Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Emilly

—Le doy la bienvenida, señor—la voz de Marsias resonó por toda la casa del lago, y tuve que reprimir el impulso de poner los ojos en blanco—. Veo que recibiste mi nota.

Los ojos de Erik no se desprendían de mí, como si no pudiera terminar de creer la situación en la que estábamos. Permanecía simplemente allí, de pie. Unos segundos después, su mirada se dirigió a Marsias, y vi toda la cólera del mundo en esos ojos ámbar.

No prometían cosas buenas.

Erik hizo el amague de meter su mano por debajo de su abrigo, pero sentí el sonido del martillo del revólver a unos centímetros de la cabeza. Un movimiento y te vuela la cabeza, pensé con terror, siendo consciente de la proximidad del metal.

—No, Monsieur, yo no haría eso—lo reprendió el hombre junto a mí—. Apenas vea asomar el lazo, su mujer muere. ¿Está claro?

—No lo harías—lo reté.

—¿Y por qué no?

—¿Y por qué sí?

—Marsias—dijo Erik, cortándolo, y aproximándose cautelosamente hacia nosotros. El brazo ya me empezaba a doler, y Marsias sólo me sujetaba con más fuerza— no pensé que fueras tan cobarde de escudarte tras una mujer. ¿No querías quedar cara a cara conmigo? Aquí me tienes.

—He cambiado de planes. No le veo mucha diversión a eso—dijo, aunque pude percibir cierto nerviosismo disimulado en su voz.

—Erik, ¿tú lo conoces?

Él siguió mirando a Marsias, evitando cuidadosamente poner sus ojos en mí. Sabía que no podía soportar el hecho de hacerlo, no con una pistola pegada a mi cabeza.

Tras unos minutos en silencio, respondió:

—No.

—Váyanse al diablo, ustedes dos—dijo el hombre en cuestión—. Fui un estúpido en pensar lo contrario; ingenuamente creí que Emilly sería capaz de hacerlo. No, no me reconocen, y gracias a Erik nadie lo hará. Nadie lo haría.

—¿Estás hablando del concurso? —pregunté, atónita— Déjame decirte que eres algo inmaduro, Marsias. ¿Tanto odio por un estúpido concurso?

—Tú no lo entiendes—escupió, mirándome cara a cara—. Seguramente nunca has sentido lo que es no ser nada, absolutamente nada para nadie. Desde niño me vi obligado a intentar cumplir las expectativas de mis padres, que por supuesto no logré; no han vuelto a hablarme desde que tenía dieciocho. ¡Desde que se enteraron de que quería ser músico! Poco a poco me convencí que estaban en lo cierto; nadie valoraba mi trabajo, mi esfuerzo. Perdí todo por mi obra, todo. Mi vida, mi trabajo, mi novia. ¡Todo! Esa obra estaba destinada a ser grande, estaba destinada al éxito. Conocía a uno de los jueces del concurso, ¿sabes? Un viejo al que nadie le caía bien. Me dijo que mi ópera estaba en primer lugar sólo unas semanas antes de finalizar el concurso. Por fin tendría el reconocimiento que merecía, y le probaría al mundo, a mis padres y a mi novia que mi trabajo valía. Y luego... ¡llegó él! —dijo, apuntando con odio a Erik—. Y ¡listo! concurso finalizado. Ni siquiera volvieron a contestar mis llamados. Habían alabado mi obra, y ahora sólo era basura para ellos. Y volví a ser lo que siempre había sido; nada. No, tú no lo entiendes. No puedes comprenderlo.

Yo me estremecí, ya que Erik me había echado en cara algo parecido en cierta ocasión. Tú no lo entiendes.

—Pero yo sí. Y tú sabías que lo hacía—dijo Erik—. ¿Cómo? ¿Cómo es eso posible? He sido cuidadoso. No había forma de que supieras quien era yo en realidad.

—Oh, sí que la había. Alguien me lo ha contado.

