Emilly
Siguieron unos minutos en los que nadie dijo nada. Tal vez estábamos intentando asimilar la nueva información; quizás simplemente no nos recuperábamos de la sorpresa de que la siguiente pista había prácticamente corrido hacia nosotros.
Erik permanecía con los ojos fijos en el pedazo de papel, como si este pudiera quemarlo de afuera para adentro, como si tuviese todas y cada una de las palabras grabadas a fuego en los ojos.
¡Cómo se le ocurría ir sólo a la Ópera! Había sido demasiado arriesgado; y si el sujeto, ese tal Marsias, había dejado la carta ahí, era porque no conocía nuestro alojamiento actual. Por lo menos algo a nuestro favor.
—¿Ustedes conocen a alguna Marsias? —preguntó finalmente Nadir, rompiendo el silencio.
—Algún. Es un nombre de varón—le corregí, volviendo a tomar la carta y comprobar una vez más la firma.
—¿Cómo lo sabes?
—No... no sé. Estoy segura de que escuché ese nombre en algún lado, solo que ahora no recuerdo exactamente dónde. Lo que no nos ayuda mucho. ¿A ti no te suena de algún lado, Erik? ¿Erik?
—No—respondió simplemente, y un segundo después, se había perdido de mi vista. Nadir y yo escuchamos la puerta de su cuarto de huéspedes cerrándose.
—Yo voy—le dije a Nadir, poniéndome de pie. Él solo me dirigió una mirada preocupada mientras yo abandonaba el living, para luego encontrarme fuera de su puerta.
Toqué, porque sabía que a Erik le gustaba la privacidad, y me había acostumbrado a respetar su espacio. Sin embargo, al tercer golpe, mi paciencia llegó a su fin y entré de todos modos.
Erik se encontraba con la mirada fija en la ventana, como si escrutando lo suficiente en la noche la figura del hombre al que buscábamos aparecería a través del vidrio. Ni siquiera me miró cuando me aproximé a él. Permanecimos unos segundos en silencio, solamente observando por la ventana.
Finalmente, escuché que Erik decía:
—Tiene razón.
—¿Qué cosa? —pregunté sin saber a lo que se refería.
—La carta, Emilly. La carta tiene razón. Aquí estoy yo, maldiciendo al hombre detrás de todo esto, pero ¿qué me hace mejor que él? Todas y cada una de las cosas que dijo son verdad. Mi pasado es verdad, mis actos también lo son. ¿Qué hace a un monstruo y qué hace a un hombre? —los ojos de Erik tenían casi un brillo insano, mientras iba de un lado para otro, dejándose llevar por la corriente de sus emociones—¡Si supieras cuanta oscuridad hay en mi interior todavía, que amenaza con enterrarme vivo cada vez que me quedo solo, no volverías a mirarme de la misma manera? El destino me está devolviendo únicamente lo que merezco, Emilly, y te estoy arrastrando conmigo por el precipicio.
—Esto no es el destino, Erik—espeté, sujetándolo del brazo para que se calmara—. Esto es un imbécil tomando un papel que no le queda.
—¡Pero eso no quita que lo que dijo sea verdad!
—¿Acerca de tu pasado? Sí, has cometido graves errores. ¿Pero sabes lo que pienso cada vez que pienso en él? ¿En tu pasado? Veo al niño que quería componer un réquiem para su mascota, que huyó de su casa para proteger a su madre. Te veo con los gitanos, intentando sobrevivir con gente que ni siquiera podía mirarte a los ojos. Con Giovanni, rindiéndole la devoción de un hijo por su padre. Te veo en Persia, enfureciéndote cada vez que se cometía alguna injusticia contra las mujeres de la corte, intentando salvar a la esclava. Te imagino mientras jugabas con Reza, intentando mitigar su dolor y el de Nadir, cuando de seguro tú también estabas sufriendo. Hiciste que Meg progresara en su carrera. Veo cómo ayudaste a Christine a salir de sí misma cuando su padre murió, como la convertiste en la mujer que es hoy... Cómo me ayudaste a mí cuando más necesitaba de alguien.
—Emilly...
—¿Y te atreves a considerarte un monstruo?—espeté, enojada—¿Acaso crees que no me doy cuenta de cómo miras a las personas que sufren, de cómo te encolerizas ante la injusticia? ¿De que no me enteraría que le regalaste tu violín nuevo a ese niño en la calle hace unos meses? ¡La vida de no es un ojo por ojo, Erik! ¡Pensé que ya lo habrías aprendido! No puedes simplemente...
Antes de que pudiera decir otra cosa, Erik tomó mi rostro y me besó. Me besó como si de eso dependiera todo, como si fuera lo único que lo mantuviera a la tierra en ese momento. ¡No era justo! ¡Le estaba diciendo algo importante! No pude hacer otra cosa que cerrar los ojos y olvidarme de mis preocupaciones por unos cuantos instantes, unos perfectos e irrepetibles instantes.
Cuando nos separamos, estaba sin aliento, pero por lo menos ahora Erik me miraba a los ojos.
—Sabes que siempre podrás apoyarte en mí, Erik...
Y fue ahí cuando se separó, cómo si le hubiese dado una cachetada. Me observó con intensidad unos instantes, para luego reponer con frialdad.
—Tal vez ese sea el problema.
—¿Perdón?
—Por supuesto que ese es el problema. Tú me nombras todo eso, pero siempre he tenido que apoyarme en alguien para seguir adelante; siempre he usado a las personas que me importan para salir de mis demonios. A Sacha, a mi madre, a Giovanni, a Nadir, a Christine... a ti. ¿Y qué me dice eso?
—¿Que eres humano?
