamento, tuve que sostener con fuerza el brazo de Erik para evitar que se abalanzara contra el recién llegado.
—Esto debe de ser una broma—masculló Erik, y lo hubiese reprendido si yo tampoco hubiese estado tan sorprendido.
—¿Ya se conocían? —preguntó extrañada Sophie, mirando a su novio.
—No—respondió Ethan, luciendo avergonzado. Intentó reponerse y nos tendió la mano—. Soy Ethan, ¿ustedes deben ser Sophie y Erik, no es así?
Ambos hombres se miraron durante unos largos minutos. Ethan pareció estudiar a Erik con los ojos durante un buen rato, y este a su vez hizo lo mismo.
Finalmente, Erik le estrechó la mano.
—Bienvenido, Ethan. Es un placer conocerte.
Después de eso, no nos quedó otra opción que contarle a Sophia la verdad. Toda la verdad. Ella había permanecido en silencio todo el rato, y luego se había excusado y no habíamos vuelto a verla el resto del día.
A la mañana siguiente, había aparecido otra vez en nuestro departamento. Aún algo consternada, se había disculpado con nosotros por revelar el secreto de Erik, a pesar de que le recordamos que no era su culpa como diez veces. Luego nos comunicó su decisión: no le contaría a Ethan ni una sola palabra. Intentamos convencerla de que lo pensara mejor, pero ella sólo negó con la cabeza.
—No, no me arriesgaré a que nada vuelva a pasar—resolvió—. Si se entera, se entera. Pero no será por mí.
Y siguió con esa resolución aun años después, cuando se comprometieron. Yo todavía no podía acostumbrarme al extraordinario parecido entre Raoul y él, lo que a su vez se convertía en algo un poco doloroso. Es más, tan similares eran que más de una vez confundí sus nombres. Finalmente, un día, decidí que era hora de resolver el misterio.
—Ethan¿tienes alguna relación con los de Chagny, de Francia?
—Sí—respondió, extrañado—. Mi madre lleva ese apellido, y es parisiense. ¿Cómo lo has sabido?
Me encogí de hombros, pero sonreí internamente. Cada día creía menos en las casualidades.
Dos años después de nuestro regreso habíamos decidido mudarnos a Francia; Erik había dejado el papel en el musical de Lloyd Webber—a pesar de los constantes pedidos del compositor de que lo considerara— y ahora se dedicaba exclusivamente a su música. Sorprendentemente, nuestra pequeña casita en las afueras de la ciudad no había sido ocupada. Parecía que había sido abandonada todos estos años, ya que la gente prefería la comodidad de la ciudad.
Sophie y Ethan, al igual que papá y mamá, nos visitaban seguido, justo como ahora.
—¿Emilly? —la voz de Sophie me hizo volver a la realidad.
—Porque sabes que amas venir a París. ¿Ya estás lista?
Sophie asintió y terminó de arreglarse el sencillo vestido para asistir a la misa de Año Nuevo. Sentí que alguien abría la puerta del cuarto y pronto tuve a Etienne jalándome de la manga.
—¿Qué sucede, Etienne?
—¿Por qué yo no tengo corbata? —preguntó con una seriedad no tan propia de un niño de casi seis años, lo que me hizo sonreír.
—¿Para qué quieres ponerte esa cosa incómoda? —agregó Sophie—. ¡Pero qué elegante estás!
—Papá y tío Ethan usan corbata. ¿Por qué yo no puedo hacerlo?
Suspiré y me arrodillé a su altura, acomodándole el cuello de la camisa que ya se había arrugado. Los pequeños ojos azules de Etienne continuaron mirándome para hacerme saber su disconformidad con la situación.
—Está bien. Después de misa iremos a la ciudad y te compraremos una corbata, ¿de acuerdo?
—Pero si no estoy arreglado, el padre Louis pensará que no me importa y no me dejará entrar al coro el año que viene—protestó— ¡Y yo quiero cantar como papá!
—Por supuesto que entrarás al coro, Etienne. Ve a apurar a los hombres, y yo me encargaré de conseguirte una corbata.
El niño sonrió y asintió, para luego salir corriendo de mi habitación.
Etienne había sido una sorpresa, en realidad. Dos años después de nuestro regreso, yo todavía no había vuelto a quedar embarazada. Y a pesar de que no queríamos pensar en eso, existía la posibilidad de que tal vez esa situación fuera permanente. Ir al médico me aterraba, y más me asustaba la idea de nunca poder tener niños, ¡con lo que a ambos nos gustaban!
Sí, Etienne fue una sorpresa que apareció de la mano de Erik en el umbral de la puerta hace algunos años. El niño debía de tener dos años, aunque era pequeño para su tamaño. Con lo delgado que estaba, me sorprendía que siquiera permaneciera de pie. Tenía toda la cara sucia y con manchas de lágrimas, y lo único que parecía saber decir era su nombre.