Eso era imposible. Las pocas personas que lo sabían, eran de extremada confianza. Mis madres, Maddie, Andrew, Sophie...

Sophie.

—Él ha decido terminar. Es decir, no me lo ha dicho exactamente, pero no responde a mis llamados y me envía solamente uno que otro mensaje demasiado vago. Perdió su empleo y está experimentando algún tipo de frustración artística, o algo así me dijo.

—¿Así que es pintor?

—No , John es músico—me había corregido, y yo no había podido evitar reír. Ante esto, Sophie había sonreído levemente—. Sí, ya lo sé, tenemos algo con los músicos. Y tú...

—Eres John—resolví, y mi voz sonó calma—. Eres el bastardo que le rompió el corazón a mi hermana.

Hice lo único que podía hacer en la situación en la que estaba. Pisé con todas mis fuerzas su pie izquierdo, y el hombre profirió una maldición de dolor, sujetándome con más fuerza, que se debió notar en mi cara. Los ojos de Erik parecieron arder, y cuando quiso aproximarse con las manos apretadas en puños, Marsias—John—volvió a apuntar el revólver aún más cerca de mi cabeza.

—¿Que yo le he roto el corazón? ¡Ella no me ha apoyado lo suficiente! Pero, en fin, fue ella quien me lo contó. No, Emilly, no pongas esa cara. ¿Acaso tú no le cuentas todo a Erik? No lo creí al principio. Sólo fue hasta que soborné al juez del concurso para que muestre la obra ganadora que empecé a atar cabos. Ningún ser humano podría crear una música así.

—¿Debo tomarlo como un halago o como un insulto?

—Una relación gira en torno en dos personas, no en una. ¿Te has interesado en intentar aunque sea en entenderla? ¿En conocerla?

—Tú no eres quién para juzgar eso—me reprochó—. Mira sino con quien te has casado. A propósito, tuvieron la mala suerte de elegir la misma posada en la que me alojaba para su pequeña... luna de miel. Tan descuidados han sido que ni siquiera se han dado cuenta de que alguien los seguía de vuelta. Hasta me dan vergüenza—me sonrojé violentamente, sabiendo que en parte tenía razón. Habían sido descuidados—. No sólo...

Un ataque de tos pareció atravesar con fuerza a John, pero se recuperó en unos segundos. Ahora lucía más despeinado, y su camisa estaba desordenada. A pesar de eso, su rostro seguía rojo y parecía estar sin aliento.

—Has estado enfermo—observó Erik.

—Sí. Este siglo me da asco; ¿cómo puede alguien vivir en estas condiciones? Su gente es poco más que animales. ¡Ni siquiera se bañan! Me sorprende que alguien pueda tener una vida feliz aquí. Una simple gripe me ha obligado a permanecer en cama casi una semana. Caí en una de tus trampas cuando volvía hacia la superficie de la Ópera, una con agua. Completamente deplorable.

—Así que yo tenía razón—dije, pensativa—. No sé si alegrarme o extrañarme. Lástima que no fue verdad lo del coche.

—¿Qué?

—Nada, olvídalo. ¿Podemos apurar con esto? Me estoy acalambrando.

—Nadie tiene tanto apuro por enfrentarse a la muerte.

—Y nadie está tan equivocado como tú al suponer que Emilly lo hará—lo amenazó Erik, y casi tiempo ante el tono de su voz, a pesar de que sabía que no iba dirigido a mí—. Acaba con esto de una vez, Marsias, John, como sea que te llames. Dime que es lo que quieres.

—No se trata de lo que yo quiera, sino de lo que tú quieras. Yo quería ganar el concurso, quería triunfar, y tú me lo has arrebatado. Injustamente. ¡Ni siquiera tendrías que haber existido en mi tiempo! Eso es lo que más de enoja; si hubiese perdido con otro participante normal, lo hubiese aceptado. Pero el hecho de que tú no pertenecieras con nosotros es lo que me enoja. Ojo por ojo, y diente por diente Tú me has arrebatado algo, mi oportunidad, y yo haré lo mismo.