—Qué no soy lo suficientemente fuerte—me corrigió, volviendo a adoptar la postura vigilante frente a la ventana—. Y mientras no sea lo bastante fuerte, te pondré en peligro a ti, a mí y a todos los que se atrevan a acercárseme. No, Emilly, tú nunca me has necesitado como yo te necesito a ti, como necesito a Nadir. Tengo que arreglar eso.
—Erik...
—Buenas noche, Emilly.
Y con eso, Erik dio por terminada la discusión.
°°°
Erik no apareció la mañana siguiente. Cuando quise acercarle el desayuno, su habitación ya estaba vacía, y supe que había salido muy temprano en la mañana, en busca del hombre en cuestión. Cuando le comenté a Nadir de la desaparición de Erik, se limitó a suspirar con resignación. Lo que me llevaba a pensar que gran parte de su relación con Erik se basaba en un suspiro de resignación.
Él no apareció hasta después de las dos de la tarde, cuando yo ya me estaba comiendo las uñas de la desesperación. Parecía concentrado, perdido en sus propios pensamientos, pero ausente de nosotros. Y eso me preocupó.
Unas horas después, habíamos decidido que no podíamos posponer lo inevitable más tiempo, por lo que nos habíamos sentado en la mesa de la cocina, y elaborado una lista de todas aquellas personas cercanas a Erik que podían estar en peligro.
—¿Madeimoselle Perrault?
Erik suspiró y se acomodó en la silla, incómodo. Jugaba nerviosamente con un pedazo de cuerda.
—Sigue en Boscherville, creo. La vi por última vez hace unos años, y no había abandonado el pueblo.
Taché un nombre más de la lista, aliviada. No creía que el tal Marsias fuera a irse de París, en cualquier caso. Estaría más seguro cerca de nosotros.
—Giovanni—dije nombrando al siguiente en el papel. Erik negó con la cabeza, y vi una sombra de pesar en los ojos.
—Él debe... debe haber muerto hace tiempo. Sus pulmones estaban enfermos.
—Pero no estás seguro—comentó Nadir, y Erik pareció dudar.
—Sería casi un milagro. Pero yo no...
...no tuve el valor para comprobarlo, pareció querer decir. Era consiente que para Erik, Giovanni había sido un padre. Y sabía que el maestro de obras lo había considerado un hijo. Siempre se me formaba un nudo en la garganta cada vez que pensaba en cómo habían terminado las cosas.
—Las Giry se marcharon a América durante una temporada, por lo que no corren peligro—dijo Nadir, y yo procedí a descartar sus nombres—. Una prestigiosa academia de danzas les ofreció un buen contrato, según tengo entendido.
—Entonces nos quedan Christine y Raoul—finalicé. Erik se aclaró la garganta.
—Christine—corrigió—. Nos queda Christine. Con el otro no tengo nada que ver.
—¡Erik! Ahora están casados, van en paquete. Así que te guste o no, también estará en la mira de Marsias.
—Casados...—susurró Erik, y no pude evitar pensar en qué pasaría con nosotros.
¿Llegaríamos algún día a estarlo? ¿Se nos permitiría casarnos algún día? Adiviné que tal vez él estaba pensando lo mismo, a juzgar por el aire de melancolía que parecía haberlo invadido.
Unos minutos después Nadir nos comentó que le había llegado una carta de Leroux, informándole que ya se había instalado sano y salvo en el campo, y que nos mantendría al tanto de novedades. Entonces eso era lo que teníamos: Christine y Raoul. Bien, había que admitir que Marsias tenía razón en que la lista no era muy larga. Pero jugaría en nuestro favor.
Entonces eso era lo que teníamos: Christine y Raoul. Pensé en alguien más, pero no se me ocurrieron otras personas que pudieran haber entablado una amistad con Erik, ni con los gitanos, ni en Persia...
¡Persia!
—¡El Sah!
Ambos hombres me miraron, confundidos.
—¡No, no como parte de la lista! ¿Y qué tal si el Sah está detrás de esto?
—¿El Sah? —preguntó Nadir, escéptico—. No lo sé. Cuando quedé en libertad, el hombre ya se había resignado a haber perdido la partida con Erik, y nunca desmintió su muerte.
—Pero no está tan mal encaminada—dijo Erik, pensativo—. El Sah no es de esos hombres que se limitan a perder. Y menos su madre. Tú me comentaste algo, Daroga, acerca de las leyendas de viajes en el tiempo que hay en tu tierra.
—¿Pero por qué tomarse todo ese trabajo? —preguntó el Persa.
—No creo que sea el Sah en persona el que esté detrás de esto—reflexionó Erik—. Tal vez alguno de sus enviados.
—Tiene sentido. Si él tiene suficientes motivos para querer acabar con Erik...
—Los tiene.
—...y tiene tanto poder como para lograrlo, tendríamos que considerarlo.
La cabeza me daba vueltas, y comenzaba a sentir nervios. ¡Estábamos hablando del Sah, por Dios! No era una amenaza menor. De ninguna manera era una amenaza menor. Resulta infantil pesar en el miedo que sentí en ese momento, un miedo que me hacía querer esconderme y no salir hasta que toda esta pesadilla hubiese terminado.
Alguien llamó a la puerta de entrada, y todos nos sobresaltamos.
—Yo voy—dije, levantándome apresuradamente, porque no podía quedarme quieta un minuto más. Escuché a Erik diciéndome que no me acercara a la puerta, mientras se levantaba detrás de mí, pero no le hice caso. No tenía fuerzas para ser precavida, y debía de ser Darius, por lo que no me preocupe.
Pero cuando abrí, me percaté de que no era Darius quien se encontraba en el umbral.
—¿Christine?
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