Fuimos a la policía ese día a reportar que había un niño perdido. Los gendarmes nos acribillaron a preguntas, pero no pudimos sacar nada en claro mientras hacíamos lo posible por responder. Que no, que no había nadie con él. Que lo había encontrado en el basurero de la calle St. Claude. No, no dice nada a excepción de su nombre.
Dos semanas después, en la que Erik y yo nos habíamos encargado de que el niño llamado Etienne fuera visto por un médico y un nutricionista, y de que tuviera ropa nueva, nos llegó un comunicado de la policía: nadie había reclamado la paternidad del niño, por lo que un trabajador social pasaría a recogerlo uno de esos días para llevarlo al hogar. Erik y yo nos miramos preocupados, pensando en que pasaría con Etienne en un lugar así. Ni siquiera podía dormir sólo por las noches si Erik no le cantaba antes, o le tocaba algo con el piano. Claro que yo también lo había intentado, pero el niño había llorado con más fuerza y me había visto obligada a llamar a Erik. Había intentado no tomármelo personal.
Cuando la trabajadora social llegó, Erik y yo ya habíamos firmado los papeles de adopción.
—¡Alguien golpea la puerta! —exclamó Sophie desde el baño, y yo fruncí el ceño. ¿Quién podría ser, en vísperas de Año Nuevo? No teníamos lo que se decía un montón de huéspedes.
Caminé hasta el hall de entrada, donde no había rastros de ninguno de los hombres de la casa, que seguramente estaban en el living comedor. La puerta volvió a sonar, y abrí.
Dejé caer el jarrón de flores que había estado arreglando, el cual se hizo pedazos contra el piso.
Había envejecido un poco, de eso no había duda. El aumento del blanco en su pelo daban prueba de eso. Lucía pantalones de vestir caquis y una simple camisa blanca, con un abrigo para burlar el frío.Su rostro parecía también haber cambiado un poco, aunque no era tan notorio. Pero sus ojos, sus ojos verdes, seguían siendo los mismos. Y las marcas que se formaban alrededor de ellos al sonreír también.
Seguía siendo el mismo hombre de nuestros recuerdos.
¡Pero era...imposible!
—¿Sucede algo, Emilly? —escuché que Erik gritaba desde el living. Yo seguía sin poder decir una palabra.
—¿Na-dir? —conseguí tartamudear.
—Espero no resultar un huésped inoportuno, Madame—dijo el Persa, con una ligera inclinación de cabeza.
—¡Nadir! —sin esperar un segundo, envolví al recién llegado en un fuerte abrazo—. ¡Dios mío! ¿Cómo...?
—Emilly, Etienne quiere una corbata. ¿Tenemos una...?
Erik había aparecido detrás de mí, y se había quedado de piedra, retrocediendo como si lo hubiesen golpeado en el pecho. Miró, con un dejo de sospecha e incredulidad, al nuevo huésped.
—Dime que no eres un espectro, Daroga. ¿Tú también lo ves, Emilly?
Yo me reí y descubrí que tenía los ojos húmedos. Hice que Nadir entrara y este palmeó afectuosamente la espalda de Erik, quien todavía no se había movido.
—Vamos, Erik, cambia esa cara. Aun no estoy muerto. Creo que pasaran muchos años antes de que puedan librarse de mí.
Erik abrió la boca para decir algo, pero Etienne llegó corriendo, con Ethan unos pasos mas atrás.
—¡Vamos, papá, o vamos a llegar tarde y...!—el niño se detuvo al percatarse del recién llegado—. Papá, ¿quién es el señor? ¿por qué se parece a los dibujos del cuento?
—Etienne, te presento a Nadir Kahn—dijo Erik, poniéndose a su altura—. Quiero que vayas y lo saludes, ¿está bien?
—Es un placer, Etienne—Nadir le tendió la mano, y él niño se la estrechó, anonadado.
Había sido nuestra idea la idea de trasmitir la memoria de Nadir a nuestro hijo a partir de un libro de cuentos. Claro que podríamos hablarle de él, pero un niño de seis años sólo recordaría aquello que le llamara la atención. Erik había recopilado decenas de cuentos persas y había ilustrado el mismo las escenas, volviendo a Nadir un personaje de las mismas. En poco tiempo, el libro se había convertido en el favorito de Etienne.
Nadir elevó la vista y frunció el ceño al percatarse de la presencia de Ethan, a quien miró unos largos segundos.
—¿Vizconde? ¿Qué hace usted aquí?
—No, Daroga, no es Raoul—lo corrigió Erik, apoyando una mano en su hombro—. ¿Es algo inquietante, no?
—Daroga...—murmuró Ethan, y fijó su mirada en los dos hombres. Luego en mí. Luego en Sophie, que salía de mi habitación—. ¡Lo sabía! ¡Díganme que no estoy loco! Llevo sospechando todos estos años, todos estos años pensando que había perdido la cabeza... ¡pero debe de ser cierto! En mi familia circulan leyendas, de generación en generación. ¡Y luego está ese dichoso libro! ¡Nada lo explica!