Miré a Erik, intentando descifrar qué es lo que John se proponía.

—Detrás de esa puerta—dijo, señalando con la mano con la que sujetaba el revólver la puerta que comunicaba con la habitación de Erik—hay dos armas: una pistola, y una cuerda. Estoy seguro de que sabes usar ambas.

—Erik—le advertí, cuando vi la compresión en su rostro.

—He sido generoso y lo dejaré a tu elección. Tienes dos opciones: o tu vida—volvió a apuntar el arma a mi cabeza—. O la de Emilly.

—Erik, ni se te ocurra...

—Debes pensarlo bien, Erik—dijo John—. Una vez que cruces esa puerta, ten por seguro que te espera la condenación eterna. No es un lugar en el que me gustaría estar.

Erik miró la puerta. Por supuesto que él creía que estaba condenado.

—Esto no está pasando—murmuré, con dejo de histeria en mi voz—. Esto no puede ser en serio. ¡John, dime que esto no es en serio! Sólo es una broma de mal gusto...

—Nunca hablé más en serio en toda mi vida, Emilly.

—Pero... ¡no te hicimos nada intencionalmente! Erik, no me mires así, no me mires como si te estuvieses despidiendo, no lo harás. ¡Me estás escuchando, no te atrevas a cruzar esa puerta!

—Emilly...

—Por favor, por favor—supliqué, y mi voz se cortó por las lágrimas—. No me obligues a pasar una vida sin ti. No me obligues a volver a mi tiempo y a olvidarte... a vivir sin recordar con quién me casé.

Erik me miró con tristeza, pero vi en sus ojos que estaba decidido; no cambiaría de opinión. Para él, su vida significaba un precio muy bajo comparada con la mía, yo lo sabía.

Y John lo sabía también.

Siempre había sabido que nunca podría herirme sin enfrentar las consecuencias, y también sabía que tampoco podría enfrentarse directamente a Erik y ganar. Yo era el arma perfecta, y había prácticamente corrido a sus manos. Con desesperación, vi cómo Erik volteaba en dirección a la puerta.

No, no iba a hacerlo. No iba a tirar por la borda la nueva vida que había conseguido. Yo ya había tenido oportunidad de vivir, él recién había comenzado. Encontraría fortaleza en Nadir, en los de Chagny, en mi familia si decidía volver. Volvería a levantarse.

Era su turno.

—¡JONH! —gritó Erik cuando se percató de lo que quería hacer.

El hombre junto a mí retrocedió de un salto al tiempo en que yo intentaba arrebatarle el revólver de las manos, y lo sostuvo en alto, tras un poco de forcejeo, poniéndolo fuera del alcance de mis manos.

—Por favor—volví a repetir, mientras sentía que la vista se me nublaba. Por favor, dame el arma. Prefiero ser yo.

—Todavía no puedo creerlo—masculló John, irritado—. ¿Estás dispuesta a morir por él, por él?

—Sí.

—Pues es una pena, porque él también lo está, al parecer.

Y me señaló hacia la puerta de la habitación. Erik se encontraba frente a ella, mirándola.

—¡Erik!

—Emilly, no llores por mí—dijo Erik, y notaba que estaba usando el poder de su voz para tranquilizarme. Por primera vez, no funcionó— He sido el hombre más dichoso del mundo al haberte conocido. Y es un honor dar mi vida por la tuya.

Tras dirigirme una última mirada, cruzó la puerta.

Y unos nos minutos después, se escuchó el sonido del disparo.

John y yo permanecimos estáticos, sin movernos, sin si quiera respirar, como si el eco del disparo hubiese venido de muy lejos. Cómo si no hubiese sido real.

Pero lo fue. No era consiente de mí misma, de que John me había soltado, hasta que efectivamente las piernas no me sostuvieron. Caí de rodillas, abrazándome a mí misma, y dando rienda suelta a mis lágrimas.

Esto no ocurriendo realmente. No está ocurriendo. Es una ilusión; una ilusión de la cámara de los espejos. Sí, la cámara de los espejos puede crear este tipo de cosas. Los reflejos pueden jugar con nuestra mente, pueden enloquecernos, pueden torturarnos. Para eso la quería la Kanum. Para eso Erik la construyó.

Eso es; estoy en la cámara de los espejos...

—Fue bastante rápido.

La voz de John me sacó de mi estupefacción. La voz del hombre que había ocasionado todo esto.

La voz por la que Erik estaba muerto.

Me puse de pie, y él detuvo el primer golpe hacia su rostro.

—¡Te odio! —le grité, y por primera vez en toda mi vida, sentí ese odio tan irracional y esa furia tan inhumana que Erik a veces experimentaba—. ¡Te odio, te odio! ¿Cómo puedes haber hecho eso?

Seguí intentando golpearlo mientras continuaba llorando, pero ahora me sujetaba con firmeza las muñecas. Desgraciadamente, era más fuerte que yo, por lo que mis esfuerzos fueron inútiles. No me importaba hacerlo enojar, no me importaba lo que hiciese.

—Cálmate, Emilly—espetó, con dureza—. Pronto nos iremos de este lugar. Y te aconsejo que moderes tu odio hacia mí, ya que de ahora en más seremos familia.

—¿Qué? —pregunté, sin comprender.

—Erik ha muerto en su época. Lo que significa que nunca ha viajado hacia nuestro siglo. He contratado a un hombre que se encargará de que el manuscrito de Leroux nunca salga a la luz, y así Erik no será más que un fantasma que vivirá sólo poco tiempo en tu memoria. Yo habré ganado el concurso, y seguiré con Sophie. ¿Y quién sabe? Tal vez de manera permanente.

—Le contaré lo que ha sucedido—me denfendí, con horror.

—¿En serio piensas que te creerá? Ella no habrá conocido nunca a Erik. No nos obligues a recurrir a un psiquiatra, Emilly. No te conviene acabar con fama de loca y medicada toda tu vida.

—¡Entonces no volveré! ¡Prefiero morir aquí a tener que convivir contigo toda mi vida!

—Claro que lo harás—dijo John—. En este momento. No soporto pasar un minuto más aquí. Además, siento ruido sobre nuestras cabezas. Vámonos.

—¡No!

Haciendo caso omiso a mis forcejeos, John me tomó firmemente de la muñeca y me empezó a arrastrar hacia el lago. Con espanto descubrí que de verdad no esperaría ni un momento.

—¡Suéltame, maldita sea! —exclamé mientras intentaba desligarme de su garra de acero, e intentaba volver hacia atrás. Con terror descubrí que habíamos llegado a la orilla del lago, y mis zapatos ya se habían mojado—. ¡Suéltame, John!

John se detuvo abruptamente, cansado de renegar conmigo, y sin previo aviso cruzó mi cara de una cachetada. Yo me quedé de piedra; más por la impresión que por el dolor.

Era la primera vez en mi vida que un hombre me ponía una mano encima, y fue la impresión lo que me dejó plasmada. Cómo se hubiera atrevido también a tocar aunque fuera un solo pelo de mi hermana...

—Te he dicho que te calmes—espetó, con enfado—. Mira lo que me obligaste a hacer, tú...

Las cosas sucedieron demasiado rápido. Sentí que algo volaba hacia nosotros, y en unos segundos, el rostro de John se contorsionó, mientras una figura aparecía por detrás de él.

Me soltó.

—Y yo te he dicho—siseó Erik en su oído, sosteniendo el lazo punjab alrededor de su cuello— que si alguna vez le ponías la mano encima, ibas a pagar las consecuencias.

Debía de estar en shock. Claro que estaba en shock. Solo eso explicaría mi falta de reacción. Erik, Erik, Erik... ¡Erik está vivo! Y luego la comprensión llegó a mí.