—Ethan—dijo Sophie, intentando calmar a su prometido ante su creciente ataque de histeria. Etienne tomó mi mano, algo asustado—. ¿Vamos a dar una vuelta?
Los ojos de Ethan se fijaron en mi hermana, y parecieron volver a su brillo habitual, aunque lucía perdido.
—Sophie, ¿podrías explicarme de qué va esto?
—Vamos. Salgamos de aquí y te explicaré todo.
Sophie condujo a su novio fuera de la casa, quien se dejó llevar no sin antes darnos una mirada de sospecha a todos los que quedábamos adentro.
—¿He dicho algo indebido? —quiso saber Nadir.
—No, ya se le pasará. Todos hemos estado así—contesté, restándole importancia—. ¿Qué les parece si vamos a hablar al living? Etienne, ¿puedes traerle al señor Nadir un vaso de agua, por favor? Me parece que tiene mucho que contarnos.
°°°
—Así que le dijiste a los de Chagny que habíamos muerto en un accidente...—repetí, todavía algo consternada—. Entonces las lápidas con nuestros nombres que encontramos en el viejo cementerio tienen sentido. Algo macabro, pero lógico.
—No se me ocurrió otra explicación posible—se disculpó el Persa—. Pasamos una semana sin tener noticias de ustedes. No había nadie en su casa, por lo que se me ocurrió ir a la Ópera. Encontré los restos de velas y el candelabro a orillas del lago, por lo que armé mis teorías.
—No fue intencional—se apresuró a decir Erik—. Nunca nos hubiésemos ido sin decir una palabra. Ya no, por lo menos. Pero eso no explica, Daroga, cómo es que te encuentras aquí.
Nadir suspiró y se acomodó en su asiento. Etienne se había quedado dormido en el sillón junto a mí, con su cabeza apoyada en mi regazo. Yo, a su vez, me apoyé en Erik, sentado a mi lado.
—No fue una decisión instantánea. Pasaron unos años hasta que decidí intentarlo. Para entonces, Darius se había casado, y yo no encontraba mucha actividad los últimos tiempos. Había intentado volver a mi oficio, pero sin mucho resultado—explicó—. Así que no tenía mucho que perder. No tenía idea de si funcionaría, ni si acabaría en el año correcto, pero pensé que tal vez correr el riesgo valía la pena. ¿Quién no ha soñado con ver el futuro?
—Y funcionó.
—Sí, funcionó. No cómo yo lo hubiese planeado, en realidad. No tenía ni idea de cómo encontrarlos, ni siquiera de si vivían en Francia, o si había llegado al momento al que debía llegar. Me vi de repente rodeado de un mundo que no conocía en lo más mínimo, de personas que me eran extrañas y de cosas que no cabían en mi inteligencia. De seguro no hubiese pasado el día si no hubiera recibido ayuda.
—¿Y de quién, si se puede saber? —inquirió Erik.
Nadir ladeó la cabeza, sonriendo.
—Ha sido de lo más curioso Una mujer, allí en la Ópera Garnier, fue la que me asistió en ese momento. Apenas me vi en la superficie, caminé sin rumbo por el edificio que tan bien conocía, aunque a su vez me resultaba extraño. Al encontrarme totalmente perdido, llamé a la primera puerta que encontré. La mujer que me recibió vestía de una manera fuera de lo común, y pareció molesta al verme. Me preguntó, al estudiarme de arriba abajo, con algo de ironía en su voz "¿Y tú quién se supone que eres? ¿El Daroga de Manzenderan?" Cuando respondí de manera afirmativa, algo sorprendido, el rostro de la mujer pareció perder el color. Pensé que se desmayaría en cualquier momento, pero simplemente se limitó a suspirar y me indicó que entrara—siguió relatando Nadir—. Ella me ha explicado todo lo que debía saber, y me ayudó a ubicarlos. ¡Es doctora, Erik! ¿Habrás visto una cosa semejante? ¡Un mujer con la profesión de médica! Cada día tu siglo me sorprende más, Emilly.
—¿Así que has llegado para quedarte, Daroga? —preguntó Erik.
—Si no resulto inconveniente, sí, esa era mi idea.
—Por supuesto que no, Nadir—dije—. Puedes quedarte con nosotros el tiempo que quieras. Ahora deberíamos ir a ver si Sophie ha conseguido tranquilizar a Ethan. Me preocupa como pueda asimilar las cosas.
—Ya se le pasará—respondió sonriendo Erik, inclinándose para darme un rápido beso —. Después de todo, todos hemos estado así.
FIN
(Ahora sí)
Compartir esta historia con ustedes, que comenzó siendo solo un borrador producto de una semana en cama y que no había pensado nunca publicar, fue increíble. Nunca pensé que habría más personas que compartieran el mismo amor que tengo por esto, y encontrar gente con mis mismos intereses me encantó. Gracias por cada voto, cada comentario y por llegar hasta el final. Sin ustedes no creo que esta segunda parte hubiera existido. -R
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