—Voy a matarte—susurré, con un nudo en la garganta. No, no iba a llorar otra vez—. Voy a matarte, Erik. Sabías cómo salir de esto. Nunca estuviste dispuesto a morir en realidad.

—Siempre he estado dispuesto a morir por ti, Emilly—me dijo con una sonrisa—. Pero en este caso, era evitable. Dudo que este imbécil haya leído siquiera el libro completo. ¿Acaso no crees que tengo otras formas de salir de mi habitación, de moverme por mi casa, idiota? Se nota que no ha tocado un libro en su vida.

—Está morado—observé sin inmutarme, y Erik disminuyó un poco la presión del lazo—. ¿Y ahora qué hacemos?

—Aunque esté muy tentado a acabar de una vez contigo, John—agregó Erik al hombre, quien hacía intentos por tomar aire, con una sonrisa—. No soy yo a quien le corresponde juzgarte. ¿Tomaste la vida de un hombre, te acuerdas? Un criado de la mansión de Chagny.

Erik alzó la mirada y yo volteé, viendo cómo un grupo de gendarmes entraban en la casa del lago a través de uno de los pasadizos. Observé su sorpresa, pero se recuperaron con rapidez.

A la cabeza del grupo iba Raoul de Chagny, quien señaló a John.

—Es él—dijo, aproximándose a nosotros mientras Erik soltaba el lazo del cuello del John, quien calló de rodillas, en busca de aire, para luego ser tomado por los gendarmes—. Queda bajo arresto por el homicidio de Edgar Auvieux. No se preocupen, me encargaré de que no salga de la cárcel lo que queda de sus días.

John nos miró con odio, pero eso no impidió que los gendarmes lo levantaran y se lo llevaran fuera de nuestra vista.

—Y sin televisión—concluí, para luego mirar a Erik, quien había dejado caer el lazo a su lado. Me lancé a sus brazos, y lo besé sin importarme el estar rodeada de gendarmes... y Raoul—. ¿Por qué no me habías puesto al tanto de tus planes? —murmuré, aun sin soltarme—. No tienes idea de lo que me has hecho pasar.

—Lo lamento—reconoció—. Pero nunca has sabido mentir, y Mar- John se hubiese percatado de que algo no funcionaba. Lo lamento otra vez.

—Oh, no, no lo olvidaré tan fácilmente. Ya encontraré el modo de hacértelo pagar.

Raoul se aclaró la garganta, y me alejé de Erik.

—¿Cómo sabías que estábamos aquí? —pregunté al Vizconde.

—Digamos que cuando descubrí la nota de Marsias hice una pequeña visita a los de Chagny. Sinceramente tu hermana pudo haber conocido a alguien un poco más inteligente—Raoul lo miró, interrogante.

—¿Así que ustedes lo conocían?

—No en realidad. Es el ex de mi hermana—le expliqué, frotándome el brazo.

—¿El ex?

—El ex –novio.

—¿Es decir que rompieron su compromiso?

—Algo así—coincidí.

Los tres permanecimos en silencio mientras los gendarmes se retiraban, algunos con una última mirada de sospecha hacia Erik y hacia su hogar. Finalmente quedamos solo los tres.

—Ya está amaneciendo—dijo Raoul, sacando el reloj del bolsillo de su traje—. Deberíamos irnos. Christine de seguro tiene listo el desayuno, si ustedes...

—Oh, por Dios. ¿Eso es una ofrenda de paz? ¡Necesito una foto! — Ambos hombres me miraron—. Qué amargados. No saben valorar este momento. Nos encantaría, Raoul; me muero de hambre.

Tomé el brazo de Erik y, tras darle una última mirada al lugar, los tres comenzamos a subir hacia la Ópera.

Tras unos minutos, agregué:

—Pero tal vez deberíamos despertar a Nadir primero—razoné, alzando el ruedo de mi vestido—. Digo, tal vez está preocupado.

P�hwDG[i

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro